Vivencias: Todo como debe ser.

De mi boca empezaron a salir gemidos justo cuando el solado recorría mi vientre con sus labios, besándolo con pasión. Rosaba mi pequeña tanga con sus manos, bajándola centímetro por centímetro. Hasta ese momento entendí lo de los quejidos de las amantes de mi tío. Era una sensación mágica, nunca igual. Adictiva y explosiva.

A veces, las cosas no son lo que parecen. O mejor dicho: son lo que no parecen. Es común, vivir situaciones diferentes a lo que en un principio eran obvias. Eso lo aprendí hace mucho tiempo. Me lo enseñó un hombre, una persona maravillosa que aún frecuento. El me regaló amor desbordado, hasta mal enfocado a veces, y yo le correspondí regalándole, muchas de mis primeras veces.

Todo sucedió de repente, como una sorpresa agradable con la que solo tienes que vivir. La verdad nunca lo imaginé. De hecho, al principio me pareció una desgracia la acción de conocerlo. Un día lluvioso, ya en los últimos años de mi transformación, y  tras un proceso de recuperación post operatoria llegó, acompañado de mi tío Ernesto, un joven de no más de veinticinco años, de piel morena, alto y compacto, ligeramente musculoso, con gesto rudo, cejas pobladas, afeitado perfecto y ropas verdes, con camuflaje, botas altas, boleado perfecto, a nuestra casa.

-Ella es Vania, mi hija, te lo había comentado.- Sonrió mi tío al encontrarme postrada en la cama de mi habitación.

-De maravilla.- Dijo él intruso con un acento raro,  sin ninguna expresión en su rostro, con una actitud fría y desinteresada de la situación.

-Él, es el cabo José Enrique Delgado.- Explicó apresuradamente mi tío, seguramente interpretó mi gesto como duda al instante.- Se va a encargar de cuidarte lo mejor posible en esta ciudad, de ayudarte en todo lo que necesites en cuanto a traslados y cualquier apoyo especial que necesites.- Sonrió satisfecho.-Además, es extranjero, tendrás que mostrarle la ciudad.- Trató de animarme.

Aquel hombre parecía un soldado, o lo era. Tras nuestro primer encuentro no se movió un segundo, mucho menos cambió un poco su gesto. Su disciplina me inquietó, parecía un robot. Lo vi tan rígido, tan serio y a la vez tan receptivo que no me atreví a decir nada, solo asentí con la cabeza en señal de aprobación. De hecho me sentí un poco apenada, aunque no me veía directamente, yo estaba vestida solo con una pequeña bata de dormir y mi vergüenza generó una tensión rara, casi adictiva.

-Es una persona ejemplar, el hombre perfecto para cuidar a mi gran tesoro. – Intervino mi tío después de un pequeño silencio de tensión.- Así que no tendrás que preocuparte por tu seguridad nunca.- Finalizó satisfecho

No pude decir nada, la situación me hacía sentir expuesta frente a un extraño. No sabía si era un chofer, un guardaespaldas o algo parecido. No me había quedado claro, solo que tenía mucha pena, que aquel hombre misterioso me tenía en tensión de una manera exagerada.

-Ven José, te voy a mostrar el resto de la casa.- Llamó la atención de aquel hombre.- Para que sepas donde vas a dormir y cómo vas a desempeñar tus labores en lo general, ya tendrás tiempo para conocer a Vania.- Finalizó mi tío y se retiraron en seguida.

La situación me tenía inquieta, pero totalmente despreocupada particularmente. Confiaba en mi tío y en las personas que acercaba hacía mí. El trato sería de respeto, como con todas las personas que laboraban con nosotros, como don “chuy”, el jardinero, o doña Elena, nuestra ama de llaves. Claro, eso pensé, aunque nada estaba escrito.

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Las siguientes semanas fueron agobiantes. Me sentí en una pequeña depresión pues, mis senos, resultado de la cirugía estaban inflamados, parecían dos globos mal inflados, a punto de reventar. Mis pezones lucían morados, no pude sentir nada al tacto. Mi cuerpo era un desastre, dolía en muchas partes y no podía hacer gran cosa. Mi único consuelo fue la revelación que tuve al conocer más a José. Tuvimos muchas conversaciones interesantes, aunque un poco triviales, lo conocí de muchas maneras, aunque sin llegar a profundizar. Hablaba de su país, Venezuela, con mucho amor y nostalgia.

