Virgo y la tentación

Virgo es el chico de la lavandería de la residencia universitaria femenina, y su primera norma es que las bragas, aunque sean tentadoras, son para lavarlas, no para hacer guarradas...

Toc, toc. –Lavandería… gracias. – El barreño pesaba ya bastante, era hora de bajar y vaciarlo, a ver si daba para terminar la planta, pensó, mientras pasaba a la siguiente puerta y llamaba dos veces como era su costumbre, quedándose a un lado, mirando hacia el pasillo y extendiendo la misma mano con la que llamaba – Lavandería… gracias. – La ocupante de la habitación le tendía una bolsa en la que guardaba su ropa sucia, Virgo la cogía sin mirar, daba las gracias y pasaba a la siguiente puerta. Siempre de la misma forma maquinal, y al mismo tiempo, familiar. Virgo llevaba ya… casi diez años trabajando de lavandero en la universidad, había visto muchas promociones y si bien es cierto que muchos le tenían por un perdedor, que muchas chicas disfrutaban riéndose de él, la mayoría le tenía en buen concepto por lo servicial que era.

En realidad, se llamaba Rodrigo, pero todos le decían Virgo, desde los trece años… en parte por haber nacido el 19 de Septiembre, en parte por su poco éxito con las chicas. Es cierto que ya no era "virgo" en el sentido más estricto del término, pero se lo seguían llamando aún así. A él no le importaba, a fin de cuentas, Virgo sonaba mejor que Rodrigo, que parecía nombre de señor jubilado muy serio y refunfuñón.

Durante el tiempo que llevaba de lavandero, Virgo había adquirido muchas rutinas que le hacían fácil el trabajo a él y cómoda su presencia a las chicas… por ejemplo, la de colocarse al lado de la puerta y nunca enfrente, y mirar siempre hacia el pasillo, jamás hacia la puerta. Así, si una de las inquilinas estaba en paños menores, o despeinada, o incluso desnuda, no tenía que preocuparse por él. Las chicas que ya le conocían, ni siquiera solían abrir la puerta del todo, sabían a qué altura tendría la mano y le pasaban la bolsa de ropa sucia por la puerta entreabierta. Cada bolsa estaba personalizada con el nombre de su propietaria, o el número de habitación. Cuando alguna de ellas quería algo especial, lo ponía en una nota dentro de la bolsa. Algo como "por favor, no uses lejía aunque sea suave", "lávalas a mano", "usa detergente de prendas delicadas" o cosa similar. Virgo no tenía inconveniente en nada, su trabajo le gustaba.

Mientras bajaba la escalera haciendo equilibrios con el pesado barreño lleno de bolsas de ropa sucia, pensó en la conversación que había tenido hacía unos días con Rino, el chico al que llamaban el Rompebragas. Había intentado colarse, era algo que había hecho muchas veces, al parecer Rino tenía a todas sus primas estudiando en aquélla universidad, siempre que lo pescaba le decía lo mismo, que iba a ver a una prima suya… y debía haber estado regañado con ella, porque desde finales de Octubre que no había venido y estábamos a mitad de Enero, y antes, se colaba a eso de las nueve o diez de la noche de los viernes y sábados y a eso de las seis los días laborables, vamos, cuando aún había mucho jaleo y las chicas iban y venían y dormían juntas. Bueno, cuando venía Rino, sus primas siempre le presentaban a todas sus amigas, pero ahora intentaba colarse mucho más tarde, cuando ya no había nadie despierto y todas las chicas estaban acostadas. El Decano había dejado dicho que no se permitiese a ningún hombre entrar en la residencia femenina, y menos que a ninguno, a Rino, y Virgo efectivamente, había intentado impedírselo.

-Vamos, Virgo, pero si tú me conoces… sabes que vengo a ver a mi prima. – Virgo asintió, moviendo arriba y abajo su mandíbula saliente, pero a él le habían dicho que no dejase entrar a ningún hombre, y él tenía que cumplir órdenes… Rino le agarró del hombro y sonrió – Escucha, Virgo, vamos a hacer esto: tú me dejas subir, y mientras, tú piensa algo que quieras. Un deseo. Algo que quieras más que nada en el mundo, y yo intentaré conseguírtelo, ¿hace?

