Visto para sentencia

Esto es lo que tu me contaste. Lo que tu contaste a la policia.

Visto para sentencia.

Nada más comenzar la conversación me comentas tus celos tus sospechas.

Me dices que tu mujer, y me enseñas su foto, ya no quiere acostase contigo. Al preguntarle el por qué, te habla de un compañero de trabajo. Él la da cariño, comprensión, no paran de hablar entre ellos... No es nada serio, pero tiene dudas. Te pide un tiempo, un período de alejamiento y reflexión. Sus respuestas te dejan descolocado. Sorprendido. No te lo esperabas. Te promete que no hay nada, que no ha habido sexo, pero tú no te lo crees. Sospechas. La duda te corroe pero reconoces que al tiempo te excita.

Me describes perfectamente una excitación enfermiza, morbosa. Te enfada, la ira te quema, la furia crece dentro de tu estómago, se te hace como una bola, pero al mismo tiempo tu pene se pone duro.

No puedes dejar de imaginar lo que habrán hecho ya.

Casi pondrías la mano en el fuego. Estás convencido que ya "te la ha dejado bien follada", me cuentas con cierto tono de lástima en tu voz. Es tu expresión. No dices que ya se han acostado. Dices que ya te la ha follado. Tú conoces a su compañero.

Tú estableces las posibles comparaciones y tus recuerdos, tus fantasías acrecientan el contradictorio morbo. No te gusta que se la haya cepillado, pero te excita que se la haya metido, que la haya perforado el coño.

Si, es contradictorio y trato de comprenderte. Te escucho.

Te culpas a ti mismo. Culpas a los juegos en los que tú la incitabas. Recuerdas su evolución, sus cambios. Recuerdas cómo poco a poco fue haciéndose más y más abierta a las practicas sexuales que tú le ibas proponiendo, a los juegos cada vez más morbosos.

Ahora no se te va de la cabeza que tal vez tú la lanzaste a todo esto.

Recuerdas cuando te la llevabas a follar a aquel descampado, donde iban las parejas jóvenes -y no tan jóvenes- a "hacer sus cositas".

La idea ya te rondaba la cabeza. Aquellos cuentos eróticos que leías en revistas o en Internet. Aquellas películas que recurrentemente le forzabas a ver por la noche. Y la de veces que la animabas. ¿Por qué no nosotros? La repetías una y mil veces pese a sus negativas, hasta llegar a agobiarla.

Dejaste de cepillártela en los asientos traseros de tu coche donde nadie os veía, y le hiciste ponerse a horcajadas sobre ti. La mentiste, la dijiste que era "por si se acerca algún pervertido". Así nos da tiempo a arrancar el coche y salir corriendo. Le metiste el miedo en el cuerpo, el morbo de la posible sorpresa

Y fuiste paciente. La primera vez, con la blusa puesta, se subió encima de ti. Le sobabas las tetas bajo la blusa mirando hacia los lados. Tú tranquila, le repetías, pero los dos mirabais hacia los lados. Desde luego con distinta finalidad. Ella para ver que no venia nadie, tú para mirar como follaban los demás. Sabías que era inevitable que ella viera también a las otras parejas. Te sentías astuto, satisfecho de tu artimaña. Ibas a conseguir despertar en ella el morbo de mirar, y de saberse mirada también. En pocas semanas fue ella la que se quitó la blusa. Delicioso recordar cómo la botaban las tetas. Ella se corrió escandalosamente. Al volver a casa le preguntaste si la había gustado, si había disfrutado sintiéndose observada... porque desde luego más de una pareja os había visto... No te contestó, simplemente sonreía. Fue suficiente. Tampoco se puede pedir tanta concesión, pensaste.

En el primer semáforo le tocaste los pechos. Estaban duros. Sus pezones erectos. Jadeó desde la primera caricia. ¿Volvemos? Aunque era tarde dijo que sí. Sus ojos brillaron de esa manera especial que tan bien conoces. Antes de parar el motor sus pechos ya estaban libres, y tu ni siquiera habías soltado las manos del volante. Su coño estaba caliente, chorreando flujos.

