Vividor follador 1

Roberto se dedica a follar. Estas son sus historias.

M e llamo Roberto. Tengo veinte años y me considero guapo y atractivo. No tengo novia, pero no porque no haya tenido oportunidades, sino porque prefiero ir de una en una, dejando mi huella… Ya me entiendes, ¿verdad?

El caso es que quiero contaros mis historias, compartirlas con vosotros. Puede que penséis que es para daros envidia, pero nada más lejos de la realidad. Espero que os gusten mis  historias.

En la primera de ellas os hablo de una joven morena de pelo largo, ojos grandes y azules, pechos turgentes naturales y un de estatura media. Atractiva era decir poco. Sus caderas se contoneaban con cada paso que daba y sus pechos rebotaban con cada taconazo. Yo estaba en el parque, sentado en un banco, contemplando a las jóvenes que por allí se paseaban para decidir cuál llevarme a la cara ese fin de semana.

Ella corría, hacía footing, algo que siempre me ha gustado de las mujeres. Llevaba observándola unos minutos, ya que estaba a lo lejos cuando comenzó, y poco a poco iba llegando hasta el lugar en el que me encontraba. Iba vestida con un sujetador deportivo que marcaba sus pechos igualmente, el pelo suelto (sí, lo sé, parece mentira, pero así era) y unos pantalones que justo le tapaban el culo.

Yo ya la tenía fichada. Esa sería mi víctima del fin de semana. Estaba sudada y parecía agotada, pero se acercó a mí. Era extraño, porque yo no lo hice. Sorprendido, abrí la boca para decir algo, pero me vi interrumpido.

-Estoy cansada, no tendrás un botellín de agua, ¿verdad? –me preguntó.

-Pues sí, siempre traigo uno conmigo –contesté. Ella no apartaba la vista de mí. Me agaché, ya que había dejado la botella en el suelo, y se la tendí.

-Gracias –dijo contenta al haber conseguido el agua.

Mientras destapaba la botella me pregunté por qué ella no llevaba agua y me di cuenta de que se le había terminado, ya que su botella reposaba vacía a su lado. La habría dejado allí al sentarse… yo estaba absorto en ella.

Bebió dos ligeros sorbos. No podía dejar de mirar sus pechos, que se movían al compás de su cansada respiración. Con el tercer sorbo ocurrió algo distinto. No sé cómo, pero la boquilla se separó de sus labios, vertiendo gran parte del líquido sobre ella. Vi correr el agua sobre sus pechos y tripa, e incluso llegó hasta la pelvis.

Ahora.

Me apresuré a quitarle la botella, que ella me ofrecía de nuevo con la boca abierta.

-Permíteme que te ayude –dije.

No pareció preocuparse por el ofrecimiento, así que vi una oportunidad. Muchas veces (y pese a mi físico) las chicas se negaban. Aunque si algo se me mete entre ceja y ceja… Ninguna se libraba.

Intenté retirar algo del agua de su cuello y tripa con la mano. Introduje la mano en mi bolsillo y alcancé el paquete de pañuelos. Saqué uno y limpié el pantalón de la joven, que me miraba de una manera indescifrable.

Era el momento, porque no se quejó. Limpié sus pechos con el pañuelo, acompañando el movimiento de rápidas caricias. Ella se acercó un poco más en el banco hacia mí, deseosa de que continuara quitándole el agua. Con el pulgar retiré al agua de los pezones. Ella cerró los ojos y al cabo los abrió para fijarse en mí. Se lamió los labios.

-Mmmh… -murmuró.

Mi polla entró en acción. Comenzó a ponerse dura, pero no rápidamente. Me acerqué a ella aún con la mano derecha sobre su pecho y la besé sin preámbulos. Ella contestó al beso con lengua, una lengua que se movía como una serpiente en el interior de mi boca.

Cuando nos separamos, sus piernas estaban algo más abiertas. El bulto de mis pantalones era algo mayor.

-Podemos ir a mi casa, está cerca –le susurré.

Ella asintió, irguiendo los pechos. Podía ver en ella el cosquilleo que acompañaba a las chicas antes de tirármelas.


Llegamos a mi casa en cinco minutos. Conduje yo, mientras ella miraba por la ventana acariciándose un pecho con la otra mano. Jugaba con el pezón, lo agitaba y luego pellizcaba. Le pregunté:

-¿Tienes novio?

