Violada por la familia de mi marido

En una situación de dictadura militar, se vengan de mi marido utilizándome.

Ana me miraba pensativa y asustada. Era una acusación y declaración de culpabilidad contra mi marido y aunque me exoneraba de cualquier responsabilidad, le condenaría a él. Le respondí amablemente que no lo haría. No le gustó y le dijo a dos soldados que nos llevaran a una habitación cerrada por fuera. Parecía más bien un cuarto de guardia de algún oficial que una celda. Imaginaba que al ser la mujer e hija de un militar tenían esa consideración con nosotras.

Estuvimos encerradas hasta la tarde del día siguiente. Ana estaba muy asustada y se pasó todo el tiempo abrazada a mí. Nos dieron de comer y vinieron a buscarme dos jóvenes cadetes. Mi hija, al quedarse sola, se puso muy nerviosa y a llorar. Conocía a los chicos, eran vecinos nuestros y habían sido compañeros de juegos de mi hijo, pero ellos habían optado por la carrera militar.

  • Hola Lucía. Nos manda el comandante Alberto Ruíz. Le vamos a llevar a que se duche y después quiere hablar de nuevo con usted.

Di un beso a Ana y le dije que estuviese tranquila aunque yo no lo estaba. Acompañé a mis jóvenes vecinos y me llevaron a una especie de duchas colectivas, sin separación. Me entregaron unos sobres de gel y una toalla. Los miré y vi que se quedaban allí.

  • Podéis dejarme sola? Voy a ducharme.
  • Lo siento. El comandante nos ha ordenado que estemos con usted en todo momento.
  • He dicho que os marchéis. – Respondí ya alterada. – Quiero hablar con ni cuñado.
  • Lo siento. Dijo que si se negaba la duchásemos nosotros. – Comentó uno de los chicos con voz seria.

Aquella respuesta correspondía perfectamente a una orden de mi cuñado, con la altanería y soberbia que le caracterizaba, así que tuve que acatarla. Iba con una camiseta que me saqué. Después mis pantalones cortos. Antes de seguir me paré y los miré. Estaba de espaldas a ellos pero no me quitaban ojo. Cuando nos detuvieron me acababa de levantar y no llevaba ropa interior. Siempre me duchaba por la noche y me ponía el pijama, en este caso, el pantalón corto y la camiseta.

  • Por favor. Podéis no mirar?

Los chicos bajaron la cabeza. Giré el grifo de la ducha, saqué el gel del paquete que me habían dado y empecé a lavarme. Miraba a la pared para que los jóvenes no me viesen frontalmente. Se limitaban a estar allí, sin hacer comentarios, y yo no quería girarme, prefería pensar que no miraban para que mi vergüenza fuese menor.

Procuré hacerlo rápido y cuando terminé me sequé con la toalla que me habían dado. Me la enrollé al cuerpo. No era muy grande pero me cubría por encima de los pechos y hasta la mitad de los muslos. Me giré y les pedí mi ropa.

  • Lo siento, Lucía. Nos ha dicho el comandante que vayas así y además hemos de esposarte.

Daría igual lo que dijese, así que no respondí y obedecí. Me colocaron las manos a la espalda y salí con ellos. Iba insegura por si se me caía la toalla y quedaba desnuda. Me llevaron al despacho de mi cuñado. Había estado alguna vez con Sergio aunque parecía diferente, había como más espacio y habían cambiado la ubicación de los muebles pero no le di más importancia. Me sentaron en un taburete y los chicos se apartaron ligeramente. A los pocos minutos entraron en el despacho mi suegro y de nuevo, mi cuñado Alberto, que charlaban animadamente. Entendía la presencia de mi cuñado pero no la de mi suegro y no comprendía estar allí sólo cubierta con una toalla, recién duchada. Ángel empezó a masajear mis hombros. Después puso una mano sobre mi rodilla desnuda y miró a su yerno sonriendo.

  • Creo que después de más de veinte años que te conozco, no te he visto jamás con falda. Una toalla enrollada en tu cuerpo es lo más parecido a eso.

