Violado en la azotea

Relato REAL de cómo un follamigo me viola en la azotea de mi casa... con espectadores.

Esta es una historia real de cuando todavía vivía en Barcelona. Obviamente el nombre de mi amigo no es real, pero sí todo lo que voy a contar a continuación.

Había quedado con un amigo con el que ya había follado una vez (más estándar, en una cama y todo) que ya contaré en otra ocasión. Sabía de sobra que la iba la caña y el sexo duro, pero tampoco pensaba que iba a pasar esto. Nos íbamos a ver después de varios meses sin casi saber nada el uno del otro, y cuando me dijo que estaba con un chico, a mí tampoco se me ocurrió ya que fuera a pasar nada entre nosotros; aunque la verdad es que a mí me gustaba bastante.

Arnau es un chico más pequeño que yo, 21 años, delgado, ni siquiera fibrado. Un poco más alto que yo, unos 175 cm; pelo corto y rizado, blanco de piel y siempre bien vestido. Pero lo que tiene de modesto vistiendo y aparentemente pequeño de cuerpo, lo compensa con 23 cm de polla, gorda, venosa y unos huevos peludos grandes a juego; así como un gusto por el sexo guarro y bruto -lo que hizo que casi me enamorara de él tras nuestro primer polvo.

Yo soy un chico de lo más normal; aquella vez tenía 26 años, no estaba delgado como todos los twinks de Grindr, pero al menos me mantengo en forma yendo a correr y al gimnasio. Me suelo depilar entero y, aunque no lo considero mucho, me dicen que tengo un buen culito redondo.


Quedamos por la tarde-noche, y después de dar unas vueltas por la ciudad, terminamos otra vez en mi portal, ya que era un día entre semana y yo en teoría me iba a ir pronto a la cama para dormir. El caso es que nos quedamos hablando y escuchando música compartiendo unos auriculares, cada vez más cerca uno del otro.

Y cuando me di cuenta, ya me estaba metiendo la lengua hasta la garganta. Pero como lo hacía él, que sabía que tanto me gustaba; agarrándome del culo y tirándome de mí hacia él mientras con la otra me apretaba el cuello. Así me hacía sentirme suyo y eso me ponía todavía más cachondo. Poco a poco fue metiéndome mano hasta que básicamente tenía ya un dedo metido en mi culo.

  • Espera -conseguí decir entre gemidos-, que me van a oír todos. Vamos a mi casa.

  • ¿Sigues siendo una zorrita gimiendo? -preguntó mientras retorcía el segundo dedo en mi ojete.

Sonreí y le quité sutilmente porque soy alguien que gime MUCHO, y, aunque tampoco lo quiero evitar, no es plan de que todos los vecinos escuchen a la zorra del ático follar en las escaleras.

Subimos hasta mi casa, pero con tan mala suerte que justo acababa de llegar mi compañero de piso y estaba con amigos suyos.

  • ¿La azotea también es tuya, no?

  • Bueno, es del edificio, pero no suele subir nadie.

  • Pues vamos, que no me vas a dejar con las ganas.

Abrí la puerta que daba acceso a la azotea del edificio; una azotea típica de edificio del Eixample, amplia, desde la que puedes ir a las azoteas de los edificios antiguos... y desde la que te puede ver cualquier persona que esté en un planta superior. Y teniendo un hotel de 4 estrellas delante con unas 4 o 5 plantas por encima de mi edificio, cualquiera que mirara nos iba a ver.

  • No creo que sea lo mejor, nos puede ver cualquiera...

  • Calla y ponte de rodillas, que lo estás deseando -me dijo mientras me dio una bofetada.

Estuve a punto de contestar, pero vi que se había sacado la polla de los pantalones y, aunque no estaba dura del todo, era ya enorme. Unos 21-22 cm, gorda y venosa, lo ideal para volverme una zorra complaciente.

Hinqué rodillas en el suelo y empecé a mamar, también pensando que al ser de noche no se nos iba a ver mucho. Pero poco tardé en olvidarme de que nos pudieran ver al minuto de tener ese pedazo de rabo caliente y ya duro por completo en mi boca. Nunca he tenido problemas para tragarme cualquier polla, pero esa me costaba un poco. Nada que un par de hostias en la cara y unos empujones para obligarme a hacerlo no pudiera arreglar. En seguida me estaba ahogando con ese pedazo de carne duro y caliente en mi garganta, una sensación que me encanta. Comencé a gemir y él iba cada vez más fuerte y más bruto, dejándome sin respiración y provocándome arcadas; hasta que me la metió hasta el fondo y la dejó dentro unos segundos que me parecieron eternos mientras no podía coger nada de aire y me ahogaba con mis propias arcadas y saliva, notando perfectamente que había traspasado más que de sobra la campanilla.

Al rato, la sacó y me agarró del cuello sin ni siquiera dejar que me recuperara. Me levantó y me empujó hasta la pared de la entrada para acto seguido bajarme los pantalones hasta los tobillos y ponerme la punta en la entrada de mi culito para nada preparado.

