Vis a Vis 1/3
Andrés, a sus 27 años, acaba con sus huesos en la cárcel por su mala cabeza. Su padre, juez, le ha dejado en la estacada. Sólo encuentra el apoyo de su madre y su mente empieza a maquinar cómo vengarse de su padre.
1. Un día cualquiera. Justo antes de la venganza.
-¡Cerdaaaaa!
El grito resonó por toda la casa. Debían ser las cinco y pico. Acababa de despertarme de la siesta con una erección de caballo. La tele, con el sonido al mínimo, iluminaba tenuemente la habitación, que permanecía con las persianas cerradas y el aire acondicionado puesto a tope, para evitar que el tórrido calor veraniego achicharrase el expuesto comedor del piso veraniego.
Llevaba ya un par de meses en el apartamento veraniego de mis padres y, en vista de que el cabrón de mi viejo me la tenía jurada y no me dejaba volver a la mansión de la familia, había convencido a mi buena madre para que me dejase alojarme, a espaldas del viejo, en aquel minúsculo apartamento. Allí ocupaba su lugar como " rey león " de la familia y hacía, literalmente, lo que me salía de los cojones.
Por eso estaba medio resacoso después de haberme zampado una botella de su mejor Rioja, con la inestimable ayuda de la cerda de mi madre, y ahora despertaba así de la minicogorza. Despatarrado en pelotas en el sofá, con la polla tiesa como un mástil, apuntando al techo, y viendo, con mi amodorrada mirada, como se meneaba el culazo de la cerda, apenas oculto por un ajustado tanga, mientras trataba de arreglar el estropicio que habíamos hecho en la cocina mientras echábamos el polvo previo a la comida
La cerda, que ya sabía de qué iba el rollo, no tuvo que escuchar mi berrido por segunda vez y acudió, rauda y veloz, meneando sus tetazas, a arrodillarse ante mi rabo y, tras encajar la tranca en su garganta (le entraba a la perfección, debían ser de la misma talla), se sometió a la rutinaria y placentera (para mí) tortura de la follada babosa y salvaje de su cálida garganta.
La sujeté fuerte con las dos manos. Me encanta menear la cabeza de la puerca a lo bestia, mientras escucho sus guturales gemidos, noto como sus babas van resbalando sobre mis depilados cojones y las arcadas se suceden inevitablemente. Mientras le muevo el cabezón a la cerda, bien sujeta por el pelo, me gusta contemplar sus ojos vidriosos y, entre insultos, exigirle entusiasmo y dedicación a la muy puta, al tiempo que le doy estimulantes bofetadas en la cara y voy lanzando espesos lapos que, de vez en cuando, restriego por su frente y sus llorosos ojitos de furcia.
Ella no suele quejarse. De hecho, si alguna vez lo ha hecho siempre ha sido para exigir más caña. ¡Qué bien amaestrada tengo a la muy puerca!
No nos engañemos, recién despierto y con la polla apuntando al techo, no hay nada mejor que una buena mamada para afrontar el resto de la jornada. Y si la puerca que te come la tranca pone el mismo entusiasmo y las ganas que la cerda de mi madre hay pocos placeres comparables.
Durante un buen rato contuve la excitación y disfrute como un gorrino insultando a la puta sumisa de mamá. Ella aguantaba los insultos con el mismo estoicismo que los guantazos, los escupitajos y las arcadas que disfrutaba provocándole. Para aliviar la situación se limitaba a masturbarse, como buenamente podía. Aunque ambos sabíamos que, a esas horas lo que de verdad estaba esperando era la rayita de coca que su cuerpo le estaba pidiendo con ansía.
Yo, disfrutaba como un gorrino con su humillación y estaba dispuesto a hacerle sudar la gota gorda para obtener su premio.
Intenté retrasar al máximo la corrida. Estaba muy, muy cachondo, pero no tenía ganas aún de darle el gustazo a la cerda de que disfrutase de su rayita sin hacerle sudar la gota gorda.
La puta se esforzaba con ganas. Churretones de sudor y lágrimas por el esfuerzo surcaban su cara y goteaban, mezclados con sus babas sobre mis tensos cojones.
Ver trabajarse su premio a la cerda, con tanta dedicación, me ponían muy palote. Además, la gorrina tenía un cuerpo diez. Las tetazas operadas (por un excelente cirujano, ¡no hay nada como tener pasta!) se mantenían firmes y tersas a pesar de su enorme tamaño y, acompañando los rítmicos vaivenes de su cabeza, frotaban mis muslos. En su culazo, reflejado en el cristal cerrado de la ventana del salón, todavía se podía adivinar la apertura de su depiladito ojete, que había taladrado un par de horas antes y en el que se acomodaba la fina tira del tanga.
