Voley playa al desnudo

A veces surgen inconvenientes y terminas con tu madre y con tu tía en una playa nudista jugando al voley con un negro.

Es curioso lo caprichosa que resulta a veces la genética. Mi madre Débora y su hermana, mi tía Davinia, son físicamente idénticas pero son totalmente opuestas en cuanto a forma de pensar, mentalidad y carácter.

Mi tía tiene 45 años, dos más que mi madre, y es una mujer extrovertida, vitalista e inquieta. No está casada, de hecho nunca le hemos conocido una relación larga con algún hombre.

Mi madre, en cambio, es mucho más tradicional, tranquila, tímida y hogareña. Su mentalidad está un tanto chapada a la antigua, seguramente por la estricta educación recibida en el colegio de monjas en el que estudió. Desde que mi padre nos abandonó a las pocas semanas de nacer yo, hace 17 años, nunca ha vuelto a tener pareja. Creo que aquello le causó tanto daño que jamás ha llegado a superarlo del todo y le aterra conocer a alguien y que le pueda pasar de nuevo lo mismo.

Tanto ella como mi tía son dos mujeres entradas ya en la madurez pero muy atractivas: de estatura mediana y de cuerpo esbelto, ambas tienen el cabello moreno y dos impresionantes ojos verdes que embellecen aun más su agraciado rostro. Pero aquí entra en juego una vez más la diferente forma de ver la vida de cada una: a mi tía le gusta vestir de forma moderna y juvenil y aparenta ser bastante más joven de lo que es. Por su parte, mi madre se echa años encima poniéndose prendas poco favorecedoras y muy pasadas de moda. La última diferencia reseñable es la de la puntualidad: Davinia siempre llega tarde a todos los sitios y nos hace esperar cuando quedamos para reunirnos los tres y pasar juntos un rato. Y, precisamente, esa impuntualidad fue lo que dio origen el verano pasado a algo que jamás olvidaremos.

Un sábado de primeros de julio habíamos quedado los tres para pasar el día en la playa. La idea surgió de mi tía, pues veía a mi madre un tanto estresada por el trabajo. A mí tampoco me iban muy bien las cosas: mi novia me había dejado un par de semanas antes y me pasaba todos los días desde entonces vagando como un alma en pena y casi sin ganas de salir de casa. Así que Davinia programó ese día playero para que nos relajáramos y nos olvidáramos de todo durante unas horas. Ella nos recogería en su coche a las 10 de la mañana para acudir a la playa más cercana a nuestra ciudad del sur de España.

El sábado, un rato antes de la hora fijada, mi progenitora y yo ya estábamos preparados esperando a mi tía. No recordaba la última vez que había ido a la playa. Mi madre no era muy aficionada a ir y yo prefería la piscina del chalet de uno de mis amigos.

El día antes tuvimos que ir al centro comercial para comprarnos trajes de baño. Débora no tenía ninguno y a mí se me habían quedado pequeños los del verano anterior. Mi tía nos acompañó a las compras, pues ella quería estrenar algún modelo.

Mi madre escogió un bikini negro y liso, siguiendo con su tónica de sobriedad habitual. Yo elegí un bañador tipo bermudas y de una conocida marca deportiva. Pero Davinia se empecinó en que me comprase otra prenda de baño más, que me regalaría. Como iba a pagarla ella, tuve que aceptar que, en efecto, la seleccionase por mí.

  • Éste te va a quedar perfecto- me dijo extendiéndome un bañador ceñido rojo, tipo bóxer.
  • Tita, a mí este tipo de bañadores como que no me gustan mucho. ¿No puedes escoger uno de otro tipo?- le indiqué amablemente.
  • No digas bobadas, Álvaro. ¿Tú te has mirado bien? Tienes un cuerpo muy bonito, eres alto y estás en plena juventud. Ese bañador así, ajustadito, te va a sentar fenomenal. Hazme caso- me comentó esbozando una sonrisa.

Al final logró convencerme y acepté esa prenda de baño.

Ella se compró un bikini de color azul eléctrico y otro de color blanco, cuya parte de abajo era en forma de tanga. Entre bromas lo cogió con la mano, lo abrió y me preguntó si me me gustaba para ella. Me hacía a mí esa pregunta porque necesitaba una opinión masculina.

Miré a mi madre, cuya cara reflejaba cierto rechazo e incomodidad ante la situación creada por Davinia. Viéndola así me limité a asentir con la cabeza.

  • ¡Hijo, qué sosote eres!- exclamó mi tía ante mi mínima respuesta.

Me habría gustado ser más amable y expresivo con ella, pero la presencia de mi madre me cohibía. Sin embargo, al final me armé de valor y dije:

  • Vas a estar muy guapa con cualquiera de las prendas compradas. Te quedarán muy bien.
  • ¡Hombre, sobrino, muchas gracias por el cumplido! Pero no me seas tímido: seguro que te gusta más el tanga, ¿verdad? Creo que me lo pondré mañana y esperaré tu opinión cuando me lo veas ya puesto- concretó mi tía.

Debo confesar que me excité un poco al imaginar a Davinia luciendo aquel minúsculo tanga blanco, cuyo escueto triángulo delantero cubriría poco más que su sexo y el trasero dejaría prácticamente al descubierto todo su culo. Fue la primera vez que tuve esa sensación de excitación con respecto a mi tía y ya de camino a casa me avergoncé de mí mismo por los pensamientos lascivos hacia ella.

Pero retornando al día de los hechos y, como dije antes, el sábado por la mañana esperábamos a mi tía desde antes de las 10. Los minutos pasaban y pasaban: 10.15, 10.30....Cuando faltaban escasos minutos para las 11, sonó el timbre del portero electrónico: era Davinia, que ya estaba en la puerta del edificio. Mi madre y yo cogimos inmediatamente las bolsas de playa y bajamos a la calle. En cuanto mi tía nos vio, nos pidió disculpas por el retraso. Se había quedado dormida y no había escuchado el despertador. Restando importancia a lo sucedido, mamá y yo nos subimos al coche y Davinia arrancó el vehículo para emprender el viaje. Eran unos 100 kilómetros, de modo que tardaríamos unos 90 minutos en llegar. Durante el trayecto noté a mi madre bastante animada y eso me gustó: le vendría bien desconectar de tanto trabajo y sonreír un poco. Gracias a ese buen ambiente reinante, el trayecto se nos hizo corto. Bajamos del coche y caminamos unos metros hasta la entrada de la playa. Pero al llegar, la arena estaba atestada de gente. Sería casi misión imposible encontrar un palmo de arena tranquilo donde extender nuestras toallas sin tener que estar pegados literalmente a otros bañistas.

  • Sinceramente, esperaba pasar un día tranquilo sin tanta aglomeración. Entre lo tarde que hemos llegado y que parece que a todo el mundo le ha dado por venir hoy a tomar el sol, resultará imposible que estemos cómodos aquí- expuso mi madre.
  • Tienes razón, hermana. No sé qué vamos a hacer. La playa más cercana está cerrada al baño por un reciente vertido de petróleo. Tal vez eso haya originado que ésta de aquí esté hoy atestada.
  • No sé, se me ocurren tres opciones- comentó mi tía.
  • ¿Cuáles?
  • Una, la peor, es regresar a casa y dar por perdido el día. La segunda sería quedarnos aquí y pasar la jornada como buenamente podamos, tal vez buscando una zona algo menos saturada de bañistas, aunque lo veo difícil- agregó Davinia.
  • ¿Y la tercera?
  • ¿La tercera....? A ver: aquí cerca, a unos 20 kilómetros, hay otra playa, es una especie de cala pequeña y tranquila, no muy conocida por la gente. Sé que existe porque me apareció en un plano en internet que consulté ayer.
  • ¡Pues ya está resuelto! Vamos a esa cala. Si son sólo 20 kilómetros, no tardaremos mucho en llegar- exclamó aliviada mi madre.
  • Ya, pero es que existe un pequeño “problemilla”.

Mi madre y yo miramos a mi tía un tanto extrañados y esperando una aclaración.

  • No te vayas a escandalizar, Débora, que te conozco. Se trata de un playa.....nudista.
  • ¿Qué? ¿Estás loca? ¿Tú te crees que yo voy a ir a una de esas playas y a quedarme en pelotas? Es más, ¿piensas que voy a hacer eso delante de mi propio hijo y que él esté desnudo también? Mira, Davinia, puedes hacer lo que te dé la gana, pero Álvaro y yo nos vamos a casa. Si es necesario, tomaremos un bus para volver- estalló mi madre, indignada.

Todo el buen ambiente del trayecto a la playa se había esfumado en unos segundos.

  • Débora, no seas así. Es eso o volvernos los tres a casa, a la rutina, al tremendo calor de la ciudad. Te prometo que buscaremos en esa playa un sitio muy solitario, nadie nos molestará. Sólo estaremos nosotros. Es más, si lo deseas, no te desnudes. Supongo que habrá un letrero indicando la obligación de no usar traje de baño, pero mientras no haya gente por allí, no habrá que cumplir eso.

Mi madre seguía con la cara airada pero guardó silencio. Parecía que estas últimas palabras de mi tía habían hecho algo de mella en su forma de pensar.

  • ¡Venga, hermana, no me seas así, tan anticuada! No tendrás que desnudarte. Por favor, confía en mí. Disfrutemos del día- dijo Davinia tratando de convencerla.

Mamá pareció relajarse un poco y en su rostro se empezaba a desdibujar ese rictus serio que se le había puesto desde hacía un rato. Yo me mantenía callado, sin opinar, esperando la contestación definitiva de mi madre.

  • ¡Puffff...! Está bien, pero siempre y cuando nos pongamos de verdad en una zona totalmente vacía, sin nadie cerca. Además, ya te anuncio que no me pienso despojar del bikini. Estás loca, si piensas que haría eso. Y, por supuesto, Álvaro también se dejará puesto su bañador. Espero que tú tampoco te desnudes con él delante- terminó diciendo mi madre, aceptando así a regañadientes la propuesta de su hermana.

Mi tía sonrió complacida justo antes de preguntarme:

  • Y a ti, Álvaro, ¿te parece bien la idea?

Por fin una de las dos me pedía opinión tras toda la discusión.

  • Sí, tita, me parece buena idea. Lo importante es que pasemos los tres un día agradable. Lo demás son chorradas y enfados estúpidos que no conducen a nada- respondí.
  • Tienes toda la razón, mi vida, Pues venga, subamos de nuevo al coche, que ya hemos perdido bastante tiempo entre una cosa y otra- comentó Davinia antes de abrir la puerta del vehículo y sentarse al volante. Mi madre y yo subimos a continuación y nos dirigimos, al fin, hacia esa cala propuesta por Davinia.

Tardamos un poco más de lo normal en recorrer 20 kilómetros de distancia en coche, pues la carretera que conducía hacia la playa era secundaria y estrecha. Durante el trayecto empecé a darle vueltas a la situación que se podría vivir cuando llegáramos a la cala. Por muy tranquila que fuera, estaba seguro de que habría más personas por allí y estarían tomando el sol desnudas. No le había dado mucho crédito a las palabras de mi tía: me sonaron a un puro intento de convencer a mi madre. Una vez que estuviéramos allí, se podría montar un buen numerito. Pero al margen de este pensamiento, empezó a rondar por mi cabeza la posibilidad de quedarnos finalmente en dicha cala y con todas sus consecuencias.

