Vis a Vis

En un mundo encerrado consigo mismo, una chica se entrega a su único placer. No está bien visto, pero no es peligroso. Aunque ella está muy dominada por sus deseos y eso puede volverla imprudente.

CONFINAMIENTO:

Hoy se cumple el primer año. Un año encerrados en nuestros escasos apartamentos. La televisión nos anuncia cada día los nuevos estragos del virus. Es el cuarto o quinto encierro de mi vida. ¿Es esto el mundo moderno? Veinticinco años y he pasado más tiempo auto-encerrada que pudiendo ir a donde quiera.

Por lo menos puedo ir a trabajar… a deslomarme para que los demás coman. El supermercado en estado de alarma es un lugar de reunión de zombies. Todos caminan rápido, se miran con recelo, temen acercarse…

Un virus es un ser tan elemental que apenas está vivo. Sólo se activa dentro de otro ser vivo. Y lo hace para reproducirse a sus expensas, para parasitar sus recursos, reventar sus células y, por supuesto, colonizar a otros. Es tan simple que es muy difícil de matar. Las personas los temen… sobre todo porque no los podemos ver, no huelen, no hacen ruido… son un asesino camuflado.

Salgo a la calle. Hoy no trabajo. Es el día de mi único placer. Un día al mes. Al menos para esto puedo romper el toque de queda. Llego a la parada de autobús. Me queda aún un rato. Mejor llegar con tiempo…

¡¡¡Ehh!!! ¿Qué pasa? Un policía de paisano. Estaba sentado en la parada, parecía un viajero. Está pidiendo a todos que justifiquemos a donde vamos. Habla despacio y bajito con cada persona. Tengo justificación pero no me apetece decirlo en voz alta.

  • ¿A dónde va?, ¿Tiene justificación? -me dice cuando me toca a mí.

No contesto con palabras, saco un papel del bolso y se lo doy. Lo ve. Pone cara de asombro. Pienso que lo va a gritar a los cuatro vientos. No lo hace, habla muy discretamente:

  • Un vis a vis con un preso. Correcto, señora, tome… -me devuelve el documento.
  • ¿Usted trabaja en el supermercado de la plaza del conde? -me pregunta amable y sonriente.
  • Sí… un agobio con la cuarentena.
  • Es un agobio para todos.

Se va… No parece mal tipo. Sólo hace su trabajo. También lo hacían los que arrestaron a Pedro hace dos años.

Llega el autobús. Me subo. Nos obligan a dejar asientos libres entre los viajeros. Mejor, no quiero compañía.

Oficialmente no trabajaba. Nunca le pregunté de dónde sacaba tanto dinero. No había cuarentena… vivíamos como reyes. Salíamos mucho, nunca comíamos en casa, alcohol… sexo… coca… Sí, mucha coca. A eso se dedicaba. No lo pillaron con droga… No. Pero mató a un compinche. Encontraron sus huellas… no lo pudo negar. Perpetua… Para siempre encerrado como un animal en un agujero lleno de animales. Guardias psicópatas que lo apalean a la mínima…

Su único respiro es mi visita mensual. Mi único respiro es mi visita mensual. Entró en prisión justo cuando decretaron el confinamiento. Mis amigas encamadas con sus novios y yo sola mordiéndome las uñas. Al menos conseguí el permiso para visitas íntimas. Nos hacen una prueba de virus justo antes… La humanidad no encuentra vacunas pero sí pruebas rápidas. Recuerdo el COVID-19 cuando tenía cinco años… Mi primer encierro. Ese no fue muy largo… pero luego vino otro… y otro… Siglo XXI y vivimos escondidos de la peste como en la Edad Media.

El autobús avanza lentamente por carreteras malas. El continuo ataque de virus hizo retrasar siglos a la humanidad. Mantenemos la tecnología electrónica, las comunicaciones, pero el transporte es decimonónico. La suspensión es vieja y traquetea como si fuera a romperse. Los asientos están gastados. El aire acondicionado no funciona. Hace mil paradas…

Es la penúltima. El pueblo de Aguas Santas, famoso por sus manantiales. Llevamos dos horas de camino. El bus arranca hacia la última parada. El centro penitenciario: “Valle del Infierno”. Dejamos atrás la tierra verde, entramos en un llano seco, arenoso, casi desértico. Allá a lo lejos, en el centro de la llanura destaca un complejo de edificios. Poco a poco, los voy distinguiendo. Era un antiguo cuartel… El cuartel ahora es la zona de administración, residencia de vigilantes, enfermería, vis a vis… Detrás hay barracones de ladrillo y tejado metálico. Rodeados por vallas de cinco metros. Según la civilización fue decayendo, la ley se volvió brutal: terribles condenas, cárceles crueles, guardianes psicópatas.

