Volver a empezar

Tras un chasco amoros, Andrea seduce por diversión a su anciano vecino.

Andrea no era feliz. Ella pensaba que sí, que lo tenía todo. Cierto que tenía un puesto de trabajo importante para contar sólo con 28 años. Además gozaba de salud, así como de una intensa vida social con un buen elenco de amigas. Y belleza le sobraba. Tenía unas curvas de ensueño que le habían permitido cazar sin problemas a un gran partido. Su chico, Roberto, con el que llevaba varios años, era atractivo, cariñoso y atento. Andrea sólo renegaba de su familia, porque, desde que murieron sus padres, sus hermanos sólo se acordaban de ella cuando estaban en problemas, sobre todo económicos. Todo se torció cuando le cancelaron a última hora un viaje de trabajo. Se lo comunicaron el viernes por  teléfono en el mismo aeropuerto. Al regresar al piso que compartía con su novio, se lo encontró en medio de una pequeña orgía con Paloma y Marta, a las que consideraba grandes  amigas. Andrea, pese a cabrearse, fue capaz de sonsacarle lo suficiente como para saber que ni era la primera vez que ocurría, ni era una excepción que los cuernos se los pusiera con sus propias amigas. Lo echó a patadas y se quedó sola con su estupidez. Se sintió engañada porque su ignorancia le hacía pensar que era feliz. Pero la cruda realidad se había empeñado en devorar de un mordisco el mundo de fantasía en el que creía vivir. Lo peor fue darse cuenta de que no hallaba soluciones a su situación. Roto su proyecto de vida, que pasaba por casarse con Roberto y envejecer con él, no encontraba alternativa. Gastó la noche recordando las monsergas de las monjas de su cole, acerca de que la felicidad era ayudar al prójimo. Repasó charlas de café con algunos de sus compañeros de trabajo, empeñados en demostrar que la vida había que vivirla al minuto y dilapidaban su generoso sueldo en un hedonismo salvaje que producía urticaria en la chica. Ninguna de las opciones le atraía. La que ganaba más peso fue el suicidio. Si su vida no tenía sentido, tal vez sería mejor marcharse. De hecho, le costó encontrar razón alguna para no llevarlo a cabo, aparte del irracional y lógico apego a la vida. Al final se dio cuenta de que no había prisa por tomar esta vía, pero que era muy posible que fuera la más adecuada. Se daría un tiempo y después decidiría. El sábado lo perdió pegada a la tele, divagando sin rumbo, aunque por lo menos, por la noche pudo dormir. Despertó y se dio cuenta que el día anterior ni siquiera se había duchado y se encaminó al baño. El agua caliente le confortaba de algún modo pero, de repente, llamaron al timbre. Se colocó rápido el  albornoz y según se acercaba a la puerta, oyó la voz de su vecino. - Andrea, soy yo. Así, con el albornoz y el pelo mojado, abrió la puerta. Al otro lado estaba un abuelillo,  cuando menos sexagenario, bajito, algo encogido, con poco pelo cano y una sonrisa nerviosa. Pese a estar puerta con puerta, apenas tenían confianza y las pocas veces que habló con ellos fue para protestar porque estaban haciendo ruido. Por eso le extrañó mucho que la estuviera llamando. - ¿Qué pasó, Adolfo? - Preguntó Andrea sorprendida. - Me da mucho apuro decirte esto- repuso consternado el hombre-  Es que tengo un problema con el agua y si llamo en domingo al fontanero me quita la pensión de tres meses. - Desde luego, mejor llama mañana, sí, pero... - Andrea entendió de pronto- ¡Aaaah! ¿Quieres usar el baño? Claro, vaya, vaya, luego hablamos. - Esta próstata, ya se sabe... Adolfo fue al baño y Andrea se sorprendió con una extraña idea. Iba a divertirse con su vecino. Era un error suicidarse, sin duda. Estaba segura de que con un mínimo esfuerzo, le haría muy feliz a su vetusto vecino. Sonó la cisterna y el hombre apareció de nuevo en el salón agradeciendo a su vecina que le sacara del apuro. - Muchas gracias, vecina. Lo siento de verdad, pero es que... - Nada, nada, qué se le va a hacer. - La próstata, ya sabes - repitió-. La