Era gracioso aunque para mi gusto muy respetuoso. Era tierno y divertido, aunque reservado y en ocasiones, muy penoso. Poco a poco, nos tomamos confianza. El proceso fue tan lento (o rápido), como mi recuperación.

-¿No te aburre vestir siempre igual?- Le pregunté curiosa mientras íbamos hacia mi universidad, atrapados entre el tráfico de la ciudad de México.

-Yo creo que se ve bien.- Respondió con calma, tranquilo.- El uniforme tiene ventajas, es cómodo y funcional, y también es fácil de asear y alistar.- Sentenció.

-Pero es cada día lo mismo, y parece confeccionado por una máquina, monótona, fea y aburrida.- Reí divertida, estaba bromeando.

-Pues a mí me parece bonito.- Dijo José con resignación.- De hecho, debería usar uno alguna vez, se asombraría cuan practico resulta.- Propuso José con un tono jocoso.

Esa fue la primera vez que lo sorprendí mirándome directamente, a través del espejo retrovisor del coche. Su rostro tenía una pequeña huella, algo parecido a una leve sonrisa. Me pareció divertido.

-Te propongo algo.- Hice una pausa mientras le sonreí mirándolo a los ojos por el reflejo del espejo.- Yo uso tu uniforme un día a la semana, si tu vistes, también un día a la semana, algo que te parezca bonito, pero obvio, sin ser uniforme.- Sonreí divertida con la propuesta.

Pensé en hacerle una broma, pero también me intrigó la imagen de aquel soldado con algo de ropa casual, o la manera en que podía lucir en un traje elegante. Mi imaginación estaba trabajando, y el parecía interesado.

-Es un trato señorita.- Dijo extendiendo su mano hacia atrás.

Yo apreté su mano en señal de aprobación. Sonreímos y fijamos la fecha del trato esa misma semana, ese sábado para ser un poco más exactos.

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La verdad es que ese trato mejoró notablemente la relación que teníamos. De hecho, en escasos tres días nos conocimos bastante. Hablamos mucho, en los traslados de mi casa a la escuela y de también de regreso. Le conté mi verdadera historia, que mi papá, no lo era naturalmente, si no que me había adoptado. También le conté de mi condición de transformación, misma que tomó con mucho interés, preguntando de muchas detalles de ella. Parecía comprenderme, que tenía un gusto peculiar por mi condición.

El día del cambio de ropa llegó sin mucho esfuerzo. El sábado siguiente, acudimos a un centro comercial muy temprano, para no encontrar mucha gente. Caminamos durante un par de horas, visitamos varias tiendas pero no encontramos algo adecuado, según José. Luego de un rato llegamos a una tienda de trajes elegante. Juntos escogimos en un traje ejecutivo color negro, una camisa blanca impecable, de tela fina y de excelente manufactura. Luego optamos una corbata negra uniforme, muy conservadora, bastante fina y costosa. Ya para finalizar unos zapatos de charol, completamente nuevos y estilizados.

Yo me quedé esperando a que se probara la ropa. Ya lo había hecho algunas otras veces pero nunca salió para que yo lo viera. Argumentaba que no era su estilo y que no habría discusión alguna. Yo puse atención en los demás clientes del lugar. Ninguno estaba acompañado, todos sabían lo que hacían y más de uno cruzó una mirada conmigo.

De repente escuché que abrían la cortina del probador de José. Giré la cabeza para ver si había alguna novedad con mi acompañante.

-¡Wow!- Exclamé boquiabierta al ver a José enfundado en aquel traje.

Se veía guapísimo. El traje ajustaba perfecto a su físico, de hecho parecía más alto. Se notaba muy cómodo, bastante elegante y hasta un poco provocativo, sensual. El nudo de la corbata enmarcaba su rostro sonriente de una manera increíble. Sin duda, José, vestido de esa manera podía impresionar a cualquier mujer.

