Visita nuestra casita

Me pidió una amiga le enseñara cómo se tenían relaciones caninas. Tuve que mostrárselo. Lástima, fue demasiado corto, pero sirvió como preparación para lo que venga.

VISITA NUESTRA CASITA

Al salir del restorán de nuestros amigos, ya a altas horas de la madrugada, Emi propuso que nos viéramos lo antes posible, ella y yo solamente. Ese día, el de la Oktober Fest, salíamos tan cansados que no se me ocurrió establecer el plan, pero recordé que ella deseaba vernos en mi casita. La razón era porque quería seguir investigando la idea de hacer algo con su San Bernardo. Yo estaba segura de eso, aunque ella lo había negado, pero había dejado ver la curiosidad que tenía, y más que nada una tentación tremenda que, como me dio a entender, no la dejaba en paz, a lo mejor se convencía y arriesgaba. Quería ver si era verdad lo que yo le había recomendado, que hiciera sexo con su San Bernardo, como que lo había tomado como ficticio, una hablada mía, o de videos porno.

Pero quería que primero le contara si yo lo había hecho con perros y luego le dijera cómo se hace y hasta iba a querer presenciarlo. No estaba convencida, pero si le pareciera yo sabía que Kaiser iba a salir beneficiado y ella feliz.

Por la presión de hacerlo lo más pronto posible ella hizo planes. Vernos el martes en la tarde, en mi casita en el bosque, ella vendría sola en su coche. Yo pedí permiso en mi compañía para salir temprano y me fui a la casita en el coche, sola. Horacio y yo ya habíamos comentado y estaba enterado de la razón.

“¿Crees que ella va a convencerse y acepte volverse zoofílica? ¿Su perro la aceptará?” me preguntó Horacio. Él tiene la idea de que ellos son muy firmes en sus ideas y es  difícil convencerlos de algo, además que se le hacía que hasta los San Bernardos tienen sus propias ideas.

“¡Vas a ver que sí acepta, solita se va a convencer! ¡Probablemente lleve tiempo, pero de que sí le entra, de eso me encargaré yo!”

“¿Y Leo?”

“No sé, eso deberá de ser tarea de ella.”

“Él va a ser muy difícil que lo acepte, ¡Verás que tú vas a terminar introduciéndolo en el interés por la zoofilia!”

Ese martes Horacio estaba emocionado y cooperó conmigo. Me prestó su coche y me preparó algo de alimentos para cena de dos y mi desayuno, así como muda de ropa, una frazada y un paño que usamos para proteger la alfombra de las secreciones que aquel día le parecieron muy grandes.

Desde la noche anterior platicamos de Emi, primero si en verdad pensaba yo que la razón de su insistencia de la visita era porque quería saber de lo que era el sexo con perros, para después ella intentar con su Kaiser.

“¡Ya te dije que estoy segura de eso, ella no me lo dice con palabras, pero con su comportamiento y sus preguntas constantes sobre el tema sexo con perros, somos mujeres y nos entendemos!”

“¿Ya tienes un plan? ¿cómo le vas a decir la manera de como se hace? Se me hace que vas a tener que enseñarle haciendo tú el sexo con Dino.”

“¡Me muero de ganas, pero quisiera hacerlo en tu compañía, tú lo sabes!”

“¡Hazlo esta vez sin mí!, ¡Sí es necesario, creo que solo así lo aprenderá y si ve como lo haces de bonito, con eso ella se convencerá y lo hará con su perro! Otro día me enseñas a mí, con ejemplo. ¡Si logras que ella lo llegue a hacer con Kaiser me vas a tener que invitar a que lo confirme, presenciándolo! ¡Si también tú lo llegas a hacer con Kaiser, también lo tendré que atestiguar! ¿De acuerdo?”

“¡PERVERTIDO!” fue lo que le respondí.

“Pero me harías feliz cumpliéndome esas condiciones, pero no nos olvidaremos de Dino, también a él le tienes que dar su certificación.” Y nos divertimos felices comentando más detalles.

“¡Pobrecita de ti, tendrás mucho que hacer!”

