Viviendo con mi hermano
Puso la mano sobre mi cintura y me dio la vuelta. Sentí cómo pegaba su polla a mi culo. Me mordía la espalda y el cuello. Quitó las sábanas y se subió sobre mí. Yo estaba boca abajo. Seguía mordisqueando mi espalda.
Era mi tercer año de universidad, tenía 20 años de edad. Había convencido a mis padres de que me dejaran hacer dos semestres de mi carrera en otra ciudad. No fue difícil que aceptaran, mi hermano vivía en la ciudad a la que me estaba mudando. Mi hermano, Alejandro, es ocho años más grande que yo. Fue muy complicado hacer cosas juntos cuando yo era niño, puesto que cuando yo empezaba una etapa, a él sólo le quedaba el recuerdo.
Viendo Twitter, me di cuenta de que cuando jugábamos con la consola, hacía lo mismo que el resto de los hermanos mayores, haciéndome creer que jugaba con él, pero el mando no estaba conectado.
Llegué a la central de autobuses, tomé mis maletas y busqué la casa de mi hermano en Google Maps. Alejandro trabajaba por las mañanas y se desocupaba a las 2 de la tarde, yo había decidido llegar temprano para poder hacer cosas sin que mi hermano estuviese encima de mí.
Salí de la central de autobuses y tomé un taxi, le indiqué por dónde debía irse hasta que hubimos llegado. Para ser un solterón más, la casa de Alejandro estaba muy bien cuidada. Crucé el jardín y llegué a la entrada. Me había dicho que dejaría una llave encima de la puerta. La busqué y la encontré.
Una vez dentro, busqué la habitación que me había ofrecido. Estaba en el segundo piso. Dejé mis maletas ahí y después de orinar me dispuse a salir. Bajé corriendo a la sala de estar y escuché cómo se abría la puerta. Di un salto hacia atrás y miré entrar a mi hermano a su casa.
—¡Hola, Yago! —mi nombre era Santiago, nadie me llamaba Yago, sólo mi padre y Alejandro. Parecía emocionado de verme—, hoy me desocupé antes del colegio. ¿Cómo estás? —se acercó a mí y me abrazó. Después de los 16 años, mi hermano había sido bastante paternal.
—Bien, ¿cómo estás tú? ¿Hace cuánto no te veía?
—Creo que tres años —dijo dejando sus cosas sobre la mesa—. Oye, ya sé que mamá te controla todo y vienes acá para hacer todo por tu cuenta, pero sólo para estar más tranquilo, ¿puedo acompañarte a conocer la ciudad los primeros días?
—Ya lo veía venir —solté una carcajada—, claro. En realidad, debo terminar unas cosas en la universidad, unos papeles de mi intercambio.
Alejandro daba clases de ciencia en un colegio. Trabajaba de martes a viernes, tendríamos fin de semana largo. El parecido entre nosotros era muy gracioso para mí. Ambos éramos altos, piel bronceada (vivíamos cerca de la playa), ojos verdes y cabello aclarado por el sol, aunque en realidad era castaño oscuro. Mi hermano era más robusto que yo, había sido gimnasta por mucho tiempo y yo me había dedicado a la natación.
Se quitó la ropa formal que llevaba a la escuela y se puso una polo color negra. Era muy guapo. No entendía por qué estaba solo.
Me llevó a todas partes, pensé que iba a incomodarme andar con él por todos lados, pero olvidaba lo joven que era aún. Cualquiera pensaba que éramos de la misma edad. Llevé mis papeles a la universidad, recorrimos todo el campus, después de todas las vueltas de papeleo, fuimos a comer a un restaurante de comida tailandesa. Alejandro me convenció de ir a una plaza a buscar ropa. Donde yo vivía todo el tiempo hacía calor, mi closet estaba lleno de shorts y camisetas. En la ciudad donde vivía mi hermano la temperatura más alta era de 27 grados. Era una de las razones que me motivaban a mudarme con él, porque amaba mi ciudad, pero 45 grados no era algo tolerable para alguien promedio. Él ya estaba acostumbrado al frío, pero yo sentía que me iba a llevar más tiempo. Compré suéteres y pantalones. Mis padres me habían dado suficiente dinero para subsistir, y mi universidad me había dado una beca por mi intercambio, la parte buena es que no iba a gastar en renta porque viviría con Alejandro, o Alex como lo llamábamos antes.