Y yo no era la excepción. Y es que hasta su gesto parecía más expresivo, su sonrisa era dibujaba ahora sí, profunda y claramente.

-Creo que este será el correcto.- Me dijo sonriente, con su tono serio y decidido.- ¿Qué te parece?- Exclamó mientras se daba una vuelta lentamente.

-Yo creo que, de esa manera voy a tener de que ir en el asiento delantero, contigo siempre.- Contesté sonrientemente.

Nuestras miradas se cruzaban continuamente. Su gesto me parecía pulcro, angelical y atractivísimo. Sus ojos brillaban con un gusto inusual maravillosamente. A partir de allí nació una camaradería que nunca pensé tener con alguien.

El traje se lo llevó puesto. La sensación de cambio en él me tenía con el corazón acelerado y el estómago revuelto. Era como si hubiera pulido un diamante. Tal vez fue mi percepción, o que en realidad siempre me gustó José, pero después de salir de esa tienda, con su uniforme en una bolsa me sentí a mí misma como la pareja de José.

Metí mi brazo entré el suyo y caminamos hacia el estacionamiento. José trató de soltarse y caminar detrás de mí.

-Aunque sea solo por hoy.- Le dije en tono caprichoso, como pidiéndole un favor.- No me gusta que camines tras de mí, mejor a mi lado ¿si?- Le dije mientras hacía un ligero puchero. Era una táctica que funcionaba de maravilla con mi tío. Podía obtener lo que fuera con tan solo cambiar el tono de voz y hacer una mueca. Parecía segura pero estaba nerviosa. No me importó.

-De acuerdo.- Contestó después de pensarlo unos segundos.

Había ganado, José hacía lo que le pedí sin ningún esfuerzo adicional. Me sentí aún mejor, sonreí. No era suficiente. Lo tomé de la mano y me acerqué a él, de repente. Su mano estaba empapada, José se sentía nervioso, tanto o más que yo. Limpié el sudor de mi mano, lo volví a tomar de la misma manera. José no dudo un segundo en dejarme tomar su mano. Estaba tomando la iniciativa. Ese hombre me gustaba, mucho. Tal vez fue el primero que me gustó tanto y de esa manera. Estaba bien, al menos eso pensé. Lo jalé de la mano y caminamos a un paso semi lento, mientras recargaba mi cabeza en su hombro.

Me hacía sentir muy bien tenerlo así, tan cerca. Recuerdo tener una sonrisa gigantesca, casi dolía tenerla así. José me transmitía seguridad, ánimos insospechados y mucha protección, como siempre pero ahora con un gran toque de atracción.

Cuando llegamos al coche nuestro roce se desvaneció por completo.  José  abrió la puerta para mí y yo la cerré mientras le sonreí mientras nuestras miradas se cruzaron directamente. Como por instinto, me acerqué a él y lo abracé por el cuello. Fue un momento mágico. Más cuando sentí que sus manos rodeaban mi cuerpo, justo por la cintura. Sentí un calor nuevo en mi interior, al apreciar su cuerpo contra el mío. Cerré los ojos disfrutando el momento. Sonreí aún más.

José no dijo una palabra, pero no hacía falta. Su mirada brillante lo decía todo. En el trayecto hacia la calle parecía apenado. Cruzaba miradas conmigo en el espejo sin decir una palabra. Correspondía mis sonrisas. Incluso me parecía verlo sonrojado.

En mi interior había una revolución. Era un cúmulo de sensaciones que jamás había sentido anteriormente. Me sentía atraída, algo difícil de describir. Toda mi atención se centraba en el espejo, en sus gestos, en esa mirada abrumadora que tenía, que me derretía. Mi corazón trabajaba al límite, las mariposas en el estómago no se sentían tan bien, más bien parecían nauseas, algo raro. Mi vagina construida quirúrgicamente también reaccionó. Ya era funcional, la había usado cientos de veces para orinar, pero nunca la había sentido así, húmeda, sensible, como hinchada. Sentí el rozar de mi pequeña tanga de hilo dental contra mis labios. Sentí una especie de erección diminuta en mi zona pélvica. Por primera vez en mi vida me sentí excitada, dispuesta a estar con alguien. Lo supe cuando lo viví, nunca antes.

