Visiones obscenas (4)

Cuatro parejas en una casa. Dos semanas por delante, en las que hay que ocupar el tiempo de algún modo. Pero tras la apariencia de amistad y camaradería afloran historias inconfesables, y comienzan a suceder otras nuevas.

IV. ROMAN.

«¡Hay que ver lo que ha tardado hoy la condenada en dormirse! Lo que me maravilla es que desde que llegamos a casa de Jorge y Elena no haya querido follar ninguna noche. Me viene de perlas, porque si lo hubiera hecho, Irina se habría tenido que conformar más de una vez con una comidita de coño ».

«Y ya que pienso en ello, comienzo a estar un poco cansado de este rollo con la rubia. Elena es la que me "pone" de verdad, pero claro, a ver cómo demonios hago para ligármela. Sobre todo, porque no está sola en ningún momento: o está con su marido, o con el bueno de Charlie. Por cierto, que es de lo más raro que se haya marchado con Charlie a pasear esta mañana. No quiero pensar mal (bueno, bien, ¡jeje!) pero cuando volvieron, tenía esa cara de trance que se les pone a todas cuando acaban de ser bien folladas. Y eso es una buena cosa, porque si es de las que no hacen ascos a un polvito extramatrimonial de vez en cuando, igual tengo alguna posibilidad con ella».

«Lo que me faltaba es el extraño capricho de Irina. ¿Pues no que quiere que en lugar de ir al cenador subamos al solario? Y en pelotas, además. En ella ya no extrañará a nadie, después de haber pasado casi toda la mañana tomando el sol desnuda a la vista de todos, pero a ver qué le digo a cualquiera que me sorprenda en bolas por el pasillo»

«Creo que se ha dormido, por fin».

Estos eran mis pensamientos mientras esperaba que mi mujer conciliara el sueño, para poder acudir a mi cita con Irina. Me levanté muy despacio, evitando movimientos bruscos del colchón que pudieran despertar a Julia. Estuve dudando un rato si quitarme el bañador, y decidí que lo mejor que podía hacer era desnudarme en la puerta del solárium. Ella me vería aparecer desnudo, como quería, y yo siempre podría decir que iba a por un vaso de agua a cualquiera con el que pudiera encontrarme.

Subí los escalones que me separaban del solario. En la puerta, me despojé del bañador, que escondí en un rincón oscuro. La puerta estaba entornada, abrí con cuidado y salí a la superficie iluminada por la luna, que reverberaba sobre las paredes encaladas y el suelo de color claro, y allí estaba Irina, en pie en una de las esquinas. Y completamente desnuda, como me había dicho.

–Has tardado mucho… –susurró.

–Julia ha tardado en dormirse hoy.

Me besó intensamente, hasta que tuvimos que separarnos para tomar aire. Me arrepentí de mis pensamientos anteriores. Irina era, con mucho, la más atractiva de las cuatro mujeres, y debía considerarme el hombre más afortunado del mundo por haberla conseguido.

Fue el segundo día de nuestra estancia allí. Hizo una noche muy calurosa, y no podía dormir. Bajé al porche, después de conseguir una lata de refresco en la nevera, pero la temperatura no era menos soportable. Me tentó la visión de la piscina, lo pensé tan solo unos segundos, y me dirigí allí. Me sumergí, intentando hacer el menor ruido posible para no despertar a los demás.

Llevaba en el agua menos de un minuto cuando apareció Irina. Me sonrió desde el borde, y se despojó del albornoz. Perdí al menos un par de latidos. Iba completamente desnuda bajo la prenda, pero lo que más me maravilló, además de la visión de su cuerpo perfecto, era la tranquilidad con la que lo mostraba. Parecía una estatua griega, y se me hizo un nudo en la garganta.

Estuvimos nadando un tiempo. Luego salimos del agua, ella volvió a cubrirse, y estuvimos en el porche hablando en susurros durante más de una hora. Hubo un momento en que no pude contenerme y la besé. Por un terrible momento, me arrepentí de mi impulso, pensé que organizaría un escándalo… Pero no. Puso la mano tras mi nuca y correspondió al beso, tan ardientemente como hacía unos instantes.

