Violando a la novia del enemigo

Una familia rival ataca la casa de otra, donde se encuentran tres hermanos y la novia de uno de ellos.

Cristina vivía en un pueblo, el cual, sin llegar a ser una capital, tenía un tamaño considerable.

Ella era joven, estudiante universitaria, de tan solo 21 años, y era novia de Alfredo. Su aspecto físico era agradable, 1.75 de altura, pechos enormes, bonitas piernas, buen tipo, pelo liso, castaño, por debajo de los hombros.

La familia de Alfredo era de las más importantes de la ciudad, al igual que la de don Martín, quien además, se le podía considerar como el patriarca de la población.

Ambas familias habían tenido disputas de por vida, y de hecho, siempre se había rumoreado, que don Martín había asesinado, en un ajuste de cuentas al padre de Alfredo, algo que no se pudo demostrar nunca.

Ante todos, la pareja formada por Cristina y Alfredo, era realmente ejemplar. Aprovechaban cualquier ocasión para estar juntos, y esperaban un par de años a que ella terminase sus estudios para casarse.

Alfredo trabajaba la granja y las tierras propiedad de su familia junto con sus dos hermanos. La muerte de su padre había adelantado el fin de la adolescencia de los muchachos.

Martín, el señor Martín, como era conocido en la zona, llevaba tiempo intentando comprar parte de los terrenos de la familia de Alfredo, con el objeto de poder fusionar dos parcelas colindantes, y sólo separadas por las tierras de la familia rival.

Una noche, Martín, junto a sus dos hijos, se presentó en casa de Alfredo, para convencerle a él y a sus hermanos de la opción de vender. La oferta era buena, y sería beneficioso para las dos partes firmar la operación.

Los tres muchachos se negaban a vender, alegando que eran las tierras de su padre, que siempre habían tenido, se habían criado en ellas, y por tanto, venderlas, sobre todo a la familia rival, sería como traicionar su propia sangre.

Cristina, aunque no participaba en la conversación, estaba en la casa escuchando lo que ambas partes discutían.

La falta de acuerdo, fue calentando la discusión, y de las palabras serias pasaron a las altas, y de estas a los malos modos, insultos y amenazas.

Los hermanos no querían vender las tierras, y menos a Martín, pero a los pocos días, una empresa con deseos de invertir en la zona, hizo una oferta sobre los terrenos de la familia y en cuestión de pocos días firmaron el acuerdo.

Otro día, Martín y sus hijos volvieron para reunirse con Alfredo y sus hermanos y al saber la noticia y que las tierras no serían suyas, salieron de la casa, no sin antes decirle a Alfredo, te arrepentirás de no habernos vendido.

Los días transcurrieron, sin demasiadas novedades. Cristina y Alfredo seguían viéndose alguna tarde y los fines de semana la muchacha solía pasarla en casa de su novio, en donde aún encontrándose sus hermanos, les permitía tener cierta intimidad al llegar la noche, y compartir la habitación de su pareja.

Aquel día, tal y como sucedía los fines de semana. la mujer había ido a ver a su novio. Llegó el viernes a media tarde, y salieron como solían hacer muchas veces a tomar algo a uno de los bares del pueblo, acompañados por los dos hermanos de Alfredo.

Recién anochecido, los cuatro jóvenes regresaron a casa. Era una chalet independiente, sin estar adosada a ninguna otra vivienda, lo que les permitía cierta autonomía a la hora de vivir su día a día.

Nada más abrir la puerta, se encontraron a cuatro hombres encapuchados. Iban armados, dos con pistolas, mientras que los otros dos portaban dos enormes cuchillos.

Todos los jóvenes gritaron, pero bastó la orden de silencio pronunciada por uno de los captores para que callaran.

Los asaltantes llevaron a los jóvenes al salón de la casa. Los muebles habían sido cambiados de lugar con el objeto de generar mayor espacio. Eso hacía suponer que habían invadido el hogar poco después de haber salido de la casa y se habían tomado su tiempo para ello. La mesa la habían colocado en un lateral de la sala, y habían dejado un espacio enorme, en el ya amplio salón.

Sacaron de las bolsas que llevaban varias esposas y procedieron a atar a los cuatro jóvenes a las sillas. Una vez tuvieron controlada la situación procedieron a quitarse los pasamontañas y quedaron descubiertas sus caras.

