Visitando a mi hermano
La llegada de una hermanita a la casa de su hermano y todo termina en una rica realcion en la cama de el.
Visitando a mi hermano.
Bueno; por fin en Acapulco!!!
Ya era hora de que mi hermano me invitara a pasar unos días por acá.
Es gerente en un hotel de la costera, y las habitaciones para familiares le salen regaladas. Así que ni corta ni perezosa, hice las maletas y aparecí en el puerto.
Bajé del avión todavía medio dormida -el único vuelo que encontré desde la ciudad de México salía a las 6 de la mañana-, pero la brisa del mar y el sabor de la sal que el aire dejaba en mi cuerpo, acabaron por despertarme.
La mañana era espléndida, como casi todas en este puerto maravilloso. Ya sé que algunos dirán que Acapulco ya no es lo que era; que ahora Cancún está mucho mejor, o Puerto Vallarta, o Mazatlán. Pero la verdad es que para mí, Acapulquito siempre será especial. Las mejores juergas de mi vida me las corrí aquí, y ardía en deseos de regresar a revivir viejas lides.
Mi nombre es Alexia y tengo 24 años. Soy de pelo güero (rubio) -de ahí lo de Güerapirada- ojos verdes aguapuerca muy expresivos, buen cuerpo (al menos eso dicen los que me conocen) y mido 1.70. Mi piel es blanca, pero está bronceada por el sol. Me sé guapa, y créanme que le saco provecho.
Como ya sabía a lo que iba, nada más bajar del avión, me saqué de encima mis pants (chandal) y recogí mi melena güera en una coleta. Pasé mi lengua alrededor de los labios para saborear la brisa marina, y enfundada sólo en mi bikini naranja y mi top blanco de algodón, cogí mis maletas y me dirigí en taxi (cómo odio los taxis de Acapulco; un calor endemoniado y los asientos forrados de plástico para que no se ensucien las vestiduras) al hotel de mi hermano.
Cuando llegué, el muy fregado (gilipollas) todavía no se había levantado. Así que pedí a una de las recamareras que me abriera su habitación. No sé qué habrá pensado, pero era seguro que esa petición se la habían hecho muchas otras antes que yo, porque sin preguntarme siquiera quién era, me abrió la puerta con una risita que podía interpretarse como: "ya llegó otra de las golfas del jefe"...
Sin hacer ruido, me aproximé a la cama teniendo cuidado de no despertarle. Como una gata, me fuí deslizando lentamente entre las sábanas hasta quedar junto a su espalda. Con una mano, empecé a hacerle arrumacos en la cabeza, mientras la otra la pasaba lentamente por su costado, desde los hombros, bajando por su vientre hasta llegar a las nalgas. Debo decir que mi hermano tiene unas nalgas divinas; de esas que se le antojaría a uno morder sin compasión de lo buenas que están.
Acerqué mi boca a su oreja, y dí un lento lenguetazo mientras le susurraba al oído:
-Hola mi amor; ¿cómo lo pasaste anoche? ¿Tan bien como yo?
Eso bastó para que abriera los ojos, y lentamente, sin saber si soñaba todavía o estaba despierto, hizo el intento de recordar con quién había compartido la cama.
Sus ojos no acababan de enfocar mi cara, cuando lanzó un sorprendido "¡¡¡¡¡¡¡Aaaaahhhhhh!!!!!!!".
Al mismo tiempo, yo le quitaba las sábanas de encima para propinarle una nalgada de campeonato, mientras le decía:
-¡¡¡Desgraciado hijo de tu chingada madre!!!!! ¡¡¡¡¿¿¿¿Con quién estabas que ni te acuerdas, eh????!!!!!!!
No pueden imaginarse su cara de sorpresa; fue una mezcla entre miedo, indefensión y ganas de matarme, y no pude contener una sonora carcajada.
-¡¡¡Jajajajajajajajaa!!!
-¡¡¡¡¡Maldita seas Alex!!! ¡¡¡Casi me da un infarto, pendeja!!!
-¡¡¡Jajajajajaja!!! ¡¡Eso es lo que pretendía, para ver si así se te quita lo calenturiento, cabrón!!!!
-¡Jajajaja! ¡Desgraciada! ¡Esta me la vas a pagar tarde o temprano, ya verás! ¿Qué? ¿Vas llegando? ¿Quién te abrió la puerta?
-Sí; voy llegando. Hace un chingo de calor y como parezco turista, la recamarera ha de haber pensado que era una de tus conquistas y me dejó entrar sin más. ¿A cuántas habrás metido ya aquí?
-Jajajajaja. Shhhhhhh. Eso queda entre tú y yo, ¿ok? Si se entera mi jefe, de seguro me quedo sin chamba, osea que no hagas olas...
-OK asqueroso; sabes que no hay bronca conmigo.
-Bueno, bueno... Mira nada más qué buena pinta tienes, chiquita. Si no fueras mi hermana, hace tiempo que habrías pasado revista conmigo.
-Jajajajaja. Eso quisieras tú, cabrón. Se ve que has visto demasiadas películas porno. En mis cinco sentidos, no me metes mano. Igual y si me agarras borracha me encamas, pero sobria ni madres, listillo.
-Bueeeeeeeeeno, pues no sabes lo que te pierdes, güerita. Oye, ¿te quieres dar un regaderazo y desayunamos juntos?
-OK; estoy hecha una mierda. El maldito taxi no tenía aire acondicionado y para variar los asientos eran de plástico. ¡Traigo las nalgas todas sudadas y un bañito me vendría de pelos! ¿Tú no piensas bañarte?
-Sí wey; entre el susto que me metiste y la desvelada, necesito un buen regaderazo con agua fría. Me baño rápido y después pasas tu. A menos que quieras bañarte conmigo...
-Jajajajaja. Ay Juan; no quitas el dedo del renglón, ¿eh? Ya deja de soñar y báñate de una vez, mientras yo acomodo mi ropa en algún cajón que te sobre.
Juan, mi hermano, se metió a ducharse mientras yo despejaba uno de los cajones para mi ropa y en un arranque de compasión, acomodé la suya, que había ido quedando regada por toda la habitación a lo largo de los meses.
La vista desde el balcón era espectacular. El hotel estaba en el centro exacto de la bahía, y desde aquel piso, el 15, la panorámica era realmente hermosa.
La playa quedaba nada más cruzar la costera y además, este hotel tenía fama de ser de mucha marcha, por lo que siempre estaba lleno de gente joven con buen rollo; springbreakers gringos, italianos, canadienses, españoles y chilangos (nativos de la ciudad de México), en grupillos de chicas y chicos solos.
La gerencia se hacía un poco de la vista gorda cuando algún huésped entraba con alguna persona del sexo opuesto que no estaba registrada, pues a fin de cuentas, era eso lo que mantenía al hotel continuamente hasta el tope.