  • Arnau, no, que sabes que me duele y más sin lubri... -ZAS, golpe en la cabeza contra la pared.

  • Que te calles, puta, que me cortas el rollo.

Me puso la mano en la boca y empezó a empujar su glande todavía cubierto por mis saliva en mi ojete. Instintivamente ahogué un grito, intentando zafarme, pero cruzó su brazo izquierdo a la altura de mi cuello apretando, dejándome entender que o me dejaba o iba a ser peor para mí sin respirar.

Costó un poco que entrara algo más que la punta, sentía el culo ardiendo, un dolor increíble. Era una polla enorme, gordísima, y me estaba abriendo de par en par sin condón, sin lubricante y sin nada. Él seguía empujando, sin dejar de apretar mi cuello y tapándome la boca y al rato (largo) ya tenía sus huevos chocando contra mí. La sacó casi del todo, dejando solo la punta dentro y empujó de nuevo hasta el fondo, de a una, varias veces, hasta asegurarse de que tenía el coño completamente abierto y que no le iba a molestar para lo que venía a continuación.

Liberándome el cuello y la boca, me agarró de los hombros y comenzó un mete-saca frenético, mientras bufaba como un toro, chocando contra mi culo, aplastándome cada vez contra la pared, metiéndome su polla hasta lo más hondo de mis entrañas. A veces se acercaba a mi cuello para morderme. También me hacía daño, pero nada comparado con el dolor que todavía seguía sintiendo con mi culo siendo violado sin ningún tipo de compasión.

Yo, mientras, me aguantaba los gritos, los quejidos y las lágrimas, esperando a que me dejara de doler o a que se corriera, lo que pasara primero.

De repente, paró. La sacó, me giró, me besó violentamente, violando también mi boca con su lengua, metiéndola hasta el fondo y escupiéndome una vez hubo terminado. Me fijé en que él ni se había desnudado, solo lo estaba yo, y que su polla todavía seguía dura como una piedra, apuntando al cielo y manchada de sangre. Me puso de cara al edificio de en frente, el hotel, donde había una pareja mirándonos desnudos y pajeándose. En cuanto me di cuenta me quise morir de la vergüenza, del pudor de que unos turistas que no se pierden ni un chill estuvieran pajeándose a costa de lo que me estaba pasando.

Seguidamente, Arnau me empujo hacia el suelo, haciendo que me tumbara bocabajo. Para evitar que me doliera todavía más, me separé las nalgas y le dejé hacer.

  • Muy bien, putita, veo que vas acordándote de cómo son las cosas conmigo -y me la volvió a enterrar hasta el fondo, dejándose caer sobre mí.

Ya no me dolía tanto, no sé si por haberme acostumbrado, por estar tan abierto que ni lo notaba o por qué, pero no dolía. De hecho, ya estaba llegando al punto incluso de darme placer, y también se me empezó a poner a mí duro el rabo. Al estar bocabajo no podía tocarme, así que lo que hice fue moverme, esta vez para que se corriera más rápido, no para zafarme. Movía mi culito hacia arriba y hacia abajo, al compás de sus embestidas, para que los golpes fueran mayores y las estocadas más profundas.

No tardé en empezar a gemir como a él le gustaba, y aprovechó la situación para agarrarme del pelo, levantarme la cabeza y hacer que volviera a mirar a nuestros vecinos voyeuristas, que directamente ya estaban follando entre ellos, sin dejar de mirarnos. Supuse que no eran los únicos que nos habían visto (o nos estaban viendo), pero sí eran los únicos que estaban al descubierto, cachondos perdidos de ver cómo me estaban violando.

Arnau aumentó el ritmo de las embestidas, volviendo a poner mi cara contra el suelo, apretando para que no pudiera movierme. Con un brazo me volvió a agarrar del cuelo, ahogándome, y con el otro me daba azotes en el culo, resoplando cada vez más, sudando y escupiendo en mi espalda. Sabía perfectamente lo que venía ahora, así que seguí con los movimientos de culo, empecé a gemir mucho más fuerte y no tardé en sentir que me inundaba algo caliente. No sabría decir cuántos trallazos echó en mí, pero no fueron pocos. Sentí un hilo de lefa saliéndose de mi ojete abierto de par en par, con su polla todavía dentro, dejando de estar tan dura, recorriéndome la raja, pasando por los huevos y llegando al suelo.

Se quedó así un rato encima de mí. Después de levantó, se limpió la polla de lefa, sangre y lo que tuviera con mi camiseta y se fue, dejándome solo en la azotea. Tardé unos minutos en levantarme. Los vecinos ya no estaban en el balcón. Me subí los pantalones, me coloqué la ropa como pude y vi que en el suelo efectivamente estaba la lefa que se había salido de mi culo -la había dejado toda dentro de momento para limpiarme bien una vez llegara al baño de mi casa- así como unas cuantas gotas de sangre.

Realmente sabía que follar con Arnau iba a ser así, no debería sorprenderme. Y lo peor es que me gustaba y lo volví a hacer unas semanas más adelante.