Visitando a mi amor

Con frecuencia una se olvida de esas mascotas que uno adora y que la adoran a una, pero el reencuentro trae momentos de placer extremo

VISTANDO A MI AMOR

Horacio ya ha estado fuera cuatro semanas y yo solamente he ido a nuestra casita, a visitar a Dino, en una sola ocasión. Nos queda casi a hora y media y no me gusta manejar por esa autopista que es de las más congestionadas en todo México.

Pero nuestro veterinario y asesor me platicó que los perros sienten mucho las separaciones de sus amos, un día de separación para ellos equivale a casi 8, así que ésta semana pasada, el jueves me decidí y  fui. Arreglé mis asuntos de trabajo, fui al mayoreo y compre lo necesario para nuestra casita y parte para lo que Olga me pidió para su negocio nuevo.

Al llegar, como siempre, el Dino se alborotó y se puso muy feliz. Entré con el coche y él se me paró en la ventanilla, mejor paré, bajé del coche y nos saludamos, muy efusivo y alocado. Lo dejé subir a la parte trasera del coche mientras lo acomodaba para bajar las cosas con algo de comodidad, próximo a la entrada de la despensa.

¡AY, LOS HUEVOS! Las rejas yo las había colocado en el piso de atrás, terminé de bajar todo, fui por un balde lleno de agua jabonosa, preparé todo, el Dino solamente me observaba.

“¡Perro tonto, que no te fijaste!” le tuve que decir, pero ¡OH SORPRESA! No hubo desastre, así que después de disculparme y terminar de acomodar lo que llevé, me dediqué a bañarlo, ya que el agua estaba calientita. Como siempre, se mostró muy dócil recibiendo mi masajeada tradicional que me mostró que le agradaba enseñándome parte de su lindo instrumento, rojito y puntiagudo.

Como la casita estaba en un completo desorden me dediqué con mucho afán a arreglarla, se hizo tarde, oscureció y ya después de darme un baño y como se sentía frio me tiré en la alfombra de la sala, que tiene calefacción por debajo del piso. Mi Dino me acompañaba, se echó a mi lado y descansé mi cabeza sobre su panza, a modo de almohada, el cojín permanecía a un lado. Dino no protestaba mientras yo revisaba asuntos de trabajo. Me quedé dormida por bastante tiempo, hasta que sentí algo mojado en mis cabellos. Primero pensé que no me había secado el pelo bien, pero lo mojado se me sentía raro, sí líquido y pensé que al Dino se le había ganado, así que me enderecé y traté de sacarlo de la casa para que fuera afuera a hacer sus cosas, éste se rebeló y no salió. Fui al baño y volví a bañarme, ésta vez lavándome el pelo bien, pero noté que se me sentía como clara de huevo. ¿Qué será? Terminé de bañarme, me sequé y ya me enfundé un camisón viejo calientito. Me senté a la orilla de la cama viendo algo en la TV pero el Dino estaba muy nervioso, me daba empujoncitos en el pecho.

“¿Qué te pasa, mi amorcito?” le preguntaba. A ratos volvía y me lamia la cara, así que lo abracé y pensé que tenía miedo, llovía en ese momento. Lo mantenía abrazado con su pecho sobre el mío. Me colocó sus patas delanteras a los lados y con su cabeza empujaba mi pecho tratando de que me recostara.

“¡Ah, muchacho condenado. Lo que quieres es otra cosa que hoy no te he dado y ya llevamos muchos días separados y ahora lo exiges!” Me recliné para subir la falda del camisón y quitarme los calzones y éste no esperó, se me metió debajo del camisón hasta mis pechos, me daba riquísimos lengüetazos a mis pechos, pero siguió como escarbando hasta llegar a mi cara que me lamió.

“¡Espera, espera!” le decía, pero no obedecía. Ya sus movimientos de copulación estaban en plena marcha, pero yo aún no había logrado zafarme de mis calzones y luchaba. Saqué una pierna y ya no me dio oportunidad de terminar, además ya no estorbaban y él ya estaba en su faena plena, luchando por encontrar ese lugarcito mío en donde quería incrustar ese, su hermoso pene.