Desde que mi novia me había dejado, mi deseo sexual había desaparecido casi por completo: no había vuelto a tener sexo, ni a masturbarme....., absolutamente nada. Sin embargo, sentado en el coche, comencé a experimentar ciertos cambios: el saber que acudiríamos a una playa de ese tipo, la posibilidad de que Davinia llevara puesto el tanga tan provocativo que había comprado el día anterior y pasar el resto de la jornada junto a ella eran ideas que me venían a la mente y que provocaron que me calentase un poco. Me reproché a mí mismo fantasear sexualmente con mi tía, pero no lo pude evitar.

Al fin el coche se detuvo: la carretera acababa a unos 500 metros de la playa, según se leía en el letrero informativo. Sacamos del maletero nuestras mochilas y bolsas y emprendimos a pie, por un camino de tierra, el resto del trayecto bajo un sol de justicia que empezaba a bañar nuestros cuerpos en sudor. Tras unos minutos de caminata, llegamos a la playa. El lugar era precioso, rodeado de pinares y arbustos frondosos. La brisa marina empezó a calmar la sensación de asfixia que traíamos encima. Bajamos por una hilera de tablas y accedimos a la arena de la playa. Inmediatamente observé que, en efecto, el lugar estaba en ese momento vacío. Únicamente una familia formada por el padre, la madre y dos hijos, niño y niña, se encontraban a nuestra derecha, a unos 300 metros. Los cuatro estaban totalmente desnudos. No había nadie más. Mi tía y mi madre no tardaron en percatarse también de la presencia allí de ese joven matrimonio y de sus hijos. Esperé un poco para ver la reacción de mamá: se quedó unos instantes mirando a la familia pero no dijo nada, aunque en su rostro se podía adivinar cierto malestar por lo que estaba viendo.

Davinia, en cambio, se lo tomó de lo más natural y rápidamente soltó su bolsa sobre la arena.

  • Nos quedamos aquí mismo, ¿no? Después de la caminata no me apetece andar mucho más- nos propuso.

Me pareció buena idea y asentí con la cabeza. Mi madre se encogió de hombros, un tanto indiferente y apática. Así que nos quedamos en aquel lugar, a unos 10 metros de las tablas de madera que facilitaban el acceso a la arena de la playa. Davinia comenzó a sacar de su bolsa la toalla y la crema bronceadora. Lo mismo hicimos luego mamá y yo. Tras extender nuestras toallas, empezamos a quitarnos la ropa. Me desprendí de la camiseta azul que llevaba puesta, la guardé en la mochila y a continuación me descalcé de las chanclas. Mi madre se despojó del vestido verde floreado y se quedó con el bikini negro. Su cuerpo lucía precioso con ese traje de baño. Pese a que ya había entrado en la madurez, todavía conservaba esa bonita figura de cuando era más joven.

Davinia había estado rebuscando unos chicles dentro de su bolsa y aún no había comenzado a desnudarse. Cuando empezó a hacerlo, se quitó primero el short vaquero. Ante mis ojos apareció el minúsculo tanga blanco comprado el día anterior en el centro comercial. La diferencia estaba en que ahora ya no lo llevaba en la mano, sino puesto, ceñido a su cuerpo y a su entrepierna. Sabía de sobra que era mi tía, pero uno no es de piedra y comencé a excitarme con las vistas que me estaba regalando. Mis miradas se dirigieron a su culo, entre cuya raja se hundía hasta el fondo la tira de la prenda, dejando a la luz sólo el escueto triángulo trasero. Esas nalgas desnudas y macizas impedían que pudiese apartar mi atención de ellas.

Observé de reojo a mi madre y me sorprendió no ver en su cara síntomas de asombro o de estar escandalizada. Supuse que, al estar ella también presente cuando mi tía adquirió el tanga, daba por hecho que Davinia lo llevaría. Respiré aliviado por no haberse producido un nuevo enfrentamiento dialéctico entre ambas.

Mientras mi tía guardaba su short, yo me quité las bermudas quedándome únicamente con el bañador rojo tipo bóxer ajustado a mi cuerpo. Inmediatamente Davinia se fijó en mí y, más concretamente, en mi prenda que ella misma me había regalado.

  • Ya veo que te lo has puesto. Pensé que te arrepentirías y que no lo usarías hoy. ¿Te has visto? Te queda perfecto, como ya pronostiqué ayer- dijo.

En cierta forma tenía razón: la verdad es que no me quedaba mal. Me lo había probado la noche antes en casa y me sentí a gusto con él y cómodo.

  • ¿Has visto el cuerpo que se gasta tu hijo? Y ese culito....¡Uffffff! Anda que si yo no fuera su tía se me iba a escapar vivo- le indicó a mi madre, halagándome.

Fue entonces cuando observé que Davinia le echó un vistazo fugaz a mi paquete y puso cara de sorpresa, pero de sorpresa positiva, tal como reflejaba esa sonrisa pícara que se le dibujó en su rostro. El hecho de verla con ese tanga tan sensual había provocado que mi miembro se hinchara un poco bajo el bañador y estuviera en estado de semierección. Fue lo que atrajo la atención de mi tía, siempre tan astuta y sagaz.

Temí por unos instantes que hiciera algún comentario jocoso al respecto delante de mi madre, pero afortunadamente se contuvo.

  • Anda, ven aquí que le dé un beso a mi sobrino preferido- me pidió, abriendo sus brazos para abrazarme.

Davinia siempre era muy efusiva y cariñosa, pero no comprendía en base a qué venía ahora eso del beso y del abrazo, sin motivo aparente. Como veía que no me decidía del todo, me insistió:

  • ¿Qué pasa? ¿es que ya no puedo darte un beso?

Me acerqué a ella, me abrazó con fuerza y me besó en la mejilla. Yo le devolví el beso. Durante el abrazo estrechó tanto su cuerpo contra el mío que noté cómo mi entrepierna entraba en contacto con la de mi tía: el bulto que se me había ido formando bajo el bañador quedó pegado al triángulo delantero del tanga de Davinia. Fue sólo un breve instante, pero estaba casi seguro de que ella habría sentido el roce con mi miembro.

  • Eres una ricura, sobrino- me piropeó antes de dar por terminado el abrazo y soltarme.

Acto seguido comenzó a quitarse la camiseta negra sin mangas que llevaba puesta. La agarró por abajo y comenzó a subirla lentamente. Primero quedó al descubierto su vientre, luego su redondo ombligo y, ante mi asombro, apareció por último la desnudez de sus tetas. Me quedé con la boca y los ojos abiertos por completo. No esperaba que mi tía hiciera topless, nunca antes había estado con ella en la playa y ahora tenía ahí, a menos de un metro los dos turgentes y espectaculares pechos de Davinia coronados por las oscuras aureolas de color marrón de cuyo centro sobresalían los erguidos pezones. Mi tía introdujo la camiseta en la bolsa y se quitó el reloj de pulsera. Yo seguía preso del asombro, incapaz de dejar de mirarla. De repente, la voz de mi madre rompió el silencio:

  • Davinia, ¿eso es necesario?
  • ¿El qué?- preguntó mi tía.
  • Pues que vayas a tomar el sol con los senos al aire.
  • ¡Hermana, a ver cuándo abres un poco tu mente! ¡Por Dios, que ya no estamos en la Edad Media! De verdad que me alegro de que papá no me llevara al colegio de monjas en el que estudiaste- replicó mi tía.
  • Mira, Davinia, a mí, sinceramente, me da igual cómo te quieras poner a tomar el sol, pero es que no estamos solas, también está Álvaro.

Tras pronunciar mi nombre, mamá guardó silencio.

  • O sea, que es eso, ¿no? Es por la presencia de Álvaro- apostilló mi tía.

Empecé a incomodarme al ver que era, en gran parte, el motivo de la nueva discusión. Preferí no intervenir y esperar a ver cómo evolucionaban los acontecimientos.

  • Débora, mi sobrino ya es mayorcito, aunque tú a veces no quieras darte cuenta. Ya no es ningún crío y no creo que se asuste ni se escandalice por verme las tetas. Dices que a ti realmente no te molesta y que te parece mal por Álvaro. Pues bien, la solución es sencilla: le preguntamos a él si le incomoda que yo haga topless. Si le molesta, saco el sujetador de la bolsa y me lo pongo; pero si no, me quedo así- expuso Davinia.

Mi madre se quedó pensando durante unos segundos pero luego, un tanto resignada, terminó por aceptar la propuesta de su hermana.

  • A ver, Álvaro, dime la verdad, ¿te molesta que tu tía esté en topless? Por favor, contesta libremente, como si Débora no estuviese delante.

Davinia me acababa de poner en un gran aprieto. Respondiera lo que respondiese le iba a sentar mal a una de las dos. Permanecí callado unos instantes, mientras ellas me miraban impacientes por oír mi respuesta. Tras respirar profundamente y tomar aire, dije con voz temblorosa:

  • Tita, por mí puedes tomar el sol como quieras. No me importa que hagas topless delante de mí.

Una sonrisa cómplice y de satisfacción se dibujó en el rostro de Davinia; mi madre, en cambio, se mantuvo callada sabedora de que sus argumentos esgrimidos se habían evaporado con mis palabras.

  • Entonces, zanjado definitivamente el tema. Me muero de calor. No sé vosotros pero yo voy a bañarme. ¿Me acompañáis?- preguntó mi tía intentando dar por concluida la discusión y pasar página.

Yo también estaba deseando meterme en el agua y refrescarme debido al calor meteorológico y al sofoco vivido por la tensa situación anterior.

  • Vamos, hermanita, al agua tú también- animó Davinia a Débora, que ya se había sentado sobre la toalla. Mi tía le extendió los brazos para ayudarla a que se levantara y en claro gesto conciliador. Respiré aliviado cuando mi madre agarró las manos de su hermana y se impulsó para ponerse de pie y unirse al baño con nosotros.

Parecía que al fin la situación volvía definitivamente a la normalidad. Dentro del agua pasamos unos minutos agradables, incluso antes de salir bromeamos entre nosotros tirándonos agua con las manos a la cara y a los ojos. Me alegré de ver que mi madre empezaba a relajarse y a disfrutar. Desde que se había iniciado la discusión sobre el topless de mi tía, yo no había tenido ganas ni atrevimiento de volver a mirar directamente sus pechos ni su cuerpo semidesnudo. Sin embargo, una vez calmado todo, las miradas hacia el diminuto tanga de mi tía y hacia sus pechos habían reaparecido por mi parte. También me percaté de que, mientras salíamos del agua, mi madre había observado varias veces a su hermana. Sin embargo, no con la cara de desaprobación de antes, sino con la de cierta admiración hacia el bonito cuerpo que lucía Davinia. ¡Como si ella misma no lo tuviera igual de precioso! Una vez fuera del agua noté el contraste de temperatura, sentí frío y di una carrera hacia la toalla. Mientras me secaba, observé cómo mi madre y mi tía se acercaban caminando sobre la arena. Parecían dos auténticas sirenas: el cabello suelto y mojado, la piel brillante por la humedad del agua y por la iluminación de los rayos de sol, las caderas de ambas moviéndose casi al compás....Mis ojos se fijaron entonces en los pechos de mi tía: firmes y duros, de ellos sobresalían aun más que antes los pezones, totalmente tiesos. Cuando al fin llegaron a mi posición, bajé la mirada a la entrepierna de Davinia: tenía el blanco e inmaculado tanga totalmente pegado a su piel al estar empapado tras el baño. Los labios vaginales se le marcaban con bastante nitidez, al igual que la raja de su sexo. No se apreciaba rastro alguno de vello púbico, lo que evidenciaba que llevaba su sexo completamente depilado. Mi madre no se percató de ello y comenzó a secarse enseguida, ajena a mis miradas. Pequé de descaro y Davinia terminó dándose cuenta de que estaba fijándome en su entrepierna. Me pilló con las manos en la masa.

