Violada por mi yerno y mis jefes

Mi hijo desaparece y quedo a disposición de mi yerno, su hermano y mis jefes. Esta es la historia

Éramos una familia de lo más normal. Estaba compuesta por mi marido Andrés, mi hija Paula, mi hijo pequeño, Carlos, y yo.

Soy una mujer tradicional y familiar. Empecé hace unos años a trabajar como administrativa en un despacho de abogados, que gestionaban dos jóvenes hermanos. Mi trabajo era pasar a limpio algún proceso, coger el teléfono y hacer las facturas. Al poco de estar trabajando, mi hija Paula conoció a Pedro un día que vino a recogerme él también estaba allí. Se gustaron y una cosa llevó a otra, que volviesen a quedar y al final, se convirtieran en novios. Los dos abogados eran Álvaro y Sergio. Las oficinas estaban situadas en un edificio propiedad de la familia, y sus casas eran independientes, pero con un acceso directo a la oficina desde cada uno de los dos pisos.

El chico se adaptó a venir a casa frecuentemente a cenar y como vivía solo, a menudo, le acompañaba Daniel, su hermano pequeño. Cuando nuestra hija nos contó la decisión de vivir con él, nos causó un pequeño disgusto, ya que la considerábamos demasiado joven para ello y era nuestra niña.

Siembre comparaban a Paula conmigo. Nos parecíamos físicamente mucho y a veces me decían que era una copia mía. Ella también era delgada, con media melena y color del pelo castaño claro.

Un día, revisando una documentación encontré una carpeta con el nombre y apellido de Pedro. Al revisarla vi que había tenido, poco antes de conocer a Paula, un problema de tráfico de drogas. Pregunté enseguida a Álvaro y me tranquilizó, una falsa acusación que no tuvo más recorrido. Aunque al final no hubo juicio, me quedé preocupada, ya que no veía a mi yerno de esa forma.

Quedé a comer ese mismo día con mi hija y le conté lo que había averiguado de su novio. Me dijo que lo sabía, que era un malentendido y por eso había quedado libre y sin cargos. Yo no me quedé tranquila y menos cuando una tarde vino a casa llorando.

  • Mamá. He roto con Pedro. Me voy mañana a la playa con mi amiga Ana. Estaré allí unos días. Creo que él no es como yo pensaba.

No quiso contarme nada más pero supuse que era por algo de drogas por lo que tiempo atrás tuvo problemas. Se marchó el viernes por la mañana. Mi marido tendría que trabajar el fin de semana y nos despedimos hasta el domingo por la noche. Carlos fue a clase y yo al trabajo. A media mañana me llamó Pedro, intentando saber de Paula. Me mostré muy dura con él en mi respuesta.

  • Paula está fuera. No quiere volver a verte. Déjala en paz, no vuelvas a molestarla.

El joven no dijo nada. El resto del día fue normal. El viernes un poco más aburrido que de costumbre. Sergio me preguntó si podría ir a trabajar el sábado. Me vendría bien, no sólo porque me pagarían las horas, si no porque estaría sola en casa y me serviría como entretenimiento.

Carlos dijo que se iría con unos amigos y que no vendría a comer. Lo haría en casa de otro amigo cuyos padres se habían ido de fin de semana. Sólo le puse la condición de que viniese a la hora de cenar. Me gustaba mi trabajo y me resultaba entretenido hacerlo.

Cuando llegué a la oficina, Álvaro y Sergio estaban en tomando un café. Yo me dirigí a mi mesa a pasar a limpio los casos que necesitábamos para la semana siguiente. Mientras, escuchaba en el centro de la oficina cómo reían los dos socios y suponía que no estaban trabajando. Al cabo de una hora sonó el timbre de la puerta. Álvaro dio un grito para avisar que abría él. Mi sorpresa fue cuando vi entrar a Pedro y a su hermano. Me puse furiosa, pero no me dio tiempo a hablar.

  • Tranquila, Lucía. Los hemos llamado nosotros.