El camisón ya se encontraba enredado casi en mi cuello, mis pechos descubiertos y llenos de sus babas que me había lamido, mi cara también. A él lo sentía en ese momento, muy ocupado buscando con su lengua darme mucho placer sobre y dentro de mi vaginita, antes  de montarse. Yo ya estaba desesperada, me tenía doblegada sintiendo esa lengua rasposa que me acariciaba el interior de mis muslos y mis labios, yo con la sensación de necesitarle más adentro en esa rajadita tan sensible.

Se  enderezó y le tomé sus patas delanteras y me las acomodé bien a mis costados, a la altura de mi cintura, para que él no me fuera a provocar heridas con sus uñas al momento en que pierde su control y jalonea para encontrar soporte. Mis piernas bien abiertas también para evitar sus rasguños, pero mi cosita bien centrada para que no tuviera dificultad para encontrarla y así no se desgastara y tuviera mucha más energía para insertarme y darme bastante de ese movimiento de saca y mete esa hermosura que le brota de la parte inferior de su cuerpo.

De todas maneras le costó bastante trabajo insertarse. Yo, con la mano, le ayudaba, pero cada vez que la sentía se retiraba y volvía a empezar. Al final de cuentas sí le guie ese su miembro, que se sentía como un palo duro para que al fin me entrara y no me siguiera dando más de esos picotazos dolorosos sobre mi carnita, a los lados de esa linda entrada. Lo hermoso fue de que normalmente bombea dos o tres veces y es cuando declara que es hora de insertar su bola y sus empujones se concentran a eso, pero ésta vez me lo sacó, como otras veces ya lo había hecho y, como  siempre, se salió de mi cosita que ya había sido ocupada previamente, y me brotaba ese líquido que fue el que me mojó el cabello y fue ahora cuando pensé que había sido esa secreción preseminal que les sirve de lubricante para cuando toca el momento de meter la bola, o sea que mi cabeza, o cabello le había servido como excitante para llegar a un orgasmo y yo tal vez, desperté en el momento de su clímax y no lo ayudé a terminar, pero ahora le estaba tocando, y algo mucho mejor.

El nuevo intento de meterme su pene ya fue más fácil. Bien lubricado y ya conocía la dirección. Pataleó un poco, en eso yo ya sentí que su carnita estaba en buena dirección. Lo dejé y, como siempre lo hace, bombeó como loco, desesperado, bastantes veces pero se llegó a calmar. Yo pensé que se cansó y ¿ahora que va a hacer, o cuanto tiempo necesitará para poder continuar? Pensé. Yo sé que hay que tenerle paciencia, él se da el lujo de hacérmelo  cada  vez diferente, pero ésta vez me extrañó que ni continuara empujando para meterme su bola, que él ya sabe que me la tiene que acomodar dentro para que los dos tengamos placer, y no se movía, sin embargo el palpitar de su pene lo sentía dentro de mi vagina, rítmico y acelerado.

Se estaba dando tiempo, como siempre cambiandome la rutina. Me zarandeó varias veces, con mucha fuerza. Su bola se me acomodó repentinamente, en realidad yo estaba atenta a ver cómo iba yo a sentir su entrada, pero cuando lo pensé, ya la tenía bien acomodada dentro de mí. Aunque ya la sentía adentro, y la apretaba en mi entradita, con mi mano palpé suavemente alrededor de mi cosita, mis labios que se sentían tensos, por donde me entró, y como siempre, mi pelvis se me sentía un poco abultada, muy lubricada con lo que había sobrado de su secreción. La tentaba con mis dedos, su palpitar lo sentía rico, cada una de esas palpitaciones era una pequeña cantidad de sus espermas que bombeaba dentro de mí, hasta reunir toda esa cantidad tan abundante que esperaba que me brotara de mi interior al terminar nuestra reunión de amor.

El Dino me montó estando yo boca arriba, en posición de misionero, pero al ya estar bien colocada su bola él no tuvo miedo de que se le fuera a salir de mí y se volteó sin miramientos, sus testículos, que le permanecen fuera, cooperaban haciéndome presión sobre mi pubis, ayudando a su bola a que sintiera más fuerte y excitante el tenerla dentro de mí, por lo menos eso pensaba yo mientras él estaba depositándome su lechita cremosa durante todo ese tiempo, dentro, muy dentro de mi seno, en el lugar más profundo de mi corazón.

