Visita médica (3)
Sesión con la fisioterapeuta, final sorprendente.
VISITA MÉDICA (3)
El día transcurrió en silencio entre la pareja. Ambos aún retenían en la memoria las escenas de humillación que habían sufrido los dos. Físicamente, fue Lara la humillada. Pero su marido también recibió sus dosis de humillación, al no hacer nada para defender a su mujercita, al quedarse sin la suficiente entereza como para que aquellos actos finalizasen y preservar así la integridad de Lara. Pero no hizo nada, había quedado demostrado que podían tocar a su mujer y que él no haría nada. Interiormente se sentía un cobarde, recordando que incluso tuvo una erección al contemplar a su esposa desnuda e indefensa ante los dos clínicos.
Se acostaron los dos. Él la abrazó, tratando de consolarla mientras ella lloraba.
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Ella le correspondía con un apretón en el brazo. Pudo esbozar una leve sonrisa imaginando su cuerpo de embarazada, pero las lágrimas siguieron bajando largo rato.
Al día siguiente, cuando ella se levantó, se duchó
rápidamente, una ducha templada que le ayudase a relajarse. Se vistió con
calcetines de lana gorditos, una braguita blanca y muy pequeña, un sujetador con
adornos a juego con las braguitas y unos vaqueros blancos ajustados y una blusa
rosa de cuadros vichí. Al dirigirse hacia la cocina se encontró con su marido
preparando un buen desayuno. Ella sonrió ante la tierna visión de su hombre
afanándose en prepararle un zumo de naranja, unas tostadas, el olor de un café
recién hecho. Ella lo abrazó, y solo acertó a decir <
Ella salió de casa antes que su marido. Quería llegar cuanto antes a la clínica y pasar el último trago de aquél suplicio. Durante el camino, se animó a sí misma pensando en como podría ser el regreso a casa aquél mismo día. Si todo salía bien y le comunicaban la concesión del certificado médico, podría darle la buena noticia a su marido y celebrarlo aquella misma noche. Pensaba en el futuro esperanzador, y con esa alegría llegó a la clínica, y aparcó el coche.
Pero toda esa esperanza pareció desvanecerse, cuando al entrar, la recepcionista morena, que la miraba de forma lasciva, se encontraba en medio del vestíbulo y se dirigía a ella al percatarse de su entrada.
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Sin procurar no hacerle mucho caso, Lara subió las escaleras y torció a la derecha para llegar a la consulta. El piso superior estaba decorado de la misma manera que el de abajo, siguiendo una línea estética muy clásica para hacerlo sobrio, sin muchos alardes y adornos, para respetar la seriedad del trabajo que supone el tratar las enfermedades de las personas.
Tuvo que pasar por enfrente de la consulta de pediatría. Era fácilmente deducible por la cantidad de niños que se hallaban en la sala de espera e incluso por el pasillo. Las madres se afanaban en mantener algo de orden, pero era imposible. Lara al ver a los niños sonrió, era una escena tierna y por un momento dejo de pensar hacia donde se dirigía. Pero debía continuar, y cuando llegó a la sala de fisioterapia se dio cuenta de que aún no se había imaginado que era lo que le podía suceder aquél día.
La sala de espera era similar a la del médico Menéndez, con sus paredes grises oscuro y sus sillas negras pegadas a la pared. Al sentarse se empezó a sentir nerviosa. Lo único que le tranquilizaba era que se trataba de una chica la que iba a tratarla, una fisioterapeuta. Si era joven, como ella, puede que le hiciese un tratamiento normal, y que incluso le aliviase el dolor que parecía en la espalda. Nunca se quejaba, el dolor se producía solo cuando adoptaba ciertas posturas. Sin duda, esas contracturas estaban producidas por la elevada cantidad de ejercicios que realizaba en el gimnasio, pero creía que valía la pena. A cambio, sus músculos se habían puesto a tono. Alcanzó un desarrollo muscular muy alto para una chica. Lo ocultaba con toda la ropa que llevaba encima, aunque se podía intuir por lo ajustada que la llevaba. El médico Menéndez había quedado impresionado en cuanto le puso las manos encima, y no pudo reprimirse y abusó de ella.
Pero con la fisioterapeuta sería distinto.
