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a amar... a sentir... a vivir.

Media noche, un cielo despejado lleno de estrellas de intenso brillo que resulta lastimoso a los ojos de personas acostumbradas a vivir del lado de las sombras, de la oscuridad de las apariencias y los malos recuerdos. La luna llena iluminando de manera igual de intensa pero diferente, con luz roja, de un rojo que por momentos resulta naranja, como todo a su alrededor no demuestra lo que realmente es. Un poco más abajo, al nivel del suelo y los mortales, el nivel de las dudas y los miedos, nada o todo, según se quiera ver, resulta mejor. El ambiente se percibe sumamente denso, contaminado, con cierto olor a putrefacción, resulta difícil el respirar sin sentir que el dolor que viaja por el aire recorre todo el cuerpo llenándolo, o mejor dicho, vaciándolo, sacando cada célula sana que aún se encuentra escondida en un rincón del hígado, pulmones o corazón, tratando de escapar a su fatal destino, intentando no morir como todas sus compañeras. Y ese mismo cuerpo que es invadido por el aire dueño de maldiciones, gritos y lágrimas se siente más y más pesado con cada paso, con cada segundo que transcurre pierde una razón para seguir caminando y los pies se clavan en la tierra, se niegan a continuar y el cerebro en un intento desesperado por vivir se hace creer a si mismo que el fin no ha llegado, y vive, y ríe, y juega, viaja y sueña, pero sobre todo sueña, en un mundo que se aleje de la realidad lo más posible.

Pero más densa y contaminada que el ambiente y el aire está la cabeza del chico iluminado por los rayos de la luna. Los pensamientos más extraños, amargos y desesperanzadores atiborran su mente, hacen imposible que el más pequeño destello de alegría pueda habitarla. Y en medio del desolado lugar, hogar únicamente de algunas tumbas, las estrellas parecen mirarlo como si estuviera en un escenario, presentando un espectáculo que resulta cómico de tanto drama, dirigen toda su luminosidad hacia él, pero ni el rayo más lleno de energía es suficiente para atravesar la oscuridad de su aura, que se expande por todo el sitio marchitando a toda flor que se atreva a seguir con vida. Con la fuerza que da la rabia contenida por un largo tiempo el joven golpea el piso una y otra vez con una pala que tiene la apariencia de una cámara que ha grabado todos los momentos de su vida y se desquebraja poco a poco conforme sigue golpeando.

Después de varios golpes ha conseguido hacer un hoyo, que lentamente gana profundidad pareciéndose más al vacío que llena a su creador. Y con cada grano de tierra que es arrancado por la pala con apariencia de cámara una de las lápidas que se encuentran a su alrededor cobra vida y vuela cerca de él, aplaudiendo, señalando, juzgando, criticando y burlándose de su desdicha. Y con cada centímetro más de profundidad las lápidas toman una mayor apariencia de espejo, espejos donde su rostro se distorsiona al reflejo, confundiéndolo, apuñalándolo con risas, gritos, reclamos y sobre todo con silencios, silencios que dicen tantas cosas y hacen explotar sus oídos, que aún dañados escuchan mil voces que incrementan su dolor y locura.

A pesar de los obstáculos e imágenes ilógicas producto de su retorcida y dañada mente, el muchacho ha conseguido fabricar un agujero lo suficientemente grande para poder guardar en él sus traumas, penas, miedos, dudas y alegrías. De uno de sus bolsillos saca una caja tan vieja, negra y deteriorada como su alma. Cientos, miles, o tal vez millones de candados rodean al recipiente de madera y con torpeza uno a uno es abierto tras ser golpeado por una de las lágrimas del chico, lágrimas que brotan como ríos de sus ojos, de su boca, de cada poro a lo largo de su piel, lágrimas que encierran dentro de ellas imágenes de colores pasteles y fosforescentes que al tocar el ojo de uno de los candados se rompen en pequeños trozos negros que inundan aquella improvisada tumba sumergiendo al deprimido jovencito en un mundo aún más denso y oscuro. La caja finalmente ha sido abierta y de ella escapan manadas de recuerdos, sueños y anhelos que desaparecen justo después de enterrarse y dejar a su paso una cruz. En pocos segundos todas las lágrimas que inundaban el lugar se han ido y la tumba ahora es un interminable sembradío que en lugar de frutas o verduras está lleno de cruces, cruces blancas con pequeñas manchas rojas resultado del desangramiento que sufrió su corazón con cada memoria que se introducía en la tierra para ya no regresar.