Subió ligeramente la mano hasta llegar a mi muslo. Las cerré apretando las rodillas. Pensé que iría más allá pero paró y volvió a mi cara. Deslizó un dedo por mi cara y lo bajó por mi cuello hasta el inicio de la toalla, acercando la mano hacia el nudo. Yo observaba incrédula la situación. Me puse tensa mientras mi suegro deshizo el nudo, quedando abierta y cayendo al suelo. Quedé completamente desnuda.

  • Por favor¡¡¡ – Supliqué sollozando.

No podía cubrirme, bajé la cabeza y la giré para un lado. Crucé las rodillas, intentando, sin conseguirlo, ocultar mi sexo. Las manos de mi cuñado y las de mi suegro se dirigieron a mi cuerpo, acariciando mis pechos, bajando hasta mi sexo, tocando mi vello púbico que asomaba por encima de mis piernas que cruzaba con fuerza. Me intentaba echar hacia atrás pero no tenía opción, me tocaban a su antojo.

  • Vosotros ya le habéis visto el coño, verdad? – Preguntó mi cuñado a los jóvenes.
  • No, señor. Ella no dijo que no mirásemos. Es Lucía, la mujer del capitán Sergio Ruíz.
  • Pues ahora quiero que se lo veáis. Es una orden mía.

Todos me observaban. Mi suegro y mi cuñado continuaban magreándome. Me besaban y buscaban mi boca. aunque yo intentaba esquivarlos, nuestras bocas se rozaban con frecuencia.

  • Quiero que separes las piernas. – Ordenó mi cuñado. – Obedece o prefieres cambiarte por tu hija. Se ha quedado triste cuando te has ido.

No quería pero el miedo me podía y descrucé las piernas ligeramente. Dos manos se aferraron a mis rodillas y me las separaron, quedando completamente expuesta. Eran los dos cadetes, supongo que por orden de mi cuñado. La mano de mis suegro se dirigió a mi vagina, pasando el dedo, separando los labios y llevándolo hasta dentro. Me sentía humillada, degradada, por lo que me hacían y por quienes lo hacían.

  • No cierres las piernas. Vamos a sacarte una foto. Suegro. Ponte a su lado.

Me limitaba a sollozar, suplicar, negar, pero al final, les dejaba hacer. Mi suegro se colocó a mi lado y nos fotografiaron varias veces. Después continuaron con sus tocamientos.

  • Tocadla. Es una orden. – Dijo Alberto a los chicos.

Pasaron sus manos por mis pechos y la bajaron a mi sexo. Lo acariciaron durante unos segundos, intercambiando sus manos y pararon.

  • Ángel. Te dejamos con ella. Quieres que la atemos en la cama? – Preguntó haciendo un gesto y abriendo una cama plegable. – Lucía, te lo repito. Espero que no me obligues a tomar otras decisiones. Tu marido está detenido y Ana puede sustituirte en cualquier momento. Por cierto, es una chica preciosa.
  • Vete tú y que se queden ellos. No me gusta tener atada a una mujer. Quitadle las esposas. Por cierto, ponme un whisky, como haces los domingos, es como si fuese fiesta.

Al hablar de Ana me puso más nerviosa y mis fuerzas flaqueaban. Uno de los cadetes liberó mis manos. Las tenía doloridas. Cerré las piernas y miré como se marchaba Alberto. Suponía lo que pasaría aunque no de qué manera ni como. Me levanté y cogí uno de los vasos que estaban sobre el mueble. Abrió la nevera, mostrándome los hielos y la cola. Procedí a ponerle el combinado como hacíamos sus hijas o yo los domingos.