El área de la alberca estaba siempre llena de cuerpazos tomando el sol, dejándose intoxicar con alguna de las bebidas que preparaba a diestra y siniestra Charly, el barman, o alguno de sus ayudantes. La música no paraba de sonar, invitando a todo mundo a relajarse y a pasárselo de lo mejor.
Cuando por fin salió Juan del cuarto de baño, el cambio me sorprendió. Mi hermano había desparecido y en su lugar se encontraba un apuesto gerente de hotel completamente vestido con su camisa hawaiiana, su pantalón blanco, recién rasurado y perfumado. Su pelo negro rizado apenas por encima de los hombros, hacía que resaltaran sus preciosos ojos azules, ayudados por el espectacular tono de su piel bronceada por los largos días de sol de Acapulco, y su bien tonificado cuerpo por los ejercicios que sin duda hacía en las playas de la bahía.
Tenía que reconocer que mi hermano era un bombón. Lástima que no fuera tan liberal, como para comérmelo entero.
-Ya puedes usar el baño Alex; es todo tuyo.
-Gracias guapo -le dije-; te prometo no tardarme.
Al pasar a su lado no pude evitar colgarme de su cuello para darle un beso apretado y tierno.
-Muackkkk!!! Que guapo hermano tengo. ¡Te quiero un chingo!
Al poco tiempo reaparecí con un bikini azul marino y un pareo a juego, que hacía resaltar mis "encantos" como a mí me gusta; esas miradas lascivas de los hombres que tanto disfruto, no se iban a hacer esperar mucho tiempo.
Bajamos a desayunar, y mientras dábamos cuenta del buffet a base de frutas y jugos tropicales y de unos deliciosos huevos rancheros bien picositos, nos pusimos al corriente de nuestras respectivas vidas.
Juan, como ya me lo había imaginado, se pasaba el tiempo conquistando a cuanta mujer se ponía a su alcance. La inversión era casi nula, puesto que no pagaba alquiler y en los antros no le cobraban la entrada, pues era conocido de casi todo mundo.
Yo por mi parte, le conté que había terminado hacía unas cuantas semanas con Gabriel, mi novio desde hacía poco más de un año, y que por razones obvias, estaba en una especie de cuarentena sexual que estaba dispuesta a dar por terminada precisamente en estos días.
-Pues tienes suerte Alex, porque precisamente la semana pasada llegaron Manuel y José Antonio, y se están quedando en casa de Manuel en Las Américas. Creo que vienen con Gaby su hermana y unas amigas. Así que ya tienes marcha asegurada al menos por este mes.
-Noooooooo!!! ¡Es perfecto! ¡Hace mucho que no veo a ese par de cabrones y no me molestaría para nada salir con ellos. Y si vienen con Gaby, de seguro habrá más "tiburones" al acecho, así que la diversión está garantizada.
-¡jajajaja! No cambias pinche escuincla; ¡De verdad que eres un desmadre! Déjame llamarles por teléfono para quedar con ellos para hoy en la tarde.
El día transcurrió apaciblemente, con los consabidos intentos de ligue alberqueros. Algunos no estaban nada mal, pero ante la perspectiva de salir con aquel par de juerguistas amigos de mi hermano, les di a todos las gracias y los dejé en "stand-by", por si los planes fallaban. Nunca hay que cerrar las puertas...
Mi hermano bajó un rato a media mañana y platicamos un momento, en el que aproveché para pedirle que me pusiera bronceador por el cuerpo. Él estuvo más que dispuesto a realizar tan "pesada" tarea y ni corto ni perezoso empezó a masajearme la espalda con el bronceador. Me recogí el pelo con los brazos para que mi espalda quedara totalmente descubierta, y desabroché el bra para que no quedaran marcas. Puse mis codos apretando mis tetas para que al recargarme sobre la tumbona, quien quisiera ver, pudiera observar las curvas de mi busto aprisionado entre mis brazos.
Juan estaba casi tan embobado como los demás, y notaba como su masaje se hacía cada vez más lento y más fuerte. También note que de vez en cuando volteaba alrededor como presumiendo del sobeteo que le estaba propinando a "esa güera". Para acabarlo de empalmar, le pedí que me pusiera bronceador también en las piernas "sin olvidarte de untarlo bien por todos lados, ¿eh?".
Pobrecito; casi al final, tuve que ponerle una toalla encima del pantalón, porque la empalmada que tenía era tan obvia, que las señoras mayores le volteaban a ver con cara de disgusto ante tan prominente erección. La verdad es que lo hacía tan bien, que tuve que decirle que parara, porque de seguir así, de seguro hubiera acabado por correrme yo misma en ese mismo instante.
-Gracias Juan; eres un bello. Creo que con este masaje te he pagado el susto que te di por la mañana, no?
-¿Pagado? Si no estuviéramos enfrente de toda esta gente, puedes estar segura de que te hubieras comido entera esta pija. ¡Me dejas con un dolor de huevos que no veas!
-Jajajajaja. Razón de más para que estés listo para hoy en la noche. A ver si por fin se te hace con Gaby, ¿no?
-Naaaah. Esa vieja es más calientapollas que tú. Dicen que todavía es virgen. Prefiero cogerme a alguna de las gringas locas que se me atraviesen en el Baby'O.
-Pues tú sabrás a quién te quieres coger. Lo que es un hecho, es que yo sí sé a quien me cogeré hoy...
A las ocho subí a darme otro baño, esta vez con mucha más calma. Debía estar lista y fresca como un jazmín para que mi plan funcionara como lo había pensado. Así que decidí darme un baño de tina para relajarme totalmente.
El agua estaba en su punto; fresca como a mí me gusta. Incluso un poco fría al principio, por lo que al contacto con mis pezones, éstos se endurecieron rápidamente. Sentía también cómo mis nalgas se ponían duras y mis labios vaginales retrocedían haciéndose más pequeños, al retirarse la sangre que los llenaba segundos antes. Bastó pasar uno de mis dedos para sentir mi clítoris turgente, como imitando la erección de la verga que esperaba tener en mi interior esa misma noche.
Este pensamiento me hizo excitarme al instante. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que sentí la polla de Manuel en mi interior. Dura, llena de venas que palpitaban con cada embestida, gorda, capaz de llevarme a un estado de trance que jamás pude obtener con Gabriel mi ex-novio. Sus movimientos justos, exactos, como sabiendo de antemano el ritmo preciso que yo requería para obtener el máximo de placer, en el máximo tiempo posible, posponiendo el orgasmo mutuo, más allá de lo humanamente creíble.
Salí de mi ensoñación al sentir un profundo, cálido y delicioso orgasmo, y quedé sorprendida de ver los dedos de mi mano insertados en la vagina, y un cálido liquido saliendo de ella mezclándose con el agua. Sin darme cuenta, me había masturbado pensando en los momentos que deseaba pasar con Manuel, y seguí complaciéndome un rato más; lenta, profunda y deliciosamente, pensando en él...
