Viólame, me dijo mi tía.

No hay nada más caliente que coger por primera vez, sobre todo si con quien lo haces es con tu tía.

Viólame, me dijo mi tía.

Nunca imaginé que mi tía era de lo más caliente y por supuesto, y para mi buena fortuna, me equivoqué. La hermana de mi papá, por el tiempo que sucedió esto que voy a contarles, tenía treinta años y yo trece.

La verdad es que siempre tuve deseos por su cuerpo y descubrí que ella sentía lo mismo por mí, pero ninguno se atrevía a nada; yo por mi inexperiencia y ella por recato. Sin embargo a veces no podía controlar ese recato y, una que otra vez, mientras yo iba a su casa, ella se daba algo de valor para, muy fingidamente, rozarme con sus senos o en otras ocasiones, se sentaba frente a mí y abría las piernas más de lo acostumbrado, por lo que yo podía mirar sus bragas, cosa que por supuesto me provoca una tremenda erección. Mientras veíamos tele, yo me sentaba en el suelo y aprovechaba par rozar sus piernas, que ella siempre llevaba con medias.

Todo eso lo buscaba yo, aunque mis primos estuvieran en casa, cosa que me provocaba mayor placer.

Creo que ella no planeó cómo haría para que por fin cogiéramos, pero pasó del modo más fácil. Una tarde ella buscaba algunas cosas en lo alto de su clóset y para poder encontrarlas se subió en un banco. Yo entré a su habitación y la ví buscando, por lo cual se levantaba en las puntas de los pies. Le dije que si necesitaba ayuda y me contestó que por favor la sostuviera, porque el banco se movía un poco cada vez que ella intentaba alcanzar algún objeto y parecía que podría caer.

Me acerqué a ella y la abracé a modo de sostenerla, mi cara quedó frente a su vagina y al principio guarde cierta distancia de esa parte de su cuerpo. Mis brazos quedaron un poco debajo de la altura de su culo.

Mi tía llevaba un vestido y tenerla así, sujetada y sentirla tan cerca, me comenzó a excitar. Podía oler su perfume y eso me estaba dando mucho placer. Mi excitación comenzó a dominarme y sin más, me abracé a ella y mi cara quedó pegada a su triángulo. Mis manos quedaron entonces posadas en sus nalgas y ella volteó sorprendida, pero yo comencé a apretar su culo y pegaba mi cara a su cuerpo cada vez con mayor fuerza, aspirando y me di cuenta que su actitud no era de indeferencia hacia mi abrazo.

Pude ver cómo cerraba los ojos mientras yo metía mis manos bajo su vestido, para ya sólo sentir sus bragas, que cubrían poco de sus exuberantes nalgas. Por fin sentía la tibieza y la desnudez de su piel. Mi verga estaba muy dura pues ya mi mano había encontrado la concha de mi tía, que comenzaba a humedecer con su baba mi mano. La escuchaba gemir. Yo no sabía mucho de sexo, pero empujaba con tal fuerza mis dedos en su pucha, por lo que le estaba dando un gran placer.

-Déjame bajar, - me dijo.

-¿Por qué pones caliente a tu tía, no ves que eso no está bien- escuché que decía eso, pero por supuesto no teníamos la menor intención de detenernos.

-¿Has probado la puchita de una mujer?- Moví la cabeza en señal de que nunca lo había hecho y ella se recostó sobre la cama, levantando su vestido, para dejarme mirar su concha y sus hermosos muslos.

Por la humedad que ya le había producido mi dedo en su pucha, su tanga blanca parecía de papel transparente y se notaban, bajo esa prenda, todos esos bellitos negros que se amontonaban cubiertos por la baba que escurría desde su coño.

-Ven, acércate.- Dijo mi tía.

Comencé a lamerle la tanga y el sabor de sus jugos y su aroma me tenían en estado de desbordarme. Comencé a quitarle las bragas y con mis labios recogía toda su baba de esos pelitos que estaban totalmente impregnados.

-Huy, qué rico. Hace mucho que no sentía una lengua comiéndome la pepa. Sigue así amor. Tómate toda la baba de tu tía. Ay, vas a hacer que me corra.

Yo abría sus labios y pasaba mi lengua alrededor de su coño y la metía lo más que podía, sintiendo todo ese coño caliente contra mi boca. Seguí chupando y ella gemía, lujuriosa de placer.

-Ay amor, qué rico comes la concha. Dame así bebé, haz que me chorree. ¿Te calienta mamarme la pepa? Dime que sí …. Huy.

Yo solía seguía recogiendo toda su humedad y entonces sentí como me sujetaba de los cabellos y pegaba su pucha a mi boca levantado un poco su cuerpo. Un chorro tremendo bañó mi cara. Tanto tiempo de abstinencia fue suficiente para que mi tía se corriera gimiendo de lujuria.

-No me puedes dejar así amor. –dijo.- aún estoy como una perra caliente. Ahora le vas a enterrar la verga a tu tía.

