Vivencias de un especialista de la mente
Inicio de una serie donde el protagonista dará rienda suelta a investigaciones y experimentos con el objetivo de controlar y subyugar las mentes de la gente, en especial de las mujeres. En éste se incluye sexo oral.
Vivencias de un especialista de la mente
Llegué al pueblo un Lunes al mediodía. Había decidido empezar aquí, en este pueblo, ya que mis investigaciones irían mejor en un sitio pequeño que en una gran ciudad. Reconozco que al principio será difícil pues en un sitio tan pequeño casi toda la gente se conocerá y será complicado que se abran a mí en un principio, pero creo que lo conseguiré.
Nada más doctorarme busqué casas en alquiler en pueblos de este estilo, no demasiado pequeño, que suelen ser pueblos de dos o tres familias de terratenientes, pero tampoco demasiado grande. Lo suficiente para tener una escuela y un comercio establecido, para no tener que ir viajando a otros sitios y poder darme a conocer con facilidad. Necesito ganarme sus confianzas poco a poco, que no me vean como una amenaza. Mi aspecto cuidado, fruto de sesiones de footing mañanero y de una comida sana y estable, además de mi perilla cortita y bien cuidada, invitaba a la confianza. Desde que empecé a tratar el tema de la psicología vi el filón que podía ser esta. Un apretón de manos, una sonrisa siempre presta, mirar a los ojos cuando eres interpelado… son cosas que parecen mundanas pero que ayudan mucho… y sé que las posibilidades que abre el dar una buena impresión son muchas. Durante el duro estudio al que me sometí pude experimentar con compañeras de clase pero no era suficiente. Buscaba tomar todo lo que pudiera conseguir y para lo que tenía pensado no podía ir de frente y con gente que me conociera, si salía mal estaría perdido irremediablemente.
Una vez encontré la casa de alquiler en el pueblo, la cual era perfecta pues los dueños se habían vivido a la ciudad así que no me molestarían. Quedé con ellos y les convencí para no domiciliar los pagos prometiéndoles enviar todos los meses un talón certificado, además de pagarles tres meses por adelantado para que me dejasen tranquilo. Así, si no funcionaba o me sobrepasaba antes de tiempo podría recoger y empezar en otro lugar. Dediqué unos días a terminar las gestiones de mi actual alquiler y empacar. El fin de semana último, cuando tenía todo dispuesto, caí en la cuenta de un detalle que no había solucionado: mi diploma.
Necesitaba camuflar mi diploma. Tendré que colgar el diploma en la estancia y no podré hacerlo si lleva mi nombre en él. Sonreí de inmediato, acordándome de Gabriela, una de mis compañeras al principio pero que luego lo dejó para dedicarse al diseño gráfico. Eso me sirvió para practicar con ella métodos que mis otras compañeras habrían conocido de los estudios. Cogí mi diploma y quedé con ella en su casa el Domingo, mi último día en la ciudad.
Me abrió la puerta vestida para la guerra. Era casi tan alta como yo, rozando el 1,80, con unos pequeños pechos que cabían perfectamente en el hueco de mis manos, pero con unos pezones bastante más grandes de la media, que te llamaban solicitando atención específica. Llevaba puesta una camiseta blanca de tirantes, de esas de andar por casa de talla más grande de la necesaria, sin sujetador, permitiéndome ver sendos montículos formados que me daban a entender su predisposición.
Me deleité la vista bajando poco a poco mi mirada, viendo que llevaba solo unos pantaloncitos cortos de chándal dejando sus largas y esbeltas piernas a la vista. Retrocedí mi mirada poco a poco, sin prisa, hasta llegar a sus ojos, cuyas pupilas azules me miraban expectantes. Su pelo negro lo llevaba recogido en un simple moño. La tengo bien enseñada. La verdad es que la echaré de menos, era sin lugar a dudas con la mujer que más lejos llegué, hasta el punto de tener que dejar las sesiones pues se había empeñado demasiado en satisfacerme, y no podía correr el riesgo de perder el sentido por una muchacha cuando mi meta era mucho más ambiciosa.