Todos los rostros eran conocidos. Martín, sus dos hijos y Alex, el encargado de las explotaciones de los negocios de la familia.

Alfredo se intentó desatar sin éxito, e increpó a la familia invasora. Sólo le sirvió para que Martín le golpease con la empuñadura de su arma y comenzase a sangrar su ceja.

Te dije que te arrepentirías, replicó el viejo. Te dije que me vendierais vuestras tierras, y lo habeis hecho, pero a otro. Ahora voy a vengarme de vosotros, principalmente de ti, Alfredo, y lo haré sobre lo que más quieres.

Tienes una bonita novia, replicó el patriarca. Seguro que te la follas a diario, o tal vez no, igual es virgen, porque con un tío tan mediocre como tú de pareja, es probable que ni te la hayas tirado todavía, es más, seguramente no la hayas visto desnuda. Estas últimas palabras las dijo a la vez que reía jocosamente.

El hombre de confianza, Alex, fue quien se dirigió a desatar a Cristina y la dirigió al centro del salón.

Perfecto, asintió Martín, Es una preciosidad de niña. La chica llevaba una falda larga de lino que le llegaba hasta los pies, y una camiseta de tirantes, apretada, que le marcaba sobremanera sus pechos.

Como te llamas?, preguntó el hombre a la chica. Esta respondió de forma escueta.

Bien Cristina, eres muy guapa, estás muy buena, como decís los jóvenes. Quiero que te desnudes para nosotros. Lo vas a hacer, verdad? Preguntó Martín.

Los tres jóvenes que estaban atados comenzaron a gritar a Martín, ordenándole que dejaran en paz a la chica, a la vez que intentaban levantarse a pesar de estar atados a la silla.

Alex y los dos hijos replicaron con una fuerte oleada de golpes hacia los tres hermanos hasta que fruto de la impotencia, dejaron de gritar.

Ahora Alfredo, en tono mucho más sumiso, suplicó que dejaran a su novia en paz. Martín se acercó a él y le respondió que aquellas tierras eran muy importantes para su familia, igual que su preciosa novia lo era para él.

De nuevo, le dieron orden de desnudarse a la mujer. Ahora Cristina comenzó a llorar de forma desconsolada, y se tiró de rodillas al suelo, a la vez que negaba con la cabeza.

Viendo que la mujer no se levantaba del suelo, Alex la llamó y enseñando su pistola, que había situado en la cabeza de Alfredo. Vas a hacer lo que te ha pedido el señor Martín?

Uno de los hijos la ayudó a incorporarse, y la dejó sola, en el centro de la sala. Su mirada estaba perdida, miraba hacia abajo y su pelo le caía por la cara.

Agarró su camiseta por debajo, y tiró de ella hasta sacársela por encima, quedando su tronco cubierto por un enorme y tupido sujetador blanco.

Ummmmmmm¡¡¡¡¡¡¡¡ Exclamó uno de los hijos. Se acercó a ella e intentó besarla a la vez que intentaba tocar sus grandes pechos.

Déjala, cabrón, dijo Alfredo, que automáticamente volvió a recibir otro golpe en la cabeza.

La muchacha se zafó como pudo de su acosador, aunque fue la orden de su padre, la que hizo que se apartase de Cristina.

La cara de la mujer, de piel muy blanca, era ahora de color rojo, por la vergüenza y el esfuerzo último.

Bien, muchachita, veamos las piernas que tienes. Súbete la falda hasta la altura de las rodillas.

Cristina, con las dos manos, la subió hasta justamente las rodillas. Martín hacía con la mano el gesto de más arriba. A partir de ahí, lo iba haciendo más lentamente hasta que aproximadamente un palmo más arriba dijo que era suficiente. La mujer soltó las manos, y su falda volvió a quedar colocada.

Quítate la falda¡¡¡ Ordenó el viejo. La muchacha quedó parada, ahora no obedecía la orden.

Martín le dijo algo al oído, que sólo pudo oír ella. Era una amenaza, que la chica sabía que cumpliría.- Cada vez que te pida algo, y no lo hagas, golpearé a Alfredo. Estás a nuestra disposición, podríamos forzarte, pero me gusta que participes.

De nuevo, repitió la orden. Quítate la falda¡¡¡¡ Esta vez, la muchacha no se negó, y por su cintura, quitó el botón, bajó su cremallera y la prenda cayó al suelo.

