Visita al trabajo
Un museo con poca vigilancia se convierte en un teatro erótico para una joven pareja.
—Las exhibiciones se encuentran del ala derecha, a las cuales accede recorriendo la cinta y siguiendo las señalaciones, señorita. La cafetería, tienda de regalos y el puesto de seguridad secundario está al finalizar el recorrido, antes de salir del museo.
La recepcionista del museo, Miranda, por como lo decía su etiqueta, se veía como una mujer bonita y amable. Blanca, castaña, estatura media… sus piernas eran cortas, pero no tenía una mala figura. Le di las gracias con amabilidad y me adentré en el museo. Los guardias de seguridad se paseaban a lo largo y ancho del amplio atrio central, así como el personal de mantenimiento y limpieza. Al centro del lugar, donde solía conservarse el espacio vacío, se alzaba el día de hoy un escenario improvisado. El evento no empezaría dentro de una media hora aún. Me relamí los labios mientras sacaba mi teléfono del pequeño bolso colgando de mi brazo blanco, firme y delgado. Apenas podía contener la emoción mientras avisaba a mi novio que había llegado e iba a entrar a las exhibiciones. Volví a relamer mis labios, guardé mi teléfono y me adentré en el recinto.
Al comenzar el verano habían traído una exposición sobre los pueblos originarios de la zona la cual incluía grabados, cerámica, artesanías y demás sandeces. Miraba las formas y colores de la materia apenas sin percibirlas. En un punto, a la mitad de la primera sala, un panel recubierto de vidrio exponía un texto sobre la naturaleza de los materiales en la exhibición. Mirando alrededor me di cuenta de que estaba sola en la habitación, así que me acerqué al panel. Lejos de interesarme el texto, tenía ganas de verme en el reflejo sobre el grabado negro, con el texto blanco de por medio. Para esta ocasión me había puesto una falda dos centímetros por encima de la rodilla, blanca y plegada. Se ceñía a mi estrecha cintura con un cinturón delgado color rosa con hilo plateado. Aunque tenía también una camisa de poliéster negro ceñida a mi cuerpo, por encima llevaba un suéter rosa pastel suelto que se cortaba aproximadamente al comienzo de la falda. Aunque no son muy grandes, el volumen de mis pechos abultaba el espacio bajo el suéter, contrastando el tamaño de mi cintura con la línea del suéter. Me sentía linda y deseada. Me hubiera puesto mis medias con diseño felino, pero no quería maltratarlas. Ni mancharlas. Verme en ese espejo negro, pensando en mi novio que me buscaba… ya estaba emocionándome y sonrojándome.
En mi distracción, no lo noté hasta que dio un paso dentro de la exhibición con más peso del necesario. Ahí estaba en su uniforme de guardia, viéndome desde el umbral que llevaba al final del museo. Lo vi a los ojos y él me vio. No pude evitar suspirar mientras empezaba la función. Nuestro pequeño espectáculo privado. Me le acerqué sintiendo mis manos temblar y mis hombros tensarse. Mis pezones casi perforaban mi corpiño. —D-Disculpe… ¿Dónde están los baños para mujeres? —dije, nerviosa. Expectante. Él me indicó con la mano al otro lado del ancho umbral en el que estaba. Me indicó que lo siguiera. Pude ver el bulto creciente en su entrepierna, volviéndome consciente de pronto sobre la humedad en la mía. Lo seguí hacia donde habíamos acordado, a los baños de damas del ala que estaba tras la primera exhibición. Donde las cámaras se habían descompuesto el viernes y las cuales no podrían reparar hasta mañana, el lunes temprano. Lo que más temían era la gente, pero antes de los eventos públicos casi nadie venía porque todos esperaban hasta entrada la tarde. De pensar en ello me estaba mojando más y más, y verlo caminar con su uniforme no ayudaba.