Ángel me agarró fuerte y me llevó a la cama, tirándome sobre ella. Se desnudó de cintura para abajo. Me daba un profundo asco y se tumbó. Dijo que apoyase mi cabeza sobre sus muslos, quedando cerca de mi cara su miembro, completamente erecto. Explicó a los chicos lo que debían de hacer. Uno de ellos se colocaría detrás de mi cabeza y se encargaría de acariciarme de cintura para arriba. El otro estaba sentado en la cama, separó mi pierna derecha y la subió a su hombro, para que quedase expuesta a la vista de mi suegro. Observé cómo encendía su movil y lo dejaba entre su barbilla y el cuello, imagino que filmando lo que iba a suceder.

Mi suegro llevó mi mano a su miembro y les pidió a los chicos que me tocaran. Quería tener un orgasmo así.

  • Es mi fantasía sexual. Una buena paja, con una chica guapa, con la que me la he machacado mil veces y que además es mi nuera y con dos tíos tocándote. Qué más puedo pedir?

Me puse a llorar, ahora de manera sonora. El chico que tenía sus dedos en mi vagina comenzó a moverlos. Me hacía cierto daño y gemí, no por placer, claro está. Le sentía ansioso por masturbarme, supongo que por agradar a mi suegro, a quien conocían de toda la vida. El otro joven me pellizcaba los pechos, masajeándolos, cubriéndolos con su mano, apretándolos.

  • Seguid igual. Tú ahora deja las tetas y tócale el coño y tú las tetas. Cambiaos de sitio.

Ambos se levantaron. El joven que antes estaba a mi espalda volvió a levantarme la pierna y dejó mi sexo expuesto ante mi suegro, mientras que el otro se colocó a mis espalda y de inmediato pasó su mano por encima de mis senos, acariciándolos otra vez.

  • Lucía. Mientras me haces la paja por qué no le das alguna chupadita?

No contesté pero volví a llorar. Acerqué mi lengua a su glande. Al hacerlo, se me quedó pegado un hilo de semen. Escuché cómo gemía al hacerlo.

  • Sigue, Lucía, sigue. Otro lametón como los que sabes hacer...

Como podía, le seguí masturbando. Su respiración se agitaba. Volví a pasar la lengua. Lo hacía para evitar meter su miembro en mi boca, que me daba un asco brutal y afortunadamente, dentro de la humillación que sufría, se conformaba con mi lengua. Tenía los ojos muy próximos a su miembro y podía ver como brotaban pequeñas gotas de semen, sintiendo sus fluídos, y se me hacía un mundo pasar la lengua por su manantial de semen.

El joven que pasaba su dedo por mi vagina se paraba para mojarlo de saliva y hacer que lubricase mejor. El otro aprovechaba a darme besos en el hombro, siempre alejado del miembro de mi suegro, que sin embargo, estaba próximo a mi cara, sin parar de acariciarme los pechos, pasando su mano por encima y apretándolos.

El viejo se mostraba cada vez más excitado, explicando a los jóvenes, sobre todo al que tocaba mi sexo, cómo hacerlo, metiendo el dedo, moviéndolo en círculo sobre mi clítoris, en definitiva, todo lo que era agradable a su vista.

  • Sigue lamiendo. – Me ordenó.

Parecía que le gustaba que rozase mi lengua con su glande y evitaba de esta manera meterla entera en mi boca. Su excitación aumentaba. Le notaba moverse mientras le agarraba el miembro y le seguía masturbando.

Por mi parte, seguía sollozando, tenía que aspirar los mocos que me humedecían la nariz. Intentaba que el movimiento que hacía masturbándole fuera de su agrado y poder terminar lo antes posible con todo aquello. Daba pequeños gemidos y me decía que siguiese así, le decía a los chicos que me siguiesen acariciando. Su miembro estaba completamente erecto.