Tras darse cuenta de dónde estaban clavados mis ojos, agachó la vista, observó la parte delantera de su tanga y descubrió lo que yo llevaba mirando desde hacía unos segundos. Se separó un poco la prenda de la piel, evitando así que que la transparencia fuera tan exagerada como antes. Me miró de nuevo y me puse rojo de vergüenza. Había metido la pata hasta el fondo dejándome pillar de esa manera. ¿Qué pensaría ahora mi tía de mí? Ella se hizo un poco la loca en un primer momento pero luego vi perfectamente cómo sus ojos se dirigieron con disimulo a mi paquete. Al igual que le había ocurrido a ella, mi bañador rojo se me había pegado al cuerpo y mi pene, empalmado por las vistas que yo había tenido de mi tía, se marcaba en todo su esplendor bajo la prenda mojada.

Al parecer no era yo el único que estaba mirando donde no debía. Todavía con el rubor en el cuerpo por lo ocurrido, terminé de secarme al igual que Davinia y mi madre.

  • Como no nos pongamos crema protectora, nos vamos a achicharrar- comentó mi madre, mientras sacaba de su bolsa un bote de protección solar.

Davinia también sacó el suyo y empezó a extender la blanca loción por su cara y sus brazos.

  • ¿Puedes ponerme un poco por la espalda?- le pidió mi madre a su hermana.

Mi tía cumplió inmediatamente la petición, embadurnó con la crema los hombros y la espalda de mamá y la extendió uniformemente hasta llegar a la parte baja de la espalda, donde ya cubría la braga negra del bikini. Me había dejado mi bote de loción en casa y así se lo hice saber a mi madre. Mi tía lo oyó y me dijo:

  • No te preocupes que ahora, cuando termine con Débora, te pongo yo de este mismo bote.

Esperé unos instantes a que terminara de aplicarle crema por la parte trasera de las piernas y, una vez que finalizó, se acercó a mí. De nuevo el corazón me latía más rápido de lo normal. Davinia se situó detrás de mí y empezó a echarme crema: con delicadeza sus manos masajeaban mi cuello y mis hombros, que notaron rápidamente el frescor de la loción protectora. Miré de reojo a mi madre, que observaba la acción de Davinia con suma atención. Lentamente las manos de mi tía empezaron a bajar por mi espalda, aproximándose a mi cintura. Se saltó la parte cubierta por el bóxer, se puso en cuclillas y me cubrió de crema el inicio de los muslos, desde detrás hasta la cara interna. Ya me había rozado las nalgas y ahora su mano, que se perdía entre mis piernas, impactó varias veces contra la parte baja de mi paquete.

El magreo al que me estaba sometiendo mi tía provocó que mi verga se empalmase ya por completo. La sentía grande y gruesa bajo el bañador y rozaba el elástico de la cintura.

Me puso crema por las corvas, por las pantorrillas y por los gemelos hasta llegar a los tobillos.

Mi madre había extraído de su bolsa un libro y lo leía, pareciendo como si hubiese aparcado la vigilancia hacia nosotros. Luego, Davinia se incorporó y pensé que su proceso de poner crema ya habría terminado. Temiendo que pasara ahora a la parte delantera de mi cuerpo y que descubriese lo tremendamente empalmado que estaba, le dije:

  • Tita, ya sigo yo por delante, no te preocupes.
  • ¡Anda, no digas tonterías! ¿Qué más me da seguir? Venga, date la vuelta.

Si me giraba, no iba a tener forma de ocultar mi excitación. Aunque mi tía ya me había visto antes, ahora la cosa estaba todavía más exagerada. Me di la vuelta y tenía a Davinia casi pegada a mí. Nuestros pies estaban en contacto y sólo un par de centímetros impedían que sus pezones chocaran contra mi pecho. Comencé a sentir la crema en mi frente. Cerré los ojos y la aplicó en mi nariz, en los pómulos y en las mejillas. La mano empezó a descender por mi tronco, rozando primero uno de mis pequeños pezones, luego el otro. La bajada continuó hasta el ombligo. Mi excitación iba en aumento y más aun cuando Davinia se puso en cuclillas delante de mí. Sólo deseaba que acabase de una vez, no quería soportar ese pudor de estar con el pene todo tieso ante mi propia tía.

Pero ella parecía no tener prisa: se echó más crema en la mano y se dispuso a extenderla por la parte delantera de mis piernas. Bajé la vista y comprobé cómo mi tía tenía la mirada clavada en mi entrepierna. La expresión de su cara no denotaba disgusto o extrañeza. Observé perfectamente que una pícara sonrisa se apoderaba de su rostro. Mantuvo su atención en mi hinchado bulto, mientras retomaba la extensión de la loción protectora y le propinaba un suave roce, aparentemente accidental, a mi polla.

Cuando se levantó, respiré aliviado porque creía que ya me dejaría en paz y podría tumbarme en mi toalla boca abajo para ocultar mi erección. Pero erré por completo en mi pensamiento: tras dar un par de pasos hacia mi toalla, la voz de mi tía hizo que me parase en seco:

  • Álvaro, ¿piensas dejar que tu pobre tía se queme bajo este sol de justicia? No soy un pulpo y no llego con las manos a toda mi espalda.

Sinceramente, yo no sabía si todo lo que estaba haciendo Davinia era algo intencionado o casual, aunque cada vez más sospechaba que se trataba de lo primero: para todo tenía un argumento, una salida o una justificación.

Me encaminé de nuevo hacia ella y me extrañó que mi madre ni siquiera alzara un poco la vista del libro para mirarnos. En vano me quedé esperando un comentario suyo que impidiese que tuviera que ponerle crema a mi tía. Yo estaba ardiendo y sabía que en cuanto tocase a Davinia la cosa se pondría todavía peor. Ya no aguanté más esa tensión mental entre lo correcto y lo incorrecto y opté por liberarme de una vez del pudor y del miedo y por dejar que las cosas transcurriesen como tuvieran que transcurrir.

Davinia me entregó el bote de crema y me ofreció su espalda desnuda para que empezara a aplicarle la protección solar. Me eché una generosa cantidad sobre la palma de la mano y empecé a extenderla por el cuello y los hombros. Escuché un leve suspiro de mi tía, mientras mi mano se deslizaba por toda esa zona de su anatomía. Noté que se sentía a gusto con ese pequeño masaje que le estaba dando durante la aplicación de la crema, así que repetí de nuevo la acción antes de comenzar a descender por la espalda y por la parte trasera de los brazos. Poco a poco me acerqué a la cintura de Davinia, justo donde se encontraba el elástico de su tanga. La sensación de suavidad de la piel de mi tía era increíble y seguía excitadísimo acariciando su cuerpo. Sin embargo, me cohibí un poco cuando llegó la hora de ponerle crema en las nalgas, me salté esa zona y pasé directamente a los muslos. Pero mi tía reaccionó inmediatamente:

  • ¿Qué pasa con mi culito? ¿Lo vas a dejar sin crema?

Con esta pregunta no tuve más remedio que echarme más leche solar en las manos. Puse el bote entre mis dos muslos para sujetarlo y empecé a esparcir la crema por los macizos glúteos de Davinia. Mi calentón aumentaba conforme le magreaba el culo y mi polla comenzó a palpitar bajo mi ajustado bañador.

  • Pon otro poco más, que no quiero que se me quede el pompis colorado- me pidió riéndose.

Esta última petición llamó la atención de mi madre, que dejó de leer por unos momentos y se puso a contemplar la situación. La mirada atenta de mi madre hizo que en esta ocasión no disfrutase tanto a la hora de restregarle la protección solar a Davinia. Cuando al fin mamá retomó la lectura, deslicé la mano por la parte baja de los glúteos con mucho disimulo, esperando la reacción de mi tía. Quería confirmar de una vez y con certeza si todo aquello era parte de un juego de provocación al que me estaba sometiendo.

Davinia no tardó en separar las piernas en un claro gesto de que deseaba que siguiera por ahí. Rocé la tira del tanga primero de forma suave, luego de manera más fuerte y descarada y, tras asegurarme de que mi madre no miraba, pasé la palma de mi mano por el sexo de mi tía sobre el escaso tejido del tanga que cubría su entrepierna. Un nuevo suspiro, éste más profundo y prolongado, salió de la boca de Davinia. Mi hinchadísima verga no dejaba de latir como si tuviese un corazón propio.

No quise ser muy descarado y fui apartando la mano para terminar de extender la crema por la parte trasera de las piernas. Cuando finalicé, mi tía se giró y yo, con cierta inocencia, le entregué el bote de crema. Estaba casi cara a cara con ella, separados por muy poco espacio. Los dos nos quedamos quietos y yo con la mano extendida aguardando a que mi tita me cogiese el bote. Pasaron unos segundos y ella seguía impasible, como si esperase algo. Me quedó entonces claro que lo que quería era que también le aplicase loción por delante, por sus tetas.

Pero no tuve agallas de hacerlo en ese momento: mi madre miraba de nuevo y tuve miedo de que si le tocaba los pechos a mi tía, saltara con un nuevo discurso moralizador y, esta vez, con cierta razón, pues Davinia podía perfectamente ponerse crema por delante ella sola. Al ver que yo no me decidía a hacer nada, mi tía tomó el bote y empezó a ponerse crema por toda la parte delantera. Sinceramente, maldije mi cobardía, el no haberme atrevido a aprovechar la situación que se me había presentado y con el beneplácito de mi propia tía. Pero el temor y el respeto a mi madre eran muy grandes. Me conformé con contemplar de cerca cómo los dedos de Davinia rozaban los pezones y masajeaban los senos hasta dejarlos cubiertos de una fina capa de loción blanca. Terminó de untarse crema por las piernas y guardó el bote en su bolsa. Tras lanzar un descarado vistazo a mi paquete, dio un par de pasos hacia donde se encontraba su toalla y se quedó de pie delante de ella mirando al mar. Yo estaba “salido” como un perro, nunca antes me había notado así. No podía continuar de esa manera, con todo mi pene empalmado y los testículos duros. Necesitaba desahogarme, satisfacer mis deseos sucios en este caso por tratarse de mi tía. Tenía la imperiosa necesidad de masturbarme hasta que derramase la última gota de leche y eso me propuse hacer.