Hubo una segunda y una tercera vez... ya no la importaba que la vieran desnuda, ni a ella ver a los demás. La gustaba. La excitaba. Incluso te masturbaba mientras mirabais a los otros, y te provocaba con sus historias... Luego me van ver a mí -te decía-. Ya verás que duras se van a poner sus pollas en cuanto vean cómo me botan las tetas...

Ese verano descubristeis un coche con sólo un pasajero. Un mirón. Ella te pedía que de vez en cuando aparcaras cerca, para que el mirón os viera. Ese verano incluso salió completamente desnuda del coche y se vistió de pie, de frente al mirón, mostrándole todo su cuerpo.

Ahora te imaginas que ya hace lo mismo con su amante. Que incluso van al mismo sitio.

Y te le imaginas excitado, divertido con la osadía de tu mujer. Suplantándote en el asiento delantero del coche, disfrutando de sus tetas como disfrutabas tú mientras te la cepillabas a horcadas, o mientras te la chupaba mirando tú a las otras chicas.

Es ahora cuando te preguntas cómo fueron tus primeros cuernos, su primera traición, la primera vez que te los puso. No fue con aquel desconocido en aquel certamen. Te lo contó todo sinceramente. Te contó cuando estuvo con él, aunque no se acostó y culminó el acto, sí se dejó desnudar, sí le permitió sobar y tocar todo su cuerpo. Y le masturbó con sus pechos. Tal vez si no hubieran bebido tanto no se hubieran quedado dormidos y tu mujer habría follado con él. Tal vez si no hubiera bebido tanto no se lo hubiera permitido.

Te cabreaste pero no dijiste nada. Tú fuiste el que la convenciste de que existe el sexo sin amor. Y ella te decía que no. Ella no se quedó bien, lo pasó mal, se sentía sucia y te cuenta que lo habló con el que es ahora su confidente, el que para ti es algo más: su amante. Y el fue tierno y comprensivo, y dijo que con él nunca hubiera pasado eso, hasta crees reproducir su empalagoso y dulce discurso para convencerla, para conquistarla y follársela hasta por los ojos.

Y los más dolorosos y morbosos pensamientos se adueñan de nuevo de ti. Te la representas apoyada boca abajo en la cama. Haciendo un rebujo con la almohada. Su carita levemente ladeada, levantando el culete, ofreciéndoselo como te le ofrecía a ti. Sus labios asomando por debajo, sus dedos hurgando en su coño para calentarla más aun.

Sus manos separando las nalgas, descubriendo su agujerito, ése que en contadas ocasiones te dejaba disfrutar a ti.

Imaginas como su cara brillaría de lujuria con esa visión. Le ves allí, detrás de ella, mirando obscenamente su cuerpo, relamiéndose los labios, apuntando con su polla erecta a la diana.

En cabeza ves su polla acercándose al agujero. Un empujón. Dolor.

¿Qué pensaría ella? Diría que él es dulce y tierno con ella, que nunca la haría daño, que ha sido la falta de práctica, el no conocer aun su cuerpo... Bobadas... Tú sospechas que no es así. No, sospechas no, insistes, tú sabes que no es cierto, que él lo único que quiere es joderla el ojete. Y que ella transige, se lo permite aunque la duela.

Tú sabes que no se lo está "haciendo por lo de detrás", como lo llamaba ella eufemísticamente, tú sabes que él busca joderla el culo, darla por el culo, reventarla el ojete... partirla el culo como a cualquier puta.

Como hiciste tú un día con tus amigos en el puticlub. Si, dándola por el culo como un bestia, pasando de lo que sintiera la pobre mujer a la que tú pagaste por dejarse usar, buscando sólo tu placer.

Y sabes que lo mismo que tú, él buscaba tan sólo el placer del sexo. Pero ahora el buscaba más. Quería también el placer de la conquista, del dominio. Del conseguir hacerla suya, del robarte a tu mujer.