—¿Quieres una nieve? —preguntó.
—Soy intolerante a la lactosa —dije apenado.
—Hay nieves de agua. ¿No quieres?
Asentí y caminamos a la nevería que estaba dentro de la plaza. Me compró una nieve de limón y él se compró una de yogur. Me sentía muy cómodo con él, recordaba que cuando vivíamos juntos no teníamos una relación muy cercana, pero no nos llevábamos mal, simplemente no sabíamos cómo acercarnos al otro, considerando la diferencia de edad.
Volvimos a su casa que, según él, era mía también. Afuera ya estaba la temperatura como a 20 grados, me metí corriendo, busqué uno de los suéteres que había comprado y me vestí con él. Para muchos parecía exagerado, pero supongo que cualquier persona que pasara de los 45 grados a los 20, podría entenderme.
—Normalmente no como estas cosas, pero, ¿quieres que pida una pizza? —preguntó animado. Acepté y mi hermano llamó para ordenar una. Alejandro había estudiado nutrición en el deporte, pero después de un tiempo se dio cuenta de que la docencia era lo suyo, por eso se había dedicado a dar clases—. ¿Aún vas a clases de natación?
—Sí, pero ya no son clases —solté una risita—, el semestre pasado competí y gané a nivel estatal.
—Felicidades, me hubiera gustado verte —comentó triste—. Siento que me perdí muchas cosas, sobre todo contigo. Salí de casa huyendo de las reglas retrógradas que tenían papá y mamá, pensando solamente en mí, y desde que llegué aquí hasta el día de hoy te he extrañado mucho, sentía mucho remordimiento porque, prácticamente, te abandoné. Y ahora apenas te conozco—se sentó en el comedor—. ¿Tienes novio? —preguntó sin mirarme. Mamá se había encargado de decirle a toda mi familia que era gay como si fuera necesario que lo supieran. Nunca había hablado de eso con él, sentí mucha vergüenza.
—No. Creo que al igual que mis papás soy un poco retrógrada y me gusta ir lento. Salí con un tipo hace unos meses, pero, sólo quería follar y ya, ni siquiera me sentí cómodo para hacerlo, así que no, no tengo novio ni creo tener por los próximos cuarenta años.
—No digas eso, Yago, aquí la gente es menos provinciana y puedes salir y conocer a alguien sin tanto tabú. Aparte vas a entrar a la universidad, vas a conocer a mucha gente.
—Supongo, ¿qué hay de ti? ¿Estás saliendo con alguien? —Alejandro era muy reservado, lo suficiente como para no mostrar nunca su lado personal. No sabía si era gay o no, porque nunca había mostrado interés por nadie, salvo por Natalie Portman, pero ¿quién no?
—No. Lo intenté, pero parece que soy muy odioso y tengo tolerancia cero con ciertas cosas, como la impuntualidad. Prefiero ir a mi propio ritmo.
La pizza llegó, Alejandro y yo nos sentamos en la sala y encendimos la televisión. Por alguna extraña razón, me encantaba comer en el suelo, y había una mesa en el medio lo suficientemente baja para poder hacerlo también ahí. Algunas mamás de mis amigos se sentían mal cuando me veían ahí, pero lo hacía por gusto. Me quité los zapatos que llevaba y me dispuse a comer.