En cuanto estuve a punto la agarré con fuerza de los pelos y coloqué su jeta bajo mis huevos para que me los fuese lamiendo. Ella, conocedora del ritual, soltó un gutural gemido tras ver liberada su garganta, procedió a cerrar los ojos y se concentró en restregar la lengua en la tierra de nadie, entre mis cojones y el ojete, pero sin descuidar ninguno de ambos objetivos.
Apreté los dientes, agarré con fuerza mi pringosa tranca y seguí meneándola con rabia, mientras notaba la leche en la pole position , pugnando por salir.
El manguerazo fue apoteósico y dejó la cuidada media melena castaña de la cerda, así como parte de su frente y ojos, a rebosar de espeso y saladito esperma que la guarra asumió con resignación, boqueando y empezando a salivar por la coca que en breve iba a deslizarse por sus ansiosas fosas nasales. ¡Se había ganado el premio, sí señor…!
Todavía jadeando y con los dientes apretados, sujete su cabeza, agarrando sus cabellos y contemplé, con una sonrisa irónica, su esperpéntico aspecto. La cara babosa, sudada y pringosa de esperma de mi progenitora iba recuperando el aliento. Mientras la cerda me lanzaba una mirada entre sumisa y ansiosa, musitó tímidamente:
-Venga, Andrés, por favor...
No pude evitar soltar una risita sardónica y le contesté cortante:
-¿Por favor...? Por favor, ¿qué?, cerda...
-No seas así, hijo... Ya sabes lo que quiero... ¡Me he portado bien...! -el tono suplicante subió de intensidad y me pareció que se le escapaba alguna lágrima...
Al final, la puta me acabó dando un poco de penilla y decidí complacerla. A fin de cuentas, este finde se estaba portando...
-Anda, guarrilla, anda... Toma. -le lancé un sobrecito que tenía en la mesita con material para un par de rayas- Con esto tienes para lo que queda de jornada.
Ella lo cogió al vuelo y se incorporó a toda velocidad. Corrió a la mesa sin ni tan siquiera limpiarse la cara en la que se iba resecando la lefa.
Desde el sofá, mientras mi polla iba recuperándose del asalto, contemplé como la cerda extendía el polvo sobre la sucia mesa del comedor, todavía llena de migas y con manchas de cerco de vino de las copas. Con la pericia que había adquirido en los últimos tiempos, se metió las dos rayas entre pecho y espalda, mostrándome una perfecta panorámica de su ojete al agacharse a esnifar.
Después, echó la cabeza hacia atrás, agitó la melena, se rascó un poco la nariz y, tras ver qué había quedado algún resto de polvo en la mesa, pegó un par de lametones para aprovechar toda la mercancía.
La miré con una pizca de orgullo. Sabedor del éxito de mi tarea de sometimiento.
Cuando, displicente, la guarrilla se dirigía a la cocina le dije:
-¡Eeeh, cerdita! ¿Qué se dice...?
Se detuvo y se giró. Con los ojos vidriosos y una mirada humillada y como ida, musitó:
-Gra... Gracias...
-¡Muy bien, cerdita! Así me gusta... La buena educación, que no falte.
2. Farlopa, contigo empezó todo…
¿Amor? Esto no es una historia de amor. No tiene nada que ver con el amor. Es una historia de sexo, de deseo, de dominio y de venganza. Eso es todo. Ni más, ni menos.
Mi padre se llamaba Anselmo. Bueno, mejor dicho, se llama, aunque ya no ejerce… de padre, quiero decir. Hace bien poco que la cerda y yo le dimos puerta y pude pasar a ser amo y señor del castillo, por decirlo así, como con ínfulas.
Mi padre es dieciséis años mayor que mamá. La conoció cuando ella estudiaba derecho en la universidad, con veintidós años. Él era profesor suyo. Se casaron dos años más tarde, cuando mamá acababa de cumplir 24 años y mi viejo, ya en la cuarentena había abandonado las clases para centrarse en su verdadero oficio: la judicatura. Efectivamente, el viejo era (y es) juez. Un juez rígido, carca y conservador. Don Anselmo el Incorruptible, así le llaman. Sí, ya me imagino qué es lo que estáis pensando: el último tipo de persona a la que le conviene un hijo indolente, porrero y adicto a la coca como yo. Sí, amigos, ese soy yo, un genuino vivales, un jeta dedicado al menudeo.