Desanudé el cinturón de su bata, y nos acariciamos. Yo estaba cada vez más excitado, tratando de imaginar dónde podíamos continuar lo que en aquel lugar no era posible, expuestos como estábamos a que alguien bajara y nos sorprendiera. No lo había decidido aún cuando ella se separó de mí jadeante, y se abrochó de nuevo la prenda. Me dijo que era muy tarde ya, y que debía irse.

Pasé todo el día siguiente intentando acercarme a ella, pero parecía rehuirme, cuando no estaba acompañada de su marido. Pensé en volver al porche después de que Julia se durmiera, por ver si se repetía el baño nocturno. Poco después de cenar, estaba yo en pie algo apartado de los demás, cuando se me acercó. Inició una conversación intrascendente, hasta que su marido la requirió desde la mesa para irse a dormir. Entonces, sin perder su sonrisa amistosa, susurró "te espero en el cenador a la una de la madrugada".

–Tengo curiosidad por saber una cosa: ¿eres Superman, y puedes follar con las dos a diario, o es que tú y Julia no…? –preguntó Irina, interrumpiendo mis pensamientos.

–Afortunadamente para mí, Julia parece estar inapetente en ese sentido. Ayer, después de varios días sin hacer el amor, me sentí un poco obligado a pedírselo, pero me respondió que tenía sueño, que quizá mañana.

–¿Es habitual eso entre vosotros?

–No, por eso estoy más extrañado. Normalmente, Julia es una mujer ardiente, nos entendemos bien en la cama, y

«¿Qué demonios hago yo hablando de mi vida sexual con Irina? –me pregunté»

–Ven, acércate –murmuró, mientras se arrodillaba ante mí.

Tomó mi pene con una mano, mientras que la otra parecía sopesar los testículos. Me sonrió, puso los labios en forma de "O", y los cerró al final del glande, ensalivándolo. Después comenzó a hacer subir y bajar la cabeza sobre el tronco, y mi pene, en reposo hasta aquel momento, comenzó a reaccionar.

Lo extrajo de su boca, solo el tiempo suficiente para dirigirla a mis testículos. Separó mucho los labios, y consiguió engullir la mayor parte, mientras su mano seguía deslizándose arriba y abajo por lo que a estas alturas era ya una tremenda erección. Comencé a acariciar sus pequeños pechos. A pesar de su reducido tamaño eran duros y firmes, y sentí como sus pezones crecían entre mis dedos.

Irina abrió los ojos como platos, con una expresión de susto que habría resultado cómica en otras circunstancias. Volví la cabeza (no podía girar el tronco so pena de quedarme sin huevos) y me quedé tan helado como la rubia: desde la puerta, Jorge y Lara, convertidos en estatuas de sal, contemplaban la escena con una expresión parecida a la nuestra.

No sabía qué hacer, estuve como paralizado durante unos segundos. Irina liberó mi escroto, aunque su mano siguió cerrada en torno a mi pene, que decrecía a marchas forzadas. Dicen que cuando alguien muere, su vida pasa a gran velocidad ante sus ojos. Bien, pues ante los míos, como en una película, desfilaron escenas de Julia reprochándome mi infidelidad, Julia abofeteándome, Julia y yo ante el juez en la vista del divorcio

Jorge se inclinó entonces, cuchicheando al oído de la mujer de Charlie. El "no" de la chica, aún pronunciado en tono bajo, fue perfectamente audible para nosotros. Nuevos susurros de Jorge, que después tiró de la mano de la mujer, mientras se acercaba a nosotros.

Y entonces, aún en medio de la confusión que sentía, advertí que la presencia de los otros dos en el solario solo podía obedecer a una razón: habían venido a lo mismo que nosotros, y eso me tranquilizó.

–Hola, parejita –murmuró Jorge con voz intencionada–. Veréis, Lara y yo habíamos pensado que igual no os importaría participar en una pequeña orgía

–Jorge, no –suplicó Lara.

«Pues no es tan mala idea después de todo –pensé–. Lara está muy bien, así que sería tonto desperdiciar esta oportunidad»

Jorge estaba ya bajándose el bañador, que arrojó sobre una de las tumbonas. Después me empujó ligeramente a un lado, colocándose ante Irina, que se encogió ligeramente de hombros antes de asir la erección del hombre, como poco antes había hecho con la mía.

