Volver a empezar (2)
Sin haber digerido aún la experiencia con su vecino, Andrea no resiste a las obscenas invitaciones de unos obreros.
Andrea no pudo dormir en toda la noche. Por un lado, porque Adolfo había decidido que no podía desaprovechar el tiempo durmiendo con semejantes tetas a su alcance y no paró de sobarlas. Pero de todas maneras, la joven tenía mucho en qué pensar.
Trato de trascender todo lo que creía conocer sobre ella para encontrar la Andrea que no conocía. Le había excitado presentarse medio en bolas frente al viejo, más aún enseñarle las tetas y le encantó descubrirse desnuda frente a él. Sin olvidar lo que le gustó sentir en el bar las miradas de todos los tíos en su cuerpo.
De modo que, concluyó, tengo que tener claro que me gusta que miren.
Le costó un poco más entender que con lo que obtenía más placer era dejando que la usaran., obedeciendo y complaciendo. Se quitó la camiseta porque el viejo se lo dijo. Y no pudo decir que no, cuando el hombre le dijo que iban a follar.
Se puede vivir en la ignorancia, pero una vez descubierto esto, estaba claro que las cosas no podrían volver a ser igual. Además todo había aflorado en el momento oportuno, cuando quería dar un vuelco a su vida. De hecho, descubrió que eran precisamente las ganas de vivir nuevas experiencias era el único aliciente que tenía en su vida y que, en este momento, no tenía nada que perder si daba rienda suelta a la nueva Andrea.
Cuando vio que le faltaba media hora al despertado para sonar, decidió levantarse. El viejo, despierto, se dio cuenta y quiso tentar la suerte.
¿Puedo follarte por última vez?
Ella sonrió, sabiendo que no podía negárselo. Volvió a tenderse boca arriba, se destapó y abrió lsa piernas. Adolfo se colocó encima. Después de las horas de magreo nocturno, tenía la polla lista para el evento y la introdujo en la chica. Comenzaron a follar mientras se besaban y, aunque no fue tan rápido como la noche anterior, en menos de cuarto de hora Adolfo había vaciado la munición recién cargada en las entrañas de la chica. Siguieron besándose, sintiendo cómo el miembro iba perdiendo vigor.
Adolfo, lo siento, tengo que irme.
Sí, claro, lo siento.- Se lamentó el anciano.
Se duchó rápido y se vistió. Aunque los celos de su ex novio no le permitían tener ropa muy provocativa, tenía algún traje de chaqueta y falda que decidió ponerse. Se colocó unas medias hasta el muslo y unos zapatos de tacón.
Estás muy guapa, Andrea.
Muchas gracias. Por supuesto, puedes quedarte en casa en tanto no te arreglen el agua.
Fue a la oficina y nada más llegar, le contaron que tenía que ir a reunirse con uno de sus clientes. La reunión, larga y tediosa, mantuvo centrada la cabeza de la chica y la apartó de todo lo sucedido ese fin de semana. Al terminar se dispuso a ir a comer.
Vaya piernas, guapa. - Dijo una voz grave y fuerte.- No me importaría ponerme debajo de esos tacones, aunque sólo fuera para verlas hasta arriba del todo.
Andrea buscó al portador de aquella voz. Dándose media vuelta encontró a unos metros a tres obreros comiendo un bocadillo en el escalón de la puerta de un local, cuyo escaparate, cubierto de periódicos, indicaba claramente que estaba siendo reformado.
Una sonrisa socarrona delató al autor del piropo. Andrea no tuvo dudas, ya que el físico estaba en consonancia perfecta con esa voz. Era un hombre barrigón de aspecto jovial que parecía haber superado ya los cincuenta. Las cargadas bolsas que colgaban de sus ojos reforzaban su mirada zafia, en desagradable armonía con su barba de tres días.
Andrea volvió a sentir el aguijón lascivo que apareció el día anterior, cada vez que complacía a su vecino y supo qué quería hacer. Aunque, ciertamente, no sabía cómo hacerlo. Miró al hombre sonriendo y le dijo.
-Jamás me habían dicho un piropo semejante.
Ja, ja, ja, -rió el hombre-, porque nunca te habías encontrado con un hombre como yo, guapa.
Será eso, -rió con él.
También podría decirte que vayas comprando botones nuevos, porque con esas tetas, vas a reventar la blusa en menos de una hora.
Ambos rieron. Los dos compañeros del hombre observaban en silencio, sonriendo.
Entonces será mejor que los compré, ¿conoces alguna mercería por aquí?