Mi madre, Maruja, tenía un carácter sumiso y apocado y siempre me había mimado en exceso. Lo que me acabó convirtiéndome en un tipo malcriado y egoísta, acostumbrado a manipular y a salirse con la suya. Todo un dechado de virtudes, vamos.
Y, claro, cuando me detuvieron por trapicheos supuso un auténtico shock para mis progenitores. Aunque el mayor trauma se lo llevó el viejo. Para mí madre también, pero ella, por lo menos, fue más comprensiva y solidaria. Adoptó los típicos argumentos exculpatorios, ya se sabe: las malas compañías, la desorientación de los jóvenes (aunque, cuando ocurrieron los hechos ya tenía veinticinco años, tampoco era un inocente pipiolo) y otras excusas similares. Todo, para no creer que su adorado hijito era un crápula que menudeaba con coca y no tenía más intereses que colocarse y follar pelanduscas.
Por otra parte, el comportamiento de mi padre me había dolido. Me responsabilizó de los hechos y se negó a echarme un cable ante la justicia, y eso que tenía multitud de contactos y relaciones y podría haberme librado de la pena con la que me tocó apechugar. Me cayó un año de cárcel y el cabrón del viejo no movió un dedo para sacarme de chirona. Si bien no tenía la culpa del comportamiento que me había mandado entre rejas, sí que, con su mojigata moralina, no había movido un dedo para ayudarme. Supongo que su intención era darme una lección. Pero desde el momento en que entré en la celda ya empecé a maquinar la forma de darle una lección a él, y cuanto más cruel, mejor. La venganza es un buen motor. Muy motivante, y más en los tipos como yo, de moral disipada.
Era bien consciente de que, en realidad, el viejo tenía razón, pero, así y todo, me sentía humillado y, teniendo en cuenta que la empatía es la última de mis virtudes, decidí golpearle dónde más podía dolerle. Deseé vengarme con todas mis fuerzas. Además, estaba seguro que tenía intención de desheredarme, así que: de perdidos al río.
Busqué su flanco más débil para atizarle. El que, paradójicamente, él consideraba más sólido. Al principio no sabía muy bien por donde embestir. Pensaba que, cuando saliese tendría que hurgar en algún caso en el que hubiera cometido alguna incorrección o algo similar. Pero claro, con su fama de firme e incorruptible , iba a resultar complicado. Aunque estaba seguro de que algo encontraría o, si no, ya vería la forma de inventármelo.
Pero, después, ya en prisión tuve otra perspectiva y una especie de epifanía me hizo alterar el objeto a utilizar para vengarme. Así que desvié mi atención al firme pilar en el que se sustentaba su matrimonio, mi buena, inocente y sumisa madre. Una mujer de una bondad intachable y a la que siempre me había resultado facilísimo manipular. Mi madre, un lustro y medio más joven que él y que todavía podía poner en pie de guerra algunas pollas. No la del viejo que seguro que era blandurria y arrugada.
Cómo ya he dicho, desde que ingresé en prisión, mi padre pasó de mí, pero mamá se encargó de suplir mi desamparo y de abastecerme con dinero de sobra para el economato (como habréis podido deducir, mis viejos están forrados) y mis gastos, así como de dar la murga y hacer el suficiente ruido como para que mi vida en prisión fuese lo más cómoda posible.
Tuve, casi desde el principio un portátil y una tele, así como otras comodidades que, rápidamente, me convirtieron en un VIP. Con todas las ventajas que ello suponía. Me libré de todo tipo de acoso y presiones tanto de los otros presos, como de los funcionarios. Así que, aunque es evidente que no podría decir que fue un periodo feliz, fue mucho menos duro de lo que podría haber sido. Sólo echaba de menos algún coñito fresco de vez en cuando.
Así y todo, me cuidé muy mucho de hacer ver a mi madre mi situación como idílica. Todo lo contrario. Me mostré crítico y exigente haciéndole sentir lo vanos e infructuosos que eran sus esfuerzos. Quería convencerla de que mi vida allí era un infierno. Quería hacerla sentir culpable y utilizar esa culpabilidad en mi provecho.
Por ello, procuraba mostrarme triste y deprimido en los días de visita. Trataba de darle la impresión de que era víctima de acoso y que todos sus titánicos esfuerzos por hacerme la vida más fácil resultaban infructuosos. Ella, cada vez que terminaba una visita salía hundida, hecha un paño de lágrimas. Yo volvía sonriendo a mi celda, a ver algún DVD porno que hubiera podido conseguir y cascármela a gusto esnifar alguna rayita de coca comprada con la pasta que le sangraba a mi ingenua madre.