Y vino el segundo empujón, más potente, más decidido. Su ojete se dilató para albergar su polla. Casi hasta puedes verlo como si lo tuvieras delante. Casi hasta puedes oír el grito que dio tu mujer al sentirse desgarrada. Y mientras se retiraba de ella apretaba los dientes con fuerza, con un gesto de sufrimiento.

Y después otro, y ella aunque con dolor, le permite que siga empujando una y otra vez, que entre y salga de su cuerpo cuantas veces quiera. Aunque la duelan sus fuertes embestidas.

Ahora él es su hombre y la puede hacer eso. Su deseo de entregarse completamente a él se lo ordena.

Y te la folla por el culo, te la da por el culo como a cualquier guarra. No te la sodomiza, te la está dando por el culo. Sin cuidado, sin cariño, sólo gozando de ese delicioso cuerpo.

No lo hace con tu delicadeza, lo hace con su arrogancia, con la prepotencia del Don Juan que acaba de conquistar a una mujer casada.

Y sabes que se correrá dentro de ella disfrutando a tope de lo que fue tu cuerpo. Luego aun dolorida se abrazará a él. Contenta por haberse entregado, agradecida a él por haberla tomado. Contenta por que el suplicio ha finalizado. Menudo contrasentido.

Cuando tu mujer le haya entregado hasta el último centímetro de su piel sabrás que ya no quedará nada de ti en su cuerpo. Es lo que tanto sospechas, lo que tanto temes. Lo que tanto morbo te da.

Me dices que tus sospechas te explican muchas cosas. Gracias a ellas, muchas cosas cobran sentido. Ahora te vas explicando sus cambios. Si, sus cambios. Por ejemplo, me indicas, sus escotes cada vez más exagerados, enseñando un canalillo que a veces terminaba en las copas de su sujetador. Su forma de vestir cada día era más y más sexy.

Ahora te explicas por qué ya no la importaba que otras manos se apoderaran de sus tetas, ya sabe lo que es eso.

Recuerdas el día del cacheo con la policía. No hace ni siquiera un mes. Lo tenías prácticamente olvidado pero ahora es cuando no se te va de la cabeza. La salida de la discoteca algo bebidos, el coche patrulla que os pide los carnés, y no los tenéis... Recuerdas la escena. Los dos borrachos apoyados en el capó y aquel cabrón de policía, aquel asqueroso baboso, que más que cachearla la sobaba las tetas. Si, viste perfectamente cómo sus manos agarraron sus pechos, cómo hicieron temblar sus carnes. Sonriendo con cara de cerdo bajó por las caderas, por piernas y subió internado las manos por dentro de sus muslos. Y de repente aquélla frase que provocó sus risas: -. Serás guarra! ¿Pero qué pasa que no te pones bragas? La lujuriosa mirada de su compañero... ¡Y encima está mojada!...

Sabes que la toco el coño y que a ella no la importó. Los dos solos en la calle, y le preguntaste si de verdad no llevaba bragas. Su simple explicación, se las mojó al hacer pis contestó algo ruborizada. En aquel momento no lo diste importancia, pero ahora sí. En la misma discoteca estaba su compañero de trabajo, el que sospechas que ahora es su amante. Y recuerdas que fue al baño y tardó mucho en volver. Colorada, algo despeinada. Uno de los botones de la blusa desabrochado. Demasiada gente, demasiado calor, fue la excusa de su tardanza. Aquella noche te sorprendió que ni siquiera se molestara cuando aquellas asquerosas manos se apoderaran de sus pechos. Y culpabas al alcohol. Pero ahora todo te encaja.

Ahora ya no piensas lo mismo. Sospechas que aquella noche pasó algo en los servicios de la discoteca. Y de camino le preguntaste varias veces por lo que la había hecho el cerdo aquel. Insistió en dejarlo pasar. A pesar de que vio tu bulto en los pantalones y sabía que esa noche querrías hacer el amor con ella. Ahora te explicas que al llegar a casa se metiera directamente en la ducha y te cerrara la puerta. Quería limpiar su cuerpo del sudor que no era el suyo, tal vez de las señales que otro hombre la dejó. Cuando salió tú ya estabas dormido.

