Visitas a mi vecino (El mirón)

Se quedó quieto, mirando, sin atreverse a nada. No podía moverse.

Esa noche Diego soñó con Rogelio; y por la mañana, su abuelo le encontró acariciando la almohada. Tuvo que despertarle, porque ya eran las ocho y cuarto; y todavía no le había preparado el desayuno.

Le tocó en el hombro

  • ¡Diego!...¡Dieguito, hijo!... despierta, ¡que vamos tarde!...

Y le zarandeó un poco…

Somnoliento; y haciendo un gran esfuerzo Dieguito contestó...

  • Hola, “abu”, ¡buenos días!

  • ¡Mira!, vete levantando, que voy a bajar a por unas porras ¿vale?... ¡enseguida vuelvo!

Diego empezó a comerse la manzana y miró el reloj…

  • ¡Joder!, ¡vaya horitas!. Como no me deje entrar el de tecnología, me voy a cagar en todo.

Se aseó a toda prisa; y al salir del cuarto de baño oyó el timbre de la puerta.

Bajó a abrir y...

  • Ya estoy aquí, hijo. ¡Menos mal que no había nadie en la churrería!...

Fermín entró, sofocado, con una bolsa llena de porras; y se fue a la cocina.

  • ¡Oye!, ¿que te pasa a ti?. Hoy estás guapo ¡eh!. No te había visto nunca con esa cara de felicidad.

  • ¿Que dices?, “abu”. Eso es que tu me miras con buenos ojos.

  • ¡Ya, ya!, que esta mañana has amanecido abrazado a la almohada y acariciándola. ¿Quién es la agraciada?

-¡Ay!, ¡ya, abuelo!. Que no hay ninguna agraciada...

  • ¡Bueno, bueno!, si no quieres decirme nada…

Terminó lo antes que pudo y cogió su macuto...

  • ¡Ciao, “abu”!, que hoy llego tarde, fijo...

Al salir, se encontró con Juanjo en el ascensor

  • ¡Coño!, ¡cuanto tiempo!... ¿has pasado la noche en casa de Mario?

  • Y ¡que noche!, Dieguito... pero estoy matáo ¡eh!…

... ¡por cierto!, ¿a donde vas tu a estas horas?

  • Pues ¡al cole!… pero hoy ¡lo llevo fatal!, llego tarde...

  • ¿Quieres que te acerque?...

  • ¡Si me acercas en el coche, a lo mejor llego a tiempo!.

  • Pues, venga ¡que te llevo!...

  • ¡Gracias, Juanjo!. Te debo una.

Al entrar en la clase de tecnología...

  • ¡Joder, que puntual!, tío. Creí que no llegabas, le dijo Chencho

Miró hacia atrás y vio a Loren que estaba mirando apuntes como si fueran a hacer un examen

  • Y, a ese ¿que le pasa?, le preguntó a Chencho

  • No sé, desde que ha llegado está que no levanta la vista...

Cuando volvió a mirar al frente se encontró con el de tecnología mirándole fijamente.

  • ¿Algún problema, Sr. Villarubia?

  • No, no, Ricardo. Ninguno.

Había llegado por los pelos...

Al final de la mañana, cuando terminaron las clases, Loren parecía cabizbajo; y se acercaron a él.

  • ¿Que te pasa, tío?, le dijo Chencho

  • ¡Vah!... ¡tonterías!. Que me agobia Edu, con sus gilipolleces. Ahora quiere que te convenza para que vengas a darte un masaje conmigo a la salida, dijo mirando a Diego.

  • Y ¿yo no?, dijo Chencho

  • Estoy seguro, que por él, encantado, tío. Además, te has puesto muy bueno últimamente, ¡eh!...

Y le tocó el culo...

  • ¡Jajajaja!. ¡De momento, vámonos!…

  • Necesito ir a la Fnac, dijo Chencho...

Quiero echar un vistazo a ver si veo algún libro de fotografía que me venga bien.