Sólo quedamos dos pasajeros en el bus. Otra mujer y yo. Mayor que yo, gruesa… pero seguramente con la misma motivación.

Por fin llegamos al edificio principal. Comprobación de documentación. Registran los bolsos. Los tenemos que dejar atrás.

Sala de espera. Llaman a la otra mujer. La cachean de arriba a abajo. La guardiana lleva mascarilla y guantes. Ahora le saca una gota de sangre. La mezcla con un líquido… el color azul significaría infección y no podría pasar. Oigo como la mujer respira hondo. No hay coloración… la dejan pasar.

Ahora me toca a mí… el protocolo es el mismo. ¡¡¡Ahhh!!! Aun con guantes, odio que me manosee… Noto sus dedos en mis bragas, será guarra. No, lo que llevo ahí no es para tí. Me pincha en el dedo. Echa la gota de reactivo… No puedo evitar las palpitaciones del corazón mientras espero. Estar enferma sería un problema… La guardiana espera frente a mí. Piernas abiertas, mirada inquisitorial. Una mano en la porra, la otra en las esposas.

Por fin, me deja pasar. Ya conozco el camino… un pasillo largo y las salas de vis a vis al final. Son como habitaciones de un hotel barato pero con dos puertas. El/la visitante entra por un lado, por la otra traen al preso. Normalmente entra esposado y debe sacar las manos por una ranura para que se las quiten.

Aquí pasa algo fuera de lo normal… Una guardiana con un perro espera en el pasillo. Es un animal pequeño, con orejas grandes y caídas y una gran nariz y el cuerpo alargado. Si lo veo en la calle empezaría a acariciarlo, pero aquí me da mala espina.

En cuanto me ve, el perro empieza a ladrar como loco. Viene hacia mí, su cuidadora afloja la correa, le deja meterse entre mis piernas. Levanta su hocico hacia mis bragas sin parar de gruñir… Me quedo paralizada, fría…

  • Señora, tendremos que hacer un segundo registro -me dice la primera guardiana.

Está situada detrás de mí, me agarra un brazo y me lleva a una habitación pequeña. Allí sólo hay un banco bajo de madera.

  • Vamos, fuera toda la ropa… déjala en el banco.

Empecé a sentir un sudor horriblemente frío. Mi mayor miedo se iba a cumplir. Me quería negar… Oí la orden otra vez, con un grito más fuerte. Ví de reojo como cogía la porra. Comencé a desnudarme lentamente. Esperaba que fuera Pedro quien me desnudara. Cuidadosamente me la blusa y la dejo doblada. Después, hago lo mismo con mi falda. Me siento y me quito los botines, bonitos botines negros de ante sintético.

  • La ropa interior también… -ahora me mira de frente, no parece tener prisa, lo está disfrutando.

Sigo… fuera el sujetador. Fuera las medias. ¡¡¡Dios!!! Sin quitarse los guantes unta su mano derecha con un gel… un lubricante. Me resigno… me quito las bragas, me doy la vuelta y espero.

  • De rodillas, apoya la cabeza en el banco.

A regañadientes obedezco… ¡¡¡Ahhh!!! Sus dedos en mi trasero… No, ahí no hay nada. Limpia el guante y lo lubrica más. ¡¡¡Ahhh!!! Su mano en mi coño, la mete muy dentro… ¡¡¡Ahhh!!! Lo ha encontrado. Saca un paquete ovalado, como un huevo de gallina.

  • Vístete, todo menos los zapatos.

Voy obedeciendo… Tengo la misma cara que Pedro cuando lo detuvieron. Entra otra mujer… Trae una mesita con ruedas. Veo como cortan la cubierta del paquete, está hecha con varios globos de goma. Al rajarla sale un polvillo blanco, dejan caer un poco en un plato.

Una de ellas huele la droga y prueba una pizca con su lengua. La escupe inmediatamente.

  • Parece coca -dice.

¡¡¡Ahhh!!! Noto un objeto duro y frío en la muñeca izquierda. La otra mujer me ha agarrado la mano fuertemente y me ha puesto un grillete. Me agarra la otra mano, la acerca a la primera… De nuevo un golpe metálico, el ruido del mecanismo, un trinquete accionado con un muelle, recuerda a una carraca. Ya está, estoy indefensa, no puedo separar las manos.

Veo como aplican el reactivo a la droga… Se tiñe inmediatamente de azul. Las dos mujeres se van… se llevan la droga, la mesita con ruedas y mis botines. Sólo quedo yo, descalza y sentada en el banco. Oigo como cierran con llave.