edad, que es muy mala. Me marcho. - ¿Tiene que ir muy a menudo? - Pues hija, la verdad que sí. Y es que encima no puedo usar nada, se ha quedado el retrete que todo lo que entra se sale. - ¿Ha pensado qué va a hacer entonces todo el día de hoy? - De momento, ya ha terminado el primer apuro, después, buscaré algún bar o algo. - Jajaja, -rió ella- ¿de veras va a pasarse el día en un bar? - Hija, no se, ¿qué voy a hacer si no? - Ande, pierda cuidado que le invito a comer. A ver si hay suerte y a partir de ahora ya no me habla sólo para reñirme por el ruido. - No, muchas gracias, no hace falta, no te preocupes. - No hay más que hablar. Usted se queda, aunque permítame ir a secarme el pelo, que me ha pillado a mitad de ducha. Sin esperar respuesta se fue al baño. Ahí, además del secador, la esperaba un chándal viejo, unas bragas cómodas y unos calcetines. Lo miró todo mientras se secaba el pelo, paladeando su idea pero sin atreverse a llevarla a cabo. Finalmente reunió valor, guardó todo en el armario y cambió de modelo. Se perfumó y se miró al espejo. El finísimo topo de tirantes blanco transparentaba claramente sus pezones. No contenta con esto, los pellizcó levemente para que se marcaran más claramente sobre la tela. Se dio la vuelta y comprobó como los pantalones, también blancos, no tapaban la parte inferior de su trasero ni la parte superior del tanga negro de hilo que había elegido. Cierto que estaban en primavera, pero el conjunto estaba a todas luces fuera de lugar. Así, medio en bolas, comería con su vecino. Adolfo se sorprendió al verla aparecer de esa guisa en el salón y, literalmente, se quedó con la boca abierta. Iba prácticamente en bolas. Inmediatamente y por una extraña razón masculina, el anciano preguntó: -¿Y tu marido? - ¿Roberto? Qué va, no era mi marido. Era mi novio. Pero parece que no tenía suficiente conmigo, de modo que ya no estamos juntos. -  Vaya, lo siento. - Muchas gracias. - Respondió sonriendo.- Será mejor así. Por cierto, ¿le apetece una cervecita o algo? - No, no... - Al ver la mirada de reprimenda amistosa de la chica, cambió de opinión. - Un vinito estaría bien, claro. Andrea fue despacio a la cocina para que Adolfo pudiera verla bien. El anciano observó el trasero semidesnudo de su vecina. Y las piernas, ¡qué piernas! no terminaban nunca. ¿Cómo era posible que las chicas de hoy día estuvieran así vestidas en presencia de otras personas? Y encima se le veía el tanga negro por encima. ¿A eso llamaban ropa interior? Andrea preparó algo de embutido y queso y abrió una botella de tinto. Colocó  la comida, la bebida y las copas en una bandeja y se dispuso a pellizcarse suavemente los pezones para que se marcaran bien. “No hace falta”, pensó. Efectivamente, saberse mirada por ese hombre la tenía tan excitada que difícilmente su pecho precisaba más estímulos.Salió de la cocina con una sonrisa enorme y volvió con su vecino, que continuaba sentado en el sofá frente a la mesita. Ella se situó al otro lado de la mesita y se agachó para colocar la bandeja. Al hacerlo, se abrió el escote de manera que Adolfo logró ver completamente los pechos de la joven. Andrea, consciente de lo que ocurría, aunque sin saber exactamente cuánto se veía, simuló tener mucho cuidado en que nada se cayera. Colocó un platito despacio y siguió con el otro. Después una copa y, despacito, la otra. Las sirvió lentamente también. De reojo comprobó que el viejo no separaba los ojos de sus tetas. - Adolfo, por favor,  no me mire así que me voy a ruborizar... - Chica, lo siento, - respondió el sin demasiada vergüenza-, pero es que al agacharte se te han visto las lolas. - ¿Cómo? - respondió fingiendo rubor. Después de una pausa, añadió resignada.- Pues hala, espero que lo haya disfrutado. Mire tanto como quiera. Total, no habrá mucho que ver, si no Roberto no hubiera necesitado a otra. Adolfo estaba sorprendido. Cierto que había decidido perder la vergüenza a su edad, pero la contestación de su vecina le sorprendió. ¿Pues no le había dicho que le mirara las tetas tanto como quisiera? - ¿Nada que ver? No se, no se.