Volver a Chambear - Carlos el Bi.cioso
Este es un nuevo relato para todorelatos.com, si lo ves en otra página debes saber que ha sido robado y quien dice ser su autor no lo es. Todo lo aquí contado es ficción. Pese al título NO guarda relación alguna con la serie de título A Chambear, la cual está cerrada y cancelada.
Carlos había estado todo el fin de semana dándole vueltas a la idea que le había dado su novia. Según ella tenía una “pancita adorable y mullida, como un cojín”. Y vale que tras estas palabras le comió la polla, apoyándose en la susodicha pancita como si fuera un cojín mullido y cubierto de vellos negros rizados, pero eso no significaba que a él le gustara que le llamaran “gordo” de forma tan descarada.
Así que, tras despertar como cada lunes, y sin nada mejor que hacer, pues estaba en su día libre, se estiró, para desperezarse. Era temprano, pero a él no le gustaba pasar más tiempo en la cama del absolutamente necesario. A su derecha estaba Laura, su novia, una chica de pelo moreno, algo entradita en carnes con unas tetazas enormes y firmes y un culazo delicioso.
Carlos tenía ganas de mear, pero también lucía una poderosa erección mañanera, y no quería que un poco de ganas de ir a hacer pis le aguaran la diversión. Se colocó tras su chica, que dormía como un tronco, y le metió su leño duro y grueso entre las cachas del culo. Ella soltó unos murmullos, pero poco más. Le metió el capullo de un empellón, a lo que hubo un quejido, pero seguía sin despertar.
Con toda la confianza que le daba ser pareja fue introduciendo poco a poco sus diecisiete centímetros de virilidad por la entrada trasera de su chica. Entró hasta que sus cojones dieron con el culo de ella. Empezó su habitual danza de los lunes, ese delicioso waltz sodomita de sacar, meter un poco, sacar, meter a fondo.
Como cada lunes Laura despertó al compás de su novio dándole por culo, con lo que fue un despertar entre respiraciones agitadas y gemidos de placer. Carlos la puso boca abajo, aceleró las embestidas y, mientras le lamía y besaba la nuca, comenzó a llenar a su chica con su merengue de macho. Su vejiga tampoco aguantaba mucho más, con lo que también llenó el intestino de Laura con una abundante cantidad de caliente orina. Fue salir la verga de la cavidad trasera y levantarse ella a toda velocidad para llegar al baño antes de cagarse en la cama. Al salir del baño se encontró a su novio, que se estaba vistiendo con un short muy cortito que dejaba al descubierto gran parte de sus musculosos muslos y tan ajustado que le marcaba el bulto, una camiseta deportiva de tirantes, para sus brazos musculosos, y unas zapatillas Nike de running. Todo en color verde bosque.
-Cariño, eres un verdadero cerdo. Todas las semanas lo mismo...
-No te quejes, que en el fondo sabes que...
-”Un colon limpio es un colón feliz”. Te repites demasiado.
Cortó ella y ambos rieron. Laura se acercó a Carlos, abrazándolo. Se besaron apasionadamente, entrelanzando sus lenguas y pasando de una boca a otra su húmedo y apasionado combate. Le cipote de Carlos volvió a ponerse duro, con lo que elevó la ya de por si corta pernera del short, haciendo que su polla, libre de cualquier ropa interior, saliera como un resorte, y la enfiló hacia la vagina de ella, que recibió la cabeza de su hombre abriendo las piernas y soltando un suspiro.
-Para... tengo que... que ir a trabajar.
Protestó ella. Carlos hizo presión, sintiendo como su verga iba abriéndose camino. Le besó el cuello y susurró a su oído.
-Y yo tengo que preñarte, querida mía.
Él la empujó, haciendo que cayera a la cama. Se tiró encima, le besó el cuello, bajó acariciando con su lengua los turgentes senos de su pareja, la cual gemía. Un teléfono móvil comenzó a sonar, era el de Laura, quien apartó a su hombre, el cual protestó. Ignorando sus quejas respondió al aparato.
-¿Dígame? Si… no, no habrá problema. Perfecto, allí a las dos y media.
-¿Quien era, cariño?
