Visita inesperada
Recomendaría anunciar previamente una visita, puede que la persona a visitar no esté en su casa, o peor aún, que si esté.
Visita inesperada
Hace poco más de una hora que se marchó Fernando, tiempo que me había permitido tomar un relajante baño hasta que la fría temperatura del agua, me hizo salir de la bañera en forma apresurada. Terminaba a penas de secarme cuando sonó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie, y el hecho de que fuese el timbre de la puerta, en vez del intercomunicador, me hizo ir hacia ella mientras me cubría con una ligera bata de seda. Debía ser alguien que viviera en la casa, y tratarse de algo urgente ya que el sonido del timbre se volvía apremiante. Abrí la puerta y viendo a la persona que llamaba, debí quedarme con la boca abierta por el asombro.
Ante mi se encontraba un desconocido, alto, fuerte, de unos 50 años, cara muy seria y con rasgos como cortados a hachazos, propietario de un par de ojos azules, que me miraban con frialdad casi inhumana, como seguramente miraría un médico forense al cuerpo inanimado mientras practica una autopsia. Todo en su conjunto impresionaba, pero lo insólito, lo anacrónico, era la larga sotana negra que vestía.
Se presentó a si mismo, con una voz cortante. Soy el Padre Torquemada, dijo, y continuó, hermano de la esposa de Fernando, de modo que ya usted debe suponer por qué he venido, le agradecería me concediera unos minutos.
Sus palabras me dejaron helada, Fernando y yo éramos amantes desde hacía un par de meses y nunca me había hablado de que estuviera casado. También es verdad que nunca se lo había preguntado.
La situación era verdaderamente incómoda, más todavía hablando ante la puerta de mi departamento, así es que le invité a pasar hasta el salón y sentarse. Que desea tomar?, pregunté mientras me servía una copa de Cognac, presentía que la iba a necesitar. Lo mismo que usted me respondió, sin dejar de mirarme fijamente.
Le tendí su copa para dejarme caer literalmente, sobre el sillón y, en completo silencio, los dos nos observamos durante unos minutos. Después comenzó a hablar.
Como le he dicho, soy cuñado de Fernando, su amante. Mi hermana nada sabe de esta visita, pero no voy a permitir que mi hermana sufra por su causa. Su relación tiene que terminar hoy mismo.
El tono de su voz era ofensivo, mas que sus palabras y su fría mirada. En un instante pasé de la sorpresa a la ira, y sin desearlo realmente, defendí a Fernando, como si ya estuviera al tanto de su estado civil.
Me di cuenta, de pronto, que mi bata apenas me cubría, y en un primer impulso quise levantarme y dejarle solo mientras me vestía. Algo me detuvo, sin embargo, y permanecí sentada, sin hacer ningún esfuerzo ni intento de cerrar la larga abertura de la bata que mostraba mis piernas ampliamente.
El Inquisidor se dio cuenta, y haciendo un gesto de desprecio las miró fijamente, sin dejar por ello de soltarme su manido discurso sobre mi inmoralidad y el daño que le hacía a su hermana.
Ya estaba harta de él, me volqué hacia la mesa de centro para coger un cigarrillo del paquete, y al hacerlo, los paños de la bata se abrieron aún más. Sus ojos me siguieron, vio perfectamente mis senos y por un momento interrumpió su discurso, para reanudarlo con críticas más acervas. Pude echarlo de mi casa, pero aquella fría mirada me puso furiosa, me propuse probar hasta donde era capaz de mantener su postura. A partir de ese momento entablamos una peligrosa partida, un desafío descarado y para ello, sentada frente a él, fui abriendo mis piernas lentamente, mostrándole al hacerlo, que estaba desnuda debajo de mi bata.
El tono de mis replicas también cambió, de agresiva pasé a ser insinuante, dulcifiqué mi voz, le sonreí por vez primera mientras con una de mis manos comencé a acariciar mi cuello. Sin dejar de mirarle sonriente, mi mano se introdujo bajo las solapas de la bata para acariciar mi pecho. Su cara se petrificó al momento, dejó de hablar y se hizo un silencio denso. Mis manos continuaron su andadura, la bata completamente abierta le mostraba mi cuerpo desnudo.
Se puso en pié bruscamente, parecía dispuesto a marcharse y no quería permitírselo. Me puse en pié, a mi vez y la bata se deslizó por mis hombros hasta caer al suelo. Desnuda y erguida permanecí ante él, sin que se atreviera a dar un solo paso hacia la puerta, sin que dejara de mirarme, aunque ya no era a los ojos a los que miraba.
Por mi parte, me daba cuenta de que aquel témpano de hielo, duro y peligroso, se estaba derritiendo por momentos. Avancé hacia él y apoyé mis manos en su pecho, le oí decir, -no lo haga. Por favor, no lo haga. Pero ya nada podía contenerme. Los botones de su sotana fueron cayendo por el suelo, les siguió la sotana, la camisa.