- Se bebió la copa de un sorbo y le dijo - En ese caso, ¿puedes ponerme otra copita? - Jajaja, ¿será golfo? Usted lo que quiere es mirarme las tetas. - Entonces, Andrea, será mejor que me la sirvas muy despacio para que las pueda ver bien. Andrea, divertida, le sonrío y le sirvió la copa, sólo que ahora, después de llenarla siguió agachada un buen rato observando al anciano mientras le miraba las tetas. Después se sentó. Inmediatamente Adolfo le dijo. - Vaya, qué lastima Andrea, ahora ya no estás agachada, ya no te veo las lolas... Venga, guapa, quítate la camiseta, que quiero seguir mirándolas. Andrea se sorprendió de la desvergüenza de Adolfo. Le miró. Lo decía en serio el cabrón. Estaba esperando a ver si se la quitaba. - ¿Me lo está diciendo en serio? ¿Me está diciendo que me quite la camiseta y me quede en tetas? - Claro. Y para que las pueda ver bien, si en vez de sentarte aquí a mi lado, te pones en el sofá de enfrente las podré ver mucho mejor. Andrea se calentó exageradamente. Una cosa era jugar un poco y enseñarle disimuladamente y otra era las exigencias de este cabrón salido. Entonces, ¿por qué se estaba poniendo tan cachonda sólo con pensar en obedecerle? Qué demonios, si le apetecía obedecer, ¿qué demonios podía perder? Se sacó la camiseta de pie frente al abuelo. Él las miraba fijamente. - Parece que le gustan, ¿no? O lo hace por pena. - Pregunto Andrea sonriendo. - No se, no se. Así sólo mirando no lo tengo claro, tal vez el problema es que no habrá mucho que tocar, ¿no? Si no, Roberto no habría ido con otra... - ¿Cómo? - Andrea rompió a reír- qué cara tiene, vecino. No se pase. Se sentó en el sofá tal y como le había ordenado el viejo. Empezaron a charlar entre vinos y con más vinos continuaron en la comida en la que, de nuevo, ella tomo asiento frente a su vecino. Andrea se enteró de que su el hombre enviudó hacía muchos años y supuso que eso había sido lo que le agrió el carácter. Adolfo, además de interesarse por la ruptura de su vecina, no paró de llenar su copa tratando de que, al emborracharla, tuviera aún menos pudor. La charla fue amena y tremendamente excitante. El viejo le miraba constantemente los pechos e, incomprensiblemente, Andrea era feliz dejando que la mirara. De hecho, cada vez que le miraba a los ojos, ella hacía algún gesto, algún movimiento que lograba que sus senos captaran de nuevo la atención del hombre. El anciano se moría por tocar a la chica, pero aún no la veía lo suficientemente borracha. Además, el hecho de que no se hubiera sentado a su lado, sino enfrente, facilitaba las vistas pero no los tocamientos. De momento habría que seguir llenando la copa y esperar. Cuando terminaron de comer, Andrea estaba algo más que mareada. Invitó a Adolfo a tomar el café en el sofá, pero ni el café logró espabilarla. Y peor aún cuando el anciano le preguntó si podía tomar un licorcillo de repostre y ella se vio obligada a acompañarle en los dos chupitos que tomó. El alcohol provocó en Andrea súbitamente  un enorme cansancio. Pese a toda la excitación, veía que se dormía. - Adolfo, lo siento, me duermo, no puedo más. - Duérmete aquí preciosa, no te preocupes. Además, soy un experto masajista de pies. A mi Violeta le encantaba. Andrea aceptó la invitación y se tumbó colocando los pies en el regazo de su vecino. Adolfo trató de emborracharla para que se desinhibiera, pero pese a que no había funcionado como su mente lo trazó, la situación actual no era nada mala y tenía acceso a un primer contacto. El anciano comenzó a acariciar los pies de la chica, que parecía relajarse rápidamente. “Que se duerma rápido, por favor”. Cuando pensó que estaba dormida, probó a subir un poco. Su vecina no reaccionaba. “Bien”, pensó,”ya está dormida. Me voy  a poner las botas”. Pero en realidad, ella no dormía. Al sentir que las manos de Adolfo abandonaban sus pies y