Puso su cara delante de mi verga y me la sacó del pantalón. Comenzó a lamer la punta y después sus labios muy húmedos chupaban mis guevos. Me estaba llenando con su saliva y yo no podía contenerme.

Hundió todo mi pito en su boca y yo sentía cómo la punta de mi palo rozaba el interior de su boca. Se notaba que ella sabía cómo mamar la verga, porque se detenía cada vez que parecía que yo iba a correrme y me la apretaba con sus labios, para evitar que yo terminara.

Se levantó y me quitó la camisa, mientras yo hacía lo mismo con su vestido. Su brasier pronto cayó también y tuve ante mí esas dos montañas carnosas y calientes. Sus tetas eran gordas, pero aún no estaban caídas y lo mejor eran esos dos pezones rojos y erectos que coronaban esas chiches de grandes areolas.

Sin pensarlo metí uno de esos pezones en mi boca y chupaba y mordía ansioso por acabarme esa teta.

-Así mi bebé, tómate toda la lechita de tu tía. Huy, que puta me haces sentir. Mama mi amor, así. Ay, soy una zorra de primera.

Nos acostamos y ella quedó debajo de mí. Por fin sentía toda su piel desnuda. La dureza de sus tetas contra mi pecho y el roce de los pelito de su pucha contra mi piel.

La punta de mi pene encontró rápido su coño húmedo y mientras nos besábamos, llenándonos la cara de saliva, recargué con todas mis fuerzas mi verga contra su raja. Los dos gemimos al mismo tiempo. Ahora la vagina de mi tía estaba envolviendo mi verga. Era una sensación de total lujuria esa pucha caliente atrapándome la verga. Yo me movía arriba y abajo y sentía cómo se mezclaba toda la humedad mientras cogíamos.

-Así, así, dame pito. Cógeme mi amor, soy tu perra. Dime que soy tu perra amor, anda dilo.

-Eres más que mi perra, eres mi puta. Déjame clavarte así toda la verga tía.

-Huy, sí mi niño. Me gusta cómo violas a tu tía que estaba ansiosa por tu verga.

-Voy a hacer que te corras cabrona.

-Ay amor, eres un pinche cogelón. Qué palo tan rico tienes. Cógeme amor, viólame hasta que te chorree la verga. Lléname de leche la panocha no importa que me embaraces.

Yo arremetía con más fuerza y la besaba, mordiéndole los labios, mientras mis manos amasaban y apretaban su culo. Eso era lo más rico que yo jamás había sentido. Me estaba cogiendo a la hermana de mi papá. A esa hermosa mujer a la que muchas veces, de manera como accidental, le había rozado las nalgas. A la que había imaginado cogerme mientras ella dormía. Pero esto era real; era real el sudor de su cuerpo que yo chupaba mientras la penetraba. Eran reales sus brazos, que yo mordía dejándole marcas.

-Qué sobrino tan cabrón me ha dado dios- Decía entre gemidos mi tía.- Ay qué rico coges. Tienes una verga deliciosa, por eso se la come tan tico mi panocha.

Yo seguía con toda la fuerza de quien coge por primera vez. Con toda la fuerza y el deseo no sólo de saber que coges, sino de pensar que estás cogiendo con alguien de tu familia. Alguien a quien después tendrás cerca siempre, sin que ellos tengan el menor pensamiento de que la tía y el sobrino fornican como dos locos.

Estaba rozando las paredes de su concha y ella se apretaba contra mí, abrazando mis piernas con las suyas y estábamos ya tan calientes, que casi al mismo tiempo nos chorreamos el uno en el otro. Parecía que yo tenía una manguera abierta, pues grandes chorros de esperma espeso salían mientras mi cuerpo se sacudía con cada chorro y ella lo mismo, sentía como su panocha se llenaba con la leche de su sobrino.

-Así así, derrámate en mi panocha mi amor, no te salgas. Quiero toda tu leche en mí.

-Ay, pinche puta- exclamé mientras mi leche le llenaba el coño.

Todavía seguí entrando y saliendo de ella y mi esperma le estaba batiendo todos los pelos de la panocha.

Gemíamos y entonces, en el más rico incesto, me quedé quieto con mi verga dentro de ella.

-Así mi amor, quiero que siempre guardes tu palo en esta pucha rica. Voy a ser yo la puta que siempre te lo exprima. Quiero que me llenes de leche siempre. Soy una golfa deseosa de tu verga.- me decía ella al oído.

-Bueno, mi niño, anda y por favor, que nadie se entere de esto.

Nos levantamos y volvimos a vestirnos. Nos dimos un beso en la boca y salí de su cuarto. Todavía no podía creer lo que había pasado.

A los tres días celebramos su cumpleaños treinta y uno y como todos, igual que sus hijos, y todos los de la familia, yo también le di su abrazo.

-Gracias mi amor –me dijo, mientras yo le entregaba un obsequio- Gracias por tan excelente regalo de cumpleaños.

Yo sabía que no se refería a lo que había en la caja, sino a la cogida tan rica que tuvimos en su habitación; cogida que sin duda, tarde o temprano habría de repetirse.