No avisó, seguí masturbándole y cuando pasaba mi lengua por su pene un chorro enorme de semen se depositó en mi cara, entrando algunas gotas en mi boca. La aparté repulsivamente. No podía sentirme más humillada o al menos eso pensaba. Los dos jóvenes se apartaron de mí, el que jugaba con mi sexo quitó mi tobillo de su hombro. Me dolía ligeramente mi vagina, las articulaciones al haber estado forzada mi pierna. Me levanté, cogí la ropa que habían dejado encima de la mesa y me dirigí al baño. Allí me lavé la cara, mi sexo y enjuagué mi boca con un colutorio, intentando quitar el sabor que me había dejado el roce en mi boca de su miembro y me vestí completamente, tal y como me habían sacado de la casa. Al salir, mi suegro ya estaba vestido, se despidió de los chicos y salió por la puerta. Apenas lo hice entraron en el despacho mis dos cuñados, Alberto y Pedro, acompañado por su hijo Marcos.

Al ver a los tres, me dirigí directamente a Marcos. Era sobrino de Sergio pero pasaba muchísimo tiempo en casa y era muy amigo de Ana, además de su primo. Le di un abrazo y me puse a llorar sin decir nada de lo que me había hecho su abuelo.

  • Veo que te alegras de ver a Marcos. – Dijo su padre.

No contesté. Sólo quería abrazarle. Era la única cara amiga que había allí. Sin embargo, él se mostraba frío. Su simple presencia me aplacaba y consolaba de todo lo que había vivido aquella tarde. Me aparté ligeramente y vi que el chico no mostraba ningún atisbo de empatía hacia mí.

Pedro me pidió que me volviese a quedar desnuda.

  • No creo que nadie te haya dado permiso para vestirte. Así que venga, vuelve a quedarte como estabas con nuestro suegro.
  • Lo único bueno de haberte vestido es que ahora nos vas a deleitar con un striptease. Os habéis dado cuenta que va vestida casi igual que Ana? A Marcos le gusta Ana, seguro que te has dado cuenta, ási que le va a gustar como lo haces. Os parecéis mucho.

Mi sobrino no decía nada. Sólo miraba atónito a su padre, a su tío y a mí. Por eso decidí implorarle.

  • Cariño. Eres mi sobrino. Sé que quieres muchísimo a Ana. No permitas que me hagan esto.

El chico no decía nada. Se limitó a mirar a su padre y a Alberto.

  • Empieza de una puta vez. Tenemos cena familiar a la que no estáis invitados porque ya no pertenecéis a la familia. Si prefieres que sea Ana quien nos haga un striptease, no hay problema, te aseguro que a ninguno nos importaría sustituírla por ti.

Lloré pero no tenía más alternativa que obedecer. Me saqué la camiseta, dejando mis pechos al aire. Ahora Pedro me agarró por detrás y comenzó a acariciar mis pechos. Bajó su mano hasta mi pantalón y a decirme al oído, susurrando, que me los quitase. Le miraba entre aterrada y humillada. Le iba apartando la mano.

  • Venga, no querrás que sea tu hija la que se quede desnuda ante nosotros.

Cuando nombraban a mi hija me desarmaban y ellos lo sabían. Noté como me tiraban del pantalón. Observé estupefacta que era Marcos, mi sobrino, quien lo hacía, dejando al descubierto la parte alta de mi vello púbico. A la siguiente orden fui yo quien terminó de bajar el pantalón, volviéndome a quedar completamente desnuda por tercera vez en aquella tarde, en presencia de diferentes hombres.

Instintivamente puse mi brazo izquierdo apoyados sobre mis pechos y mi mano derecha tapando mi vagina.

  • Vamos, queremos verte. Sobre todo Marcos. Es la primera vez que ve a una mujer desnuda y el morbo sube de tono al ser su propia tía.

Me puse firme, aparté mis brazos dejando que pudieran contemplar mi cuerpo. Hacía pucheros. Marcos, envalentonado, me dio un beso, agarrándome fuertemente mi culo.

  • Ponte al lado de tu tía. Te sacaremos una foto para que lo recuerdes siempre.

El joven me tomó de la cintura. Su padre sacó el móvil y sacó varias instantáneas de su hijo junto a mí.

  • Tenemos las fotos de cuando hemos fichado a Ana. Si quieres, puedes hacer un montaje para que parezca que es tu prima, poniendo su cara, aunque para mí, tu tía tiene muchísimo más morbo.

