Violado por la boca por un heterazo, parte 2

Pensaba que solo usaría mi boca... Pero me usó al completo y sin contemplaciones.

¡Buenas, relateros!

CAP 3. VIOLADO POR LA BOCA POR UN HETERAZO, PARTE 2

"Hola, tío. Soy Califa, el chico que ayer te la chupó en el ascensor. Este es mi e-mail. Saludos", tecleé yo a duras penas por el incontrolado temblor que recorrían mis manos de pensar que tenía contacto directo con ese dios griego. Pensaba que era un farol, que me había dado una cuenta de correo falsa y que jamás volvería a saber de él nunca más.

El descomunal calentón con el que salí de aquel ascensor con la boca y garganta tapizadas de leche de macho me acompañaba, intacto, 24 horas después, ya que no descargué mis huevos. El cabronazo vetó tocarme el rabo durante el eterno mamazo y cuando tuve la libertad de hacerlo en la soledad de mi vivienda preferí esperar a descargar con otro pollón en la boca para disfrutarlo más (acumulaba ya 5 días sin soltar lefa). ¿No te ha pasado a ti? Hay veces que no me pajeo a la espera de encontrar un tío al que chupársela para meneármela mientras. ¡Placer puro! Siempre he dicho que gozo más mamando o recibiendo pollas por el culo que corriéndome. Llámame raro...

Era lunes al mediodía y estaba a punto de meterme en el coche para irme a la universidad. Las nubes seguían encabronadas con el sol y el viento empezaba a galopar anunciando tormenta. Llevaba un vaquero pitillo (me encanta lucir piernacas y culo), una camiseta básica corta interior tapada con un jersey negro de algodón gordo y unas zapatillas deportivas. "Eyy, ¿Qué pasa, niñato? Ya pensaba que te ibas a escaquear. Esta noche a las 2:00h te quiero ver en el mismo sitio. Ven sin boxer. Bye". Dios quiso que recibiera esta notificación de correo electrónico mientras estaba parado en un semáforo porque el calentón me hizo tener dos palancas de cambios dentro del coche. ¡Se me puso como una piedra! ¡El heterazo me había escrito, y encima, me había obligado repetir esa misma noche!

Tecleaba torpemente y volvía a borrar entre semáforo y semáforo. Decidí responderle mientras estaba en clase. A pesar de que eran mis asignaturas favoritas las que me tocaban ese día en la universidad, apenas atendía. En mi cabeza solo tenía la imagen de ese mástil atragantando mi garganta y ese cuerpazo fibrado pegándome hostias en la cara. Estuve toda la primera hora sin moverme por el abultado arco que producían los 18 cm de mi polla luchando con mi pantalón pitillo. La segunda hora conseguí mantenerla morcillona. Después la relajé hasta que decidí, finalmente, responderle al cabronazo al e-mail. (Quise dejarlo esperando para que me cogiese con ganas. Estaba desesperadísimo por su pollón, pero quería que se retorciera de impaciencia)

  • Perfecto, tío. Allí estaré. ¿Puedes antes de las 2:00h? Mañana tengo que hacer un trabajo de la facultad y no quiero levantarme tarde. Que ayer me fui a la cama a las tantas...

  • ¡No! A las 2:00h o te olvidas de mi rabo. No olvides venir como una guarra, sin ropa interior. Te voy a hinchar de polla esta noche, perraca. Bye.

  • Ok. Nos vemos esta noche. - La largura de mi respuesta era inversamente proporcional a como volvía a tener la polla entre mis piernas. Mis huevos me estaban lanzando alertas de socorro por acumulación de leche. Necesitaba que el reloj corriera y solo eran las 19:00h.