Y seguía sintiendo sus palpitaciones, pobre chico mío, él había pasado muchos días en abstinencia, solo esperando éste momento en que me pudiera tener y darme todo ese cargamento que me tenía reservado y que ahora lo descargaba lentamente ahí dentro de ese cuerpecito que yo le estaba ofreciendo.

“¡Gracias, mi niño lindo! Sígueme llenando de más de tu lechita linda y calientita, mi cosita quiere más, ¡dale un poquito más, todavía te quiere recibir otro poquito más, síguele corazón!” Y así, tuvo mucho aguante, estuvimos mucho tiempo enganchados, me llenó bien de su semen y los dos quedamos satisfechos aunque muy agotados, quedamos dormidos hasta despertar ya con luz del día, él cuidando de mi sueño y limpiando de mis piernas restos de esa aventura, esos restos de su semen que me depositó y que apenas iniciaban salirse.

¡Que hermoso día! Desperté muy contenta, estoy segura fue porque sí me sentía completa, bien llena de eso que es amor por la pareja, por el amor a ese perro lindo y caliente, ¡Ah, y muy inteligente! Que se le ocurrió realizar esa función de sexo en ese momento.

Tuvimos que darnos prisa, yo no sabía a qué hora llegaría Olga con algunos bocadillos para el desayuno, además que llegaría el transporte del gas.

Prendí la tele y la sintonicé en música tropical. Mi ánimo estaba tan alegre que todos mis movimientos los hacía con algún ritmo acompañando a la música tropical. El Dino también estaba de un humor feliz, dándome lata en todo. Al yo tender la cama éste se me metía debajo de las sábanas al sacudirlas y estirarlas. Después me jaloneó las almohadas y las quitó de su lugar.

En esos juegos estábamos cuándo Olga llegó. Los dos fuimos a recibirla, él se volvía loco por saludarla y acariciarla a su manera, se veía que la extrañaba. Vio que llevaba una bolsa de yute  y se puso a jaloneársela para quitársela.

“¡Qué lindo estas, ¿Tu ama te ha dado de sus vitaminas, verdad?” Preguntó Olga

“¿Qué vitaminas?” ya le pregunté.

“De esas mismas que tú tomaste para que estés tan alegre. Se me hace que lo que pasa es que ya se dieron entre ustedes, algo de ese afrodisiaco que los ha puesto tan alegres. ¿Podrían darme tantito de él? Yo necesito mucho, nada  me calienta solo de pensar en Dino.” Dijo la pobre de Olga.

“No sé, no sé. Tendrás que ganártelo tu misma, tienes que coquetearle un poco.” Le dije.

“¡Cómo me gustaría, lástima que a lo mejor ya no quiera el Dino más hembrita, ya ha de estar bien exprimido!” opinó.

“No sé, y no creo, anda con muchísimas ganas todavía y eso que lo de anoche fue tremendo, bastante tiempo que nos mantuvimos anudados y todavía me rellenó rete bien.” le tuve que decir.

En el fondo yo la estaba animando y buscándole a mi Dino otra oportunidad que fuera a cubrirle otros días de quedarse solo, pero no sabía si él iba a ser tan bueno e iba a poder, después de que sí se vació en mí, anoche. Él sí la quería bastante y si se esforzaría con ganas. A Olga le daría mucho gusto a la vez. ¿Pero podría y querría mi Dino?

Entramos a la casita, ella se veía muy hermosa, vestía un vestido de una pieza, muy escotado, con vuelo, de largo arriba de la rodilla. Yo, en cambio, solo me había puesto una sudadera delgada de Horacio, nada debajo, y unos shortcito que me quedan muy apretados y que por esa razón no me gustaba ponérmelos. Debajo llevaba unas pantaletas medio raras, desde la cintura, al frente, son una franja de tela recta, me cubre mi pubis, y sube entre mis nalgas como cualquier tanga. Tampoco muy cómodas pero como sentía que aún algo se me salía de los restos de anoche, la tela de las pantaletas lo retendría. El shortcito me quedaba tan apretado entre las piernas que la tela de las pantaletas, inclusive parte de la tela del short se me incrustaba en mi rajadita. En realidad me hacían sentir bonito, nada molesto, pero nada estético.