Una mujer, vestida con pantalones y camisola blancos propios de los clínicos, salió para llamarla. Accedió al interior de la consulta. Se trataba de una sala grande, que al fondo se dividía en dos cabinas. En cada cabina había una camilla acolchada, revestida con una tela blanca y en el cabezal con un agujero para introducir la cara cuando la persona estuviera boca abajo. La auxiliar la llevó a una de las cabinas, la que quedaba al lado de la pared que separaba la consulta de la siguiente, que era la de la pediatra. Se podía escuchar el bullicio de los niños, y Lara tuvo que sonreír al oírlo tan próximo. De repente apareció una mujer mayor, de unos sesenta años aproximadamente.
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Se sorprendió de ver a una señora tan mayor. No tenía prejuicios, pero se había esperado a una chica joven por la estética de la clínica. Parecía extraño una mujer tan mayor en una clínica tan moderna, pero el caso es que le agradó la sonrisa de la mujer y la forma de hablar tan alegre que tenía. Era una mujer no muy alta, algo rechoncha, de cabello rubio oscuro.
La cabina era amplia, había espacio más que suficiente para desarrollar su actividad. Ella se sentó en un taburete y Lara se quedó de pie, a la espera de que le diera las primeras instrucciones.
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La verdad es que Lara no se sentía intimidada con ella, como se había sentido con el resto del personal de la clínica. La única que le inquietaba era la auxiliar, una chica joven, de unos treinta, con el pelo liso bien peinado y que siempre que estaba presente le miraba el culo.
Primero se quitó los zapatos, de pie, pisando uno sobre otro. A la vista quedaron unos calcetines verdes de lana muy cómodos y muy vistosos, que llegaban a la mitad de la pantorrilla. Le encantaban. Después empezó con la blusa de cuadritos pequeños rosas y blancos. Se quitó un botón, otro, y según se los quitaba ella le preguntaba.
<<¿Qué trabajo tienes?>>
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<<¿Adoptáis posturas incómodas?, cuéntame como fue la última vez, por ejemplo>>
Se bajó los pantalones hasta las rodillas. ¿Qué debía hacer?, parece que responder, pero era una respuesta muy indiscreta, no sabía si atreverse. La fisioterapeuta por su parte no perdía detalle del cuerpo de Lara. Sus muslos marcados por los cuadriceps, sus abdominales marcados, los hombros recios, Su boca empezaba a salivar.
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<<¿Te hace daño cuando te penetra? ¿Cómo la tiene?, venga, cuéntame>>
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<>, no podía más. ¿Cuánto iba a durar aquello? No la había tocado y ya
estaba desarmada e indefensa.
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Al fin se deshizo de los pantalones y los dejó en el suelo. En esto entro la auxiliar en la cabina, como si ya hubiese terminado una parte de su trabajo y ahora solo tuviese que estar pendiente de la pobre Lara. Al entrar, Lara estaba de pie, en sujetador, bragas y calcetines, con las manos entrelazadas a la altura de su ombligo. Se quedó embobada mirándola, ahora Lara veía perfectamente que se encontraba ante dos lobas sedientas de carne fresca. El ruido de los niños en la consulta de al lado persistía, percibiéndose también las voces de las madres y a veces la voz de una enfermera llamando o tratando de calmar a un niño.
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Lara sabía que abusarían de ella de algún modo. La cara sonriente y arrugada de la fisioterapeuta contrastaba con la mirada seria y viciosa de la auxiliar. Las dos jugaban a un juego, una especie de poli bueno y poli malo. Se encontraba en medio de dos mujeres que no la soltarían hasta saciar sus impulsos sexuales.
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Otra pregunta indiscreta, sin saber qué contestar.
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<>. Lara se sorprendió pronunciando esa frase. Estaba bajando su
defensa y entrando inconscientemente en el juego de ellas. ¿O acaso su
naturaleza sumisa le estaba jugando una mala pasada?. Por muy crispada que se
sintió después de las exploraciones anteriores a ésta, ella no había hecho nada
por evitarlas. Puede que la razón del trabajo fuera tan sólo una excusa, y que
en realidad ella sólo fuese una sumisa necesitada de alguien dominante. Si bien
es verdad también, que hasta ahora no le habían producido daño físico y por
tanto, creía seguir pudiendo aguantar todo aquello.
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En esa posición, aún con las braguitas y calcetines puestos, Lara se sentía expuesta totalmente a aquellas dos mujeres. Sus pechos se encontraban del todo a la vista, en su completa plenitud. Se veía incluso un lunar negro que alcanzaba casi un centímetro bajo su pecho izquierdo. Se dio cuenta de ello al notar como Carmen fijaba su mirada en ese lugar.
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Lara dio un suspiro por mantener las bragas aún puestas. Puede que no se las hicieran quitar esta vez.