Salí de la habitación con un vestido blanco de algodón sin mangas que apenas cubría mis nalgas. Y por debajo de todo, un conjunto de tanga y bra también blanco, de microfibra, de esos que se amoldan tan bien a las curvas de las tetas, y que dejan respirar a gusto las nalgas para evitar los desagradables sudores de tanto bailar. Llevaba también unas sandalias tipo griego muy cómodas, de esas con cintas por toda la pantorrilla para aguantar la noche de baile que nos esperaba.
El pelo lo dejé suelto, cayendo por mis hombros y con un gel de los que hacen que parezca que está húmedo, con una cinta de cuero alrededor de la frente, un brazalete y un collar haciendo juego.
Un poco de rimel, rouge en las mejillas y un lápiz de labios para dar brillo a mi boca acabaron de completar la transformación.
El último toque fue mi perfume; Quartz de Molineaux, que le encantaba a Manuel. Quizá lo traje porque inconscientemente deseaba encontrarme con él...
Todo listo; me sentía como una de las vestales del Oráculo de Delfos.
Como todavía era un poco temprano, decidí ir al bar a tomar algo mientras llegaban los demás. Beto, el barman de la noche, me preparó un delicioso Midori sour, para ir entonando la garganta. Le pregunté si había visto a Juan y me dijo que había ido a recoger a unos amigos; supuse que serían Manuel, Jose, Gaby y compañía, así que me dispuse a disfrutar mi bebida, la brisa del mar, y a recrear la pupila con los magníficos ejemplares de hombre venidos de todas partes del planeta a esta moderna Sodoma que es Acapulco.
Al poco rato estaban sentados conmigo un par de italianos de muy buen ver, que trataban por todos los medios de que saliera con ellos. Mucho buen rollo, muchas risas, y alguno que otro intento de los europeos por meter mano en territorio mexicano, que fue cortado con un par de buenas clavadas de uñas en los extranjeros brazos, que no pasó a mayores. Prometí pasar con ellos la mañana siguiente y presentarles a alguna amiga que fuera buen rollo como yo (jajajajaja), y les aseguré que no se marcharían a Italia sin haber probado a las mexicanas, sobre todo por el par de buenas trancas que se alcanzaban a adivinar por debajo de sus bañadores.
Me pidieron un beso de despedida, y como buena anfitriona no me pude negar. Leo me dio un beso rápido en la boca y un par de besos en las mejillas como suelen hacerlo los europeos, pero Mauricio, envalentonado, me tomó del cuello y me insertó la lengua hasta la garganta. Hábilmente buscó en todos los rincones de mi boca, y no me quedó más remedio que responder como se merecía a ese ósculo, con mucha lengua y metiendo mano por sus ricas nalgas, cosa a la que él respondió haciendo lo propio con las mías.
Si en ese momento no hubiera sentido otra mano en mi cintura que intentaba separarme de Mauricio, juro que hubiéramos acabado follando. Si su picha era tan hábil como sus manos y lengua, menudo banquete iba yo a perderme.
Pero aquella mano fuerte llegó acompañada de un "¿me permites?", con la inconfundible voz de Manuel, y de inmediato me prendí de su cuello y lo abracé para llenarlo de besos.
El pobre Mauricio dijo un resignado "chao" y se alejó en busca de alguna otra conquista.
-Hola muñeca; no se te puede dejar sola, ¿eh?
-Hola amor; jajajajajaja. Pues se ve que no, ¿verdad?
-Eres una golosa. Y guapa. Que bieeeen estas, condenada.
-Pues tú tampoco cantas mal las rancheras, Manolito.
-Jejeje. Sssi. Bueno, ¿estás lista? Vamos a tomar unas copas por ahí y luego nos vamos al "Baby", ¿ok?
Los demás nos estaban esperando en la camioneta; Juan, Jose, Gaby y sus amigas Tota (¿¿??), Mónica, Angie y Maribel.
Nos saludamos todos y Juan decidió ir al Villa Vera, desde donde se ve una magnífica vista de la bahía y el ambiente es muy cool y tranquilito, como para hacer contrapeso para lo que nos quedaba por delante.
Yo no podía quitarle los ojos de encima a Manuel; estaba hecho un auténtico bombón a sus 29 años. Atlético, bronceado, alto, moreno, con su nariz recta y sus ojos profundos. Su cuerpo de gigoló acostumbrado a no hacer otra cosa más que hacer deporte, follar y dormir, gracias a la fortuna de su familia, le hacían irresistible para cualquier mujer. Ya fuera que supieran quién era o no, Manuel siempre acababa con las mujeres más guapas. El se sabía deseado, y actuaba su papel todo el tiempo. Pero también notaba que yo jugaba mi juego. Ambos sabíamos que queríamos follarnos como ya antes habíamos follado. Quizá esas intensas sesiones de sexo no las hubiera tenido más que conmigo. ¿Estaba soñando? Mhhhh.
Jose es primo de Manuel, y el verdadero heredero de los negocios de la familia. Es el único de su apellido que trabaja los negocios, y se encarga de darles su parte de los beneficios a todos. Si Manuel se metiera a trabajar junto a él, seguramente quebraría las empresas.
Jose, también con 29 años, era guapo y atlético; de pelo castaño y piel blanca, aunque también bronceada. Era casi una calca de Manuel en rubio. De hecho todo mundo los creía gemelos por el gran parecido entre ambos.
Jose siempre fue más reservado, menos "viva la vida". Tal vez el encargarse de los negocios lo hizo menos parrandero. Quizá por eso, yo nunca lo había tomado en cuenta. Siempre tan cumplido, que a veces hasta parecía pedante.
Mientras Manuel y yo empezábamos a darnos vuelo, Juan, Jose y las demás parecían estar pasándoselo de maravilla. Angie quería follarse a mi hermano y Mónica tenía las mismas intenciones con Jose. Gaby y Tota habían ligado también un par de muchachos de bastante buen ver.
Manuel me llevó a una terraza apartada de los demás y tomando mi cara entre sus brazos, comenzó a besarme con esos besos largos y excitantes que sabía dar. Sus manos lentamente bajaron por mi cuello y mis hombros, y una de ellas se entretuvo en mis pechos mientras la otra resbalaba hasta mis nalgas. Yo estaba como ida. Totalmente de trapo, incapaz de mover ni siquiera un dedo. Sentía cómo mis brazos y piernas se negaban a responder a mis órdenes. Quería abrazarlo, sentir su cuerpo apretándose junto al mío, tomar sus nalgas en mis manos y enredar mis piernas en las suyas; buscar su pija, tenerla entre mis dedos para sentir cómo se va llenando lentamente de sangre que la poniéndola dura, gorda, llena de venas palpitantes como en mis recuerdos, pero estaba estática. Sólo mi corazón parecía responder con incesantes y cada vez más rápidos latidos a aquellas caricias.
-Te deseo -me dijo- no sabes cuánto.
