Vivo de las mujeres decentes (Capítulo 7)

Rigo conoce a Pilar

Capítulo 7

Pronto me cansé del grupo swinger, aquello era precisamente para parejas, no para que yo les fuera a hacer una exhibición cada semana al colectivo, fuera en compañía de Paula o yo solo. Tampoco era que perdiera el contacto con ellos, pero cada vez espaciaba más mi presencia en sus veladas. Prefería pasármelo bien en compañía de mis amigos y ligar con alguna que otra chica en la discoteca, aparte de las relaciones que seguía manteniendo con Paula, Mavi y de nuevo con Lili después de que el capitán se fuera otra vez a gobernar su barco.

Luego hubo un problema con uno de los matrimonios que dio positivo en los análisis que se hacían, al parecer debido a que estaban teniendo relaciones con otras personas sin el debido permiso, más tarde se supo que había varios más en esa situación y decidieron parar durante un tiempo.

El curso finalizó y todos volvimos a nuestras ciudades a pasar el verano. Para mí fue un cambio muy notorio volver a mi municipio, sobre todo en el asunto de las relaciones sexuales, para colmo el capitán había vuelto definitivamente a su casa con Lili, pues le habían adelantado su jubilación, por lo que solo pude follar con ella un par de veces en todo el verano.

Yo le pedí a mi padre que renovara el alquiler de mi casa en la capital, porque de verdad que para mí era un chollo vivir en aquella zona, llena de vida y con todo a la mano, además que me daba una independencia total.

Acompañé a mi madre y mi hermana a la Costa del Sol durante quince días que dedicamos a ir todos los días a la playa, después otras dos semanas a casa de los abuelos que vivían en Alcalá de Henares, en esta ocasión con mi padre también.

Pedro se apuntó al gimnasio al que yo solía ir y la verdad es que se lo estaba tomando en serio, perdiendo un montón de kilos que le hacían mejorar notablemente su figura. Ese mismo verano comenzó a salir con una chica del pueblo, parecía que iban muy en serio, porque hasta me la llegó a presentar como su novia Lea.

A medio verano, inesperadamente me llamó Cristina, la mujer de José Luis, porque quería presentarme a la sobrina de él que se había divorciado hacía un año, al parecer la cual tenía mucho interés en conocerme después de lo mucho bueno que le habían hablado de mí, aunque suponía que sería por lo bien que la había follado al menos una docena de veces. Le contesté que si iba por la capital la llamaría para quedar con ella y su sobrina.

La verdad es que en mi pueblo me estaba aburriendo como un condenado y tenía ganas de echar unos cuantos polvos a esas maduritas, con las que tan buenos ratos pasaba de vez en cuando, así que le dije a mis padres que quería cambiar de aire un par de semanas con los amigos de la capital y no me pusieron ninguna pega, es más, mi padre que estaba súper contento conmigo por las buenas notas que había sacado, me dio una paga extra para mis gastos.

Al siguiente lunes ya estaba instalado de nuevo en mi casa de alquiler y lo primero que hice fue llamar a Cristina.

-Hola Rigo, ¿Que tal estás?

-Hola Cristina, muy bien, te llamo para decirte que ya estoy aquí en la capital, por si sigues queriéndome ver.

-Claro que sí, siempre que tú quieras podríamos vernos en mi casa, solo tenemos que cuadrar nuestros encuentros con la agenda de José Luis, que sabes que siempre está muy atareado. Sole también te echa mucho de menos, ya sabes. A ella solo la follé un par de veces la segunda vez que hicimos la velada en su casa. Tendría unos veinte años y estaba para mojar pan.

-Pues cuando tú me digas me acerco a veros. Así me cuentas cómo van las cosas por el club, que la verdad es que no sé nada desde hace dos meses.

-Espera un momento, por favor -me dijo, para oírle como le preguntaba algo a su marido-, pues mira mañana sería un buen día si te vienes sobre las cinco de la tarde. Sole te estará esperando en la puerta como la otra vez, ¿Te parece bien?

-Claro, ahí estaré. Un beso Cristina.

-Otro para ti, cielo.

Me resultaba raro que no me hubiese hablado de su sobrina, pero igual estaría allí también cuando yo llegara, o bien, quería que  pasáramos una buena tarde antes de presentármela.

Al día siguiente ya estaba llegando a su casa en taxi, viendo como Sole se acercaba para abrirme la puerta y pagarle al taxista. Luego me dio la mano para llevarme a la casa donde Cristina me recibió con un pico en los labios, pasando los tres a su gran salón llenos de sofás camas, que en esos momentos eran solo sofás.