sobaban sus pantorrillas, entendió que iba a aprovecharse de ella mientras dormía. Podía quejarse y quitarle de ahí, pero se dio cuenta de que, en realidad, no era eso lo que quería. Por eso, en vez de apartarlo, simuló haber cazado el sueño. Las pantorrillas eran suaves y firmes. Tocarlas mientras le miraba las tetas las hacía aún más deliciosas. Su Violeta siempre anduvo con varios kilos de más. Nada que ver con la atractivísima chica que tenía ahora consigo. Pasó la frontera de las rodillas y comenzó a tocarle los muslos. La excitación por dejarse tocar se comió el sueño que invadía a Andrea, que se sorprendió humedeciéndose mientras las ásperas manos del viejo continuaban con su conquista de piel. Subían y subían. Se cebó en los muslos un tiempo, pero cada vez se acercaban más a su ingle, pero ella seguía fingiendo. Pero no era la ingle, lo que interesaba al viejo. Tras magrear los muslos, decidió saltar alguna etapa. El anciano no aguantaba más. Demasiado tiempo mirando las tetas sin poder probarlas. Era obvio que estaba dormida, de modo que había que intentarlo. Con toda la suavidad que pudo, llevo su mano al nacimiento inferior del pecho de la mujer. Andrea no lo esperaba. Dio un pequeño respingo y supo que no podía fingir que dormía. Adolfo, sin embargo, no retiró la mano. Había apostado y tenía que mantener la apuesta. Ella abrió los ojos y vio la postura forzada del anciano, sentado en un extremo del sofá y tratando de alcanzar el premio en el otro lado. - ¿Qué hace Adolfo? - Preguntó. - Nada, niña, no te preocupes. Ya acabé con tus pies. Sigue durmiendo. --De modo que por eso me quería emborrachar, para poder tocarme las tetas, ¿verdad, pillín? - Claro, niña, era obvio desde el primer momento. Así que haz el favor de no molestar ahora. Adolfo se entristeció cuando su vecina se incorporó. Parecía que había acabado su suerte. Después de la charla Andrea se sentó, lo que parecía significar el fin de la ganga. - La verdad, Adolfo, es que lleva razón. A poco que hubiera pensado tenía que haberme dado cuenta de eso. Y diciendo esto, la chica volvió a tumbarse, pero esta vez no fueron sus pies, sino su cabeza, la que apoyó en las rodillas de su vecino. - Además, qué demonios, si me acaricia las tetas la mitad de bien que los muslos… lo estoy deseando. “Así que la muy puta no estaba dormida”, pensó el hombre. Ahí la tenía, tendida boca arriba sobre él, pidiéndole que le tocara las tetas. Situó ambas manos sobre ellas y comenzó a sobarlas. Eran grandes, redondas y suaves. Y los pezones estaban tan duros que parecía que le iban a rayar las manos. Acarició y  amasó la piel tersa y jugó con los  pezones tanto como quiso. Andrea, mareada, dormida y excitada, disfrutó el magreo. Una vez superado el respingo inicial, el sueño y el cansancio volvieron a ganar terreno. El hecho de que, poco a poco, su piel se fuera acostumbrando al contacto hizo el resto y, en algo más de media hora de masaje pectoral, terminó por quedarse dormida. Se despertó pesadamente sin saber muy bien dónde estaba ni qué ocurría, sólo sentía que estaba iniciando el sendero del clímax. En una décima de segundo cuadró toda la escena. Un dedo de su vecino trabajaba su sexo que  ella notaba empapado. Tenía otra mano jugando con su pezón. Su vecino había acercado el sofá y sentado frente a ella la sobaba a placer. Ni siquiera cuando la joven abrió los ojos, su vecino dejó de tocarla. Sus miradas se cruzaron un momento y luego comprobó que estaba desnuda. - Tranquila, Andrea, no pasa nada. “¿Nada?”, pensó Andrea, “El viejo verde me tiene en pelotas mientras me penetra con el dedo ¿y dice que no pasa nada? Pasa que no se por qué, pero estoy como una moto” Andrea capituló cerrando los ojos de nuevo y abriendo las piernas. Sentía frío en el pezón que estaba libre. Y humedad. Señal de que el viejo se lo había chupado, lo que la excitó aún más. Trató de imaginarse la escena del anciano tocando, chupando y penetrando su cuerpo joven y