-Y yo a ti -contesté-; nunca he dejado de quererte.
Su mano soltó mis tetas, pero sólo para ponerla rodeando mi cintura. La otra recorrió el corto camino de mis nalgas a la vagina rápidamente. Empezó a tocarme, sin siquiera tratar de meter mano bajo mi ropa. Masajeaba lenta y deliciosamente la entrada de mi coño.
Yo sólo acertaba a besarlo. Buscaba su boca con ansiedad y excitación creciente, deseando que su lengua follara mi boca, como si eso fuera suficiente para mí.
Con suavidad, levantó mi pierna por la rodilla y la dejó encima de una silla que estaba cerca, para poder explorar mi concha húmeda con mayor facilidad. Hizo a un lado mi tanga, y con un fuerte y rápido movimiento que me hizo soltar un grito ahogado, insertó su dedo medio profundamente en mi vagina.
"¡¡¡Aaaahhhhhgggg!!!" chillé. Pero de inmediato mi grito fue suprimido con su boca que apretó la mía mientras metía nuevamente su dedo con violencia en mi interior. Esta vez mi grito quedó mudo en su boca. Pero no era un grito de dolor, sino uno de intenso placer. Sentía cómo su dedo rígido iba abriendo mi interior, mientras la palma de su mano atrapaba mi clítoris y lo masajeaba.
Quería que me follara ahí mismo; delante de todo mundo; nada me importaba. Estaba en el paraíso con sólo aquel dedo en mi vagina, pero no podía hablar. Mis labios seguían atrapados en su boca y su lengua reclamaba nuevamente aquellos territorios como suyos.
No importaba; si él quería, así nos quedaríamos para siempre.
Finalmente, me soltó de su abrazo, lamió aquel dedo lleno de mis jugos e hizo que yo también probara su saliva y mis jugos mezclados en aquel delicioso dedo, que chupé como si la vida me fuera en ello.
-Esto es sólo una probadita de lo que te espera, pinche güerita. Eres mi vieja favorita y lo sabes...
-Sí Manolo; soy lo que tu quieras que sea... siempre...
Pagamos la cuenta en aquel lugar, y cerca de las 12 de la noche, nos dirigimos al Baby'O, verdadera catedral del desmadre en México. Fue pocamadre, como siempre, llegar a la cadena de la entrada, dar un chiflido, que saliera el "Negro", y apartando a toda la gente que probablemente llevaba horas tratando de entrar, nos recibieran como si fuéramos los dueños del lugar. Entre Manolo, Jose y Juan, no había a cuál irle de más chingón para entrar a los antros. Los tres eran unas auténticas balas.
Para no hacer menos la noche, teníamos reservada, con el Baby hasta las narices de gente, una mesa de pista para ocho personas. Nada más llegar, Armando, el dueño, nos mandó un par de botellas de Crystal y bajó a saludar a toda la tropa.
Al poco rato, abrieron pista, y aquello fue, como todas las noches desde su inauguración, la mejor disco de Latinoamérica.
Gente bailando por todos lados y un ambiente que nunca he visto en ningún otro lado.
Todos teníamos pareja menos Tota. Angie se había apropiado de Armando, y parecía que no iba a dejar que se le fuera vivo. Gaby seguía con Juan mi hermano y Jose tonteaba con Mónica, pero sin muchas intenciones de follársela. A cada tanto notaba cómo su mirada me recorría de pies a cabeza, como envidiando lo que seguramente su primo iba a disfrutar en algunas horas más, y que ya estaba empezando a calentar.
Protegidos por la minúscula mesa de la disco, Manolo siguió lo que había comenzado en el Villa Vera. Su mano estaba un rato sobre mi muslo, para al poco tiempo regresar hacia mi concha, que no se hacía del rogar. Yo ya había logrado meter mano a su polla, que sentía ponerse más dura conforme los escarceos se daban paso.
Las botellas de champagne desfilaban una tras otra por la mesa y en un determinado momento, Armando sacó unas tachas y las ofreció a todos. Yo me negué porque la vez que las probé estuve ida dos días seguidos y juré que nunca más las iba a tomar. Jose pasó también y Juan me hizo unos ojos como diciendo "ni se te ocurra; estas madres están muy gruesas" y pasó también. Gaby pidió media y Tota se tragó la media de Gaby y la suya entera. Móni pidió media también y Manolo se tomó la suya y la media de Moni. Armando se tomó dos tachas enteras.
Poco tiempo después, las pastillas hicieron su efecto, y la poca inhibición que le quedaba a Manolo desapareció. Otro tanto pasó con Gaby, Moni y Armando.
Comenzó a fajarme deliciosa y salvajemente, metiendo manos y dedos por todo mi cuerpo. Yo estaba tan caliente, que pensé que si no me follaban rápido, me volvería loca.
Aprovechando la obscuridad del lugar, Mano finalmente se deshizo de mi bra y bajó mi tanga hasta las rodillas. Lo que siguió fue el más intenso toqueteo de tetas, nalgas y chocho que jamás me habían dado.
Mis pezones estaban duros como rocas y al contacto con su lengua y manos, sentía deseos de poder venirme por ellos. La respiración se me entrecortaba y cada vez que sentía sus dedos en mi vagina, acariciando mi clítoris, o buscando penetrar mi culo, una oleada de intenso calor recorría hasta el último centímetro de mi ser.
No sé a ciencia cierta cuántas veces me vine, ni el tiempo que pasó. Al final la deliciosa polla de Mano estaba en mi boca y le daba las mamadas más largas, ensalivadas y profundas que mi garganta era capaz. Sentía los latidos de su verga entre mis dedos y en lo único que pensaba era en tener todo ese trozo de carne vibrante, encajada profundamente en mi interior.
El mundo se había desintegrado, y solamente existíamos Mano y yo en ese momento.
Sin dejar de acariciar su pija, le pedí, o más bien le supliqué, que nos fuéramos a mi habitación del hotel, o a su casa, o adonde fuera para poder dedicarnos por completo a complacernos mutuamente. Yo ardía en deseos de ser poseída con desesperación; deseaba sentir esa mezcla de dolor y placer que sólo se encuentra en el sexo desenfrenado. Que me penetrara cómo y por donde él quisiera una y mil veces. Sentir su dureza dentro de mi, su virilidad y su fuerza; su poder y a la vez su ternura.
Me pidió que le diera sólo un momento para ir al baño. Necesitaba según dijo, ir a mear desesperadamente. El champagne había llenado su vejiga. Se levantó y me dio un lenguetazo por toda la cara mientras yo trataba de guardar su pija de nuevo en el pantalón. Era obvio que los modales no eran un problema en ese momento.
Casi al mismo tiempo, Tota dijo que ella también necesitaba ir al baño. Se sentía mal e iba a ver qué podía encontrar para el mareo.