Sole se fue a prepararnos unas bebidas que ya le habría encargado su patrona.

-Cuéntame mientras cómo está la situación entre los miembros del club.

-De momento hay tres parejas que han sido apartadas por un año, si luego pueden demostrar que sus análisis son correctos como mínimos los últimos seis meses, podrán retornar al grupo, si no, quedarán separadas para siempre.

-Pero con preservativos pueden seguir follando con más personas y seguir teniendo los análisis correctos -le dije yo.

-Es que hemos llegado a la conclusión que con preservativos, todos tenemos libertad para tener relaciones con cualquiera, sin tener que pedir ningún permiso al grupo, -hizo una pausa para seguir-, de hecho ya había otras parejas que lo estaban haciendo, nosotros -me dijo refiriéndose a su propio matrimonio-, éramos una de ellas.

Pues que bien, la verdad es que no se cortaba un pelo en contarme sus propias intimidades.

-Cómo eres, y yo sin saberlo -le dije con una carcajada.

Ella me siguió con sus risas.

-Lo hacemos con otra pareja que conocimos en el club de intercambio, antes de crearse el swinger nuestro, -me confesó algo más seria-, lo cierto es que pasados unos seis meses reservándonos con ellos, luego no hemos dejado de vernos.

-Cómo es Pilar, dime algo sobre ella, ¿También pertenece a uno de los clubes?

-¿Pilar? No, que va, ella es una chica muy seria para esas cosas, -me respondió como si le hubiera preguntado algo imposible-, vamos que desde que dejó a su marido, no ha vuelto a follar con nadie.

-¿Y cuando me la vas a presentar? -le requerí para mi conocimiento.

-Rigo, la idea es que la conozcas mañana, eso lo primero, luego si a los dos os parece bien, nos gustaría que la saques unos días para ver si logras espabilarla un poco, ya sabes, porque la vemos algo bloqueada en ese tema, -ahora el bloqueado era yo, pero ¿Qué era lo que me estaba proponiendo?-, y creemos José Luis y yo, que la única solución eres tú, a ti no te va a poder rechazar.

-Pero Cristina, ¿Sabes lo que me estás pidiendo? -le dije algo molesto-, no creo que pueda aceptar una proposición como esa, lo siento, pero os vais a tener que buscar a otro.

-Si estoy de acuerdo contigo, pero primero deja que te la presente, luego haces lo que te apetezca, faltaría más, cielo, -me decía mientras ponía su mano encima de mi muslo, muy pegada a mi entrepierna-, anda dame un besito para que se te pase la molestia.

Pero el besito ya me lo estaba dando ella que no le importaba que Sole se estuviera acercando para ponernos unos cafés en la mesa, acompañados de unas pastas.

-Quédate con nosotros, -le pidió Cristina a su empleada que ya se estaba dando la vuelta para retirarse-, Rigo tiene cuerda para las dos y a mí sola me va a dejar para el arrastre.

-¿Y tu marido? -le pregunté extrañado porque ella daba por supuesto que no aparecería esa tarde.

-Ha tenido que viajar de improviso y no vuelve hasta mañana. Me ha dado permiso para estar contigo.

Sole se volvió con una gran sonrisa pintada en su preciosa cara, deshaciéndose de su camiseta antes de hincarse de rodillas delante de su patrona, a la que ya comenzaba a desnudar.

Esa tarde por fin pude dar rienda suelta a mis cuatro corridas de costumbre. Cristina quiso que me quedara a dormir con ella, no sabiendo yo si era buscando el polvo que le eché de madrugada.

Por la mañana Sole nos preparó el jacuzzi para los dos, pero ya no dejó que me follara a ninguna, según ella, me tendría que reservar para Pilar.

Luego Sole nos sirvió un gran desayuno, me dio mi bóxer perfectamente lavado y mi ropa bien planchada.

En el bolsillo trasero de mi pantalón americano me había dejado un sobre con la cantidad de siempre. Ya no le hacía ascos a esos regalos que yo no pedía, no lo consideraba un requisito para follar con aquellas bellas maduritas, pero si ellas insistían, qué le iba a hacer.

A media mañana nos dirigimos en su coche a la casa de Pilar, con la que ya había quedado previamente. Cómo no, su casa estaba en otra urbanización con mucha zona ajardinada y amplias calles llenas de rotondas en los cruces.

La casa tenía dos plantas con dos grandes columnas y tres arcos en el porche de entrada.