Lara seguía inmóvil a un costado de donde se desarrollaba la escena, mirando a la otra pareja con el rostro convertido en una máscara. Estuve contemplando su figura cubierta únicamente por un reducido biquini: pechos más que medianos, altos y juntos, que rebosaban ligeramente por encima de las copas. Vientre apenas redondeado, con la sombra de la cicatriz de su ombligo en el centro. Amplias caderas, apenas interrumpidas por la estrecha cinta del elástico de las braguitas. Un pubis abultado, promesa de una vulva carnosa, de grandes labios. Mi erección regresó imparable.

El único problema es que no parecía estar muy por la labor, aunque no había huido de allí, lo cual podía significar algo. Me acerqué despacio a ella, y entonces pareció reaccionar: se quedó mirando fijamente a los otros dos, y la imité. Irina es una auténtica maestra de la felación, y lo estaba demostrando. El pene de Jorge abultaba ligeramente sus carrillos cuando se lo introducía, para luego dejarlo salir, aunque no del todo. El glande circuncidado del hombre llegaba a ser visible cuando retiraba los labios por un segundo, antes de volver a engullirlo casi en su totalidad.

Lara retiró la vista de allí con un gesto que no supe si expresaba asco, disgusto o qué. Su rostro adoptó después una expresión vengativa, y comenzó a desabrocharse el sujetador. Lo mantuvo unos instantes sobre los pechos, ocultándolos de mi vista, y después hizo descender lentamente las manos, hasta dejar al descubierto sus grandes aréolas, coronadas por dos pezones erectos.

Ahora su rostro mostraba un gesto incitante. Hizo descender el elástico de la braguita unos centímetros, lo mantuvo allí, y después lo devolvió a su lugar. Repitió la acción en el otro lado. Después comenzó a balancear las caderas, mientras sus manos tiraban de la prenda inferior hacia abajo, con enloquecedora lentitud. Y mientras lo hacía, estaba mirando fijamente a Jorge quien, a pesar del rictus de placer que componía su rostro, no se estaba perdiendo ripio del sensual strip-tease de Lara.

Las braguitas llegaron a sus rodillas. Entonces se volvió de espaldas, se dobló por la cintura, y terminó de quitárselas. Lamenté que la luz de la luna no incidiera de lleno sobre su sexo, invisible en la profunda sombra más abajo de sus apetecibles nalgas.

La mano derecha de Jorge abandonó uno de los pechos de Irina, que estaba estrujando, y se introdujo entre las piernas de Lara. La mujer la retiró de allí, y luego se volvió.

Me miró francamente por primera vez, porque hasta ese momento tenía la impresión de haberme vuelto invisible. Recorrió mi cuerpo de arriba abajo, deteniéndose en la curvatura de mi pene, completamente erecto.

Salí de la especie de trance en que estaba sumido y me acerqué a ella, que retrocedió dos pasos, lo que interpreté como un signo de rechazo, hasta que tendió las manos en mi dirección.

Me abracé a su cuerpo, y acaricié sus prietas nalgas. Ella me tomó con las manos por las mejillas, y acercó mi rostro al suyo. Comenzó a besarme con la boca entreabierta, pasándome una parte de su saliva. No hurtó su lengua de la caricia de la mía, sino que recorrió con ella el interior de mi boca. Se me fueron las manos a sus pechos, que encontré duros y firmes al tacto.

Me había olvidado de la presencia de Jorge e Irina, hasta que los gemidos rítmicos de la mujer me llevaron a volver la cabeza. Estaba de espaldas, con las manos apoyadas en el parapeto, y el otro hombre la embestía fuertemente desde atrás, mientras la sujetaba por los cabellos. Los muslos de él chocaban con las nalgas escuetas de la chica, produciendo un sonido de palmetada, bajo el cual era posible distinguir aún el chapoteo de su pene en la vagina, que yo sabía por experiencia propia que a estas alturas estaría encharcada con su flujo.

Lara me obligó a volver la cabeza en su dirección, y me mordió una mejilla, consiguiendo su objetivo. Me olvidé de la otra pareja, retiré una de las manos, dejando libre un pecho al que fue mi boca. Cerré los labios en torno a la aréola abultada, y mi lengua tomó contacto con la dureza del pezón, que lamí circularmente. Tras unos segundos repetí la acción en el otro seno, succionando su cúspide como un bebé que busca su alimento.