Mis dos cuñados y mi sobrino vivían una situación festiva conmigo de víctima. Alberto me agarró por el hombro y me ordenó que me pusiera de rodillas a la vez que me daba un fuerte azote en el culo.

  • Por favor. Estáis casados. No respetáis a vuestras mujeres, vuestra cuñada, a tu tía?
  • No hables de nuestras mujeres. Tú no eres nadie para nosotros más allá del morbo que nos provocas que hayas sido de nuestra familia. Aunque para esto, es más excitante penar que lo hacemos con nuestra cuñada.

Volví a llorar mientras me arrodillaba. La pesadilla continuaba pero aún no sabía que sería mucho peor que el encuentro con mi suegro.

Alberto me separó las rodillas y me levantó las manos. Su hermano procedió a acariciarme los muslos. Marcos llevó su mano a mi pecho. No pude aguantar.

  • Por favor¡¡¡ Tú no. – Protesté ante el chico, desesperada.

No recibí respuesta. Tan sólo dibujaron una sonrisa en su cara, al menos Pedro y su hijo. Notaba las manos de Alberto que bajaban desde mi cuello, por la espalda, hasta llegar al culo y apoyarlo por la parte de abajo de él y haciendo que me levantase. Giré mi cabeza y aparté su mano pero de inmediato las manos de Pedro y su hijo se dirigieron a mi cuerpo, tocando mis pechos y mi sexo.

Estaba completamente entregada. Dejando que hicieran lo que les apetecía.

Marcos centraba sus manos a mi sexo, abriendo mis labios, como lo habían hecho mis vecinos anteriormente para el deleite de mi suegro, explorando el cuerpo de la primera mujer a la que tenía acceso.

  • No llores, eres la musa sexual de un jovencito. No todas las mujeres pueden decir lo mismo.

Lejos de querer consolarme, su objetivo era claramente humillarme aún más. Marcos observaba mi cuerpo con curiosidad, llevando sus manos de mis pechos a mi sexo. Comenzó a jugar con mi vello púbico y después separó ligeramente los labios vaginales para tocar mi clítoris y terminar metiendo, de manera torpe y brusca, su dedo dentro de mi vagina.

Pedro me agarró de manera violenta del brazo y me tiró de espaldas sobre la cama. Estaba aterrada, en esos momentos el miedo podía a mi sentimiento de vergüenza.

  • Lucía, seré claro. – Determinó Pedro. – Vas a ser muy buena. Vas a ser la mujer que desvirgue a Marcos.
  • No, por favor¡¡¡ – Supliqué.
  • Marcos se va a estrenar hoy. Si no quieres que sea contigo, que lo hagas voluntariamente lo hará con una chica guapísima que conoces. Ana. Tú decides.
  • Hijos de puta¡¡¡ – Les increpé.
  • Ya sabes, que se lo pase bien.

Me giré ligeramente y me puse a llorar. Tapé mi cara, sabiendo lo que pasaría durante los siguientes minutos. Alberto me quitó las manos de la cara y me las echó hacia atrás. Su cuñado y él comenzaron a pasar las manos por mis pechos.

  • Ábrete de piernas, cariño¡¡ Marcos, sabes qué puedes hacer con tu lengua en su rajita?

Obedecí mientras mi llanto iba en aumento. Separé mis piernas y mi sobrino dirigió su lengua a mi sexo. Cuando la sentí me estremecí, levantando mi cuerpo y provocando las risas de mis cuñados, que ensalzaban la labor de mi sobrino mientras continuaban humillándome.

  • Marcos. Es hora que te estrenes como hombre. – Dijo Alberto.
  • No, por favor¡¡¡ – Respondí suplicante y llorosa.

Me retorcía como si estuviera atada con cuerdas, aunque mis piernas permanecían abiertas y mis brazos hacia atrás. El joven paró y sacó su cabeza de entre mis piernas y se incorporó, quedando sus rodillas entre mis piernas. Se volvió a levantar y se desnudó completamente. Cerré los ojos, no sin antes hacerle una última súplica.