Cuando llegamos a la casa mi corazón daba vuelcos en segundos. Estaba confundida, era amor o deseo, o las dos cosas a la vez. Me sentí estupenda, libre, sensual, única. Bajé del coche sin dejar de sonreírle a José. Entramos a la casa sonriendo, aún sin decir una palabra. Adentro, se encontraba mi tío Ernesto, leyendo el periódico del día, sentado en la sala plácidamente.

-Mira lo todo lo que se puede transformar alguien.- Le dije a mi tío, sin saludarlo si quiera, al entrar a la casa.

Tras de mí entró José, con su andar rígido y su sonrisa reluciente.

-¡Valla!- Exclamó mi tío Ernesto.- Pareces otra persona.- Dijo al instante.- Te ves muy bien vestido así.- Alagó cortésmente.- Creo que te voy a solicitar estar siempre vestido de esa manera.- Sentenció.

-¡Claro que sí!- Exclamé sonriente.- Es un gran idea.- Le dije a mi tío.

José no dijo palabra alguna. No le desagradó, al contrario, se sentía bien vistiendo diferente, al menos eso parecía. Sonrío al vernos a gusto y se retiró hacia su habitación. Yo me quedé en la sala, con mi tío, platicándole las incidencias de nuestra aventura. Mi tío quedó complacido y platicamos durante un buen rato.

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Después de unas horas recordé el acuerdo del cambio de ropa. Me propuse sorprender a José, quería impresionarlo, sentir que yo también le gustaba. Fui a mi habitación a cambiarme de ropa. Lo iba a impresionar. Me desnudé frente al espejo y luego busqué lo más sensual que tenía en el guardarropa. Pero no quería caer en obviedades, así que decidí ponerme una tanga de algodón blanco, de tamaño moderado. El rosar de la tela contra mi piel me erizó completamente. Mis pezones se endurecieron al instante. Me vi en el espejo de esa forma.

Mi silueta parecía un reloj de arena, mi piel tersa me ajustaba bien. Me sentí hermosa al ver mis pezones resaltar por mis senos. Me dí una vuelta para verme. Estaba buenísima, suspiré enrojecida. Me puse una pequeña camiseta color blanco, ajustaba a mi figura perfecta. Mis pequeños y rosados pezones se notaban al instante. Luego elegí un pequeño pants azul turquesa, era una especie de leggins que se ajustaba a mi figura. Arriba me puse una sudadera de idéntico color, con cierre en medio y una pequeña capucha atrás. Por último rematé amarrando mi cabellera que ya llegaba a mis hombros en una especie de cola de caballo. Me quité los aretes y me aprecié en el espejo. El maquillaje era escaso, no hacía falta. Sonreí y me fui directo a buscar a José.

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La puerta de su habitación estaba cerrada. La luz del corredor estaba apagada así que me acerqué, según yo, pasando desapercibida. Eran casi las diez de la noche, todos en la casa ya descansaban. Tenía ganas de estar con José, de ver que era lo que podía suceder. Me sorprendí ansiosa, lista y dispuesta a todo.

Giré con cuidado la manija de la puerta. Estaba abierta. Abrí con cuidado con los ojos bien abiertos. Allí estaba, viéndome, sentado en la cama. A pesar de la obscuridad casi completa lo pude apreciar. Él escuchaba una canción de jazz en un pequeño radio en el buró junto a su cama. La cama era pequeña. El vestía solo una playera obscura con una leyenda al frente, unos pantalones deportivos en el mismo tono, era como una especie de pijama. Su gesto era de sorpresa, de tensión. Bajó el volumen de su música, aunque ya parecía un murmullo. Se levantó y se acercó a mí.

-¿Qué hace usted aquí señorita?- Preguntó con una voz rasposa, a muy poco volumen, como un suspiro.

-Pues, a decir verdad, un trato es un trato.- Hice una pausa sonriendo. – Vine a probarme el uniforme para ti. Le dije viéndolo a los ojos.

Me tomó de la cintura, acercándome más a él. Entré a su habitación en silencio, sin decir una palabra. Mi respiración se agitaba, me parecía algo prohibido, algo mágico y magnético.