En el aparcamiento había un Audi tipo SUV que por la matrícula no debía tener más de un mes. A su lado aparcó Cristina y nos encaminamos al porche de la entrada principal. Allí ya nos esperaba la que supuse sería Pilar, con semblante que quería ser risueño pero tapando una verdadera preocupación.

-Hola Pilar, ¿Cómo te encuentras cariño? -la saludó Cristina que me precedía-, bueno no sé para qué te lo pregunto si estás tan preciosa como siempre.

-Hola Cristina, -saludó a su tía, intentando eludir mi presencia-, aquí, esperándote.

-Mira te presento a Rigo, ella es Pilar, nuestra sobrina -me dijo-, ¿A que es guapísima?

No solo era guapísima, sino que también tenía un cuerpo muy bonito, con un vestido verde claro, escote en V bastante prudente, que ocultaban dos pechos medianos con un sujetador que se transparentaba un poco, buen culo y unas espléndidas piernas según se podía ver, porque la parte de abajo terminaba en pico, seguro que más de 1,70 de estatura y unas sandalias de medio tacón. Me sorprendió lo joven que era pues no le echaba más de veinticinco años, casi diez años menos de los que aparentaba Cristina.

Los dos nos saludamos con los consabidos besos en las mejillas.

-Pues sí que eres una preciosidad, -le dije para corroborar el halago que le hizo su tía-, mientras le ofrecía una amplia sonrisa.

Ella fue a decir algo, pero al parecer lo pensó mejor echando un paso hacia su tía, para coger su mano y hacer que entrásemos los tres al interior de su vivienda. Allí todo era grande, además de muy diáfano pues solo se veía una sola estancia en la que se integraban la cocina, el salón, una especie de sala de televisión, el bar y la escalera que arrancaba en el costado derecho, todo separado por grandes macetas muy bien colocadas y por un escalón que hacía que el salón quedara algo más elevado.. También había varias puertas cerca de la zona de cocina. Los ventanales del salón daban a un jardín con un olivo como decoración y por supuesto la piscina. En la cocina trajinaba una chica de unos treinta años preparando la comida.

-Esta es mi casa, -me lo dijo como si fuese su humilde morada-, pero quiero que mientras estés aquí, te sientes como si estuvieras en la tuya.

Luego nos sentamos en uno de los sofás del salón, yo con un vaso de agua fresca que era lo único que me apetecía después del desayuno que nos preparó Sole. Ellas comentaron algo sobre sus familiares, para luego centrarse en lo que nos concernía.

-Verás Rigo, Pilar se divorció hace un año del desgraciado de su marido, que le estuvo poniendo los cuernos con su secretaria desde que eran novios. El problema es que ella no termina de salir con algún chico y lleva todo este tiempo como si fuese una monja de clausura, -esto me lo decía cogiendo la mano de su sobrina y mirándonos alternativamente a los dos-, por lo que necesitamos que tú le eches una mano a ver si logras sacarla a que se distraiga un poco al menos.

-No le hagas caso a mi tía, que yo estoy muy bien y muy tranquila aquí en mi casa, -ahora se dirigió a mí-, mis tíos se preocupan demasiado por una nadería, como puedes ver.

La verdad es que aquella chica era un reto para mí. ¡Joder! Un año sin follar con nadie, con el pedazo de cuerpo que tenía, sería una gozada ser el primero en sacarla de aquel letargo.

-Claro que sí, como tú dispongas, -le respondí dándole la razón-, pero vamos que por mí encantado de salir contigo, seguro que nos divertimos un montón los dos.

-¿Ves? -Le interrogó su tía-, ya te dije que Rigo era un cielo, además con lo guapo que es y la estampa que tiene, vais a ser la envidia de todo el mundo. Menuda parejita hacéis los dos.

Yo no tuve más remedio que soltar una carcajada, contagiando a las otras dos.

-Bueno, pues yo me tengo que marchar ya porque José Luis me va a llevar a comer con unos amigos, -nos dijo Cristina mientras se levantaba, haciendo que lo hiciéramos los tres al mismo tiempo.

Ella cogía ya su bolso y las llaves de su coche para marcharse mientras yo apuraba un último trago de agua antes de dejar el vaso encima de la mesa. Tenía que marcharme con Cristina para que me acercara a mi casa, así lo asumía ella dejando que también me despidiera de su sobrina.

