Volver a sentir (2)

Esos momentos en los que todo sale mal.

CAPÍTULO 4

6 MESES ANTES

-          ¡Que pereza José! Con lo calentito que se está en casa hoy.

-          No te quejes cariño, seguro que esta noche hay poco trabajo. Con el frio que hace en la calle, hoy no sale de casa nada más que los locos que trabajan.

El invierno en mi ciudad es duro. Durante un mes las temperaturas no suben de los 3°C y las noches son casi glaciares.

Con estas perspectivas meteorológicas y con poquísimas ganas, le di un beso a mi marido y bajé al garaje para ir al hospital.

Mientras yo trabajo de enfermera de urgencias, José lo hace en planta.

Ambos tenemos turnos de día o de noche y bastantes días de descanso que nos hacen disfrutar de nuestra vida marital.

La lástima es que rara vez coincidimos en los turnos. Si fuera así iríamos y vendríamos juntos.

José me insiste constantemente en que me pase a planta. Dice que es más tranquilo y que los pacientes suelen ser más agradecidos.

A mí, personalmente, lo que me gusta de las urgencias es precisamente lo que no le agrada a José. Hay días de poco trabajo y días normales pero, en ocasiones, se desborda todo y tienes que trabajar contrarreloj y con muchísima presión. Eso es lo que me encanta a mí, tener las pulsaciones a tope. Sentir que tu trabajo salva vidas y que el paciente seguirá respirando gracias a tu equipo.

Esos días termino agotada pero feliz.

Como suponía, la carretera aún se encontraba abarrotada de coches que venían de trabajar o de sus quehaceres. Era temprano aún y la noche apenas empezaba para mí.

-          Buenas tardes, chicaaaas…

-          Buenas tardes, Marieta.- gritaron las de recepción a coro.

Entraba por la puerta de urgencias y ya se podía observar que sería una noche tranquila. Apenas 10 personas estaban sentadas, esperando a ser atendidas por el especialista que les correspondiera. Caminé con paso lento hasta el vestuario y allí me encontré con parte de mis compañeras de turno.

-          Buenas, ¡que frio hace hoy!- dije yo

-           Ni que lo digas- me contestó Aina- en casa estaba en camiseta de manga corta y al salir a por el coche casi me congelo. Habría una diferencia térmica de 25°C.

-          Es que os gusta mucho el calorcito en casa- dijo Lidia bromeando.

Dejamos nuestros bolsos en las taquillas y nos dirigimos a la cafetería, como cada día. Aún disponíamos de media hora para tomar un café y entrar a hacer el relevo.

Nada más salir nos cruzamos con el doctor Ruiz, un cirujano de unos 40 años que destacaba sobre el resto por su eficacia y resolución. Varios hospitales del país ya le habían tentado pero él decía que quería permanecer en un hospital público.

-          A ese si le daba yo calorcito- dijo mi compañera Eva. Una sesentona de muy buen ver pero a la que ya se le notaban los años.

-          Jajaja, si mujer, calorcito del bueno.- le seguí la broma.

-          Tú ríete pero dicen que es un amante estupendo.- contestó la sesentona- ¿no te gustaría corroborarlo?

-          A mí me gusta lo que tengo en casa y no busco nada más, señora calentorra. Jajaja.

-          Pues yo a un macho así, no lo dejaba escapar si se me pusiera a tiro.- volvió a insistir Eva.

La jornada comenzó sin contratiempos pero, la imagen del doctor ya no se me fue de la mente.

“Un macho así”

Ese era José, un macho que follaba como los dioses.

Lo hacíamos casi diariamente (cuando los horarios nos lo permitían) y, tenía tanta imaginación, que nunca me cansaba de hacerlo con él.

Y  en el fondo, creo que ese fue el problema. Estaba tan acostumbrada a estar tan bien atendida que no supe entender el bajón en nuestra sexualidad. José llevaba varios años estudiando medicina y estaba a punto de doctorarse. Llevaba unos meses preparando la tesis de final de carrera que tendría que entregar en breve y estaba dedicado a eso casi a tiempo completo.

Pese a que nos gustaba tanto follar, a penas le quedaba tiempo entre el trabajo y la tesis para dedicarlo a nosotros, como sí lo tenía meses atrás. Lo fines de semana libres los invertíamos en pasar tiempo junto a las familias y en cuanto llegábamos a casa, se encerraba en el despacho a preparar el trabajo final.

Teníamos sexo alguna vez, no lo niego, pero la cantidad y calidad de esos encuentros disminuyó muchísimo.