No, como imaginarás, no soy de la zona. Estoy haciendo unas chapucillas por aquí. Pero vamos, casi mejor que no los compres y que te reviente la blusa y, de paso, también el sujetador, que el pobre tiene más trabajo que un quitanieves en el polo. Seguro que tus berzas no le caben en la boca ni al de los Rolling Stones.
Pues la verdad, - respondió Andrea riendo-, no tengo el gusto de conocerlo.
La charla era picante, sí, pero no lo suficiente para que pasara nada más. Andrea pensó rápidamente en cuál debería ser el siguiente paso.
¿Qué estáis haciendo en el local?
Estamos reformándolo. Antes era un videoclub, pero parece que ese negocio ya no tira. Van a poner una papelería. Mi compañero Nacho acaba de terminar con el baño y Pedro y yo nos encargamos del resto. Por cierto, me llamo César.
Andrea, -respondió la joven. Se agachó y les plantó un par de besos a cada uno. - ¿y como lo lleváis?
Ya hemos terminado de comer. - César volvió a envolver el bocadillo en el papel de aluminio haciendo poco creíble lo que decía.- Si quieres, puedes entrar a echar una ojeada.
¿De veras? Me encantaría.
Entraron al local y César echó la llave. Andrea fue consciente de que estaba encerrada en un local con tres obreros que andaban deseando cepillársela. La situación excitó a Andrea, aunque aún no sabía qué iba a pasar. Sin darle tiempo a pensar más, César introdujo un dedo entre los botones de la blusa y pegó un tirón, haciendo saltar uno de ellos.
¿Ves guapa? Te lo avisé. Con esos melones, la blusa no iba a aguatar mucho. Será mejor que te la quites para que no se te rompa más.
La expresión de César seguía siendo lasciva y socarrona, pero ahora tenía un ligero tinte amenazante que calentó más aún a Andrea. Sintió el excitante latigazo que actuaba en su libido cada vez que recibía una orden y, sabiendo que comenzaba el juego, obedeció sin rechistar. Bajó los ojos, se quitó la chaqueta y se desabrochó el resto de botones para terminar por sacarse la blusa.
Supongo que no tendré que decirte también que te quites el sujetador, ¿verdad?
Andrea obedeció de nuevo. Desnudó su pecho y se lo ofreció al hombre.
Siento que no puedas comprobar si le caben en la boca o no a Mick Jagger
César, sonriendo, se acercó a la atractiva joven y chupó uno de sus pezones. Andrea trató de no inmutarse al recibir el áspero contacto de la barba con su delicada piel Después, el hombre abrió la boca y trató de introducir en ella el seno de la chica.
En mi boca, desde luego, no caben enteras.
Riendo, César se colocó a la espalda de Andrea, desde donde agarró sus pechos para pellizcar los pezones. Después las agitó desde la base mientras se dirigía a sus amigos:
Compañeros, mirad si os caben a vosotros.
Sus amigos se quedaron quietos esperando la reacción de Andrea, que no fue otra que sonreír y acariciar las manazas que empujaban sus pechos haciéndolos botar.
Nacho era muy alto y delgado. Con una nariz aguileña apenas separaba sus pequeños ojos. Relamió su fina boca y comenzó a acercarse. Pedro, cincuentón como los otros, no era tan corpulento como César, aunque sí parecía más fornido. Se activó al comprobar que su compañero se acercaba y lo acompañó.
Con una sincronización perfecta, los dos hombres comenzaron a comer al unísono sus tetas. Tenía a uno pegado a cada uno de sus pezones, sintiendo cómo los lamían, chupaban y hasta mordisqueaban. Para colmo, notó cómo César, desterrado de su pecho, bajaba la cremallera de su falda, Oyó cómo la prenda caía al suelo y un segundo después era su tanga el que deslizaba por sus piernas hasta los tobillos. Instintivamente, Andrea levantó un pie y después el otro para que pudieran despojarla de su ropa.
Los hombres seguían comiéndole las tetas. Andrea les veía mirarse y reír mientras la devoraban. No dudaron en acariciarlas además de chuparlas y el masaje, la saliva y el saberse desnuda arrancaron los primeros gemidos de la chica.
Me la follaré yo primero, amigos. Sentenció César. Túmbate, Amanda.
Fue doloroso sentir que los dos hombres abandonaban su pecho, tanto que ni pudo corregir a César acerca de su nombre. "Tal vez sea mejor que no recuerde el verdadero", pensó.
Miró entonces el suelo. Había polvo, manchas de pintura, cascotes
¡Que te tumbes, coño, que no me aguanto más! gritó César.