A las 21:30h aproximadamente llegué a mi casa. Hice un par de llamadas a unos amigos y a mi familia. Cené lo justo, fruto de mis nervios. Me tuve que poner el pantalón de pijama para que mi rabo tuviese un alivio porque no bajaba el asta desde que me monté en el coche de vuelta de la universidad. Me pajeaba a destiempo por encima de la ropa mientras agobiaba a las manecillas del reloj para que se dieran brío. Cuando pasaban las 0:30h ya había repasado todo mi cuerpo con una maquinilla con la que suelo quitarme el vello, con especial dedicación a mi ojete. Me di una abundante ducha y seguidamente me hice una lavativa para darme placer con el agua a presión media imaginando que aquel manantial líquido era el manubrio de 19 cm de mi heterazo favorito. Cepillé mis dientes y me enfundé el pantalón de chándal sin nada debajo, una camiseta que suelo usar para el gym y un cortavientos encima. Ya eran las 1:45h, y salí de casa.

[Doonggg] Tardé unos minutos hasta que, sin hablar absolutamente nada, la puerta del portal se abrió.

Sin más indicaciones que el morboso recuerdo de hacía 24 horas, crucé aquel vestíbulo de mármol caro y brillante y me puse ante los ascensores. El bombeo de mi corazón parecía el momento álgido de una lavadora de los años 80 en su fase de centrifugado máximo. Las manos me temblaban al mismo compás que mis piernas. No tuve que tocar el botón del elevador para llamarlo porque, uno de ellos no estaba abajo y el otro parecía venir en camino. Se paró ante mis ojos y la amarillenta luz del interior hizo acto de presencia entre el grueso cristalito de la puerta. Decidido, abrí:

  • Wow!... - Era el único sonido que atinó a pronunciar mi boca cuando me encontré con ese David de Miguel Ángel andaluz de pie, con una gorra negra Nike (esta vez hacia atrás), y únicamente tapado con un pantalón de atletismo azul que dejaba poco lugar a la imaginación con aquel campanario pidiendo protagonismo entre sus dos musculosas piernas.

  • Shh... Entra. - Esto me lo dijo con uno de sus dedos partiendo sus casi inexistentes labios. Hoy tenía la barba algo más tupida que ayer. Sin embargo, olía algo más fuerte que el día anterior. Después me confesó que no se había duchado después del gimnasio para que oliera más a macho.

El ascensor siguió las órdenes del macho, que tras pulsar el botón 7 se puso en marcha. Lo miré de arriba a abajo deteniéndome en todos y cada uno de sus milímetros de carne. Una de sus manos masajeaba aquel pedazo de trozo de cacho de carne, y la otra la puso en mi boca abarcando inclusive mi nariz, de lo grande que era.

  • Sígueme. No hables y haz todo lo que yo te diga. - Me costó hasta descifrar las indicaciones de lo bajito y susurrado que lo dijo. Sus ojos anunciaban guerra. Y lo que hizo con su mano derecha terminó de confirmarlo: me la puso en la espalda baja hasta que la fue deslizando bajo la gomilla de mi pantalón e introdujo el dedo corazón en la descarada puerta de mi ojal. Un lapo salido de su caliente boca sellaba mis labios momentos antes de abandonar el ascensor en dirección a dios sabe dónde...

La oscuridad me impidió ver más allá del contorno de los arcos de las puertas y muebles, gracias al reflejo de la luna, que seguía turnándose con las mosqueadas nubes. Una tibia luz al fondo enfocaba una habitación abarrotada de cosas desordenadas. El macho me empujaba con sus manos puestas en mis hombros al mismo tiempo que me decía "sigue, shhh... Sigue hasta la luz".

  • ¡Qué calentito! Estaba helado, tío. - Dije entusiasmado. Aquella habitación era todo lo contrario a un iceberg. Un radiador de aire caliente antiguo (de los que suenan) convivía con un olor a tío hetero que echaba para atrás. La cama, de matrimonio, estaba deshecha de hace semanas. Había latas de bebida energética vacías por las mesitas, ceniceros pidiendo auxilio de tanta colilla y ropa de diversos días empapelando el suelo.

  • Calentito me tienes tú a mí desde esta tarde. ¡Que sea la última vez que tardas tanto en contestarme! ¿Qué pasa, que estabas zorreando con otros, eh maricón?