Tras lanzar un par de miradas más a aquellos dos pitones que mi tía tenía en ese momento como pezones y otras tantas a la raja del culo entre la que se hundía la tira blanca del tanga, le dije a mi madre:

  • Mamá, ahora vuelvo. Voy a hacer un pis entre los arbustos de la entrada de la playa.

Inmediatamente me dirigí en diagonal hacia dicha zona notando a cada paso la dureza de mi miembro bajo el bañador. Recorrí un par de metros más sobre la fina y dorada arena, llegué a los arbustos y me metí entre ellos. Eran lo suficientemente frondosos como para que no me pudieran ver. Tras pasar la primera capa de matorral, había un pequeño claro y elegí esa zona para estar más cómodo. Me bajé la prenda de baño y la dejé tirada en la arena. Me quedé completamente en pelotas, con toda mi verga fuera, erecta y apuntando hacia arriba. La cabeza de mi nabo brillaba de humedad bajo los rayos de sol. Llevé la mano derecha a mi miembro, lo envolví con ella, cerré los ojos y empecé a pensar en mi tía: sus dos magníficas y espectaculares tetas, el oscuro color de las aureolas, la forma erguida y dura de los pezones...Mi mano comenzó a agitar lentamente el pene, deslizándose sobre la piel desde la punta hasta la base. El rojizo y pringoso glande quedó rápidamente al descubierto, mientras yo le daba un poco más de brío a la masturbación. En mi retina apareció entonces la raja del coño de Davinia transparentada bajo el empapado tanga claro y los deliciosos labios vaginales, tan gruesos y sugerentes. Mis dedos quedaron pronto manchados por el flujo que manaba del glande, cuyo pequeño agujerito central no paraba de escupir pequeñas burbujas de líquido.

En pleno goce, una voz femenina se escuchó a mi espalda:

  • ¡Vaya, vaya con mi sobrino!

Era mi tía, que contemplaba asombrada la escena. Mi mano paró en seco, pero me quedé tan impresionado por haber sido pillado in fraganti que ni siquiera reaccioné para soltar mi falo.

  • ¡Tita, por Dios! ¿Qué haces aquí?- le pregunté con ganas de que me tragase la Tierra.

Ella guardó silencio unos segundos, observó con toda calma la desnudez de mi cuerpo, no se cortó un pelo en mirar con detenimiento mi polla atrapada en mi mano y, al fin, respondió:

  • ¿Yo? He venido a hacer lo mismo que tú....A orinar. He aprovechado que tu madre acaba de irse a caminar un rato por la orilla.

Los ojos de mi tía se clavaron en mi verga en cuanto la liberé de la mano. Quedó ante sus ojos, tiesa e hinchada, con el surco verdoso de varias venas marcado sobre la piel y con todo el redondo glande al aire. Davinia se llevó la mano a la cinturilla del tanga y empezó a bajar la prenda pausadamente, sin dejar de mirarme a los ojos. Sonrió al ver cómo mis ojos se estaban fijando en su coño depilado, mientras la blanca prenda descendía por los muslos hacia abajo. Levantó una pierna de la arena, luego la otra y se sacó el tanga.

  • Toma, agárralo, no quiero que se llene de arena- dijo justo antes de lanzármelo contra el pecho.

En un gesto instintivo, abrí la mano y cogí la prenda en el preciso instante en que mi tía se ponía en cuclillas, a escasamente dos metros de mí, y comenzaba a soltar una abundante y prolongada meada que regó gran cantidad de arena y que caía con tal violencia que varias gotas salpicaron mis pies. Yo tenía la boca seca, estaba paralizado, sin saber qué decir ni qué hacer. Davinia, por la que me había estado pajeando y por quien tenía así de dura la polla, se encontraba ahora allí, totalmente desnuda. Ya no tenía dudas de que estaba jugando conmigo, provocándome.

Cuando acabó de echar la última gota, se incorporó y me comentó:

  • Me conoces bien y sabes que puedo llegar a ser muy irónica.
  • ¿Qué quieres decir, tita?- le pregunté siendo capaz de articular de nuevo un par de palabras.
  • Si tu madre se enterase de lo que estabas haciendo escondido aquí y de que te he pillado en plena faena, te montaría un escándalo y seguro que a mí también me lo formaría, acusándome de tener la culpa de todo y de que te habías calentado al verme semidesnuda. A mí que me diga de todo me da igual. Lo digo especialmente por ti: no deseo que pases un mal rato. Así que no queremos que Débora se entere, ¿verdad?
  • ¡Claro que no! ¿Estás loca? ¡Cómo voy a querer eso!- exclamé aún con el tanga de mi tía en la mano.
  • Muy bien, entonces haremos lo siguiente: nos vamos a quedar tú y yo desnudos el resto del día aquí en la playa.
  • ¿Qué? ¡Mamá me matará! ¡Y a ti también! ¡Ya has visto cómo se puso antes!
  • Tranquilo, que tu tía tiene solución para todo. Podemos decirle que mientras estaba paseando, apareció un pareja de nudistas algo intransigentes y que nos reprocharon que no estuviésemos desnudos pese al cartel indicador de la entrada.
  • ¿Tú piensas que se lo va a creer?- le pregunté.
  • Mira, Álvaro, tu madre es un pedazo de pan y muy ingenua. La conozco muy bien. Primero se indignará y gritará pero terminará aceptándolo. Ya lo verás.

La idea de mi tía no parecía del todo mala pero yo no acababa de ver claro eso de andar en bolas delante de mi madre.

  • Además, Álvaro, entre tú y yo: te estabas masturbando porque te has excitado durante todo el rato de antes, ¿no es cierto?

Me puse rojo de vergüenza y agaché la cabeza. De repente Davinia se acercó a mí y me abrazó para tratar de tranquilizarme. Pero el efecto en mí fue el contrario: sus tetas pegadas a mi pecho y mi polla aprisionada entre mi vientre y el suyo hicieron que la situación subiera aun más de tono. Fundidos en ese abrazo, me susurró:

  • No te preocupes, cariño, que no somos de piedra. Yo también me he excitado antes al ver cómo crecía el tamaño de tu pene y se te ponía macizo bajo el bañador. Hasta hiciste que mi sexo se mojara. Y luego, mientras te daba crema...Uuuffff....Me he puesto cachonda perdida y ya el remate fue cuando sentí tus dedos acariciando mi vagina sobre el tanga. Sé de sobra que no fue casualidad, que lo hiciste a propósito. Me gustó notar ese roce, los dedos de mi propio sobrino. Mi mente y mi sexo se morían de ganas por que siguieras. Si no llega a ser por la presencia de tu madre...

Rápidamente sentí en mi ingle la humedad del coño de Davinia. No sabía si eran restos de orín, flujos por la excitación o ambas cosas mezcladas, pero mi piel se mojó. Supongo que ella también notaría en su vientre el líquido de mi glande. Entonces mi tía despegó un poco su cuerpo del mío y me preguntó sin rodeos:

  • ¿No piensas acabar lo que te interrumpí?

Era lo que más deseaba hacer en ese momento: quería terminar la paja que dejé a medias y correrme de gusto, pero la presencia de Davinia allí delante me frenaba.

  • Puedo ayudarte, si tú quieres......

No me lo podía creer: mi tía se acababa de ofrecer voluntaria para la causa. Sin darme tiempo a responder, se puso de rodillas sobre la arena, acercó su mano derecha a mi polla empalmada y la agarró con firmeza. Contuve durante unos instantes la respiración al sentir mi verga aprisionada entre la mano de Davinia. Ella comenzó a agitarla con delicadeza, lentamente, con suavidad, recreándose en cada uno de los movimientos. Cerré los ojos y suspiré de placer.

  • ¡Ummmm....! ¡Qué polla tienes, Álvaro! Ya me estaba haciendo falta tener una así entre mis manos!- exclamó, mientras continuaba desplazando su mano de arriba a abajo.

Abrí los ojos y comprobé cómo Davinia no apartaba su mirada de mi pene, gozando así cada impulso que le daba.

  • ¡Qué delicia! ¡Lástima que no tengamos mucho tiempo! Tu madre puede regresar en cualquier momento- comentó, a la vez que empezaba a acelerar los movimientos manuales.

Mis testículos se bamboleaban de un lado a otro y el placer aumentaba cada vez más. Davinia cerró la mano oprimiendo mi glande y comenzó a girarla sobre él. Cada roce, cada deslizamiento sobre la punta de mi polla me provocaba un intenso goce.

  • ¡Ahhh....! ¡Uffffff...! ¡Titaaaa...! ¿Qué me haces?- dije entre suspiros.
  • Te gusta, ¿verdad? Déjame que juegue un poco con esa bola que tienes ahí, tan mojada y húmeda y con ese olor tan intenso que desprende. Así, apretándola para que lo sientas rico, para estimularla y que palpite entre mis dedos.

El magreo a esa zona tan delicada y sensible de la polla empezaba a minar mi resistencia y a adelantar el momento de la corrida. No conforme con eso, Davinia agarró con su otra mano mis testículos y empezó a masajearlos. Ahora oprimía a la vez mis huevos y mi glande. Yo gemía como un loco y sabía que no aguantaría mucho más.

  • ¿Qué te pasa, sobrino? Te veo con carita de apuro. ¿Acaso falta poco para que sueltes tu semen? Anda, hazlo ya. Dale a tu tita toda tu leche. ¡Córrete sobre mí, cubre mis tetas de blanco!

Dejó tranquilo mi glande para volver a agitar mi falo ya con suma vehemencia. La mano se movía imparable y endiabladamente rápida y mi polla estaba a punto de reventar.

  • ¡Venga, salpícame entera! ¡No esperes más y córrete!- me gritó.

Sin darle margen a que dijera nada más, un primer y enérgico chorro de semen impactó sobre su teta izquierda, pringándola por completo. El esperma resbalaba de arriba a abajo, deslizándose por la oscura aureola hasta alcanzar el tieso pezón. Le siguió un segundo chorro, que tuvo el mismo destino y, luego, un tercero, que alcanzó el seno derecho. La cara de Davinia reflejaba satisfacción. Mi tía recogió con los dedos toda la corrida que había en sus tetas y se la llevó a la boca. Chupó sin cesar los dedos hasta dejarlos limpios, mientras un surco de semen bajaba parsimonioso por su vientre.

  • ¿Satisfecho?- me preguntó sonriente tras tragar varias veces.

Yo resoplaba y trataba de relajarme.

  • Mucho. He disfrutado muchísimo- le respondí mientras intentaba tocarle las tetas.
  • Tranquilo, no seas impaciente. Todo a su tiempo. Ahora debemos regresar a las toallas, no sea que tu madre ya haya vuelto- me dijo.

Me quitó el tanga de las manos y limpió con él los restos de semen que todavía poblaban la punta de

de mi verga. Luego lo encerró en su puño, se agachó y cogió de la arena mi bañador. Al agacharse me ofreció la impresionante imagen de su coño abierto, visto desde detrás: se notaba perfectamente la humedad y algo de flujo resbalando por la cara interna de los muslos. Me entregó el bañador y con él en la mano salí de aquellos arbustos en compañía de mi tía, ambos totalmente desnudos.