“¡Que linda te ves, me encantas!” me dijo Olga, se acercó a mí y, agachándose me acarició mis piernas. Subió sus manos hasta mi entrepierna y con algo de fuerza logró meterme su mano dentro de mi pantaleta.

“Ya estás bien mojada. Hace un rato te pedía que me dieras de ese elixir que te ha puesto tan alocada y caliente, ahora me doy cuenta de que sí es muy efectivo!” me dijo soltando la carcajada.

“¡Dame tantito de tu pepita, deja que le dé una mordidita sabrosa!” le pedí, le levanté su falda y haciéndole a un lado su pantis metí mi cabeza y mi lengua pudo probar esas carnitas suaves que guardaba debajo.

“¡Por favor, espera unos segundos!” le pedí y fui al baño. Lo que sospeché me estaba sucediendo, lo mojado que ella me sintió era todavía semen de Dino, que me dejó adentro anoche y que no alcancé a expulsar completamente. Me lavé y solo encontré un calzón que a veces uso de pijama y me lo enfundé, así salí.

Olga, mientras tanto, estaba ocupada en la tele buscando música de su gusto. Buscaba Lambada, para que la bailáramos y recordáramos. Apareció una versión de grupo y esa gustó. Iniciamos el bailar nuestra Lambada, nuestros muslos se restregaban proporcionándonos las sensaciones que buscábamos. El Dino nos observaba, pero inició acariciándose entre nuestras piernas, no nos dejaba en paz.

“¡A éste le está urgiendo algo, Olguita, te toca a ti!” le dije. Ella se inclinó, lo abrazó y le daba palmaditas en su vientre.

“¡Ven, papito, aquí lo vamos a hacer y te va a gustar!” le dijo al Dino, jaló un taburete bajito y ella se montó en él.

“Recuerda que la vez pasada ahí no se pudo.” Le dije.

“De veras, lo recuerdo, pero ahora me rebajaré hasta estar de panza al piso.” Dijo, pero yo ya le dí los dos cojines que la vez pasada fueron los que le ayudaron a tener la altura perfecta.

Mientras tanto, el Dino no la dejaba en paz, ella estaba aún sentada sobre la cama y él se le encimaba, trataba de que ella se recostara, no le importaba en qué posición quedaría ella. Le terminé de bajar sus pantis a Olga, le abrí bien sus piernas y aproveché para yo saborear su vagina, su perlita y sus labios. El Dino se me montó, hizo sus movimientos copulatorios, como siempre, desesperado, pero me hice a un lado, puse a Olga en posición de perrita y el Dino veloz, se le abalanzó. Le lamió su cosita por un tiempo, como quien dice lubricándosela con sus babas e inició sus embistes brutales.

En esta ocasión, el Dino no aceptaba ningún tipo de ayuda, él se consideraba que él podía solito sin manos que le ayudaran. Le picoteó muchas veces su entrepierna, pero Olga no protestaba, solo decía que no importaba, que sentía bonito.

En eso, el Dino se detuvo, su pene paradito, picándole y apoyado sobre otra parte de su entrepierna. Estaba quietecito, lo observábamos, él sin moverlo del lugar solo hacía presión. Su pene empezó a resbalar, lentamente y, de repente, se le hundió a Olga. Le entró todo, ella gritó de  felicidad, ya mi tensión desapareció. Instintivamente aflojé mis piernas, como si hubiera sido a mí a la que le entró, y ya descansé. Ayudé a corregirle los cojines para que el Dino estuviera más libre de terminar con su función de meterle todo, inclusive su bola.

El Dino seguía luchando por dar por terminada su penetración e iniciar con la inyección de su esperma dentro de ella, pero su bola aún no se metía. Volvió a sacar su pene, dio una vuelta alrededor del lugar en donde Olga estaba en espera y volvió a intentar meterle a Olga su hermoso miembro que se le veía muy bien lubricado, un poco más gordito que antes, pero delicioso.

