Violador serial 2
Me había enloquecido con el meneo de su culo que no mezquinaba a ningún hombre. Igualmente se resistía a mis avances. Y ya estaba yo delirando por tenerla.
VIOLADOR SERIAL 2
Recomiendo leer el anterior Violador Serial 1,
buscando en la página de Mango, para apreciar algunas diferencias.
Este relato sucede en un tiempo anterior al que publiqué antes. Yo disponía de menos medios económicos, alquilaba una casita céntrica muy pequeña, y manejaba un furgoncito destartalado, tanto que me daba vergüenza que me vieran a su bordo.
Como en cualquier pueblito de provincia, más quiero que puedo, existía algo a lo que llamaban "Palacio Cultural" , no era más que una vieja casona, tal vez de primitivos pobladores que habían hecho una fortuna relativa, construyeron su casa, y luego, al morir sin descendencia, legaron su vivienda al municipio. Se trataba de un edificio de una planta, en muy malas condiciones de conservación. Paredes húmedas y mohosas: Pisos que se hundían ante un ser de más de cincuenta kilos. Viejos vidrios biselados, pocos, el resto vidrios comunes, de los más baratos. El parquet original de roble de Eslavonia se conservaba en reducidos parches remendados con madera aglomerada. Antiguas y bellas molduras semidestruidas por el tiempo y la falta de mantenimiento. Y un exiguo patio en el que se había construido una suerte de anfiteatro al aire libre, sin tener la menor noción de espacio escénico, Baños escasos para la cantidad de público que esperaban albergar. Y una dotación de empleados, a cuál más inútil, que se empeñaban en trabar con recursos burocráticos cualquier iniciativa provechosa.
Allí se había instalado la "Subsecretaría de Cultura" y pomposamente lo denominaban "Palacio Cultural".
Lo regenteaba una funcionaria (Bajita pero de buenas formas) nombrada por el poder político de turno, en base a que había publicado un libro y pintado un cuadro.
Pero la Funcionaria tenía ambiciones de eternidad, y se ocupaba de tener una actividad "cultural" cada día, para llenar carpetas y más carpetas con recortes de los diarios locales.
Un par de veces me invitaron para disertar sobre el "Idioma del Delito", tema que conocía bien por mis actividades anteriores.
El caso es que detecté una empleada que me subyugó. No era bella en el sentido clásico. Muy alta, muy grandota, de bello rostro, pero un cuerpo más cerca de Rubens que de Modigliani. Un culo enorme sustentado en dos muslos que más bien parecían las columnas de Hércules por su contundencia. Tetas normales, y una cara de puta que la delataba a un kilómetro. Poco menor que yo, esa mujer se fijó en mí como una obsesión.
Calentaba a todo el mundo masculino (y a algunas mujeres) con su vestimenta sensual, y sus actitudes sensuales.
A poco de integrarse al plantel se enganchó con un chico que trabajaba allí mismo.
Me había enloquecido con el meneo de su culo que no mezquinaba a ningún hombre. Igualmente se resistía a mis avances. Y ya estaba yo delirando por tenerla.
Tenía yo muy pocas experiencias de violaciones, pero le había tomado el gusto a la resistencia. Algunas empezaban con una negación rotunda, pero al fin terminaban pidiendo más, y otras citas (a las que yo no accedía)..
En el caso de Pato (Patricia) me propuse tenerla de cualquier forma.
No contaba ni con una técnica depurada, ni con los elementos materiales necesarios. Sólo la furgoneta destartalada, una suerte de choza en el suburbio, con un jergón, una heladera vieja y poco más.
Pero mi cuerpo no aguantaba más el deseo por tener a esa mujer.
No hubo muchos planes, apenas contaba con el Rata, viejo compañero de correrías non sanctas,.
Ubicamos su casa, vivía con su madre. Una putilla algo mayor con quién había yo tenido un asunto apenas llegado al pueblo. La mamá se abría paso a conchazos en su carrera docente.
La casa en que vivían ambas estaba en una calle algo apartada, y tenía sólo dos luminarias en la cuadra.
El día indicado el Rata se ocupó de destruir las lámparas de alumbrado público con una gomera.
Arrimé la furgoneta al anochecer, previo haberle quitado las chapas patente. El color, si es que se le podía llamar color a esa serie de parches, era imperceptible en un pueblo donde, a causa de la crisis económica, había cientos de autos en esas tristes condiciones.