La fotografía era el hobby de Chencho.

  • ¡Pues venga!, ¡vamos!…

Cogieron el metro hasta Callao y

salieron a

Preciados,

bajaron

hasta la puerta de

la Fnac;

y s

e colaron

dentro.

S

in darse cuenta, mirando lo que mas les interesaba

a cada uno

, empezaron a separarse; y, aunque, Diego no le quitaba el ojo a Chencho,

a

Loren ya lo había

n

perdido.

  • ¡joder!, pensó… ¿donde coño se habrá metido este?...

Volvió a mirar en dirección a Chencho; y lo vio mirando un libro de fotografía, que aparentemente le tenía bastante entretenido.

Ese culo (el de Chencho), llamaba a atención.

-

Como se está poniendo el cabrón, pensaba…

Y de repente, se percato, de que un señor bastante corpulento, que estaba junto a Chencho, empezaba a tocárselo mientras se acercaba cada vez más a él.

Chencho le miró sobresaltado. Pero no le debió disgustar mucho, porque siguió mirando el libro, como si la cosa no fuera con él; y, ¡claro!... la cosa fue a más.

Por un momento, le pareció que el señor le decía algo al oído. Y así debió ser, porque se fueron juntos hacia las escaleras eléctricas. Y desaparecieron.

  • Pero ¿que hace este tío?, ¿a donde va?, pensó

Y aunque procuró darse prisa. Ya los había perdido.

Mosqueado del todo por la repentina situación. Le puso un wassap a Chencho

- ¿Donde vas , tío?... ¡Joder, como te pierdes!

- Me he ligado a una pareja de tiarrones que me encantan; y me voy a follar con ellos. Ya te llamo luego... ¿vale?

- Vale.

  • ¡Buah!, ¡menudo plan!, pensó…. espero que se lo pase bien, el niñato este.

Empezó a ponerse nervioso; y decidió llamar a Loren…

Pero Loren no cogía el móvil.

  • ¡Donde andará, el cabrón este!... ¡coño!, ni llama, ni avisa, ni nada de nada... ¡Joder!...

Muy cabreado, por el abandono de sus amigos, decidió volver a casa…

... y según llegaba, vio como entraban en el portal D. Tomas y su ayudante (Gustavo).

Se escondió…

pero luego, cuando subía a casa, se bajó en el octavo; y puso la oreja...

Miró el reloj, y ya eran las 14:3o…

Pero el abuelo no estaba en casa. ¡Que raro!, pensó…

Aunque, en ese momento, apareció.

  • ¡Hola, hijo!… ¿no ibas a comer hoy por ahí?

  • Si, pero me he despistado y me he venido a casa. ¿Tienes comida?

  • ¡Claro, hijo!, te hago cualquier cosa en seguida...

... ¿te apetecen unos huevos rotos con pimientos fritos?

  • ¡Venga, “abu”!. Que hoy tengo hambre y me van a saber a Gloria.

  • ¿Donde estabas?... ¿si se puede saber?, preguntó Diego

  • En casa de D. Carlos. He bajado a ayudarle con algunas cosillas. Hoy tiene invitados a comer...

... ¡por cierto!, he quedado en pasarme a tomar café.

  • Pero “abu”, tu sabes que no aguantas. Siempre te quedas dormido.

  • Ya le he dicho a D. Carlos que solo sería un ratito. Luego me subo y me echo... como siempre.

  • Y, ¿tu?... ¿vas salir esta tarde?, o ¿te quedas en casa?

  • No lo sé, “abu”. Ahora estoy cansado y no quiero pensar en nada. ¡Avisame cuando esté la comida!, ¿vale?

  • ¡Vale, hijo!, yo te aviso...

Y subió a su cuarto.

Cogió el móvil y se tumbó en la cama

  • ¿Pedro?, ¿que tal?… ¿te pillo bien?

