Visita esperada con desenlace inesperado

Marina va a casa de su hermana y su cuñado para ver a su sobrino recién nacido. Algo prohibido y condenable moralmente se desencadena en el peor momento y en el peor lugar posible que transformará a la joven Marina para siempre

Hacía menos de dos semanas que mi hermana Clara y mi cuñado Roberto habían sido padres de un bebé precioso y ese domingo me dirigí con el bus a su casa para verlos y pasar un rato con ellos. Recuerdo perfectamente cada detalle de aquel día porque lo que sucedió se quedaría grabado en mi interior para toda la vida.

Por aquel entonces yo acababa de cumplir diecinueve años, estudiaba en la universidad y llevaba pocos meses viviendo con mi novio en un pequeño piso en la ciudad. La verdad es que estaba pasando una etapa bonita e intensa descubriendo por primera vez los pros y los contras de vivir independizada.

Por su parte mi hermana mayor Clara vivía en una zona residencial muy tranquila y bonita, un sitio ideal, casi idílico para vivir, con casas preciosas y muchos parques y zonas ajardinadas. Mi hermana era abogada y mi cuñado músico así que podían permitirse vivir en un lugar así, un sitio ideal para criar al nuevo miembro de la familia.

Cuando llegué y entré en su casa fui directo a ver a mi sobrinito que estaba dormidito en una cunita portátil en el salón. Estuvimos un rato hablando mi hermana, Roberto y yo allí mismo, y sentía a Clara con una expresión de felicidad muy grande pero a la vez la notaba tremendamente cansada, daba la sensación de llevar varios días durmiendo entre poco y nada. Roberto también se veía muy alegre e ilusionado pero sin duda mucho más fresco.

  • Te noto cansada hermanita. - le dije en voz baja para evitar que el bebé se despertara.
  • No duermo nada, a todas horas estoy con la teta fuera y por las noches cada dos por tres se despierta…
  • ¿Y Roberto?...¿Te ayuda o que? - le dije mientras le dirigía una mirada y le sonreía maliciosamente.
  • ¿Roberto?…ni se entera, duerme toda la noche de un tirón el muy cabrón. - decía mi hermana al tiempo que lo tres nos echábamos a reír al unísono y mi sobrino se despertaba y reclamaba su protagonismo.
  • Salvado por la campana… Voy a hacer la comida, ¿Me ayudas Marina? - decía Roberto mientras mi hermana cogía al bebé y se disponía a darle el pecho.
  • Ayúdale o nos tocará pedir unas pizzas… - decía mi hermana con tono burlón mientras cogía al bebé y se lo llevaba a su cuarto en el piso de arriba a darle el pecho.

Mi hermana y Roberto llevaban juntos bastantes años así que conocía a mi cuñado desde que era una cría y siempre hemos tenido muy buena relación. A decir verdad y, aunque nunca se lo he confesado a nadie, siempre me he sentido fuertemente atraída por él y aunque he intentado que no se me notara demasiado, en las ocasiones en las que me he quedado a solas con él me ha costado disimular esa atracción y él, que de tonto no tiene un pelo, sabía perfectamente lo que yo sentía por él y se aprovechaba de ello.

Ahora me encontraba una vez más en una situación similar, a solas con él, aunque yo ya no era una cría y tenía más seguridad en mi misma para no parecer una boba ante él.

Ya en la cocina saqué unas verduras de la nevera y me puse a cortarlas en una tabla de madera.

  • Cada día estás más guapa - me dijo de sopetón Roberto al tiempo que sentía como hacía una radiografía de mi retaguardia. Estaba claro que su objetivo era ponerme nerviosa y, como siempre, lo estaba consiguiendo.
  • Gra… gracias…¿Acaso me estás mirando el culo? - le dije sin mirarle, con una sonrisa picarona, mientras seguía con la tarea de las verduras.
  • Te mentiría si te dijera que no…¡estás hecha un pivón!- me dijo con tono jocoso. No era la primera vez que me piropeaba pero yo nunca llegaba a saber si lo decía en serio o simplemente como una broma para ponerme nerviosa.
  • Me alegro, la verdad es que he tardado media mañana en elegir las mallas que mejor me quedaran esperando conseguir tu piropo. - le dije aparentando una seguridad en mi misma que no tenía.

