Violada por mis hijos durante el fin de semana

No estoy orgullosa de lo que voy a contar, tampoco estoy avergonzada. De absolutamente todo puedes aprender una lección. Puede que lo que voy a decir cause controversia, pero lo que comenzó con una brutal violación por parte de mis hijos, acabó con una lección de vida.

No estoy orgullosa de lo que voy a contar, tampoco estoy avergonzada. De absolutamente todo puedes aprender una lección. Puede que lo que voy a decir cause controversia, pero lo que comenzó con una brutal violación por parte de mis hijos, acabó con una lección de vida de la que no soy capaz de renegar.

Mi nombre es María, tengo 45 años, un marido, dos hijos y un perro idiota que no sabe diferenciar los árboles de las piernas de las personas. Mi marido también es idiota, pero es mi marido y lo escogí yo. Siempre me he equivocado escogiendo, el problema es que cuando me di cuenta de mi error, llevaba diez años casada y tenía dos hijos que pretendía proteger por encima de cualquier cosa. Incluso por encima de un perro y de un marido completamente idiotas. De no haber tenido dos hijos, hace años que le habría pegado una patada a mi marido. Y a mi perro.

Y son mis dos hijos, maldición y bendición a partes iguales.

Todo sucedió hace dos años, yo tenía 43 y mis dos hijos (Rubén) y (Carlos). Ellos siempre han sido el único motor de mi vida, daría cualquier cosa por ellos, incluso mi vida. Aunque lo que sucedió aquel fin de semana me ayudó a comprender que el amor, aunque incondicional, no siempre es correspondido. O quizás es interpretado de forma diferente por diferentes personas. Cuando digo que hubiese dado cualquier cosa por mis hijos, nunca imaginé que lo que daría es mi alma y mi cuerpo, que les pertenecería de la forma más humillante posible.

Mi esposo, padre de mis hijos, iba a estar fuera todo el fin de semana porque debía viajar a Berlín a la presentación de que sé yo. Nunca me ha interesado el trabajo de mi esposo, aunque si su trabajo significa que voy a estar todo un fin de semana sola, entonces me encojo de hombros y no pregunto más. Poco podía imaginar, el viernes al verle partir, que ese fin de semana de aparente descanso iba a resultar un calvario para mí.

Mis hijos siempre han sido (eso creía) buenos chicos. Carlos, el mayor lleva la voz cantante, como si su hermano Rubén fuese su discípulo, o incluso su hijo. Siempre juntos, Rubén vive a la sombra de su hermano mayor. Ambos estudian, tienen novia y son buenos chicos.

¿Buenos chicos? Menudos hijos de puta…

Comencé a darme cuenta de que algo extraño sucedía cuando, al marchar su padre, el viernes a mediodía, mis hijos comenzaron a pasearse completamente desnudos por casa. Era verano y yo misma vestía unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, aunque de ir cómodo en tu propia casa a ir desnudo, hay una significante diferencia. El pudor, la privacidad… comprendo que haya familias que vayan todos desnudos por casa. Pero en nuestro caso, eso nunca sucedía. Todas las puertas de mi casa tienen pestillo y nunca nos vemos desnudos los unos a los otros. Consecuencias, quizás, de haber tenido una educación tradicional.

Les pregunté qué diablos estaban haciendo (con esas mismas palabras) y se limitaron a sonreír de manera burlona. Les ordené que se vistiesen y Carlos, el mayor, dijo que tenían calor y que si tanto me molestaba, me desnudase yo también.

¿Qué estaba pasando? Mis hijos nunca iban desnudos por casa, mis hijos nunca me habrían dicho que me desnudase delante de ellos.

Me limité a sentarme en el sofá del comedor, a ver la tele, sin saber demasiado que hacer. Mis hijos, aquellos adorables niños que tantas alegrías me habían dado, se comportaban como dos desconocidos. De repente, mis dos hijos se sentaron también en el sofá, uno a cada lado y entonces comenzaron a masturbarse mientras me observaban. Les dije que parasen, les amenacé, me levanté y comencé a gritarles, pero ellos siguieron masturbándose, mirándome y riéndose burlonamente.

-Mastúrbate tú también mamá -dijo Carlos, el mayor- así no te sentirás extraña.

-¿Estáis locos? -protesté-. Cuando vuelva vuestro padre le voy a contar todo esto.

-Mamá, no seas tonta -continuó Carlos-, sabes que papá nunca te creerá.

-Como tampoco va a creer lo que vamos a hacer ahora -acabó la frase Rubén.

De repente, ambos se levantaron y me cogieron, inmovilizándome. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo de forma lasciva, tocándome los pechos, el culo, el pubis… no había espacio para la duda, las cuatro manos de mis hijos me estaban sobando mientras sus penes erectos chocaban con mi cuerpo. Intenté apartarlos pero eran más fuertes que yo. De repente, el mayor, se apartó y soltó un fuerte puñetazo sobre mi rostro. Todo se tornó oscuridad y caí al suelo.