Lo hablamos varias veces y José admitió su desapego y se disculpó con la promesa de retomar todo cuando entregara la tesis.

-          Hasta podríamos ver las posibilidades de intentar una nueva in-vitro .- me dijo ilusionado.

-          ¿De verdad?

-          ¡Claro que sí! No lo dices, pero se que quieres.

-          Quiero tener un hijo contigo, es lo que más feliz me hace ahora mismo.

Recordando esa noche, me siento más estúpida aún.

CAPÍTULO 5

Esa maldita noche destruí toda mi vida y, peor aún, maté en vida a la persona que más he amado jamás.

Entre los trabajadores de urgencias del turno de noche es normal celebrar cumpleaños con grandes comilonas. Las tartas, pizzas, bocadillos y demás llenan la mesa de la sala de descanso.

Allí nos reunimos para charlar y entretenernos cuando la noche es tranquila. De esa manera vencemos el sueño, aunque también disponemos de salitas con sofá cama para pegar una cabezadita si el cansancio es inaguantable.

En esta ocasión la mesa estaba repleta de cruasanes, donuts, ensaimadas y termos de café y leche para medio hospital. Una doctora y un celador decidieron juntarse y celebrar su aniversario para que el coste de la invitación no fuera tan elevado. Las consecuencias de esta sociedad fueron gastarse el mismo dinero que si lo hubieran hecho solos, pero multiplicado por dos.

Tras un vistazo por la sala de espera constaté que era un día inusualmente tranquilo y decidí acercarme a la sala de descanso para tomar un café y algún cruasán.

Caminando por el pasillo ya podía escuchar el murmullo de la gente. Parecía una fiesta de estudiantes y sólo faltaba la música. Al entrar comprobé que doctores, celadores y enfermeros daban buena cuenta de los dulces. Me acerqué sonriente a la mesa y me preparé un café con leche calentito para templar el cuerpo y miré cual de toda la bollería me apetecía más.

-          ¿Te apetece un cruasán de chocolate?

La pregunta la hacía el doctor Ruiz acercándome la bandeja de los cruasanes con chocolate, que tenían una pinta deliciosa.

-          Pues si, gracias, doctor.

-          Jorge, llámame Jorge.

-          Lo siento. Gracias Jorge.

-          ¿Cómo va la noche?- dijo el doctor acercándose hasta donde yo estaba.

-          Pues muy tranquila. Se ve que con el frio nadie se atreve a salir de casa.

-          Jajaja. Eso será. Pero no te descuides que en un momento se puede desatar el caos.

-          Eso seguro, cosas más raras he visto.

Y justo en ese momento, como si estuviera preparado, la noche tranquila se esfumó.

Una compañera entró corriendo y gritando.

-          ¡Chicos, dejad eso ahora! Ha habido una explosión de gas en una vivienda y nos traen a 15 heridos para que los evaluemos. Son heridos de distinta gravedad.

La gente se quedó paralizada mirando a la enfermera que acababa de entrar.

-          ¡Vengaaaa! Os necesitamos a todos disponibles  aunque estéis en otros departamentos.

La gente comenzó a movilizarse y abandonaron la sala de descanso para prepararse. Yo me dirigía a recepción para ver de que manera nos coordinábamos, cuando el doctor Ruiz me detuvo.

-          Vente conmigo, hoy vas a ser mi enfermera personal. No quiero que te separes de mí ni un momento. Estate atenta a todo lo que te vaya pidiendo. ¿De acuerdo?

-          Muy bien doctor.

La noche era estresante. Por nuestro vox pasaban quemados de diversa gravedad, y a eso había que sumarle los pacientes que acudían por su propio pie. Personas que no tenían nada grave pero que requerían actuación, como esguinces y traumatismos propios de las prisas por abandonar el edificio.

Era de locos ver como la gente gritaba por el dolor y te pedía calmantes mientras tú sólo podías acelerar tus cuidados para que la situación se normalizara.

El doctor Ruiz y yo formamos un tándem eficaz esa noche. Supe adelantarme a sus demandas y eso agilizó mucho las curas y las derivaciones a pabellones específicos.

Un par de horas más tarde la situación comenzó a controlarse. La mayoría de los pacientes estaban derivados y los más críticos estaban estabilizados. Sólo faltaban los pacientes más leves y los que tenían cuadros de ansiedad por el incidente.

Al terminar de atender a nuestro último paciente, el doctor Ruiz me dijo.