  • Estaba en clase. No, no he quedado con nadie. - Mi tono era mitad morboso mitad con miedo.

  • Eso es, porque como me entere que esta boquita recibe el rabo de otro te cruzo la cara, puta. [ZAS] - Todo esto lo dijo de forma chulesca mientras me guanteaba una de mis mejillas. Acto seguido me quitó la camiseta y bajó mi pantalón tan deprisa que me tiró al suelo del impulso.

  • Solo seré tu zorrita. Y más con este pollón que tienes, colega. Pufff... - Expresé yo mientras hacía el ademán de meterme aquel mástil en asta en mi boca.

  • ¿Adónde vas? ¿Te he dicho yo que mames acaso? Ponte en la cama a cuatro patas, maricón.

  • Quiero mamartela primero...

  • Me suda la polla lo que quieras. Estás en mi casa y aquí mando yo. Me parece a mí que te vas a llevar muchas hostias tú, pedazo de guarra. [ZAS, ZAS, ZAS] - Conté tres bofetones bien dados. De los que te mueven la cabeza con cada manotazo.

  • Joder que culo. Sabía que ibas a tener el ojete como las zorras que me follo. Arrrgs... - Lo dijo tan rápido como metió su lengua en mi culo, con tanta fuerza que me tumbó en el colchón.

  • Ufff. Qué culo de zorra. Lo tienes muy cerradito para lo puta que pareces, eh. ¿Qué pasa, que no te lo rompen o qué?

  • Me follan poco. Solo cuando me apetece mucho. Disfruto más tragando polla por la boca, ya viste que se me da bien. - Sí, esto se lo dije con tono de vacilón y moviéndole las nalgas ante su boca.

Un tremendo azote en uno de mis cachetes me volvió a tirar al colchón. Me agarró del pelo y me hizo bajar arrodillado hasta el suelo colocándome bajo su monumental cuerpazo, que ya estaba como cuando su madre lo trajo, gracias a dios, al mundo.

  • Veo que te gusta mucho que te coman el culazo, pero aquí el placer lo recibo yo. ¡Pide polla, puta!

  • ¡Dame rabo!

  • No te oigo. ¡Mírame a los ojos y suplica pollón!

  • ¡Quiero rabo, cabrón! ¡Atragántame!

  • [ZAS][SSSTUP] ¡Guarra! - El insulto fue escoltado por un guantazo y un señor escupitajo en mi cara.

  • ¡Dámelo ya, por favor! ¡Quiero tragármelo! ¡DAME POLLA! - Esto último lo dije gritando y olvidando el sagrado código de susurrar.

  • [ZAS, ZAS, ZAS] ¡Qué no chilles pedazo de maricón! - Las tres hostias me castigaron por elevar el tono en aquel silencioso piso. Con la misma mano me aprisionó el cuello y me lo levantó unos centímetros para, mientras conseguía abrirme la mandíbula por la fuerza que me arrojaba con sus dedos, echarme otro lapo (este con sonido).

Me limité a asentir mientras lo miraba como si ese treintañero de gym, más masculino aún que ayer (y ya es decir), fuese el último humano de la tierra. Abrí la boca dejando salir mi lengua a la recepción de mis labios. Un jadeo sordo pedía polla...

  • ¡TRAGA, GUARRA! - La estocada tuvo la misma sensibilidad que sus guantazos: cero. Me la metió tan rápido en la boca que mi campanilla estuvo a punto de sufrir un infarto. Sus huevazos rasurados coqueteaban con mi barbilla y mi nariz se lamentaba de ser tan grande, ya que recibía los intermitentes envites de sus abdominales inferiores.

  • Arrrgs... Arrrgs... - Mamaba y mamaba como si no hubiese ingerido alimentos en mis 19 años y medio de vida. Cerré hasta los ojos para retener en mi memoria aquel trozo de humano.