Estaban pasando El exorcista. No sabía qué tan buena idea era, ni él ni yo éramos muy buenos con las películas de terror, pero no había nada bueno que ver. Cuando terminé de comer, me senté junto a él. Debo admitir que, por dentro, sentía que tenía cinco años otra vez. Sólo que ahora podíamos hacer lo que queríamos, papá y mamá no estaban ahí para mandarnos a dormir. Iba a ser como una pijamada que duraría un año entero.
—¿Crees en las posesiones? —pregunté.
—No—se carcajeó—. Bueno, quizás. Uno nunca sabe. Salí con un tipo —bingo, mi hermano era gay—, que le gustaba mucho investigar sobre brujería y esas cosas. Decía que era mera curiosidad, pero yo prefería no saber de nada de eso. Ya bastante mala es la vida terrenal —soltamos una carcajada.
—Creo que no podría manejar una situación así. ¿Te imaginas? No podría.
Aún faltaban cuarenta minutos de la película. Me recosté en el sofá dejando los pies en el suelo para no molestar a Alejandro. Me pidió que los subiera y lo hice, dejé mis pies sobre sus piernas. Ya me estaba arrepintiendo de haber visto la película porque tenía que dormir solo en el piso de arriba.
—Deberíamos de ir a dormir mejor —dije asustado.
—No seas así, ya va a terminar —Alejandro puso sus manos en mis pies y comenzó a masajearlos. No me miraba, estaba atento a la película, se sentía raro, nunca habíamos sido así de cercanos. Seguí viendo, estaba muy asustado. La última vez que me había pasado eso había sido mirando el títere. Sabía que ese no era mi género, pero mi hermano lo amaba, aunque después no pudiese dormir.
La película terminó y yo ya me estaba quedando dormido. Sentí las manos de mi hermano en mi cabello y desperté asustado. Vamos a la cama. Dijo despreocupado. Puso sus manos sobre mi espalda y me llevó hasta mi habitación. Quité las maletas de la cama y me dispuse a dormir. Alejandro bajó a su alcoba. Cuando cerraba los ojos, podía ver la cara de la niña poseída y sentía un miedo horrible. Me levanté y cerré la ventana porque hacía mucho frío. Me desvestí, me quedé en slips y me acosté de nuevo.
Tenía el celular en mis manos, estaba viendo todas las redes sociales para olvidarme de la película. Pensé en ver porno, pero no quería levantarme al baño por papel.
Me llegó un mensaje por Whatsapp. Era mi hermano.
—Ya duérmete.
—No puedo dormir, tengo miedo.
—¿Quieres que vaya a dormir contigo? —tendría que cambiarme, pero tenía mucho miedo.
—Por favor.
Escuché ruido en el piso de abajo y unos pasos subiendo por las escaleras. Sabía que Alejandro estaba por subir, pero no dejaba de pensar en la posibilidad de que fuera algo más.
—¿Estás bien? —dijo entre risas. Me sonrojé.
Mi hermano también vestía sólo ropa interior. Traía puestos unos bóxers de licra negros. Dejó su celular junto al mío en la mesita de noche y se metió en mi cama. Nunca había imaginado esa escena, y de no haberme pasado, no lo hubiera conseguido.
—Buenas noches, Yago.
—Buenas noches, Alex.
Apenas podía ver la cara de mi hermano por la luz tenue que entraba por la ventana. Era muy bonito. ¿Era posible? ¿Estaba teniendo un enamoramiento con mi hermano? Escuché su respiración. Era de esas personas que tenían el talento de dormirse una vez que sienten la almohada bajo su cabeza.
Yo estaba acostado boca arriba. Sentí los vellos de sus piernas rozar la mía. Estaba teniendo una erección. Giré mi cabeza para verlo a la cara y me di cuenta de que estaba más cerca. Supuse que no lo notaría si de verdad estaba dormido. Me acerqué a él, puse mis labios sobre los suyos y sentí un espasmo en mi estómago. Abrió un poco la boca y asomó su lengua. Me estaba besando de vuelta. Puso su mano sobre mi barbilla y comenzó a besarme.