  • ¡Hola, Dieguito!. Me alegro de que me hayas llamado, niño. Me acuerdo de ti casi a diario... y hasta sueño contigo. ¿Que te parece?

  • ¡Oye!. No te enamores de mi ¡eh!...

  • Pero, ¡es que me gustas mucho!. ¡No puedo evitarlo!, nene.

  • ¡Bueno, está bien!….

¡a ver cuando me llamas para quedar!

  • ¡En cuanto que pueda!. Necesito desocuparme un poco. Ahora tengo mucho trabajo en la productora

  • ¡Está bien!. Espero que me llames… ¿vale?

  • Ok. Yo te llamo...

Se cambió y se puso cómodo (en calzoncillos); y bajó a la cocina.

  • ¿Te queda mucho “abu”?…

  • En cinco minutos estamos comiendo, hijo ¿vale?

  • ¡Venga!; y salió a la terraza. Se estaba nublando…

Enseguida...

  • DIEGUITO, LA COMIDA YA ESTA PUESTA.

Se sentaron a comer; y Diego devoraba, mas que comía. A tal punto, que su abuelo le aviso para que no comiera demasiados pimientos, porque:

  • ¡Podrían sentarte mal, hijo!.

  • ¡Gracias “abu”!… No sé que me pasa hoy, pero tengo mucho hambre...

  • Yo una vez me puse muy malo, hijo. Y ya sabes que a mi me gustan mucho.

  • ¡Vale!...

¡oye!, ¿sabes?. Hoy tengo ganas de dormir. Creo que yo también me voy a echar un rato.

  • Pues yo, voy a bajar a casa de D. Carlos. Y en cuanto me tome la manzanilla, me subo. Ya sabes, que yo la siesta no la perdono.

  • Bueno, “abu”. Lo dicho. Que me subo a echarme ¿vale?

  • ¡Vale!. ¿Que descanses, hijo!

Al rato, oyó la puerta de la calle y supuso que era su abuelo, que bajaba a casa de D. Carlos. Se dio la vuelta y se quedó dormido.

Cuando se despertó eran las 21:10, y el silencio en la casa era notable.

  • ¡Joder, que horitas!… un poco más y empalmo con la noche.

Se levantó y bajó a la cocina. No había nadie en casa. ¡Que raro!

  • ¿Donde estará el “abu”, pensó....

Se puso el pantalón del chándal, la camiseta roja y las chanclas grises; y bajo a casa de D. Carlos.

  • ¡Buenas!, ¿está mi abuelo aquí?

  • Estuvo a la hora del café, Diego; pero quedó con Tomás para ir al parque. ¿No ha llegado aún?... Quizás se hayan entretenido un poco.

No quiso dar muchas explicaciones y...

  • ¡Gracias D. Carlos!… supongo que será eso.

Estaba empezando a oscurecer y al entrar en la cocina le llamó la atención la luz que se veía en la ventana de enfrente. Era la luz del salón de la vivienda de enfrente, que dejaba a la vista la zona reservada al tresillo. Y a Diego hubo algo que le llamó la atención poderosamente. Dejo la luz apagada y subió a por sus prismáticos. Necesitaba saber si lo que creía estar viendo era cierto, o, no. Cuando bajó pudo verlo con absoluta claridad.

  • ¡Joder!…

Se quedó quieto, mirando, sin atreverse a nada. No podía moverse.

En la otra parte...

Sabía que tenía pinta de macarra; y hasta cierto punto, un poco chulo, si era. Pero también era un buen hombre. Tenía 34 años y no le hacía ascos a nada. Y con esa pinta de malote y ese flequillo negro, que le caía entre los ojos, las tenía a todas locas.

Después de ducharse y prepararse a fondo, se miró en el espejo; y vio a un ejemplar espectacular.

  • ¡No se ha jodido!...

.. ¡como no van a querer follarse a un tío como yo!... ¡no veas si estoy bueno!…

Se puso unos calzoncillos y se metió los vaqueros viejos, que le marcaban a tope.