Pasaron a la sala de juntas. En realidad era un amplio salón, con una mesa de reuniones, pero también con un mueble de pared y sofás. Miré a Pedro de manera inquisitiva. Si había hecho daño a mi hija no era digno de tener ninguna consideración con él. Se fueron al salón y cerraron la puerta, sin saber lo que podían estar hablando. Yo seguí trabajando hasta que me llamó Sergio para que fuera a la sala.

  • Lucía. Sabes donde está tu hijo? – Preguntó Álvaro.
  • Se ha ido a casa de Jesús. Comerá allí. Por qué lo preguntas? Le necesitas para algo? – Pregunté porque a veces mi hijo hacía algún trabajo de mensajero, llevando o recogiendo algún documento si el cliente no se podía desplazar.
  • Carlos tiene problemas. Mira... – Respondió Pedro.

Me enseñó un vídeo en el que mi hijo aparecía atado y amordazado. Un cuchillo pasaba por su garganta y su rostro mostraba miedo.

  • Tu hijo no está con quien te ha dicho. Le tenemos nosotros. Para evitar que le pase nada tendrás que buena con nosotros. Por supuesto, puedes salir del despacho ahora mismo, pero no volverás a verlo. Este teléfono no está a mi nombre, ni el otro desde donde lo han enviado. Esta foto y este teléfono no existen. – Añadió Sergio.

Me asusté. Pensé que era una broma. Era sábado y a menudo, mis dos jefes bromeaban conmigo. Los miré de nuevo. No daba crédito. Ahí fue cuando Pedro me aclaró todo.

  • Me consta que has malmetido a Paula contra mí. Lo de las drogas igual merecí ir a la cárcel. Quería vengarme de tu hija, pero bueno, estás tú aquí.

Llamé por teléfono a Carlos y saltó el buzón de voz.

  • Voy ahora mismo a la policía. – Grité histérica saliendo por la puerta.
  • Adiós Lucía. Tú misma. En el momento que salgas por esa puerta, no habrá vuelta atrás.

Hice ademán de irme. Llegué a abrir la puerta de la calle pero volví a cerrarla sin moverme. Cerré los ojos y pensé en la posibilidad de no volver a ver a mi hijo. Estaba atrapada.

Volví al salón. En realidad no sabía lo que querrían de mí. Suponía que alguna ilegalidad, llevar droga a algún sitio, pero no me habían contado nada. Ahora, salvar a Carlos era lo más importante.

  • Qué queréis que haga? – Pregunté cabizbaja y entregada.
  • Así me gusta. Que seas obediente, suegra. Sabes? Prometí a mis amigos que nos vengaríamos de Paula y se la cedería. A ella no podemos tenerla, pero tú eres el molde que la hizo y os parecéis muchísimo. Y te diré que Daniel siempre dice que tu culo es mejor que el de ella. Así que... por qué no empiezas por desnudarte?

No podía dar crédito. Le miraba incrédula.

  • Soy la madre de tu pareja. – Respondí ahora aceptando que era su novia, intentando evitar la situación. – Además soy casada.
  • Y nosotros estamos muy cachondos. Pero espera. Vamos a mi casa. – Respondió Álvaro.

No podía pensar. Sólo pensaba en Carlos, lo mal que lo tenía que estar pasando. Cómo podía estar trabajando allí, con ellos? Álvaro, un joven con barba de dos días, fibroso y Sergio, más bien gordito y no muy bien afeitado. Pedro era un joven apuesto, y su hermano Daniel también, pero más aniñado y con un carácter más alegre.

Sergio me empujaba mientras que su hermano abría la puerta y entrábamos en su casa. Nunca había estado. Era un estudio diáfano, con un enorme salón, una cama al fondo y la cocina, de la que sólo tenía puerta el baño.

Los cuatro se sentaron en el sofá. Quedé de pie. Me sentía como ida. Estaba perpleja ante la situación. Sólo me preocupaba Carlos.

  • Por favor. No le hagáis daño a mi hijo. – Supliqué.
  • Tu hijo estará bien si tú lo haces bien y eso será si empiezas a desnudarte.

Iba con una mallas y una camiseta. No dudé y comencé con la camiseta, sacándola por encima y quedándome con el sujetador. Después ahuequé mis mallas y procedí a bajarlas.

