Violando al coronel
Como mi novia y yo violamos a su padre.
EL CORONEL
Mi suegro fue uno de los militares del régimen que más tiempo dedicó a forzar la voluntad de los opositores para que entraran en la vía del caudillo, como rezaba el manifiesto de la patria. No dudaba en amenazar, aterrorizar, secuestrar o torturar a los resistentes. Uno de sus métodos que siempre tenía éxito era violar a mujeres e hijas delante de sus familiares más directos. Eso sí, se vanagloriaba de no haber eyaculado en ninguna de esas zorras, como él las llamaba. Cuando la madre de mi novia no estaba cerca, prefería eyacular en las manos de los esposos. Después obligaba a los niños a lamer el semen de las manos de sus padres, hasta secarlas. Era un auténtico hijo de puta que no tenía piedad con nadie. Por eso la madre de mi novia no aguantó más esa situación y se quitó la vida cuando ella tenía tan sólo once años. Mi novia se quedó al cargo de su padre, el coronel, como le llamaban en la comisaría.
Llevábamos seis años de noviazgo cuando al pedirle la mano a mi novia me pidió un regalo de boda: violar juntos a su padre. Al principio tuve muchas dudas, pero cuando pensé en tantas mujeres que había humillado con su grueso pene, acepté satisfacer a mi niña. Además el coronel no me conocía a mí. Por eso no era difícil entrar en su casa, y con su propia pistola, amordazarle en pocos minutos, violarle en presencia de su hija, y marcharme sin dejar huellas. Así que la idea de la violación me pareció estupenda. Me gustó tanto que empecé a sentir cómo mis labios vaginales se humedecían y se iban hinchando poco a poco, hasta que ya no cabían en mis apretadas braguitas. Esa noche mi novia me hizo el amor con tanta pasión que llegué a perder la cuenta de nuestros orgasmos. Después preparamos minuciosamente la violación.
El coronel se hallaba en pijama cuando llamé a la puerta y me abrió su hija, mi novia. Con la pistola del coronel que, previamente ella me había entregado, le apunté al corazón y cerré la puerta con el seguro.
Usted, -mirando al coronel-, si se mueve, su hija muere.
En pocos minutos tenía a los dos maniatados. Con las esposas até las manos del coronel, y con unos grietes encadené los pies de mi novia. El coronel pensó que yo era una ladrona, y me pidió que por favor no les hiciera daño, que me llevara todo lo que quisiera.
Tan sólo yo quiero que me viole, coronel. Como lo hizo con tantas mujeres.
Al muy cabrón no le disgustó la idea. Simplemente me dijo que le parecía un poco complicado violarme si le tenía las manos atadas.
Utilice usted las manos de su hija.
Enseguida le ordené: "coronel, bájeme las bragas". Como dudaba, le apunte con la pistola a su pene. Asustado, le pidió a su hija que por favor obedeciera. Le dije que si no me gustaba cómo lo hacía, podría matarlos a los dos. Para poner más salsa a la situación, puse el silenciador a la pistola y disparé su autorretrato que estaba al fondo de la habitación.
Venga, hija. Sólo va a ser un momento. Yo te voy guiando.
Mi novia introdujo las manos debajo de mi falda y me bajó las bragas.
"Coronel, así no. Quiero sentirlo como una violación. Vamos. No tenemos toda la noche, joder".
Por la cara que puso mi novia, creo que no esperaba mi protesta.
"Niña, -dijo el coronel-, tienes que hacerlo con más desprecio y brutalidad. Antes de quitarle las bragas, acariciarle la vagina por encima hasta que la sientas humedecer. Casi todas las zorras que violaban se meaban por miedo antes de arrancarles sus sucias bragas".
No sé porqué pero esa ideal del coronel empezó a excitarme. Pronto sentí las llamas de los dedos de mi novia rozando contra mis vellos vaginales. Me estremecí y solté un gemido. Lo hacía tan cariñosamente que empecé a rubricar enseguida. A medida que su otra mano me acariciaba el ano, sentí como mi clítoris iba saliendo de su capuchón. Las bragas empezaron hacerme daño. Yo misma tuve que ayudar a mi novia a bajarlas. Y empezó el espectáculo delante del coronel.
Venga, puta. Quiero sentir tu lengua dentro de mí.
Sabiendo que su padre le observaba, mi novia se desinhibió completamente y empezó las embestidas con su lengua en mi tan familiar coño jugoso. Mis gritos no cesaban. Y fue ella que empezó a ordenarme:
Venga, gatita. Córrete ya delante de papi. Toma gatita: esto por atarme los pies, esto por disparar al retrato de mi papi, esto por enseñarme a follar. Toma, toma, tom. Córrete en mi boca, guarra".
Hundió sus labios en mi coño, tanto que sentí como mi crecido clítoris se introducía en su nariz. Fue tan lindo que sentí cómo algo recorría mi dorso, desde la nuca hasta mi clítoris. Traté de empujar mi novia para no eyacular en su nariz, pero ella se tragó todo mi clítoris. Sentí como su garganta bloqueaba el camino a mi dulce manzanilla, pero le vencí tapándole la nariz con mi mano izquierda. Después de tragarlo todo vino la protesta.
Otra vez, no. -Por un momento mi novia creyó que estábamos solas, pero enseguida intenté controlar la situación con mis ordenes-.
¿Cómo dices, puta?, le pregunté?. Calla y sigue chupando si quieres vivir.
Era la cuarta vez en esa semana que eyaculaba en su boca. Sé que no le gusta mucho, pero a mí me pone a cien.
