Vístete de putita, corazón, vuélveme loco...

Mi iniciación en la bisexualidad, a manos de mi maduro amante y su bella rubia...

Vístete de putita corazón, vuélveme loco

Otro día contaré, o quizá ya he contado y lo olvidé, cómo me hice amante de Lucas Rangel, mi profesor de derecho romano, prestigiado abogado postulante que tenía unos cuarenta y cinco años aquella mañana en la que, en lugar de entregarle mi trabajo de fin de cursos le entregué mi tesorito, me entregué toda, sobre el escritorio de su buffette, en un décimo piso de la colonia Roma, con enormes ventanas orientadas hacia el sur.

Aunque aún no cumplía los diecinueve, ya tenía yo una vasta experiencia sexual iniciada cinco años antes, y una docena de amantes en mi haber, pero ninguno como Lucas Rangel; ninguno me había fornicado como el sabio profesor, que me hizo adicta a su miembro viril, a los movimientos de su pelvis, a sus palabras y sus miradas.

Durante tres meses acudí a su oficina al atardecer de todos los lunes y todo los jueves, a aprender el amor pausado del hombre maduro. A veces cogíamos ahí mismo, a veces permanecían aún en las oficinas algunas secretarias, algún pasante. Entonces me llevaba a lujosos hoteles de Reforma. Yo sabía que el era también de otras. Era público su amorío con su bella pasante, Dolores, alta y rubia chica de 23 años y voluptuosas formas. Se rumoraba que mas de una alumna pasaba por sus brazos y yo, solo para no sentirme perdida, continuaba con mi novio, aunque su sexo, que antes me llenaba, me parecía ahora insípido e insulso. Ahora amaba... o mejor dicho, estaba loca, fuera de mí, obsesionada y dispuesta a cualquier cosa para conservar a Lucas. Mi inexperiencia vital, que contrastaba con mi rica historia sexual precozmente iniciada, me hacían una víctima propicia del maduro amante, de un vigor sexual que no se acercaba aún al ocaso, de poderosa sensualidad.

Finalmente me invitó a su casa una noche clara, cuando miraba la ciudad desde un lujoso balcón de Paseo de la Reforma, mientras su verga me partía el culo desde atrás, reafirmando su posesión, mi sometimiento, me decía:

-Ven a casa el sábado. Vas a descubrir nuevos goces, nuevos placeres, y se que te gustará.

La noche del viernes me preparé a conciencia con un largo baño de sales que precedió a la cuidadosa depilación de mi sexo, que lucía hinchado y carnoso, como previendo la jornada por venir. El sábado desperté temprano, con mariposas en el estómago. Me duché rápidamente y cepillé mi pelo durante largos minutos. Una sombra de rimmel, un discreto toque de lápiz labial, un poco de perfume, un collar a juego con los aretes precedieron a las medias caladas color humo, tan propiciatorias para el juego fetichista como los zapatos de aguja que me elevaban ocho centímetros sobre el suelo. Un vestido negro de una pieza, ajustado, descotado, que cubría apenas la curva final de mis nalgas, que ceñía mi cintura y marcaba mis pezones, completaban mi atuendo. Suerte que mi madre no me vio salir, que ningún vecino me vio antes de que montara el golf rojo en el que por entonces me desplazaba.

Llegué ansiosa y asustada a una elegante verja de hierro de la colonia del valle. Lucas me abrió vestido con una bata de seda de tan mal gusto como elevado precio. Camino a la casa me besó en el cuello, en la oreja, lamió mi hombro y acarició la cara interna del muslo, entre el límite de las medias y la frontera del sexo.

Al abrir la puerta vi a Lola, hermosísima,, los labios rojos, los ojos brillantes, los grandes y lechosos pechos apenas cubiertos por un transparente y seductor salto de cama. Me sonrió, ofreciéndome una copa de champaña que en la mano tenía.