Mi madre todavía no había regresado del paseo y Davinia y yo, tras depositar nuestra prenda de baño en las bolsas, nos metimos en el agua para limpiarnos y refrescarnos. Una vez dentro, sentí inmediatamente la mano de mi tía bajo el agua acariciando mis glúteos y aproveché para hacer lo mismo. A ciegas acerqué mi mano hasta palparle las nalgas: las sobé y las pellizqué en varias ocasiones, provocando un respingo en Davinia cuando me disponía a llegar con mi mano a su sexo.

Pero la advertencia por su parte de que a lo lejos venía ya mi madre me interrumpió de golpe la acción.

  • Nos va a fastidiar la fiesta. Ya podría haberse entretenido un poco más. Te prometo que buscaremos otro momento para continuarla. Espera, espera......No viene sola: creo que ha ligado. ¡Viene muy bien acompañada!- exclamó mi tía.

Giré la cabeza y, en efecto, a lo lejos venía mi madre con su bikini negro y junto a ella un hombre negro totalmente desnudo. ¡No me lo podía creer! Ella que tanto había puesto el grito en el cielo por lo de la playa nudista y por el topless de mi tía y se hacía acompañar ahora por ese tipo en pelotas y en animada conversación con él.

Davinia y yo comenzamos a salir del agua.

  • Álvaro, hijo, a ver cómo haces para ocultar eso antes de que llegue tu madre- me comentó aludiendo al tamaño de mi polla que nuevamente se había empalmado debido a los roces y tocamientos dentro del agua.

En parte tenía razón pero rápidamente caí en la cuenta de algo: cuando ella llegase y nos encontrase desnudos, no podría decirnos gran cosa, al menos en ese momento, primero porque ella misma venía acompañada por ese hombre y, segundo, porque con él delante no se atrevería a montar ningún escándalo. Nunca solía perder la educación ante otras personas. Mientras nos secábamos, le comenté esa reflexión a mi tía y me dio la razón. Un par de minutos más tarde mi madre y su acompañante alcanzaron nuestra posición. Me fijé en la cara de asombro que se le puso a mamá al vernos sin el bañador. Noté cómo observó brevemente nuestras partes íntimas para luego apartar rápidamente la mirada. Quise pagarle un poco con la misma moneda y miré al negro, bajé mi vista hacia su polla colgante y desvié mis ojos para buscar los de mi madre, tratando así de contraatacar. Ella se ruborizó y fue mi tía la que rompió el hielo. Con toda naturalidad le preguntó a su hermana:

  • Débora, ¿no nos vas a presentar a tu acompañante?

Mi madre tardó unos segundos en reaccionar, sin embargo luego comenzó a hablar:

-Él es Pierre, un antiguo compañero de trabajo. Pierre, ella es mi hermana Davinia y él mi hijo Álvaro.

El hombre nos estrechó educadamente la mano a ambos justo antes de que me percatara de cómo mi tía se fijaba en el miembro de aquel hombre de unos 35 años. Su polla estaba en reposo, pero aun así tenía un tamaño considerable. Mi madre siguió hablando un poco, contando algo más sobre Pierre, como que era francés pero que llevaba ya muchos años en España, sobre lo bien que se llevaban en la época en la que trabajaron juntos....Pierre también comenzó a elogiar a mi madre, tanto personal como profesionalmente. Mi tía y yo escuchábamos, aunque, en mi caso, permanecía atento al comportamiento de Davinia, que no paraba de dirigir sus miradas con cierto disimulo a aquel pene oscuro que tenía a escasa distancia. El francés, entre palabra y palabra, observaba igualmente la anatomía de mi tía hasta el punto de que, pasados unos instantes y tras darse cuenta al fin de que Davinia no paraba de mirarle la polla, ésta empezó a ganar en tamaño y a alcanzar una semierección. Miré a mi madre y la sorprendí con su vista clavada en mi paquete: mi polla, sobre la cual había una ligera capa de vello púbico castaño, seguía dura y tiesa. Pero esta vez mi madre no apartó la mirada, sino que la mantuvo fija unos instantes en mi entrepierna antes de volver a meterse en la conversación.

  • ¡Lo pequeño que es el mundo! En una playa tan recóndita como ésta y mira por donde me encuentro con un antiguo compañero de trabajo del que hacía siglos que no sabía nada- comentó mamá.
  • Tienes razón, pero bueno, ya ves que no he cambiado mucho desde la última vez que nos vimos. Tú tampoco lo has hecho: igual de guapa y simpática y tan prudente y pudorosa como siempre- apostilló Pierre.

Yo ya intuía por dónde iba la cosa, pero el francés lo aclaró a continuación:

  • Debes ser de las pocas personas que van a una playa exclusivamente nudista y que se dejan el bañador puesto, jajajaaaa- dijo Pierre entre risas.

Mi tía y yo también sonreímos.

  • Mi hermana es que es un poco chapada a la antigua. No sé cómo no ha dicho nada al vernos a su hijo y a mí desnudos- añadió Davinia sin desaprovechar la oportunidad de volver a deleitarse con el endurecido miembro y con las bolas totalmente rasuradas del francés.

Mi madre empezó a estar entonces un tanto acorralada: tres personas desnudas y ella, en cambio, con el bikini puesto y en una playa nudista.

  • Pero, ¿por qué se tendría que escandalizar? Estar desnudos en una playa de este tipo es lo más normal. No pasa nada por ver a tu hijo o a tu hermana desnudos. Ni por ver a un antiguo compañero. Conmigo, cuando nos encontramos hace un rato, ha actuado con total normalidad, incluso nos hemos dado un abrazo y un par de besos en las mejillas para saludarnos. Y, que yo sepa, no ha pasado nada, ni se ha muerto nadie- dijo Pierre.

Por mi mente se pasó la imagen del cuerpo de mi madre pegado, aunque fuese por unos segundos, al de aquel tipo totalmente desnudo y eso me calentó un poco más. Mi tía volvió entonces a la carga:

  • Hermana, creo que deberías quitarte definitivamente el bikini. No me seas mojigata, por favor. Tu amigo está desnudo, tu propio hijo lo está y yo también y no ocurre absolutamente nada. Todo lo contrario: si te quedas con el traje de baño puesto, es cuando se producirá la anomalía.

Mi madre agachó la cabeza un tanto nerviosa. Por primera vez me dio la impresión de que estaba a punto de ceder y de despojarse del bikini. Tal vez un “empujón” más y eso sucedería. Y ese “empujón” llegó por boca de Pierre:

  • Yo pienso lo mismo, Débora. Puedes hacer lo que quieras, por supuesto, Pero, mujer, estamos todos desnudos, en plena naturaleza, en un espacio exclusivo para nudistas. Además, sólo aceptaré la invitación que me hiciste antes, cuando nos encontramos, de pasar un rato aquí con vosotros si te quitas el bikini. Si no, me doy la vuelta y regreso por donde he venido.

Estas últimas palabras del francés fueron las definitivas. Sin pronunciar palabra, mamá levantó la cabeza, se llevó la mano a la espalda y se abrió el cierre de la parte superior del bikini. No me lo podía creer: estaba a punto de superar todos sus complejos morales y descubrir sus pechos. Ya con el sujetador suelto, se tapó unos instantes los senos hasta que decidió separar de ellos sus manos y la prenda y dejarlos al desnudo. Eran preciosos: redondos, bien formados y con unas aureolas de tamaño considerable. El marrón de tono oscuro de los pezones remataba la belleza de los senos. Mi madre me miró: pareció olvidarse de la presencia de Davinia y de Pierre y sólo me observaba a mí. Supongo que lo que más le importaba en ese momento era mi reacción. Supe que tenía que dedicarle algunas palabras tranquilizadoras y eso fue lo que hice:

  • Mamá, ¿ves cómo no pasa nada? Además, tienes un cuerpo precioso. Tendrías que sentirte afortunada por lo guapa que eres.

Logré arrancarle una tímida sonrisa y su rostro comenzó a reflejar cierta tranquilidad a partir de ese instante. Guardó el sujetador en su bolsa, mientras Davinia y Pierre la miraban en silencio. El francés había hecho un buen repaso visual a las tetas de mi madre y luego miró las de mi tía como si quisiera compararlas. No sé qué diablos me estaba pasando: en cualquier otro momento me hubiese molestado ver cómo un tío lanzaba ese tipo de miradas a mi madre y a mi tía. Sin embargo, en aquella jornada, no. Todo lo contrario: lo ocurrido con mi tía tras los arbustos, la presencia de aquel negro bien dotado, sus miradas continuas a mi madre y mi tía provocaban que mi excitación no parase de crecer. Mamá estaba ya únicamente con la braguita del bikini puesta, titubeó unos instantes y, a continuación, llevó sus manos a la prenda. Estaba a punto de quedarse completamente en pelotas delante de nosotros. En la cara de Pierre se podía observar una sonrisa pícara; en la de mi tía se mezclaba la sorpresa y la incredulidad ante lo que estaba a punto de suceder. La braga de mi madre empezó a caer lentamente impulsada por sus manos. En cuanto deslizó un poco la prenda, dejó ver un espeso matojo de vello oscuro bajo el cual nacía la raja de su sexo. Los carnosos labios vaginales fueron los siguientes en quedar expuestos. Terminó de quitarse las bragas, las sacudió un poco para limpiarlas de arena y las depositó en la bolsa que había traído. Con cierto disimulo y todavía con algo de timidez, mi madre colocó sus manos delante de su entrepierna y se intentó tapar.

Pierre parecía complacido por lo que acababa de ver. Mi tía fue la primera en romper el silencio:

  • ¡Vaya, hermanita! ¡Sí que me has sorprendido! Pensé que jamás te atreverías a dar este paso. ¡Enhorabuena!

Se acercó a ella y la besó en la frente. Yo preferí no comentar nada más y dejar que la situación pareciera lo más normal posible, aunque mi corazón latía desbocado tras el “striptease” de mi madre.

  • Muy bien, pues a aprovechar el rato. Tengo en mi mochila un balón de voleibol y ahí detrás hay una red y un espacio delimitado con cintas blancas sobre la arena para la práctica del voley. ¿Alguien se anima a jugar? Débora, sé que a ti te gustaba este deporte. Seguro que te apuntas al plan.

En efecto, a mi madre le encantaba el voleibol y el voley playa. Practicaba el primero desde hacía muchos años y había formado parte del equipo de la Universidad. Todavía quedaba a veces con antiguas compañeras para disputar algún que otro partido.

  • No suena mal. Me parece buena idea- respondió a la invitación del galo.
  • Yo también me apunto, pero no tengo ni idea de cómo se juega- indicó Davinia.
  • No te preocupes que yo te enseñaré cómo se juega- dijo el francés, en cuya voz y gestos comencé a notar un cierto flirteo con mi tía.
  • Venga, Álvaro, que yo te enseñaré a ti- me propuso mi madre.

Le dediqué una sonrisa de agradecimiento y asentí.