Juan seguía dándole caña a Gaby y antes de que pudiera pedirle la llave de la habitación, dijo que ellos se iban al hotel. Que ya nos veríamos mañana. Se despidieron de nosotros y en ese momento Moni dijo que ella también se retiraba y Armando se ofreció a acompañarla, recargándose en sus nalgas para no caer. Yo quedé muy sorprendida, pues se suponía que ella iba con Jose, pero él ni siquiera hizo el intento de despedirla, por lo que comprendí que mientras Mano y yo le dábamos vuelo a la hilacha, Armando le había ganado la partida a Jose.
Sentí un poco de pena por él, y lo atribuí a que era demasiado formal. Tenía que intentar dejarse llevar más por el momento si quería ligarse a aquellas expertas parranderas.
Y ahí estábamos él y yo, solos en la mesa con varias botellas vacías de champagne, y una más de ellas aún sin abrir.
De repente, la situación se tornó demasiado tensa entre los dos; ninguno hablaba, sólo me miraba y de pronto me di cuenta de que seguramente estaría con mis ropas fuera de sitio; el bra bajo mis tetas, la tanga por las rodillas, y el vestido arrugado, si no es que manchado con el semen de Mano. Le pedí que me disculpara, y fui al baño a tratar de arreglarme un poco.
Al llegar al baño, se me hizo un poco raro no encontrar a Tota y pregunté a la encargada si no la había visto. Me dijo que nadie con sus señas había ido por ahí en la última hora. Sin dar mayor importancia, compuse mi vestido lo mejor que pude. Afortunadamente, no había rastros de semen en él, y mi bra y el tanga se encontraban milagrosamente ilesos.
Me peiné, me di rimel y rouge y pinté mis labios. Por último me perfumé. En resumen, volvía a estar tan presentable como al principio de la noche. Sólo quedaba el recuerdo de aquellas manos expertas recorriendo cada rincón de mi cuerpo y el sabor de la leche de Mano en mi boca.
Al volver a la mesa, comenté con Jose que Tota no estaba en el baño y le pregunté si Mano había regresado. Por respuesta, él me indicó con su mano que volteara hacia uno de los salones privados que estaban arriba.
Me quedé petrificada.
Ahí estaban ambos, Mano y Tota, follando frente a toda la disco en una especie de show en vivo. No se cortaron ni un pelo. Ambos gritaban a cada embestida de la picha de ese infeliz. La galopaba ahora por delante, ahora por detrás, a cuatro patas, parados, recargados sobre las mesas o tirados en el suelo. La folló de todas las maneras imaginables, con una lujuria que no creí posible. Le destrozó el culo, la cabalgó nuevamente por delante, la hizo meter toda su pija en la boca con embestidas tan fuertes, que a veces a la zorra de Tota le daban arcadas. La jalaba por los pelos y le gritaba "¡¡traga zorra!! ¡¡tragaaaaa!!", al tiempo que descargaba toda su leche en su boca, en sus tetas enormes y blancas con sus areolas grandes y rosadas, y en su asqueroso culo albino mientras un cerco de hombres que parecían lobos, animaban a ese par de animales a seguir con su asquerosa orgía.
Cuando Mano descargó la última gota de semen que le quedaba, cogió una botella de champagne, y agitándola, empapó a todos los espectadores mientras les decía: "acaben de cogerse a la zorra; todavía no se llena".
Algunos de los más osados, fueron acercándose a Tota y empezaron a sacar sus pijas para empalarla.
Mi primera reacción fue ir a por ella, pero cuando me di cuenta de que no gritaba de miedo, sino de placer, decidí que ella tendría lo que se merecía si alguna bestia de esas no se detenía cuando ella lo quisiera. Al final Mano tenía razón; no era más que una asquerosa zorra.
Con lágrimas en los ojos ante ese repugnante espectáculo, me dí media vuelta y corrí hacia la única seguridad que me quedaba en ese momento; Jose. De camino a la mesa, todavía pude alcanzar a oír a Mano que me llamaba y me decía que ahora sí ya estaba listo para irse. Que todavía le quedaba algo para satisfacerme.
Estaba tan asqueada que casi vomité en el pasillo. ¿Cómo había podido hacerme esto a mí? ¿Por quién me tomaba? ¿Me estaba comparando con una de sus putas callejeras?
Por fortuna, Jose estaba atento a todo esto y antes de que Mano pudiera acercarse a mí, le dijo que ni se le ocurriera ponerme la mano encima. Que era capaz de rajarle la cara y que era una completa deshonra para la familia. Me abrazó y salimos fuera, dejando a Manolo a medio camino, con la mirada perdida.
El choque con la luz del sol hizo que los ojos me ardieran. ¿Qué hora era? ¿Cuánto tiempo habíamos pasado en el Baby?
-Son las diez de la mañana me dijo Jose.
-Ahh! Ahora comprendo cómo pudieron salirse las cosas de control. Si nos hubiéramos ido más temprano, nada de esto hubiera pasado, y todo seguiría igual que siempre.
-Sí; tienes razón. Pero si no hubiera pasado esto, tú seguirías con Mano y yo seguiría viendo cómo te marchitabas junto con él.
Lo miré a los ojos, y por primera vez me di cuenta de que aquellos ojos destilaban amor. Estaba tan ciega por Mano que jamás me imaginé que Jose sintiera nada por mí. Ahora comprendía todas esas miradas, todos esos momentos en los que Jose callaba y veía. No quería entrometerse entre su primo y yo, pero era obvio, al menos ahora, que estaba enamorado de mí.
-Pero Jose, ¿cómo es posible que nunca hayas dicho nada?
-Tú sabes que siempre te he respetado, y estabas tan endiosada por Mano que nunca tuve una opción. Cuando acabaste con él hace años, ví mi oportunidad, pero casi de inmediato empezaste a salir con Gabriel. ¿Qué querías que hiciera?
-Ay Jose; cómo lo siento, de verdad. No tenía ni idea
-No te preocupes. No te culpo. Tal vez si hubiera sido más osado
-Sí Jose; eso tenías que haber sido, más osado. Pero siempre has sido tan caballero
-Bien; ya no digas más. ¿Tienes dónde dormir un poco? ¿Quieres que te lleve al hotel? Tu hermano tiene una habitación para ti, ¿no es cierto?
-Si. Llévame al hotel a recoger alguna ropa y luego vamos a cualquier otro sitio. No tengo ganas de darle explicaciones a Juan, y mucho menos tengo ganas de ver al desgraciado de tu primo.
-Bien. Si te parece, recogemos tus cosas y te quedas en el yate. Ahora mismo hablo al club para que lo tengan todo a punto; una habitación y agua fresca en los depósitos para que puedas darte un baño. No debe ser problema, ya que habíamos planeado ir todos juntos, tú incluida, a pescar a mar abierto. Pero tendré que avisarle a Juan. No quiero problemas.
-Me parece estupendo. Encárgate de todo mientras voy por mis cosas.