Sí… llevaba un año trayéndole droga. El la saca de mí antes de follarme, la probamos y retozamos todo el tiempo que nos dejan. Sobra la mayor parte… Él la trapichea dentro… Sabía que no estaba bien hacer esto pero a él le ayudaba a vivir mejor. Y sus compinches fuera me pagan por transportar la droga en el coño.

La primera vez que lo hice estuve a punto de un infarto… Pero ya estaba acostumbrada, pensaba que nunca me pillarían. Está claro que descubrieron que había entrada de droga y tomaron medidas.

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Llevo horas aquí encerrada. Dos metros por dos metros. Paredes blancas, sin ventanas, sólo una luz redonda en el techo. El banco es el único mobiliario, sigo sentada sobre él, asustada, acurrucada… Descalza, moviendo continuamente las manos en mil intentos fútiles para librarme de los grilletes.

Por fin la puerta se abre. Entra una oficial mal encarada. Me coge por las esposas y me arrastra por el pasillo. Con voz temerosa, le pregunto:

  • ¿Me llevas a un barracón de mujeres?
  • No, todavía…
  • ¿Todavía?
  • Estás detenida, no condenada. Tenemos que ponerte en custodia de un juez. Serás juzgada y seguramente volverás por aquí.
  • ¿Me llevarán a la cárcel municipal de Ciudad Blanca?
  • No… No estamos en la capital. Esto es el municipio de Aguas Santas. Aquí se produjo el delito y la detención… Hemos llamado al cuartel del pueblo.

Volvemos a la sala de espera. Allí se encuentra una mujer alta y fuerte. Uniforme de policía como las demás. Pero es la única que va armada y no lleva mascarilla. En su mano tiene un extraño objeto metálico.

Cuatro grilletes: dos pequeños y dos más grandes. Los primeros unidos por una cadena corta, más larga en los segundos. Ambas unidas por una cadena central. Estaba claro el uso que le iban a dar.

La primera guardiana me agarra fuertemente un brazo. La otra oficial se agacha y coloca los grilletes grandes en mis tobillos. Después se levanta con los grilletes normales en la mano. La primera guardiana me libera las manos sólo para que su compañera me sujete de nuevo.

Cuando terminan la ceremonia es la nueva agente la que agarra mis cadenas para llevarme. Ahora me cuesta caminar. A cada paso noto el límite de los grilletes. Tengo que dar pasos cortos y me está haciendo correr. Me saca descalza a la calle y me sube al asiento de atrás de una patrulla. Ventanas con rejas sobre el cristal, una reja fina me separa de la parte delantera. Otra de las mujeres trae una caja de cartón y la guarda en el maletero.

Anochece mientras el coche circula por la carretera llena de baches. A lo lejos se ven las casas de Aguas Santas. Es un pueblo pequeño y, en situación de confinamiento, fantasma. No hay nadie por la calle, ni un perro.

En la plaza mayor está el cuartel de policía. La patrulla aparca delante. La mujer me saca del coche y me conduce rudamente al interior. Puedo ver a gente aburrida espiando desde las ventanas.

Me lleva a una sala con una mesa en el centro. ¡¡¡Ehhh!!! Me suelta las manos… algo es algo. Inmediatamente usa un grillete para enganchar las cadenas a una barra unida a la mesa. Me acerca un taburete y me sienta. Se va…

Me masajeo las manos. Sigo sujeta por los tobillos. Al rato vuelve con la caja de cartón… De ella saca una bolsa con el maldito huevo de coca. Se lo lleva diciendo “hay que guardar las pruebas”. En la caja también está mi bolso. Hurga en él, coge mi carnet. Copia los datos en un formulario… me hace firmar, el papel pone “Acta de arresto”. Saca otro papel y una almohadilla con tinta. Me toma las huellas… los diez dedos. Me deja limpiarme con alcohol. Me pasa un papel con mis derechos, debo leerlo y firmarlo… Firmo casi sin leer y sin entender nada.

Examina todo lo que hay en el bolso, lo guarda en bolsitas y lo apunta en una hoja de inventario. Me enseña mis botines, están en la caja. Los apunta también. Me quito los pendientes, los apunta, los guarda… No llevo más joyas.

Examina mis gafas, las apunta… Me las devuelve.

  • Apunto que se te autoriza a conservarlas -dice.
  • Firma el inventario -continúa.

Firmo… Me pregunta la talla de ropa y de calzado.

  • “M”, 37… -respondo.

Se va… Me quedo temblando. Traerá un uniforme de prisionera, me tendré que desnudar otra vez.

La mujer aparece con varias prendas y las deja sobre la mesa. Una camiseta blanca, una braga del mismo color y un mono corto, color gris.

  • Levántate, manos sobre la mesa.

