Violando a Nastasía

Soy una bruta. La follo salvajemente y me divierta verle, entre dos envestidas, un hilillo de saliva en la comisura de sus labios...

Leo en sus ojos un temor indescriptible. Me le acerco e intento acariciar su cabeza. Tiembla. Sin querer le sonrío, a lo mejor conmovido un poco por su expresión. Parece suplicarme que le deje ir. ¡Tontita! ¿Será qué nunca se darán cuenta que son exactamente esa mirada, ese miedo, esa súplica tácita los que le sellarán el destino y que accentuarán mi excitación, impidiendo que les suelte? La miro de arriba para abajo y me felicito por mi elección. Es exactamente lo que necesitaba esta noche. Altita, rubiecita, con unos ojazos verdes que le dan un aire exótico. Especialmente después de llorar, cuando casi se vuelven azules. Como ahora. Está sollozando e intenta cubrir su cuerpecito desnudo, pero sin mucho éxito. Se llama Nastasía y es del este. Sus padres trabajan duro para ganarse la vida, ella trabajará duro para ganarse mi indulgencia. Pero falta mucho para eso.

Mi mirada sigue el movimiento hipnótico de sus senitos al respirar. Son grandecitos para su edad - no debe tener más de 18, pero es gordita. Me gustan las gorditas porque son presa fácil. Tienen la autoestima a niveles bajísimos. A esta, por ejemplo, la convencí diciéndole que seguramente los chicos de su edad se enamorarían de ella si se tomara una bebida mágica que ayuda bajar 1 kilo con cada sorbo. Pensaba que se iba a reírse en mi cara o huír, pero no. Me siguió sumisa a mi casa y se bebió 3 vasitos de mi limonada especial (en otro relato les contaré más sobre éste concepto), lo que le ayudó a dormir varias horas. Mientras tanto le había quitado la ropa e inspectado cada centímetro de su cuerpecito algo diforme (por el exceso de peso). No soy de esos cobardes que drogan las niñitas para violarlas sin que ellas se enteren, para luego fingir que nada había pasado. Yo las quiero despiertas, temblando de miedo y deseo, mirándome fijamente mientras que las convierto en mujeres. Utilicé el tiempo que se quedó dormida para...conocerla mejor, que digamos.

La coloqué sobre la mesa del comedor y la inmovilicé. Comencé mi recorrido por la cara, bajando por su cuello hasta sus tetas, que se irguieron bajo mi mano experta, provocando que Nastasía se retorciera. Pasé por su ombligo y llegué a lo que más me importaba. Toqué con cuidado su coñito gordo, cubierto por una pequeña matita de pelos rubios, y abrí lentamente, para mi delicia y, subconscientemente, de ella, los labios mayores, para gozar de la vista que se me presentaba. Esta noche hay fiesta, me dije, metiendo la punta de un dedo y sacándolo llenito de flujos, grácias a mis previas caricias centradas en sus senos. Lamí

Cuando despertó ya eran las tantas de la noche, pero el sótano, donde la había llevado, tenía lámpara, así que podía observar y gozar estupéndamente de sus reacciones. Hace más de media hora que estuvo llorando desesperada, acurrucada en un rincón, sin quitarme la mirada de encima. Primero gritó, y la deje gritar. Total, nadie la iba a oír. Las paredes son gruesas y a veces pienso que de toda la ciudad, mi edificio sería el único en pie después de un fuerte terremoto. Luego comenzaron las súplicas en una mezcla de castillano y ruso, o algo al estilo, y la deje suplicar. Me quedé inmóvil, esperando su siguiente reacción. Eso me encanta en mis víctimas. Ver mil veces la misma succesión de reacciones, con la única diferencia de la intensidad. Ella ya se ha dado cuenta de que no hay salida y sin saber me imita. Los dos estamos esperando a que el otro haga el siguiente paso. Y soy yo quien "rompe el hielo".