-¿Quieres que te deje mi teléfono? -le dije antes de marcharme-, voy a estar dos semanas en la capital antes de regresar al pueblo, así que estoy a tu disposición todo este tiempo. Seguro que lo pasamos bien.

Ella se quedó dudando unos segundos, igual me había pasado tres pueblos dado el poco interés que demostró por salir conmigo.

-Rigo, quédate y me acompañas a comer si te parece bien, -me soltó lo que menos me esperaba-, luego yo te llevo a tu casa, ¿Sí?

Joder que sí, por supuesto que sí, cien veces sí.

-Por mí encantado, así charlamos y nos conocemos un poco más.

Cristina estaba radiante de gozo, seguro que tampoco se esperaba esa propuesta de su sobrina.

-Mejor, porque ahora hay un tráfico tremendo hacia la ciudad, así tengo más tiempo para prepararme antes de que llegue José Luis a por mí.

Entonces caminó deprisa hacia la salida de la casa, parecía que se quería marchar antes de que Pilar se arrepintiera. Nos besó a los dos para despedirse sin más, montándose en su coche y marchándose de inmediato. No me lo podía creer, ahora me encontraba a solas con aquel pedazo de bombón, a la que seguro que iba a follar antes de que terminara la tarde. Las tornas habían cambiado a mejor.

En cuanto entramos ella se dirigió a la mujer que seguía muy atareada en la cocina, para decirle que seríamos dos los que íbamos a almorzar ese día. Luego y dado el buen tiempo que hacía, nos dirigimos al jardín donde un cenador nos cobijó del sol. Allí tenía un pequeño bar bien dispuesto para tomarnos una copa. Fue ella la que sin pedirme mi parecer, sirvió dos vermut rojos en vasos pequeños, con su cáscara de naranja, más una buena porción de limonada.

-Toma, -me dijo alargándome uno de los vasos-, mira a ver si te gusta, yo suelo tomarlo antes del almuerzo, verás que bueno está.

Yo la verdad es que de bebidas alcohólicas no sabía mucho, todo lo más que había tomado era algún ron-cola o gin-tonic, que solía beberlo en la discoteca porque era lo que pedíamos todos los amigos.

Le pegué un primer sorbo para paladearlo chascando la lengua, teniendo que darle la razón a mi nueva amiga, aquello estaba buenísimo.

-Uhm qué rico -le dije, dándole un segundo sorbo al vermut.

Soltamos unas risas que nos sirvieron para soltarnos un poco, dando lugar a un buen comienzo en nuestra incipiente amistad. Ella se interesó por mis estudios, luego me contó que había terminado la carrera de diseño dos años atrás y que estaba pensándose en montar un pequeño negocio especializado en diseño de interiores, pero debido al problema de la separación de su matrimonio, ahora lo tenía todo parado.

No entendía cómo su marido le fue infiel, porque la veía tan completa en todos los buenos sentidos, que no me entraba en la cabeza que le estuviera haciendo esa jugarreta desde que eran novios. ¿Sería porque era una negada en el sexo?  Eso lo iba a descubrir en unas horas, igual tenía que salir corriendo de allí.

-Comeremos en media hora -me anunció-, si quieres nos damos antes un baño en la piscina.

-Estaría muy bien, -le dije pensando sobre todo que verla en bikini sería una pasada-, ¿Me puedo bañar desnudo? No tengo bañador.

Ya había aprendido que ser osado con una chica era una ventaja, siempre que ella tuviera la opción de tomar su propia decisión. En este caso, Pilar se echó a reír.

-No te preocupes que tengo unos cuantos bañadores, porque cuando me visita mi familia siempre hay alguno que no lo trae, -su salida me gustó pues no se tomó a mal mi primer atisbo de intenciones para con ella-, anda ven conmigo.

Subimos a la segunda planta donde se encontraban las habitaciones. Allí había un gran vestidor con ropa más bien fuera de temporada, toda de mujer, salvo una esquina donde había alguna de hombre con varios bañadores incluido. Me dijo que me pusiera el que me viniera mejor mientras ella iba a cambiarse a su dormitorio.

En unos minutos bajamos los dos a la piscina, yo con un bañador de pantalones cortos con bolsillos y ella con un bikini negro sin más florituras que su propio cuerpo, lo que hacía que me empezaran a invadir los primeros cosquilleos cercanos a mis partes íntimas. En su brazo izquierdo llevaba dos albornoces y dos toallas grandes de baño. Luego extendimos las toallas en dos hamacas y nos dirigimos a los escalones que daban entrada a la piscina por la parte donde se hacía pie. Ella me daba la mano como si la tuviera que ayudar a sumergirse en una piscina del Polo Norte, pero la verdad es que el agua estaba climatizada a una temperatura ideal. Ese gesto me daba más seguridad a que pronto la estaría follando a cuatro patas, eso estaba cantado.