  • ¡Abre los ojos! Mírame con esa cara de comepollas que tienes. Míra como te pones de perra. ¿Tenías ganas, eh? - Esto lo decía mientras subía el nivel de sus turbinas instaladas en la cadera y me encadenaba varias arcadas que se apagaban con la sacudida de rabo que me estaba metiendo.

  • Cómetela entera. Así... Mmmm... Hasta el fondo. Joder, que bueno. La chupas mejor que las putas, maricón.

Sacó aquel falo de mi boca al mismo tiempo que un grueso hilo de babas luchaba por separarlo de mis labios. Se sentó en el filo de la cama y me indicó con el dedo que me arrodillase delante para continuar mamando. Efectivamente, al llegar a su altura me gané otro guantazo por tardar tres segundos.

  • Ufff... UFFFFF. TOMAAAA - El bombeo que me estaba dando el cabrón tocó níveles históricos de movimientos. El mete-saca era similar al recorrido de la luz. Sus enormes manos tapaban parte de mis orejas y sus dedos entrelazados tras mi nuca impedían cualquier intención de escaparme. Otra vez estaba violándome la boca sin contemplaciones.

  • ¡Queee... zoooorrra! ¡Traga niñato de mierda! ¡Toma rabaco pedazo de maaaaricooon! - Pues sí, aún podía embestirme todavía más rápido. Joder, qué absoluta follada de garganta. Las heridas internas de mi labio superior volvieron a presentarse y el sabor de la sangre se entrelazaba con mi saliva y ese tronco alfa.

  • ¡Míra cómo me tienes, perra! O dejas de mover así el culo o te lo destrozo, maricón.

No me dio tiempo a retener mis caderas, efectivamente moviéndose de izquierda a derecha y en círculos para endemoniar aún más su rabazo. Me levantó de los brazos y me tiró (literalmente) en la cama boca abajo. Me azotó tres veces los cachetes del culo a la par que los escupía y chillaba "¡Zorra! ¡Guarra! ¡Puta!".

  • Tío, ve con cuidado, por favor. Hace tiempo que no me... - Un escupitajo en mi boca me impidió terminar la frase al volver la cabeza hacia atrás para vigilar lo que hacía.

  • Jajajaja ¿Cui... qué? Voy a meterte el pollón hasta el hígado, maricón. Que solo sirves para esto, para que te destrocen la boca y el culo.

  • PUFFFF... - El cabezón que coronaba sus recios 19 centímetros entró sin llamar en mi ojal, algo abierto por la extrema calentura que me estaba haciendo sentir. Mi polla, aplastada contra mi abdomen y el colchón, no debaja de babear precum en su sábana de sospechar lo que iba a venir.

  • Joder, que estrechito. Ufff... Las tías no se dejan pero tú vas a darme placer, ¿verdad maricón? - Debo admitir que, a pesar de su agresividad viril, tuvo compa....

  • AHHHHHHHHHHHHHHH, hijo de putaaaaaa

  • Shhhh, calla y aguántate pedazo de perra. Uffff, toma rabo puta.

No, no tuvo compasión ninguna. Los gruesos, venosos y morenos 19 centímetros de verga estaban empotrados en mi estrechísimo culo. Como si un hierro incandescente me hubiese atravesado las entrañas o como si el mismísimo Titánic estuviese sumergiéndose en mis adentros a la misma velocidad con la que buscaba fondo tras chocar con aquel iceberg. Y aún así, me quedo corto en la descripción del dolor...

  • Ahhh, por favor, por favor, ¡Sácala! Por favor, te lo suplico, tío. Me duele. Me estás destrozando.

  • Mi rabo dice que negativo. Uffff... Joder, que rico. Madre mía, puto niñato. Ufff... - El mismo caso que le hacía a la tormenta de la calle era el que hacía a mis súplicas para que sacara aquel torreón de hierro fundido de mi interior.

Por lo visto fue solo un minuto, pero para mí fue como la publicidad de una película de Antena 3. Sacó ese tremendo bicho venoso de mi ojal y creí estar pariendo la Torre Eiffel por mi culo.