Preparé mis elementos, pocos, en un bolso de mano. Una bolsa de trama liviana, pero que permitiría respirar; cinta adhesiva entelada y varios trozos de cable que servirían para las ligaduras necesarias; una pistola de aire comprimido sorprendentemente igual a una Walter PPK calibre 9 Mm.. A la cintura y bien asegurado llevaba un Colt Phyton Magnum 357, por las dudas. Todo esto remanente de mis actividades delictivas de antaño.
Me situé convenientemente en el trayecto que Pato haría a la noche de regreso a su casa.
La cuadra oscura, con árboles añosos, era el mejor escenario. Detrás de un grueso tronco nadie podría verme
y esperé, cuando escuché los tacones de sus botas, me apresté, ya tenía en las manos lo preciso. Cu ando ella rebasó el tronco en que me ocultaba la ataqué por detrás, La bolsa hasta los ojos, y la cinta en la boca. Luego bajé la bolsa hasta su cuello y procedí a atarle las manos. De algo sirvió mi experiencia en secuestros extorsivos.
Pataleaba, y tenía una piernas fuertes. Un par de mamporros bien dados amenguaron su resistencia y pude arrastrarla hasta la furgoneta. Una vez allí le até también los tobillos.
Un breve viaje nos dejó en la choza. Esta estaba ubicada en una especie de Villa Miseria (Poblaciones o Cayampas en Chile; Cantegriles en el Uruguay; Favelas en Brasil). En esos barrios la gente acostumbraba a escuchar gritos, disparos y los sonidos más extraños sin que se les moviera un pelo. Y nadie tenía ganas de avisar a la policía, quizás serían los que perdieran más.
No sin esfuerzo bajé a Pato de la furgoneta. Lo que llevaba era toda materia sólida, contundente, pesada.
En la faena no pude dejar de sobar su culo que se destacaba del todo; y también sus tetas que no hacían juego con el resto, eran pequeñas para ese cuerpazo, pero más de una mas menuda hubiera deseado tenerlas.
La deposité en el jergón, era cómodo, tenía un costoso colchón de resortes, pero estaba tirado sobre el suelo.
Para reparar mis fuerzas me serví un farol de ginebra Bols con hielo. Mientras bebía miraba como Pato se revolvía entre sus ligaduras sin lograr aflojarlas. Sonidos guturales salían de su garganta, y no eran de aprobación, ni halagüeños para mí.
Esta iba a ser una batalla ardua. Le hice sentir el frío del metal de la pistola de aire comprimido en su antebrazo:
Si no cooperás sos boleta.
En la choza había todo lo necesario; tomé una fusta liviana y le di un chirlo en las piernas, suave, pero para que lo sintiera.
Le ofrecí sacarle la capucha, la venda y las ligaduras, pero se negó. No podía perderme el placer de que se negara, me insultara y en especial los gritos si algo le dolía.
Con precaución desaté sus tobillos, sus piernas fuertes eran un riesgo, pero resolví correrlo. Me senté sobre sus piernas y pude bajarle el jogging y la trusa. Luego volvía atarla, pero con un cable más largo, no le permitía patear, pero si abrir las piernas lo necesario.
Con una tijera corté la parte superior de su ropa, también quería sus tetas.
Durante un tiempo inconmensurable me aboqué a tocar piernas, culo y tetas por igual. La delicia de esa carne firme me puso la verga a mil.
¿Querés que te libere la boquita? Aquí podés gritar, gemir, berrear; si alguien te oye no pasa nada, estamos en la tierra de nadie.
Ante el forzado silencio le quité la cinta de la boca.
¿Qué me estás haciendo hijo de puta?
Nada extraño nena, te voy a coger como pueda, y por dónde pueda.
Calculé el sitio para empezar, la di vuelta boca abajo, y a mi vista se me apareció el culo colosal de Pato.
¡Ni lo intentes! mi culo es mío
Vamos nena seguro que ya te lo han estrenado.
Sí, pero no un perro como vos.
La fusta entró en acción. No me disgustaba marcarle el culo con los trallazos. Le di hasta que se quejó por el dolor, y aflojó.
Así me gusta nena, el culo colorado y dispuesto, si no cooperás vuelve la fusta.
Se quedó floja, por el dolor, el miedo y la fatiga.
Pude abrirle las nalgas y rociarla con lubricante. Acariciar esas sandías enormes me seguía calentando cada vez más.
Le trabajé el ano con un dedo, con dos. No se dilataba, era un caso raro de obstinación. No lo quería entregar.
La acomodé, tuve que abrirle yo mismo las nalgas con mis manos hasta que pude apoyar el glande en el mismo asterisco de su orto, cerrado como convento a la noche. Pero empujé con mis 100 kilos y toda mi fuerza. La lubricación hizo que empezara a entrar mi cabeza inferior, la que no piensa.