Virgo ya sabía lo que quería antes de que el Rompebragas terminase de hablar, pero le dejó subir. Rino corrió subiendo las escaleras de tres en tres y Virgo, sabiéndose solo, agarró una de las bolsas de ropa sucia. Era una bolsa de tela roja, suave, que tenía bordado en negro las iniciales de su dueña: C. J. W. Siempre la dejaba para el final, porque le gustaba recrearse en ella. En las prendas que contenía esa bolsa siempre ponía más suavizante, del más caro. Con frecuencia, las lavaba a mano sin que su dueña se lo pidiera, era las últimas que planchaba para subirlas a su cuarto todavía tibias, y casi todos los días echaba en ellas algunas gotitas de perfume de lavanda o almizcle, o dejaba en ellas una ramita de hierbas olorosas, como mirto o romero… en una ocasión, pétalos de rosa.

Cuando Rino bajó, casi una hora más tarde, Virgo estaba de pie frente a la escalera, esperándole.

-Quiero estudiar – dijo a bocajarro – Quiero que me enseñes cosas para poder conversar sin quedar como un tonto.

-¿Qué? – A Rino ya se le había olvidado su promesa, y aunque no hubiese sido así, aquél deseo le hubiera pescado igualmente de sorpresa.

-Lo que quiero… Eso es lo que quiero, estoy harto de ser el tontarra lavabragas, quiero ser alguien.

-Y yo te aconsejo que sigas de lavandero. – bromeó Rino pasando al cuarto de las lavadoras con él – No hay tío en ésta universidad que no se dejase cortar las piernas por poder oler a las tías tan de cerca como tú. – Rino se quedó pensativo por un momento… él conocía a Virgo, sabía que no tenía inquietudes intelectuales, JAMÁS las había tenido. Para él, sólo existía la ropa limpia perfumada, sólo sabía hablar de detergentes, quitamanchas, suavizantes y programas de lavado, su única inquietud era elegir entre lejía o perborato para blanquear las prendas sin estropearlas… ese repentino deseo de ser culto… - Virguito… ¿te gusta alguna tía? ¿Cuál?

Virgo agachó la cabeza y sonrió con algo de apuro.

-Venga, sinvergüenza, que buenas gallardas te habrás hecho ya a su salud con todo éste "material"… confiesa. – se rió Rino, pero Virgo negó con la cabeza, más apurado aún.

-¡No…! No, yo nnno hago esas cosas… bu-bueno, sí las hago, pero,… pero no con la ropa. Me-menuda vergüenza si alguna chica se entera

-¿Si se enteran? ¡Bah, vamos, ¿y por qué se iban a enterar?! ¿Tú se lo dirías?

-No

-Pues yo, tampoco. Bueno, pero cuenta, ¿quién es? ¿Lucita? ¿La Pitufina? ¿No será la sobrinísima, verdad….?

-No, no… la so-sobrina del Decano, no… es… - Virgo sonrió y se sonrojó ligeramente – es… Coral.

A Rino se le esfumó la sonrisa de la cara.

-Espera… ¿estamos hablando de "esa" Coral…? ¿"Loba" Coral? ¿Cometíos Coral…? – Virgo volvió a agachar un poco la cabeza y asintió de nuevo. Rino suspiró y le acercó la bolsa de ropa sucia de la citada – Toma. Cógele unas bragas, zúmbatela pensando en ella y olvídala. Es lo más y lo único que vas a sacar de ella, creéme.

Virgo intentó preguntar o decir algo, pero Rino se marchó silbando. "No lo entiende" pensó, y tenía razón. Sabía que nadie lo entendería, pero él… estaba enamorado de Coral. De acuerdo, sí, sabía bien lo que decían de ella, que si era una ninfómana, que si no calentaba la olla con un solo carbón, que si era una bestia… pero eso a él, no le importaba "Yo la quiero. Y yo también he tenido alguna novia antes… si estamos juntos, lo que haya hecho antes, no me va a importar. Sé que no pegamos. Ella es muy guapa, muy mala, muy agresiva… pero me gusta. Todos me dicen que ella ni me escupiría a la cara… y creo que tienen razón, pero eso no cambia que la quiero". Se dio cuenta que tenía entre las manos la bolsa de ropa sucia, y le vino un mal pensamiento, malísimo, pero muy tentador. En la residencia todas las chicas estaban acostadas, todo estaba en silencio, nadie le descubriría… aún así se sentía nervioso y culpable, pero de todos modos lo hizo: metió la mano en la bolsa, sacó unas bragas de color rojo… miró a todas partes para asegurarse una vez más de su privacidad, y cerrando los ojos, se llevó la prenda a la nariz aguileña y aspiró intensamente. Un suave gemido se le escapó de la garganta y notó que su pantalón vaquero se abultaba poderosamente. ¡Cómo le gustaba ese olor! Se sentía terriblemente culpable, sucio por hacer algo semejante, pero no podía evitarlo.