  • No te agobies, Lucía. Tetas pequeñas, delgadita. Eres guapa. Nos gustas.
  • Es más delgada que Paula, menos tetas. – Señaló Pedro.

Sentía escalofríos y crucé mis brazos. Veía cómo los cuatro me miraban y sonreían. Me comparaban con mi hija.

  • Vamos Lucía. Ahora el sujetador.

No protesté. Sabía que estaba en sus manos. Sólo me preocupaba Carlos. Después ya denunciaría o haría lo que tuviera que hacer. Quedé con mis pechos al descubierto. Ni tan siquiera hice ademán de taparlos.

  • Estás muy guapa. Siéntate.

Se levantó Sergio y me senté en el sofá. Se acercó por detrás Pedro y empezó a acariciarme el pelo. Se me saltaban las lágrimas pero no decía nada. En ese momento vi que Álvaro tenía el móvil en la mano y enfocaba hacia mí. No era consciente de nada, tan sólo que tenía que salvar a mi hijo.

  • A Daniel siempre le ha gustado mucho tu culo. Por qué no te pones de rodillas, sobre el sofá, de espaldas a nosotros.

No quería ningún problema. La vida de mi hijo estaba en juego. Obedecí, me puse de rodillas, apoyando mi cuerpo sobre el respaldo del sofá.

Daniel empezó a comentar las bondades de mi trasero, entre risas con su hermano y los abogados. Comenzó a darme azotes mientras seguía escuchando las barbaridades del resto.

  • Hermanito. Si te gusta tanto su culo. Por qué no le bajas las bragas.

No respondí negativamente. Tan sólo desprendí un grito de rabia mientras con mis manos tapaba mi cara. Noté como Daniel agarró mis bragas por el lateral y comenzó a bajarla hasta la mitad de mis muslos.

  • Ves? Te dije que verías el culo de Paula o el de su madre. Has tenido suerte. Sé que te gusta más el de mi suegra.

Las lágrimas rodaban por mi cara. Sólo me dejaba hacer. Los escuchaba sólo intentando adivinar cómo estaba mi niño, si decían algo y podía ir corriendo a buscarlo.

  • Venga hermanito. Quítaselas. Lucía, no llores, ahora no necesitas las bragas para nada.

Noté como las bajaba hasta mis rodillas. Mis jefes me agarraron, subieron un poco para levantar mis rodillas y sacarlas. Daniel me dio un par de azotes. Después, entre los tres me levantaron y dieron la vuelta, dejándome sentada frente a ellos, ahora completamente desnuda. De nuevo vi cómo el móvil me enfocaba mientras tenía a mis jefes sentados a mis dos lados.

  • Sabéis una cosa. Paula me contó que su madre tiene un tatuaje oculto.
  • Coño, y dónde está?
  • Tú lo has dicho. Cuando Lucía perdió la virginidad con el que hoy es su marido, Andrés, dijo que nunca la tocaría otro hombre, y cuando se casaron, se tatuó una fecha en un lugar muy íntimo. Estoy en lo cierto, Lucía?

No sé si todos lo imaginaban pero instintivamente, ahora llevé la mano a mi sexo. Al mirarlos vi como se miraban entre ellos, sin entender muy bien dónde podía estar escondido mi tatuaje. Pedro decidió aclararlo.

  • Lucía tiene debajo de la pelambrera de su coño, una fecha. Deberíamos descubrir cuál es. Eso no me lo dijo tu hija, creo que no se la quisiste decir. – Añadió riendo.

Andrés y yo recordábamos siempre esa fecha. La celebrábamos incluso después de casados. La primera algo más íntima, él y yo solos, solíamos salir a cenar, y la segunda, el aniversario de boda, era algo más familiar.

Pidió a Álvaro el cortapelo que usaba para arreglar su barba. Me dijo que descubriera la fecha. Una vez más, no discutí.