Pierre extrajo entonces de su mochila una pelota amarilla con algunos adornos en azul claro. Mientras se agachaba para sacar el balón, su trasero quedó en pompa y desde atrás se le vio totalmente abierto. Entre sus muslos aparecieron colgando sus dos enormes bolas negras y la polla, que permanecía dura. Sorprendí a Davinia deleitándose con aquella panorámica y mordiéndose de gusto el labio inferior de la boca. Debo reconocer que sentí un poco de celos, pues la atención de mi tía y su deseo sexual iban ahora orientados hacia Pierre y sus atributos. El francés se levantó y se encaminó con el balón en la mano hacia donde se encontraban la red y la cancha. Le siguió mi tía, cuyos ojos iban clavados en las macizas nalgas del negro; detrás de Davinia avanzaba mi madre y tras ella, yo que no podía evitar recrearme la vista con el espectáculo del sensual culo desnudo de mi progenitora. Cuando llegamos a la zona deportiva, el francés propuso lo siguiente:

  • Hagamos una cosa: para que las dos parejas estén equilibradas, Davinia y yo formaremos una y Débora y Álvaro la otra. Así en cada una habrá un jugador experimentado y otro novato.

A todos nos pareció buena la idea, de modo que a un lado de la red se situaron mi tía y Pierre y al otro nos colocamos mi madre y yo. Inmediatamente el galo se puso manos a la obra (y nunca mejor dicho): empezó a mostrarle a mi tía cómo debía golpear el balón para efectuar los saques, cómo tenía que colocar las manos para amortiguar los remates procedentes del otro lado de la cancha y cómo debía efectuar el golpeo para pasar la bola sobre la red. Todas sus palabras iban acompañadas de gestos y de posturas corporales para que Davinia pudiera imitarlas. Pero no conforme con todo ello, Pierre, si tenía que corregirle alguna, no dudaba en situarse detrás de mi tía con su cuerpo pegado al de ella e indicarle exactamente cómo tenía que poner el cuerpo en cada caso. Aunque yo estaba frente a ambos, por la postura que tenían era evidente que la polla del negro estaba totalmente pegada al culo de mi tía. Me percaté además de que ella se hacía la torpe para tener a aquel tipo más tiempo detrás restregándole su verga. Incluso llegué a observar cómo Davinia, en alguna que otra ocasión, empujaba con bastante descaro su trasero hacia atrás para poder notar aun más la dureza del miembro del francés. Cuando al fin éste se apartó de mi tía y continuó con las instrucciones, pero ya con el balón como protagonista, su erección era tremenda, tanto que mi madre no tuvo ningún reparo en quedarse mirándola embobada durante bastantes segundos. Con cada salto que daba el negro para golpear la bola y mostrarle a Davinia cómo se hacía correctamente, su falo rebotaba como un muelle cada vez que los pies de Pierre aterrizaban luego sobre la fina arena.

  • ¿Está ya todo más o menos claro?- le preguntó a mi tía.

Ella asintió con la cabeza sin pronunciar palabra alguna: sólo sabía mirar aquella polla que tenía tan cerca y tan tiesa.

  • Débora, ¿a qué esperas para mostrarle a tu hijo cómo se juega? ¡No tenemos todo el día!- exclamó el francés.

A la vez que él y mi tía peloteaban con la bola amarilla, mi madre me hizo una pequeña y provechosa demostración de cómo se jugaba. Yo ya lo había estado observando antes durante el “show” de Pierre, ero aun así preferí dejarme instruir por mi progenitora. Ella me aportó un serie de consejos e indicaciones bastante valiosos. Durante una de ellas se situó detrás de mí y me comentó la forma en que debía colocar el cuerpo para recibir los balones rivales. Noté primero sus tetas completamente pegadas a mi espalda, luego sentí el roce áspero de los vellos del coño sobre el inicio de mis muslos y los bajos de las nalgas. Mi cuerpo y mi piel ardían de excitación y ya ni siquiera atendía a las instrucciones. Tampoco me importaba la hinchazón y el grosor que había adquirido mi polla, pues ya nadie ocultaba sus deseos o intenciones. El hecho de que mi madre pusiera fin a sus explicaciones deportivas y que comenzáramos a disputar el partido apagó momentáneamente un poco mi fuego interno, pero no por mucho tiempo.

Los primeros puntos del encuentro fueron rápidos y breves debido a la inexperiencia de Davinia y a la mía, que provocaba que cometiéramos un error tras otro. Sin embargo, poco a poco fuimos cogiéndole el truco al juego y los puntos se hacían cada vez más largos y disputados. Conforme avanzaba el partido mi atención comenzó de nuevo a centrarse en otras cosas: cada vez que mi madre se colocaba en la red y yo detrás de ella para recibir el saque de los rivales, tenía una panorámica perfecta e impactante del culo de mi progenitora en pompa. Desde mi posición se apreciaba el coño visto desde atrás y la raja del culo abierta por la postura. Otra vez el cosquilleo en mi verga se hacía más que latente.

Tras un punto muy disputado que mi madre decantó de nuestro lado con un espléndido palmeo sobre la red, vino en carrera hacia mí y me chocó las manos antes de abrazarme para celebrarlo. No sé si la emoción por el punto ganado le hizo olvidar que estábamos desnudos o si eso ya le empezaba a dar igual, pero el caso es que nuestros cuerpos quedaron pegados el uno al otro por la parte delantera, pecho con pecho, sexo con sexo. La sensación que noté fue indescriptible: el roce de sus tetas en mis pectorales, mi polla dura y erguida aplastada entre su vientre y el mío, las cosquillas de los vellos del chocho de mi madre en mi ingle, el sudor de su piel mezclándose con el mío.....Fueron sólo unos segundos lo que duró el abrazo, pero me dejó completamente encendido. Ya no era sólo excitación lo que sentía: me invadió el irrefrenable deseo de follar a mi propia madre. Cada vez que ganábamos un punto , ella se fundía en un nuevo abrazo conmigo y mis ganas aumentaban.

Pierre y Davinia tampoco se quedaban atrás en cuanto a efusividad y las palmadas del francés en el culo de mi tía eran norma tras cualquier punto que ellos conquistaban. El primer set cayó del lado de ambos con un marcador muy ajustado. Pero en el segundo, mi madre y yo nos rehicimos y lo ganamos de manera holgada. Cada vez me sentía más cómodo y ágil en el juego y la calidad de mi madre era tal que contrarrestaba el poderío de Pierre.

El tercer y definitivo set comenzó con un intercambio continuo de puntos. A mitad del mismo, Davinia conectó un buen remate por encima de la red y mi madre y yo corrimos hacia el balón para intentar evitar que tocase la arena. La falta de entendimiento en esta ocasión provocó que los dos chocáramos entre nosotros, mientras la bola aterrizaba sobre la arena. Mi madre cayó la primera al suelo y yo tropecé con sus piernas, perdí el equilibrio y acabé con parte de mi cuerpo encima del de ella. Mi polla quedó prácticamente sobre su rostro y mi cara entre sus piernas. Mi progenitora, al intentar moverse, hizo que su sexo se restregase por mi cara. Pese a que fue efímero, noté su humedad en mi boca. Mientras nos levantábamos, ella plantó sus manos en mi cuerpo con la coincidencia de que fueron a parar una a mi estómago, la otra directa a mi entrepierna. Me encogí instintivamente al sentir el contacto y el ligero golpe sobre mi paquete.

  • Cariño, como no nos hablemos y nos avisemos más, esos dos nos ganan el partido- me indicó ya de pie y dándome un par de palmadas de ánimo en los glúteos.

Ella se mostraba cada vez más desinhibida, cosa que me aliviaba pero, al mismo tiempo, seguía incrementando la llama del deseo. Así llegamos al final del encuentro con el tanteador muy igualado. Si Davinia y Pierre ganaban el siguiente punto, se hacían con la victoria definitivamente. Fue entonces cuando el francés, antes de realizar el saque, propuso lo siguiente:

  • Viendo lo intrigante que se ha puesto esto, quiero plantear algo: ¿qué os parece que el equipo ganador pueda luego proponer alguna cosa que debamos cumplir todos?

Mi tía, mamá y yo lo miramos un tanto extrañados, sin saber a qué se refería exactamente.

  • ¿A qué te refieres, Pierre?- preguntó mi madre, mientras se enjugaba el sudor que corría por su frente.
  • Jajajaja...Si te lo digo ahora pierde toda la gracia. Hasta que no concluya el partido no habrá pistas. ¿Aceptáis el reto?

El negro abrió la mano para que se la estrecháramos todos en señal de acuerdo. Davinia fue la primera en hacerlo y luego fuimos mi madre y yo quienes también aceptamos.

  • Perfecto, trato hecho entonces. Ya no vale echarse atrás después- comentó Pierre antes de encaminarse hacia el fondo de la pista para efectuar el saque.

Davinia se quedó en la red en el lado de su cancha y yo me puse frente a ella en mi terreno de juego, separados simplemente por la fina red. Mi madre se situó detrás de mí en diagonal a mi posición. El francés lanzó la pelota al aire, dio un salto majestuoso como si le fuera la vida en ello e impactó enérgicamente con su mano sobre el balón. Como un misil, el esférico amarillo cruzó la red dirigiéndose hacia el fondo de la pista. Giré la cabeza y vi cómo mi madre, en un escorzo increíble, logró evitar que la bola tocase la arena. El balón se volvió a elevar hacia mi dirección, corrí un par de pasos, llegué a la altura de la bola y, con un gesto muy forzado, conseguí golpearla tratando de que pasara al otro campo. Mi progenitora, tumbada boca abajo sobre la arena, seguía con gran atención la trayectoria del balón. Yo intentaba empujarlo con el alma para que sobrepasara la red. La bola tocó la cinta, engañó en su vuelo a Davinia, que se fue hacia el lado opuesto, y pareció detenerse en el aire sin saber hacia qué lado caer. Cuando observé que empezaba a descender hacia nuestro lado de la cancha a plomo y sin dar posibilidad de reacción, cerré los ojos sin querer ver el instante en que se confirmaba nuestra derrota. Todavía con los ojos cerrados escuché los gritos de alegría y de celebración de Pierre y Davinia. Hasta que no oí a mi madre junto a mí diciendo que no pasaba nada y que había disfrutado mucho durante el partido, no abrí los ojos de nuevo.

  • Anda, ven aquí, campeón y dame un abrazo- fueron sus siguientes palabras.

La abracé y ella me besó varias veces en la frente y en la mejilla. Yo hice lo mismo y en uno de esos besos nuestros labios estuvieron a punto de encontrarse. Noté las manos de mamá en mis nalgas dándome un par de cachetadas y me dijo:

  • Vamos a felicitar a los vencedores. Siempre hay que ser deportivos.

Separamos nuestros cuerpos y sentí alivio en mi empalmada polla, al quedar libre de la presión que acababa de sufrir mientras estaba emparedada. Tras felicitar a los ganadores, mi madre le preguntó a Pierre cuál era ese “castigo” para los perdedores del que antes había hablado.

  • ¿Castigo? Yo no he hablado de ningún castigo, sólo de una proposición- puntualizó el galo.
  • Venga, Pierre, no te hagas más de rogar y suéltalo ya de una vez- le solicitó Davinia.