  • Por favor, soy tu tía. La madre de Ana. – Dije implorando y utilizando a mi hija para conseguir su piedad.

Marcos siguió desnudándose sin escuchar mis lamentos. Sin duda, la excitación le podía. Lo hacía rápido, sin querer esperar. Alberto me agarró del pelo, de manera violenta y me habló al oído.

  • Se lo va a pasar muy bien. Te encargarás de ello. Vas a colaborar porque si no lo haces se follará a Ana y a ella no le pediremos que colabore. Sólo la follaremos.
  • Empieza por agarrarle la polla, métela en tu coño y muévete. – Añadió Pedro.

Una vez más, según hablaban de Ana yo quedaba desarmada. Sólo acerté a agarrar su miembro, completamente erecto y llevarlo a la entrada de mi vagina. El joven hizo el resto y me dio una fuerte embestida que me hizo gritar y volver a sollozar.

  • Ya sabes, colabora. – Volvió a susurrarme su padre.

Levanté ligeramente las piernas y las crucé sobre su espalda. Era muy delgado y no me costó cubrirle con las mías y empujarle hacia mí, como hacía con mi marido cuando hacíamos el amor.

El joven daba embestidas. Se notaba que era su primera vez. Sabía que no tenía alternativa y debía colaborar y sólo deseaba que terminase lo antes posible.

Cruzaba mis piernas sobre mi espalda. Su padre y su tía le animaban e increpaban. Señalaban mi cuerpo, mi sexo y tocaban mis pechos, acariciado y pellizcando mis pezones. Mi sobrino se clavaba en mí. Me daba fuertes embestidas. Su torpeza no impedía que emplease toda su fuerza en mí.

  • Te gusta, hijo?
  • Papá, me encanta. Muchas gracias.

Animaban al chico y se excitaban entre ellos, conmigo de fondo, mientras el joven desvirgaba su cuerpo utilizando el mío. Fruto de su excitación y los nervios, su miembro, en una de sus fuertes embestidas no la introdujo, rozándose con mi vello íntimo. Al chico debió gustarle porque antes de llevarlo de nuevo al interior de mi vagina lo rozó varias veces.

  • Vamos hijo. Llega cuando quieras¡¡

Supuse en ese momento que el joven había aguantado sus ganas de terminar al ser observado por su padre y por su tío. Me agarró de las caderas y se echó hacia adelante, ahora rozando mi boca y comenzando a besarme. Sólo deseaba dos cosas, que acabase y que no Ana no se viera implicada en aquello, así que colaboraba en mi propia violación.

La fuerza que empleaba ahora era aún mayor. Llegaba a hacerme daño por lo que daba pequeños gritos. Escuchaba como hablaban mis cuñados aunque no podía entender lo que decían.

  • Voy a correrme, tía.

Aunque sabía que el momento tenía que llegar, no por ello fue menos duro. Clavé lo que pude mi cabeza en la almohada. Seguía manteniendo mis piernas abiertas y cruzadas sobre su cuerpo. Ya no tenía remedio. Su penetración tendría un final feliz para él.

Liberé un poco la presión sobre su cuerpo, para que pudiera salir cuando terminase. Sentí cómo explotaba dentro de mí y eyaculó, soltando las últimas gotas sobre mi vello púbico.

Le miré avergonzada y él miró a su padre y a su tío, que imagino le daban su aprobación en su estreno como hombre. El joven se levantó y vi cómo se vestía. Volví a taparme la cara por la vergüenza y humillación que sentía.

  • Vete a casa y dile a tu madre y a tu tía que tenemos unas cosas que hacer. Iremos en cuanto acabemos. – Dijo Pedro a su hijo. – Y no comentes nada de Lucía. Ya me ha dicho alguna vez que la miraba mucho. No quiero escenas familiares.
  • Sí. Tú, vé al baño y lávate un poco. Te ha dejado el coño blanco.