Después fui flexionando las piernas, recorriendo con los labios su estómago plano, y su vientre. Jugué con la punta de la lengua en la oquedad de su ombligo. Después mi boca se deslizó sobre el suave vello corto que tapizaba la parte inferior de su pubis. Bajo el triángulo invertido, los abultados labios mayores carecían de pelo, y su piel era suave como la de los senos a los que habían vuelto mis manos.

Intenté introducir mi lengua por la cerrada abertura, y entonces Lara puso las manos en sus propias ingles, separando la carnosidad exterior para exponer su rosado y húmedo interior, en el que enterré la boca.

Su clítoris se endureció poco a poco bajo mi lengua, que después descendió hasta la entrada de su vagina, intentando franquear el paso. La excitación de la mujer era manifiesta, y sus ligeros lamentos eran prueba patente de ello.

Hube de abandonar mi presa en sus pechos para aferrarme a su trasero cuando la mujer comenzó a estremecerse, y su vulva perdía contacto con mi lengua. Su pelvis comenzó a realizar movimientos de vaivén, aplastando su sexo contra mi boca para después retirarlo, en el paroxismo de las convulsiones de su orgasmo, cuyo final advertí por el largo suspiro y la relajación de su cuerpo.

Me encontraba ya al mismo límite de la excitación; habría podido eyacular en seco como un quinceañero en aquel mismo instante, y a duras penas pude contenerme.

Me puse en pie, y rodeé su cintura con un brazo, llevándola hacia una de las tumbonas. Me había olvidado por completo de la otra pareja, que ahora se encontraba en la hamaca más cercana: Jorge se había tendido sobre ella, e Irina en cuclillas, con un pie a cada lado de las caderas del hombre, hacía oscilar su pelvis en todas direcciones. La luz lunar iluminaba el pene del hombre que entraba y salía del orificio dilatado de la muchacha. El anillo del umbral de su vagina acompañaba al miembro de Jorge cuando uno de estos movimientos lo obligaba a salir casi en su totalidad, para después retraerse y desaparecer cuando su sexo hacía tope en el pubis masculino.

Pero yo no estaba a estas alturas para contemplar durante mucho tiempo escenas triple X como la que estaban protagonizando, porque mis testículos duros e inflamados exigían el alivio inmediato.

Lara se tendió sobre otra de las tumbonas, elevó las rodillas y separó los muslos. Arrodillado ante su sexo, guié mi pene con una mano hasta que tomó contacto con la línea apenas entreabierta de su sexo. Embarré el glande con la lubricación de la mujer haciéndolo deslizar arriba y abajo, y después tenté hasta encontrar la entrada de su conducto.

La penetré todo lo lentamente que me permitió mi ansia. Entonces ella cruzó las piernas sobre mi cuerpo, arqueó el suyo en mi dirección, y para mi sorpresa, comenzó a convulsionar de nuevo, gimiendo en tono bajo.

Cuando finalmente cesaron sus contracciones, comencé a moverme lentamente. Mi pene se deslizaba sin fricción alguna, dentro y fuera, dentro y fuera, y noté de nuevo la inminencia de mi eyaculación. Me retiré, y traté de deshacerme del abrazo de sus rodillas en mi espalda. La tomé por las nalgas, elevando su sexo hasta que tomó contacto con mi boca. Ella mantuvo la postura, afirmando los pies sobre la lona, con lo que pude dedicar mis manos a otra tarea: mientras mi lengua buscaba el clítoris, introduje dos dedos por la oquedad donde había estado mi pene hasta unos segundos antes.

Esta vez, Lara no tardó ni tres minutos en experimentar un nuevo orgasmo, y temí que sus gemidos fueran escuchados por los restantes ocupantes de la casa.

La coloqué de costado, y me tumbé a su espalda, casi pegado a su cuerpo. Elevé uno de sus muslos con una mano, mientras con la otra trataba de guiar mi pene. Lara acudió en mi auxilio, conduciéndolo hasta que el glande quedó introducido en su vagina, empujé ligeramente con las caderas, y de nuevo sentí su opresión en torno a mi erección. Comencé a empujar de nuevo, mientras llevaba uno de mis pulgares ensalivado al botoncito de la cúspide de su sexo, que estaba desatendido.