Verla así de dispuesta hizo que mi empalme fuese casi instantáneo. La verdad es que llevaba una semana larga sin sexo con las gestiones y mi miembro me reclamó su falta de cuidados. Entré en la casa y dejé que cerrase la puerta mientras iba directamente a su habitación, dejando el diploma encima del escritorio de su ordenador, al lado de la fotocopiadora-escaner. Miré la hora y lamenté haber quedado tan tarde. No podía entretenerme y de verdad necesitaba su trabajo. Me maldije mentalmente por no haber tenido en cuenta esto. Ella me abrazó entonces por la espalda y noté sus pezones erectos traspasando mi fina camisa. Eso acabó por decidirme, necesitaba una satisfacción y rapidez en el asunto.
Me separé un paso de ella, me di la vuelta y la hice un gesto mientras me bajaba desabrochaba el cinturón. Ella lo entendió en el acto dejándose caer de rodillas, expectante. Una vez bajado mi pantalón, y liberado mis veinte centímetros erectos de su encierro, hice un gesto afirmativo con la cabeza, provocando que ella pasase a la acción. Agarrándola con la mano derecha empezó un ritmo suave mirándome a los ojos y fue acercándose lentamente. Cuando iba a llegar lo levantó en posición de firmes y paseó la lengua desde la punta por todo su tronco, solo rozándolo, hasta terminar en mis huevos, los cuales notaba ya bastante llenos del tiempo acumulado sin descargar. Ella sabía cómo volverme loco, sin duda. La había entrenado bien. Entonces fue en ritmo inverso, esta vez lamiéndola en condiciones, hasta terminar en la puna introduciéndosela sin más miramientos. Noté como jugaba con su lengua por el glande mientras me seguía pajeando con la mano, sin cortar en ningún momento el contacto visual. Su otra mano la tenía introducida dentro de su chándal moviéndola a bastante velocidad, dejando pocas dudas sobre lo que estaba realizando.
Darme cuenta de ello fue lo que terminó de resquebrajar el poco control que me quedaba, aparté su mano, sujeté su cabeza con la mía y empujé hasta el fondo, notando su nariz contra mi bajo vientre. El movimiento tan repentino casi la provocó arcadas, escapándosele varias lágrimas a la vez. Me apiadé de ella liberando la presión unos segundos, sacándosela de la boca para que tomase aire. Ella tosió y se recompuso rápidamente, abriendo la boca a la vez que volvía a mirarme a los ojos, como dándome permiso. No me hice de rogar y volví a introducírsela, despacio pero hasta el fondo, e inicié un mete-saca sujetándola por la cabeza.
Al principio se la sacaba casi por completo, la dejaba un par de segundos con solo el glande introducido, dejando que ella juguetease con su lengua, y la volvía a meter hasta el fondo. Poco a poco iba subiendo la velocidad, sacando cada vez menos de ella de su cavidad bucal, a la par que ella aumentaba el ritmo de su mano dentro del pantaloncito, mientras que la otra la tenía agarrando mi culo mitad para aumentar la penetración de su boca mitad para no perder el equilibrio con mis embestidas, cada vez más poderosas. No podía evitar lagrimear con mi brusquedad pero a la vez se notaba que disfrutaba con el tratamiento, aún no se si fruto de mi trabajo sobre su psique o bien porque su naturaleza siempre fue así y sólo la saqué a flote.
Por momentos notaba que perdía el control y que el momento llegaba. Abrí un poco más las piernas, asentándome bien y embestí varias veces sin miramientos hasta que, en la última penetración, la forcé hasta el fondo derramando mi simiente directamente en su garganta. Era tal el alivio mientras iba soltando lo acumulado que ni siquiera notaba como ella pugnaba por respirar, pues mantenía firme su cabeza apretada contra mí. Mientras continuaba mi corrida tuve un instante de conciencia dándome cuenta de la situación y aflojé, cayendo ella para atrás sobre el suelo. Ella, una vez tumbada, tosió y reanudó su frenética búsqueda de placer a la vez que me pajeaba encima de ella terminando de desahogarme embadurnando su rostro lujurioso y su camiseta casi translúcida del sudor, hasta que ella lo alcanzó, elevando la cintura y gritando del goce alcanzado, para derrumbarse a continuación mirándome con ojos vidriosos.