Le cojo la pierna derecha y comienzo a acariciarla. Sin querer suelta una risilla, pero se contiene rápidamente. Sabe por mi mirada fija y curiosa que no es mi intención de hacerle cosquillas.

Se pone seria.

Subo por su muslo, provocándole un suspiro.

Llego a su pubis y acaricio el pelo rubio que cubre los labios de su coño y se estremece.

Con mi mano como copa abarco su coño y empiezo a sobarlo. Comienza a sollozar otra vez, porque se deberá dar cuenta que está mal lo que estoy haciendo. A lo mejor sus padres le contaron algo, haciéndole creer que es una vergüenza dejar que alguien le toque las partes íntimas. ¡Qué estupidez! Nadie enseña a sus hijos dejarse llevar. Para esto supongo que me toca a mí serles profesor..

Y Nastasía pronto sabrá de lo que estoy hablando.

Acerco mi cara a su coño e inspiro su olor. Después de tanta agitación está empapado de flujos. En el sótano huele a sexo. Aún más después de quitarme la ropa. Y a sudor también. Quiero que sepa como huele un hombre de verdad cuando la posea, cuando sienta mi piel sobre su piel, dejándose llevar con cada embestida de éste que por una noche será su macho.

Empiezo a lamer  su coño y a chuparlo con fervor.

Sería una derrota para ella reconocer que le encanta, pero su cuerpo la delata. Se retuerce y gime, jadea y murmulla palabras sin sentido. Y yo le empapo aún más su concha con saliva y la hago gozar con lengüetazos hábiles. Desisto unos segundos y la miro con una sonrisa maliciosa mientras se queda atónita, sin poder creer que ya no sigo. Sus lindos ojos me suplican nuevamente, pero esta vez no que pare, sino que siga. Y sigo. Sus gemidos se vuelven gritos y siento un manantial inundándome el rostro. Su primer orgasmo. Empieza a llorar. De sorpresa, de vergüenza, de miedo a lo que le pueda hacer como castigo. ¿Quién lo puede saber? Me da un poco de lástima verla así, pero eso me da una idea. Sería un estúpido desperdiciar esta oportunidad. Borro cualquier rasgo de compasión de mi cara y le pego.

Se queda algo contrariada, pero no más que yo, viendo que se lo esperaba. A lo mejor también le pegan en su casa, pienso. Hmm...

La arrastro por los cabellos y la llevo más cerca de la lámpara. Para que la vea bien mientras que me la chupe. La pongo de rodillas, sujeto su mentón y empiezo a pasar mi verga por su cara. Llora y sus lágrimas me la empapan, haciendo que me estremezca. Hay pocas cosas más excitantes, salvo una buena mamada y tal vez un buen polvo con una vagina bien estrecha (y mi plan abarcaba las dos cosas), que corran lágrimas sobre la verga de uno. El poder, la sumisión...No hay en estos momentos nadie más en el mundo que la presa y el cazador. Ella llorando, no me importa el por qué, y él sujetándola más fuerte aún, borrandole las lágrimas con su esceptro del poder. La obligo abrir su boquita linda (deberían ver sus labios, las tiene grandes y carnosos, como los de su coño) y le susurro que si me muerde la ato y la dejo para las ratas, que ellas sabrán que hacer. Abre los ojos, que ya los había cerrado por el asco (no está acostumbrado al olor del sexo, pero eso me pone aún más), y se le nota el terror. Ya encontré su punto débil.

Le digo que saque su lengua y meto mi verga como a los utensillos de un dentista. Al principio se ahoga, pero nada más con la palabra "ratas" logra recomponerse. A mis indicaciones aprieta la boca y se la follo de maravilla. El eterno "mete-saca" nuca falla. Las lágrimas brotan de sus ojos, aumentando mi placer, ya que me mira directamente a los míos. Mientras tanto le llevo la mano a mis cojones y le enseño como masajearmelos. Lo hace torpemente, pero ¡qué bien se siente...! De vez en cuando aprieto la base del pene para no eyacular. Quiero mantener mi erección lo más tiempo posible.