Una hora más tarde, llegamos al club de yates, donde nos esperaba el capitán del "José Antonio", el yate de Jose, que antes había sido de su padre y que ahora, tras la muerte del viejo, él cuidaba y mantenía.
Era un precioso yate de 120 pies con 5 habitaciones, salón, comedor, una pequeña terraza en la parte trasera y un asoleadero delante. Tenía tres sillones para pesca de altura, en los cuales algunas veces yo había pescado algún marlin y en una ocasión hasta un atún cola amarilla de 95 kilos. Contaba con todo tipo de equipo ultramoderno; radares, sonares, GPS, etc., y una tripulación de 4 marineros y el capitán, que se encargaban de todo; desde asear las habitaciones, hasta cocinar. Era un pequeño hotel flotante de 5 estrellas en el que se podía viajar sin problemas incluso hasta Hawaii, y rivalizaba con los yates del "Tigre" Azcárraga y con el de los Alarcón. Y Jose, para más señas, era un marino consumado.
-Bueno Alex; te dejo para que te bañes y tomes una siesta. El yate queda a tu entera disposición. El capitán está informado y tiene órdenes de atender todas tus necesidades.
-¿Adónde vas? ¿No te quedas conmigo?
-No Alex; no quiero ser inoportuno. Te dejo para que descanses. Estaré en la casa de Las Américas por si necesitas algo.
-Pero no quiero que te vayas. Quédate.
-No creo que sea lo correcto. Necesitas descansar.
-Bien, pero quédate conmigo. Tu puedes quedarte en la recámara principal y yo en una de las otras. Quédate... Por favor.
-Ok; si quieres me quedo, pero no pretendo tomar ventaja de esta situación Alex.
-Ya lo sé Jose. Por eso quiero que te quedes. Eres el único en quien confío en estos momentos.
La habitación no le pedía nada a ninguna otra; una cama de matrimonio, un par de sillones junto a una mesilla, televisión vía satélite, un gran ventanal por el que se veía la bahía, un clóset con varios cajones en los que había polos, chándales y un albornoz con zapatillas haciendo juego, y un baño completísimo, tina incluida.
Dejé todo sobre la cama y me dispuse a tomar una ducha. Necesitaba quitarme de encima el olor rancio y ahora repugnante de Mano. Su saliva y su semen que notaba ahora como una capa de porquería inmunda por toda mi piel.
Tallé mi cuerpo hasta casi sacarme sangre; lavé mi boca hasta dejar inservible el cepillo y limpié mi vagina y mi culo hasta que me ardieron. Acabé con la pasta de dientes y con las dos pastillas de jabón que había en la ducha. Me sentía sucia; sucia por haber sido otra más de las zorras de Mano y sucia por no haber sido capaz de comprender los sentimientos de Jose. ¿Qué pensaría él de mí? ¿Cómo podría ser capaz de verlo directamente a los ojos sin morirme de la vergüenza?
Pensando en todo esto, caí rendida en la cama y me quedé profundamente dormida.
Cuando desperté, la noche se había apoderado nuevamente del puerto y por un momento pensé que todo había sido un mal sueño. Pero al ver mi ropa tirada en el suelo la realidad me azotó la cara como una bofetada y recordé vívidamente las experiencias de la noche anterior.
El delicioso aroma de mariscos a la plancha que se colaba por la puerta me hizo darme cuenta que tenía hambre. Hacía más de 24 horas que no probaba bocado y mis tripas comenzaron a hacer ruidos extraños.
Tomé uno de los polos del yate, una tanga, el albornoz, y salí a la terraza, que lucía una espléndida mesa para dos, con un bello arreglo floral al centro, y la luz de una docena de velas que rodeaban la veranda del yate.
Al lado, una enfriadera con una botella de albariño y desde el salón, un hilo musical con canciones de Fresh-Aire completaba el cuadro.
Uno de los marineros, que hacía las veces de mesero, me ofreció un Midori sour. No pude más que sonreír al pensar que Jose estaba al tanto incluso hasta de mi cóctel favorito. Sin duda, lo había menospreciado. El mesero me dijo que disfrutara del trago; que "el señor" me acompañaría en unos momentos.
Un móvil que estaba sobre la mesa empezó a sonar. No sabía si cogerle o no. Probablemente se tratara de Mano buscando a Jose, y lo último que quería yo era hablar con Mano.
Al final acabé contestando y para mi fortuna, se trataba de mi hermano. Jose le había explicado todo el espectáculo que él y Gaby se habían perdido la noche anterior, y llamaba para ver cómo estaba. A pesar de todo, era mi hermano y me quería. Me dijo que estuviera tranquila; que él se encargaría de saldar cuentas con Mano, y que Gaby y él irían de nueva cuenta al BabyO, pero que mañana por la mañana estarían en el yate para ir de pesca con nosotros. Angie y Moni se quedaban en tierra con unos amigos que habían encontrado por la mañana, y Tota estaba tan borracha que todavía no se podía levantar. Mano se había ido a jugar golf y nadie sabía nada de él todavía.
Así que todos conspiraban para que Jose y yo pasáramos una velada juntos. Bien; ¿quién era yo para echarles a perder sus planes? Estaba dispuesta a descubrir al Jose que no había conocido en todos estos años.
-Hola Alex; ¿cómo dormiste?
-Ah, hola Jose; bien gracias. La verdad es que no me he enterado de nada hasta hace poco. Estaba rendida.
Llevaba una camisa blanca desabotonada hasta poco más arriba del ombligo que hacía que su abdomen luciera espectacular; unos jeans ajustados y perfectamente planchados que resaltaban sus nalgas redondas y bien formadas, y que hacían que su "paquete" quedara enmarcado por toda su figura. Iba descalzo, con sus pies pedicureados; las uñas cortas y bien cuidadas como las de las manos. Esas manos fuertes y cruzadas de venas que denotaban trabajo duro, pero también pulcritud.
Su pelo, ese pelo en el que nunca había reparado, y que era del mismo tono del mío, lucía húmedo y rizado. Su cara perfectamente cuidada, sin un solo defecto, perfectamente rasurada, y los ojos intensos y penetrantes del color de la miel, enmarcados por unas cejas pobladas y rubias. Su boca de labios finos pero carnosos, tenía un pequeño lunar encima de labio. Ese lunar era la única cosa que rompía la simetría de su rostro.
Olía a limpio. No disfrazaba su aroma con ningún perfume, lo que exponenciaba su virilidad.
-¿Tienes hambre? He mandado traer langostinos y camarones. Ordené que los hicieran a la plancha para acompañar un arroz a banda que le queda delicioso al chef. ¿Se te antoja?
-Mucho. Ese delicioso olor fue el que me despertó. Estoy muerta de hambre.
-Bueno, pues no se diga más; siéntate. ¿Te sirvo vino, o prefieres alguna otra cosa?
-No, no. El vino está bien. Veo que no te privas de nada. Langostinos, arroz a banda, albariño Me pregunto que otras sorpresas me deparas Jose.