Venga, niña. Enseña mi preciosa raja al coronel. ¿Coronel, le gusta? ¿Quiere usted follarme? Me han dicho que tiene usted una polla enorme. ¿Cree que podrá introducírmelo sin hacerme daño?
El coronel empezó a excitarse. Veía como el muy hijo de puta abría la boca y pasaba su lengua por encima de los labios, como si la estuviera paseando en mi blandito coño. Le dejamos ver cómo mi clítoris se iba metiendo poco a poco en su agujerito, mientras mi novia jugueteaba con mi culo. Por compasión le baje el pijama para que su pene respirara un poco. Después mi novia y yo nos abrazamos tiernamente. Esta vez quería sentirla correrse en mi coñito.
- Coronel, no se mueva de la cama. Ahora volvemos.
Abrazadas, nos alejamos de la habitación del coronel. Nos acomodamos en el gran sofá que estaba en el salón. Además muchas veces habíamos hecho el amor en ese lugar, cuando sabíamos que el coronel estaba fuera de la ciudad. Sólo nos quitamos las bragas, las camisas y los sujetadores. Nuestros coños se buscaban con ansía. El calor que desprendían de su interior nos calentaba más. Enseguida sentí cómo chocaban. Mi niña empezó a frotar su coño contra el mío, hasta que su endurecido clítoris se introdujo de golpe y mi agujero.
Aceleró sus movimientos de forma enloquecedora, mientras me empapaba con sus jugos. Con sus ojos cerrados, apretó su cabeza en mis tetas y un dedo mío acompañó su magnífico orgasmo, desde la nuca hasta el agujerito anal. Casi se me queda dormida en mis brazos. Le dije que se colocara las bragas que llevan incorporado el pene. Ese instrumento era una adquisición especialmente para el coronel. Fue mi novia quien eligió el pene más largo y más grueso que encontramos en el sex shop. Quería hacer sentir a su padre lo que había hecho sentir a su madre y a tantas mujeres. Nisiquiera aceptó rubricarlo un poco. Le dejé en el salón ajustándolo. Cuando el coronel me vio, pensó que ya era suya. Me movía con lujuria. Le quité el pijama, le ayudé a ponerse de pie, y junté todas mis fuerzas y le abofeteé la mejilla izquierda. Le metí la pistola en la boca, le dije que acababa de matar a su hija, que le tocaba el turno a él si no obedecía.
Coronel, póngase a las cuatro patas. Así podrá tener derecho a un tiro de gracia.
Vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Le tapé la cara con el fular que siempre lucía cuando iba a visitar a sus viejos amigos militares. Al ponerse a las cuatro patas, se acercó mi novia, y juntas vimos cómo el pene del coronel se arrugaba. Le acaricié el ano con la pistola, gritándole: "venga, coronel. Méese. Quiero ver como se mea. Vamos, coronel".
De repente vimos cómo de su pene se asomaban un chorrito, y mi novia lo cortó apretando fuerte el pene, tanto que el coronel empezó a gritar de dolor. Cuando retiré la pistola de su ano, mi novia se colocó detrás, y de una sola embestida hundió en el culo de su padre la mitad del pene. Los gritos de ambos se mezclaron: el padre por el dolor, la hija por el placer de la venganza. Me coloqué detrás de mi novia, y empecé a acariciarle los labios, los pechos y el ombligo. Dio otro empujón y metió todo el pene dentro. El viejo coronel gritaba como un niño.
Venga coronel. No me sea una nenaza. Disfrútalo, coronel, como las mujeres que usted violó en su tiempo de gloria.
Eres una hija de puta. Como no me mates, te perseguiré, te destrozaré y te comerán los perros callejeros.
Al oír las amenazas de ese cabrón, mi novia sacó el pene de golpe, y lo vimos ensangrentado. El coronel estaba sangrado por el culo. Eso nos excitó más, y le perforamos el ano hasta agotarnos. Cuando se cansaba mi novia, le reemplazaba con un vibrador.
Coronel, ¿qué tal la violación? ¿Le sigue doliendo? ¿Si usted quiere, puedo parar. Tan sólo me lo tiene que pedir como si fuera su general?
Tímidamente dijo: "Mi general, pare por favor"
Coronel, no le oigo. Más fuerte. No sea una nenaza, coño (mi novia le dio una bofetada en el ensangrentado culo de mierda)
Mi general, puedo retirarme?
Mi novia retiro de golpe el pene del culo de su padre, y oímos como respiraba profundamente. Se fue al salón para quitarse el pene y me quedé atando a su padre en la cama. Le tapé la boca con un esparadrapo y le dije que en una hora llegaría la policía para desatarle.
- Por lo que más quiera, mi general. Se lo suplico. No avise a nadie. Si mi hija está viva, déjela libre y cuando usted se haya ido me desatará ella. Así todo quedará entre los tres. Somos una familia con mucha tradición. No queremos que nadie sepa lo que ha ocurrido esta noche.
Bien, coronel. Le voy a conceder lo que nunca concedió a sus víctimas.
Recogí todas mis pertenencias, y después de un tierno beso a mi novia, me marché. Una semana después, mi novia decidió marcharse de casa, con la excusa de que no podía seguir mirando a los ojos a su padre después de lo ocurrido. El día que se fue de casa, el coronel hizo lo que debió haber hecho antes de trabajar por el régimen. Se voló los sesos. Curiosamente, los que asistieron en el entierro resaltaron sus valores patrióticos. Naturalmente, mi novia y yo fuimos vestidas de riguroso luto, lo que no impidió que esa noche lo celebráramos con una maravillosa cogida.
Dámaso Masabo