A decir verdad no le mentía, había elegido esas mallas a conciencia con la intención de deleitarle la vista si se prestaba la ocasión y estaba claro que lo había conseguido. Eran unas mallas rosa clarito que se pegaban como una segunda piel y dejaban bastante poco a la imaginación y mucho a la provocación.

En ese instante lo sentí detrás de mí, muy cerca, me giré bruscamente, nerviosa y lo ví con un delantal en la mano.

  • Deja que te ponga esto, no vayas a mancharte… - le miré, le sonreí y volví a darle la espalda.

El tiempo se detuvo en ese instante y mi corazón comenzó a palpitar tan rápido que sentía que me iba a estallar en mil pedazos. Sentí como pasaba el tirante del delantal por mi cuello y luego bajaba lentamente la tela del delantal rozando con sutileza el lateral de mis pechos. Sentía su respiración muy cerca de mi cuello y estaba consiguiendo estremecerme. Yo estaba quieta pero de manera instintiva me incliné ligeramente buscando que mis nalgas se acercaran más a él.

Al hacer ese ligero movimiento conseguí lo que buscaba y noté como su paquete rozaba la fina tela de mis mallas. Roberto terminó de colocarme el delantal pero no sé apartó y sentí como sus manos se adherían a mi cinturita agarrándome con firmeza.

En ese momento ninguno de los dos dijo nada, yo tenía los ojos cerrados, las mejillas a fuego y el cuchillo inmóvil en la mano. Mi cuñado me agarraba con firmeza de la cintura y sentía como su bulto crecía palpitante, sin disimulo, pegado entre mis nalgas. Su respiración estaba algo agitada y sentía sus labios peligrosamente cerca de mi cuello.

No era la primera vez que se producían acercamientos de este tipo entre nosotros pero nunca llegábamos a más. Quizás no era este el mejor día para dar un paso adelante pero yo ya no podía aguantar más esa situación, y con la impulsividad que me caracteriza, solté el cuchillo, me giré bruscamente y me lancé a sus labios. Fue un beso muy apasionado y estaba sorprendida, algo que soñaba desde el primer día que lo vi, aún siendo una niña, se estaba haciendo realidad en el día y momento menos apropiado.

Sin abandonar mis labios Roberto me agarró sin ningún disimulo del culo con ambas manos y me llevó a un espacio libre de la bancada mientras nuestras lenguas se fundían en una sola retorciéndose con avidez. Mis manos rodeaban su cuello y le acariciaban el pelo mientras las suyas se posaban sobre mis caderas y me acercaban más a él.

Completamente absortos el uno en el otro y sin asimilar el tremendo riesgo que estábamos corriendo sentía su miembro duro rozándome la tela de mis mallitas a la altura de mi monte de venus y, aunque en ese momento ni lo pensaba, el minúsculo tanga que llevaba difícilmente iba a poder filtrar todo el flujo que mi efervescente coñito estaba generando.

Mis ojos seguían cerrados y mi mente absorta en el momento, en ese presente, disfrutando de cada décima de segundo y suspirando por que nunca terminara. Seguíamos besándonos sin apenas darnos un respiro para coger aire ni para pensar en lo que realmente estábamos haciendo.

Los dedos de Roberto, pianista de profesión, hacían gala de su virtuosismo deslizándose por mi piel con una delicadeza inusitada. Casi como por arte de magia y con total naturalidad accedió hasta el cierre de mi sugetador y me liberó de él con una gran delicadeza. En ese momento fue cuando me percaté que los pezones los tenía tan duros y empitonados que casi me dolían con el roce y le agradecí con un ligero suspiro que me liberara de esa presión.

Subida como estaba en la bancada entrecruzaba mis piernas sobre él manteniendo su miembro lo más pegado y peligrosamente próximo a mi sexo que podía.