Obedezco sin rechistar. Me ordena levantar una pierna y me suelta el grillete de ese tobillo, después hace lo mismo con el otro. La miro de reojo… está allí de pie, piernas abiertas, ya no va armada pero tiene la mano en la porra.

  • No te vuelvas, desnúdate y ponte la ropa que he traído -me dice autoritaria.

Es inevitable… Si intentara huir me apalearía sin dudarlo. Comienzo a quitarme de nuevo la blusa. Ella pone una caja de cartón vacía sobre la mesa.

  • Deja toda la ropa en la caja. La enviaremos a limpiar. Podrás ponértela para el juicio. Pero tendrás que conseguir unos zapatos.
  • ¿Zapatos? -me atrevo a preguntar mientras continúo desnudándome.
  • No puedes llevar los botines con grilletes. Puedes llamar para que alguien te traiga unos zapatos o…
  • ¿O qué?
  • O tendrás que ir descalza.

Me pongo la braga, es áspera. Igual que la camiseta, no hay sujetador. Después el mono. La tela es de la peor calidad. Dura, desagradable. Al terminar me da unas chanclas de goma del mismo color gris.

Para terminar me pone una pulsera de papel con un número… De esas que una vez pegadas, cuesta romperlas.

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Llevo una semana aquí, encerrada en una celda de apenas seis metros cuadrados. Un camastro de hierro. Un ventanuco enrejado sobre el cabecero. Una banqueta y una mesa enanas para comer la bazofia que me pasan por la ranura de la puerta.

En una esquina hay un lavabo mínimo y un retrete maloliente. Cada dos días me sacan de la celda para ducharme cinco minutos con agua tibia. Al salir, me dan otro “kit” de ropa de presa, limpio pero igual de desagradable al tacto.

He podido hablar una hora con mi abogado de oficio. Esposada y en la sala de interrogatorios, el tipo me convenció de que lo tengo muy mal. Pillada “in fraganti” con la droga… sólo me queda confesar y llorar diciendo que estaba muy transtornada por la relación enfermiza con mi pareja.

El juicio es dentro de dos días. Al menos pude llamar a una amiga y me ha enviado un  par de zapatos del 37. Me los han dejado probar durante un minuto… Me valen. Es más me gustan… Al menos el fiscal no tendré que ir descalza.

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¡¡¡Ehh!!! ¿Qué pasa? No es hora de la comida y han abierto la portezuela.

  • Las manos… -es lo que dicen cuando me quieren sacar de la celda. Me piden sacar las manos por la ranura para ponerme las esposas.

Me extraña que me han ordenado ponerme de espaldas. Esta vez me han sujetado las manos atrás. La puerta se abre… No es una guardiana. Es un hombre de paisano. Pero lleva la placa dorada de detective en la cintura. Me lleva cogida fuertemente del brazo, no me hace daño pero me hace saber que no tengo opción. Me lleva a la sala donde me dieron la bienvenida. Me sienta frente a la mesa… ¡¡¡Ahh!!! me libera una muñeca y sujeta el grillete a la mesa.

Se sienta frente a mí… ¿De qué me suena su cara? Sí… es el policía que nos pidió la documentación en la parada de autobús.

  • ¿Tú me pediste los papeles en la parada del autobús?
  • Sí.
  • Ya sospechabais de mí.
  • Sí. Sospechábamos de todos los vis a vis que se repetían todos los meses.
  • ¿Para qué vienes?
  • Para interrogarte.
  • ¿No tenéis bastante para mi condena?
  • Tenemos de sobra. Te pillaron con la droga encima. Si la llevaras en el bolso podrías decir que te la puso alguien pero ahí no pudo llegar sin tu ayuda consciente...

Sentí una enorme vergüenza. Sí, me pillaron con la droga en el coño. No podía negarlo.

  • Entonces, ¿Qué quieres? -le pregunto, itentando mantener la compostura.
  • Saberlo todo.
  • ¿Todo?
  • ¿Quién te pasa la droga?
  • No puedo decirte eso… En prisión o en la calle, me matarían…
  • Si nos lo dices, el tribunal sería generoso.
  • ¿Y si no?
  • Tráfico de estupefacientes, mentir en la declaración de entrada a la prisión… No menos de diez años. Diez años… tu marido te habrá dicho lo mal que se pasa allí.
  • Sí… ¿Cómo está Pedro?
  • Ya ha sido juzgado por el comité de la prisión. No pueden alargar su condena de por vida pero pasará un año aislado en la celda de castigo y cuando salga irá al barracón de conflictivos y violentos.