Adentro, la luz era casi completamente nula. Mis ojos se estaban acostumbrando a la poca luminosidad cuando prendió la luz de repente.

-¡Ahg!- Me quejé.

Mis ojos ardían al sentirse agredidos por la luz encendida de repente.

-Lo siento señorita.- Se disculpó José mientras buscaba entre uno de sus cajones las prendas del uniforme.

Mientras me acostumbraba a la luz de la habitación me di cuenta de la pulcritud con que vivía. Todo acomodado en estricto orden. Parecía una habitación de un sueño o algún programa de televisión. Sonreí cuando encontró el uniforme.

-Es un poco viejito, pero es el único que tenía de su talla.- Dijo resignado, poniendo el uniforme sobre la cama.

-No te preocupes, yo veré que puedo hacer.- Sonreí cerrando mi ojo derecho, en señal de coquetería.

José no dijo nada más. Salió para que pudiera cambiarme. Algo en su mirada me decía que estaba en una batalla interna. Noté su respiración agitada. Cerró la puerta dejándome sola.

Me quité el pantalón deportivo y la sudadera. Mi piel estaba erizada. Mi corazón palpitaba al límite, era un sonido difícil de ignorar. Aunque lo hice. Me puse el uniforme que contaba con un pantalón un poco ajustado, verde camuflado y una especie de camisa, de manga larga y una gorra bastante grande.

Ya lista le abrí la puerta a José. Él, entró fascinado viéndome con esa penetrante mirada que me había tenido todo el día con el pulso agitado. Cerró la puerta tras su espada. Me sonrió por enésima vez. Se acercó dudoso a mí. Me abrazó por la cintura una vez más como horas antes. Mi cuerpo parecía reaccionar agitándose aún más. Correspondí a su caricia abrazándolo por la nuca. Aspiré hondo. Tras unos minutos que me parecieron un suspiro, José me soltó, se separó de mí lentamente.

-¿Me veo bonita?- Le pregunté segundos después que terminara nuestro mimo.

-Usted siempre se ve bonita.- Me alagó.- Pero a decir verdad usted también tenía razón. Le va mejor su ropa común y corriente.

En mi rostro se dibujó una sonrisa. Sin decir nada más me acerqué definitivamente al soldado y le di un beso en los labios. El primero de mi vida. Rápido y sin disfrutarlo. Tal vez porque sabía que él nunca se iba a atrever, o tal vez porque me moría de ganas por besarlo. Me separé viendo sus hermosos ojos brillar, abrirse un poco más.

Se acercó a mí sin alguna duda. La pasión le había ganado al hábito. Me tomó de la cintura y me besó profunda y húmedamente. Su lengua viscosa entró en mi boca con desesperación. Eran las primeras caricias que recibía mi lengua, pero las respondí a mi manera, tratando de acariciarlo despacio, haciéndolo sentir especial.

Nuestro beso fue pura pasión. Sin técnica. Cuando se terminó nos quedamos jadeando, sin abrir los ojos, a centímetros uno del otro. José empezó a acariciar mi espalda, apagó la luz dejándonos en penumbras y me besó otra vez.

Parecía que mejorábamos al momento. Un beso llevó a otro y así al siguiente. Perdí la cuenta después del número treinta. Sus manos desabotonaron los botones del uniforme con desenfreno. Yo no sabía lo que iba a pasar. Me sentía rara, como nunca antes, impaciente, me encantaba.

La camisa se fue al suelo, después mi camiseta. Quedé desnuda de la cintura hacia arriba sin sentir frío. Sus manos rasposas erizaban mi piel. Acarició mis pequeños pezones dejándolos erectos con un simple roce. No dejó de besarme. José bajó mis pantalones rápidamente, como nadie nunca lo hizo, con desenfreno, con pasión.

De mi boca empezaron a salir gemidos justo cuando el solado recorría mi vientre con sus labios, besándolo con pasión. Rosaba mi pequeña tanga con sus manos, bajándola centímetro por centímetro. Hasta ese momento entendí lo de los quejidos de las amantes de mi tío. Era una sensación mágica, nunca igual. Adictiva y explosiva.