En todo el tiempo que llevaba de lavandero, había visto las bragas a miles, tanto "de abuela" como prendas muy sexys y algunas ciertamente "de batalla". Incluso las había visto rotas por el centro, sobre todo después de que Rino visitase a alguna de sus primas… pero nunca, nunca se había excitado con ellas. Sabía que esas prendas pertenecían a sus propietarias y ellas se sentirían humilladas si él las miraba de otro modo que no fuera el estrictamente profesional, a él le dejaban las ropas para lavarlas, no para hacer el indio, si alguien se enteraba, lo despedirían… eso si no dimitía él primero de la vergüenza… un demonio pequeñito le susurró en el oído "Psí, pero, por una vez… ¿quién se va a enterar? ¡Date el gustazo!"

La verdad es que no quería, en el fondo no quería, pero su mano derecha bajó ella solita a su pantalón y empezó a frotarse el bulto mientras aspiraba. Olía a hembra, era un olor caliente y acre, pero tan agradable… un olor con un punto salvaje, y un cierto toque a jabón íntimo, con perfume de aloe… Dios, qué bien olía, sólo pensar que ése trocito de tela había estado pegado a la rajita de Coral… ¿Iría depilada, se dejaría el vello… lo rasuraría sólo en parte? ¿Se afeitaría o depilaría? Apenas se había dado cuenta, pero se había sacado la polla de los pantalones y se la estaba acariciando sin ninguna prisa, gozando del olor que le inundaba el cerebro y se le metía hasta la garganta.

Empezó a fantasear con la idea de lamer el sexo de Coral, sentir ese olor "en vivo", no el que ella dejaba en sus bragas, mientras se frotaba de arriba abajo. Sus dedos hacían cosquillas en su miembro erecto y le parecía que las piernas no le sostenían. Se apretó la polla con fuerza y el placer le sacudió, haciéndole ahogar un gemido sobre la prenda que sostenía contra su nariz, se dobló de gusto y una gota transparente salió de su miembro, mojándole los dedos. Virgo esparció la humedad por el tronco y las caricias se hicieron más dulces, aún más sensibles… cada suave pasada de su mano le erizaba la espalda y le electrizaba el cuerpo entero. Intentó no gemir, pero la situación era tan excitante, el placer tan intenso

Virgo no solía masturbarse más que totalmente a solas, en su casa, y cuando fantaseaba, era con actrices o modelos, jamás con personas de su entorno… le parecía que no sería capaz de mirar a la cara a una chica con cuya imagen se hubiera… Ahora, por primera vez, no sólo estaba fuera de su casa, sino en un sitio donde podía venir alguien, y pensando en una chica a la que veía casi a diario, y además, con una prenda íntima de esa misma chica… ¡pero era demasiado agradable para renunciar! Los placenteros escalofríos le atacaban a cada momento, quería ir más despacio en realidad, no quería correrse tan pronto, quería disfrutar un poco más, la sensación era increíble… pero su mano no quería, no podía detenerse, aceleraba más y más, cabalgando hacia el orgasmo cada vez más rápido.

"Cómo me gusta… qué calorcito, cómo me gusta…" pensaba torpemente mientras su mano derecha casi no se veía y el sudor de su cara estaba empezando a mojar las bragas que no dejaba de esnifar. Las piernas le temblaban, se estremecía, la deliciosa electricidad pre orgásmica le invadía cada vez con mayor fuerza. El dulce picorcito que se cebaba en la base de su polla empezó a expandirse, anunciando el placer final, notó que iba a caer de rodillas por el gusto y a manchar el suelo

BLAM – Caminando… prefiero bajar las escaleras…. Porque es más fácil que subirlas… - Un portazo y una voz cantarina, Virgo saltó en el aire, ¡alguien venía! ¿Qué podía hacer? Su mano derecha estuvo a punto de acelerar más aún para lograr terminar, pero por suerte pudo contenerse, pero tenía que ocultarse, ¡no podía dejar que lo pescaran… así! De forma automática intentó esconder las bragas delatoras y cerrarse la cremallera a la vez, y se metió la prenda en la bragueta, se cerró el pantalón y se escondió tras una fila de lavadoras. "Mierda…" pensó "me… me gusta demasiado el tacto de esta tela sobre mi…". Pero las sorpresas no se habían acabado. La chica que bajaba por las escaleras canturreando y que entró en la lavandería, era una joven de generosas formas y cintura estrecha, caderas redondeadas y largos y espesos cabellos negros, con reflejos rojizos y blancos. Era Coral.

