Volar un puente

La misión: volar un puente enemigo. Los soldados sabían que sería difícil, pero jamás pensaron que uno de ellos terminaría siendo víctima de una múltiple violación.

La misión era en realidad muy sencilla, o al menos eso parecía sobre los mapas expuestos sobre la mesa de campaña. El Capitán Smith les expuso el plan en pocas palabras.

Caballeros, es imprescindible que volemos el puente de Kwuan Lon, no existe otro modo para impedir que el enemigo se abastezca de pertrechos y armamento mas que por esa vía. De lograrlo, cortaremos de tajo sus posibilidades de tomar Jartun, y les daremos un duro revés a sus tropas.

En silencio, el Teniente Thomas Nelson y el soldado Mel Kalwoski asentían atentos, tomando conciencia de lo importante que era lograr el objetivo.

Por supuesto la operación debe ejecutarse con el más absoluto sigilo – continuo el Capitán – porque dependeremos totalmente del elemento sorpresa.

Con cuántos hombres puedo contar? – preguntó el Teniente Nelson.

Sólo ustedes dos y un experto en explosivos que esta por llegar – fue la respuesta.

Nelson tuvo que aceptar que un equipo pequeño tendría mas posibilidades de alcanzar el éxito.

Cuándo partiremos? – preguntó entonces el soldado.

Hoy mismo por la noche – terminó el Capitán – y les deseo mucha suerte.

Nelson y Mel salieron de la oficina del Capitán con caras serias y preocupadas. La misión era prácticamente un suicidio, y ambos lo sabían, pero era su deber como militares y estaban dispuestos a morir en el intento.

El soldado Kawolski, con escasos 23 años se preguntó si saldría con vida de aquella misión. Era un muchacho rubio, de piel blanca y ojos azules, heredados de sus antepasados polacos. Como todo joven tenia la vitalidad y la energía para la dura vida militar. Nelson por su parte era de origen italiano, de piel aceitunada y a sus 32 años había obtenido el grado de teniente gracias a su pericia militar. Llevaban mas de un año juntos en el batallón y Nelson sabía que Mel era sin duda el mejor soldado que hubiera podido elegir para aquella misión.

Nos tomamos un respiro, Teniente? – preguntó Mel al ver a su superior tan taciturno.

Sí – aceptó Nelson – vamos a refrescarnos un poco antes de empezar los preparativos.

Tomaron unas toallas y un jabón y se alejaron rumbo al río. Los hombres de otras compañías los vieron pasar y les chiflaron y gritaron frases obscenas. Aquellas bromas eran tan comunes que ambos contestaron con gestos igual de obscenos que lograron arrancar las carcajadas de todos.

Llegaron al río y el sonido del agua corriendo entre las rocas les hizo olvidarse por un momento de su próximo destino. Como niños se desnudaron rápidamente y se lanzaron al agua. Nadaron un rato y luego procedieron a enjabonarse. Mel disimuladamente miraba el cuerpo desnudo del Teniente Nelson. Jamás lo hubiera admitido, pero la admiración que le tenía por su pericia militar se había ido convirtiendo con el tiempo en algo mucho mas complejo. Muchas veces se quedaba contemplando su atractivo y masculino rostro, casi siempre mal afeitado, le gustaba también su voz, ronca y nasal al mismo tiempo, le gustaba su sentido del humor y lo bien que sabia tratar a sus muchachos. Había tenido oportunidad de verlo desnudo en varias ocasiones, y de pronto se había descubierto admirando también sus potentes brazos, su pecho velludo y aunque no quisiera admitirlo, también había puesto atención a su miembro viril, oscuro y grueso.

Ahora, con los ojos cerrados debido al jabón con que se lavaba el pelo, tuvo oportunidad para mirarlo a sus anchas. De su firme y marcado vientre cubierto de suave vello oscuro, su mirada descendió hasta la hirsuta mata de pelos de su pubis, y más abajo, el pene moreno colgando casi al ras del agua, sobre un par de gordos y pesados testículos. Un asomo de erección alarmó a Mel, y se dio vuelta antes de que el teniente pudiera darse cuenta de su embarazosa situación.