La fisioterapeuta se colocó a su izquierda, de pie. El cuerpo de Lara acostado le quedaba a la altura de su cintura. Le hizo una indicación a su auxiliar. Ésta le dio algo, un bote, y volvió a ponerse a la derecha de Lara. Sintió en la espalda algo frío, muy frío, que le hizo arquear la espalda. Era el aceite con el que la fisioterapeuta le estaba lubricando la espalda. Sus manos lo extendieron por toda su piel, desde su nuca hasta la gomita de las bragas, pasando por sus axilas, omóplatos, columna, vientre, todo fue alcanzado por esas manos maduras y expertas. Al principio Lara sintió que se relajaba, la tensión de sus músculos disminuía y sentía como sus ojos se cerraban con la modorra que le proporcionaba aquel masaje.
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Se dejó hacer, al fin y al cabo no tenía otra alternativa si quería ese estúpido certificado para aquel trabajo. Las manos de Carmen, más recias y fuertes, se deslizaron a lo largo de las piernas de Lara. Carmen disfrutaba al repasar esa piel, tan suave, sobre unos músculos tan firmes y definidos. Estaba sintiendo en su interior un placer que hasta entonces no había experimentado. Durante mucho tiempo había visto a aquellas chicas con cuerpos de muñecas, tan apetecibles, tan apetitosas, y que sin embargo, hasta ese día no había podido alcanzar de esa manera a ninguna. Ahora tenía a una chiquilla de veinte años, con un cuerpo espectacular, sin apenas grasa, y ese cuerpo estaba ahí a su entera disposición. El placer que se obtiene a través del tacto es infinitamente mayor al que se obtiene con los ojos. Podía estar masajeando a Lara durante todo el tiempo del mundo.
La fisioterapeuta por su parte se encargaba de tratar el nudo que se encontraba en el músculo paravertebral izquierdo de Lara, si bien con sus manos alcanzaba también la nuca y hombros. Cuando sus manos se deslizaban por los omóplatos, las dejaba caer a los lados, llegando a rozar las tetas de Lara que en esa postura, sobresalían un poco por debajo de su cuerpo. Aquellos roces, que al principio eran poco perceptibles, fueron adquiriendo mayor frecuencia y fuerza, hasta convertirse en el centro de la actividad de la fisioterapeuta, que solo se dedicaba a los músculos intercostales y por extensión, a las axilas y pechos de Lara. Comenzó a aumentar su sensibilidad en ellos, empezaba a estar incómoda en esa postura al sentir sus tetas aplastadas por el propio peso del cuerpo. La fisio había conseguido estimular la piel de sus pechos. Eso dio lugar al comienzo de una leve excitación en Lara. Se incomodó mucho por ello, era lo que le faltaba.
Al mismo tiempo, las manos de Carmen también habían encontrado un lugar central de trabajo, la parte superior de los muslos de Lara. En ocasiones alcanzaba los glúteos por debajo de las bragas, en rápidas incursiones de sus manos. Aquella era la piel más suave, ya ahora Carmen no tenía reparos en mantener allí toda la acción. Se adentraba en la cara interna de los muslos, subía por sus nalgas, las abría hacia los lados, las apretaba, se había adueñado completamente del culo de Lara. Ésta gemía, no podía negar que lo que le producían esas mujeres era placer, pero un placer no consentido. Su marido nunca había tratado su culo como lo estaba haciendo ahora la auxiliar, con un deseo tan ferviente que dudaba de cual sería su estado al finalizar su voracidad.
En un arrebato propio de la enorme excitación que tenía, Carmen atenazó las bragas de Lara, manchadas ya de aceita, y se las arrebató con una vehemencia inusitada. La pobre Lara se giró y se vio totalmente desnuda. Carmen iba a devorarla por fin, y la fisioterapeuta, aquella señora tan mayor trataría de tranquilizarla y relajarla para evitar un daño mayor.
Carmen cogió cada nalga con una mano y las abrió.
<<¡¡¡No, por favor!!!>>
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Carmen levantó la cara de entre las nalgas de Lara. Cogió otra vez el aceite y lo vertió sobre el culo de Lara. La pobre sollozaba desconsoladamente, tendría que seguir aguantando más. Después, Carmen le hizo un gesto a la fisio, que le tendió algo, un instrumento.