-          Nos hemos ganado un descanso.  Vente a mi despacho y te tumbas cinco minutos.

-          No hace falta, doctor. Estoy bien.

-          Llámame Jorge. Insisto, ven, te tumbas y yo te cubro.

Ante la insistencia del doctor no quise parecer descortés y accedí. Mi idea era estar sentada en el sofá descansando las piernas y luego continuar trabajando.

Pasé a su despacho. Era amplio y con muebles sobrios.

Frente a la puerta se encontraba el escritorio del doctor. Un escritorio de madera noble oscura y de aspecto barroco. Sobre él había un ordenador de sobremesa y varias gavetas repletas de papeles.

A la derecha de la habitación había una gran estantería con libros. Y, a la izquierda de la sala se encontraba un sofá de cuero marrón, muy elegante, situado delante de un gran ventanal con vistas a la ciudad.

-          Acomódate en el sofá.- me dijo el doctor.

Yo me senté en un lateral y levanté las piernas hasta colocarlas a lo largo del sofá mientras el doctor arreglaba unos papeles en su mesa y miraba en el ordenador.

Tras hacer click varias veces, una música suave armonizó la habitación. El doctor levantó la vista y me vio medio tumbada, en una posición un poco forzada.

-          No mujer, túmbate bien.- dijo acercándose- y descálzate.

Llegó a mi lado y, se sentó en una mesa baja que había junto al sofá. Me tomó los pies y comenzó a descalzarme.

-          Ya veras como así estarás más cómoda.- dijo mientras dejaba mis zapatos en el suelo.- ¿Sabes? Doy unos masajes de pies increíbles.

-          No, de verdad que no es necesario- dije intentando levantarme mientras el doctor me empujaba del hombro para que me tumbara de nuevo.

-          Claro que es necesario. Lo hago con mucho gusto.

Mientras el doctor masajeaba, con maestría, mis pies (ya sin oposición), mi cuerpo comenzó a reaccionar a los estímulos. Es raro como, tras un episodio de estrés, tú cuerpo necesita desconectar sintiendo placer. No pude esconder un par de suspiros de satisfacción antes de notar como las manos del doctor ascendían por mis muslos, lentamente, hasta llegar a mi vulva.

Quería pararlo, pero también quería que siguiera. Necesitaba liberar tensiones y no había mejor manera que esa.

Tenía que haber huido, lo se. Tenía que haber puesto alguna escusa y haberme marchado de ese despacho. Pero mi sequía sexual, la conversación de mi compañera sobre él y el estrés, hicieron que todo se descontrolara.

El doctor continuaba con su masaje en mi zona íntima mientras me hablaba.

-          Dígame María, ¿está casada?.

-          Pues sí. Mi marido, José, trabaja también en este hospital.

-          ¿Es doctor?

-          No, enfermero. Pero trabaja en consultas.

-          Ya me extrañaba a mí que no lo conociera.

Me indignó que intentara menospreciar a José. En ese momento, y aunque ya no controlaba mis actos, quise dejarle claro que amaba a mi marido.

-          Es un hombre muy trabajador. Y dentro de poco será doctor.

-          ¡Estupendo! Verás como económicamente avanzáis muchísimo.

No conseguí mi cometido. Tenía la mente tan turbada que no podía pensar con claridad.

EL doctor comenzó a desabrocharme el pantalón e intentaba meter la mano para continuar el masaje. Pero todo esto con mucho tacto, sin precipitaciones, dándome tiempo para ir asimilando lo que estaba a punto de ocurrir

Y yo, cada vez más cachonda. Y él, cada vez más valiente en sus actos.

Y pasó lo que tenía que pasar. Se levantó para quitarme el pantalón y me mordió en la boca. Literalmente.

Sus besos eran como los de un animal famélico y yo correspondía a su ferocidad con brusquedad.

Necesitaba sexo.

Sin casi darme cuenta, ya estábamos desnudos y besándonos en el sofá. Jorge me dio la vuelta y me hizo colocarme arrodillada en el sofá, mirando la ciudad dormida, y con el culo hacia fuera.

Sin preámbulos ni permisos (¿quién los necesitaba?) colocó su polla en mi coño y presionó hasta meterla dentro de una sola vez.

-          ¡Aaaaaagggg…!

Un largo suspiro salió de mi boca mientras Jorge comenzaba con su cadencia de bombeo. Sus manos se agarraban a mis pechos mientras yo sacaba el culo para poder hacer más profunda la penetración.