Nelson se enjuagó el pelo con el agua del río y al abrir los ojos encontró frente a sí la pecosa espalda de Mel. Fue inevitable que su vista bajara disimulada hasta las blancas y redondeadas nalgas del soldado. Puta madre, pensó, qué culo tiene el muchacho. Sus muchos años en el ejercito le habían hecho abrir la mente a muchas cosas que probablemente fuera de ese ambiente jamás se hubiera animado a probar alguna vez. Una de ellas era el exquisito placer que esos jóvenes y masculinos soldados podían ser capaces de proporcionar. Por supuesto había que cuidar el rango, la reputación y el respeto tan duramente ganado, pero sabía que siempre existía la forma de darse una escapada.

Llevaba mucho tiempo sin ningún tipo de acción, y de repente deseó las nalgas de Mel como hacía mucho que no deseaba algo. De cualquier forma el momento no era propicio. Estaban demasiado cerca del campamento y se controló con pura fuerza de voluntad adquirida gracias a su buen entrenamiento.

Como sea, su miembro se engrosó un poco, según se percató Mel al salir del agua, pero no se atrevió a mirarlo para no despertar las sospechas del Teniente. Salieron los dos del agua evitando mirarse mutuamente y regresaron al campamento hablando ya de su futura misión.

El Capitán Smith los esperaba ya acompañado de otro militar.

Les presento al Teniente James Torton, experto en explosivos – dijo en cuanto se acercaron.

Nelson y Mel saludaron a Torton, un hombre un poco mayor que Nelson de raza negra y fría mirada.

Tengo todo listo – dijo – y en cuanto estén preparados les explicaré lo que tengo pensado.

Nelson y Mel fueron a preparar el equipo y se reunieron con Torton para ultimar detalles. Partieron esa noche en un vehículo que les acercaría lo más posible dentro de terreno neutral. A partir de allí, solo contaban con sus propios medios para sobrevivir.

Sin tener que ponerse de acuerdo, Nelson y Mel coincidieron en que el experto en explosivos era un autentico hijo de puta. Apenas si llevaban unas horas de camino y ya lo detestaban. Torton era uno de esos tipos tan comunes en el ejercito que han obtenido su rango por su excelente capacitación mas que por su labor en el campo de batalla. Para él todos eran unos ineptos, maricas, borregos que había que manejar porque carecían de la inteligencia suficiente para tomas las decisiones correctas. Mel y Nelson lo escuchaban sin decir palabra, deseando que la misión fuera un éxito, mas que nada para libarse de aquel pelmazo lo más rápido posible.

Pongan atención – dijo el negro pomposamente cuando hicieron un alto en el camino – porque no voy a repetirlo.

El teniente hizo una mueca de verdadero fastidio y Mel se contuvo para no decir lo que en realidad estaba pensando. El experto en explosivos explicó su brillante plan.

Ustedes cubren mi retaguardia – Mel y Nelson miraron al mismo tiempo el redondo culo del negro y estallaron en carcajadas.

Con todo gusto – dijo entre risas el teniente, y Mel casi se orinó de risa.

No entiendo qué les causa tanta gracia – comentó irritado Torton.

Los otros estallaron con una nueva serie de incontrolables risotadas y visiblemente molesto Torton explotó de enojo y se alejó soltando maldiciones. El teniente y el soldado continuaron desternillados de risa hasta que un disparo resonó en medio de los matorrales. Inmediatamente tomaron posiciones, martillando las armas y protegiéndose al ras del suelo. En silencio, trataron de escuchar ruido de pisadas. Apenas unos lejanos murmullos y el estridente canto de algunos pájaros. Torton debía haberse ocultado también, porque no lo escucharon tampoco. Aguardaron varios minutos, hasta que el teniente se puso de pie y Mel lo siguió. Alertas, revisaron el perímetro sin encontrar nada anormal. Nada, excepto que Torton había desaparecido.

Comenzaron a buscarlo. A 30 metros encontraron su boina verde, la misma que llevaba puesta minutos antes. No había huellas de sangre, por lo que dedujeron que había sido capturado por el enemigo. La misión había fracasado antes de empezar, y peor aun, habían perdido a su experto en explosivos. El teniente decidió encontrar al maldito bastardo antes de que el enemigo lo torturara, como seguramente iba a suceder, y obtuviera datos sobre la localización del pelotón, su armamento y demás información confidencial.

Silenciosos y abatidos, comenzaron a seguir el rastro.

Torton, maniatado y amordazado fue llevado por dos soldados orientales ante su capitán. En medio de la habitación, un hombre de pequeños y feroces ojos oblicuos le miraba. Dijo algunas palabras que Torton no entendió, pero que definitivamente sonaban amenazadoras. Los hombres comenzaron a golpearlo. En el vientre, en la espalda, en las piernas, a puño limpio y a veces con unas cachiporras de cuero que rápidamente doblegaron la estoica valentía del negro.