  • Tranquilo, perra. Solo quería probar con un puntazo lo rico que está tu culito de guarra. Sin condón no te voy a follar, ¿tienes goma, tío?

  • No, lo siento. Pero otro día, por favor. Me duele a reventar.

  • Estás hablando demasiado y tu boca solo sirve para tragar polla, te lo repito. ¡Mama y calla, perra! - Esto lo dijo mientras acercaba ese pedazo de pollón manchado con restos de mi interior a mi boca. Ni tiempo me dio a evaluar todos y cada uno de los sabores que albergaban en mis papilas gustativas cuando una explosión espesa, ardiente y sabrosa inundaba las paredes de mi cabidad bucal.

  • AHHHHHHHHHHHH, TOMAAA LECHE MARICOOOOONNN. CÓMETELA NIÑATOOO - Esta vez quien se saltó la norma de no gritar fue el dueño de la casa. Le temblaban las piernas y sus ojos quisieron descubrir cómo era su nuca. El jadeo sostenido iba al compás de sus trallazos de lefa.

Sin embargo, contra todo pronóstico para él, conseguí no tragarme parte de esa abundante corrida. Cuando sacó el robusto tronco de entre mis labios, nuevamente maltratados por el azote de su pollón con mis dientes, abrí mi boca de par en par para mostrarle (con cara de putísima en celo) toda su lefa burbujear mientras mi lengua buceaba por aquel exquisito líquido blanco.

  • Pedazo de zorra. ¿No te lo has tragado? ¡Serás guarra! ¡Míra que puta eres! ¿Te ha molado, eh? Por eso sacas orgulloso el premio que has tenido por maricón tragapollas

Lo siguiente que pasó tampoco se lo esperaba este macho alfa dominante. Ahora mandaba yo. Frené en seco el magreo que mi mano derecha tenía con mi tranca para hacerla estallar y la apunté hacia mi boca dejándole caer un tsunami de semen, más dulce que salado. Me pajee a toda máquina mientras con mi mano izquierda recogía los restos de lefa rezagados en mi lengua y los depositaba en su fibradísimo torso al tiempo que lo movía en todas las direcciones como si fuese el volante de mi coche en plena rotonda.

  • Córrete maricón. Pufff, que puto morbazo tienes. Échate la lefa encima, venga. Enséñame lo caliente que te pongo, puta. ¡Tócame y córrete! - Su polla pasó de morcillona a bate de béisbol. Y su mirada, a caballo entre mi rabo y mi cara, transmitían un vicio que nunca antes había visto.

  • AHHHHH, JOOOOOODEEEEEERRRRRRR. AHHHH, AHHH, AHHH - Mi rabo dijo basta. Un imponente latigazo de leche tocó techo en mi barbilla, que estaba en ángulo obtuso mirando hacia arriba y a la cara del macho estremecerse de placer. Los otros tres trallazos, uno alcanzó mi boca (abierta y jadeante), otro se posó en mi pectoral izquierdo y el otro quiso perderse por aquella ardiente habitación.

  • JO-DER. Que pasada, niñato. Tócate, restriégate tu lefa y la mía. - El cabrón estaba encendidito de saber que fue su lefada en contacto con mi polla la que incendió mi corrida y que, mezcladas las dos, me estaba barnizando el abdomen con ese pastoso líquido tan característico. Al sexto día me corrí, imagínate la central lechera que tenía acumulada en mis cojones.

  • Ufff... ¡Cómo me puto pones, colega!

  • Me parece a mí que tú y yo vamos a vernos demasiado. Vístete y pírate que quiero dormir. Te escribiré cuando quiera descargar. Cierra despacio y no hagas ruido.

Me vestí como pude preso de la torpeza y el temblor que recorrían mis piernas tras horas arrodillado. No me limpié en nada y fue mi propia ropa la que recibió los restos de aquella madrugada de sexo agresivo. Hice el camino inverso en busca de la salida y me fui.

Efectivamente, nos volvimos a ver... Y esta vez no íbamos a estar los dos solos.

Continuará...