Lo puso en marcha y me lo dio. Los volví a mirar a todos para ver que observaban lascivamente mi sexo, esperando que les mostrase esa fecha que manteníamos en secreto, y que mi hija sólo sabía que existía, que la llevaba tatuada, pero jamás le había dicho cuando fue el día que perdí la virginidad con su padre.

El vello fue cayendo por los lados sin dificultad, a la vez que el pequeño tatuaje. Apareció el año 94, después el número del mes, 6, había sido en junio y por último el día, el 23. Había sido la noche de San Juan, muchos años atrás. Desde entonces, y hasta hoy, había sido el único hombre de mi vida.

  • Paula no sabía la fecha que tenías escondida debajo del pelo de tu coño. 23 de junio de 1994.

Me puse a llorar. Ahora los chicos comenzaron a acariciar mis pechos. Era como si me hubiera tenido que desnudar una segunda vez, descubriendo mi intimidad sólo para su disfrute y mi humillación. No podía creer el castigo a que me estaban sometiendo, sólo por haber protegido a mi hija de su novio y que sin duda, viendo cómo era, había hecho lo correcto.

  • O sea, que desde ese día, sólo Andrés te ha tocado el coño, verdad? Nadie te ha hecho esto? – Preguntó Pedro mientras acariciaba mis labios mayores, abriéndolos y separándolos.

Los demás le imitaron. Comenzaron a tocarme. Sus manos se deslizaban por todo mi cuerpo. Iban de mis pechos a mi sexo, acariciando y tocando. Las frases eran las mismas. Abrían mi sexo con sus manos, como si fuera una bolsa con autocierre, que abrían y metían sus dedos a su antojo.

  • Y dices que nadie te ha tocado así?
  • Un coño poco sobado... – Añadió Daniel.
  • Mi niño, por favor, devolvédmelo.
  • Esperad. Tengo una cosa en casa. Esperad un momento. – Interrumpió Sergio.

  • Por qué no ponemos algo de música y bailamos con nuestra chica?

De repente empezó a sonar música. Supongo que salía de alguno de los teléfonos móviles. Daniel fue el primero que se abrazó a mí, pasando su mano descaradamente por mi culo. Su boca se dirigió a la mía. Noté que alguien me quitaba el pasador de pelo y mi coleta pasó a ser una melena. Supe que había sido mi yerno.

  • Me gusta con el pelo suelto. Se parece más a Paula. Ella lo lleva así siempre. – Dijo Pedro.

Ahora notaba el pelo sobre mis hombros. Daniel dejó paso a su hermano. Vi que le había pasado el móvil, por lo que supuse que me había fotografiado mientras bailaba con él. Sus manos ahora pasaban por mis pechos y llegaban a mi sexo. De nuevo, su hermano, ahora desde atrás, siguió tocando mi trasero.

  • Vuestra empleada. Para vosotros. – Dijo Pedro entregándome a mis dos jefes.

Los dos me colocaron frontalmente, acariciándome. Vi que mi yerno era el que hacía las fotos. Me besaban hasta llegar a mi boca. De vez en cuando pasaban su dedo por el tatuaje y lo repetían.

  • 23 de junio del 94.

Me besaban, bajaban su boca y llegaban a mis pechos. Los mordía. Sus manos recorrían libremente mi cuerpo, por todos lados.

  • Se me ocurre una idea. Seguid con ella. Vuelvo enseguida. – Señaló Sergio.

El joven se marchó un momento y volvió enseguida, en dos minutos. Sus amigos no perdieron el tiempo y continuaron tocándome. Apareció con un pene artificial, de los que se pegan con una ventosa en una superficie plana. Cogió una silla y la colocó en medio. Con fuerza clavó la ventosa del juguete ante la risa de todos sus amigos.

  • Era de mi ex. – Explicó entre risas.

  • Lucía, creo que Sergio ha puesto eso para ti. – Dijo mi yerno entre risas.

  • Por favor, quiero ver a Carlos.
  • Verás a tu hijo si te portas bien. Vamos, siéntate encima. – Respondió riendo. – De momento métetelo por el coño.

Separé las piernas y llevé el pene de plástico a la entrada de mi vagina. Me dejé de caer y lo metí como tres centímetros.