Estuvimos unos minutos así. Puso la mano sobre mi cintura y me dio la vuelta. Sentí cómo pegaba su polla a mi culo. Me mordía la espalda y el cuello. Quitó las sábanas y se subió sobre mí. Yo estaba boca abajo. Seguía mordisqueando mi espalda. Bajó lentamente lamiendo cada parte de mi cuerpo hasta llegar a mi slip. Lo bajó sin pensarlo y comenzó a morderme las nalgas. Dejó caer saliva en mi culo y sentí cómo me estremecía.
Se sentó sobre mis hombros y se sacó la polla. Abrí la boca y comencé a chuparla. Era más grande que la mía y mi hermano movía su cadera cómo debía. Me estaba follando sin piedad. Sacó un condón de la mesita de noche y se lo puso.
Volvió a mi culo, escupió de nuevo y después de lamerlo unos segundos, fue metiendo su polla poco a poco. Me aferré a las almohadas. Comenzó un vaivén lento hasta que comenzó a hacerlo con fuerza. Podía sentir su polla rozándome partes de mi intestino que sabía no tenía que rozar. Me ponía las manos en el cuello y me jalaba el cabello hacia atrás.
Se recostó de lado, levantó mi pierna para subirla sobre la suya y comenzó a masturbarme. Yo no podía dejar de gemir, estaba muy caliente.
—Creo que me voy a venir, Alejandro.
Sentí cómo me daba más duro. Tenía una mano en mi cuello y la otra en mi polla. Empezó a gemir con fuerza él también, supuse que estaba por venirse. Sentí su polla más adentro de mí y comencé a venirme en sus manos. Sentí cómo se venía dentro de mí. Los dos gemíamos con fuerza.
Abrí los ojos de golpe. Estaba soñando. Sentí mucha vergüenza. Mi hermano y yo seguíamos en el sofá. Tenía sus manos en mis pies y la película ya había terminado. Me sentía muy tonto. Miré la televisión, ya estaba la programación para adultos. Los gemidos venían de ahí. Alejandro estaba dormido. Miré mi short, estaba húmedo. Bajé más mi suéter y lo tapé. Moví mis pies para quitárselos de encima. Sentí una erección en la polla de mi hermano. Supuse que había estado soñando igual que yo. Con los sonidos que teníamos de fondo era de esperarse. Me calmé y lo desperté.
—Lo siento. Me quedé dormido—dijo bostezando—, ¿quieres ver porno heterosexual? — Solté una carcajada y negué con la cabeza. Apagó la televisión.
—Es hora de dormir.
—¿Estás bien durmiendo solo arriba o quieres dormir conmigo esta noche? —sonreí nervioso—. No pasa nada, Yago, somos hermanos, no es algo que no hayamos hecho antes.
Me tomó la mano y me llevó a su habitación. Su cama era mucho más grande que la mía. Se cepilló los dientes y luego yo lo imité. Cuando salí del baño, mi hermano ya no llevaba nada puesto, salvo un slip blanco. Sentí cosquilleo en mi entrepierna.
Me quité el short y me acosté con mi hermano.
—¿Vas a dormir con suéter? En la mañana vas a amanecer sudado, yo sé lo que te digo.
Me quité el suéter y mi camiseta. Le di la espalda y me dispuse a dormir. Lo que había soñado tenía que haber sido por la película de adultos que estaban pasando y nada más.
Estaba a punto de dormirme. Sentí cómo Alejandro se acercaba a mí y me abrazaba por la cintura. Pegó su pecho con mi espalda. No podía negarlo, se sentía bien. Su calor con el mío. No pasó mucho tiempo cuando me quedé dormido.
Mi nombre es Santiago, quisiera saber su opinión para seguir escribiendo con más ganas esta historia. Dejen su comentario o envíenme un correo a yagocaceres16@gmail.com para estar en contacto.