Esto apenas va comenzando – dijo el capitán en un inglés rudimentario pero entendible – y más vale que cooperes o se pondrá aun peor.

Qué es lo que quiere? – preguntó Torton con visibles muecas de dolor.

Información – fue la rápida respuesta – y una nueva lluvia de golpes cayó sobre el negro.

De haber conocido la información que aquellos tipos le cuestionaban, sin duda Torton hubiera contado todo, pero para su mala suerte apenas llevaba unas cuantas horas en el campamento y no fue lo suficientemente convincente al hablarles del numero de hombres, armas, y mucho menos planes de ataque.

Desnúdenlo – ordenó el capitán visiblemente molesto.

Los hombres desgarraron sus ropas en un santiamén. En calzoncillos, Torton esperaba lo peor.

Mis hombres llevan ya mucho tiempo en esta selva solitaria y húmeda – explicó el capitán – y aunque hasta ahora han resistido, la verdad es que necesitan algo en que desfogar la bestia que llevan dentro.

Torton trató de entender el inglés chapurreado tan torpemente. Hombres solos, bestias en la selva. La frase estaba tan mal estructurada y se sentía ya tan agotado que le había pasado por alto el verdadero sentido de la frase. Por lo mismo, le extrañó la sádica risa de los soldados y más todavía que uno de ellos le acariciara las nalgas de pronto con torpes y brutas caricias.

El capitán se acarició la bragueta y sonrió complacido al ver la mueca de entendimiento en el asustado rostro del negro.

Ahora comprendes – dijo estallando de risa.

Torton forcejeó un poco. Uno de los soldados le besó una de sus oscuras y erectas tetillas, mordiéndola cruelmente después. Torton gritó adolorido, pero estaba amarrado, colgando casi del techo y poco podía hacer para quitárselo de encima. El otro soldado le había arrancado ya los calzones. Sus gruesas y potentes piernas culminaban en un par de majestuosas y redondas nalgas. Como muchos hombres de raza negra, tenía un trasero redondo y firme, y aquellos delgados y fibrosos orientales enloquecieron con él. A sus espaldas, sintió sus rudas caricias y manotazos. Parecían divertirse mucho palmeando sus nalgas para ver bailar la abundante carne oscura y Torton sintió que el trasero le ardía ya con tantas nalgadas. Los soldados reían y el capitán parecía animarlos, visiblemente excitado por el comportamiento de sus muchachos, según dejaba adivinar el bulto en los pantalones de su uniforme.

Los soldados comenzaron a toquetearle el pene, maravillados con su oscuro color y su considerable tamaño. A pesar de no desearlo, la verga de Torton comenzó a responder al toqueteo, engrosándose y estirándose. El capitán entonces se acercó también para mirarlo de cerca. Los soldados se hicieron a un lado, dejándolo frente al negro. El capitán tomó los huevos de Torton en una mano, acariciándolos primero, y apretándolos después. Torton gritó adolorido cuando la presión fue demasiada y sus torturadores rieron satisfechos. Con todo, la verga del negro creció aun más con el castigo, resaltando las gruesas venas de su tronco color chocolate.

Ahora el capitán estaba más excitado. Volvió a su sillón, abriéndose la bragueta después de sentarse. Su verga, larga y afilada asomaba por la abertura. Se la acarició por unos minutos mientras ordenaba algo en su incomprensible idioma a sus hombres. Torton sintió que uno de los soldados le abría las nalgas y poco después notó su húmeda lengua en el ojo del culo. Lamía los bordes, echando saliva y mojándolo todo. La sensación era una mezcla de humillación y placer y fue observada por el capitán con muestras de evidente excitación, acariciándose el pito con cada vez mayor rapidez. Finalmente dio una orden y Torton fue destrabado del gancho del cual estaba colgado y a punta de pistola llevado hasta el capitán, que le esperaba sentado y con el pene al aire.

Los soldados le hicieron girarse, dándole la espalda al capitán, que alternó algunas caricias a sus redondas nalgas con unos cuantos sonoros palmoteos. Al parecer también le gustaba dar nalgadas, al igual que sus soldados. Finalmente abrió las oscuras masas de carne y procedió a meterle un dedo en el culo. Torton aguantó como pudo y se sintió mas mortificado aun cuando fue obligado a agacharse para que el capitán pudiera tener un mejor acceso a su negro agujero.