Me levanté deprisa y me dirigí corriendo al baño, no sin antes darme un azote cuando me dirigía hacia allí.

Aunque había una pequeña ducha, ya que era un despacho de oficiales, no la utilicé y me limité a lavarme con la mano desde el lavabo y a secarme con la toalla de manos que había en el lado derecho. Al salir busqué mi ropa, otra vez más, de manera inocente, pensando que todo había terminado.

Alberto me cogió fuerte del brazo y con la otra mano me sujetó el muslo y me empujó de nuevo a la cama. Dí un grito.

  • No, por favor, más no¡¡¡
  • Todavía faltamos Pedro y yo.

Rompí a llorar de nuevo. No me podía estar pasando todo aquello. Ahora, los dos hombres se quitaron sus camisas y dejaron sus pantalones bajados por la mitad.

  • Cariño. Vamos a utilizar todos tus agujeritos.

No contestaba. No dije nada. Los dos hombres se subieron a la cama. Estaba hundida. Pedro me cogió y me levantó, poniéndome de rodillas. Alberto llevó su miembro a mi cara, dándome golpecitos sobre ella. Estaba completamente erecto y le goteaba algo de semen. Me agarró del pelo y llevó su miembro a mi boca.

  • Ya sabes. Si no lo haces tú, seguro que alguien lo hará. – Añadió refiriéndose a mi hija.

Una vez más, le bastaba nombrarla o hacer alguna referencia a ella para que yo me entregase al máximo para evitar que a ella le pasase nada. Sentí que Pedro se acercaba por detrás. Metió su miembro en el mismo lugar que lo había hecho su hijo minutos antes.

  • Padre e hijo unidos por un mismo coño. – Dijo satisfecho por lo que había hecho su hijo.

Siguió penetrándome vaginalmente pero notaba como me acariciaba el trasero y llevaba su pulgar a la entrada de mi ano. No quería pensar, sólo dejarme hacer, pero sabía que me iba a penetrar por ahí.

No tardó. Sacó su miembro y lo llevó ahí. Comenzó a sodomizarme. Lo hizo despacio, me dolió pero podía soportarlo. Era sobre todo la humillación de la violación, aunque permitida por mí, que anteriormente mi suegro y mi sobrino y ahora mis cuñados me estaban infringiendo.

  • Joder. Qué culito más estrecho. Que esté tan delgadita hace que tenga un culito muy estrecho. Ya verás cuando lo pruebes.
  • Su boca tampoco tiene desperdicio. En eso hay que agradecerle que lo haga ella y no Ana, que seguro que le falta experiencia.

Se dieron las manos, golpeándola como si hubieran triunfado mientras reían.

  • Venga Pedro, prueba su boca.

Alberto me agarró fuerte del pelo y me llevó hacia el miembro de su cuñado. Abrí la boca, como una muñeca y dejé que la penetrase. Lo hacía de manera brusca, metiéndola hasta dentro lo que me provocaba arcadas y me caía saliva mezclada con su semen. No era demasiado gruesa pero sí larga, por lo que me llegaba a la campanilla. Yo no hacía nada, sólo me limitaba a ser manejada por Alberto que hacía que mi cabeza masturbase a Pedro.

  • Eres una diosa. La de veces que hemos hablado de ti de manera que no te habría gustado. Nos pones muchísimo a los dos.

Pedro se tumbó sobre la cama y me dirigió para que me subiese encima de él, a horcajadas. Su miembro quedó encajado en mi vagina. Me sujetó por los mulos, empujando hacia él. Alberto se situó ahora detrás de mí. Volvió a hacer lo mismo que había hecho su cuñado, tocó mi sexo, llevó su miembro y lo introdujo dentro.

  • Su coño también está apretadito. No me extraña que el chico se haya corrido cagando leches. – Expresó Alberto, refiriéndose a lo que había sucedido antes.

Pedro tiró de mi cuerpo hacia adelante. Me sujetó los pechos, los mordió y pellizcó, para después llevar su boca a mi cuello y mi oreja, mordiéndola bruscamente.