Una de sus manos me agarraba de la nuca mientras con la otra se deleitaba con maestría bajo mi blusa, jugueteando con mis generosos senos, agarrándolos con firmeza y recorriendo con las yemas de sus dedos cada centímetro, y comprobando con asombro el tamaño de mis pezones en ese instante.

  • Que buena estás Marina… eres mi perdición… - me susurró al oído en un instante en el que nuestras bocas se separaron para recuperar el aire que ya nos faltaba.
  • Y tú la...mía…. - le dije completamente derretida mientras su lengua me devoraba la orejita.

En un momento dado una de mis manos se aventuró con decisión y, a través del pantalón que llevaba Roberto, intenté averiguar cuál era el diámetro de ese miembro con el que tantas veces me había masturbado fantaseando que me penetraba con fiereza. No quería mostrar asombro ante lo que palpaba pero aquello prometía y mucho.

Mi deseo y mi impulso era bajarme de la bancada, pegarle tirón al pantalón y amorrarme a esa polla como si mi vida dependiera de ello pero, contra todo pronóstico, Roberto se me adelantó. En la lejanía se escuchaba el llanto de mi sobrino mientras su padre sin titubear me quitaba las zapatillas y me bajaba de un tirón las mallas para, inmediatamente después y sin bajarme de la bancada, apartar a un lado mi maltrecho tanga y comenzar a zambullirse en mi sexo.

No opuse resistencia alguna y le dejé hacer lo que quiso. Era un virtuoso con los dedos y combinado con su boca experta aquello era un placer insoportable. Insoportable porque me era humanamente imposible contener los gemidos que expulsaba de mi boca y que salían de lo más hondo de mi ser.

Roberto intentó mitigar mis alaridos de placer tapándome la boca con una de sus manos mientras con la otra y con su lengua me martirizaba de placer. No es que tuviera un historial amplísimo de comidas de coño en mi vida pero no me cabe duda de que estaba recibiendo la mejor de cuántas me han hecho sin atisbo de dudas.

Le sujetaba la cabeza con ambas manos mientras comenzaba a chuparle los dedos de la mano con la que inicialmente intentaba silenciarme. No me daba tregua, me estaba matando de gusto, por momentos pensaba que llegaría a desmayarme, no sé cuánto tiempo estuvo entre mis piernas pero perdí la cuenta de las veces que llegué a correrme en su cara.

  • Rober, cariño, ¿Puedes ayudarme un segundo? - se oyó a o lejos decir a mi hermana. La sangre se me heló y Roberto dió un respingo, se incorporó y recuperando el aire nos quedamos ambos mirándonos a los ojos.
  • Un minuto Clara… ¡Enseguida voy! - le dijo Roberto al tiempo que me daba un tierno beso en mi sonrojada mejilla y se separaba de mí.

Se recompuso el pelo revuelto y la ropa, se lavó la cara, bebió un trago largo de cerveza y salió al encuentro de mi hermana. Hasta que no salió de la cocina no me percaté que yo seguía inmóvil sobre la bancada, con las piernas abiertas y goteando cantidades industriales de flujo de mi alterado coñito.

Bajé de la bancada y al apoyar los pies sobre el suelo sentí que las piernas me flojeaban y tuve que ayudarme un instante con las manos para no caer de bruces. Me sequé lo que pude con rollo de cocina y me vestí lo más rápido que pude para acto seguido irme directa al baño.

Mi aspecto era un poema, pelo revuelto, maquillaje y pintalabios corrido, y una mancha de flujo en las mallas que me iba a ser difícil de disimular. Mi cabeza estaba hecha un lío, por momentos me daban ganas de salir corriendo de allí, me sentía confusa y un sentimiento de culpa por lo sucedido empezó a surgir provocándome náuseas y malestar.

  • ¿Marina?...¿Puedes abrirme? - susurró Roberto en la puerta del baño. Le abrí, me sonrió, y eso fue más que suficiente para saber que estaba perdida y no podía escapar de él. - ¿Como te encuentras?
  • Estoy algo confundida y...mira como me has dejado las mallas… - le dije enseñándole la mancha de humedad evidentemente visible al tiempo que se reía maliciosamente.