No tardé mucho en correrme,ni el doctor tampoco. Sacó su pene y disparó sobre mi espalda. Notaba el líquido espeso y caliente sobre mi piel y, nada más terminar de convulsionar, me di cuenta de mi error.

Salté del sofá, me limpié la espalda con unos tisúes que habían sobre el escritorio y me vestí con prisas. No sabía que mierdas acababa de hacer. Y, para colmo, el doctor estaba tan tranquilo tumbado en el sofá y con una sonrisa de satisfacción.

-          ¿De qué coño te ríes?- le dije yo.

-          No me río, sonrío. Cariño, eres una mujer espléndida. Me he corrido incluso casi antes de meterla. No me había pasado jamás.- dijo él levantándose y viniendo hacia mí.

-          Pues espero que lo recuerdes, porque no volverá a pasar. Soy una mujer casada y amo a mi marido.

-          ¿Volveremos a repetir?- me dijo como si no hubiera escuchado mis palabras.

-          Ni lo sueñes. Y espero que esto no salga de aquí o…

-          ¿O qué?

-          O te arrepentirás de haberme traído a tu despacho.

Salí disparada de allí con ganas de gritar. Me encerré en el baño y comencé a llorar.

“¿Qué has hecho loca? ¿Qué coño has hecho?”

Tenía que haber parado todo. Había engañado a mi marido en un calentón tonto y , ni siquiera me había parado a pensar en las consecuencias. Si José se enteraba de esto… no lo quería ni pensar.

Mi marido en casa durmiendo o estudiando para poder tener un mejor futuro mutuo y yo follando con un doctor del hospital.

A demás, saltaba a la vista que ese hombre era un devora mujeres. Tiene fama de machito y se ha tirado a media plantilla. Ahora yo era una muesca más en su revolver.

Tenía que tranquilizarme y volver al trabajo. No quedaban muchos pacientes ya pero mi ausencia se notaría.

Me serené y salí para terminar la noche lo más rápido posible y volver a casa.

-          Te he visto salir del despacho del doctor Ruiz. ¿Qué quería, preciosa?- me dijo Eva nada más entré en el vestuario al acabar mi turno.

-          Nada, solamente quería dejar cerrados los informes de sus pacientes de hoy, y me ha pedido ayuda- intenté disimular yo.

-          Pues hija, parece que habéis rellenado los informes de todos los pacientes del hospital, porque ya no te he vuelto a ver.

-          ¿Qué estás insinuando? Dilo claramente. Yo soy una mujer casada y no acepto que me hablen así.

Pensé que la mejor defensa era un buen ataque y pagué mi frustración y mi equivocación con una mujer maravillosa. Muy chismosa, pero sin maldad ninguna.

-          No te pongas así, mujer, que no te he dicho nada malo. Perdóname si me he pasado.- me dijo Eva separándose de mi varios metros.

-          No. Discúlpame tú a mí. Tengo mucho sueño y estoy estresada. Me voy a casa rápidamente para poder dormir.

No esperé la respuesta de mi compañera, me fui pitando al aparcamiento, cogí mi coche y me marché a casa.

Abrí con sigilo la puerta de entrada como si fuera un ladrón. Pensaba que, de este modo, José no se daría cuenta que había llegado.

-          ¿María, ya has llegado?

Lamentablemente José ya estaba desayunando en la cocina y se disponía a marcharse a trabajar.

-          Te preparo un café cariño- dijo mientras cogía una taza del armario.- ¿Qué tal la noche?

-          Pues hemos tenido los heridos de una explosión de gas. Ha sido una noche de locos.

-          ¡Madre mía! ¿Cómo ha ido todo? ¿Hay pacientes graves?

-          Parece que un par, los dueños de la vivienda donde se originó todo. Al resto creo que se les ha dado el alta tras unas curas.

-          Pues menuda nochecita. Estarás muerta. Desayuna y acuéstate.

Lo más lógico y lo más ético hubiera sido confesarle a mi marido lo ocurrido esa noche. Había sido un error. Quizás lo entendería, o quizás no, pero era lo más honesto con él, conmigo y con nuestro matrimonio. Pero no fui capaz de decírselo. Me auto convencí de que le haría más daño que le beneficiaría y me propuse compensarle mi error, con amor. Con mucho amor.

Y así pasaron los días y todo se olvidó. Lo que era una pesadilla, se transformó en un sueño y después en un recuerdo que traté de olvidar. Y lo conseguí.

Ese fue otro error, olvidarlo.

CONTINUARÁ...