Desperté en mi habitación, atada a la cama de matrimonio y sin ropa. Mis hijos, de pie, aun desnudos, me observaban. Sus penes continuaban erectos. Noté algo que humedecía mis labios, me pasé la lengua y supe que era sangre. Me sangraba la nariz del puñetazo. De repente sentí miedo. Aquello carecía de todo sentido. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Y si estaban drogados? Ojalá todo fuese un mal sueño.

Mi hijo mayor, Carlos, fue quien tomó la iniciativa. Dio igual si yo gritaba o intentaba convencerle de la locura que iba a hacer. Carlos se tumbó encima de mí y me penetró de golpe. Supongo que debería haber continuado gritando, continuado intentar escapar a mis ataduras. En vez de eso me quedé inmóvil, como en shock, esperando a que mi hijo acabase. Notaba su boca sobre la mía, sus manos sobre mis pechos y su pene dentro de mí. Pero mi cerebro se esforzaba en hacer convencerme a mí misma de que mi violador era otra persona ajena a mi hijo, un desconocido. De repente, mi hijo mayor sacó su pene de mi vagina y eyaculó en mi cara mientras lanzaba un grito de satisfacción. Con la cara manchada del semen caliente de mi hijo mayor, levanté la cabeza y miré en dirección a mi otro hijo quien se masturbaba con fuerza sin dejar de mirarme. El pequeño Rubén no me penetró, en vez de eso se acercó y eyaculó también en mi cara mientras su hermano aplaudía. Después ambos chocaron sus palmas en signo de éxito. ¿Cuánto tiempo llevarían planeando tal locura? Acababa de ser violada por uno de mis hijos y humillada por el otro. ¿Y ahora qué?

Mis hijos me desataron. No opuse resistencia. Me dolía mucho la nariz, me sentía humillada, vejada, sentía que mi vida acababa de irse por el desagüe, me dolía el coño y el alma. Y, además, tenía la cara llena del semen de mis hijos. Carlos me obligó a ponerme a cuatro patas encima de la cama. Obedecí, consciente de que de nada iba a servir luchar, tampoco dialogar con ellos.

Después noté algo frio en mi culo ¿Uno de mis hijos estaba poniéndome lubricante en el culo? Carlos se deslizó bajo mí y me ordenó sentarme sobre su pene. Obedecí sin atreverme a mirarle al rostro. Comencé a moverme poco a poco, permitiendo que el pene de mi hijo entrase y saliese de mí. Imaginé que cuanto mejor lo hiciese, antes acabaríamos.

Entonces noté a Rubén tras de mí. ¿Qué estaba sucediendo? Sin apenas darme tiempo, mi hijo pequeño metió su pene en mi culo de golpe. Lancé un grito que Carlos ahogó poniéndome su palma sobre mis labios. Mis hijos estaban penetrándome al mismo tiempo, por la vagina y el culo. Había visto algunos videos de doble penetración en internet y la mujer siempre parecía gozar. Pero os aseguro que eso no es así, el dolor físico y moral que experimente mientras mis hijos me usaban de esa manera, no tiene comparación con ningún otro dolor. Sentir a mis dos amados hijos, pegados a mi cuerpo, con sus penes dentro de mí, es algo que no deseo a nadie. Aún no he conseguido apartar todas esas imágenes de mi cerebro, vuelven cada noche como un aviso de lo que cualquier día puede repetirse, conmigo, con cualquier otra mujer.

Ambos se corrieron dentro de mí, después me ayudaron a ir hará la ducha y allí me lavaron. Después volvieron a dejarme en la cama. Atada de nuevo.

-Descansa un poco mamá -dijo Carlos, mi hijo mayor-, después volveremos a por ti.

-¿Por qué Carlos? -pregunté entre lágrimas-. ¿Qué os he hecho?

-Nada mamá -contestó Carlos mientras Rubén sonreía a su lado-, simplemente nos hemos hecho mayores. Siempre nos prometiste que harías cualquier cosa por nosotros. Queríamos esto y sabíamos que era imposible pedírtelo.

-Pero no te preocupes mamá -continuó el pequeño-, estamos seguros de que acabará gustándote.

-Estáis locos. Cuando el domingo vuelva vuestro padre se lo contaré todo.

-Bueno mamá -dijo Carlos-, hay algo que no sabes. Esta tarde ha llamado papá, tardará una semana en volver.

-Estamos seguros -volvió a continuar Rubén, el pequeño- de que en una semana acabarás cogiéndole el gusto a todo esto.

-Ahora te dejaremos descansar -dijo Carlos- después volveremos para continuar jugando. ¡Yo aún no he probado tu culo!

-El culo de mamá es estrecho, impresionante -apuntó Rubén.

Ambos rompieron a reír.

Por supuesto volvieron por la tarde. Y al día siguiente. En realidad durante una semana fui la esclava sexual de mis hijos, violada a todas horas sin compasión. Cuando volvió mi marido fui incapaz de decir nada. No es que me hubiese acostumbrado a tener sexo con mis hijos. Pero continuaban siendo mis hijos. ¿Qué podía hacer? Si se lo contaba a mi marido, mis hijos acabarían en la cárcel.

Quizás Carlos tuviese razón cuando me echó en cara que siempre les decía que haría cualquier cosa por ellos.

Cualquier cosa...


©John Deybe