La cárcel no es ninguna bicoca, pero al final es como todo y si tienes pasta, puedes comprarlo todo, desde tranquilidad a droga. Y eso es lo que me propuse hacer.
Inicialmente sólo contemplé a mi madre como una tabla de salvación que pudiese hacer más llevadera mi estancia en prisión.
Pero ahora había llegado el momento de devolverle el favor a mi progenitora y pagarle con intereses sus atenciones. Y de paso, joder al cabrón de mi viejo. Había decidido dinamitar mi familia. Aunque creo que antes de llegar a ese momento, convendría que os pusiese en antecedentes.
Un día, tras varias visitas, mamá llegó al locutorio embutida en un ceñido traje ejecutivo con falda que le iba algo, bueno, mejor dicho, bastante, ajustada. A la buena mujer la tenía prácticamente desesperada. Exactamente en el punto en el que quería tenerla. Cuando le estaba contando mis fingidas penurias, me dijo que iba a protestar oficialmente, que iba a hablar con el director de la prisión. Yo puse mi mejor cara de pánico y le dije que no se le ocurriese, que los otros presos me machacarían si se enteraban de eso...
Ella, entonces, hizo la pregunta mágica:
-Entonces, ¿qué hago...? ¿Qué puedo hacer..? -murmuró entre lágrimas.
-Hay algo... -comencé.
-¿Qué,.. qué?-preguntó ansiosa.
-Mira… A la gente que me hace la vida imposible... se la puede comprar. Pero, pero no con dinero. Esa gente quiere droga. Coca. Si consigo pasarles algo de droga. A lo mejor me dejan en paz...
-Pero... pero, Andrés, hijo, ¿cómo voy a hacerlo...? Eso no se puede hacer. Aquí no puedo traerla...
-Hay una forma.
-¿Cómo...?
-En un Vis a Vis.
-¿En un Vis a Vis? ¿Pero eso no es para parejas...? Además... ¿Cómo...?
-No, no, mamá, no es solo para parejas. -La interrumpí- También los hay para familiares. Y estaríamos solos los dos. Pero para pasar la coca sólo hay una forma... Sólo hay una forma de salvar el registro... Son exhaustivos, pero no tanto.
-¿Co... cómo...? ¿Cómo puede hacerse?
-Es delicado... -ella enrojeció y miró medio asustada. Creo que ya empezaba a intuir por dónde iban los tiros.
-Dímelo... –murmuró con un hilo de voz.
-Tendrías que guardarla en la vagina... O en el recto... Pero mejor en la vagina, dentro de un preservativo. O en un tampón. Te será más fácil. -Ella me miraba sin pestañear, muy seria. Me dio la impresión de que estaba dispuesta a hacerlo. Si lo lograba, sí que me iba a convertir en el Rey de la cárcel, como Elvis Presley.
Sólo me hizo una última pregunta:
-¿Dónde puedo obtenerla?
-¿Tienes boli...?-ella asintió- Te daré el número de un colega, dile que llamas de mi parte. Cómprale cincuenta gramos o así... Con eso bastará por ahora.
Ella obediente anotó todo. Y, resolutiva, concluyó la visita con un:
-¡Tranquilo, hijo, yo me encargaré de todo!
Nos despedimos. La última imagen que vi de ella fue su culazo panadero, envuelto en aquella ajustada falda, al salir del locutorio.
Cuando volvía a mi guarida, un compañero de la galería, que también tenía visita, aunque él de su parienta, me dijo:
-Oye tío, ¿y ésa quién era?
-Ah, mi madre...
-¿Tú madre...? ¡Joder, menuda jaca! Si yo tuviera una madre como esa, mi padre dormía en el pasillo...
-¡Anda ya...!-sí, sí, anda ya, pero, vaya, bien mirado, y tras la visión del escote y del culazo de mi santa madre, quizá mi colega no andaba tan desencaminado.
La verdad es que estaba muy buena, no hay por qué negarlo... “Si no fuera mi madre ...”, pensé. Aunque, por otra parte, darle un buen pollazo tendría un plus de morbo más que notable.
Sin poder evitarlo, empecé a maquinar. Se me estaba ocurriendo lo que sería una venganza perfecta.
Ya en la celda, me hice un pajote a su salud. Y empecé a pulir unos planes más ambiciosos.