A mí la forma en que Pierre hablaba, ese misterio y el tono como con segundas con el que decía las cosas me empezaron a oler raro. Cuando al fin desveló su propuesta, me di cuenta de que mis sospechas eran ciertas, incluso que me había quedado corto:

  • A ver cómo lo explico. Estamos aquí dos chicos y dos chicas, con nuestros cuerpos desnudos, sudorosos, jadeantes por el esfuerzo, con un subidón increíble....Nos encontramos en una playa nudista, tranquila, donde cada uno va a lo suyo sin preocuparse por los demás. Creo que más de uno de nosotros tiene otro tipo de “subidón”, al margen del originado por la práctica del ejercicio- comentó mientras dirigía su mirada a mi verga y luego a la suya. Observé cómo mi tía sonreía un tanto cómplice con su compañero de equipo. Pero mamá tragó saliva, comenzando a intuir por dónde podrían ir los tiros.
  • También hay quienes se dedican a lanzar miraditas curiosas a cierta parte del cuerpo de Álvaro y mío, y no quiero mirar a nadie- añadió Pierre.

Davinia sonrió todavía más y no se cortó ni un pelo: contempló primero la verga del negro y luego la mía.

  • Dos buenas y tiesas pollas, por cierto- indicó mi tía ante la sorpresa de mi madre.

Mamá se ruborizó por este comentario y en sus mejillas afloró un tono rojizo de pudor y vergüenza.

  • No seamos hipócritas: sólo basta con observar lo empalmado que está Álvaro y cómo lo estoy yo también para saber que andamos calientes como perros y que vosotras dos también debéis de estarlo, porque no habéis parado de mirar nuestros miembros durante todo el partido. Dime, Álvaro: ¿se bien el culo de Débora desde detrás? Que te he pillado deleitándote con la panorámica en varias ocasiones entre punto y punto- señaló el francés.

En ese momento quería que me tragase la Tierra. El muy cabrón, además de darse cuenta y de haberme estado observando, lo acababa de chivar así, sin más. Que lo desvelara de esta forma tan clara, sin rodeos y sin tapujos delante de mi propia madre era ya demasiado. Lo malo es que el tipo tenía toda la razón del mundo y yo no podía negar que eso había ocurrido.

  • No me gusta tener que estar con esto tan duro durante mucho tiempo. Cuando se me levanta y se me pone de esta manera como ahora, necesito aliviarme. Tal vez los perdedores tendrían que purgar su derrota satisfaciendo las necesidades de los vencedores, ¿no creéis?- terminó añadiendo el francés.
  • ¡Por Dios, Pierre! ¿Estás loco?- exclamó mi madre indignada.
  • ¡Vamos, Débora, no te hagas la inocente que tú, a la chita callando, te has dado un buen lote visual de vergas. No me tomes por tonto: te has hartado de mirar la mía y la de tu hijo- le replicó Pierre, dejándola en evidencia.
  • ¡Pues, sí, he mirado! ¡Una no es de piedra, maldita sea! Pero eso no quiere decir que....-
  • ¿Qué es lo que no quiere decir? ¿Acaso miras y observas algo tantas veces sin gustarte y sin sentir deseo por ello? Yo creo que no. Pienso que en el fondo te mueres de ganas por tener mi polla y, si me apuras, también la de tu hijo. Tal vez sea por falta de sexo en los últimos tiempos, no sé, tú sabrás- interrumpió el francés.

El tipo parecía muy listo, un perfecto estratega, y estaba poco a poco acorralando a mi madre con sus argumentos.

  • Espero que no te eches atrás y respetes el trato sellado con el apretón de manos. Debes cumplir con tu palabra, tal y como yo hice hace años con ese asunto que tú y yo sabemos- continuó el galo.

La expresión en el rostro de mi madre cambió por completo: de reflejar indignación y rebelión contra la propuesta de Pierre, pasó a mostrar temor, resignación y rendición. En cuanto la miré supe que, ahora sí, iba a aceptar lo que el francés propusiese. Fuera lo que fuese aquello a lo que Pierre acababa de hacer alusión, algo serio y grave tenía que ser para atemorizar y convencer a mi madre de esa forma. Miré a mi tía y me quedó claro que ella estaba a favor del negro desde hacía tiempo: seguía sonriendo y se veía que estaba encantada con aquella situación. Era evidente que deseaba que prosiguiera la “fiesta” que había iniciado casi dos horas antes conmigo y que quería gozar de un buen rato de sexo.

  • Hermanita, los pactos están para cumplirlos y las palabras dadas, también. No me digas que no te apetece probar esta polla- dijo Davinia agarrando y envolviendo con su mano el pene de Pierre.

Mi tía comenzó a deslizar su mano suavemente sobre el falo del negro, desplazando la oscura piel hacia abajo y hacia arriba.

  • Además, yo también he ganado y quiero mi recompensa- dijo ella mirándome la polla sin dejar de acariciar la del francés.

Yo estaba deseando ofrecerle su “premio” a mi tía y follármela, pero no quería descubrir esas ganas delante de mi madre: deseaba dejar fluir la situación para que pareciese que me había visto forzado a hacerlo.

  • ¡Esto es una locura, una auténtica barbaridad! Pero acabemos de una vez con toda esta barbarie, no quiero que se prolongue más- exclamó mi madre rindiéndose definitivamente.
  • Sabía que al final respetarías tu palabra dada. No seas tonta, relájate y disfruta. Lo vamos a pasar muy bien- dijo el galo.

Davinia soltó el falo del negro, tras dejarlo totalmente empalmado y con el capullo al aire. Se le veía húmedo y pringoso y de su agujerito central escapaba una pequeña burbuja de color blanco transparente. Mi madre dio un par de pasos hacia Pierre y se detuvo a escasos centímetros de su polla. Vi cómo la observó tímidamente, sabedora de que los tres estábamos pendientes de ella. Suspiró un par de veces, movió con dudas el brazo, lo echó atrás una vez, pero en un segundo intento fue capaz al fin de llevar su mano hasta la verga del francés.

  • Eso es, muy bien. ¿Ves cómo no era tan difícil? Tócala sin miedo, nadie te va a juzgar por eso. Los cuatro vamos a divertirnos y a gozar un rato. Así, sigue así, un poco más...- arengó Pierre a mamá.

En efecto, la mano de mi progenitora estaba ya palpando y manoseando el miembro erecto del negro, que continuaba alentando a mi madre. Las palabras que le acababa de dedicar parecieron hacer efecto, pues la timidez inicial de mi madre fue disminuyendo poco a poco y empecé a observar cómo agarraba aquel macizo e hinchado falo con mayor firmeza, ganas y convicción.

  • ¿Te gusta lo que tienes ahí en tu mano? Síííí, eso es, continúa. Ummm...., dame placer, vamos, más, un poco más.....Álvaro, es tu turno: no hagas esperar más a la otra ganadora- dijo el francés antes de cerrar los ojos a causa del deleite que mamá le estaba proporcionando.

El hecho de ver a mi madre masturbando a aquel negro, con esa tremenda polla en su mano, fue el acicate definitivo para acercarme a mi tía y ofrecerle mi polla erguida. Davinia se relamió y luego escupió varias veces sobre mi miembro , dejándolo totalmente cubierto de saliva.

  • Nada de más preámbulos conmigo. Me muero de deseo. Méteme la polla en el culo y fóllamelo- me ordenó justo antes de girarse y de poner su trasero en pompa.

Miré a mi madre y ella, mientras agitaba cada vez más rápido la verga que tenía en su mano, también me observaba esperando ver el momento en que mi tranca penetrase el ano de su hermana. Acerqué mi falo, cuyo rojo glande ya lucía al descubierto, rocé con él las nalgas de mi tía, recorrí la raja de su culo desde arriba hasta el agujero del ano y, tras dar con él, comencé a empujar con mi cintura y mis caderas. Mi polla empezó a perderse entre los glúteos de Davinia, que suspiraba al notar cómo uno a uno los centímetros de mi gorda verga se adentraban en su interior. Enterré mi miembro entero dentro del culo y sentí en su interior un calor abrasador. Volví la cabeza a mi izquierda y vi cómo mi madre se había metido en la boca la polla del francés. La mejilla se apreciaba abombada, fruto de tener chocando contra ella por dentro todo el nabo de Pierre. Comenzó a mamarla con lentitud, pero inmediatamente el ritmo aumentó y los labios de mi madre se deslizaban, incansables y enérgicos, sobre ese pene negro.

Sujeté a mi tía por las tetas y me puse a bombear con mi falo su culo. Oía los gemidos de Pierre provocados por la mamada que estaba recibiendo. Escuché cómo le pedía a mi madre que le comiese toda la polla como si fuera una puta, una zorra barata de carretera. El muy cabrón la estaba poniendo a mil usando ese vocabulario vulgar y soez y yo veía a mi progenitora disfrutar cada vez más. En su postura en cuclillas tenía el coño abierto y resplandeciente por el brillo de la humedad que lo cubría.

Aceleré mis movimientos, incrementé la vehemencia con la que empujaba y el placer que sentía me daba más energías para seguir más, para no decaer en el ritmo.

  • ¡Vamos, así! ¡Párteme el culo, rómpemelo!- gritaba mi tía.

Mis gemidos se entremezclaban con los de Pierre, quien le pedía a mi madre:

  • ¡Tu coño, quiero follarte ya el coño!

Ella, obediente, separó sus labios, dejó escapar el falo del francés y se tumbó boca arriba en la arena, abriendo sus piernas de par en par y ofreciendo su sexo al galo. Éste se arrodilló ante ella, agarró con las manos las rodillas de mi madre y comenzó a penetrarla. El alarido que dio mamá al notar aquel inmenso miembro perforando de golpe su coño fue enorme. Yo seguí empujando varias veces más contra el cuerpo de mi tía, hasta que noté que el momento de la eyaculación se acercaba:

  • ¡Titaaaa, me voy a correr. No aguantaré mucho más....!
  • No me llames ahora “tita”, ¿te enteras? Ahora no soy tu tía, quiero ser tu puta, como tu madre lo está siendo del francés. ¡Ahhhhhh...., ufffffff! ¡Deja ya mi culo y córrete en mi coño! ¡Dime cosas guarras mientras lo haces!- me ordenó Davinia.

Le saqué inmediatamente mi verga, que apareció cubierta e impregnada de mis propios flujos y de los del culo de mi tía. Conservando ella la misma postura en la que estaba, le hinqué sin miramientos mi miembro. Dio un respingo al notarlo invadir su coño y gimió como una loca.

  • ¡Así, puta, así! ¡Haz que me corra! ¡No me falta mucho! ¡Déjame que te llene de leche ese chocho de zorra en celo que tienes!- exclamé.

  • ¡Hazlo ya, me tienes desesperada! Me voy a correr de gusto, cabrón! ¡Vas a hacer que me

corraaaaa...!- gritó Davinia.

Un chorro imparable de flujo comenzó a manar de su coño todavía con mi polla dentro. La arena se empapaba al absorber el líquido que caía sobre la misma. Noté todo mi pene y mis huevos mojados, di un par de embestidas más y varias descargas de semen salieron lanzadas hacia las entrañas de mi tía Davinia, que suspiraba de placer. Mientras los últimos chorros de esperma goteaban de mi pene dentro del coño, Pierre embestía ya como un poseso a mi madre. El cuerpo del negro brillaba por el sudor que lo cubría, a la vez que mamá tenía los ojos cerrados y la boca abierta y jadeaba intensamente con cada acometida del francés, que parecía no tener límites en cuanto a la resistencia.

