Vírgenes

Yo había tenido algunas experiencias hetero, pero nunca con un hombre, hasta que llegó él. Los dos dejamos de ser vírgenes, en uno u otro sentido.

Cursaba la escuela preparatoria, y era yo un chico algo tímido, con apenas unos cuantos amigos y amigas, con quienes a veces salía para divertirnos un poco, tomar algunas cervezas y moverse a ritmos descompasados en las tardeadas organizadas por algunas discos para captar clientela joven. Volvíamos a casa a más tardar a las 8 o nueve de la noche, empezando alrededor de las cuatro de la tarde. Eramos jóvenes, muy jóvenes, entre los 16 y los 18, con toda la vibra puesta en aprender cosas nuevas.

Tuve una novia a los 14, y la relación duró algunos meses. La segunda llegó a los 15, y apenas duró una semana. No sé, no tenía suerte. A pesar de ello, había dejado de ser virgen a los 14 con una prostituta, como suele suceder con muchos jóvenes en mi ciudad. Se trataba de una mujer que se alquilaba a jovencitos, y en la escuela había encontrado todo un mercado. Por invitación de alguien llegué un día a una sesión de sexo, y me tocó turno en cuarto lugar. No fue muy placentero, pero ya podía presumir ante mis amigos.

En el último grado se anexó a la clase un chico un año mayor que yo, con un aire de retraído y tímido que daba ternura. Sin barba ni bigote, aparentaba menos edad. No obstante era bastante alto, de manos grandes y pies bastante desarrollados. Como yo parecía ser el más tímido de la clase inmediatamente congeniamos y nos hicimos amigos. Se llamaba Joaquín. Tenía un conflicto eterno con el padre, que era sumamente rígido.

Joaquín y yo nos veíamos casi todas las tardes en mi casa, porque estaba relativamente sola. Mamá se entretenía con sus amigas en las casas vecinas o distantes, mi hermana se pasaba con su novio quien sabe donde, y mi padre en el trabajo. Un día, una de las chicas que sabíamos había tenido relaciones con varios de nuestros compañeros, me dio un recado para él: Lo esperaría una tarde en la disco para pasar un rato agradable. Así nomás. Pero yo adiviné el oscuro sentido de su propuesta tan sólo ver la expresión lasciva de sus ojos. Se lo dije a Joaquín y éste espetó: "No voy". Y un cierto temblor de su barbilla denotó que tenía miedo. Quise saber más. A estas alturas, Joaquín era totalmente virgen. Todo su sexo consistía en sesiones solitarias, a oscuras en su dormitorio, a medias desnudo.

Yo inmediatamente le presumí mi experiencia y él se mostró interesado. Claro está que tampoco tenía mucho que enseñarle porque toda mi experiencia se resumía a dos coitos con la prostituta aquella. Sin embargo, él parecía estar peor que yo. ¿y qué tan grande la tienes? Me preguntó. El cuestionamiento me cayó de sorpresa, porque no me esperaba. Nunca me había medido el pene. Hasta ese momento no me había preocupado el tamaño, quizá porque acaso nunca había visto otros para comparar. "regular", dije. Pero él insistió, y tuve que confesar mi ignorancia. El tampoco sabía, pero aseguraba tener un gran tamaño.

Picados por la curiosidad, saqué una regla y nos dispusimos a medirnosla.

Me desvestí primero, quedándome con un bikini blanco, pero Joaquín como que no se animaba. Saqué mi verga completamente relajada, y presa de la emoción intenté que parara. Ante mis esfuerzos Joaquín se rió y se abrió el pantalón. Por sobre su truza blanca apareció un verdadero monstruo de miembro, más grande que el mío a pesar de estar aún semidormido, pero que en cuanto lo tocó se erigió firme como un soldado a la orden de un sargento. Josú con aquella cosa. Era un cilindro descomunal. Apenas verlo mi verga subió enseguida, excitado por un extraño desasosiego que se apoderó de mí. Medí el mío primero y llegó a 15 centímetros desde su base. Luego el suyo, para lo cual tuve que tomarlo entre mis dedos. Llegó fácilmente a los 16 y medio. Espera, dijo Joaquín, y recogió los pliegues de la piel hacia atrás. El monstruo se agitó. Vuelve a medir, dijo. 18, tal vez 19, ya me había puesto un poco nervioso, y volví a tocarlo para medirlo de nuevo. Definitivamente eran 18 centímetros de carne sólida y tibia, con unos 5 centímetros de grosor. Algo grande.

El siguió manipulándose el miembro, y en pocos segundos una gota de líquido brilló sobre la superficie pulida de aquel glande soberbio. ¿Qué se siente con una mujer? Preguntó. Pues…bien, dijo yo, sin poder apartar la vista de aquel cuerpo cilíndrico que se erguía frente a mí. Mi pecho alocado latía a mil por minuto, cogido por una emoción profunda, Traté de medirlo de nuevo, acaso sólo fuera para volver a apreciar la tibia sensación que emitía sobre mi mano aquel miembro viril, de macho joven y potente. La gota de líquido preseminal se adhirió a mis dedos, pegajosa, húmeda, fresca, y luego subió otra. Vaya, dije, estás bien caliente. Su boca estaba abierta, y su labios húmedos a consecuencia de su lengua que los mojaba cada tanto. Una lengua rosada, puntiaguda, inquietante. Su verga resorteó en mi mano como si estuviera viva. Yo la tomé con todos los dedos, y aún así advertía su estremecimiento. Con una mano acariciaba mi verga y con la otra manipulaba la suya.