Una nueva orden y los soldados empujaron a Torton sobre el regazo del capitán, obligándolo a sentarse. Como lo había temido, la verga del capitán era el destino final, y con dolorosa vergüenza, Torton tuvo que sentarse sobre ella. La punta del pene se acomodó entre sus nalgas casi abiertas. El capitán la sostuvo con una mano, mientras con la otra guiaba el trasero de Torton para hacerlo coincidir con su nervioso y excitado miembro. La verga resbaló en su interior, con un doloroso sentón que empaló a Torton súbitamente. Gritó de dolor y los soldados rieron con su tormento.

Obligado, Torton comenzó a subir y bajar sobre aquel palo duro que le perforaba las entrañas. Para mayor vergüenza, su verga estaba dura y rebotaba contra su vientre con cada subida y cada bajada. Los soldados estaban ya tan excitados que pidieron permiso para sacarse las vergas. El capitán les dio su consentimiento, y los rudos soldados dejaron salir el encabritado animal que tenían bajo los pantalones. Pronto estaban ya frente a la boca de Torton, que no tuvo que esperar mucho para recibir la orden de chuparlos. Se alternaban, primero uno, luego el otro, gozando de sus gruesos labios y su húmeda boca, mientras el capitán disfrutaba con el intimo apretón de su estrecho culo virgen. Así estuvieron mucho rato, o al menos eso le pareció a Torton, hasta sentir que la estilizada verga del capitán le dejaba dentro su carga de cálida leche y los soldados se vaciaban también sobre su rostro y dentro de su boca. El ácido sabor del semen asqueó a Torton, pero comprendió que su posición en aquellos momentos era muy delicada como para ponerse a escupir, y se tragó la pegajosa erupción con el agradable consentimiento de los soldados.

Torton creyó que la pesadilla había terminado, pero apenas había terminado de ponerse en pie, con la dolorosa sensación que dejó la verga del capitán al salir de su culo, cuando ya era arrastrado fuera de la cabaña por los dos soldados. Afuera, la potente luz del sol le cegó momentáneamente, y mejor hubiera sido seguir cegado, porque en cuanto su vista se acostumbró a la luz, descubrió que fuera le esperaban otros diez soldados, sedientos ya, ansiosos por probar también su exótica piel oscura, sus nalgas, su boca, su cuerpo de pronto tan deseado y codiciado. Los soldados lo rodearon, haciendo comentarios que Torton no entendía pero sí sentía. Pellizcos en sus nalgas, en los pechos y en el sexo hicieron que sus intenciones fueran muy claras. Desnudo, en medio de aquellos hombres, enemigos todos, comprendió que estaba perdido, y se resignó a lo peor.

Apenas a veinte metros de allí, ocultos por el espeso follaje, el teniente Nelson y el soldado Mel contemplaban su precaria situación. En evidente desventaja, decidieron planear bien su próximo movimiento, el cual sería llevado a cabo al caer la noche. Mientras tanto, al simpático Torton no le quedaba otra que sobrevivir por sus propios medios. Mudos, observaron como el imponente negro era pasado de un hombre a otro, que reían felices con el nuevo juguete, sobándolo, acariciándolo, mordiéndolo y arañándolo en una juerga que apenas daba comienzo. El grupo de soldados se organizó rápidamente, echando suertes para decidir los turnos. Torton fue llevado al lugar donde dormían, apenas un techo de paja, sin paredes ni ventanas, lo que permitió a Nelson y Mel observar calladamente todo lo que sucedía.

Amarraron al negro en una cama, manos y pies separados, boca abajo e imposibilitado para moverse. El primer hombre se acercó y lo montó. Ningún tipo de preliminares, sólo el acto puro y animal de procurarse placer en el orificio anal del pobre Torton. La escena era una pesadilla. Los hombres en fila, animando al que estaba encima, con las vergas preparadas asomando de sus pantalones, erectas todas, de distintos tamaños y formas, un desfile de machos hambrientos, dispuestos a coger y coger hasta quedar saciados.