¡¡¡Dios!!! Pobre… Encerrado en solitario, y después rodeado de asesinos. Bueno, el es un asesino… pero fue casi un accidente. Se pelearon y ganó él. El otro cayó mal…

El inspector sigue hablando:

  • En la prisión no hay dinero. Aunque lo hubiera no serviría de mucho. La droga allí se usa para esclavizar a infelices, pagar favores, comprar lealtades… ¿Quién quiere meterla allí?, ¿Cómo contactaron con Predo?, ¿Y contigo?, ¿Dónde te entregaban la droga?, ¿Qué sabes de ellos?
  • Pedro me lo propuso… A mí me gusta demasiado follar puesta de coca. No conozco a nadie. Alguien me llama desde una cabina. Tengo que bajar un momento a la calle, normalmente disimulo tirando la basura y tengo el paquete preparado en el buzón.
  • ¿Incluso durante confinamiento?
  • Siempre lo he hecho durante confinamiento.
  • Hoy lo publica el boletín oficial.
  • ¿Publica qué?
  • El fin del confinamiento. Mañana las calles se llenarán.
  • Yo no las veré…
  • No me puedes contar nada más…
  • No.
  • ¿Seguro?
  • ¡¡¡NOOO!!!

El hombre suelta el grillete de la mesa y me sujeta por las muñecas. Las junta a mi espalda para esposarme. Criiiick… el inconfundible ruido del trinquete me informa: de nuevo, inmovilizada. Al menos, él no aprieta los grilletes tanto como las putas guardianas.

Veo como apaga la grabadora que había sobre la mesa. No sé muy bien qué, pero siento como algo desconocido se apodera de mí.

  • Si no es oficial, te puedo contar lo que sé -le digo.
  • ¿Cómo que si no es oficial?
  • Yo te digo lo que sé si me dejas contártelo con calma. Si podéis detener a los malos con esa información, hacedlo. Pero que no conste en ningún sitio que yo he hablado. No va a haber declaración firmada, ni grabada ni declararé en un juicio.
  • Vale…
  • Suéltame las manos.
  • Vale - y mientras lo dice me suelta las manos y deja las esposas sobre la mesa.

Me siento en el borde de la mesa. Le pido que él ocupe la silla. Obedece. Ýo un poco por arriba, él más abajo… Me coloco más cerca, si estirara las piernas le tocaría el pene. Lo miro a los ojos. Y empiezo a hablar…

Y sigo hablando durante casi una hora. Él me mira fijamente. No apunta pero parece que apunta todo en su memoria. Empiezo por cosas irrelevantes para él pero las quiero contar. Él no me para. Le cuento cómo dejé de estudiar para casarme muy joven. Como vivía con Pedro. Muy bien al principio. Comencé a ver sus defectos. Tuve que empezar a trabajar… Él entró en la cárcel.. En el primer vis a vis me dio una dirección a la que ir, un nombre… Fui allí. Un hombre me atendió. Un extranjero bajito y rubio. Acento del este. Es todo lo que podía decirle. Sé que no me iba a servir decirlo, que me comería la misma condena entera. Pero llevaba una semana encerrada sola. Necesitaba contarlo. Y hubiera hecho cualquier cosa por no volver a la celda.

  • Muy bien, gracias -me dice.
  • Ahora de pie y date la vuelta -continúa.

Obedezco, veo su mano cogiendo las esposas. ¡¡¡Ahh!!! Primer grillete en la izquierda. Me junta las manos atrás. ¡¡¡Ahh!!! De nuevo presa. Me agarra un codo… tira suavemente, pero tira… Sigo dispuesta a todo por no volver a estar encerrada y sola.

  • Por favor, siéntate -le pido, él lo hace con cara curiosa. Veo con qué ojos me mira.
  • Bájate los pantalones -continúo.

El obedece… Y allí mismo de rodillas, con las manos esposadas a la espalda comienzo a lamer su miembro suavemente… MI boca se llena de saliva y continúo, besando el glande, metiéndolo poco a poco en mi boca. Mi cabeza toma un movimiento rítmico: delante, detrás… delante, detrás… La saliva lubrica el movimiento. Noto el miembro cada vez más grande, cada vez más duro. Paro para quitarme un pelo de la boca y veo su cara de placer… Ojos cerrados, mirando al techo. Lo había comprobado con Pedro y con dos novios anteriores… Ningún hombre se resiste a esto.

Continúo… continúo… Él me acaricia el pelo. Noto como convulsiona… Llevamos un rato… Debe estar cerca…

  • Para o la tragarás -me dice entre jadeos.

No paro… Sigo hasta que eyacula. La trago… no me da tanto asco. Quedo rendida a sus pies. Sentada sobre mis tobillos, con las muñecas todavía sujetas atrás.

