Volver a empezar

Para poder volver a tener sexo con un jovencito, me encuentro obligada a formar un trío con un amigo y su joven alumna.

Después de algún tiempo sin apenas salir de casa, estaba completamente histérica. Mi adicción por el sexo me llevaba a masturbarme todo lo que podía, pero nunca era suficiente. Aunque estaba decidida a llevar las cosas con más cabeza, no podía renunciar a sentir dentro de mí el cuerpo de un adolescente. No podía quitarme de la cabeza aquello, los veía en la calle y el corazón me daba un vuelco. Me los imaginaba desnudos y dentro de mí se agitaba el deseo. No deseaba volver a quedarme embarazada, pero sabía que tarde o temprano volvería a practicar sexo con un chaval de quince o dieciséis años, y que la experiencia sería maravillosa.

Estaba a punto de terminar mi carrera universitaria. Tenía ya 23 años y mis compañeros me resultaban completamente indiferentes, aunque había hecho bastantes amigos. Alguno había intentando establecer contacto –no sé si se trataba de sexo o de algo más– pero yo los ignoraba. No me resultaban atractivos. Pero la suerte vino a echarme una mano. Uno de mis compañeros, Luis, solía ganar bastante dinero dando clases particulares, y solía darnos a los más amigos los alumnos que él no podía atender –curiosamente, siempre se trataba de chicos, mientras que las chicas se las quedaba invariablemente para él solo–. Un día me propuso que le diera clases a un muchacho que estaba en segundo de bachillerato.

Confieso que, en principio, afronté el asunto profesionalmente. Al fin y al cabo, a mí me interesaba ganar dinero. Pero cuando Luis me presento a Miguel, me quedé de piedra. Mi alumno era uno de esos muchachos que se han desarrollado a la perfección, de esos que con un cuerpo que aún no ha terminado de crecer ya parecen un hombre perfectamente desarrollado, una belleza en ciernes que atrae más por lo que ya se ha cumplido que por lo que tiene de promesa. Acepté encantada la idea de darle clases, mientras forjaba en mi interior un plan que condujese a llevármelo a la cama.

Cuando dejamos a Miguel, exigí a Luis que las clases tuvieran lugar en un territorio neutral. No me apetecía tener que ir a mi casa, y menos todavía tener que dar las clases en casa de mi alumno, cuya madre no vería con buenos ojos el plan que había preparado para su hijo. Luis me respondió que él hacía ir a sus alumnas a su propio piso –un piso que alquilaba para él solo con lo que ganaba dando clases, y eso que sus padres vivían en la ciudad–. Le pregunté si sería posible que yo diera mis clases en su piso. Me miró un tanto extrañado, pero me dijo que él no lo utilizaba todos los días, y que si quería ir con él a verlo. Tenía una alumna dentro de poco, y podría verle en acción. Al decir esto, me sonrió de forma extraña, aunque yo ya me imaginaba por dónde iban los tiros.

El piso era minúsculo, tan sólo tenía dos habitaciones y un cuarto de baño. La alumna estaba en la puerta, esperando. Era una chica de diecisiete años, con cara de aburrida, que no dejaba de mascar chicle. Tenía el pelo negro y rizado, media melena, ojos verdes y la boca era un poco grande.

–Vanessa –dijo Luis–, ésta es Alicia, una compañera. Viene a ver cómo es esto de las clases.

Vanessa puso cara de disgusto. Entramos los tres en el piso y Luis dejó sus cosas en la mesa. Entró en la otra habitación y me llamó.

–Aquí –me contó– tengo un pequeño dormitorio, por si me apetece quedarme. También lo empleo en otros menesteres. ¡Vanessa, ven aquí!

Vanessa apareció de mala gana.

–Quítate la ropa –dijo Luis.

–¿Qué te has creído? –respondió Vanessa–. ¿Delante de ésta?

–Tú haz lo que te mando –contestó Luis.

–¿Y si no quiero…?

–Te tendrás que buscar otro profesor. Y yo me buscaré otra alumna.

Vanessa se dio cuenta de que Luis hablaba en serio. La verdad es que era muy guapo, y para una chica de diecisiete, un hombre guapo de veintitrés era más de lo que podía soñar. Vaciló un poco, pero acabó cediendo. Mientras se desvestía, Luis me dijo:

–Ahora ya sabes mi secreto. Te lo he contado porque creo que tú también quieres hacer algo parecido.