Nelson no pudo evitarlo. Estaba completamente empalmado. Su pene estaba duro como una roca, mirando a aquellos hombres violar repetidamente a Torton, cuyo culo seguramente era ya un mar de semen y sudor. Trató de disimular por Mel, que también miraba hipnotizado la escena, con el aliento contenido. Para su sorpresa, el pecoso y rubio soldado se sobaba la verga, también excitado. Nelson ya no pudo más. Se abrió la bragueta y liberó su miembro. Mel se dio cuenta y en silencio lo imitó. Se miraron las respectivas vergas. Las miradas vidriosas, excitadas, calientes ya mas allá de todo limite. El cuarto hombre estaba penetrando ahora a Torton. Era apenas un muchacho, no tendría mas de 18 o 19 años, delgadito y fibroso, pero con una verga larga y tiesa, que vitoreada por sus compañeros enterró en el culo de Torton con un decidido empujón. Nelson sintió la mano de Mel trepando por su muslo, hasta llegar a su excitada verga. No dijo nada, disfrutando de la suave caricia de su mano. Para corresponder, busco a tientas la verga de Mel, y la encontró maravillosamente dura y caliente. Comenzó a masturbarlo, mientras el soldado lo masturbaba a él.

El quinto hombre ya estaba listo, y apenas su predecesor dejó libre el sitio procedió a cogerse a Torton, que ya ni siquiera se quejaba. Mel se animó a agacharse entonces entre las piernas del Teniente, que sintió sus cálidos labios rozarle el glande. La sensación fue maravillosa. El pecoso rostro enterrado entre los abundantes vellos de su pubis. Le acarició el cabello, guiándolo, urgiéndolo a seguir, a comerse su polla entera, hasta la empuñadura, penetrando la húmeda cavidad de su boca hasta la misma garganta, insistente y potente, su grueso miembro se engrosó mas todavía con la mareante caricia. Ya ni siquiera miraba a Torton y el interminable desfile de vergas que le esperaba. Sólo le importaba Mel y su embriagadora caricia. El soldado ganó confianza y comenzó a acariciar sus suaves y peludos huevos. Nelson se fue recostando sobre el pasto, al abrigo de los arbustos, con el sol brillando sobre sus párpados cerrados y la boca de Mel haciendo estragos en su cuerpo. Ahora lamía sus testículos, gordos y llenos de leche. Tantos días sin sexo, tantas ganas contenidas. Y Mel tan cerca, tan dispuesto, y tan caliente como él, según apreció al ver aparecer su verga junto a su rostro. El soldado se había girado, de modo que ahora podían chuparse ambos mutuamente. Nelson tomó su verga y comenzó a lamerla. Sus rosados testículos colgaban sobre su nariz, y el intoxicante olor de macho llenó sus fosas nasales.

Prendidos de sus respectivas vergas, se perdieron de las restantes que disfrutaron a Torton. Tal vez si hubieran estado en otro sitio hubieran hecho algo mas que mamarse mutuamente, pero estaban peligrosamente cerca del enemigo, y era una imprudencia seguir con aquello. Nelson se vino primero, y Mel bebió su abundante esperma hasta la ultima gota. El teniente correspondió de igual forma, y no dejó de mamar la verga de Mel hasta dejarla seca y limpia. Entonces satisfechos volvieron a observar. Torton seguía desnudo, como un muñeco roto y usado, y por un momento temieron que lo hubieran matado, pero lo oyeron gemir quedamente y respiraron más tranquilos. Maltratado pero vivo. Se acomodaron a esperar el momento adecuado.

Después de la orgía, los hombres obtuvieron licencia para echarse un trago, y al caer la noche, la mayoría de ellos estaban ya bien borrachos. Eso permitió que Nelson y Mel pudieran escabullirse y liberar al atolondrado Torton, que se puso de pie dolorosamente y los siguió en la negrura de la noche. Caminaron lo mas lejos posible, hasta que Torton ya no pudo más. Se escondieron y montaron guardia por turnos, vigilando la posible llegada del enemigo. Por la mañana, después de lavarse en un riachuelo y tomar alimento, todos se sentían mejor. Todos menos Torton, que no había dicho ni una palabra de su vergonzosa captura. Ya no era el arrogante experto en explosivos de un día antes, ni les torturaba con su excesiva arrogancia. Era un hombre cambiado, y los otros dos respetaron su cambio.

El plan debe seguir adelante – comentó entonces Nelson.

Lo que ordene, teniente – aceptó Mel.

Miraron a Torton, quien permanecía callado.

No estoy de acuerdo – dijo finalmente – me siento mal, estoy herido y opino que debemos regresar al campamento.

Estas loco? – refutó Nelson airado – la misión debe cumplirse, sin importar cómo estemos ni cómo nos sintamos. Es de vital importancia.