“¡ME FALTABAS TÚ!, ¡CONDENADO! ¡Que te tendría que darte mi mejor parte!”

En el camino iba yo hecha un atado de nervios, como si fuera a mí a la que iban a sacrificar. Iba piensa y piensa qué cosas le iba a dejar ver, cómo le iba a enseñar. Y, primero, como excitarla para que ella solita abriera sus sentimientos. Había una niebla tremenda y a ratos chispeaba, estaba también preocupada por Emi, que a lo mejor no podía venir. No sabía si ella se arriesgaba a manejar en medio de la densa niebla.

Llegué a la casita satisfactoriamente a salvo y feliz. En medio de la chispeada descargué lo que traía y mi adorado Dino inmediatamente hizo presencia. Me lamió las manos y brazos y se restregaba contra mi vestido, mojándolo. Parece que entendió. Ya dentro de la  casa, lo intenté secar con la frazada que me había incluido Horacio. Sin pensarlo, le sobé su panza y hasta le sequé muy cerca de su miembro que en ese momento seguía oculto dentro de su funda. Se encorvó ligeramente y en eso apareció una puntita roja de su pene, como indicándome que ahí estaba esperando, listísimo.

Llegó Emi, también con algunos bultos. La ayudamos a bajarlos y tuve que repetir el secarle el pelaje a Dino, que se dejaba y mostraba que le gustaba mucho que su ama lo estuviera sobando. Ya medio seco le di la libertad que buscaba, se dirigió inmediatamente a Emi, la olfateó intensamente, de pies a cabeza, ella traía un vestidito que le quedaba muy bonito, corto, dándome gusto de que ya se había decidido a civilizarse. El Dino se dio cuenta de que traía olor a otros perros, pero no le importó y le estuvo restregando su hocico contra sus piernas.

“¡Dino, por favor, compórtate, se decente y cortés con Emi, es mi amiga más querida, si la sigues molestando ella no querrá volver!” Le dije y parece que entendió perfectamente. Primero se sentó enfrente de ella, como pidiéndole alguna golosina, pero luego se echó a sus pies.

Emi y yo platicábamos sirviéndonos, de vez en cuando, unas copitas, Dino aprovechaba para venir a mí y exteriorizar algún movimiento de afecto. La lluvia cesó y propuse salir a caminar para enseñarle nuestro bosquecito, en realidad lo hice para hacer que la tensión desapareciera y fuéramos al grano.

Efectivamente, en el paseo mencionó que el Dino estaba muy bien educado, que solo le faltaba aprender a satisfacer a su ama. Lo dijo seguro, para obtener algún detalle de lo que le había llevado a visitarme.

“Lo educamos siempre familiarizándose con nosotros dos y le enseñamos que entendiera lo que queríamos de él, con cariño, y nos hace exactamente lo que le pedimos.”

“¿Se le puede pedir que le haga a una, sexo?”

“Entiende de todo y muy bien”

“¿Tú sabes cómo se hace sexo con un perro?”

“Te dije que leyeras mi relato ‘Mi amiga Ilse y Tibo’ en el TODORELATOS/categorías(zoofilia).”

“No sé ni cómo le pido a la compu que me abra esa página, me da pena, pero la uso muy pocas veces y le tengo respeto, no la vaya a echar a perder.”

“Por ahí deberíamos de haber empezado, te voy a enseñar, déjame sacar mi compu.”

“¡No te preocupes, mejor enséñame en la mía, así me llevo lo que aprenda! ¡La traigo en el coche!”

Le fui enseñando, paso por paso, desde iniciar los programas, hasta que llegamos a abrir la página, ahí le dije que escogiera ZOOFILIA y de ahí buscara con cuidado mi relato. Lo encontramos y lo fuimos leyendo detalladamente.

“¿Presenciaste todo lo que escribiste y te morías de ganas de que la acción fuera contigo? No sucumbiste porque recordaste que eras virgen, ¿No fue así?”