Él se levanta y se quita zapatos y pantalones. Me quita las esposas… ¡¡¡Ahhh!!! Me besa las muñecas. ¡¡¡Ahhh!!! Me besa en la boca… con lengua, húmedo, suave…

Me desnuda. Me quita el infame mono… Me tumba en el suelo en camiseta y bragas… ¡¡¡Ahhh!!! Camiseta fuera… no llevo sujetador, las tetas me cuelgan a lo loco en todas direcciones. ¡¡¡Ahhh!!! Me chupa los pezones. ¡¡¡Ahhh!!! Me besa por todo el cuerpo… los hombros, la espalda… el ombligo… ¡¡¡Ahhh!!! El sexo… ¡¡¡Ahhh!!! Me chupa el clítoris suavemente… Eso Pedro nunca se dignó hacerlo, ni borracho y puesto de coca. Sigue, sigue, sigue… Noto que pierdo el control, me retuerzo, gimo… ¡¡¡Ahhh!!! Me voy a correr, me voy a correr…

Para, ¡¡¡No pares!!! ¿Por qué para? Se tumba sobre mí… Me agarra las tetas. ¡¡¡Ahh!!! Me empieza a penetrar… Empieza lento, suave… Va creciendo la velocidad. Cada vez más rápido, cada vez más duro. Me vuelvo a retorcer… Intento no gritar… Cada vez más rápido. Lo noto ahí… lo noto cada vez más. ¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡Ahhh!!!

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No me metió prisa. Me dejó descansar. Se vistió… Me vestí lentamente.

  • ¿Preparada? -me preguntó.

Me volví y junté sumisa las manos atrás. No me esposó, tuvo esa gentileza. Me trajo a la celda, eso sí. Aquí estoy ahora. Acabo de despertar. Se ve un poco de luz. Deben ser casi las siete. A las siete en punto vendrán a buscarme para el juicio.

Ahí están… Oigo pasos. Abren la puerta. Me llevan a las duchas. No usan esposas.

Me puedo duchar… Rápido que cortan el agua a los cinco minutos. No está caliente, sólo templada.

Me estoy secando, una cortina me separa de las guardianas. Meten una caja por el suelo. Mi ropa… ropa interior, medias, blusa, falda… Y zapatos. Me pongo todo. Salgo. Me están esperando con la combinación de grilletes. Me sujetan… pies y manos. Me hacen sentar en un banco…

Traen a otra chica. Habrá dos juicios hoy. La meten adentro. Oigo el agua. Meten otra caja con ropa… Sale. Le ponen los grilletes. Me fijo en ella, es guapa, castaña, más o menos de mi edad. Vaqueros azules, camiseta rosa, zapatos a juego…

Nos hacen esperar un rato, tenemos que sentarnos en el suelo.

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Nos llevan a las dos en la parte de atrás de una patrulla. Tuvimos que salir a la calle para subir al coche. Había mucha gente y todos se quedaron mirando.

El camino fue corto hasta el juzgado… Estamos en una ciudad pequeña. Nos meten por la puerta de atrás… Aun así hay curiosos… alguno nos grita barbaridades “vais a ir a la cárcel, putas, allí os van a enseñar”, creí entender…

Serán las ocho, nos encierran en una celda grande, alargada. Deben ser dos metros de ancho por seis de fondo. Está en el sótano, la ilumina una ventana al fondo. El único mobiliario es un duro banco de madera pegado a una de las paredes. Estamos allí sentadas, vestidas de domingo pero con los grilletes puestos. La puerta de reja está cerrada y no vemos a nadie. Vendrán a buscarnos para el juicio. La guardiana nos informó:

  • Si os declararan inocentes, saldréis a la calle ya… Lo más seguro es que volváis aquí… culpables en espera de sentencia. Si hay sentencia hoy os llevamos directas a la cárcel. Si no, volvéis a esperar a los calabozos de la comisaría.

Los juicios empiezan a las nueve. Nos queda una hora aquí encerradas. Nos miramos y ambas entendemos que debemos presentarnos. Eso entiendo yo… Voy a hablar pero ella se adelanta:

  • Soy Lorena… y, como ves, tengo un asunto importante hoy aquí.

Me gusta el sentido del humor…

  • Yo soy Patrizia… me gustaría irme, pero también estoy liada.

Seguimos hablando en tono de broma. Me cae bien… La iban a embargar y recibió a los funcionarios con una escopeta de caza. Le cuento mis pecados… mucho menos confesables. Ella no me juzga. Sólo escucha...

Vienen guardias, abren la puerta, se llevan a Lorena, la arrastran tirando de las cadenas. No están para muchas bromas.

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Paso como dos horas encerrada y sola. Eso es lo peor de la cárcel… los momentos encerrada y sola.