¿Me… quieres enseñar… cómo se hace? Dijo titubeante. Yo levanté las cejas en un gesto de sorpresa. Entonces recordé que era virgen.

La agarras así… le dije, y enlacé su talle pasando mis manos por su espalda. Su cuerpo pegado al mío se estremeció de nuevo, pero esta vez el mío también. Mi barbilla rozó su hombro, aún cubierto por la tela de la camisa. Ël repitió el gesto, y al apoyar su cabeza sobre mi hombro aspiré el suave perfume de lavanda que usaba. Sus manos estrecharon mi cuerpo y pasaron a la espalda, en una caricia prolongada.

¿Me quieres ayudar? Musitó. Yo no dije nada, sólo me separé de él, y empecé a desvestirme. La ropa había empezado a estorbar. Ël tomó aquello como una respuesta afirmativa, y como un huracán empezó a quitarse la camisa, los zapatos, los calcetines, el pantalón. Nos miramos los dos, yo con mi bikini blanco y él con su truza, y nos fuimos así a la cama. Allí nos desnudamos por cumpleto, uno al otro. Sus manos bajando mi calzón fueron una delicia que yo intentaba refrenar para que no se diera cuenta de que estaba gozando tanto. A estas alturas todavía me importaba que él pensara que yo era tan hombre como el que más. Pero cuando lanzó su cuerpo sobre el mío y su boca quedó tan cerca no resistí la tentación de darle un beso, todavía tímido. Me miró sorprendido, y enseguida correspondió con otro. Esta vez fue algo más intenso. Su sexo estaba rozando con el mío, y la sensación era muy placentera. Nuestros cuerpos por madurar aún estaban vibrando al unísono, y mis manos y las suyas bajaban y subían por aquellos anchos caminos de piel. Voltéate, me pidió. Yo me acosté boca abajo, y enseguida sentí la presión de su cuerpo sobre el mío y el aliento que exhalaba sobre mi espalda. ¿Cómo resistirlo? ¿Cómo negarme a aquella intensa oleada de placer? Su mástil erguido jugueteó en mi hoyuelo y doblegó mi última resistencia, sus manos apartaron mis glúteos y descubrieron su objetivo, aireando mis partes nobles. Un movimiento trepidatorio sacudió todo mi ser, teniendo como epicentro mi culo que por entonces era virgen, tanto como él mismo. Lubricó mi ano al modo universal, con su propia saliva, e introdujo un dedo moviéndolo en círculos. Para ser inexperto resultaba un verdadero maestro.

Luego intentó introducir aquel cilindro enorme sobre mi pequeño orificio. Al principio no lo logró. Apenas sentí aquella punta hurgando mi abertura no pude evitar moverme, motivado por el miedo de que me hiciera daño. Volvió a introducir un dedo, y moviéndolo de un lado a otro estímuló mi deseo, con los dedos dirigió su cabeza hacia mi culo, y con un movimiento introdujo su glande. Ya estaba adentro. Yo sentí la embestida como un pinchazo que me recorrió de pies a cabeza, pero él se detuvo, anhelante, como si temiera haberme hecho daño. ¿Te duele? Preguntó. Un poco, respondí. ¿Lo saco? Inquirió. No. Transcurridos unos segundos el dolor cedió y dio lugar a una sensación extraña,. Joaquín se comportó a la altura, esperando para que me adaptara al grosor y a la extensión de su miembro que horadaba mis entrañas. Pero su ansiedad crecía, y yo veía como respiraba a grandes trazos. Enseguida empezó un bamboleo suave, hacia atrás y hacia delante, como si hubiera sabido eso de toda la vida.

No era dolor lo que sentía, sino algo ardoroso y placentero al mismo tiempo. Su palo parecía crecer por momentos dentro de mí al grado de sentirlo empujar mis adentros. Por momentos yo contenía el aliento, pero cuando se lanzaba hacia delante exhalaba un gemido, y cuando volvía hacia atrás jalaba aire a más no poder. Poco a poco me culeaba con más intensidad, y ese falo prodigioso iba y venía por mi trasero como por su casa, arrancándome algunos gemidos. Se salió por un momento, pero luego volvió con más furia a buscar su orificio. Esta vez se fue de golpe hasta lo más profundo, y yo no pude menos que respingar y emitir un quejido. Ay. Esa vez había llegado quien sabe donde, pero yo podría asegurar que lo sentía traspasando todo mi ser. A esas alturas me culeaba desenfrenadamente, con toda la intensidad posible.

Sin poder contenerse más se vino dentro de mí con un rugido apagado, con espasmos incontrolables, con sus manos aferradas a mis costados y su pene clavado hasta lo más profundo. Yo sentía se miembro palpitar dentro de mí, y algo caliente en el interior. Yo aún seguía empalmado y sin sacar su verga de mi culo empezó a masturbarme. No necesité mucho, y me vine casi enseguida. Fue hermoso vibrar con su cuerpo pegado al mío, su respiración fundiéndose en mi espalda, mi piel rozándose con la suya.

Pasados unos segundos se derrumbó a mi lado respirando agitadamente, dándome las gracias.