atractivo. La imagen, sumada al placer de la masturbación era demasiado. Lo disfrutaba con los ojos cerrados y sus piernas se abrieron más aún. Miró el reloj, debía haber estado dormida más de una hora. A saber qué había hecho con ella. - Me has desnudado mientras dormía, ¿no? - Preguntó Andrea. - Eso es. Te estuve acariciando las lolas un buen rato, no te creas. Son muy firmes, me gustan. Pero entonces tuve que ir al baño. Me dio por pensar qué pasaría si te despertabas. Tal vez se te hubiera pasado la borrachera y el calentón y me mandaras a mi casa. Pero no me iba a ir sin verte el coñito, ¿sabes? Te quité el pantalón y el tanga. Lo tienes sin un pelo. Me encanta. Me pareció  que tenías el coño como una babosa. Quise  comprobarlo y cuando lo hice, tú, ¿sabes cómo respondiste? En sueños, gemiste y sonreíste. Así que decidí introducir el dedo y tú sonreíste más. Y entonces se me antojó probar tus peras. Te las chupé. Las dos. Supongo que las tendrás irritada porque las chupé y mordisqueé media hora, mientras te metía el dedo.  Y tú gimiendo dormida, no se qué soñarías, la verdad. Como ejemplo, lamió su erectísimo pezón, lo besó y le propinó un suave mordisco. Andrea, sin querer, gimió de nuevo. Cerró los ojos y se dejó hacer. La lengua del viejo jugaba con sus tetas y los dedos con su sexo. Andrea se encontraba en el paraíso. Tanto que comenzó a correrse en la mano de su vecino. No dejó de gemir mientras lo hacía y el anciano no detuvo sus movimientos ni sus lametones. Andrea disfrutó el orgasmo y, cuando lentamente comenzaba a abandonarla, sintió un aliento en su boca, que precedía a los labios y la lengua de Adolfo, que campó a sus anchas por su boca. Poco después, el anciano quitó el dedo de su interior y con él mojó los labios de Andrea y después lo introdujo entre ellos. Ella chupó el dedo lo más sensualmente que pudo sintiendo que se excitaba de nuevo. Entonces el hombre, con el dedo en la boca de la chica y sonriendo mientras la miraba, le dijo: - Ya estoy mayor para follar en un sofá. - Le dijo sonriendo. - Además, me apetece follarte en tu cama. Era el último paso y Andrea sabía que, habiendo llegado hasta aquí, no tenía sentido negarse. Le había permitido verla completamente desnuda, tocar y chupar sus tetas, jugar con su sexo... Normal que ahora se la quisiera cepillar. - Venga, guapa, llévame a tu cama. Ella asintió y lo llevó e la mano al dormitorio. Le desabrochó la camisa y se la quitó, junto con la blanca y atemporal camiseta interior. Besó los arrugados pezones del viejo mientras le quitaba el cinturón. Después  le bajó los pantalones y los calzoncillos. Pese a su edad, su miembro parecía listo para la batalla. No era una gran visión precisamente, pero ella lo acarició y le dijo: - Tú, la viagra, sólo en fotos, ¿no? - Llevo dos horas magreándote, si con eso no se levanta, no funcionarían ni cinco pastillitas juntas. Sin dejar de mirarle, se tendió en la cama, flexionó las rodillas y abrió ligeramente las piernas. - Me gusta eso de que no tengáis ni un pelo ahí.  Tiene su gracia. Yo tampoco tengo muchos ya, aunque por otros motivos, jeje. - Dijo mientras se colocaba sobre ella. Ella sonriendo, agarró la polla del viejo y la guió hacia su interior. El hombre comenzó a bombear inmediatamente. O su vecino pensaba que se había ganado el polvo después de hacer que ella se corriera, o la pobre Violeta no habría tenido ni un orgasmo en su vida, porque no parecía que le importara mucho si ella disfrutaba con el coito o no. Para colmo, no pasaron ni cinco minutos en que el viejo vertiera su leche dentro de la jovencita para,  segundos después, tenderse, agotado, a su lado. Andrea se quedó callado, sin saber qué hacer ni decir. Estaba insatisfecha, pero conforme. Mirando al techo, sentía resbalar el semen del viejo hacia su ano. Aún seguía sorprendida por haberse corrido en la mano de su vecino. Su plan era dejar que el viejo se alegrara la vista, pero nunca que le metiera mano. Y