Traen a Lorena de nuevo. La optimista sonrisa de su boca se ha apagado.

No podemos hablar. A ella la sientan y a mí me llevan.

Me sientan en el banquillo… parezco un muñeco en una caseta de tiro. No puedo negar nada. El caso contra mí es demoledor.

Culpable en menos de una hora… Me bajan a la celda. Allí sigue Lorena. Nos miramos pero no hablamos. Me tumbo con ella en el banco. Encontramos calor la una en la otra.

  • Son más de las doce… Supongo que tendremos sentencias antes de comer.

Efectivamente, en poco más de una hora, llega la guardiana con copias de las sentencias.

El inspector tenía razón: diez años… ¡¡¡Diez años!!! Hacía mucho tiempo que no había indultos ni libertad condicional… diez años eran diez años.

Nos suben a la patrulla. La oficial protesta porque es hora de comer… Yo también tengo hambre. Vamos encadenadas en los asientos de atrás. Dejamos el pueblo rápidamente, entramos en una carretera que ya conozco. Se tarda como media hora. Allí está la prisión… Ahora tendré que vivir aquí… que sobrevivir aquí.

Entramos por un acceso que no conozco. Una sola agente nos ha traído en el coche pero nos esperan dos más. Cogen cajas con nuestras pertenencias del maletero… Ahí debe estar mi bolso.

Nos llevan a una sala de espera. La policía que nos trajo nos libera de los grilletes. Las otras dos guardias nos obligan a sentarnos y nos sujetan al banco con esposas.

Al rato se llevan a Lorena. Pasa media hora y me llevan a mí. Me vuelven a desnudan y me obligan a vestir de nuevo un mono de presa.

Dicen que dormiré en un barracón, me llevan esposada.

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Falta un poco para que nos levanten… Cada día a las siete de la mañana suena la sirena como el chillido de un ave de rapiña volando sobre nosotras. El barracón está dividido en pequeños habitáculos de dos camastros por muros de ladrillo de metro veinte. Al levantarnos, nos obligan a pasar por la ducha, más bien por un chorro de agua tibia. Debemos cambiarnos las bragas todos los días y el mono cada dos.

El desayuno no es muy bueno pero hay que comérselo porque después nos llevan al taller. Seis horas de trabajos textiles para empresas que contratan nuestra barata mano de obra. En teoría nos ingresan una miseria por cada hora trabajada. Parte lo podemos usar en la cárcel cambiándolo por dinero interno. El resto se supone que lo recuperamos al quedar en libertad. Sirve de fondo para poder volver a empezar.

La comida es peor que el desayuno… Pero por la tarde podemos holgazanear un poco en el patio. Incluso nos dejan usar el comedor como local social. Si tienes dinero del monopoly (así le llaman aquí al dinero interno) hasta puedes comprar chuches y refrescos.

La cena es muy ligera y muy mala. Cenamos temprano y al acabar nos encierran de nuevo en el barracón…

Estoy desnuda bajo las sábanas… La mano de Lorena todavía está en mi sexo. Todavía noto el chocho caliente. Ella está desnuda a mi espalda, rodeándome con sus brazos.

El primer día aquí descubrimos que el sexo entre chicas era el único placer permitido. Las guardianas miran para otro lado… Bueno, hay alguna que se ha liado con una reclusa y se la lleva por las noches para interrogarla.

Por la ausencia de luz de luz deduzco que aún me queda tiempo. Suavemente, me doy la vuelta… Ella duerme pero le empiezo a acariciar el clítoris suavemente. Al tiempo le chupo los pezones. Despierta… Sonríe… la beso con lengua mientras lentamente la llevo al orgasmo. Tiembla, convulsiona, se retuerce… Noto como se corre y nos quedamos con los cuerpos entrelazados, con las lenguas entrelazadas, hasta que suena la maldita sirena.

Me ofrecieron hacer “vis a vis” internos con Pedro pero ni hablar… Con un poco de dolor de corazón cubrí el papel para solicitar el divorcio. Me dicen que en un mes seré soltera de nuevo. Sí, lo sigo queriendo… pero se ha hundido y me ha hundido con él. Aunque pierda diez años, aún tendré vida al salir. Lorena saldrá en cinco… no creo que me espere. ¿Volveré a relacionarme con chicos o sólo con chicas? Ufff… me gustaría encontrarme otra vez con aquel policía. No era guapo como Pedro pero nunca me habían follado igual.

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Llevo tres meses aquí. Realmente, me ha servido de cura de desintoxicación… Tres meses sin coca, sin alcohol… Tres meses con Lorena. También tres meses de comida asquerosa, de trabajo sin descanso, de cortes y pinchazos en el taller.