Desabroché su pantalón, y al hacerlo, mis manos tropezaron con su sexo que aprisioné entre ellas, era lo único en él que permanecía erguido, todo el resto se había derrumbado. Mirándole a los ojos me fui agachando hasta que mi cara quedó a la altura de su verga. Mi boca se apoderó de ella, y en ese punto, su cuerpo recobró el movimiento; inició un movimiento lento con su pelvis, la sentía más profundamente en mi garganta, creciendo, palpitando. Ninguno de los dos hizo el intento de separarnos cuando le llegó el orgasmo, no hubo ni una gota que se perdiese fuera.
Me puse en pié y tirando de su mano le llevé hasta mi cuarto, hasta hacerle caer sobre la cama, y solo entonces me dedique a mirarle. De rodillas sobre la cama, junto a él, inicié un lento recorrido por todo su cuerpo, con mis manos y mi boca. Me di cuenta de que ya era otro muy distinto del que llamó a mi puerta, este era un hombre, aquel un témpano de hielo, y mientras lo pensaba y por primera vez, me tomó entre sus brazos.
-ahora te toca a ti- dijo- y me sentó en el sofá mientras el se arrodillaba, abrió mis piernas y comenzó a besar mis muslos por su parte interior, subía y subía haciéndome desear su lengua en mi coño, pero cuando llegaba saltaba hacia el otro muslo y me dejaba con las ganas una y otra vez, hasta que en una de ellas puso toda su boca en mi coño y pude sentir por fin su lengua caliente sobre el. Sus labios chupaban, su lengua jugaba y yo me volvía loca de placer.
Mientras estimulaba mi clítoris sus dedos empezaron hurgar en la entrada y yo empujaba, y me frotaba ansiando sentirlos dentro de mi, primero uno, apenas la puntita y poco a poco fue metiéndolo entero, después el otro, yo ya estaba a punto de correrme así que cogía su cabeza y tiraba de su pelo intentando compaginar las embestidas al ritmo que necesitaba y así sentí crecer el orgasmo dentro de mi hasta que estallo violentamente con su deliciosa boca y sus dedos dentro de mi.
Me permitió un minuto de descanso mientras subía besando mi vientre, mis pechos y mi cuello suavemente hasta posar sus labios en mi boca. Sus caricias fueron despertando mis ganas de nuevo, ahora quería sentirle dentro de mi. Bajo su mano a mi entrepierna comprobando las condiciones y metiéndose entre ellas comenzó a tocarme mientras pasaba su puntita por los pliegues de mi vagina. Poco a poco metía la punta, se quedaba quieto y volvía a sacarla, repitió esto varias veces creándome una expectación apenas soportable con la idea de que en pocos instantes la tendría toda dentro de mi.
Cada vez entraba un poco mas y yo no podía resistir la tentación de empujarle hacia mi, quería tenerle dentro y cogerle el trasero, rodearlo con mis piernas para que no se pudiera escapar. Por fin me la metió entera y me cabalgaba mientras no dejaba de besarme, me encantaba ver su cara mientras sé movía buscando mi placer y el suyo
Nos giramos y quede encima suyo, no podía parar de moverme de frotarme contra el, sus manos agarraban mi cintura y acompasaban el ritmo, me deje echar un poco hacia atrás y pude volver a sentir como crecía dentro de mi esa sensación indescriptible de cuando sabes que va a suceder de nuevo, y sucedió....quede rendida tumbada sobre el por unos instantes. Pero enseguida recupere el aliento y estuve dispuesta a hacerle chillar tanto que los vecinos tuvieran bien claro que es lo que estaba pasando.
Le dije que se sentara y abrazada a el me movía mientras no dejaba de besarle cortando su aliento, mis piernas le rodeaban y apoyándome en los brazos me eche hacia atrás para que aparte de sentir pudiera disfrutar de la vista.
Su respiración se aceleraba con cada embestida y su ritmo también, cuando creí que era el momento le tumbe de nuevo y me puse en cuclillas moviéndome violentamente mientras acompasaba sus sacudidas, su cara se tenso, su músculos, su vientre todo su cuerpo, el sudor empapaba su frente y arqueándose empezó a correrse mientras sus suspiros subían de volumen, unos segundos y su cuerpo se relajo debajo de mi
No me moví durante unos minutos dejándola dentro, dejándole disfrutar de esos escasos minutos de semiinconsciencia, tumbada encima suyo y dejando que el sueño y el cansancio acudieran a mi cuerpo, me deslice a su lado y nos quedamos dormidos abrazados.
Al despertar, ya no estaba a mi lado, le busqué por el apartamento y no quedaban rastros de su presencia. Sabía que tampoco estaría en su Parroquia y, efectivamente, días después los periódicos comentaban la extraña desaparición de un cura, pero a esas alturas, había roto mi relación con Fernando.