menos que se la cepillara... Se había descontrolado todo. Y lo peor era que ese descontrol era parte de la gracia. Miró el reloj. Eran las seis de la tarde de un domingo que estaba pasando con su vecino sexagenario y sin, embargo, le encantaba estar donde estaba. No era capaz de entenderse a sí misma. Adolfo la vio muy ensimismada y se interesó. - Supongo que no será fácil cambiar de compañero de cama y pasar de un joven atractivo a un viejo como yo. - No es eso. Lo que no se es cómo hemos llegado hasta aquí. No tenía ninguna intención de que esto ocurriera. - Vaya, siento que estés así. - Se disculpó el anciano. - No, no lo siente. Y yo tampoco. Que no entienda que haya ocurrido, no quiere decir que me arrepienta de que haya ocurrido. - Andrea se colocó de lado y lo miró. - ¿Lo ha pasado bien con mis tetas? - El viejo asintió. - Pues eso es lo importante. Entonces no me arrepiento en absoluto. Ahora soy libre y si me apetece que mi vecino disfrute de mis tetas, pues adelante. Y encima me llevo de premio un buen orgasmo en el salón. - Jajaja. Me alegro de que lo pasaras bien tú también. Pero no me llames de usted, guapa, que acabo de sacar mi polla de tu cuerpo y me suena raro. - Como quieras, Adolfo. Por cierto, ¿qué suele hacer los domingos? Quiero decir, además de romper las tuberías. - Hombre, - Adolfo rió-, nada comparado con hacer el amor con una veinteañera de 90 cm. de pecho. Normalmente quedo con unos amigos en el bar de Juan, un par de calles más abajo a ver el partido de las 7. Si les cuento por lo que no he ido hoy no se lo creen. Siempre que vienen a casa me preguntan por mi vecinita de las tetas grandes, jajaja. - ¿En serio me lo dices? Vaya hatajo de viejos verdes. Anda, déjame darme una ducha y vamos al bar. Tal vez te apetezca ver su vara cuando aparezcas con tu vecinita de las tetas grandes del brazo. Me apetece que presumas de mí. - ¿De veras? -Adolfo abrió los ojos incrédulo.- Quiero decir, ¿quieres que vayamos a contarles lo nuestro? - ¿Te gustaría? - Por supuesto... Pero, para que sea más creíble, tendré que acariciarte delante de ellos. No me refiero a tocarte las tetas delante de todo el bar, pero no sé... - Desde luego, Adolfo, - contestó Andrea sonriendo- , lo que tú quieras. Sólo te pido que me digas cómo quieres que me vista para ir allí. Aunque te aviso que mi novio, ya te lo dije, era muy celoso y no me dejaba tener prendas muy llamativas. - Pero supongo que alguna falda un poco indecente sí que tendrás, ¿no? - Se interesó el hombre. - Creo que sí.  Vamos al armario. - -Respondió Andrea mientras le ayudaba a levantarse. - A ver, ¿qué quieres que me ponga? - Le dijo mientras rescataba la falda de las profundidades del armario. - Sí, sí, esa falda está muy bien. Y ¿podrías ir sin sujetador? - ¿Cómo?-Andrea se dio la vuelta y lo miró sorprendida. Después se lo pensó y respondió sonriendo. -  Te he dicho que me dijeras cómo vestirme, así que no te puedo negar nada. Claro que sí, iré sin sujetador, sin bragas o como te de la gana. -- Hombre, si no es mucho pedir. Después de mear, Adolfo cerró la tapa y se sentó en el retrete para ver cómo se duchaba Andrea. Ella dejó la puerta abierta y se duchó con cuidado para que no saliera mucha agua. Se enjabonó despacio, especialmente los pechos y cuando se estaba aclarando, su vecino le preguntó. - No vamos a volver a follar, ¿verdad? - Adolfo, Hoy me ha cogido desprevenida y ha pasado lo que ha pasado. Y ya que estás sin agua, lo mejor será que pases aquí la noche. Pero supongo que imaginas que  no tengo intención de casarme contigo. Salió de la ducha y, como el albornoz aún estaba húmedo de la mañana, empleó una toalla para secarse. Adolfo estaba un tanto desilusionado con lo que le decía, por lo que Andrea le puso una teta en la boca. - Echa de menos tu saliva. - Le dijo. El agarró el trozo de carne con las dos manos y lo lamió. Después ella le hizo levantarse y, lo situó frente al espejo detrás de ella - Procura no