A la semana siguiente te confesó lo que la pasaba.

Y tú comprendiste por qué no le importó que la sobara el policía. Ahora sabes que ya no la importa que otro hombre la toque, la sobe, la trate como a una simple puta. La imaginas allí, en los sórdidos servicios de una discoteca. La misma postura que en el coche de la policía. Brazos extendidos y apoyados en la pared. Pero ahora su blusa estaba abierta de par en par. Las manos que sobaban sus tetas eran distintas, eran las de su amante. Esas manos podían hacer lo que quisieran con sus pechos, podían jugar con sus excitados pezones. Y esas sacaron los pechos por debajo del sujetador. Sus tetas colgando. Listas para ser sobadas libremente, listas para bailar cuando empujaran desde atrás. Las piernas abiertas. Arriba la falda. Fuera bragas. Tal vez se las arrancara. Tal vez cayeran al suelo y la diera asco recogerlas. Tal vez fue el trofeo que su amante ganó por follársela como a cualquier puta. O tal vez fue el precio que pagó por su ración de rabo.

Si, seguramente se la folló así. ¡Qué morbo! El marido esperando, él empujando su polla hasta lo más profundo de su coño. Reventándola de placer. Las tetas balanceándose como locas. Mordiéndose el labio para no chillar. Gente afuera esperando y ella adentro gozando como una guarra con esa morbosa situación. Hasta que él se lo aviso. Me voy a correr. Y ella abrió la boca. Se sentó en aquella sucia taza del water y abrió la boca. Si, se corrió allí. Seguro. Por eso en cuanto volvió se bebió la copa de un trago. Tenía que borrar su sabor. Por si ha caso la besaba.

Y por dentro te comen la furia y la excitación. Y la envidia. Le odias.

Te masturbas imaginando cómo su pene erecto, duro como una piedra se apodera un día tras otro de su coño, de su boca, de su culito... Y te masturbas febrilmente imaginando la escena, el lugar, sus caras de gozo, sus gemidos...

Sabes que él disfruta de sus tetas, estrujándolas, clavando en ellas sus dedos como garras, retorciendo los pezones, divirtiéndose mirando cómo crecen, cómo se repliegan en su aureola. Él disfruta como antes has disfrutado tú. Tú, que las conoces tan bien.

Sabes que se la joderá en cualquier sitio. La barrenará el coño con el frenesí de los amantes furtivos. Y ella buscará el encuentro como una guarra en celo. Ardiente de deseo, predispuesta a todo, entregándose completamente a todos sus caprichos.

La conoces muy bien. Por eso sabes lo que hace en ella el fuego de la pasión y el deseo. Sabes que se transforma en una deliciosa mujer. Pero también en la más guarra de las putas. Sabes que tan pronto se vuelve sumisa, que puedes hacer con ella lo que te de la gana, como se transforma en una loba hambrienta. Como hacia contigo antes de casarse. Sabes perfectamente lo guarra que es y cómo no hacía ascos a nada. ¡Qué bien folla la hija de puta! Dices melancólico y envidioso. Se entrega al cien por cien y saber eso es lo que te inflama. Porque sabes que su entrega no tendrá limites y el podrá hacerla de todo. Y se lo hará. No te cabe la menor duda.

Enciendes un cigarro. Sé que tu confesión ha terminado. Algo tengo que decir.

Es lógico, comprensible, no hace falta que me des más explicaciones. Pero no es eso lo malo. Cualquier jurado lo comprendería. No, eso no es lo malo, repito.

Lo malo es que no sabes callarte la boca.

Cantaste a la policía como un cretino. Lo has oído en cientos de películas. Hasta un pobre diablo lo sabe. Si cualquier drogadicto lo diría. No hablaré si no es en presencia de mi abogado, niego todo. Pero no, tú confesaste.