A lo que contestó:

-No. Ni lo quiero tener –añadió.

Contento con aquello, y teniendo entonces más vía libre y nada por lo que preocuparme, aceleré. Y como os he contado, llegamos a mi casa en cinco minutos.

Como era un piso, tuvimos que subir las escaleras. Vivía en un tercero. Dejé que pasara delante, cosa que aceptó con agrado. Hice que subiese rápido colocando mis dos manos sobre su culo, que era firme y una maravilla para el tacto. Dios, como le metiera por ahí la polla reventaba.

Riendo, aumentó la velocidad, pero al llegar a mi puerta frenó (le dije cuál era). Yo me acerqué a ella por detrás, le rodeé la cadera con los brazos y puse mis manos en su vagina. Besé su cuello. Ella cerró los ojos y gimió un momento.

-Tenemos toda la mañana –murmuré. Notaba que mi verga deseaba salir, amenazaba con romper el pantalón de la presión. Ah, claro, es que no llevo calzoncillos… ya sabéis, mayor comodidad.

Sin necesidad de preguntarle, me lo dijo:

-Me llamo Iovanna, pero puedes llamarme Iovs.

Asentí. Me separé de ella y abrí la puerta. Entré antes que ella para dirigirla. El pasillo era corto, por lo que llegamos al dormitorio con facilidad. Me tumbó en la cama con un empellón.

Se puso frente a mí, colocando su espalda en la pared. ¿Iba a comenzar ella? Bueno, cambiaba mi manera de hacerlo… Cerró los ojos al mismo tiempo que se llevaba el dedo índice a la boca y lo chupaba. Bajó su mano a la vagina y la movió en círculos suavemente. Mi polla ya estaba enorme. Entonces me di cuenta y otra pregunta me atenazó: ¿la llevaría ella? Porque yo siempre era el que la llevaba, y eso era algo con lo que era muy diligente.

Me levanté dispuesto a desnudarla ahí mismo si era necesario; debía marcar quién mandaba. Ella abrió los ojos al verme tan cerca. Llevé una mano a su culo y apreté los dedos. Acto seguido, lo golpeé con la palma abierta, apretando la mandíbula. La besé y esta vez ella no metió la lengua, porque lo hice yo. Parecía dispuesta a seguir con aquello y no me gustaba un pelo. Me di cuenta porque colocó su mano en mi camiseta y trató de quitármela. Me aparté.

-Iovs –dije, denotando que estaba a punto de cabrearme.

Ella, codiciosa, me sonrió.

-¿No quieres jugar?

Me acerqué de golpe. Su cara contra la mía por un par de centímetros.

-Aquí yo llevo el juego.

Su sonrisa se quitó y creí que se quería marchar al ver que se desinflaba, pero cambió de pensamiento al yo palmear su vagina. La agarré del cuello, la giré y la tiré a la cama.

Ella se abrió de piernas, esperando.

Me agaché. Por encima del pantalón podía ver unas gotas que brotaban de su almeja, algo que me hizo sonreír con satisfacción. Bajé su mini pantalón cuidadosamente, dejando poco a poco al aire su precioso y rico culo, además de su depilada vagina. Como yo, no llevaba bragas.

Me ponía que fueran tan putas.

Saqué la lengua y comencé a lamérselo. El clítoris se movía al mismo tiempo que mi lengua, rápido y sin descanso. Alargué un brazo sobre ella para que me lo agarrase, ya que era presa del placer. Me lo cogió con fuerza e introdujo un dedo en su boca. Dedo que lamió con ansia. Continué unos minutos y luego fui yo quien se chupó los dedos, aunque con un propósito bien distinto.

Los introdujo en su chocho. Ella se irguió, sorprendida, pero se relajó enseguida, porque le froté la parte interna con furia. Una vez lo hice, saqué los dedos y con ellos acaricié el clítoris despacio. Ella se contoneaba, deseosa de más.

Se retiró el sujetador deportivo, la única prenda que le quedaba, y se chupó un pezón. Fue el momento que escogí para retirar los dedos de su parte baja e introducírselos en la boca. Ella los saboreó mirándome fijamente a los ojos. Aquellos ojos tan bonitos y grandes…

Yo en ese momento no sonreí ni hice nada parecido, de hecho, tan solo quería que me comiese la polla. Me quité la camiseta rápido y me bajé el pantalón aún en menos tiempo. Mi polla pareció rebotar y salió despedida. Ella gateó, asombrada y sedienta, ya que yo estaba en un lateral de la cama y ella en medio. Se colocó a cuatro patas.

