Visita de cortesía (1)

Una historia real

Como casi cada tarde, a eso de las seis, aparcaba el coche a la puerta de Lola. A esa hora solíamos tener una sesión de sexo; dado que sus hijos no llegaban hasta las nueve, y eso para marcharse enseguida; para luego salir a cenar y volver a su casa, o ir a la mía, a seguir follando, ya que ella era prácticamente insaciable.

Pero cuando llamé a su puerta y me  hizo entrar, pensé que aquella tarde se iban a frustrar nuestros planes de sexo. Sentada en uno de los sillones del salón había una visita.

Era una mujer de unos 40 años que Lola me presentó como Silvia, la vecina del piso de arriba. La verdad es que la vecinita estaba de muy buen ver, vestida con una camiseta de amplio escote y una minifalda que dejaba al descubierto casi todos sus muslos según estaba sentada con las piernas cruzadas.

Cuando se levantó para besarme a modo de saludo, no sé si fue impresión mía o apretó su pecho contra el mío más de lo necesario. Lola me dijo cuando la otra volvió a sentarse:

-Silvia ha bajado porque quería consultarme una cosa, y la he invitado a un café, que por cierto está haciéndose en la cocina.

-Pues seguid con lo vuestro –repliqué-. Yo como si no estuviera.

-Bueno –dijo Lola-, como si no estuvieras es difícil con ese prometedor bulto que se te nota entre las piernas.

Aunque conocía de sobra su procacidad, no dejé de sorprenderme que se expresara de aquella forma con la vecina delante, por lo que no supe qué decir.

Pero, al parecer, ella sí sabía qué hacer porque puso su mano en mi entrepierna y empezó a masajearme el pene por encima del pantalón. Miré a Alicia para ver su reacción y la verdad es que no vi ningún signo de sorpresa o rechazo.

-Verás –dijo Lola-, Lo que Alicia quería consultarme, es si podía hacer algo, porque su marido hace más de dos meses que no es capaz de darla satisfecha, vamos que no se corre con él, que lleva una eternidad sin tener un orgasmo. Yo le he dado algunas ideas, pero le he dicho que tú ibas a venir y que, como hombre, tal vez supieses más del tema.

-Bueno, no sé –repliqué-, pero tal vez deberíamos empezar por saber donde está realmente el problema.

-¿Y cómo? –Preguntó Alicia.

-Vamos a ver –seguí-, por ejemplo; ¿Tú te masturbas?

-De vez en cuando.

-¿Y tienes orgasmos haciéndolo?

-Sí, aunque no tan intensos como a mí me gusta.

-Entonces el problema está en él, desde luego.

-Por supuesto –Intervino Lola-. Para empezar dinos: ¿Tu marido tiene algo así?

Sin más preámbulos me desabrochó el pantalón, me sacó la polla, que ya estaba en pleno apogeo, y empezó a meneármela suavemente.

-¡Uf, que hermosura! –Dijo Alicia-. Desde luego que no.

Vi que empezaba a apretar sus muslos acompasadamente.

-Pues ya ves –Siguió Lola-, y además no quieras saber como folla.

-Lo imagino.

-Bueno, voy a servir el café- Alicia te pediría que me sustituyeses aquí para que esta polla siga en forma. ¿Quieres?

-Claro, lo intentaré.

Lola se levantó para ir hacia la cocina y Alicia ocupó su sitio en el sofá, a mi lado, cogiendo mi polla de inmediato.

CONTINUARÁ...