  • Eres delgadita, pero tienes que meterlo entero. Tu coño es profundo. Estoy seguro. – Bromeó empujándome hacia abajo.

Lo sentí hasta dentro, y dí un grito. Sólo originó risas entre los cuatro jóvenes.

  • Venga. Ahora sube y baja un poquito. Fóllate esa polla de goma. Como si fuera la de tu marido. Venga, así, arriba, abajo, arriba...

Ahora empecé a hacerlo sola. Me molestaba. Era más grande que un miembro humano y no estaba lubricada. Gemía mientras subía y bajaba, no por placer, evidentemente, si no porque me rozaba demasiado, era demasiado grande para mí.

Al mirar a mi yerno, vi que estaba haciendo fotografías o tal vez grabándolo todo. Paró de hacerlo, me miró y sonrió.

  • Ahora lo mismo, pero por el culo.
  • Nooo, por favor. Nooo. – Supliqué intentando huir de la silla. – Quiero que me traigáis a mi hijo y que nos podamos ir.
  • Tu hijo está bien y tú te estás portando. Si sigues así, no tienes que temer por él. Toma, conviene que lo engrases un poco o te va a hacer daño. Se justificó dándome un bote de vaselina.

Llorando abrí el tubo y lo apreté para que saliese sobre la punta del pene artificial. Lo extendí ante las risas de los jóvenes, que fanfarroneaban y burlaban de cómo lo hacía.

  • Lucía, eres pulcra hasta para untar de vaselina la polla artificial que te vas a meter por el culo. Venga. Hazlo ahora.

Me coloqué sobre ella. Puse mi ano a la entrada de su miembro. Al intentar caer sobre él me empezó a doler y apenas llegué a meterlo.

  • No puedo. Por favor¡¡¡ – Supliqué viéndome incapaz.
  • Te ayudamos?

Me quedé sin argumentos. No tenían fin. No les importaba el dolor que pudiera sufrir. Volví a intentarlo pero no podía, así que Pedro decidió que lo hiciéramos de otra manera. Me giró y echó para adelante y echó vaselina en mi ano. Pidió ayuda a Sergio.

  • Vamos a colocarla entre los dos sobre la polla. Verás como ahora sí puede. – Dijo mi yerno.

Entre los dos me cogieron en volandas, me abrieron las piernas y me dejaron sobre el dildo. Noté como la mano de Álvaro me sujetaba por la espalda. Me empujaron sobre él y ahora sentí que se introducía y di un grito sin que ellos se parasen por ello.

Afortunadamente no llevaron mi cuerpo hasta abajo y no me meterían más de unos diez centímetros. Me escocía muchísimo y empecé a gritar y suplicar sin que lo tuvieran en cuenta. Me levantaban y sentaban, siempre entrando y saliendo el pene de silicona en mi ano.

  • Ahora sí. Estás preparada para que recibas pollas de verdad.
  • No, por favor, qué dices?
  • Que vamos a la cama. – Contestó Pedro con superioridad. – Hermanito. Tú y yo iremos primero.

Me intenté resistir. Supongo que estaba ridícula, desnuda e intentando agarrarme al sofá para no irme con ellos a la cama. En ese momento Pedro me dio una bofetada.

  • Lucía. Basta ya de tonterías. Si no quieres lo dejamos ahora. Si no, tira para la cama. No es una discusión. Es, un tú obedeces y luego verás a Carlos. Entendido?

Volví a quedar desarmada y ahora, sin esfuerzo me llevaron a uno de los rincones de la casa, donde había una cama enorme. La apartaron un poco de la pared y me tiraron sobre ella.

  • Sé que te vuelve loco su culito. Te lo dejo. Yo me quedo con el tatuaje. – Dijo Pedro repartiéndose mi cuerpo.

Daniel colocó unos cojines, se desnudó completamente y se tumbó sobre ellos. Miré a Pedro y comprobé que también se había quitado la ropa.