Estoy comiendo junto a Lorena y otras presas. Una guardiana pasa tras nosotras. Siempre mal encaradas. Siempre que pasan contenemos la respiración esperando que no nos digan nada, que no nos hagan nada…

  • “365” de pie -brama.

“365” soy yo… Aquí no tengo nombre. ¿Qué quiere? La miro de reojo, la mano en el mango de la porra, por eso, obedezco..

  • Contra la pared, manos en la nuca -sigue gritando.
  • No he hecho nada -alcanzo a balbucear.
  • Obedece...

Obedezco… No sé qué puede pasar… Nada bueno. Aguanto la respiración mientras siento como me pone las esposas a la espalda. Después me lleva con rudeza, no sé a dónde.

Salimos de la zona de barracones, entramos al edificio común. Entramos en una sala de interrogatorios. Me recuerda a dónde me interrogó el inspector. La guardiana me suelta una mano y engancha el grillete a la mesa, después acerca una silla y me sienta. Se va… Deja la puerta abierta pero no me puedo ir. De nuevo estoy sola esperando lo desconocido…

Oigo voces y pasos. Una guardiana mayor con el uniforme pero sin porra ni esposas en el cinturón discute con un hombre. ¡¡¡Ehh!!! Es el inspector… ¡¡¡Mi inspector!!!

  • El documento es claro y auténtico -dice él.
  • El gobernador no se ha podido poner pero me llamará… Esperaréis tú y ella.

Él se queda en la puerta, ella se va…

  • ¿Quién es esa mujer? -pregunto susurrando.
  • La directora de la prisión.
  • ¿Y qué has venido a hacer?, ¿Por qué está enfadada?
  • Ahora calla, por favor. Sabrás todo pronto.

Esperamos un rato en silencio… Él nervioso en la puerta, yo sentada y unida a la mesa.

Al fin viene la directora. La acompaña una guardiana. Al llegar habla de modo áspero:

  • Es correcto. Liberamos a la prisionera, queda en custodia del servicio secreto.

Para mi sorpresa, la guardiana me libera del grillete. Me lleva a otra estancia y me devuelve mi ropa y todas mis cosas. Mi corazón late enloquecido. Querría preguntar muchas cosas pero me aguanto.

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El inspector me lleva a su coche. Me sienta delante y arranca. Miro atrás, la prisión desaparece en el horizonte. Él empieza a hablar…

  • No nos diste muchos datos pero fueron suficientes. Pudimos desmontar toda la banda e incluso sus conexiones internacionales.
  • ¿Soy libre?
  • Sí…
  • Pero, no hay indultos.
  • No es un indulto. Has colaborado en una investigación y el servicio secreto te reclama por si pudieras ayudarnos más.
  • Estoy bajo tu custodia.
  • Al menos en teoría sí.
  • Pero no me matarán…
  • Están todos en la cárcel y ya no saldrán. Además, en ningún sitio figura que hayas declarado. Realmente, no soy de la policía.
  • ¿Y de quién eres?
  • Ya lo he dicho, del servicio secreto… Tus conocidos traficantes colaboraban con terroristas. Por eso te han agradecido especialmente la ayuda.

Al llegar a Ciudad Blanca, comprobamos que mi piso alquilado ya no era mío. Una amiga recogió las cosas y las llevó a un desván.

Como estaba bajo custodia de un agente, iré con él a su casa.

¡¡¡Ahhh!!! Me acaba de follar salvajemente… Le pedí que me esposara a la cama… Parece que le he cogido gusto a los grilletes.

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Contacté con Lorena por carta. No le puedo decir por qué estoy libre. Le dije que descubrieron un error en el juicio. Hoy tenemos un “vis a vis”.

Alex me lleva al “vis a vis”... Alex es “mi inspector”. Realmente es agente especial pero me gusta llamarle así. Hay que ser muy tolerante para llevar a tu novia a follar con otra mujer. Todos lo harían si les dejaran participar en un trío pero eso no va a poder ser… A lo mejor cuando ella salga.

Aparca delante de la prisión… Siento un escalofrío pero también quiero entrar. Él me rodea con sus brazos, me besa… ¡¡¡Ehhh!!! ¿Qué hace tu mano ahí, ahora? Me está metiendo mano… ha deslizado sus dedos bajo la cintura del pantalón… me masturba lentamente… ¡¡¡Ahh!!! Estoy muy caliente, ya venía caliente por el camino… ¡¡¡Ahhh!!! No aguanto… Me he corrido. Ha estado bien. ¿Querrá marcar territorio antes del “vis a vis”? Tengo que preguntar:

  • ¿Por qué has hecho esto?
  • Tenía que comprobar que no llevas nada, desde hace unos meses hacen controles con perros anti-droga.

FIN