He leído tu declaración. Enfermaste en el trabajo y volviste a casa antes de la hora. No había nadie. Supiste que estaba con él. Faltaban sus braguitas preferidas, unas que tú le habías regalado por vuestro aniversario. Tampoco estaba el conjunto lencería tan sexy y que ella se ponía en ocasiones especiales, ¿y que ocasión más especial que ponérselo para follar con su amante?

Sabes perfectamente que las medicinas no son compatibles con el alcohol, pero te tomaste dos ginebras a palo seco. Miraste el reloj. Ya era de madrugada.

Fue al oír los ruidos en la puerta cuando cogiste la pistola de tiro olímpico. Y no aguantaste. Dejaste que la furia se apoderara de ti. Disparaste. Todo el cargador. A esa distancia no podías fallar. Eres un tirador excelente. Lo avalan tus medallas. Era imposible no saber a donde se dirigían los disparos. Fueron certeros, demasiado certeros. Las balas traspasaron la madera haciendo saltar astillas. Un grito ahogado. Luego otro. Perfectamente se distingue el ruido de dos cuerpos al caer. Sangre bajo la puerta. Otra ginebra y llamaste a la policía.

"Acabo de matar a mi mujer y a su amante. Vengan inmediatamente". Y sin que la policía te preguntara, con la voz serena y calmada, según refleja la declaración, confesaste que habías disparado a la puerta, y que tu intención era la de matarles.

Lástima que las balas no les alcanzaran, que los que hurgaban en la cerradura fueran dos ladrones. No cuchicheaban. Simplemente hablaban en voz baja y no les entendías. Normal, no hablaban castellano, eran extranjeros.

Lo voy a tener difícil. Hubiera sido legítima defensa, tal vez homicidio imprudente...

Pero con tu declaración... ahora.... no te puedo garantizar nada... Tú intención era matar. De acuerdo te equivocaste en los cuerpos, pero has reconocido que tus disparos eran asesinos, que tu intención era matar a tu mujer y a su amante, y que disparaste con pleno conocimiento de lo que hacías y de lo que querías hacer... No sé que decirte, tal vez merezca la pena alegar....

No me estás prestando atención.¿No te interesa lo que te digo?

Comprendí que no, que la entrevista había finalizado. No tendré ninguna colaboración por tu parte. Lo sé.

Se quedó en silencio en la celda.

Mientras volvía de la prisión no dejaba de pensar en su expresión. Le daba igual... No le importaban los años de la condena. Sólo le importaba que ella ni había ido a verle a la cárcel. Su hermano se lo había confirmado. Su mujer se había ido a vivir con un hombre. No le conocían pero se lo habían dicho en el trabajo. Él sabía de qué hombre se trataba.

Leí a solas el expediente. El informe psiquiátrico me resultó curioso.

..... El interno se masturba constantemente, compulsivamente, hasta con violencia, llega a causarse heridas en su miembro. Los medicamentos suministrados no parecen surtir efecto. ... Respuesta a tratamiento de integración comunicativa nula. Comportamiento social aislado, negativa a relacionarse con otros internos. ... Desde el día... ha dejado bruscamente de masturbarse. La fecha coincide con la única visita recibida (su hermano). Su estado de aislamiento es total. Apatía alarmante. No responde a ningún estímulo. Salidas al patio con pereza, realiza las mínimas funciones con desidia... Depresión...

Solicitaré tratamiento médico y vigilancia. No me gustaría que se suicidara en prisión.

Por un momento pensé en una irónica conclusión. Ya no podría masturbarse con el morbo de las sospechas. No necesitaba imaginarse nada. Ahora era la certeza: ellos dos están follando tan tranquilos en su casa. Y la certeza no le excitaba. Aunque supongo que está conclusión no podré emplearla el día del juicio.

La verdad, no sé como defender este caso, y lo malo es que ya está visto para sentencia.

O.M.F & V.T.

perverseangel@hotmail.com & undia_esundia@hotmail.com