Pedro me empujó, cayendo de espaldas sobre la cama y provocando, una vez más, las risas entre ellos. Mis dos jefes se mantenían a unos metros de distancia, sentados en el sofá. Daniel me agarró por la cintura para llevarme hacia él, me cogió por los muslos, levantando mi cuerpo, y me sentó sobre su miembro. Di un fuerte grito.

  • Calla, coño. Mira que eres escandalosa. – Me recriminó Pedro.

Sentía el aliento de Daniel en mi cara. Apenas podía ver a mi yerno por las lágrimas que no paraban de brotar de mis ojos. Él se subió también en la cama y separó mis piernas. Podía sentir el miembro de su hermano, como una espada que me atravesaba. Se mantenía quieto, esperando que su hermano lo hiciera a la vez que él.

Pedro se tomaba su tiempo y acercó su miembro a mi vagina. Me iba a penetrar. A su suegra, o a la que podía haber sido su suegra. Tocó una vez más mi tatuaje.

  • 23 de junio de 1994. Hoy te la voy a meter yo. Deberíamos tatuarte el día de hoy.

Sus palabras sólo contribuían a humillarme más. Separó un poco más mis piernas y me penetró. Su cuerpo cayó hacia adelante. Yo chillaba, ahora me molestaba cómo me iban moviendo para darse placer, sobre todo Daniel, que me atravesaba con su miembro por detrás.

  • No, por favor, no. Parad ya. – Gritaba suplicante.

Ahora no hablaban. Daniel me besaba las orejas, apartaba mi pelo y lo echaba hacia otro lado. Sus manos recorrían mis pechos, y sólo las apartaba si se encontraba en su camino la boca de su hermano que se afianzaban sobre ellos. Los mordía con fuerza, a veces me molestaba.

  • Tienes unas tetas tan pequeñas que me cuesta morderlas. – Explicó en tono burlón.

Me intentaba mover, apenas podía respirar. Estaba hecha un sandwich y no me dejaban espacio. Yo no paraba de gritar y suplicar. Ahora sólo era por mí, no pensaba en mi hijo. En ese momento escuché otra voz. Era Sergio.

  • Joder, parece que estáis degollando a nuestra secretaria.

Le miré suplicante. A ver si conseguía parar pero me di cuenta que iba desnudo de cintura para abajo. Agarró mi pelo y llevó mi boca a su miembro, moviéndola compulsivamente.

  • Veis qué fácil es hacer callar a una mujer?

Todos se reían. Ahora me movían con más facilidad. Sergio me tiraba del pelo, de manera muy brusca. Daniel me levantaba buscando su propio placer, dejaba que cayese y me volvía a levantar, lo que le permitía a su hermano penetrarme sin apenas moverse.

  • Pedro, voy a correrme¡¡ – Exclamó Daniel con la voz entrecortada.

Su hermano no le contestó. Seguía penetrándome, pero se le notaba más excitado. Daniel me levantó dos veces, de manera brusca para dejarme clavada en él y dar un fuerte grito.

  • Qué hija de puta¡¡¡ Qué culo¡¡¡ La mejor corrida de mi vida.

Ahora me sujetó las manos y echó la cara a un lado, mientras notaba como su miembro se volvía flácido y apenas se mantenía en mi ano. Notaba como el semen se acumulaba en mi trasero.

Pedro se levantó ligeramente y me embistió de manera brusca. Ahora sabía que tenía que terminar. Su respiración era agitada. No podía respirar, el pene de Sergio me llegaba hasta la campanilla. Me centraba ahora en él, cuando noté cómo mi vello púbico se llenaba de semen.

  • Álvaro. Traeme el móvil. Voy a sacar una foto de mi leche sobre la fecha.

Mi yerno hizo varias fotos. Tocaba su semen y lo esparció por todo el tatuaje, para que la fecha quedase semitapada por él. Después me las enseñó para mi mayor vergüenza.

Sergio también paró sin haber llegado. Álvaro me entregó una toalla y me limpié como pude. Me levanté y de nuevo pregunté por mi hijo.

  • Dónde está Carlos? Por favor, quiero verle. – Dije, mientras caminaba desnuda hacia el saló de la casa.
  • Dónde coño crees que vas? – Me paró Álvaro.