Yo estaba atónita. Pero me pareció que las cosas venían bien, y decidí sincerarme con Luis. Le dije que sí, que me sentía atraída por Miguel y que deseaba acostarme con él.

–Estupendo –dijo Luis–. Pero tienes que pagar un precio. Siempre he querido saber lo que se siente al estar con dos mujeres.

"Me lo temía", pensé. Pero calculé las ventajas y los inconvenientes. Es cierto que Luis me parecía demasiado mayor para lo que me gustaba, pero también era verdad que no se puede tener todo. Y Luis era guapo. En eso podía ceder. Y el premio era la oportunidad de desvirgar a Miguel.

Luis había empezado a quitarse la ropa, seguro de que yo iba a aceptar su precio. Se quedó en calzoncillos y se tumbó junto a Vanessa, que ya estaba completamente desnuda, mientras yo empezaba a quitarme la ropa. Luis y Vanessa se magreaban el uno al otro cuando yo me tumbé junto a él.

–Bésala –le dijo a Vanessa.

Nos besamos, una y otra vez, mientras Luis acariciaba su paquete. Mis besos eran indiferentes, pero Vanessa empezó a meterme la lengua con fruición mientras me sobaba las tetas, los hombros, la espalda. Pensé que Luis tenía buen ojo, pues había conseguido una amante viciosa como pocas. Yo me sentía como una puta, pero era una sensación que ni me gustaba ni me disgustaba.

Un pacto es un pacto. Vanessa había bajado hasta mi coño y había empezado a lamerlo con la misma entrega con que me había besado antes. Quieras que no, eso acaba por ser bastante excitante, de manera que abrí más las piernas, y dejé que mi sexo se hundiera en dulces sensaciones, parecidas y, no obstante, distintas a las que me proporcionaba mi mano todas las noches. Cada vez me sentía más caliente, pero Vanessa seguía sin ser lo que yo necesitaba. Ahora bien, Luis estaba a mi lado, con su pene enhiesto. Hasta entonces, no había practicado el sexo oral, pero me preguntaba cómo sería. Mis fantasías ya me habían hecho despojarme del asco que me daba al principio la idea de llevarme una polla a la boca. Además, los rabos de Marcos e Ignacio me habían dado el suficiente placer para que el sexo masculino fuese para siempre el centro de mi deseo. De modo que sólo tuve que inclinarme un poco para absorber dentro de mi boca la polla que Luis me ofrecía.

Me atraganté unas cuantas veces, pero Luis no necesitaba mucho. Estaba tan caliente por el espectáculo que ofrecía Vanessa, lamiéndome el chichi sin parar, que se corrió abundantemente, llenándome la boca de esperma espeso y caliente. No me molestó, todo lo contrario, encontré el sabor de su semen bastante agradable, y me prometí a mí misma que también probaría el de Miguel.

Entretanto, Vanessa seguía entregada a mi coño. Aparté bruscamente su cabeza y con unos pocos movimientos de mi mano, me corrí mientras ella me lamía los pezones. Luis nos miraba extasiado, y su pene volvió a crecer. Pero ahora no se conformaría con una mamada. Se puso un condón y atrajo a su lado a Vanessa. La penetró de forma violenta y comenzó a follarla apasionadamente. Me di cuenta de que yo ya no pintaba nada en aquella escena, así que me levanté y me senté en una silla. No estaba mal la visión de aquel semental follándose a su joven alumna. Se volvió a correr, esta vez al mismo tiempo que Vanessa, y yo entonces comencé a vestirme. Me percaté de que aquel no sería el último orgasmo de la tarde, pero yo tenía más cosas que hacer.

–Nos vemos mañana –le dije a Luis–. No olvides hacerme una copia de la llave.

Mientras salía del edificio, me pregunté qué tal sería hacer el amor con dos hombres, pensando que quizás Luis quisiera hacer lo mismo que yo había hecho por él. Pero me di cuenta de que lo único que deseaba, por el momento, era estar a solas con mi muchachito. Definitivamente, Luis era demasiado mayor para mí.