-Ninguna sorpresa Alex; soy un libro abierto para ti. Ahora ya sabes lo que siempre has significado para mí.
-Sí; lo sé y te pido disculpas por haber sido tan ciega. La verdad es que esta experiencia me ha hecho abrir los ojos a muchas cosas. No puedo seguir tonteando toda la vida.
La cena transcurrió apaciblemente; el arroz, los langostinos y demás viandas, y el excelente albariño acabaron por distender totalmente la tensión entre nosotros. Acabada la cena, fuimos hacia el asoleadero y estuvimos platicando un largo rato. Bromeamos, platicamos, fumamos, escuchamos la música que llegaba desde el salón y después nos quedamos simplemente viendo las estrellas.
-Me gustaría ver el amanecer desde altamar. Hace siglos que no veo uno.
-¿Eso quieres? No hay problema. Recuerda que el capitán está para hacer lo que le ordenes. No tienes más que pedirlo.
-Pero es tu yate, no el mío.
-No, no, no. Te dije que el yate estaba a tu disposición. Es tu yate ahora.
-Bien; pues entonces: capitán, rumbo a altamar. Hasta que amanezca.
Afortunadamente, el capitán no siguió exactamente al pié de la letra mis órdenes, puesto que apenas pasaban de las once de la noche. De haberlo hecho, hubiéramos pasado la mañana entera simplemente para regresar a puerto. En lugar de ello, nos llevó en un recorrido desde el puerto de abrigo, hasta la laguna de Tres Vidas, y de ahí hasta la isla de la Roqueta, para después enfilar rumbo a altamar para ver el amanecer, que rompía alrededor de las 5 y media de la mañana.
Todo el tiempo estuvimos platicando de nuestras vidas; de cómo habíamos estado siempre tan cerca los dos, y sin embargo, él era casi un desconocido para mí, opacado siempre por su impetuoso primo.
Al acercarse el amanecer, vimos escuelas de delfines aprovechando el impulso del yate para avanzar junto a nosotros, peces vela alimentándose al alba de pequeños cardúmenes de macarelas, marlines azules saltando majestuosos e incluso alguna que otra tortuga verde, mientras el sol asomaba en la lejanía del océano.
-Es maravilloso Jose; gracias por todo. Te mereces lo mejor.
-Lo mejor eres tu Alex
Me tomó de la mano, y con su brazo rodeó mis hombros. Estaba dispuesto a conformarse con tan poco, cuando podía reclamarme toda. Aquello acabó de romper cualquier duda que pudiera yo haber tenido y volteando mi cara hacia él, lo besé.
Fue un beso excelso; sin asomo de lujuria y sin ninguna intención oculta. Un beso limpio y maravilloso, con el que descubrí toda una nueva serie de sensaciones que nunca había experimentado. En ese preciso instante, me enamoré de Jose. Esto sí era amor, no deseo.
Seguí besándolo, animándolo a responderme con el mismo ímpetu que yo misma imprimía a esos besos.
Poco a poco, se fue liberando, y acabamos besándonos apasionadamente.
Tomé sus manos y las puse alrededor de mi cintura, al tiempo que rodee la suya. Besé su cuello, esperando que el mío fuera besado, besé sus párpados, sus orejas, sus hombros y sus labios, en espera de idéntica respuesta. Poco a poco, sus manos exploraron mis caderas, mi espalda, mi cuello.
Ardía nuevamente en deseos de ser poseída, pero de una manera diferente; ardía con el fuego del carbón al rojo blanco; no con el calor de las llamaradas de la leña verde. Quería ser recorrida por todo mi cuerpo con sus manos y su boca, con sus dedos hundiéndose en mis entrañas, ser explorada y descubierta de una manera nueva y diferente para mí. Con el calor del deseo y la pasión verdaderas. Sabía que tenía que esperar su liberación; que acabara él solo con sus tabúes; que exorcizara sus demonios para poder ser libre de explorarme y poseerme. Era suya y lo sabía.
Lentamente sus manos fueron haciéndose más hábiles, su boca buscaba la mía con ansiedad y yo estaba dispuesta a saciar su sed. Nuestras lenguas comenzaron un baile cadencioso, que fue seguido por nuestras manos, que buscaban y exploraban nuevos sitios en aquellos cuerpos que no acababan de estar desnudos. Recorrió mis caderas, pasando y volviendo a pasar por aquellos sitios deseados desde siempre por él. Descargas de electricidad me recorrían a cada instante y me sentía feliz y dichosa por darle a Jose lo que siempre deseó. Mi cuerpo y mi alma estarían a su disposición desde ahora y para siempre.
Con ternura infinita, tomó el albornoz que me cubría y lo hizo a un lado. Sus manos se desplazaron finalmente bajo el polo, y mis pechos sintieron por primera vez sus firmes dedos, que rodeaban lentamente mis pezones. Poco a poco, el polo fue subiendo alrededor de mi cabeza, dejando al descubierto mis pechos y pezones desnudos; duros y altivos, que pedían ser besados por esa boca, estrujados por esas manos, pellizcados por esos dedos.
Finalmente, el polo siguió el mismo destino del albornoz, y Jose se quedó contemplándome absorto; gozando ese momento de triunfo en el que ambos ganamos.
La brisa hizo que mi piel se enchinara, provocando que mis tetas se pusieran aún más duras. Él pasó sus brazos alrededor de mi espalda, y yo quedé acurrucada con mis pechos sobre el suyo desnudo. Su camisa no tardó en caer al piso y nos quedamos así abrazados por un tiempo que me pareció maravillosamente largo, besándonos al compás que marcaban nuestras lenguas en la boca y labios del otro.
Tan absortos estábamos en nuestros escarceos, que no nos dimos cuenta de que toda la tripulación nos observaba desde el puente de mando, hasta que Jose volteó a verlos.
Mi primera reacción fue seguir provocándolos como era mi costumbre, pero tras una fulminante mirada de Jose, todos desaparecieron del puente de mando para seguir con sus obligaciones, y yo sentí, tal vez por primera vez desde hacía muchísimo tiempo, pena por sentirme observada por aquellos extraños.
Ya no era la misma de antes; ahora le pertenecía a mi hombre y yo tenía que guardarme respeto a mi misma. Por él y por mí.
Jose me tomó entre sus brazos y cargándome sin ningún esfuerzo, me llevó hasta la habitación principal del yate.
Era realmente majestuosa; una enorme cama dominaba la escena, flanqueada por los amplios ventanales de la proa de la embarcación. La recámara se encontraba adornada con grandes macetas de palmas verdes y un saloncito con un sofá y un par de sillones frente a un amplio y repleto librero, en el que se encontraba además una televisión panorámica y la cadena musical. La alfombra era mullida y sobre ella un bello tapete persa de seda a los pies de la cama, remataban el aposento donde todo (cortinajes, edredón, alfombra y sillones) era de un inmaculado color blanco. El único acento de color eran las frondosas palmas y el librero de caoba.