Virgo tuvo ganas de golpearse la cabeza contra la plancha de la lavadora que tenía frente a sí. "Por favor, por favor, que se marche pronto", suplicó. La joven, vestida con un vaquero que dejaba casi al descubierto la curva de las caderas y un top de tirantes con un escote redondo decididamente exagerado, pareció buscar algo por la lavandería y finalmente cogió un paquetito monodosis de sal de limpiar tuberías. Se volvió para marcharse, y Virgo estuvo a punto de respirar tranquilo, pero entonces, ella se volvió. Olfateó. Y sonrió.

-Eh, lavabragas, sal de ahí. – "No lo dice en serio… en realidad no sabe si hay alguien…" se dijo Virgo, intentando no pensar que Coral, sin poder verle, le estaba mirando directamente a los ojos – Sé que estás ahí… ¿quieres que vaya a buscarte? – la joven se contoneó un paso hacia él, y Virgo levantó las manos como si ella le hubiera enseñado un arma y se levantó lentamente. No se atrevió a mirarla a la cara. Oyó cómo ella se reía - ¿Qué hacías ahí, lavabragas? Te escondías como un conejito asustado… ¿algo malo que estabas haciendo, quizá?

-Eeeeh… estaba… cre-creo que una de las lavadoras tenía un atas… tas…tas-tas-tas.. - por regla general era un poco tartamudo, pero cuando se ponía nervioso, directamente se encallaba. Tomó aire e intentó vencer al ridículo – atasco. – logró decir. – Estaba… intentando desatascar… la tub-tubería.

-Ya. Claro. – Coral le miraba, divertida. Cuando sonreía por un lado de la boca, como ahora, dejaba ver uno de sus colmillos, afilado y algo más largo de lo normal. A Virgo le gustaba mucho, le daba tanta pinta de mala… pero ahora mismo, no estaba para pensar en eso, sólo deseaba que ella se marchase cuanto antes – Ya que estás aquí, aprovecho para pedirte que, para mañana, pongas en mi ropa ese perfume de lavanda que sólo usas conmigo. El almizcle también me gusta, pero la lavanda me gusta mucho más. – Se dio la vuelta para marcharse, pero de nuevo Virgo se quedó con las ganas de tomar aire. – Oh, esa tubería atascada… a lo mejor, se desatasca con esto.

Coral se levantó el top sin ningún reparo y se apretó los pechos, redondos, medianos tirando a grandes, y de pezones rosados en la piel blanca. Virgo desencajó los ojos, su corazón pareció explotar y sintió un latigazo de placer tan poderoso que se dobló por la cintura, gimiendo un quejido, mientras notó que empapaba la ropa interior hasta el vaquero… y sin ni siquiera tocarse, sólo mirando aquéllas hermosas tetas bamboleantes. Coral se rió y se tapó de nuevo.

-Sí, creo que ya está desatascada… Más te vale lavarme muy bien esas bragas, conejito – le señaló la bragueta riendo y siguió riendo mientras subía las escaleras de camino a su cuarto. Virgo recuperó la respiración y sólo entonces se miró y vio que por su bragueta, sobresalía la tela roja de las bragas de Coral, goteando quedamente. Virgo se golpeó las sienes de pura impotencia y sintió ganas de llorar de humillación, ¡diez años, diez malditos años en esa lavandería, y para una vez, UNA SOLA VEZ que se le ocurre hacer guarradas con una prenda íntima, tiene que aparecer ELLA!

-¡¿Tenía que bajar justo ella, justo hoy, justo ahora?! – masculló, sacándose las bragas empapadas y disponiéndose a lavarlas a mano, intentando ignorar que también tenía pringosos los calzoncillos - ¡No hay derecho, no hay derecho, no hay derecho!

Sólo horas más tarde, cuando se le fue pasando la vergüenza, recordó que ella le había llamado "conejito"… y desde luego, eso era mucho mejor que "lavabragas".