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Lara empezó a llorar, <
Carmen continuaba con su acción, ya tenía medio instrumento en el interior de Lara. Introducía un poco, y lo dejaba hasta que el cuerpo de Lara lo aceptaba, un poco más y volver a esperar. La anchura provocaba una apertura anal con la que Carmen estaba disfrutando enormemente. Tampoco se le escapaba que Lara estaba segregando abundantes fluidos, propios de la excitación y de la estimulación sexual producida. Cuando el instrumento se mantuvo en el interior de Lara sin necesidad de sujeción, Carmen abandonó momentáneamente su puesto, para coger una cámara. Con la vista en nebulosa debida a la excitación, Carmen acertó a hacerle unas fotos al cuerpo de Lara penetrado analmente. Realizó en todos los ángulos, incluso una de frente en la que se veía el gesto de Lara, que podría interpretarse como un gesto de placer si así se hacia ver.
Cuando terminó de hacer las fotos, le sacó el instrumento del culo suavemente, tratando de no mancar a Lara. La fisio limpió la espalda y piernas de Lara con una toalla, para eliminar los restos del aceite.
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Aquel no era consuelo para Lara. Sentía como el aire entraba en ella por su culo, una sensación que no le resultaba muy placentera.
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Lara no dijo nada, estaba acostada otra vez, boca abajo, dejándose hacer. Ya no podía ser peor que lo que había soportado. Su culo le ardía, no sabía cuanto tiempo transcurriría hasta que se le pasase aquella molestia.
Sintió como unas placas pequeñas y frías otra vez. Le pusieron cuatro, dos en donde tenía la contractura en la espalda y otras dos en la cara interna de los muslos, cerca de las nalgas. De esas plaquitas salían unos cables que llegaban a un aparato que era el que generaba la corriente. La fisio, una vez puestas las placas, moduló la intensidad de la corriente de manera que el músculo se estimulase sin llegar a producir molestia. Una vez alcanzado el nivel adecuado, dejaron a Lara sola en la camilla durante unos minutos.
Cuando estuvo sola volvió a sollozar, no mucho. Se enjugaba las lágrimas y los mocos con una mano, mientras sentía las corrientes como relajaban sus músculos. Había temido esas corrientes, pero ahora le resultaban agradables. De fondo, aún se oía el jaleo de la consulta de pediatría. Lara sonrió al escuchar a los niños, al pensar que ya no tardaría en ser madre gracias a aquel trabajo que tanto le costaba conseguir. Se encontraba al borde del sueño cuando alguien entró. Se volvió y era Carmen.
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En esa posición, la corriente estimulaba de lleno el coño de Lara, y toda esa zona tan sensible y estimulante. Lara intentó girase para quitarse esas placas, pero Carmen la agarró de los brazos y se lo impidió. Las dos forcejearon, una tratando de soltarse y la otra sujetándola. La corriente empezó a hacer mella en Lara, que sintió como su cuerpo reaccionaba y se excitaba. La intención de Carmen era que se corriese abundantemente.
La estimulación continuó, los músculos de su abdomen temblaban ya, había tenido ciertos conatos de orgasmo pero había aguantado. Ahora estaba más cansada, y se rindió. Si Carmen quería aquello tarde o temprano lo tendría. Así pues, levantó un poco la cabeza, mirando fijamente a Carmen, apoyo sus brazos por los codos, dejando ver sus tetas y quedando completamente expuesta a Carmen. Ésta comprendiendo que Lara se había rendido, se limitó a observarla de frente apoyada en la pared. Lara la miraba fijamente, con una especie de orgullo en su interior.
<<¿Quieres ver como me corro? ¿Quieres ver como mi cuerpo tiembla con el orgasmo?, lo verás, pero no me verás sentir vergüenza por ello>>
Carmen quedó petrificada con aquello. Justo cuando acabó de decirlo, Lara alcanzó un orgasmo descomunal, todo su cuerpo se agitó en un terremoto colosal, la camilla estuvo a punto de ceder por las vibraciones de tanta intensidad como su cuerpo estaba generando. Los flujos de su coño cayeron por los laterales de la camilla al suelo, las tetas de Lara vibraban al unísono con su cuerpo, pero su cara se mantenía con el mismo rictus de orgullo con el que había realizado la aseveración a Carmen. El orgasmo no se reflejaba en su cara, a no ser por un leve gemido que salí de su boca, que trataba de controlar pero que era imposible. El ceño estaba fruncido, como si estuviese enfadada, los ojos permanecieron fijos en Carmen, que contemplaba asombrada como aquella chiquilla, en realidad, las había vencido a las dos al no mostrar ningún signo de humillación en el orgasmo.
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