Estuvimos unos minutos hablando e intentando asimilar lo que había sucedido. No llegamos a nada en claro pero convenimos en que había sido solo un calentón imprevisto. Yo estaba loca por él pero no era el momento ni el lugar de confesar mis sentimientos. Finalmente Roberto volvió a la cocina y yo fuí a buscar a mi hermana.

Le dije a Clara que me había manchado de tomate las mallas y me dijo que cogiera lo que quisiera de su armario. Su tono de voz me convenció de que no sospechaba absolutamente nada de lo que había pasado en la cocina unos minutos antes y eso me tranquilizó.

Ya en su cuarto busqué en su armario y encontré una falda de medio muslo que me quedaba genial y volví de nuevo al salón. Allí estaba mi hermana, absorta en su bebé sin sospechar lo más mínimo. Yo me quedé con ellos, tenía miedo de entrar de nuevo en la cocina porque, al menos por mi parte, no sabía que podía pasar.

Unos minutos después apareció Roberto con algo parecido a comida pero con un aspecto no demasiado atractivo. Mi hermana y yo nos miramos y nos pusimos a reír al unísono.

  • Está claro que tienes muchas virtudes cariño pero la cocina no es una de ellas. - le dijo mi hermana a Roberto mientras él sonreía con aire satisfecho.

La comida pasó cómo si entre Roberto y yo no hubiera pasado nada, estuvimos conversando y riendo, contando historias y anécdotas y comiendo como si nada. Pero en algunos momentos nuestras miradas se cruzaban y delataban que no había sido un sueño, sino algo muy vivido e intenso pero también perverso y tremendamente fugaz.

Tras acabar la comida Clara se excusó diciendo que se iba a descansar un rato y le pidió a Roberto que me llevara a casa. Yo le dije que no era necesario, que podía volver en bus tal y como había venido pero ella insistió y él dijo que no le costaba nada. Los nervios volvían a florecer, de nuevo iba a estar a solas con él, pero ahora era diferente, todo había cambiado sin remedio desde el calentón de la cocina.

Tras despedirnos de mi hermana y mi sobrino subimos al coche y comenzamos el trayecto hacia la ciudad. Estaba como un flan, miraba por la ventanilla y no me atrevía ni a hablar ni a mirarle pero lo acontecido hacia un rato se me aparecía en la mente acelerándome el pulso. Habíamos convenido en el baño en que había sido solo un calentón y a eso me aferré para intentar tranquilizarme un poco.

Al parar en un semáforo sentí de pronto su mano posarse sobre mi muslo y, con ella, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. En lo más hondo de mi ser algo suplicaba dentro de mí por qué diera ese paso nuevamente.

  • Las mallas te quedaban genial pero esta falda no le va a la zaga… - me dijo mientras notaba el calor de su mano deslizándose peligrosamente sobre mi piel. De nuevo sentía que las mejillas me ardían y el corazón se me salía del pecho.
  • Si…. si avanzas un poco más te encontrarás con una sorpresa. - le dije con voz temblorosa y excitada.

Al decirle eso avanzó un poco más con curiosidad hasta topar con mi coñito desnudo.

  • No dejas de sorprenderme pequeña - me dijo al tiempo que volvía a manejar con avidez sus habilidosos dedos y volvía a mojarme casi de inmediato.

Cerré los ojos y me dejé llevar, abriendo mis piernas y facilitándole el acceso a mi rajita a la que no abandonó ni un instante hasta que llegamos a mi calle y detuvo el coche.

  • Quiero que subas… - le dije casi ansiosa mirándole fijamente a los ojos y sin cubrir mi sexo desnudo y cachonda como perra en celo.

Manda narices que después de todo lo que estaba jugando conmigo ese día, tentándome y poniéndome al límite a Roberto justo en ese preciso instante le surgieron dudas. Creo que sentía culpa por lo que había pasado y, sobretodo, por lo que podía llegar a pasar.