  • ¡Joder que culazo!, dijo; mientras se lo acariciaba...

Ya llevaba mas de un año en el paro; y lo único que le quedaba de Marga, era Oscar.

Su madre, ya no daba más de sí; y este último año habían salido adelante gracias a unos ahorros que tenía... pero ya no podían mas.

Hugo y Eladio (el gordo) le habían tirado los tejos mas de una vez. Así que, estaba decidido. Se agachó para sacar las alpargatas de debajo de la cama; y se puso la camiseta de tirantes. Se perfumó con Eau de Rochas, que era lo único que tenía para maquearse y entró en la habitación de su hijo.

  • ¡Voy a salir un momento, hijo!... pero, no tardo nada. ¿Vale?

  • ¡Vale! Páa…

Y Oscar siguió jugando con la Playstation...

Subió al noveno y llamó al timbre de una puerta…

  • ¡Coño, Rafa!, ¿como tu por aquí?… ¡Pasa, pasa!

El gordo flipaba. No se lo terminaba de creer. Con la cantidad de veces que le había invitado a su casa, sin conseguir nada.

  • Bueno, ¡tu dirás!...

No podía dejar de mirarle de arriba a bajo…

¡Que hechuras!, pensó…

... y, como era perro viejo, cuando Rafa empezó a hablar, el ya sabía lo que había…

  • ¡Mira!, solo tengo 100€ en casa. Si te apañas, me doy un pequeño festín contigo, y ya... ¿vale?. Pero, si lo prefieres, aplazamos la fiesta hasta que llegue Hugo... ¿que tal andas de tiempo?.

  • ¿Donde está Hugo?

  • Se ha ido al cine.

Miró el reloj…

  • Pero, debe estar al caer ¡eh!...

  • Pero me dais 300€ ¿vale?

  • ¡Claro, hombre!, ¡sin problemas!. Pero sobretodo, lo que te vamos a dar es, por el culo. A saco. ¡Que estás muy bueno, Rafa!

  • ¿Te la han metido alguna vez?

  • ¡No!; y movió la cabeza nerviosamente de un lado a otro.

  • ¡Como molas , tío!. Así que, te vamos a desvirgar ¿eh?

El gordo se frotaba las manos y miraba a Rafa, babeando.

  • ¡Ven!, que te voy a preparar para follar. Como lo hacen los hombres de verdad.

Le cogió del brazo y entraron en el cuarto de baño.

Toma, ponte esto, y vaciate todo lo que puedas, ¿vale?

  • ¿Le has puesto el wassap a Hugo?, dijo Rafa...

  • ¡Uy, que tonto!. Casi se me olvida. Voy a ponérselo y vuelvo cuando tu me llames ¿vale?. ¡Me llamas cuando termines!…

Después de diez minutos, Rafa ya no tenía nada dentro, se limpió bien y llamó al gordo.

  • ¿Ya has terminado?. ¡Ven!, quitate esos vaqueros y dejame que vea ese pedazo de culo, cabrón.

  • ¿Que?... ¿que vas a hacer?…

  • Voy a lavártelo ¡joder!. A lavarte como es debido, ¡coño!

Pero, en ese momento, se abrió la puerta y apareció Hugo

  • ¡Coño, Rafa!, ¡benditos los ojos!…

  • ¡Afortunados!, diría yo: dijo Eladio. Que ha venido para que hagamos con él lo que queramos. A cambio de 300€, ¡claro!...

  • ¡Si!. Esa es la verdad. Aunque, eso no quiere decir nada ¡eh!. Pero necesito dinero.

Hugo, mucho mas diplomático que el gordo, se acercó a él, y le echó el brazo por encima del hombro…

  • No te preocupes Rafa; que a nosotros nos viene de puta madre. Sea por el motivo que sea. Nos gustas mucho; y queremos follarte desde hace tiempo. Así que... ¡de puta madre!.