No tardó mucho en intentar metérselo de nuevo, pero las embestidas empujando a su bola cada vez eran más fuertes y no lo lograba. Empujaba con mucha fuerza. Ya la parte principal de su pene estaba adentro, pero su bola aún no.

“¿Qué te pasa amiguita? ¿Porqué no te entra?” le pregunté a Olga.

“¡Ya la sentí que por un poquito ya me entraba, un poquito más que bombee y ya verás!” Efectivamente el Dino, mi campeón, empujó un par de veces más y ¡LISTO!

“Ya ves cómo solo faltaba ese poquito” me dijo, pero se le salían las lágrimas.

“¿Te lastimó, verdad?” le pregunté.

“¡Sí, duele, me lastimó, pero ya todo pasó y estoy sintiendo muy bonito!”

Mi Dino se ha de haber apenado un poco y por esa razón sus bombazos fueron más suaves, pausados y al voltearse lo hizo con mucha calma, pero sus palpitaciones, o esfuerzos bombeándole semen en su interior, no paraban, y seguían.

“¿Sientes bonito, ya no te duele?” le pregunté. Solamente me respondió

“¡Estoy gozando. Qué rico que ahora a mí me tocó. Dino es lindo, el Kaiser se queda atrás!”

Ella reía, estaba feliz enganchada, recibiendo las eyaculaciones de su amante. Yo la abrazaba y acariciaba como si fuera mi hija. La besaba y ella me devolvía esos besos y caricias todo el tiempo en que la tuvo el Dino sometida, enganchada con él. Mi preocupación crecía al pensar en que Olga iba, probablemente, a volver a sentir mucho dolor al expulsar su bola, pero Dino, cortésmente, se fue dejando salir y ella solo percibió el brinquito al soltársele. Dejó que se le saliera todo el pene y luego saldría su lechita, pero ella deseaba atestiguar que le había entrado mucho y que también la cantidad de semen dentro en su vulva era abundante, así que se la detuvo ya afuera, la acarició, el Dino se dejó apaciblemente y ya después inició a limpiar su fechoría, a lengüetazos, a medias, Olga tendría que lavarse después.

Nos tiramos en el suelo sobre la alfombra, procurando que el semen que le saliera no descargara sobre de ella, mi camiseta serviría de paño.

“¿Te gustó, mi amor?” le pregunté

“¡Estuvo fabuloso, qué rico se siente cuando se hace completo, una desea más y hasta el dolor se pasa rápido. Sí me dolió, y mucho, pero no fue tan insoportable, solo que me pescó sin prepararme!”

“¿Lo quisieras repetir?” le pregunté

“¿Ahora, ahora mismo? Pues, puede ser que sí me lo echaría, me encantó todo. Pero quiero que primero me revises si me dejó lastimada. Me metió su bola salvajemente, ¡Pum, de  repente, ni me dio tiempo de relajarme, o abrirme para que me entrara más fácil!

“¡No seas golosa, ahora no, te pregunto si te dejarías otra vez, más adelante! ¡Déjame revisarte, pero no pasa nada, una cree que hasta la revientan pero todo vuelve a su normalidad al sacártela!”

“¡Vamos al baño!” y le preparé una regadera muy calientita. Ya ella adentro me pidió que la acompañara. El espacio es pequeño, pero nos ingeniamos para ayudarla a que expulsara el semen que tenía dentro. Su vagina se le veía muy hermosa, rojita, como normalmente es. Sus labios menores, como siempre, color café la parte que dejan ver en su exterior y van siendo más rojos ya adentro, junto con ese clítoris que a ella se le para un poco al rozárselo o al chupárselo. Si fuera un pene diría que ella es superdotada al observarle lo paradito que se le pone esa perlita. Debajo del chorro de agua mis labios le daban consuelo, mi lengua no dejaba de acariciarla.

“¡Manita, gracias, me estás dando algo parecido a lo de tu cachorro, a lo mejor aprendió él de ti, tú lo enseñaste!”