Andrea ni se había enterado de que César estaba ya con el mono y los calzoncillos por los tobillos. Tenía el equipamiento preparado para el abordaje y Andrea no quiso hacerle esperar. Se tumbó en el suelo y abrió las piernas. César se tumbó sobre ella, que se agobió al sentir el enorme peso del hombre.
¿Qué pasa? ¿Nunca te ha follado un hombre de verdad? Pues ya es hora princesita. Por fin vas a disfrutar con un tío, no con las nenazas que hay ahora.
Se la metió de un empellón sin ningún tipo de miramiento y comenzó a bombearla.
¿Te han follado alguna vez así, guapa?
No, nunca.
¿Y te gusta, eh? Te gusta que te folle un hombre de verdad, ¿eh?
Ciertamente, nunca la habían follado así. Nunca con tan poco tacto. Casi podía sentir los huevos del hombre golpeando contra su trasero mientras era taladrada. Y lo que era peor. Le estaba encantando sentirse usada así.
Me gusta cómo me follas, César, nadie me había follado tan bien como tú en mi puta vida.
Así me gusta, Amanda, que lo reconozcas.
Tumbada en el suelo, Andrea veía la cabeza de César subir y bajar, con el esfuerzo y el placer reflejado en su rostro. Ella gemía, César bufaba como un animal al culminar cada embestida. La chica se vio superada al verse usada de este modo por esta especie de animal y comenzó a sentir su cuerpo en ebullición. Aumentó el volumen de sus gemidos y, a su vez, el hombre hizo lo propio, elevando también la frecuencia y potencia del bombeo. Con un grito, el albañil empezó a vaciarse en Andrea que estaba en la mitad de su viaje. Al terminar, se desplomó sobre ella, que apenas podía respirar con semejante peso encima.
Venga, César, coño, que nos toca.
Esa voz era la de Nacho, el alto y delgado, que aún no había sido empleada.
Llevas razón, -se lamentó César-, que también vosotros tenéis derecho a cabalgar esta yegua.
Dejó hueco, pero Nacho no lo ocupó.
Levanta, Andrea, prefiero que tú estés encima.
¡Coño, es verdad!, te llamas Andrea, me dio por Amanda. ¿Por qué no me dijiste nada?
Si te gusta más Amanda, pues me llamo Amanda, - dijo la chica mientras se levantaba.
Al incorporarse, sintió dolorida la espalda por el irregular suelo. Le excitó oírse pronunciar una frase propia de las putas y más aún cuando notó escaparse un hilillo de semen de su sexo. En cuanto Nacho se tumbó, ella se colocó encima, guiando la polla del hombre a su interior. Él a su vez, posó de inmediato las manos en las tetas de la chica, que respondió comenzando a cabalgarlo.
César comenzó a acariciar el culo de Andrea mientras copulaba. Ella se fijó en Pedro, que se había desnudado por completo y se tocaba el miembro mientras observaba la escena. Sus miradas se sostuvieron. Andrea quería excitarlo, quería que se tocara viendo como su amigo se la cepillaba mientras jugaba con sus tetas y su otro compañero también la sobaba.
Pedro se acercó para ver mejor la escena y Andrea pensó que, si no tenía cuidado el pobre se correría demasiado pronto. La chica no imaginaba que era ese precisamente el objetivo del hombre, cuya fantasía mayor no era exactamente follársela. Así, mientras cabalgaba a Nacho, que no decía palabra y se limitaba a agarrar a masajear sus tetas, Andrea oyó gemir a Pedro. Segundos después su polla empezó a escupir directamente a la cara y el cuello de la joven. Ella, pese a la sorpresa, recibió los chorros impasibles, sin dejar de mirar al hombre que los producía. Cuando la fuente se detuvo, abrió instintivamente la boca y cerró los ojos. Pedro le acercó el falo y ella comenzó a lamer el glande del hombre.
La escena fue demasiado para Nacho que, apenas pudo evitar la corrida al ver a su amigo descargar en el rostro de la espectacular chica. No pudo evitarlo en cuanto los labios alcanzaron la polla de Pedro y con un par de gemidos regó las entrañas de la joven.
Vaya, vaya, Pedro.- Dijo César.-.Pues no decías siempre que tu sueño era echarle el lefote en la cara a una guarrilla. Yo pensaba que sin pagar no lo ibas a conseguir y ahí la tienes. No contenta con haber puesto el morro para tu leche, ahora te la está comiendo.