No sé cómo lo hizo, pero de una vez, se metió mi verga en su boca. No se lo pensó ni un segundo, se lanzó. Aprovechándolo, apreté con ambas manos su cabeza contra mi pelvis, buscando más placer. Ella no mostró resistencia, sino que cerró los ojos, disfrutando. Cuando vi que me buscaba con la mirada, solté la presión. Ella boqueó, cogiendo aire, pero se introdujo de nuevo la polla en su boca.

La segunda vez que se la sacó, estaba llena de un líquido trasparente. Yo grité del gusto, pero no paré, evidentemente. Y ella tampoco. Iovs se acercó de nuevo a mí. Pasaba olímpicamente de los hilos jugosos que recorrían su cara y pechos. Esta vez se metió tan solo la mitad, cosa que usé para moverme dentro de su boca. Yo escuchaba el gorgoteo que esto provocaba y aumenté la velocidad. Su mejilla se hinchaba con cada movimiento.

Terminé y volvió a boquear.

-Ya.

Vi que era suficiente, así que me tumbé en la cama con las piernas semi abiertas. Ella, aún a cuatro patas, se acercó a mí y me lamió los cojones.

-¡Cabalga! –tuve que gritar. Ya había dicho que era suficiente, no tenía por qué repetirlo. Ella no mostró ningún tipo de sentimiento y se dispuso a meterse mi polla.

Se puso a bocajarro sobre mí, me dio un beso con lengua y bajó su cadera. El agujero de su rico culo encajó con mi pene a la perfección. Gritó al sentirlo, me miró sorprendida del tamaño que alcanzaba una vez teniéndolo dentro y me puse las manos tras la cabeza. Me permití el lujo de cerrar los ojos; ella haría el resto.

Comenzó a cabalgar. Algo lenta al principio, debido al tamaño de mi polla, pero fue cogiendo carrerilla. Como no tenía otro sitio de donde asirse, colocó sus manos en mis abdominales. Hacia adelante, hacia atrás… Me fui perdiendo en el movimiento.

Viendo que podía correrme de un momento a otro, abrí los ojos. Ella estaba con los ojos cerrados, disfrutando de mi enorme verga en su interior. Me erguí con esfuerzo y abracé su cuerpo con el brazo derecho; el otro lo dejé como apoyo en la cama. Ralentizó el ritmo. Me llevé un pecho a la boca. Le lamí el pezón y ella gimió como dolorida. Me preocupé.

-¿Qué pasa? –lo dije entre lametón y lametón.

-Es… tu… polla… -dijo entre jadeos de placer y dolor-. Demasiado…

Lo entendí. Me pasaba tantas veces que estaba un poco hasta las pelotas del asunto y si eso le dolía, que se joda. Hice como que no la escuchaba e hice fuerza dentro de ella. Iovs abrió los ojos de dolor.

-Por favor –me pidió, sin parar de moverse.

Volví a pasar de ella. Cansado de esa postura, me separé de ella. Respiró aliviada al hacerlo. Me levanté de la cama, de pie en el suelo. Hice un gesto para que se acercara a cuatro patas. Una vez llegó, la giré sin esfuerzo alguno, dejando su culo a mi lado. Me agaché para lamerlo.

Gritó. No supe identificar de qué, pero no me importó. Cerré los ojos e introduje la lengua, repitiendo la operación de antes. Disfrutaba como una puta pese a que tenía el culo destrozado. ¿Qué se esperaba? ¿No había oído hablar de mí? Seguro que me había follado a alguna amiga suya…

Ya abrí los ojos al tiempo, porque ella parecía estar alcanzando el orgasmo. Con un golpe en el muslo de ella, hice que se girase y quedase abierta de piernas. Le sonreí. Iovs pareció olvidarse del dolor y me devolvió la sonrisa.

-Ahora vas a tener que trabajar bien. Mejor –le dije.

Asintió, juguetona.

Coloqué mi polla en los labios y la metí. Estaba mucho más cómoda, ya que por delante no le molestaba. Gemimos de placer.


Finalizamos el polvo dos minutos después. Me corrí dentro de ella. Se vistió cinco minutos después y a los diez se había ido.

Una más.