Martín se acercó a ella, y le acarició por encima de la braga que tapaba parte de su trasero. Era una braguita blanca, de algodón que sin ser extremadamente sexy, luciéndola ella, lo parecía.

No seas vergonzosa ante nosotros. Al fin y al cabo estamos en familia, y aún no nos has enseñado casi nada. Tu sujetador y tus bragas son muy recatados.

Enséñanos tus tetitas, solicitó Martín.

Ahora ya no había tantas voces, ni gritos cuando le daban orden de irse desvistiendo. Los tres hermanos sabían que estaban a disposición de sus secuestradores y poco podían hacer

Cristina no hizo nada, quedó parada, y sólo volvió su mente al lugar donde se encontraba al escuchar los quejidos de su novio.

Sin dudarlo demasiado ahora, estiró sus manos hacia atrás y desabrochó el sostén tirándolo al suelo, y cubriéndose con sus manos.

No, no. Esas manos fuera de ahí. Mira sitúalas por detrás de la cabeza. En tu nuca, por debajo de tu larga cabellera. Déjanos contemplar esas preciosas tetas que Dios te ha dado.

La chica hizo con extremo pudor lo que le ordenaban. Sus pechos eran firmes y grandes, desafiando la ley de la gravedad. Al tener que colocar sus brazos detrás de su cuello, provocaba que sus delanteras parecieran que iban a explotar.

Los dos hijos se acercaron a la chica, uno a cada lado y la tocaron los pecho, le acariciaron las piernas y el culo. Cristina sacaba a ambos un palmo de altura, y sólo llevaba ya puestas las bragas.

Túmbate en el suelo, ordenó el viejo a la chica.

La mujer permanecía inmóvil pero fueron los dos hijos quienes con una leve zancadilla la hicieron caer. En un gesto de inercia, tomó una posición fetal, juntando prácticamente las rodillas a sus pechos.

Martín, con gesto serio, ordenó a la mujer que se estirase, y colocase sus manos por encima de su cabeza totalmente estiradas.

Por su parte, Alex, desató a uno de los hermanos de Alfredo y le hizo ponerse de pie.

El padre volvió a hablar a Cristina al oído. Tus cuñados van a meterte mano, van a tocarte el coño y tú vas a permitirlo, porque sino lo haces, voy a matar a tu novio y no te podrás casar con él. Podríamos agarrarte y abrirte de piernas, pero es más divertido que lo hagas tú.

La mujer respondió: No, por favor...........pero de forma escueta y sabiendo sus escasas posibilidades de éxito en sus súplicas.

El muchacho, que ya estaba desatado fue obligado a tumbarse junto a la chica y le dijeron lo que querían de él. Coloca la mano debajo de la braga de Cristina, y juega con su sexo.

El joven miró a Alfredo antes de iniciar su acción, de forma triste, y pidiendo perdón con sus ojos. No fue capaz de hacer lo mismo con Cristina, a quien no quiso ver la cara, y como si se tratase de alguien a quien no conocía metió su mano por debajo de su braga.

A los pocos segundos, hizo ademán de sacarla, pero la respuesta fue contundente. Quien te ha dicho que podías sacar la mano? El hombre volvió a tocar el sexo de Cristina, y una voz le ordenó que metiera su dedo dentro de la vagina de la mujer.

No tuvo opción, y el dedo lentamente se fue desplazando hasta el final, todo lo que era posible. Le ordenaron que repitiera varias veces la misma operación. Cuando le permitieron levantarse, le obligaron a acercarse a Alfredo y pasarle el dedo por su nariz, para que oliera los flujos vaginales de su novia.

Antes de volver a ser atado, le obligaron a desnudarse completamente y Alex le volvió a inmovilizar.

Ahora fue el otro hermano quien fue liberado. Se levantó y le indicaron que se colocase junto a las rodillas de la chica. Las órdenes fueron tajantes. Déjala totalmente desnuda.

El muchacho cabizbajo, sólo miraba las bragas de su cuñada quien suplicaba que por favor no lo hiciera. De nuevo, la pistola sobre la cabeza de Alfredo la hizo recapacitar.

Bajó las bragas, incluso la mujer empinó ligeramente su culo para facilitar la salida de su prenda, quedando el sexo totalmente negro de Cristina, bien depilado, con unos tres centímetros de ancho, con formas rectangulares, a la vista de todos los que allí estaban.