“Honradamente, ni lo tenía en mente, pero fue una excusa por mi cobardía de haber dejado pasar esa oportunidad, una oportunidad que hasta la fecha lamento, ¡Que maravilloso hubiera sido para mí!”

“¿De veras, lo has hecho después de ese relato?”

“Con Ilse sucedió. La siguiente vez que tuve contacto con un perro, Paco, fue cuando ya estaba en la Universidad, tendría unos 19 años. Con él sí fue en realidad mi primer contacto con el sexo de un perro. Podrás leerlo en ‘Paco, mi amor’. “

“¿Qué pasó con Paco, después de él seguiste relacionada con alguno otro?”

“Si, variaditos en el tiempo. También están publicados en TODORELATOS, porfa búscalos en zoofilia, bajo susan174, que es mi nombre de usuario.”

Después de leer mi relato de Ilse con Tibo Emi se emocionó y no controlaba su calentura. En ese momento ya le podría haber informado a Horacio que YA estaba dentro. Pero seguía viendo en la compu. Le dije que si quería ver copulaciones de perros con chicas abriera varias página que después le diría, solo le abrí una, afortunadamente de las pocas muy buenas, que enseñaban lo que yo quería enseñarle, un rito completo hasta el enganche.

“¿Con Dino lo puedes hacer cuando tú quieras?”

“¡Sí!”

“¡Enséñale a tu amiga! ¿quieres? Me da pena y siento raro pedírtelo, pero ¡necesito ver!” Me pidió.

“Solo si otro día me dejas ver como lo haces con Kaiser y hoy sigues mis instrucciones y me ayudas.”

Me puse de pie y me quité la falda y los chones y le dije “¡TÚ TAMBIÉN!”

Protestó y dijo ella no lo iba a hacer, “¡tú haz lo que te recomiendo!”

Estábamos las dos sin calzones, yo misma no sabía por qué le había dicho que ella también se los quitara. El Dino inmediatamente se alertó, sabía exactamente lo que iba a suceder.

“Primero tendrás que familiarizarte y hacer que entre en confianza tu pareja, lo desesperas tantito, con eso lograrás que mejore su función.”

La tomé de la mano y la llevé a darle vueltas a la habitación, a la recamara, de regreso a la sala, Dino desesperado, daba brinquitos, nos golpeaba con el hocico e intentaba derribarnos para lograr su conquista. Estando de espaldas a él, me puso sus patas delanteras en los hombros. Cariñosamente me lo bajé y me traicionó, le metió su hocico a Emi entre las piernas.

“¡No la molestes, cariño!” lo amonesté. Todavía le dio unas lamiditas en su conchita y me volvió a seguir, pero intentó un par de veces lamerme mi cosita. Estaba yo de pie todavía, en ese momento todavía lo dejaba me hiciera lo que quisiera, enseguida tendría que hacerme lo que yo necesitaba.

Busqué el mejor lugar para tener mi cogida perfecta, escogí el mismo lugar que usamos Horacio y yo. Me recosté perezosamente sobre la cama, boca arriba.

“¡Así no lo hacen los perros!” me dijo Emi enojada, ya quería que el Dino me montara. Me dijo que quería ya ver como me iba a salir de mi pepita lo que yo no retuviera dentro.

“¡Ya verás, todo a su tiempo! Lo puedes hacer rápido, pero no lo gozarás, ni él tampoco, solo será un rapidín como el que te recordarás del otro día afuera del restorán.”

“¡PUTA CONDENADA! ¡Que si me recuerdo, que rico de todos modos, nunca lo voy a olvidar que nos hicimos cómplices desde esa noche!” Me dijo la grosera.

El Dino inició su labor, primero me lengüeteó todo lo que quiso y le satisfizo. Me lamia mis muslos, que los tengo muy sensibles, causándome ese cosquilleo que se siente al estar en contacto con alguien diferente a ti. Se concentró en lamerme mis ingles, mi entrepierna y mi monte de venus. Sentía su lengua muy dentro de mi vagina. Puso sus patas a los lados  de mis costados, raro hizo todo cuidadoso de no arañarme. Apoyó su cabezota en mi pecho y empezó a tratar de follarme. Sentía su pene, muy duro que buscaba por todos lados, alrededor de ese hoyito que lo esperaba, provocándome una sensación de caricias, a la vez de lastimar un poco mi carne de esa región.