Preguntó Carlos, intrigado.Laura sonrió, una sonrisa enigmática.
-Era mi hermano, Ricardo, dice que si nos vemos para comer. Y tú te vienes, que lleva desde hace un mes queriendo presentarnos a su novio.
-¡¡Ese maricón de tu hermano ya se ha pillado otra vez!!
Exclamó, aunque no en tono de ofensa, sino queriendo parecer burlón. Laura le dió un golpe en el hombro, abrió un armario cercano y sacó un vestido azul marino. Cuando le dijo a su novio que le subiera la cremallera de la espalda este se le arrimó tanto que casi le restriega la polla por el trasero, pero ella fue más hábil y lo evitó.
-¡¡Cariño!! ¿A caso quieres volver a marcar mi ropa con un pegote de lefa reseca?
-Bueno, bueno… en ese caso tocará partida cinco a uno y al gimnasio…
Dijo, tratando de hacer que ella sintiera alguna pena. No logró lo que buscaba. Laura se terminó de arreglar, se perfumó y salió al vestíbulo, donde se calzó unos zapatos con tacones bastante pronunciados. No es que fuera de baja estatura, pero era algo que le acomplejaba desde la adolescencia. Se dieron un beso tierno, bastante casto, y con la verga de Carlos dentro de su short.
Al rato de haberse ido su chica Carlos fue a la cocina, se preparó un batido de proteínas como único desayuno, al que añadió dos cucharadas de fibra vegetal y una pastilla de vitamina C. Calentó un poco en la entrada y salió, dispuesto a ir al gimnasio en el que era monitor dando un agradable paseo a través del parque cercano.
Era su día libre, pero ya que no podría tener sexo con su novia tenía claro que proseguiría su dura batalla por erradicar cualquier posible “barriguita” de su anatomía.
Iba escuchando música. Woodkid. Sus pasos retumbaban en el suelo al ritmo de sus tambores. Sus músculos se estiran y contraen de forma hipnótica. Su pene bamboleaba de un lado a otro, descarado bajo unas ropas no diseñadas para ocultar demasiado.
Al pasar por la plaza del Ángel Caído, junto a una fuente alegoría a Lucifer, de cuya boca brotaba el agua, se encontró a un amigo suyo de muchos años. Ignacio Salazar, un rudo hombre negro, aún más adicto al ejercicio que él mismo y que vestía una ropa que dejaba aún menos cuerpo a la imaginación, pues iba solo con un tanga y chanclas.
Le fue a dar la mano, gesto que fue aceptado y ampliado por un fuerte abrazo por parte de Ignacio, quien no perdió ocasión de meter ambas manos bajo el short, estrujando sus duras nalgas. Le dió dos besos en las mejillas, un saludo bastante casto, y le puso el dedo índice contra el esfínter anal, algo menos casto. Mientras este hacía presión, logrando introducirse poco a poco en el interior de Carlos, recibió una pregunta.
-¡¡Nachete, cabrón!! ¿Como va tu vida?
-Bueno, no me quejo, creo que al final el señor Vidal accede a rodar conmigo.
-¡¡Mmmm!! ¡¡Eso es estupendo!!
Ignacio estaba acelerando el ritmo con el que masturbaba el culo de su amigo, y ya llevaba dos dedos introducidos. Siguieron charlando amenamente, y entre jadeos, de sus cosas, cuando un hombre de unos cincuenta años, vestido con un desgastado chandal deportivo de la selección de fútbol de su país, barbudo, con gafas de sol y una enorme barriga cervecera se sacó la pija con todo el descaro del mundo y se puso a masturbarse. Ignacio pegó sus labios contra la oreja de Carlos y, al tiempo que comenzaba con el tercer dedo, le susurró.
-Si quieres sacarte algo de dinero fácil sígueme el juego.
Agitó la cabeza, afirmativamente. Se dieron un beso con lengua, guiado por el hombre del tanga, que le agarró de la nuca y puso su boca contra el desproporcionado bulto de su entrepierna. Carlos jadeaba, excitado. Su lengua, con voluntad propia, se le escapó de la boca y comenzó a probar un sabor que le era tan familiar por todas esas noches compartidas. Lamía sobre la tela, escuchando los jadeos de alguien a quien no veía, que parecía estarse dando placer a sí mismo viendo los acontecimientos.