moverme mucho mientras me maquillo. - Le dijo mientras cogía las manos del hombre y las colocaba en sus tetas. El las acarició suavemente todo el tiempo que ella tardó en peinarse y maquillarse. Después se puso la camiseta más ceñida que tenía y le preguntó si se marcaban sus pechos lo suficiente. Adolfo, por supuesto, asintió y ella siguió vistiéndose con unas medias bastante altas, que casi alcanzaban la entrepierna, y una faldita de poco más de un palmo de longitud. Los tacones era lo único a lo que Roberto nunca puso objeción, por lo que pudo elegir un modelo de aguja de entre los muchos que tenía en el armario. - ¿De veras que podré acariciarte en la calle delante de todos? - Desde luego no tengo intención alguna de retirarte las manos... Ya estoy, vámonos. -Respondió Andrea sonriendo. - ¿Y qué les vamos a contar? - A ver, son tus amigos, tú sabrás qué quieres contarles y que además se lo crean. Andrea miró a Adolfo y no le vio muy convencido. Supuso que tendría que improvisar. Antes de salir se miró en el espejo, con esa microfalda,  los tacones y los pezones marcándose en la camiseta... tal vez algunos de los amigos de Adolfo sufrirían un infarto. Nada más salir del portal, Adolfo posó su mano en el trasero de la chica que, como prometió, no hizo ademán alguno de retirarla. - Tienes el culo firme, chico. - No se puede hablar tan a la ligera, Adolfo. Haz el favor de comprobarlo bien. No conocía el bar al que iban, pese a que estaba cerca de su casa. Tenía siete mesas, todas llenas, una tele de tamaño considerable y una barra también surtida de gente. No le costó diferenciar a los amigos de Adolfo, ya que en las mesas había adolescentes, jóvenes y hasta algo más maduros, pero sólo en una de ellas había ancianos. Y chicas, pocas muy pocas. Tanto que todo el bar se les quedó mirando cuando apareció la extraña pareja en la puerta. Andrea no tenía muy claro si lo que les llamaba la atención era su modelito, o el hecho evidente de que la mano del hombre permanecía en su trasero. Las caras de asombro fueron muchas, pero ninguna tan exagerada como la de los amigos de su vecino. Ninguno se atrevió a decir nada, de modo que un orgulloso y crecido Adolfo tuvo que romper el silencio: - Ya os he hablado alguna vez de Andrea, mi vecina. - Después procedió a las pertinentes presentaciones, a las que Andrea tampoco prestó demasiada atención, ya que, después de hoy, no volvería a ver a estos hombres. - ¿No me jodas que estáis juntos? - Preguntó uno de ellos, tal vez el mayor. - Sí, bueno... - Adolfo se atoró un poco. Se dio cuenta de que cualquier historia que contara podría autodestruirse a partir del día siguiente. Ella salió al rescate. - He roto hace poco con mi novio y Adolfo se ha portado muy bien conmigo y estoy muy agradecida. Me apoyó en los momentos malos y después, sin saber cómo, una cosa llevó a la otra y... El caso es que, ¡quién lo iba a decir!, ¿verdad? Se que no vamos a casarnos, no soy tonta, pero ahora está haciendo que pase mucho mejor estos momentos. Adolfo se dio cuenta de que la historia era perfecta. En dos días podía decir que ella ya estaba mejor y, volviendo a la realidad, habían decidido dejarlo. Le hicieron sitio a Andrea entre Adolfo y otro -el más gordo-. Ante la mirada atenta de todo el local, ella tomo asiento e inmediatamente después, una mano del anciano recorría su muslo. Los amigos lo miraban atónitos. La chica permitió sin pestañear que la acariciara así. - Entonces, Adolfo y tú... Ya sabes, ¿habéis...?