Mi piel se erizó por completo cunado sentí su viscosa lengua pasar recorriendo mis labios vaginales. Estaba desnuda y excitada. Su lengua se detuvo justo en medio causadme un mareo de excitación. Estaba húmeda, lista, con ganas de empezar con el sexo.

José me cargó de la cintura, me depositó en la cama y en segundos me acomodó boca arriba, con las piernas abiertas, al mismo tiempo que se acercó como muchas veces mi tío lo había hecho con sus amantes.

No pude ver casi nada. Tampoco quería. Me limité a cerrar los ojos y a sentir como ponía su pene frente a la entrada de mi vagina.

Empezó a penetrarme instantáneamente. Su pene era enorme, al menos así me parecía. Me empujaba desde adentro las paredes vaginales hacia afuera, haciéndome vibrar en un instante. Sonreí al verlo cerca, me besó en los labios mientras bombeaba su pene rápido y profundamente.

Al principio era incómodo. Un cilindro de carne clavándose en tu cuerpo no es cualquier cosa. Pero mientras pasó el tiempo me sentí más relajada, más confiada. Al mismo tiempo surgió un placer al que me hice adicta, una sensación de maximización. Mis sentidos parecían al límite, su pelvis chocaba contra mi monte de venus y luego se retiraba, en un vaivén constante. Mis tetas rebotaban naturalmente. José me estaba cogiendo y me encantó.

En ese momento no pensé en amor, en afecto o cariño, si no en pasión, en excitación y calentura. José entraba y salía a placer. Mis sentidos parecían llevarme a otro planeta, a un estado diferente. Un punto sin retorno. Mis sentidos al límite, de mi boca salieron suspiros y gemidos. Mi respiración al límite, el sonido de mi corazón parecía marcar el ritmo de las entradas y salidas de José.

De repente una sensación nueva explotó en mi cuerpo. No había sentido nada parecido, era placer, placer al límite. Un orgasmo me hizo retumbar por dentro, mientras sentí a José explotar en mi interior. Mi mundo cambió para siempre, ahora sí, lo entendí todo.

Sin decir una palabra, José salió de mis entrañas y se recostó a un lado de mí, en la pequeña cama. Sus respiraciones profundas me recordaban a las de mi tío después de una gran faena. Yo aún estaba en el paraíso de sensaciones que llaman orgasmo. Tenía una pequeña erección, mi clítoris. Mi respiración se normalizaba mientras José se dormía. Me dormí junto a él agradeciendo a la vida por dejarme pasar por ese momento.

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José era un hombre de bien. Su disciplina era estricta. Su valor y su carácter eran cautivadores. Sus frenéticos movimientos eran como una obra de arte, era un animal del sexo que se llevó mi primer beso, mi primer amor y mi primera experiencia sexual solo en un día. Lo amaba con efervescencia.

Cuando me desperté ya no estaba. No lo vi en mucho tiempo. Solo dejó una carta. Mi corazón se retorció de dolor. En eso también fue el primero, el primer abandono, el primer dolor.

Señorita Vania.

Te dejo esta carta porque es muy difícil decirte frente a esos ojos que tienes este mensaje. En la vida no es lo que queremos lo que tenemos siempre. Lo aprendí con los años y espero que algún día lo entiendas. No puedo seguir trabajando para ti, porque es un pecado abusar de la confianza como lo he hecho.

No es personal, no eres tú la causante. Eres una niña aún y me aproveché de eso. Merezco un castigo, que será, no verte. Tal vez algún día nos veamos otra vez. Ojalá la vida se haya transformado y exista otra posibilidad.

José Enrique Delgado.

PD. Todo es como debe ser.

La leí entre lágrimas. El dolor que me causó con su partida jamás se me va a olvidar. Como siempre, mi tío me consoló. Nunca lo odié, no fui educada para odiar. También lo superé, como superé muchas cosas más.

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Hola otra vez.

Los saludo desde México de nueva cuenta. Gracias por llegar hasta acá. Este es mi nuevo proyecto del que les había hablado anteriormente. Espero que les haya gustado aunque sea un poco y que me envíen sus comentarios por medio de la página o por mi correo electrónico: izzyd1987@hotmail.com .

Muchas gracias de antemano y les mando muchos besos.