Pues se hará lo que yo diga – gritó Torton en su viejo estilo arrogante y prepotente – soy el que mayor rango tiene aquí y ustedes acatarán mis ordenes.

Mel se quedó callado, enojado pero vencido por el rango militar de Torton, pero el Teniente echaba chispas.

Me cago en tu rango militar – dijo desdeñoso – y si no seguimos adelante con la misión contaré con lujo de detalles como diez calientes orientales te cogieron, uno por uno, y como les diste placer a todos ellos con tu recio y bonito culo. Seguramente te darán una estrella, por ser la más grande puta del ejercito – tronó.

Torton echaba espuma por la boca. La rebeldía en el ejercito era la peor traición posible, pero sabía que estaba en manos de Nelson, y no tuvo mas remedio que tragarse sus palabras y consentir seguir adelante con el plan. La situación se puso tensa y tirante entre ellos, pero el objetivo era muy claro, y los explosivos fueron colocados en el puente tal y como se les había encomendado, y tuvieron que reconocer que el experto en explosivos tenía muy merecido su rango, porque el puente estalló en la forma exacta cómo Torton lo había planificado y toda la estructura se derrumbó, dejando al enemigo sin forma de abastecerse de pertrechos y armamento.

Se prepararon entonces para regresar al campamento. Torton malhumorado y Nelson callado. Mel trataba de mediar entre los dos, pero era imposible que se llevaran bien. Finalmente, apenas a unas horas de llegar tomaron un respiro. El lugar era paradisíacamente hermoso. Una poza en el claro de un río, el agua tranquila y fresca y al cobijo de altas palmeras. Decidieron bañarse. Nelson se desnudó sin mirar a nadie, y Torton hizo lo mismo. Mel miró a los dos hombres, tan distintos y tan apuestos cada uno en su tipo. Alejados uno del otro, nadaron y se refrescaron, y Mel hizo lo mismo en medio de ambos. Salieron chorreantes y se tiraron desnudos, secándose al sol. Nelson recordó lo sucedido con Mel y comenzó a sentirse excitado. Su pene se engrosó lentamente, capturando la atenta mirada del soldado, que se acercó para hacerle una caricia al grueso miembro.

Qué haces? – preguntó escandalizado el Teniente señalando a Torton, que los miraba en silencio.

El tiene un secreto que debemos guardarle – dijo Mel – y ahora conocerá un secreto sobre nosotros que deberá guardarnos también - razonó sabiamente – lo que los pone a ambos en la misma situación.

Torton sonrió por primera vez desde que lo conocían. Sus blancos dientes relumbraron al sol. Estaba libre del chantaje de Nelson, y se aproximó a la pareja.

Mel tiene toda la razón – dijo en tono conciliador – y yo soy el mas interesado en que todo lo sucedido en esta maldita misión quede sólo entre nosotros. Es un trato? – preguntó estirando la mano.

Nelson chocó la mano con la del negro y el trato se cerró. En vez de soltarlo, jaló su mano hasta el palpitante y erecto miembro. Mel se hizo a un lado, dejándole libre el acceso. Torton dudó apenas unos segundos. Tomó la gruesa tranca del Teniente y la apretó suavemente. Nelson respondió de igual manera, tomando con una mano el oscuro y suave pene de Torton, que comenzó a crecer rápidamente, alcanzando un prodigioso tamaño.

Ahora si acepto que tu rango es el mayor de todos – comentó Nelson mirando la enorme verga morena.

Todos rieron con el comentario, y una vez roto el hielo los cuerpos se mezclaron. Mel se metió la verga de Nelson en la boca, y éste recibió la de Torton en la suya. El grueso pito terminó de crecer dentro de su cálida boca, mientras los pesados testículos descansaban sobre su mal afeitada barbilla, llenando de cosquillas los suaves y colgantes huevos negros. Se besaron, se acariciaron, se probaron todas las combinaciones posibles, usando las bocas y las manos, descubriendo los rincones de sus cuerpos, siendo gentiles con Torton, que no quería saber nada de penetraciones, después de lo sucedido.

Tal vez un día, mas adelante – prometió.

Y los otros respetaron su promesa, contentándose con acariciar sus prodigiosas nalgas morenas, a la espera de que ese día llegara.

En el campamento fueron recibios como héroes, y la historia de su hazaña incluyó únicamente los acontecimientos militares. Lo demás se lo guardaron para ellos, porque sabían que esa misión aun no estaba terminada.

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