En cuanto llegamos, le di las gracias en voz baja y entré directamente en la pequeña habitación del sanitario para damas. Era un espacio grande pero ocupado mayormente por cubículos de un lado y lavabos del otro, con su gran espejo que ocupaba varios metros cuadrados en la pared. Inspeccioné los cubículos. Nadie. Envié un mensaje en mi teléfono y me introduje en el primer cubículo, el más cercano a la puerta. Dejé la entrada ligeramente abierta antes de depositar mi bolso en la percha que tenía la pared del lateral. Era un espacio pequeño. Limpio por el desuso. La puerta del sanitario se abrió y un andar claramente masculino marcó un paso rápido hasta el cubículo en que se encontraba. Lo vio entrar y cerrar la puerta en un movimiento, sin darme la espalda.
—¿Q-Qué hace aquí dentro, señor? —le dije, retrocediendo. —No se supone que esté aquí… —Se quitó la chaqueta, quedando solo en su camisa color beige con su insignia del museo. Yo ya no pude retroceder y me senté en la taza, la cual estaba tapada. —¿Necesita algo? No hice nada malo… —Él se desabrochó el cinto y dio un paso al frente. Su entrepierna estaba a 10 centímetros de mi cara. Lo vi a los ojos, a sus hermosos ojos. —T-Tengo novio… —Bajé su bragueta y desabotoné su pantalón. —Pero… —Acaricié su bulto por encima de su bóxer, duro como el hierro de un sable. —Si promete no hacerme daño…— Liberé su verga, la cual se mostró enhiesta. No me di cuenta de lo mucho que estaba salivando con la boca abierta hasta que tuve que cerrarla para tragar. —…Nadie debe saberlo… —Su mano, de pronto, se posó en mi cuello y me jaló hasta ponerme de pie. Podía sentirme a mí misma chorreando mientras introducía su lengua en mi boca. No era un beso, me decía que era suya. Sus dos manos tomaron mis muñecas y las pegaron sobre mi espalda, en mi zona lumbar. Mis muñecas se sintieron tan delgadas cuando las rodeo con una sola mano y, con su derecha, me tomó del hombro y me dio la vuelta sobre mí misma antes de posicionarme junto a la pared del cubículo. Su mano dejó mi hombro, y tras un segundo, sentí como me sujetaba las manos con un cincho de plástico. Me dio la vuelta y, pegada a la pared, su mano izquierda me tapó la boca mientras me lamía, chupaba y mordía el cuello y el hombro izquierdo. Su mano derecha sujetaba con fuerza mi cintura, pero se movía por todo mi cuerpo; por mi trasero, subía a mis senos, apretujándolos. Si no me hubiera estado amordazando, hubiera gritado cuando empezó a tocar mi coño encharcado por encima de mis bragas. No sé cuantos segundos duró eso, pero todo se detuvo de pronto cuando posó ambas manos en mis hombros y empujó hacia abajo. Obedecí. Volví a encontrarme cara a cara con su enorme verga, ya goteando líquido preseminal. El olor a hombre me despertó el apetito y me hizo salivar de nuevo.
Sus manos pasaron de mis hombros a mi quijada, sujetándome con firmeza para que volteara hacia arriba con la cabeza. Quería que lo viera y eso hice. Con la otra mano, mientras yo abría la boca y sacaba la lengua, jadeante, maniobró su miembro pasando su punta chorreante por mis labios. El sabor salado me estaba volviendo loca, pero cuando quería moverme y tomarla hasta dentro me sujetaba la quijada para que no me moviera. Gemí. —Por favor… —le dije mientras lo miraba a los ojos. Antes de que pudiera hacerlo, mientras pronunciaba la última “o”, pude sentir su carne entrando hasta mi garganta, acariciando mi lengua y mi paladar. Mis gemidos se amortiguaron por su tamaño mientras sentía cómo me venía en un delicioso orgasmo. Cerré mis labios alrededor de su falo mientras mi lengua subía y bajaba dentro de mi boca, acariciando el glande, presionando su uretra cuando intentaba salir. Sus manos se posaron en mis sienes y me sujetaron mientras se cogía mi boca lentamente. Duró poco, pues se vino abundantemente y sin avisarme, empujando hasta el fondo de mi garganta. Tragué para no ahogarme, pero no por completo. Cuando sacó su verga de mi boca tras unas pocas embestidas más, unos hilos de saliva y semen conectaban nuestros cuerpos. Me incliné hacia adelante para volver a chuparlo, dejando limpia su extensión entera después de darle una buena vista de su semen en mi lengua. No podía dejar de temblar de la excitación. Estaba a punto de venirme de nuevo.