Al recibir la copa de manos de Lola, la miré: aunque iba descalza me sacaba unos cinco centímetros, por lo le calculé casi 1.80, altísima y apenas seis o siete centímetros por debajo de Lucas. Unas esmeraldas de aguzado filo se clavaron en mis ojos y me sentí escrutada hasta el alma por esa espléndida rubia que me hacía sentirse insegura de mi belleza, de mi menudo y moreno cuerpo bien moldeado, de mi rizada melena negra sutilmente perfumada.

Bebí a sorbos, sorprendiéndome como siempre por el sabor y las doradas chispas. bebí a sorbos sintiendo las conocidas manos de Lucas sobre mis hombros desnudos, su aliento en mi nuca y mi espalda. Admiré el vello rubio del sexo de Lola, que se veía detrás de la casi inexistente tela, su cintura y sus interminables piernas.

Una segunda ración de champaña, generosa y abundantemente escanciada, llenó nuevamente mi copa. Lucs acariciaba mis hombros, besaba mi cuello. Cerré los ojos y apenas lo había hecho cuando unos labios ardientes se posaron en los míos. Eran unos labios suaves, gruesos, húmedos, tras los que surgió una lengua vibrante que buscó la mía.

Las manos de Lucas levantaron mi vestido. Las de Lola acariciaron mi cuerpo, en una caricia diferente, más suave, incomprensible, delicada como violenta era la dura verga de Lucas clavada entre mis nalgas.

Me llevaron a una habitación. Los dejé hacer. Los dejé que con tacones, medias y collar, desnuda ante ellos, me encadenaran en cruz a los barrotes de una cama y con angustia creciente los vi besarse y acariciarse sin que yo pudiera atenderme, hacer nada. Finalmente, cuando las caricias de Lola habían puesto la verga de Lucas enorme y durísima, él se acercó a mi poniéndola junto a mi boca.

Mientras chupaba la verga de Lucas con los ojos cerrados, sin mover nada salvo la lengua y los labios, Lola recorrió todo mi cuerpo. Empezó besándome los ojos, siguiendo con su lengua por fuera y por dentro de las orejas, alrededor del cuello, el contorno de mi senos, mis pezones, alrededor de los brazos mordiéndome los sobacos. Dientes y labios participaban en la caricia mientras yo acariciaba apenas con la lengua la dura y buena verga de Lucas. Lola bajó al vientre, se detuvo en el ombligo y se deleitó en mi suave sexo, pasando apenas la lengua sobre el clítoris y los labios para bajar luego, por todas las piernas, hasta la punta de los pies, y subir otra vez hasta llegar al sexo.

Cuando los dientes de Lola prensaron suavemente mi clítoris, mi cuerpo se arqueó solo y Lucas sacó de mi boca la dulce paleta. Mientras Lola jugaba con mi clítoris, mientras sus manos de suavidad única acariciaban mis muslos, y mi vagina exudaba abundantes líquidos, Lucas se movió detrás de ella. Con los ojos clavados en los míos, la penetró por detrás con un poderoso movimiento de cadera. La cogía mirándome, mientras Lola chupaba y mordía, mientras yo gemía y ella gritaba. La verga de Lucas hollaba el sexo de Lola al mismo ritmo al que ella metía uno, dos, tres dedos en mi vagina, jugando con mi inmovilidad.

casi me arranca el clítoris cuando llegó su orgasmo, anunciado entre gritos. Yo estaba loca, fuera de foco, urgida de verga. Y lo dije. Lucas sacó su arma del empinado culo de Lola y se acercó a mi. Fue la mano de Lola la que sostuvo la verga de Lucas y la guió hacia mi sexo, cuando yo ya no podía más. Fue ella quien me introdujo la verga de mi dueño y quien imprimió el ritmo con que me empezó a fornicar, ritmo violentísimo pero apenas suficiente para mi calentura. Mis movimientos se reducían a abrirme para recibirlo, a arquear la espalda para mejorar la penetración, a aullar como loca a a cada embate Yo me deshacía de placer debajo de Lucas, a la vista de Lola sin aguantarme, hasta abandonarme a un orgasmo furioso.

Lola volvió a besarme. Me acababa de conquistar para el goce bisexual. Pensé que había perdido cinco años..