Volutas de Humo...

Tan ligero como el etéreo sueño y tan pesado como la conciencia...

Volutas de Humo

Y así era.

El devenir de lo intangible y el lamento del ausente se presentaban irreales ante mis propios sentidos, deslizándose suavemente entre hilillos serpenteantes y etéreos que se disolvían en el helado viento tan pronto eran exhalados, vaporosos e ingenuos intentos de fútiles esperanzas. Así lo venía haciendo desde hacía ya mucho tiempo, tanto que solo de querer recordarlo olvido el mismo intento y me revuelvo la cabeza en sonoras memorias que rebotan en el lecho seco de mi conciencia.

Dentro, todo ardía e inclemente susurraba vacuas promesas. Fuera, la calma enloquecía y maldecía la premura de la inmortalidad que busca erguirse por sobre nuestras pisadas, la esencia misma de nuestra intrascendencia. Cual papel insignificante degradándose a la falaz escritura del durmiente, cual pertinaz osadía de ominosas consecuencias perennes, en el severo lecho languidecía y sin oponer resistencia, era devorado por lenguas ardientes y ávidas de deseo, consumiendo con incólume vorágine la masa amorfa que displicente se contentaba con los obstinados momentos de serenidad, de subordinación manifiesta de la misma existencia en pos de una tenaz búsqueda implacable de los umbrales insospechados de la profundidad.

Volutas de humo se elevaban de un excelso cúmulo de idiosincrasias contradictorias, volutas de humo se desprendían calcinadas e intentaban volar tan alto que pesadas se desplomaban y caían sobre los alrededores en lenta parsimonia del aire helado y húmedo, a veces en montoncitos ligeros y veloces y a veces a manera de nieve caliente y oscura.

Con tan intensos embates, la corrupción fluía suavemente y hería los sentidos de los desafortunados insensibles que apostaban sus humanidades en las cercanías, ignorantes y negados a su finalidad, que se presentaba tan penetrantemente ante ellos que preferían callar antes que despertar a su relajado juicio. Hay que echarle más leña al fuego.

Volutas de humo se condensaban en asquerosas cenizas de parda melancolía y resbalaban sutilmente en el nocturno firmamento, cobijando a la tristeza y buscando el perder la falta de claridad y precisión de su realidad. Así es, eso es lo que quedaba de mi persona al meterme al horno de cremación, puesto que fuera de mi, nada quedaba más que el patético hueco que en mi viejo sillón dejé al abandonarme y suprimirme, ridícula silueta que se dibujaba tras años de vacía sustancia. Ahora, mi pereza quedaba entre mi dispersa miseria y la eternidad.

Y así fue...