  • Acabo de ser padre….y tu hermana…. - dijo Roberto.
  • No tiene porque enterarse. - le dije decidida. Yo no tenía dudas, no tenía remordimientos y tenía claro lo que quería en ese momento y, actuando solo desde mi instinto, como una inconsciente, me levanté la blusa dejando mis tetas al aire. Aunque estábamos dentro del coche el riesgo de que alguien me viera era bastante alto y él era consciente de ello.

  • ¿Y… y tu novio?

  • Ha salido a comer con unos amigos, no vendrá hasta tarde. - le dije mientras yo me entretenía agarrándome los senos y jugueteando con ellos mientras veía como su mirada se clavaba hipnótica en mis pechos. Estaba realmente desatada y me comportaba como un auténtico putón en ese momento.

Tras unos segundos de silencio me sonrió algo inquieto y aceptó la propuesta que le había planteado de subir a mi casa. Me coloqué nuevamente la blusa, salimos del coche y nos dirigimos al apartamento con total normalidad, sin descifrar a nadie nuestras emociones e intentando evitar que pudieran crearse chismorreos con algún vecino. Pero, al entrar en el apartamento y certificar que no había nadie, cerré la puerta y di rienda suelta a todo mi deseo contenido.

Me arrodillé ante él, le bajé de un tirón el pantalón y el bóxer y me lancé cual leona hambrienta hacia su entrepierna. Tras un inicio muy pasional me serené y comencé a disfrutarla con parsimonia. Sentía su aroma inconfundible a polla y la agarraba con dulzura con mi manita.

  • Menuda polla te gastas...cuñadito… - le dije mientras le miraba con malicia a los ojos y le masturbaba lentamente sintiendo como palpitaba y seguía aumentando de tamaño. Yo misma me sorprendía de lo fluidas que salían mis palabras, me sentía en mi salsa y tremendamente feliz.

Roberto ya no podía articular palabra, me miraba con cierto aire de sorpresa e incredulidad ante mi descaro y me dejaba a mi todo el protagonismo. Puse toda mi experiencia y mi deseo en la tarea y le mamé la polla con una pasión y un cariño cómo jamás lo había hecho antes con nadie.

No descuide sus pelotas con las que empecé jugueteando, introduciéndomelas indistintamente en la boca, mordisqueándolas con dulzura y sin apartar mi mirada de la suya en ningún momento. Luego recorrí todo el tronco de su enorme y venosa polla para posteriormente introducir muy lentamente su glande en mi boca y succionar con suavidad.

Tras ensalivarla toda, se la mamé rítmicamente durante un par de minutos y después la observé un instante, con detenimiento, preciosa, encerada y erguida con autoridad, apuntando al cielo, volví a mirarle a los ojos y con cara de perversa niña mala le pedí que me follara la boca.

No estaba acostumbrada a meterme una polla de ese tamaño dentro de mí pero sí estaba acostumbrada a tener sexo bastante duro con mi novio y, en ese momento, el nivel de excitación que yo tenía era máximo.

Roberto apoyó ambas manos sobre mi cabeza y, primero con cierta suavidad y luego con más firmeza fue metiendo toda esa barra de carne en mi boca. Introducía buena parte de su miembro hasta la entrada de mi garganta donde chocaba una vez tras otra con auténtica fiereza. Estaba relativamente acostumbrada a mamadas muy salvajes y sabía administrar muy bien los pocos momentos que tenía para poder coger aire e intentando controlar las arcadas que me provocaba cuando su glande impactaba en mi garganta.

Fueron unos minutos muy intensos, pura lujuria que desembocó en una corrida descomunal que principalmente derramó en mi boca pero también sobre mi cara y mi pelo. Nunca he tenido remilgos con el semen y mucho menos si provenía de alguien a quien tanto deseaba.

  • Ha sido la...la mejor mamada que me han hecho nunca pequeña - me dijo tras recuperarse del intenso orgasmo y provocándome una sensación de satisfacción plena y cierto rubor por haber conseguido tal hazaña.
  • Pues ponte cómodo que todavía no he terminado contigo - le dije con tono putesco al tiempo que me relamía, me incorporaba y me dirigía al baño a pegarme una ducha rápida.