Pasa un rato follándola así, pero la veo caer en un estado de indiferencia que no me agrada para nada. Deja que te vuelvo yo interesada, pienso, y le saco mi verga de su boca.

Nastasía se deja caer al suelo.

Me arrodillo sobre su cara y la hago lamer mis huevos. Despacio, despacito, mientras la escucho sollozar. Le da asco, lo sé, y me da orgullo. Me los chupa y me siento de tal manera que ahora mi ano llega encima de sus labios. Asustada, lo lame a éste también e incluso mete su lengua en mi interior. Me estremezco (no lo niego, me lo esperaba), y, apretando la base de mi pene, cambio mi posición a la de misionero. La sujeto por las caderas con una mano y con la otra meto mi verga en su coño y empujo. Grita de dolor. Empujo otra vez, sin piedad, y le rompo la barrera de su virginidad. Llora y le pego. ¿Por qué lloras, puta? Aún no sabes qué es el dolor. Y se calla, sorprendida por mis palabras, pero no deja se sollozar de vez en cuando.

Soy una bruta. La follo salvajemente y me divierta verle, entre dos envestidas, un hilillo de saliva en la comisura de sus labios. Sólo suspira al respirar cuando empujo. Y empujo. Y empujo. Tiene los ojos entreabiertos y la cara sin expresión. Y eso es lo menos que quiero. Así que le ordeno de nuevo que abra la boca y que me chupe la lengua. Y lo hace. Me encanta que chupen mi lengua. Me pone a mil. Nuevamente veo asco en su cara, pero es mejor así. Llámenme gilipollas, pero la indiferencia me mata.

Le meto un dedo en el culo y estalla en un orgasmo que la deja pasmada. Menos mal que había retirado mi lengua de su boca un poco antes, sino a lo mejor ahora estaría sin ella. Pero Nastasía...Ni ahora sabe lo que pasó. ¡Qué estupida! Pero, bueno, alguien la tiene que enseñar estas cosas. O sea, yo. Su cazador. Su dueño. Su violador. No me molesta la palabra, porque yo lo llamo como lo veo. Al pan pan y al vino vino.

Le saco la verga de su coño y le abro la boca para que me la limpie. Lame todo, sangre, flujos, líquido preseminal. Luego la siento boca abajo y la aplasto bajo el peso de mi cuerpo. Voy a por el culo. Sujeto sus piernas con mis manos y las abro hasta oírle dar un gritito. Le digo que no se mueva y sin moverme de mi posición, le busco las nalgas. Le meto la punta de mi pene y grita de dolor. Empujo más, aunque reconozcámoslo: si alguien intentó meter su polla en un culo vírgen en esta posición, me dará la razón. Es dificilísimo. Pero a mi no me importa. Sufre ella, no yo. Sigo empujando, rompiéndole literalmente el culo, porque ya no se aguanta y se desmaya. Peorya no hay rumbo atrás. Y dentro de poco la tengo metida hasta los huevos. Y comienzo el mete-saca. Una delicia. Mientras tanto la hago despertar tirándole de sus cabellos rubios que ya están empapados de sudor. Gime suavemente y suelta un prolongado ahhhhhhhhhhh cuando, por fin, después de varias horas de aguantarme, eyaculo en su intestino con un gritillo de victoria.

Ya está.

Luego la visto con una camisa mía empapada del olor de mi sudor. Para que no se olvide de mí tan pronto, jeje. Por debajo de la camisa, nada. No sea que se la quite. Y la dejo en una parte de la ciudad geograficamente opuesta a la de donde la recogí. ¡Qué recorra toda la ciudad!

Y me quedo mirándola como se aleja, con su torpe caminar, respaldándose de vez en cuando de los muros. Nadie sabe por qué. Sólo yo. Y sonrío.

Maliciosamente.