El primer chasco me lo llevé al ponerme detrás de ella para abrazarla por la cintura, pues sin ningún disimulo me apartó las manos para que buscara otros apoyos menos carnosos. Por lo menos no me recriminó de palabra, pero me lo dejó muy clarito. La tarea para llevarla a la cama se iba a complicar un poco.

Eso no quitaba razones a mi nabo para ponerse como el poste de la ducha, a ver cómo salía yo luego de la piscina sin dar el cante. Lo cierto es que el agua estaba divina, así que aproveché para intentar relajarme nadando unos cuantos largos con la vela hacia abajo, no como el bergantín de Espronceda que surcaba los mares viento en popa a toda vela. Al final conseguí ponerlo morcillón, lo que me permitió salir de inmediato para darme una ducha, viendo cómo ella calibraba mi rabo en aquel bañador, intentando averiguar cómo sería en posición de firmes.

Esa era otra ventaja para conseguir la meta a la que aspiraba esa tarde, así que sin ningún recato pasé mis manos por encima del bañador, dándole más pistas de las verdaderas dimensiones de mi polla morcillona. Con los ojos entrecerrados mientras el agua me caía sobre la cabeza, pude apreciar un leve rubor en su rostro, hasta que al ver que yo estaba cerrando el grifo de la ducha, se volvió de espaldas como si lo que acababa de apreciar en mi entrepierna no fuese con ella.

Entonces fui hacia mi hamaca para tenderme a tomar un poco el sol. Ella repitió lo que yo hice y se vino la otra hamaca que estaba a mi lado. Cada vez me gustaba más lo que ella me mostraba. Sobre todo sus nalgas desnudas en aquella braga del bikini que tenía un triángulo amplio de tela, pero muy por arriba de sus glúteos a los que no incordiaba para nada.

Enseguida pude apreciar que sus pezones, que venían duros por el agua, no se ablandaban en ningún momento a pesar que el sujetador se había secado, lo que me daba a entender que estaba muy caliente y seguro que dispuesta a dejarse llevar por la lujuria del placer y el sexo. Mi polla reaccionó ante tanta evidencia y ya me estaba pidiendo guerra otra vez, así que flexioné las rodillas para disimular lo que de otra manera era imposible hacerlo. Poco después me pidió que la acompañara al interior de la casa donde disfrutaríamos del almuerzo, así que como pude alargando la mano me hice con el albornoz, poniéndomelo de espaldas a ella que también se puso el suyo. Antes de volverme coloqué el rabo hacia arriba, de forma que pude dejarlo atrapado al atarlo con el cinturón. Pilar tuvo que darse cuenta del mal trago que estaba pasando, ayudándome de la única manera que podía hacerlo y no era otra cosa que simular que no se había dado cuenta de nada, sin volver a echar ni una sola mirada más al traidor de mi rabo.

Teníamos la mesa ya preparada en lo que parecía que era la salita, de manera que tomamos asiento tal como estábamos con el albornoz puesto, descansando por fin de intentar disimular el empalme que seguía teniendo, sabiendo yo que el mejor remedio era apaciguarlo con las cuatro corridas de cada día y que ya iba tocando. La casi abertura total del albornoz de Pilar, tampoco colaboraba a que mi polla se relajara. Para colmo me pidió que me dirigiera al bar para elegir el vino que íbamos a degustar en el almuerzo, pero me salvé diciéndole que bebería solo agua con la comida, así que fue ella la que trajo un vino blanco que tendría que ser la leche de bueno, aduciendo que el segundo plato era pescado.

Enseguida llegó la empleada de Pilar con el primer plato que era una ensalada, luego nos trajo una sopa de mariscos y por último una lubina a la sal a cada uno de nosotros. Al final probé su vino, al menos tres veces a media copa cada una de ellas.

Después de toda esa comida rechacé el postre, al igual que ella, tomando los dos un café para terminar el almuerzo. Luego nos dirigimos de nuevo a la piscina donde en el bar del cenador nos preparamos dos ron-cola, que nos llevamos a las hamacas dejando en una silla los albornoces. Seguíamos hablando sin parar de los proyectos de cada uno, de nuestras experiencias en la universidad, incluso me contó cómo conoció a su novio, que se habían casado hacía tres años y que solo duraron dos. Él era siete años mayor que ella, que había estado muy enamorada de él y que todavía no se había recuperado del todo de su separación, incluso había tenido que ir a terapia tres meses, porque no solo no había ninguna esperanza de arreglo, sino que el muy capullo estaba viviendo con su amante a la que había dejado preñada.