Andrea no dejaba de sorprenderse a sí misma. El vocabulario que empleaba el hombre, lejos de hacer que se fuera de allí, la excitaba aún más. Siguió limpiando el rabo de Pedro hasta que éste, satisfecho, se retiró de ella.
Y tú, -dijo César refiriéndose a Nacho,- ahora no tienes prisa, ¿eh, cabroncete? Venga, libera a la chica que quiero que me ponga la polla a tono otra vez.
Nacho se rió y, con un leve empujón, indicó a la joven que se levantara. En cuanto se incorporó, César le dijo.
- Vete a limpiar al baño, que no pone que me la chupes con la lefa de otro tío en la cara. Cuando vuelvas, te arrodillas y me la chupas un rato, que con mi edad y después de una corrida, le cuesta un poco volver a entonarse.
Andrea, sintiéndose un juguete, obedeció. Se lavó en el baño y volvió para arrodillarse frente a César. Pedro se tumbó junto a ella y se dedicó a acariciarle el trasero y las piernas en cuanto ella comenzó a mamársela al gordo. Nacho, que aún no se había levantado, se acercó un poco y volvió a tocar los pezones de Andrea.
Había un silencio absoluto, mientras cada uno se dedicaba a su labor. Andrea estaba siendo sobada por dos hombres mientras le comía la polla a un tercero y su coño rebosaba de semen. Esto superaba, con creces, lo que había sentido con su vecino .
Cuando la polla de César alcanzó su plenitud, éste la sacó de la boca y, de un manotazo, apartó bruscamente las manos de Nacho de sus tetas para ocupar su lugar. Colocó la polla entre ellas y apretándolas con fuerza, comenzó a usar los pechos para masturbarse. El masaje duro unos minutos y acabó con un chorro, no tan potente como el de Pedro, que se impregnó en su pecho y su barbilla. "La cuarta corrida", pensó Andrea.
Después de eyacular, César siguió agarrado a sus pechos hasta que el sonido del móvil emergió del bolso de Andrea. Como despertándose de un sueño, la chica fue a cogerlo. Era el número de su jefe.
¿La reunión? Bien, bien. Terminó hace unos minutos Sí, sí, hablamos de eso, sí Que no, no te preocupes que quedó claro Sí Sí Será mejor, sí . De acuerdo Como digas . Muchas gracias . Un beso.
Colgó. Su jefe le dijo que podía tomarse la tarde libre, que entre que llegara a la oficina, casi era la hora de salir. Pero Andrea pensó que la situación allí se estaba desmadrando un poco. Había sido increíble, pero alargarlo podía ser más peligroso que placentero. Así que mintió sobre la conversación.
Era mi jefe, chicos. Quiere que vaya inmediatamente para allá a contarle cómo ha ido la reunión.
Vaya, es una lástima, -contestó César-, ahora que empezábamos a conocernos.
La chica se dirigió al baño y se lavó lo mejor que pudo. Aclaró su cara, su pecho, su barbilla y enjuagó su boca. Le pareció poco pudoroso limpiar el semen de sus muslos, por lo que no se molestó en hacerlo. Cuando volvió, encontró a los tres hombres vestidos con sus monos. César le tendió la ropa. Ella la cogió y comenzó a vestirse.
Creo que en un par de semanas habremos terminado, así que si tienes pronto otra reunión por aquí ya sabes, estás invitada a ver cómo van las obras.- Le dijo guiñando un ojo.
Andrea estuvo a punto de decir que su jefe se podía ir al demonio y que se la follaran otra vez, pero logró contenerse.
Desde luego, además aún tengo que descubrir si Pedro folla la mitad de bien que tú.
César, respondió tomándola súbitamente del brazo, La acercó a él y comenzó a besarla. De nuevo la barba irritó la suave piel de la chica que se dio cuenta de que, pese a que todos se habían corrido en ella, ése era el primer beso que le daban. Le invadió el olor a cerveza y chorizo que emanaba del albañil. Sin embargo, abrió la boca y dejó que la lengua de César jugara con ella, acompañándola con la suya. No hizo nada por finalizar el beso, dejando que durara tanto como él quisiera. Las manos del hombre agarraron el culo de la chica mientras se besaban y ella, a cambio le abrazó todo el tiempo.
Al fin, César se separó y cogiendo las llaves, abrió la puerta. Una bocanada de aire sacudió a Andrea, que apenas recordaba dónde había dejado el coche. Echó a andar sin rumbo, con miedo a que, si se detenía a pensar por dónde ir, acabara volviendo al local. Finalmente la memoria la llevó hasta su vehículo y se encaminó a casa.