- Preguntó uno de ellos. - Supongo - respondió ella simulando rubor- que sabrá que ese no es el tipo de preguntas que suelo contestar. - Chica, con ese modelito, parece que hasta la pregunta sobra... - Rió el curioso con una sonora carcajada. - ¿Ves, Adolfo? Ya te dije que tal vez  no era la ropa apropiada. - Andrea increpó suavemente a su vecino. Hizo una pausa y, ante la cara de Adolfo, continuó. - No, no, perdona, cielo, lo siento. Me vestiré como quieras, me encanta hacerlo, sólo que me preocupa que tus amigos se lleven una impresión equivocada... Efectivamente, todos miraron a Adolfo con admiración, que se acrecentó aún más cuando su mano, ya no sólo recorría el muslo de la chica, sino que se aventuraba debajo de la falda e incluso provocaba que ésta subiera sin pudor. El partido, por una vez, fue lo de menos. Ella se fue un par de veces al servicio para que el anciano pudiera recibir los agasajos de sus camaradas y no sólo le dejó manosearla tal y como prometió, sino que cada poco aprovechaba para plantarle un beso en la boca a su vecino, para que quedara claro que no podía estar sin él. Las dos horas que duró el partido sirvieron para que la joven disfrutara viendo cómo crecía el ego del anciano gracias a ella. Y, para qué negarlo, también le excitó hacerlo. Como también le excitó -no pudo dejar de darse cuenta- ver decenas de ojos del público masculino en ella. Le gustó vestirse así y captar la atención de los hombres. Pero todo acababa y poco después del pitido final, el anciano les contó a sus amigos que tenía que irse. - No me extraña, compadre, yo tampoco perdería tiempo aquí con esa hembra. - Pues no se crea - respondió Andrea- que no os imagináis lo que le prometí si nos quedábamos en casa... Pero él me dijo que el partido de los domingos con vosotros era sagrado. Y los dos abandonaron el local. Ella llevándose en el trasero  las miradas de todos los presentes, junto con la mano de su vecino. Cuando llevaban unos pasos, Adolfo le dijo: - Muchas gracias. De verdad. No sabes lo que me ha gustado pasar este rato... ¿has visto sus caras? - Sí, las vi. Todavía lo están asimilando. Me alegro. Yo creo que se lo han tragado, aunque si mucho no me equivoco, se han quedado comentando la jugada. Me iría a celebrarlo, pero después de las tapas no tengo nada de hambre. - Cierto, yo tampoco voy a cenar nada.- Coincidió el hombre. - Entonces vamos a casa, que visto lo de esta tarde, me parece que viendo como se dibujan mis pezones en la camiseta, está como loco por dar buena cuenta de ellos, ¿me equivoco? Nada más entrar en el ascensor de casa, Adolfo levantó la camiseta de Andrea y se lanzó con su boca y con su mano a las tetas de la chica. Durante el trayecto, ella acarició la cabeza del viejo y al llegar al tercero,  terminó de sacarse la camiseta. Salió al descansillo con las tetas al aire y rápidamente abrió la puerta y entró, con el anciano tras ella. Fue directamente a la habitación, se quitó la falda y se tumbó en la cama. Adolfo se desvistió rápidamente. - Esta vez, ponte mejor tú arriba, que ya no me quedan fuerzas. Ella obedeció, pero descubrió el coito anterior no sólo había pasado factura a las fuerzas del hombre, sino también a su virilidad, que no terminaba de despegar. Así, besó el miembro del anciano y le dijo: - Creo que esta preciosidad va a precisar ayuda esta vez. Y abriendo la boca, abrazó el rabo del hombre con sus húmedos labios y lamió la punta con su lengua. Adolfo gimió. Pocos minutos después, la erección era suficiente, pero Andrea continuó chupándosela un poco más, ya que los gemidos del viejo no paraban. Al fin, se separó y agarrando suavemente la polla del viejo, se la clavó en su sexo depilado y comenzó a cabalgarlo. El viejo apenas podía moverse, de modo que tuvo que ser la propia Andrea la que sujetara las manos de su vecino en sus tetas. El plan de Andrea salió bien y la felación practicada bastó para que el polvo no fuera muy largo. El hombre se corrió dentro de ella de nuevo. Apenas el terminó, ella se tumbó al lado de Adolfo. Quedaron ambos en silencio largo rato, hasta que el anciano lo rompió: - Ya se acabó todo, ¿no es así? - Espero que no haya estado mal. - En absoluto. Todo lo contrario. Sólo quería pedirte una cosa. Si esta noche me apetece acariciarte... ¿te importará si? A modo de respuesta, Andrea se colocó de lado, sintiendo escaparse el semen caliente de su cueva y llevó las manos del viejo a sus pechos.