Salí del baño con el albornoz, nos tomamos una copa y estuvimos unos minutos conversando de manera distendida, como si minutos antes mi garganta no hubiera sido violada brutalmente por su polla. No recuerdo día en el que haya estado más excitada que como aquel y todo cuanto hacía y decía lo hacía decidida y sin remordimientos de ningún tipo.

De manera muy natural acabamos entrando en el dormitorio y, desnudándonos, ambos nos contemplábamos con admiración. Yo miraba su pecho y sus poderosos brazos al tiempo que el se embobaba mirándome las tetas y mi depilado monte de venus.

En ese instante y para prorrogar la excitación le propuse algo que mi novio y yo habíamos realizado en multitud de ocasiones.

  • Házme una foto… quiero que tengas una foto mía… - le dije al tiempo que me subía sobre la cama y me colocaba en una postura erótica agarrándome una de mis tetas con la mano y haciendo el gesto de llevármela a la boca.

Lanzó varias fotos mientras me soltaba alguna lindeza entre el piropo y lo soez, haciéndome reír, un simple juego que me acercó un poco más a él y me quito la poca vergüenza que pudiera quedarme ya.

Tras finalizar el juego fotográfico se acercó a mi boca unos instantes hasta que interrumpió el beso cogiendo un preservativo, abriéndolo y colocándoselo en su miembro en un instante. Lo agarré del trasero, lo acerqué a mí, lo tumbé sobre la cama y me coloqué sobre él. Su polla estaba preparada, erguida y poderosa y mi coñito no necesitaba más lubricación. Le agarré la polla con firmeza, y, para su sorpresa, le quité el condón y lo lancé a una esquina de la habitación.

  • Soy toda tuya… fóllame… - le dije loca de deseo.

Nunca me ha gustado follar con preservativo y mucho menos pensaba poner esa barrera entre mi obsesión, mi amor platónico y yo. Agarré su miembro y lo dirigí a la entrada de mi cuevita. Roberto no dudó ni un instante, me agarró con ambas manos del culo y mirándome fijamente a los ojos comenzó a introducirme su preciosa polla. Sentía como me abría poco a poco, mi clítoris estaba hinchado como nunca, y un flujo contínuo facilitaba que una polla como esa entrara con aparente facilidad.

Fue al conseguir introducirla completamente cuando comenzó propiamente la follada salvaje que tanto ansiaba. Sacaba parte de su polla para volver a introducirla a un ritmo cada vez más intenso y comencé a escuchar el sonido de sus huevos chocando contra mi ser. En ese momento ya no me contuve y comencé a gemir como una posesa. De mi boca salían gemidos, gritos, improperios y burradas de todo tipo. Me importaba bien poco ya que me escucharan los vecinos o quién fuera.

Estaba fuera de mi y conseguí que Roberto también lo estuviera. Fue una follada violenta y muy muy guarra. Los fuertes golpes del cabecero de la cama golpeando contra la pared eran silenciados por el chapoteo intenso de nuestros sexos húmedos chocando con frenesí al tiempo que nos proferíamos lindezas de todo tipo a cual más vulgar.

Follamos intensamente durante ni se sabe cuánto y le suplicaba constantemente que se corriera en lo más hondo de mis entrañas, cosa que acabó haciendo casi simultáneamente con uno de los múltiples orgasmos que tuve aquel día.

Hubo un momento de tregua en mi ya dolorido coñito para recuperar fuerzas y fumarnos un cigarro pero no duró demasiado ya que Roberto estaba como un toro bravo. Tenía la sensación de que él llevaba esperando este momento tanto o más que yo.

Me puso en postura de perrita, a cuatro patas, sobre la cama y comenzó a lamerme y a escupir en mi rajita y mi ano sin ningún pudor.

Fue en ese momento cuando me pareció escuchar la puerta de casa. Roberto, absorto en la faena ni se percató pero yo estaba convencida de que Javi, mi novio, acababa de llegar a casa. Ya no había vuelta atrás, nos había pillado de pleno.

