Violo a mi mujer
Mi mujer tenía una fantasía, ser violada. Y yo haré todo lo posible para que sus fantasías se hagan realidad.
Hace ya un tiempo mi mujer me dijo que le excitaba la idea de ser violada. Sabía que eso no estaba bien pero no podía negar que le gustase la idea. Yo agradecí entonces que me confesara esa fantasía, aunque no podía entenderlo. De eso hará aproximadamente un año.
Hace un mes, me planteé si podría hacerlo de alguna forma. Así que empecé a diseñar un plan para violarla, sin que supiese que era yo. Así, la complacería sin ponerla en riesgo. Lo tenía todo pensado y meditado al detalle. El asalto, cinta adhesiva, mordaza, pasa montañas, no se me había escapado ni un detalle. Tras un mes preparándolo todo, llegó el día.
Salí unas cuatro horas antes de trabajar, me cambié de ropa y me puse en camino. Le había dicho que tenía que llegar un paquete de unas cosas que compré por internet. Así que me iba a hacer pasar por el mensajero, para conseguir que me abriese la puerta de casa. Tardé unos quince minutos en llegar a casa y me puse en la puerta, tapando la cámara del telefonillo con una caja de cartón. Mientras ella salía para abrirme, yo me colocaba el pasa montañas. Sonó el cierre de la puerta y entré con brusquedad, asaltándola sin darle tiempo de reacción.
Arremetí contra ella, tirando la caja vacía a un lado, y tapándole rápidamente la boca con la otra mano. Saqué la cinta adhesiva de mi bolsillo con la mano que me quedaba libre. Ella estaba temblando. Me llevé mi dedo índice a la boca, haciéndole el gesto para que guardara silencio, a lo que ella asintió con la cabeza. Sus ojos, brillantes, reflejaban el miedo que estaba sintiendo. Le puse la cinta en la boca para que no hablara y agarrándola desde atrás, por los brazos, me la llevé al interior de la casa. Una vez dentro, me ayudé de mi pie para cerrar la puerta tras de mí. La inmovilicé de cara contra la pared. Aún llevaba el pantalón del pijama y una de mis camisetas que usa para dormir. La agarré del pelo y le incliné la cabeza para que su cuello quedara al descubierto. Me pegué completamente a ella y le besé suavemente a la altura de la yugular, mientras llevaba sus muñecas hacia su espalda. Volví a coger la cinta adhesiva y le até las manos.
Con mi mano derecha rodeé su cuello y con mi izquierda la agarraba del brazo para seguir avanzando por la casa, hasta llegar al salón. Solté su brazo y deslicé mi mano por debajo de su camiseta hasta llegar a sus pechos. No llevaba sujetador, así que el acceso fue sin complicaciones. Podía sentir como temblaba y como su respiración era acelerada y tensa. La piel suave de sus senos en contacto con mi mano solo acentuaba mi excitación. Aún la seguía agarrando del cuello con mi diestra y todavía no la iba a soltar. Suavemente, fui bajando mi mano izquierda, acariciando su abdomen, introduje mi dedo índice entre el pantalón y las bragas de algodón. Pude notar como su respiración se aceleraba temblorosamente. La agarré por la cintura, solté su cuello y la empujé contra la mesa. La mano que apretaba su cuello ahora la empujaba desde la espalda para mantenerla pegada a esa mesa de IKEA. Con mi zurda, jalé fuertemente del pantalón hasta dejárselo por las rodillas. Con la misma mano acaricié sus nalgas, sus piernas y sus bragas desde la parte frontal hacia atrás y por debajo. Pude notar en mi mano la humedad que desprendía, parecía aterrada, pero no había duda que también excitada. Le bajé fuertemente su ropa interior y ayudándome de un pie le saqué el pantalón y las bragas por una pierna.
Lentamente y por el interior de su pierna, fui ascendiendo mi mano hasta llegar a lo más alto. No lo podía creer, nunca he notado su coño tan mojado. Estaba tan lubricado que no me supuso ningún esfuerzo introducirle los dos dedos céntrales. Con mi pierna izquierda empujé la suya para dejarla más abierta. Saqué mis dedos chorreando, de su vagina y me los llevé a la boca para probar sus deliciosos flujos. Me quité el botón de mi pantalón y me bajé la cremallera, para que los pantalones cayesen por su propio peso. Mi polla salió como un muelle, dura y a punto de explotar. Flexioné un poco mis piernas y se la metí con tanta fuerza que la mesa se movió unos diez centímetros. Podía ver como ella cerraba sus puños a su espalda, inmovilizada sobre la mesa. Quité mi mano de su espalda para agarrarla del pelo mientras que, con mi mano zurda, la agarraba por la cintura. Me la estaba follando con más fuerza que nunca y la situación me ponía demasiado caliente. Podía notar y escuchar como su coño chorreaba cada vez que la envestía contra la mesa, si seguía a ese ritmo me iba a correr en breve, así que decidí sacarla para volver a meterle los dedos y masturbarla, hasta que sus piernas empezaron a temblar. Aproveché la postura que tenía para escupirle en el ano e introducirle mi dedo pulgar. Suavemente se lo fui metiendo, y cuando estaba dentro, le volví a meter la polla, esta vez con más fuerza que antes. Me la follaba tan duro y tan rápido que me corrí enseguida, pero no sin antes haberse corrido ella, con mi miembro y mi dedo dentro. Como una cascada, sus fluidos, caían mezclados con mi semen por mis piernas hasta mojarme los pantalones. Le quité la cinta de la muñeca mientras aún le temblaban las piernas, y la ayudé a incorporarse. Me quité el pasa montañas y la volteé para quitarle el adhesivo de la boca. Cuando vio mi cara, sus ojos se abrieron demostrando lo sorprendida que estaba. Sus ojos dilatados y brillantes, de las lágrimas, no dejaban muy claro si había disfrutado o no.
Tras unos 10 segundos, inmóvil y muda, solo rompió el silencio para pegarme una hostia en la cara que todavía me pica, y sin mediar palabra se fue a la ducha, arrastrando los pantalones todavía de un pie.
Con miedo, le pregunté si le había gustado, a lo que ella me gritó:
- ¡¡El mejor polvo de mi vida, cabrón hijo de puta!!