“¿Ves que así no lo pueden hacer los perros?” dijo ya desesperada.

En eso elevé mi cadera, mi pubis quedó perfectamente alineado para que ya no se fuera a desanimar Dino y me la ensartara. La sentí claramente como iba entrándoseme cada vez que el Dino la empujaba. Sentía su pelambre ya en mis labios y sus huevitos que golpeaban en mi ano, como queriéndoseme incrustar por ahí. Me mantuve quietecita, él también se detuvo dándome tiempo para que le pasara mis piernas por encima de su espalda, alrededor de su cintura y apretándole su precioso pene, pero, como pasa, se aflojó y me la sacó. Su pene estaba bien largo y más gordo que antes, se le salió y se le veía como le colgaba. Se quedó parado, como pensando en cómo volver a su función. Del pene le goteaban secreciones que normalmente las producen para lubricar y continuar con la segunda parte.

“¿Eso es todo? Menos que con los hombres. De todas maneras, ese pene está precioso, se me antoja mucho. ¿Crees que se lo pueda tocar, no le molesto? ¿Se deja?”

“Esto es solo la primera parte, ellos así lo hacen, ahorita va a seguir, solo es un respiro, ¡Viene lo bueno! ¡Ven, recuéstate junto a mí, déjalo  que te busque!”

“¿De veras me va a buscar?”

“¡Hasta te lo va a meter! ¡déjalo, suavecito te lo mete, solo levanta tu colita para que te alcance!”

La acomodé, ella a regañadientes, dudándolo, se dejó en el momento en que el Dino empezó a lamerle su cosita y se le montó. Costó trabajo, pero logró insertársela.

“¡Ya ves lo que me está haciendo éste! Yo había dicho que no, ¡ahorita ya no me quejo, se siente muy rico!”

El Dino se volvió a salir dejando escurriendo sus jugos. Aún no le había crecido su pene totalmente.

“Al ratito va a volver y es ahí en donde uno goza lo máximo. Ya lo verás cuando lo tengas dentro, pero deberás de tener en cuenta que te tendrá que meter su bola, unas dicen que duele, a mí me da placer ese dolorcito.”

“Hazlo tú con él, me está dando mucho placer verte, y tengo que saber bien como se hace, por favorcito, me vas instruyendo y diciendo lo que sientes.”

Me dio gusto de que ella no insistiera en continuar buscando que mi Dino se siguiera complaciéndola. Yo me di prisa para evitar que fuera a cambiar de opinión.

Bajé de la cama y en la alfombra me puse de cuatro y le expliqué que era más sabroso como perrito, para que él pudiera dar más empellones. Apenas me había colocado en mis cuatro cuando ya tenía al Dino sobre mi espalda, apretándome con sus patas delanteras a mis costados, como quien dice para que yo no me fuera a fugar. Lo dejé que solito encontrara mi hoyito, pero tardó a pesar de que yo le ayudaba cambiando de posición cada vez que fallaba. Subí mi pecho a la cama, mis piernas colgaban, las mantenía bien abiertas para que no siguiera fallando.

“Así es esto, a veces logra metérmelo rápido, pero hoy se quiere lucir contigo.”

“¿Se lo puedo guiar a que le quede en tu entradita?”

“¡Sí, porfis!” Ya casi estaba por entrar, con un poquito más de paciencia lo iba a lograr, pero pensé, “¡Si la dejo que se lo toque, más se va a calentar y va a querer tener más!”

Efectivamente, como le dije: “una mano tan linda logró apuntarlo fácilmente.” Me entró bien rico. Me bombeó bastante tiempo. Ella se inclinaba y me corrigió mi posición para que mis pechos no sufrieran. Me sobaba mis caderas y mi espalda, a veces me limpiaba las babas que el Dino me dejaba en la espalda y en el pelo, me apapachaba, consintiéndome casi maternalmente.