  • Voy a probar su culito ahora. Pero espera. Igual te duele. Así que por qué no me engrasas la espada? – Dijo levantándose y trayendo un bote con aceite.

No lo había sentido así cuando me había penetrado pero la verdad es que su miembro era enorme. Volvía a tocarlo, completamente erecto y quedaba brillante según pasaba mi mano. Se movía como si estuviera a punto de explotar, marcando sus venas interiores.

  • Te va a gustar¡¡
  • Por favor¡¡¡

Aunque supliqué no dije más. Me dejé hacer. Me limitaba a permitir que hicieran conmigo lo que quisieran. Sólo quería que terminasen y que a mi hija no la tocasen. El miembro de Alberto se dirigió a mi ano y ahora sí, me penetró de manera brusca, dando él un fuerte gemido.

  • Joder. Es la hostia.
  • Te lo dije. Tiene un culo de diez. En realidad es de diez. Qué suerte tiene el cabrón de Sergio.
  • Bueno, en estos momentos no creo que sea el hombre más afortunado del mundo. Si fuera ciervo, igual sí, le crecería la cornamenta.

No paraban de humillarme. En este caso refiriéndose a mi marido, del que no sabía nada, si estaba o no bien. Ellos seguían disfrutando de mi cuerpo.

  • Estoy muy empalmado, cuñado, no sé lo que voy a aguantar.
  • Yo tampoco creo que mucho. Espero que esta noche, Carmen no quiera guerra esta noche.

Los dos volvieron a reír pero ahora se centraron más en disfrutar. Entre los dos hacían un sandwich conmigo. Alberto apretaba mi espalda con lo que el miembro de Pedro se clavaba aún más. Por sus manos, por cómo buscaba mis pechos y mi cara, además de su movimiento, supe que estaba a punto de llegar.

Comenzó a gritar, a gemir de manera continua, de manera acelerada. Esperaba su explosión dentro de mí.

  • Dentro de ella, cuñadito.
  • Noooo¡¡¡ – Grité desesperada mientras mi vagina se llenaba de semen.
  • Dame un momento que enseguida acabo yo.

Alberto siguió moviéndose dentro de mí. Entrando y saliendo de mi recto. Ahora de manera más rápida y con un mayor recorrido. Sentía un poco de escozor pero lo que más me dolía era el orgullo, el amor propio, que aquella tarde me había arrebatado toda la familia de mi marido.

La sacó para que un fuerte chorro cayese en la parte alta de mi espalda y otros más pequeños a la mitad, quedando justo en mi rabadilla las últimas gotas de semen.

  • Bueno. Pues ya nos hemos follado a Lucía. Ha sido un placer.
  • Dónde están mis hijos, y mi marido? – Pregunté llorosa.
  • Tu marido no sabemos donde está. Sabemos que es uno de los líderes que ha traicionado a nuestro país y se ha marchado al extranjero. Tus hijos están abajo. Vístete y os llevarán a casa. – Terminó diciendo Alberto.

  • Por cierto, Lucía. Aquí no ha pasado nada pero hemos quedado muy satisfechos. De hecho vamos a organizar una fiesta la semana que viene con unos oficiales. Seguro que quieres venir.

  • No, por favor.
  • Si no quieres venir tú, siempre cabe la posibilidad que venga Ana. Tú decides.

Sabía que nunca podría demostrar nada y si lo contaba, sólo serviría para que mi marido y mis hijos sufriesen muchísimo. Mi intención era no contar nada. Me volví a lavar. Los dos cadetes me llevaron abajo, donde esperaban mis hijos. Ana me dio un enorme abrazo. Nos pusimos ambas a llorar, ella por el miedo que había pasado y yo por la humillación que había soportado. Unos minutos después estábamos en casa. A través de otro oficial tuve noticias de Sergio. Estaba exiliado pero mis hijos y yo, nos quedaríamos allí, y si nada lo remediaba, la semana siguente volvería a sufrir otra humillación igual o mayor.