Entrégale las bragas a tu hermano, o mejor, pónselas en la cabeza, como si fuese un gorro, dijo Martín entre risas.

Con semblante serio, el muchacho colocó la prenda íntima de la mujer en la cabeza de su hermano, dejándole con un aspecto ridículo.

Ahora, desnúdate tambien, fue la orden del padre hacia el muchacho, mientras que a ella le volvía a hablar al oído, sin que nadie pudiera entender la conversación. Ahora vas a abrirte de piernas, mientras tu cuñado te come el coño. Vuelvo a decirte lo mismo, podríamos agarrarte, pero es más divertido si te dejas, y sino lo haces, aún será más divertido cargarnos a tu novio, y luego forzarte a hacer lo mismo.

Cristina separó las piernas pero comenzó a llorar, llevándose las manos a sus ojos.

No, no, replicó Martín. Las normas son que las manos estarán detrás, estiradas.

La muchacha hizo caso, y con su cara mojada por las lágrimas obedeció dejando sus manos estiradas.

Le dieron la orden al chico que comenzaran a lamer el sexo de Cristina. Tambien empezó a llorar, al igual que sus otros dos hermanos.

Pasaba la lengua de forma superficial, pero uno de los hijos le hundió la cabeza mientras le decía que metiese más dentro su lengua.

Así sucedió, sin que ninguno de ellos hiciese ningún ruido, tan sólo los llantos y las narices llorosas se oían.

No estuvo demasiado tiempo, porque enseguida fue obligado a sentarse. Mientras que su hermano al desnudarse, tenía su pene flácido, en este caso, tenía una media erección.

Esto hizo gracia a los secuestradores, quienes rieron y obligaron a la mujer a ponerse de rodillas e iniciar una felación. Le ordenaron que se corriese, o volvería a ser Alfredo quien pagase las consecuencias.

Pese a la vergüenza que sufría, su miembro reacción rápidamente, intentaba no pensar y terminar cuanto antes.

La muchacha se esmeraba en hacerlo lo mejor que sabía para terminar lo antes posible. No tardó en conseguirlo, pero sus captores le ordenaron que recogiese todo el semen con su lengua y lo resfregase en la cara de Alfredo.

Cristina ya no se negaba a nada, hizo cuanto le indicaron para terminar lo antes posible a pesar de no parar de llorar.

Posteriormente le tocó el turno a su hermano, a quien le costaba más entrar en una situación erótica por lo que estaba viviendo. Cristina le pidió que cerrase los ojos, y su boca hizo que el miembro endureciese. Unas fuertes embestidas, unos gritos del chico y Cristina tragó todo el semen para evitar entregárselo a su novio.

Vaya, vaya, vaya¡¡¡¡ Parece que no querías darle leche a tu novio. Entonces bésale.

Cristina fue a besarle y él giró la cabeza. Alex se la sujetó y la mujer sólo pudo darle un suave beso en los labios.

Los dos hijos, que habían visto la felación de Cristina, quisieron probarla. Se desnudaron, La obligaron a ponerse de rodillas, le pusieron los dos penes cerca de sus bocas, y a capricho la iban desplazando a satisfacción de los dos jóvenes.

Venga, ordenó el padre. Si os la vais a follar hacedlo, que debemos marcharnos.

Volvieron a tumbar a la mujer y uno de los chicos comenzó a penetrarla de forma rápida, intentando correrse, algo que no tardó demasiado en suceder debido al calentón que sufría.

El otro hermano le indicó a Alex si quería probarla, ante lo que este procedió a desnudarse tambien. Esta vez, el capataz se tumbó en el suelo, y obligó a la mujer a estar encima. Esto gustó al hermano, que decidió colocar el pene en su culo, lo que provocó un inmenso dolor a la mujer.

Los gritos de dolor, y los movimientos a que obligaban los dos hombres, hacían llorar a la chica, ahora de dolor. La excitación llegó a su climax casi a la vez en los dos hombres que se corrieron dentro de la mujer.

Antes de marcharse, desataron a los hombres y les advirtieron del riesgo que corrían si esto se denunciaba, y además, le señaló que hablarían de negocios próximamente.

A pesar de estar desatados, todos quedaron quietos y callados durante varios minutos. Las consecuencias a este ataque aún no eran previsibles.