Yo me concentraba en gozar lo que el lindo perrito me daba. Su pene, bien grande y gordito estaba acurrucado en mis entrañas. A ratos me inyectaba un poco de su semen. Cada vez se lo notificaba a Emi,

“Ahorita está eyaculando un poco, su bola me va a entrar, ¡Ya va a entrar!”

“¡Ya la siento, va entrándome lentamente, con cada empujón que da logra entre otro poquito más! ….. ¡Le falta, tiene que quedar bien anidada, la siento ya en mi vulva, pero tiene que estar más dentro para que yo la pueda detener y no se me salga!”

“¡MÉTELA MÁS, CHIQUITO, UN POQUITO MÁS, HASTA QUE YA LA SIENTA SEGURA, MÁS, ¡MÁS!” Ya la fui sintiendo segura y le di las gracias con mi cariño.

Esperaba que Dino se diera vuelta para que Emi viera como hacen los perros, que se quedan cola con cola, pero Dino se sentía cómodo echado sobre mi espalda y de ahí me inyectaba su lechita calientita y rica y se quedó ahí hasta el final en que jaloneó para desprenderse.

Emi pendiente, “¿Te sigue inyectando su semen?”

“¡Sí, lo siento como me entra su lechita caliente cada vez! ¡Con cada pujido que veas que hace eyacula otro poco más dentro de mí! Si quieres, puedes darte cuenta, pon tu manita sobre mi pelvis y sentirás sus contracciones, con cada una de ellas va un chorrito más de semen para dentro de mí. Es hermoso, tengo que sentirlo, ¡TU TIENES QUE SENTIRLO DENTRO! ¡Ya lo verás!”

“¡Quiéreme, estoy en las nubes, no puedo más, este condenado me está volviendo más y más loca, ¡OTRA VEZ ME VENGO! ¡DÁME TU MANO! ¡QUE RICO, OTRA VEZ ME ECHA OTRO POQUITO DENTRO!”

No recuerdo más que hice. Esperamos pacientemente a que Dino terminara su función, unos minutos que yo hubiera deseado alargar más.

“¿Estas bien, cómoda?” me preguntó.

“¿Puedes aguantar más tiempo con el pene y sus bolas dentro?”

“¡Sí, lástima que se acabe, quisiera seguir sintiendo más, y que tú lo sintieras conmigo, a la vez! No te dejarías despegar, te conozco, eres viciosa como yo.

El final llegó,

“¡QUE BÁRBARA, ESA BOLOTA ES LA QUE TE METIÓ Y LA TENIAS DENTRO, Y ¿NO TE LASTIMABA?”

“¡NO ….!” Y el Dino la dejó salir. Es grande, pero mis labios  la dejan entrar fácilmente, y salir. Antes de entrar él solito la lubrica y se le resbala a uno.

Dino se desenganchó y de mi conchita salió la cantidad sobrante del semen tan rico que me había plantado dentro. Escurría entre mis piernas, empapando el trapo que Horacio había previsto.

“¡Lástima que fue tan corto! ¡cómo hubiera deseado alargar el haberlo mantenido más tiempo dentro, anidado en mis entrañas, calientito, eyaculando a su gusto!”

“¡Eres un ángel venido del cielo!” le dije al Dino que se ha de haber ruborizado y con toda humildad aceptó mis palabras. Se acurrucó y después de haberse limpiado el pene lo dejó se le retrajera y se quedó echado a los pies de la cama.

“¡Ahora sí creo que es maravilloso hacerlo con los perros! ¿Cómo te sientes después de haberlo gozado y detenido dentro de ti? ¿Cómo te quedó la pepita, te lastimó, o te talló demasiado? Se te ve muy bonita, rosada.”

“¡Me gustaría sentir lo que tú ahora sientes, bien cogida! Ahora sí, no podrás tardarte, necesito me ayudes con el Kaiser, inmediatamente, pesa un chorro y sus patas son un poco más cortas, creo.” Me dijo.