Me vas a romper toda desgraciado. ¿Por qué no te buscás alguna que quiera?
Porque me gusta tu culito nena, es de lo mejor, y así, a la fuerza es más lindo.
Cuando mi cabezota traspasó su esfínter dio un grito descomunal, sin duda le dolía, pero era porque estaba muy tensa, si se hubiera relajado le entraba casi sin dolor.
¡Hijo de puta, la tenés enorme! me estás partiendo.
Estaba reservada para vos nena.
A medida que entraba mi pija ella gritaba más fuerte. Se la saqué y, en el ano dilatado por la penetración, volqué la cantidad de lubricante que entró. Se la volví a meter de un golpe, y esta vez entró entera. Con toda mi generosa dotación dentro del recto de Pato no esperé que se adaptara. Empecé a bombear como un desesperado. Ella seguía gritando y yo gozando de la estrechez de ese culo digno de las mejores Olimpíadas del sexo.
Me contenía para no soltar mi leche que empujaba desde lo más profundo de mi, desde tanto tiempo de desear ese orto.
Le dí, con gran sacrificio para mí, unos veinte minutos. Fue glorioso cuando solté mi esperma espeso entre esas nalgas de ensueño.
Pato no paraba de gritar, insultarme y quejarse. No puso nada de cooperación. Sufrió inútilmente la violación de su magnífico culo.
Esa aventura anal la dejó exhausta, justo lo que yo había planeado.
Unos fustazos más la pusieron a punto. Se resistió apenas cuando la di vuelta boca arriba y abrí sus piernas, el cable que la ataba estaba fríamente calculado para permitir la apertura de piernas necesaria, ya mi cuerpo entraba entre esos muslos de película. Un poco de gel bastó para que le dejara ir la pija en su concha. No era tan apretada como su culo, pero estaba más caliente.
Volvió a gritar, se quejaba del tamaño del invasor. Luego pensó.
¡Me vas a dejar preñada hijo de puta!
No importa nena, el Doctor Amionda (médico del pueblo) está acostumbrado a los abortos. Si lo vas a ver mañana mismo te puede dar algo para que no quedes embarazada. Y si no tenelo, si tenés suerte saldrá parecido a mí.
Antes muerta que tener un hijo que se te parezca, y que sea tan reventado como vos, violador hijo de puta.
Mis huevos, aliviados por la descarga del polvo anal, aguantaron cerca de cuarenta minutos bombeando en esa concha deliciosa.
Cuando largué mi leche le chorreó por los labios de la vulva. Pero nada ni atisbos de que le gustara. Indiferente se dejó coger por la concha, tal como había hecho por el culo.
Allí me impuse un descanso, lo que me faltaba iba a ser más descansado.
Busqué cerveza en la heladera, bebí y le ofrecí. Fue lo único que me aceptó, la bebió a través de la tela de la bolsa que le cubría la cabeza.
¿Ahora me vas a dejar ir?
Ni lo pienses nena, como no me atrevo a hacérmela mamar, porque tengo miedo de que me muerdas y quedarme sin mi querido compañero, tendrás que suplir con otra cosa.
¿Me la vas a poner en la oreja desgraciado? ¿ O en la nariz ¡!! o en un ojo
No nena, esos agujeros son muy chiquitos. Tengo que elegir si repito culo o concha. Pero espera que me reponga, no soy una máquina de coger.
Pasado un rato, y con gran trabajo, ya que Pato no ayudaba en nada, La volví a poner boca abajo. Esta vez la coloqué arrodillada y con el culo en pompa. Así se me ofrecían los dos agujeros, para que evaluara y tomara una decisión correcta.
Elegí la concha, era lo que me había satisfecho más, no era tan humillante como el culo, pero mi deseo de vejarla ya se había atenuado.
Se la mandé a guardar de un saque, sin consideración alguna. Gritó por el dolor; pero yo bombeaba en la concha, y mientras tanto admiraba y tocaba ese culo que tanto había codiciado. Apenas unos débiles chorritos de leche salieron de mi verga agotada.
Así: encapuchada, semidesnuda, atada y bien cogida, la dejé a dos cuadras de su casa. Nunca supe cómo se arregló. Seguro que no muy bien, porque al otro día el comentario del pueblo era la monumental cogida que le habían dado a la Pato. Unos estaban de acuerdo, lo merecía. Otros decían que era una barbaridad lo que le habían hecho.
(Mi gratitud a Moonlight por sus consejos)