Rompí a llorar de nuevo. No podía estar pasando aquello.

  • Somos cuatro tíos aquí y sólo te lo has hecho con dos. Ahora nos toca a mi hermano y a mí. A tus jefes. Así que vamos, sigues en horas de trabajo. Recuerdas?

Me agarró fuerte del brazo y me llevó de nuevo a la cama. Yo me dejaba llevar, casi inerte. Sergio seguía allí. Me tiró sobre ella con fuerza. Caí de frente. De manera brusca me colocó y me situó a cuatro patas, expuesta. Sin tardar me volvió a penetrar vaginalmente. Di un pequeño alarido, ya con menos fuerza, no porque me doliese menos, si no porque me sentía agotada. Sergio volvió a llevar mi boca hacia su miembro, al igual que antes. Lo hacían rítmicamente. De manera más acompasada que mi yerno, por lo que suponía que tenía más experiencia.

  • Sergio. Te la quieres follar? La de veces que hemos comentado lo buena que está, el culo que tenía y ahora la tenemos a nuestra disposición.

Me dieron la vuelta, dejándome mirando hacia arriba, y ellos se cambiaron. Sergio me miró, noté su miembro que paseaba por la entrada de mi vagina.

  • Joder. Lo de la fecha en su coño tiene un morbo de la hostia. Y que sólo lo sepa su hija. Sabía lo del tatuaje porque nos lo dijo Pedro, pero no la fecha que era, y zas, venimos aquí y ella misma nos lo enseña.

Me penetró lentamente. Ahora su hermano se puso de rodillas, a mi lado y agarrándome el pelo con fuerza, llevó mi boca a su pene. Sergio jugaba con su dedo en mi tatuaje, que formaba un pequeño relieve y después me tocaba el clítoris, siempre con su pulgar.

  • Es el polvo más morboso de mi vida. Nunca me había tirado a una compañera de trabajo.
  • Cabrón. Si trabajas con tu hermano. Ella es la primera compañera que tienes y te la estás cepillando. – Contestó Pedro, a lo lejos, entre risas.

Los dos hermanos seguían a lo suyo, tocándome, penetrándome y yo realizando la felación. Con su dedo, masajeaba mi clítoris de forma circular.

  • Sergio, creo que me voy a correr en su boca. Es la leche cómo la chupa.
  • Yo no tardaré. – Respondió mientras escuchaba dos choques de manos.

Agitó su movimiento, sin dejar que me apartase de él, y mi boca se llenó completamente de semen. Al sacarlo, mis labios, nariz, y parte de la cara, se me impregnaron también. Mientras, su hermano seguía penetrándome. Su miembro estaba a punto de explotar.

  • Tranquila, preciosa. Estoy a puntito y podrás ver a tu hijo.

Dio unas cuantas embestidas más y lo sacó justo cuando su primer chorro entró en mi sexo. Lo sacó y terminó de echar las últimas gotas sobre el tatuaje, imitando lo que había hecho su amigo anteriormente.

  • Correrme sobre el tatuaje es una auténtica pasada. Qué morbo, por dios¡¡¡

Ahora me quedé sola en la cama. Completamente abrumada y avergonzada. Sergio me tiró la toalla sobre la cara.

  • Puedes limpiarte, Lucía. Ahora sí hemos terminado.
  • Y mi hijo? – Fue lo primero que se me ocurrió preguntar.
  • Tu hijo está bien. – Respondió Sergio.
  • Lucía. Voy a sincerarme contigo. Tu hijo no ha estado en peligro en ningún momento. Él no se ha ido con Jesús, si no con otro chico, Arón, que él sabe que no te cae bien. El caso es que grabó este vídeo y tu hijo este otro. – Dijo mostrándome el vídeo similar de Arón, atado, como el que había visto de mi hijo.
  • Qué?
  • Que hemos visto tu tatuaje, te hemos follado y hemos pasado una mañana de sábado estupenda simplemente porque no has comprobado nada. Él está bien. De hecho, deberías vestirte, porque le hemos dicho que estabas preocupada por él y viene para aquí. Ah, y tranquila, el móvil de tu hijo funciona, sólo hicimos que no funcionase durante un momento. Puedo activar y desactivar los móviles de tu familia desde el mío.
  • Sois unos hijos de puta. – Respondí llorando.
  • Ahhh, y quiero mucho a Paula. Estoy enamorado de ella. Nos casaremos y tú harás todo lo posible para que todo vaya bien, porque tenemos fotos tuyas con todos, pero qué te parecerá que viese las que tienes con Daniel, o con tus jefes?