“¡Ay manita, claro que sí! ¡Aún me sigo sintiendo anudada, como si el Dino todavía estuviera dentro de mí! ¡Cómo me gustó el chácale, chácale que me hizo!”

“¡Estas loca y cogida, que envidia te tengo! ¡Yo quisiera ser la loca bien cogida por este perro!”

“¡Te propongo un cambio, Dino por Leo!” se le ocurrió decirme.

“¿Porqué no me dices que por Kaiser?”

“¡Leo te fascina, como a mí, pero este Dino es lo máximo! ¡Me doy cuenta de que a Leo lo deseas a cada rato, con Dino estaré soñando todo el tiempo, hasta que logre que me coja!”

“¿Cuándo vas a querer probar con Dino y cuando con Kaiser, que también te vas a enamorar de él? ¡se ve rete sabroso! ¡Se me hace agua la boca por tenerlo dentro, la ha de tener como es él, bien gruesa!”

“Con Dino, pues solo hacemos planes y detrás de nuestros maridos nos ponemos de acuerdo, pero con Kaiser tendré que ingeniarme como le puedo hacer con Leo, aunque él es tan amoroso que lo que yo le diga lo acepta fácilmente, pero alejarlo haciendo que coincidan nuestros horarios y los tuyos está difícil.”

“Ya veremos habrá que pensarle bien, ¿pero ahora que hago? me tengo que ir. Mi vagina está llena de eso que les sale a los perros antes del semen. Quiero conservarlo, me deja sentirlo y creo que teniéndolo ahí, al rato me calmo.”

“Ven, déjame verte y tentarlo.”

“Es muy poco lo que te dejó,” le dije y con ese pretexto empecé a masturbarla. Increíble, solo la toqué y se vino, estaba que ardía. Seguimos y me pidió dejarla verme mi vagina repleta de semen. No solo me la miraba, me dedeaba, dos, tres y no sé si más dedos me metía. Me encontró fácilmente mi punto más sensible y me llevó a otro orgasmo. Yo también le hacía lo que ella a mí, pero yo también tremendamente alocada, la excitación que me había causado el estar con Dino no me cesaba.

“¡Quiero que hagas sexo con Kaiser delante de mí, antes de que yo intente que lo haga él conmigo! ¿Te parece buena idea? Así lo conoces bien y a mí me enseñas como hacerle con él, que es muy temperamental.”

“Desde el día en que te vi con él me di cuenta de que te está deseando, le urge una hembrita, especialmente si es una güerita linda, con esos muslos tan hermosos, solo espera una oportunidad. Claro, él también tendrá que aprender. Por lo pronto vete familiarizando con él, acarícialo, acurrúcate con él, manoséale el pene. Pero siempre hazlo que él te desee, no lo satisfagas hasta el día en que ya estés decidida a tener acción con él.”

“Me voy a ir, te ayudo a levantar todo este desgarriate que hicimos.”

“No es necesario, se ve mucho, pero es muy poco. Lo único que tengo que lavar es el lienzo con el que recogimos lo que yo eche para afuera y yo tengo que ver cómo echo para fuera eso que me queda dentro de la vulva, y lavarme afuera.”

“Entiendo, para que Horacio no sospeche, ¿verdad?” Me dijo y le contesté que a él le gusta todo lo que hace su mujercita.

“¿Y cómo le haces, te irrigas dentro?” me preguntó

“No, yo lo echo para fuera solita.”

“¿Pero te sale todo? ¿y quedas limpia?”

“Sí, claro. Después me pongo una toallita sanitaria, por precaución.”

“¿También los semen de Leo y de Horacio los puedes echar para fuera?”

“¡También podría, pero esos, cada vez, los conservo, aunque solo sea en mi mente y así prolongo mis ratos felices, como cuando uno come algo sabroso y quiere que le quede el sabor! Ya después se me salen solitos, poco a poco.”

“¡Bárbara, lo que uno viene a aprender contigo!, ¡Tschüss, nos vemos querido tesorito! Te llamo o tú me llamas y nos ponemos de acuerdo, hoy fue mi día más lindo, quedé llena y completa.”