Yo seguía recibiendo los lametazos en mi culo y mi vagina y sentía como mi virtuoso cuñado hurgaba con paciencia en mi ojete preparándolo para lo que apuntaba iba a ser el plato fuerte, una más que probable penetración anal. Gemía desconsolada esperando que en cualquier momento Javi abriera la puerta y todo se interrumpiera pero pasaban los minutos y no pasaba nada. Entonces miré hacia la puerta, ligeramente entreabierta, e imaginé que Javi estaba allí, observando pero sin intervenir. No podía ver realmente si estaba pero daba por hecho que, si realmente estaba, no iba a interrumpir lo que ya habíamos empezado.

Fue en ese instante cuando volví a relajarme y grité como una mujer poseída.

  • ¡Ca…cabrón fo…follame el culo como nunca me lo ha follado nadie! - le gritaba a Roberto pero dirigiendo mis palabras al resquicio de la puerta.
  • Jo...joder niña no he conocido puta igual - me profería Roberto al tiempo que se colocaba tras de mí y apuntando su polla en la entrada de mi culo comenzaba suave pero con firmeza a abrirme el ojete.

Al principio unos lagrimones inmensos brotaban de mis ojos de puro dolor, sentía que me estaba partiendo en dos y que en cualquier momento me iba a desmayar. Pero este músico sabía lo que se hacía y mientras iba rellenándome y penetrándome lentamente, masajeaba mi clítoris y me acariciaba la espalda consiguiendo relajarme.

Poco a poco consiguió vencer mi resistencia y mi dolor mengüó, dejando protagonismo a un placer sin igual. No era mi primera penetración anal y sin embargo la sentí tan única y especial que era como si lo fuera.

Me embestía hasta lo más hondo de mi ser y en cada sacudida mis tetas se bamboleaban sin control chocando entre ellas. No entendía como podía tener tanto vigor, manteniendo semejante erección, después de haberse corrido ya tantas veces, era un salvaje sin igual.

Me encontraba como perra en celo, la cabeza ya me daba vueltas e imaginaba que mi novio entraba en la habitación, me sonreía, con su polla en la mano y la dirigía directamente a mi boca.

Mientras Roberto me partía literalmente en dos yo me chupaba frenéticamente el pulgar como si fuera la polla de Javi.

Tras varios minutos de auténtico maltrato a mi tierno culito sentí como se endurecía aún más, y bombeaba con una brutalidad sin igual hasta que, finalmente, eyaculó en mis entrañas el poco semen que pudiera quedarle ya. Al sacar su estaca sentí alivio por una parte y un tremendo vacío por el otro, acabé tumbada boca abajo extasiada y agotada y Roberto se quedó sobre mí durante un breve instante, me dijo unas palabras preciosas al oído, se quedó a mi lado acariciándome y no tardé ni un minuto en quedarme completamente dormida.

Cuando desperté estaba sola en la cama y parecía que Roberto ya se había marchado. Me incorporé no sin dificultad, tenía el cuerpo agotado, con una mezcla de agujetas y resaca y notaba tremendamente alterados tanto mi coñito como mi corrompido culo. Me pegué una buena ducha y esperé con cierto temor a que mi novio volviera a casa.

Javi apareció por casa un par de horas más tarde y para mi sorpresa se comportó de una manera completamente normal. Yo estaba convencida de que había escuchado abrirse la puerta de casa y sin titubear le pregunté.

  • Oye, ¿antes has venido a casa?... Escuché la puerta abrirse... - le dije intrigada y algo asustada.
  • Ahh subió un momento Alberto a por las raquetas, después de comer decidimos ir al frontón y mientras yo esperaba en el coche le dije que subiera… Pensé que tú no habrías llegado aún…- me dijo con naturalidad mientras yo me quedaba helada por dentro.

Alberto era el mejor amigo de mi novio y era él quién me había pillado de lleno y se había quedado observando como mi cuñado, mi deseo desde niña, me rompía el culo sin miramientos.

Confundida y agotada decidí irme a pasear sola para reorganizar y clarificar mi cabeza.

Sin duda fue el día más intenso de mi joven e inexperta vida y el que propició sin remedio que ya nada volvería a ser como antes.