Me levanté como un resorte. Fui al salón a ponerme la ropa. Cuando me estaba poniendo la camiseta, sonó el timbre del despacho a lo lejos.

  • Creo que es tu hijo. – Dijo Pedro.
  • Hijoooo¡¡¡ – Exclamé dándole un fuerte abrazo cuando le vi entrar. – Estás bien?
  • Qué pasa, mamá? – Me han dicho que viniese, que estabas preocupada.
  • He visto que estabas atado.
  • Mamá, estaba con Arón. Él no te gusta y no quería decírtelo. Lo hemos pasado bien. Mira. Él me ha grabado este vídeo y éste yo a él. – Dijo mostrándome su móvil. – He visto tu llamada, pero no sé que pasaba, que no había cobertura.

No dije nada y le abracé con fuerza.

  • Lucía te quiere mucho. – Puntualizó Pedro. – Haría cualquier cosa por ti. Tienes una madre espectacular.

Me puse colorada al recordar lo que había pasado. Sentía alivio, rabia y vergüenza. Todo a la vez, que me generaban un nudo en el estómago. En ese momento volvió a sonar el timbre. Supongo que mi cara enrojeció y palideció a la vez, al ver a Paula en la puerta.

  • Hola mami. – Exclamó, viniendo a darme un beso. – Hola mi amor. – Expresó dando un beso a Pedro.

Yo los miraba perpleja. Cómo podían estar así si habían discutido y ella estaba en la playa por su culpa.

  • Esta mañana, hemos aclarado nuestras tonterías y mira, vas a ser testigo de algo transcendental. Lucía, mi amor, quieres casarte conmigo? – Preguntó de rodillas y con un anillo, al más puro estilo de película americana.
  • Siiii. Te quiero mi vida. Sí quiero¡¡¡ – Contestó mi hija dando pequeños saltos de emoción.

Yo estaba seria, no podía pasar nada más. Me habían violado mi yerno, su hermano y mis jefes.

  • Vamos a comer todos. Por cierto. Sabes que tu madre se ha sincerado con nosotros. Nos ha contado lo del tatuaje de cuando conoció a tu padre. – Dijo riéndose.

Supongo que instintivamente cerré las piernas aunque sentí que todos miraban a mi sexo y lo imaginaban.

  • Sí, pero no le he podido sacar la fecha. Ten madre para esto. – Respondió mi hija riendo.
  • Venga, Lucía. Dinos la fecha. – Pidió mi yerno.

Temía que si no la decía, lo hicieran ellos, o cualquier otra burrada. Así que no tuve alternativa. El secreto que mi marido y yo habíamos guardado durante años, ahora lo sabrían mis hijos.

  • Fue el 23 de junio de 1994. – Contesté forzando una sonrisa aunque me desgarraba por dentro.
  • Mamá¡¡¡ – Exclamó mi hija. – Te lo he preguntado mil veces y nunca contestaste.
  • Venga. Vamos a comer los siete. – Añadió Pedro. – No todos los días un hombre pide matrimonio a su novia. Iremos en dos coches. Carlos, vente con tu hermana y conmigo. Lucía tiene que terminar unas cosas. Ahora nos reuniremos en el restaurante.

Se marcharon los tres y quedé a solas con mis jefes. Me rodearon y me explicaron la situación.

  • Lucía. No te vas a marchar de la empresa o saldrán tus fotos a la luz. Ninguno tenemos novia y no creo que te gustase que eso pasara. Así que si en algún momento nos apetece que hagas un “extra”, vendrás.

Los tres salimos de la casa de Álvaro. Yo con una fuerte aprensión en el pecho.