  • Bueno, ¿que?, ¿te quitas los vaqueros?. Porque hay que lavar muy bien ese culo si queremos comer a gusto; dijo mirando a Hugo...

Dejó su culo al aire; y se lo curraron con un embudo para meterle agua por el ojete. El agua estaba fría, pero no demasiado...

  • ¿Esta fría?

  • ¡No mucho!

  • ¡Espera!. ¡Dejame ver!, dijo Hugo

Comprobaron la temperatura del agua y...

  • ¿Que tal ahora?… ¿mejor?

  • ¡Si!. Mucho mejor

Después de meterle un buen chorro de agua, siete u ocho veces, por el ojete. Cuando vieron que ya salía siempre limpia. Le secaron; y se lo llevaron al salón.

  • ¡Que rico estás, cabrón!. Te tengo muchas ganas, ¿sabes?…

Y Hugo empezó a olerle, acercándosele al cuello y dándole chupetones.

Le empujó para que cayera sobre un sillón y el gordo, le levantó las piernas, raudo y veloz.

  • ¡Guau!, ¡que rico!… dijo mirándole.

Le obligó a retreparse un poco más para poder lamerle el culo mas cómodamente; y después de pasarle la lengua y morderle por todos lados, empezó a comerle el rabo de una forma, un tanto brusca.

  • ¡Te cuidado, joder!, que no es de goma… ¡cabronazo!

Hugo también se había vuelto loco comiéndole el cuello; y le mordisqueaba las tetillas sin ningún miramiento.

  • ¡Que cabrones sois!, como sabéis de esto ¡eh!…

El gordo estaba contento jugeteando con la lengua debajo de los huevos. Pero a Hugo se le ocurrió tirar del respaldo del sillón para volcarlo. Y lo volcó…

Antes de que diera la voltereta completa, sujetó el culo de Rafa; y lo dejo mirando al techo.

¡Que culazo tienes Rafa!...!estás tremendo!…

Ese culo era espectacular. Una autentica gozada.

Tiró de las nalgas; y metió la nariz, para gozar de ese olor tan íntimo... y luego, saboreó sus pliegues para disfrutar de ese regusto a machote.

  • ¡Joder que ganas tenía de hincarte el diente, cabrón!. Vamos a follarte a saco.

El gordo sacó lubricante y un par de dildos de un mueble del salón, para ayudar a dilatar ese ojete; y con el durex play en la mano, los dos se pusieron a trabajar ese culo.

  • ¡Que gozada tenerte así!… ¿verdad Hugo?

Lo engrasaron sobradamente, metiéndole los dedos de dos en dos; para comprobar la calidad del lubricante, que iba genial...

  • ¿Te gusta, cabrón?…

  • ¡Claro!... ¡me encanta!, respondió Rafa, con una sonrisa cargada de ironía.

  • Pues, preparate que te vamos a dar por el culo hasta reventártelo.

El gordo se puso cómodo y se situó adecuadamente, para empezar a jugar con los dildos, mientras Hugo le masturbaba lentamnete y olisqueaba alrededor de su ombligo

  • ¿Que tal? ¿Te molesto mucho?, o, te gusta...

  • ¡No!, entran bien... ¡Sigue, sigue!, que le estoy tomando gustillo.…

Ese cuerpo era un verdadero lujo. Tumbado en el suelo para recibir un dildo ahora y el otro luego en sus entrañas. Con esas fuertes y esplendidas piernas, abiertas de para en par; mientras Eladio jugaba a metérselos hasta el fondo, una y otra vez, cambiándolos a su antojo para ver como se perdían en ese agujero, que tanto le gustaba.

  • Yo creo que ya estás bien dilatado. ¿No crees, Hugo?…

Hugo, que mordisqueba sus pezones y los succionaba, como si quisiera sacar leche de ellos, bajó y empezó a comerle la polla, con el mismo entusiasmo.

  • ¡Te gusta ese cipote, eh!, dijo el gordo.