Yo entre el vino de la comida y el segundo ron-cola, estaba más que achispado, muy a gusto charlando con la hermosa Pilar a la que no veía el momento de follarla de una vez, hasta me estaba dando algo de apuro pensar en algo así, como si acaso fuera un depravado por pensar en esas cosas con ella de protagonista.

Entonces fue cuando cogió de la mesa la crema solar, que usó para protegerse por todo el cuerpo mientras seguíamos hablando de nuestras cosas.

-¿Me la puedes poner en la espalda? -me dijo tendiéndome el bote, al tiempo que se daba la vuelta para quedar boca abajo en la colchoneta.

En mi vida había untado crema en la espalda de nadie, pero tampoco había que estudiar para eso. El problema era que esa espalda la quería para comérmela a besos y bocaditos, no para untarle crema.

-Suéltame el sujetador que no quiero que se manche con la crema, -me dijo, pegando mi pija un respingo en el bañador.

Obedecí de inmediato haciéndolo con una gran rapidez, demostrándole que era un experto en eso de liberar sujetadores. Luego me eché un chorreón de crema en la mano y comencé a esparcirla por toda la espalda, incluidos los laterales de sus pechos sin que ella dijera nada.

Después me miró con una gran sonrisa.

-Para, que ya me has puesto bastante, -me dijo sin dejar de sonreír-, venga que ahora te la pongo yo a ti.

Al incorporarse dejó directamente el sujetador en la hamaca, volviéndose hacia mí con la mano extendida para que le diera el bote de la crema.

-No te importa que haga topless, ¿Verdad? Es que no me gusta que me queden las marcas.

Sus tetas eran medianas como suponía desde que la vi por primera vez, pero es que eran preciosas con su formas de peras y los pezones muy duros apuntando hacia arriba, al igual que mi rabo al que le di total libertad, pues aquello no había persona que lo pudiera disimular, es más, quería que viera cómo se me había puesto el cipote por haberme mostrado esas tetas, con esos pezones delatores de su calentura.

Entonces metí mi mano por la cinturilla del bañador para recolocar hacia arriba mi miembro, lo hice con bastante parsimonia, recreándome en la suerte como los buenos toreros, sin dejar de mirarla a los ojos, después me di la vuelta y me eché sobre la colchoneta para que me echara toda la crema que quisiera y por donde quisiera. Al momento noté un chorro que caía sobre mi espalda y sus manos extendiéndola por toda ella.

-Perdona si te he puesto así por dejar mis pechos al aire, -me decía sin dejar de dar crema-, ¿Quieres que me ponga el sujetador otra vez?

Volví la cara hacia atrás para mirarla a los ojos primero y a sus tetas después, sin sonrisas porque no era el momento de mostrarlas.

-Pilar tienes unos pechos muy bonitos y muy sensuales, nunca había visto unos pechos tan bellos, deja que los siga viendo, no los tapes por favor y perdona que mi miembro se haya puesto muy duro, pero es solo una reacción natural de mi cuerpo ante esas beldades que me muestras.

Poco a poco me di la vuelta y mi polla quedó totalmente marcada en la tienda de campaña en la que se convirtió mi bañador. Entonces tomé su mano que todavía estaba llena de crema y la coloqué en la cima del paquete dándole un apretón a su mano para que sintiera lo que había allí debajo.

-Es por ti Pilar, esto es solo por ti, -le dije muy bajito, dando un segundo apretón sobre mi glande, luego le solté la mano para que procediera como le pareciera bien a ella.

Ahora no estaba ruborizada, ni agobiada y su mano bajó un poco para coger más polla, sin moverla, solo quería calibrar su grosor presionando sus dedos sobre la misma, pero sin subir y bajar que era lo que más deseaba en ese momento. Yo alargué una mano asiendo uno de sus pechos al que acaricié, amasándolo un poco hasta escurrirla para terminar cogiendo el pezón con la punta de los dedos estirándolo hacia mí. Entonces acerqué mis labios para terminar de castigarlo con un beso, seguido de un buen chupetón.

Un gemido ronco salió de su garganta, sintiendo como me daba un último apretón a mi rabo.

¿Cómo qué un último?