Ignacio se sacó la polla, veintidós centímetros de carne negra y viril que entraron de una sola en la boca de Carlos. Se puso a meterle un cuarto dedo en el culo. Miró al hombre que se masturbaba y le gritó, sin pararse a pensar en nada.
-¡¡Hey, tú!! ¡¿Que cojones haces?!
A tientas cogió un frasco que tenía escondido dentro de la fuente, lo destapó y se puso una pequeña píldora en el capullo, antes de volverlo a meter en la boca de su amigo. Este notó el dulce sabor de lo que fuera lo que le estaba dando, y se sonrió. Iban a jugar como antaño.
-¡¡A ver, gordito, que que coño haces!!
Le exclamó de nuevo, al ver que se había quedado paralizado. Estuvo tentado de subirse los pantalones y salir corriendo, tal como decía su gesto de incomodidad. Ignacio tenía otros planes.
-Este es mi amigo, Fabián. Es heterosexual, y me debe pasta. Mucha.
-En… ¿En serio?
Tartamudeó el hombre gordo, pero el gesto inequívoco de su recuperación de confianza era que volvía a tocarse la polla. Ignacio sonrió, había picado, solo era tirar de la caña con suavidad.
-Si… un tema de drogas.
El hombre gordo le había visto darle una pastilla a través de la mamada, aunque ignoraba que era sacarina. Así que Carlos sabía tenía que simular los mareos típicos, por lo que se dejó caer, en movimientos torpes, notando el capullazo de su amigo entrar hasta la epiglotis y sus cojonazos peludos contra su barbilla.
-¿Vés? ¡¡Pobre hombre!!
-Si… pobre hombre… ¿cuanto te debe?
Dijo el gordo, con una sonrisa maliciosa de oreja a oreja. La pesca iba bien, de momento. Ignacio se lamió los labios y pensó con rapidez una cifra.
-Doscientos, aunque sabe se pondrá más caro si se lo piensa demasiado.
-Eso no es mucho… ¡¡te lo pago por su culo!!
Exclamó el gordo, acercándose sin ningún reparo a Carlos. Ignacio le hizo un gesto afirmativo, a lo que el gordo se quitó sus pantalones, retiró los shorts de Carlos lo justo para verle el culo, ya sin los dedos de Ignacio y muy dilatado, y metió su gorda verga dentro.
Se lo folló de forma sucia, con azotes, desprecio y maldad. Su amigo le dio de comer con cariño pero algo de mala leche. Y ambos, tras no más de diez minutos el negro y solo en cinco el gordo barbudo, le dieron a Carlos leche por dos vías.
El gordo se levantó, se puso los pantalones y estuvo a punto de irse. Ignacio lo miró con cara de mala hostia, un gesto intimidador por naturaleza, y le ladró.
-¡¿Y mi puta pasta?!
El gordo, tembloroso, sacó la billetera, rebuscó en el interior y palideció. Ignacio pensó que no llevaría pasta, pero este le tendió un billete de quinientos, bastante arrugado, como si hubiera estado en su poder más de lo necesario. Se lo arrebató de las manos y le dijo, sin ningún reparo.
-Bueno, en ese caso te cobraré lo que tienes.
-¿Y las vueltas?
-Cuando volvamos a coincidir los tres te damos dos de regalo. Ahora… ¡¡largo!!
Le dijo, convencido que ese encuentro a tres no volvería a producirse. El gordo se marchó corriendo, asustado, y Carlos se incorpora, sonriente. Ignacio le dió los quinientos, al tiempo que le decía, sonriente.
-Debimos haberlos apostado.
-En ese caso…
Ignacio se marchó sin dejar que Carlos terminara la frase, le dió un beso en los morros y se despidió. Este se quedó en medio de la plaza con cara de pánfilo, viendo como los gluteos de su amigo se movían de un lado a otro con su grácil contoneo de cadera. Carlos murmuró algo, apenas audible.
-¡¡Menudo cabrón!! ¡¡Ojalá no me hubiera obligado Laura a elegir!!