Me acomodó en medio de la cama y siguió besándome con una pasión que me desbordaba totalmente. Lentamente retomó el camino que había iniciado en cubierta, y liberados ya de las miradas ajenas, se dedicó a darme placer.
Alisó mi pelo, y con el revés de sus manos acarició mi cara mientras besaba mi frente. Nuestras bocas se encontraron nuevamente y las lenguas prosiguieron su baile. Bajó con su lengua recorriendo mi cuello mientras sus manos se tornaban cada vez más expertas recorriendo mi cuerpo. Tomó una de mis tetas y la acarició pausadamente mientras mis pezones respondían a sus caricias tornándose duros como esculturas de granito pulido. Tras una eternidad, su lengua se atrevió a tocarlos. Con la punta recorría la areola, para después tomar con sus labios los cálidos pezones que yo le ofrecía con avidez.
Con igual lentitud, sus manos resbalaron poco a poco hacia mi entrepierna, todavía protegida por mi tanga empapada. No necesitaba yo mayor preparación; estaba totalmente lubricada para él.
Despacio pero sin detenerse ni un solo instante, sus ya hábiles manos hurgaron entre mis piernas explorando mi delineada mata de vello púbico. Yo sentía que estaba a punto de explotar. Todavía ni siquiera había rozado mi vagina y los estremecimientos que me sacudían provocaban unos deliciosamente sutiles orgasmos que me recorrían de pies a cabeza. Estaba tan mojada que me parecía increíble. Estos tenían que ser los tan famosos orgasmos múltiples de los que hablaban algunas mujeres. ¡Qué sensación maravillosa!
Jose paró de acariciarme sólo el tiempo necesario para deshacerse de sus jeans y de mi empapada tanga. Bajo sus pantalones su polla apareció morcillona; gorda y semierecta, con un tamaño respetable. Nunca he sabido ni me ha interesado cuánto miden las pijas de mis amantes. La de Jose era grande sin llegar a ser la lanza enorme que todos los hombres presumen tener. Una pija normal, pero gorda y morcillona, con un gran glande rosado y húmedo rematándola. Quería abrazarla y besarla; tomarla entre mis manos y sentir cómo iba ganado rigidez entre mis manos y dentro de mi boca, pero él se adelantó poniendo su cara entre mis ingles, comenzando a lamer mis labios vaginales con fruición. Aquella lengua sabía lo que hacía; mientras sus dedos separaban mis labios empapados por mis jugos, su lengua juguetona exploraba todo mi canal vaginal para legar finalmente hasta mi clítoris que aprisionó entre sus labios, sorbiendo con fuerza.
Aquello provocó otra serie de orgasmos -no sabría llamarlos de otra manera- que hicieron que mi espalda se arqueara imprimiendo mayor presión a mi vagina, que se encontraba atrapada por su boca. Sus manos se clavaron bajo mis nalgas, impidiendo que mi cuerpo reposara sobre la cama, lo que conseguía arrancarme gritos de verdadero placer que estimulaban a su vez los hábiles movimientos de Jose. Chupó y lamió mis jugos hasta que la lengua le quedó insensible. Oleadas de placer seguían recorriendo mi cuerpo mientras su lengua tomaba un respiro paladeando el sabor salado de los líquidos que seguían saliendo de mi vagina.
Aprovechando aquella tregua, mi boca fue en busca de su polla. Era justo que yo le devolviera aquel intenso placer que me había dado.
Lo tumbé boca arriba en la cama y separando sus piernas, me coloqué entre ellas. Con la punta de mi lengua empecé a recorrer la distancia que separaba aquellos huevos enormes de su glande, en un movimiento de vaivén, que acabó por despertar definitivamente aquella tranca que en un rato más aprisionaría mi vagina.
Tomé sus huevos entre mis manos aplicando un poco de presión, consiguiendo que aquella verga gorda respingara. Con lentitud pero con aplomo, puse mis labios rodeando su glande, dando masajes con mi lengua sobre aquella rosada corona. A cada lenguetazo, sentía cómo la sangre iba llenando aquella polla, haciéndola más dura y gorda.
El primer grito de placer lo oí cuando comencé a meter en mi boca todo cuanto fuí capaz de tragar. Con cuidado de no lastimarle con mis dientes, comencé a darle lo que quería que fuera la mejor mamada que hubiera recibido.
Salivé todo lo que pude para lograr una mejor lubricación, y su verga empezó a resbalar entre mis labios con facilidad. Aquella tersa piel de su pija entraba y salía de mi boca deteniéndose al llegar a mi garganta. Sus huevos subían y bajaban entre mis dedos aumentando su placer, hasta que en mi boca noté el sabor de su líquido preseminal.
No podía seguir dándole aquella mamada sin provocar que se viniera. Y yo no quería eso; quería sentir toda su leche llenando mi interior. Jose pareció leer mis pensamientos, y con un rápido movimiento me tomó de los brazos dejándome sentada sobre su vientre.
Nuestros cuerpos se deslizaron sin esfuerzo hasta que su pene quedó justo a la entrada de mi vagina. Sólo me restaba dejar que aquella pija acabara de insertarse casi automáticamente dentro de mi. De un solo movimiento, sentí su verga llenándome totalmente. La sensación hizo que un par de lágrimas de felicidad escurrieran por mis mejillas. Aquella polla por fin era mía.
Con movimientos cadenciosos entraba y salía como un tapón hermético que se acoplaba a mi vulva sin dejar escapar ni una gota de mis jugos. Los embates se fueron haciendo cada vez más fuertes e intensos y ambos soltábamos gritos ahogados siguiendo el compás de la penetración.
La excitación de Jose era igual a la mía y en un momento dado, sacó su polla y me hizo recostarme de lado sobre la cama, quedando mi espalda pegada a su pecho. Levantó mi pierna me insertó su pija desde atrás, lo que estimuló más directamente mi clítoris haciéndome dar alaridos de placer. Mis nalgas rebotaban en sus huevos, mientras sus manos masajeaban mis tetas y su verga se hundía profundamente en mi interior.
Haciendo gala de elasticidad, mi cara buscó la suya para completar esa unión con besos largos y húmedos que nos llevaron a ambos a alcanzar el éxtasis de manera casi simultánea. Una oleada de semen caliente llenó mi vagina confundiéndose con mis jugos, prolongando ese largo y final orgasmo que alcanzamos juntos.
Totalmente extenuados, nos quedamos así, fundidos como un solo cuerpo como tratando de prolongar la experiencia.
-Te amo alcancé a decirle- eres el primer hombre a quien realmente he amado.
-Y yo te he amado desde siempre, chiquita.
Así abrazados, con las olas meciendo la embarcación y el sol alzándose en el horizonte, nos quedamos dormidos los dos, mientras el yate regresaba a puerto.