  • ¡Ahhhh..! ¡Para, Pierre, para, paraaaa! ¡Me estás reventandoooo!- exclamó mamá ante el tremendo brío del francés.

Pero el negro no paró, todo lo contrario: dio un último acelerón, penetró cuatro o cinco veces más a mi madre y en medio de un enorme grito se corrió dentro de ella. Cuando acabó de derramar toda su leche, extrajo la verga y se dejó caer de espaldas sobre la arena. Lo mismo hizo mi madre, que permaneció unos instantes despatarrada y con el semen de Pierre resbalando hacia fuera por la enrojecida raja de su coño.

Pensé que ya había acabado todo, pero me equivoqué. Tras un par de minutos en los que todos recuperamos las fuerzas y el aliento, Pierre volvió a hablar:

  • ¿Sabéis de lo que tengo ganas ahora? De ver cómo mi querida amiga y perdedora se porta bien y complace a su hermana y se deja complacer por ella.

La insaciable imaginación del francés parecía no tener límites y seguía tramando cosas. Mi madre ni siquiera reaccionó: creo que aún estaba bajo los efectos de la follada que le había dado aquel negro. Pero mi tía sí habló:

  • ¿Quieres que tenga sexo con mi hermana? Pierre, Pierre, Pierre....Tienes una mente un tanto perversa. Pero, ¿sabes?, me gusta ese punto cañalla que posees- dijo, acercándose hacia donde estaba tumbada Débora.

No me lo podía creer: realmente estaba dispuesta a aceptar la propuesta del galo y lo que más me sorprendió fue que mamá no rechazara los primeros tocamientos de mi tía. Las manos de Davinia se posaron sobre las tetas de su hermana, las acarició con delicadeza y empezó a jugar con los pezones, friccionándolos. Mi progenitora los tenía totalmente tiesos, apuntando desafiantes hacia delante. Pierre sonreía satisfecho ante lo que estaba viendo y más aun al contemplar cómo mamá comenzaba a devolverle voluntariamente las caricias a Davinia, magreándole intensamente los preciosos pechos. Las dos se rozaban mutuamente y suspiraban. Davinia cambió de postura y se situó colocando la cabeza entre los muslos de mi madre, quien a su vez tenía al alcance de su boca el clítoris de mi tía. Casi simultáneamente empezaron a comerse el coño y a chuparlo.

Mi madre saboreaba los restos de mi semen que todavía asomaban por la vagina de mi tía y ésta hacía lo propio con el esperma de Pierre. Estampó sus labios contra la boca de Débora y la besó largamente metiendo la lengua hasta el fondo e intercambiando saliva y sabores seminales hasta que volvieron a recuperar la posición del “69”.

Comencé de nuevo a calentarme al ver la tórrida escena entre mi madre y su hermana y, cuando quise darme cuenta, tenía a Pierre a mi lado. Sin mediar palabra y con un descaro descomunal el tipo se apoderó de mi polla. Traté de apartarle el brazo un par de veces para que me la soltara, pero fue imposible. Negó con la cabeza y me dijo:

  • ¿Recuerdas el trato? Tú también debes cumplirlo al completo. Tranquilo que no voy a hacerte gran cosa. Sólo deseo ponértela dura otra vez y que tú hagas lo mismo conmigo, que nos masturbemos mutuamente, para que después tú te folles a tu madre y yo a tu tía.

El muy cerdo se había guardado ese as bajo la manga como remate final de su juego y ahora tenía mi polla en su mano.

  • ¿A qué esperas? ¡Vamos, tócamela y sacúdemela!- me ordenó.

Despacio, con mucha reserva y bastante asco abrí la mano, la desplacé hacia el miembro ahora casi totalmente flácido del negro y lo tomé en mi mano, mientras mi progenitora y Davinia seguían gozando entre ellas. La polla del francés estaba pringosa y sucia. Tuve que tragar saliva varias veces antes de atreverme a empezar a agitar aquel pene. Sólo quería que se le pusiera pronto duro para que me dejara en paz. Pero a Pierre no había, al principio, manera de levantársela. Él, por su parte, seguía magreándomela a mí insistentemente, sin perder detalle de lo que hacían ambas mujeres. Respiré hondo y decidí apretar más. Al fin y al cabo cuanto antes acabase con aquello, menos tiempo tendría que estar con esa verga en mi mano. Poco a poco conseguí que el falo negro se hinchara ligeramente. Mi pene también reaccionó pero no por la acción en sí del francés: lo hizo al ver cómo Davinia penetraba el ano de mamá con la lengua y cómo mi madre la imitaba a continuación.

  • Eso es, buenas chicas. Ya ni siquiera os tengo que decir lo que debéis hacer. Vosotras solas lo lleváis a cabo. Miraos con la lengua dentro del culo de la otra como si fuerais dos auténticas putas. Están ricos esos anos, ¿verdad?- comentó el francés, mientras sonreía y continuaba oprimiendo mi miembro con más fuerza. Agarró mis testículos con la otra mano y los magreó todo lo que quiso, jugando con ellos y estrujándolos. Eso hizo que yo gimiera, a la vez que miraba a mi tía y a mi madre. Mi polla se terminó de poner dura y no pasó desapercibido para Pierre:
  • ¡Vaya con Alvarito! ¡No me digas que te gusta que te la menee un negro!- dijo en tono provocativo.

Sus palabras me encorajinaron tanto que apreté con todas mis fuerzas su polla y le di un par de enérgicas sacudidas. El tipo gritó y gimió y su pene acabó por empalmarse completamente. Pero yo quería seguir vengándome más por lo que me estaba haciendo pasar, así que rodeé su glande con la palma de la mano, lo apreté con fuerza y giré una y otra vez la mano sobre esa bola roja y húmeda. El francés cerró los ojos y apretó los dientes, aguantando el dolor. Noté cómo su mano empezaba a aflojar la presión sobre mi verga, hasta que por fin se rindió y la dejó libre. Con la voz entrecortada me ordenó que me acercase ya a mi madre y que follase con ella.

  • Vamos, putitas, es hora de terminar el juego- les comentó el galo a mi madre y a mi tía que aún seguían en pleno goce sexual mutuo. Davinia, incluso, penetraba ya a su hermana con un dedo.
  • Quiero tu polla, negro, deseo tenerla dentro y que me inundes entera con tu leche- le espetó mi tía.

Pierre no esperó más, le levantó la pierna y, sujetando el pie, mantuvo ésta elevada mientras le insertaba su falo en el coño.

Mi madre y yo nos quedamos mirándonos. Sentí vergüenza y no me atrevía a hacer nada. Pero ella me agarró el paquete con su mano y me dijo de forma decidida:

  • ¡Fóllame, hijo, lo deseo!

El cabrón de Pierre había terminado por emputecer a mi madre, había conseguido su objetivo. Continué sin moverme y sin reaccionar, pero mamá insistió:

  • ¡Vamos, hijo! ¡Hazlo! ¡No me dejes con las ganas! No pasará nada.

Fue entonces cuando decidí obedecer a mi progenitora. Me tumbé en la arena boca arriba y agarré mi polla para mantenerla sujeta y firme.

  • Móntate sobre ella. Quiero que cabalgues- le pedí.

Ella me sonrió satisfecha y empezó a agacharse sobre mí, abriéndose de piernas. Fue descendiendo con su cuerpo hasta que la punta de mi nabo rozó sus labios vaginales y comenzó a hundirse, engullida entre ellos. Paulatinamente cada uno de los centímetros de mi miembro fue desapareciendo en el coño de mi madre, hasta quedar éste enterrado por completo. Entonces, mi madre empezó a subir y a bajar sobre mi polla a un ritmo acompasado. A nuestro lado la otra pareja gemía y Davinia resistía como podía cada embestida del francés. Ella quería más, no se conformaba todavía. Pierre respondió arqueando su cuerpo y valiéndose de las caderas para impulsarse hacia delante. Ambos jadeaban como locos.

  • ¡Ahhhh....Sigue así! ¡Eso es, muévete tú también! No creo que aguante mucho. La zorra de tu tía me ha dejado a las puertas del orgasmo- me confesó mi madre.

Yo empezaba a empujar desde abajo para que la penetración tuviera más efecto. Noté cómo ella aceleró en su cabalgada y yo también aumenté el ritmo.

  • ¡Arrgggghhh...! ¡Esto viene! ¡Voy a eyacular! ¡Me corro, me corrooooo...!

Los gritos de Pierre anunciaron su descarga de leche justo unos segundos antes de que también Davinia llegase al clímax. Mamá y yo aguantamos sólo unos instantes más. Agarrándola de sus tetas sentí cómo su cuerpo temblaba y se estremecía en el preciso momento de llegar al éxtasis y justo antes de que el esperma saliera a borbotones de mi polla, llenando de él hasta el rincón más oculto dentro de mi madre.

Los cuatro quedamos exhaustos y rendidos sobre la arena. Nadie hablaba, sólo se oían nuestras respiraciones agitadas, que poco a poco se iban calmando. Me notaba vacío de fuerzas, agotado y, a duras penas, me puse de pie. Mi cuerpo estaba lleno de sudor, de flujos, con arena pegada en la espalda y en el culo. Me dirigí hacia el agua del mar para bañarme, limpiarme y refrescarme. Me siguieron Davinia y Pierre. Mamá se quedó unos minutos más tumbada, pero finalmente se unió a nosotros.

Permanecimos dentro del mar un largo rato antes de volver a salir: se estaba haciendo tarde y teníamos que regresar a casa. Pierre se secó, se vistió y se despidió de nosotros. Davinia, mamá y yo tardamos unos minutos más en recoger y abandonar la playa.

Durante el viaje de regreso a casa, le pregunté a mi madre si iba a contarnos qué era aquello a lo que había hecho referencia Pierre. Mi madre, sabiendo de sobra que entre nosotros tres ya no habría cosas que ocultar después de lo que acabábamos de vivir y disfrutar juntos, nos confesó que Pierre la había sorprendido un día en la oficina, en el despacho del jefe, practicando un trío con la esposa de éste. El jefe no quería que aquel asunto se supiera ni dentro ni fuera de la oficina: compró el silencio de Pierre ascendiéndolo de puesto y trasladándolo a otra ciudad. Además, tuvo que acceder a que el francés se follara en el despacho a su esposa delante de sus propios ojos el día en que los sorprendió.

Mi madre, por su parte, había pactado con el francés que guardara silencio sobre lo ocurrido y que no se lo contara a ninguno de los compañeros de trabajo ni a nadie de fuera de la empresa. Con un apretón de manos habían sellado ese acuerdo.

Desde aquel día de playa mi madre, mi tía y yo empezamos a tener sexo entre nosotros con cierta frecuencia y en muchas de esas ocasiones llamábamos a Pierre para que se uniera. Por supuesto, el negro y su nabo acudían sin falta a cada una de nuestras llamadas.

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