Se aferró a mi cadera, arqueó el cuerpo mientras gemía en tono bajo, y ello hizo que mi erección abandonara su cálido alojamiento. Ahora fue ella la que se giró, empujándome hasta que quedé tumbado boca arriba. Pasó una pierna sobre mi cuerpo, introdujo una mano entre sus nalgas, y ella misma llevó mi miembro hasta la entrada de su conducto. Se tumbó sobre mí, y comenzó a frotar su cuerpo sobre el mío, mientras su boca abierta se comía literalmente mis labios.

Un poco después, elevó el torso con las manos apoyadas sobre mi pecho. Su trasero inició un enloquecedor vaivén, y se envaró mientras de su garganta brotaba un lamento sostenido. Noté perfectamente en mi erección las contracciones de su orgasmo, y ya no me pude contener más. Me derramé abundantemente en su interior.

Esperó unos instantes sin variar de posición, jadeando aún a causa del intenso orgasmo que acababa de experimentar. Después se levantó muy despacio, y se acercó a los otros dos, que estaban derribados en su tumbona. Tomó del suelo su biquini, y después asió de los cabellos con la mano libre al otro hombre.

–Eres un cerdo, Jorge. No vuelvas a dirigirme siquiera la palabra –murmuró con tono vengativo.

El se levantó y, desnudo como estaba, se fue tras Lara, que se desasió de sus manos en la misma puerta que comunicaba con la escalera, tras la que desapareció finalmente. El hombre se encogió de hombros y volvió para buscar su bañador, que se puso, saliendo después del solario.

Nos quedamos a solas Irina y yo.

–¿Te ha parecido mal que haya cedido ante Jorge?

–Bueno, no tengo ningún derecho sobre ti. Y además, yo he hecho lo mismo con Lara.

–Esta mañana, cuando volvieron de su excursión al pueblo, me dio la impresión de que había habido algo entre ellos, no había más que ver la mirada huidiza de Lara. Luego me fijé en que parecía evitar a Charlie, y de hecho en la comida se sentó en el otro extremo de la mesa.

Sonrió ampliamente antes de continuar.

–Fíjate, hasta llegué a pensar que habían tenido un disgusto a causa del paseo de su marido con Elena

Se puso seria de repente.

–¿Sabes? Tengo la impresión de que tú y yo no somos los únicos (bueno, lo de Jorge y Lara ha quedado claro después de lo de esta noche) y que hay más de una historia entre los cuatro matrimonios.

–Se me estaba ocurriendo… –comencé, y no sabía muy bien como continuar–. ¿Qué harás ahora si Jorge quiere repetir contigo?

–Eso será en todo caso mañana, y aún queda mucha noche por delante. Bueno, si tú quieres –terminó con una sonrisa insinuante.

Se puso en pie, dirigiéndose a la tumbona sobre la que yo aún continuaba tendido. Se arrodilló a un lado, tomó mi pene fláccido, y comenzó a lamerlo.

Una hora después, me sentía completamente exhausto, después de haber sacado fuerzas de no sé donde para hacer el amor de nuevo con Irina. Estábamos tumbados ambos de costado, ella delante de mí y con nuestros cuerpos en contacto. Yo me dedicaba a acariciar distraídamente sus pezones, ahíto de sexo por aquella noche.

–Al final viniste desnudo… Era solo una broma.

–Bueno, no te hice caso del todo –sonreí de oreja a oreja–. Dejé el bañador en el descansillo, cerca de la puerta del solario.

–Mañana te veré de nuevo en el cenador, a la hora de siempre, este sitio está demasiado concurrido –musitó después de depositar en mis labios un beso liviano–. Espera unos minutos antes de seguirme.

Luego se levantó, tomó su biquini de debajo de la tumbona más cercana a la puerta, se vistió, y me dejó solo.

Mi bañador no estaba donde lo había dejado. Hube de dirigirme en pelotas al dormitorio que compartía con Julia, maldiciendo el extraño humor de Irina.

Otoño-invierno de 2006