  • ¡Me encanta!…

Le echó mano a los huevos, los levantó y le metió un par de dedos en el culo. Y después de comprobar que entraban y salían con cierta holgura, tiró de las piernas hacia atrás y le ofreció ese culo a Eladio.

¡Está en su punto!, gordo. ¡Cuando quieras le das caña!

Eladio la sacó entre los botones de la bragueta y se la enchufó dándole un empujón.

  • ¡Ay!, ¡joder!... que me destrozas, ¡coño!, dijo Rafa

  • ¡Calla, guarra!. Disfruta de este rabo… ¡que esta tarde no te va a faltar de nada!

El gordo no necesitaba esforzarse mucho para pegarle fuerte a ese culo recién estrenado; y Hugo trataba de compensar la situación, besando a ese tío, en la boca, para amortiguar sus gritos de dolor…

  • ¡Tranquilo, mi niño!. Ya verás que pronto se pasa y empieza a gustarte, le decía Hugo al oído…

  • ¡Cabrón!… ¡eres un puto cabrón!, decía Rafa, entre gritito y gritito…

Pero, el estaba concentrado en ese mete y saca foribundo; y feliz ...

Hugo, miraba atónito... jamás le había visto así.

  • ¡Tranqui, gordo!, que no se nos va a escapar ¡joder!… además, ¡venga!... que yo también quiero follar...¡coño!

  • Rafa sintió un gran placer cuando el gordo se la sacó del culo; y accediendo a la petición de Hugo se puso de pie.

  • ¡A ver!. Que quiero ver este agujero antes de petarlo. Y le separó las nalgas para mirar...

¡Mmmm!, que rico…

pero, ¡que coloradito está!…

¡Eres un bruto, gordo!

Cogió el durex play y volvió a engrasar bien ese agujero…

  • ¡Ya veras, como conmigo todo es mucho mejor!. Le besó en el cuello y cogiéndolo por la cintura se la puso entre las nalgas, se la restregó un durante un buen rato; y, poco a poco, fue introduciéndosela, sin que Rafa rechistara lo más mínimo.

  • ¡Mmmmm!, ¡que gusto!… ¡tu si que sabes, Hugo!

  • ¿Te duele?

  • ¡No, no!, dale…

Hugo empezó a bombear con suavidad y, poco a poco, fue aumentando el ritmo.

¡Ay!… ¡joder, que gusto!.. que rico, ¡coño!. Así, si podéis hacerme todo le que queráis, gordo. Pero a lo bestia, no… ¡joder!

El gordo no se inmutó en absoluto; y aprovechó que estaba a gusto follando con Hugo para arrodillarse delante de él y, de paso, comerle la polla.

  • ¡Ahy!… ¡que bien!… ¡que rico!... ¡jodeeeer!...

¡Ahora si!. Ya le tenían entregado. Podían hacerle todas las perrerías que quisieran. Sentía con agrado ese rabo metido en su culo y esa lengua que se paseaba por su cuerpo, lamiendo aquí y allá.

Empezaron a gozar de él, profanando su cuerpo con todo tipo de juguetes. Ellos, solo querían que lo pasara bien; para poder repetir cuando se les antojara. El Rafa era su debilidad.

Pero, en un momento dado, mientras le metían unas bolas vibradoras en el culo, Rafa dirigió la vista a la puerta de entrada del salón, que se la habían dejado abierta, de par en par; y gracias a que la de la cocina también estaba abierta, se dio cuenta de que ya había oscurecido; y de que la ventana del patio interior tenía la persiana subida hasta arriba. Si, si, la puerta de la cocina que también estaba abierta, le dejó ver que había un mirón con prismáticos observándolos desde el piso de enfrente. Pudo ver el brillo de las lentes con toda claridad. Les observaba con la luz apagada para no ser visto, pero la luz de un farolillo que iluminaba el patio se reflejaba en las lentes de los prismáticos. Y Rafa le vio. Sabía que les estaba observando.