Me acariciaba la cabeza mientras lo limpiaba hasta que sentí cómo se volvía a endurecer en mi boca. Entonces, tras volver a adentrarla hasta el fondo por última vez, la sacó, reluciente de saliva, y volvió a tomarme del cuello para levantarme. Sin quitar su mano de mi quijada, introdujo su lengua en mi boca, fundiéndonos en un beso sucio y húmedo. Su mano izquierda apretujaba mis pechos por debajo del suéter, sobre mi camisa y corpiño. Acarició mis pezones con su pulgar. Gemí repetidamente, queriendo formar palabras. Él lo sintió y me dejó respirar. —Có…cómeme las tetas… —le dije, sintiendo como apretaba mi quijada y levantaba mi cabeza para morderme el cuello y la clavícula. Gemí, pero lo entendí. —Por favor, cómame los pezones, señor. Se lo ruego… —Inmediatamente subió mi camisa interior sacándola de la falda, y con un movimiento del pulgar enganchó mi corpiño, liberando mis pechos en un instante. Apoyó sus manos en mi trasero, levantándome mientras me apretujaba. Mis tetas quedaron a la altura de su boca, empezando a lamer mis senos y a chupar mis pezones. Intentaba no gemir mientras lo hacía, pero no pude retener mi respiración cuando deslizó sus dedos bajo mis bragas, aun estrujando mis nalgas y mis muslos. Me vine entre gimoteos, casi llorando, contra la pared de un baño público.
Ya ninguno de los dos podía pasar más tiempo así. Acerqué mi boca a su oído. —Contra la… por favor, bájeme para hacer que se venga con mi coñito — Me retorcí entre sus brazos. Eso fue suficiente para él. Me bajó, y en ese mismo movimiento me volvió a dar la vuelta. Cara contra la pared. Mis pezones rozaron el cubículo frío y se pusieron más duros. Sabía que me vendría en cuanto me la metiera, y eso mismo pasó. Fue tan rápido que ni siquiera noté cuando me amordazó con su mano izquierda. Hizo que mis caderas casi tocaran la pared, pero pronto nos acomodamos; él apoyó su mano izquierda, sujetándome la boca, contra la pared, volteando hacia mi derecha. Su otra mano me sujetó de la cadera, donde se unía con mi muslo, y jalaba hacia atrás, hacia él. Ninguna parte de mi cuerpo tocaba la pared. Mientras me acometía su mano izquierda suavizaba el empujón contra la pared, como tenerla como almohada. Entraba, salía, su mano derecha me apretaba la cadera, su izquierda movía los dedos buscando introducirse en mi boca. Los dejé. Su boca me besaba el cuello, la quijada, la mejilla. Mordía mi hombro gimiendo por lo bajo, seguramente extasiado con mi cuerpo delgado, elástico, con mi coño ardiente y mojado.
Nunca sabré cuántas veces me vine en ese baño, ni cuánto tiempo estuvimos ahí. Cuando, sin aviso, llenó mi coñito de leche hasta rebozar, me volví a venir, y por un largo rato, sufriendo espasmos y falta de aliento. En cuanto salió de mí caí al suelo de rodillas con mi espalda aún arqueada y mi cara contra la pared, disfrutando su tacto frío. No me dejó descansar mucho, pues su mano jaló mi cabello para enderezarme en el suelo y me hizo voltear a mi derecha. Su pene estaba sucio y decidió usar mi boca para limpiar su semen y mis jugos de su herramienta. Lo dejé hacerlo con gusto. Muy pronto se arregló el uniforme, me acarició una última vez la cabeza, y me susurró que me vería en nuestra casa cuando acabara su turno. Me acarició una mejilla y salió sin quitarme los ojos de encima. Escurriendo semen por mis muslos, babeando con la boca abierta, con la cabeza completamente despejada por el placer, tomé la decisión de visitar a mi novio en su trabajo más seguido. Quizá, la próxima vez, algún mal hombre se volviera a aprovechar de ella. Una mujer puede soñar.