Me agaché y, sin miramientos, la rasgué la camiseta, dejando sus menudos pechos al aire, y con ella limpié con cuidado su cara, que tenía manchada del maquillaje descorrido por sus lágrimas y el semen caído sobre la misma. Un poco lo hacía por el cariño que sentía hacia ella y otro porque no quería que me volviese a excitar y olvidarme de lo que me había llevado a su casa ese día. Terminé, incorporándome, y la insté a lavarse mientras que con la misma camiseta limpiaba mi miembro ya semiflácido y me subía los pantalones.
Esa fue la última vez que tuve relaciones con ella en la ciudad. Después de ese momento de desahogo nos dedicamos al diseño de varios diplomas falsos que bien pudieran pasar por verdaderos. Me hice varios por si tuviera que cambiar de lugar, nunca se sabía. Valoré el quedarme después y follármela a modo de despedida, a sabiendas que ella lo esperaba y deseaba a partes iguales, pero lo rechacé. Tenía que hacer una última parada para conseguir las pastillas que necesitaba para cuando la hipnosis y la sugestión fuesen ineficaces o excesivamente lentas. Iban a ser parte importante de mis experimentos e investigaciones pues aspiraba a controlar a más que a una sola mujer cada vez, mis aspiraciones iban mucho más lejos.
Ahora, recién llegado a la casa, insté a los de la mudanza que primero instalasen los muebles de mi despacho, para así depositar en la caja fuerte en la que invertí una buena fortuna, última de su gama con lector óptico y dactilar, los diplomas falsos excepto uno, la documentación mía, el dinero en efectivo que había traído conmigo, una decena de miles de euros, y las pastillas que había conseguido de mi contacto habitual. Además había quedado con él un sistema de envíos por si necesitaba conseguir más al doble del precio que él cobraba al resto.
El dinero no es que me diera igual pero me importaba poco pagar en según qué cosas. La muerte de mis padres por aquel error de unas piezas defectuosas resultó de una indemnización de un par de millones que me permitieron estudiar holgadamente sin preocuparme de mi situación monetaria. También me permitió poder irme al mes de la casa de mi tía, hermana de mi madre, que se había quedado viuda con dos hijas de dieciséis y veinte años respectivamente. La convivencia con ellas no es que fuese mala, es que no me sentía bienvenido en esa casa de sólo mujeres, además de que las niñas se lo tenían creidísimo. La mayor, a pesar de ser dos años menor que yo, me trataba cómo si yo fuese un esclavo suyo que vivía allí como caridad, y la menor iba por el mismo camino. Mi tía era más simpática, de pocos estudios, pues se quedó embarazada antes de la mayoría de edad en el instituto, aún se conservaba joven y esbelta, pero trataba a sus hijas con excesivo consentimiento. Al mes, con la indemnización en la cuenta, me marché de ahí y me centré en mis estudios, hasta el momento actual. Si consigo perfeccionar mis artes no descarto volver a verlas en un futuro cercano, sobre todo a mis queridas primas, ya veremos.
El resto de la semana me dediqué a darme a conocer mientras terminaba de instalar la consulta en mi casa, siempre con la sonrisa en la boca y entregando unos panfletos que Gabriela y yo habíamos diseñado también, en los cuales abarcaba todos los asuntos que se me ocurrieron:
<< ¿Problemas de depresión? ¿Insomnio? ¿Quiere dejar de fumar u otra adicción? ¿Problemas con el estudio? ¿Te cuesta concentrarte, aunque sea para los estudios? ¿Tienes inquietudes y nadie te escucha? ¿Problemas de pareja? >>
<< Todo esto y mucho más puedo solucionarlo. La mente es un músculo y yo sé cómo entrenarlo. >>
<< Ofrezco máxima confidencialidad y discreción. Primera consulta gratuita. >>
Por supuesto, algunas opciones daban más juego y posibilidades que otras, pero en esta fase busco obtener poco a poco la confianza de la gente. Si consigo que alguien se abra a mí empezará a correr el boca a boca y todo irá viento en popa.
El Viernes por la tarde, estando sentado leyendo en la última revista médica y de investigación que había recibido un artículo que versaba sobre cambios de comportamiento conseguidos bajo la hipnosis, que en mi opinión solo rozaba muy por encima lo que se podía conseguir, escuché el sonido del timbre de la puerta a la vez que se escuchaba una voz femenina al otro lado de la puerta. ¿Mi primera cliente?
Continuará .