En la caja sólo queda un papel que tiene escrito en él palabras como "amar", "confiar", "vivir", "recibir", "sufrir", "sentir", "soñar", "reír", "llorar", "dar". Con un rostro pálido y ojeroso que delata que su cuerpo ha perdido hasta la última gota de sangre convirtiéndolo en un espectro que ahora no camina, sólo se mueve, mira aquella hoja mal cortada y la toma con una de sus manos llena de arrugas, desea enterrar lo último que le queda él mismo, quiere asegurarse que no quede ni rastro de vida en esa caja que ahora se hace polvo entre sus dedos, se desmorona de la misma manera que su dueño.

Justo antes de que pueda enterrar la última de las pertenencias que guardaba en aquella caja que ahora es nada más que polvo, una mano sale de la tierra y toma la suya, acariciándola, apretándola, devolviéndole las fuerzas y el color. La mano crece y continúa recorriendo todo el cuerpo del chico, de manera suave y delicada, con dulzura y ternura, palabras que resultan casi desconocidas para este, palabras que a pesar de ser tan placenteras, le hacen por momentos sentirse extraño, incómodo, como si fuera otra persona. Cada caricia nueva sobre sus brazos, piernas, manos, cara o glúteos, hace desaparecer una de las cruces que llenan esta pradera de la melancolía, dándole de regreso su sangre, sus ganas, su vida. Poco a poco las cruces, el denso ambiente, las lápidas voladoras, los sentimientos de amargura y rabia y todo lo demás son dejados atrás, son guardados en la misma caja de madera que ahora luce como nueva, con un destello dorado y finos acabados.

De pronto todo ha desaparecido, es diferente, ya no es de noche, las estrellas y la luna han sido cambiadas por un enorme sol que llena todo de luz y calor. El muchacho está desnudo, acostado en medio de una enorme cama de sábanas blancas, la mano que salió de aquella ahora olvidada tumba continua recorriendo todo su cuerpo, pero  en esta ocasión provocando placer, emoción, alegría. Con cada palabra y sonido de satisfacción que salen de la boca del joven la mano se llena más de amor y uno a uno sus dedos de transforman en piernas y brazos que terminan por dar forma al cuerpo de un hombre, y juntos los dos se elevan hasta una nueva cama, una cama de nubes que es como otra caricia más sobre la piel. El ambiente es de lo más ligero, el aire es fresco y lleno de vitalidad, al contacto con los cuerpos, los llena de energía, les da mejor color y apariencia, los lleva a un viaje por mundos hermosos donde nada puede ser extraño y donde todo es posible, mundos donde para crear cosas bellas basta con creer y querer. Y juntos sus cuerpos se hacen uno en todos los sentidos posibles e imaginables, juntos hacen que nazcan flores sobre terrenos cubiertos de nieve o arena.

Medio día, los rayos del sol entran por la ventana. El chico que horas antes cavaba una tumba ahora está a punto de despertar en medio de un cuarto lleno de rosas, una recámara con muros pintados de blanco y azul, llena de muebles que hablan y bailan contagiados por la felicidad que perciben. Una de sus manos busca a su lado al hombre que lo acompañó en ese mágico viaje sin obtener buenos resultados, nadie está acostado junto a él, el otro lado de la cama está vacío. Miles de dudas vuelven a llenar su cabeza y por un momento la densidad y oscuridad parecen volver a apoderarse de la situación, amenaza que afortunadamente se queda solamente en eso y no llega a cumplirse. Una sonrisa ilumina el sitio más que los rayos del sol, el muchacho no puede sentirse vacío una vez más a pesar de no estar acompañado porque no está sólo, está con él y con la alegría de haber experimentado, aunque fuera por unos instantes el placer de dar y recibir amor.

Esa sonrisa se hace más grande, casi desbordándose de su rostro, por la puerta está entrando nuevamente el hombre que nació de una mano, que salió de en medio de la pesadilla creada por sus penas, cargando con sus manos trae una charola con jugo de naranja, leche, pan y huevos, al parecer el motivo por el que abandonó la cama fue para hacer el desayuno para ambos. Se sienta al lado de su compañero, pone la charola sobre el buró que se encuentra junto a la cama, le da un beso en la mejilla, le dice te amo y escucha lo mismo por respuesta, se besan nuevamente pero está vez en la boca y se olvidan del desayuno, ese servirá para recobrar fuerzas después de viajar nuevamente por esos mundos llenos de magia.