Violada en una playa nudista

Mis amigos y yo, con la excusa de observar aves, disfrutamos viendo a una hermosa mujer que está desnuda tomando el sol en la playa y como la violan a placer dos hombres.

Recuerdo muy bien aquel caluroso mes de agosto en el que debía tener unos 14 años.

Mis padres habían alquilado un apartamento en un pueblo costero, y enseguida me hice amigo de varios chavales de mi misma edad en la urbanización.

Uno de ellos era muy aficionado a observar aves por lo que a veces le acompañábamos e íbamos provistos de prismáticos.

Mi padre me dejó los suyos que eran especialmente potentes, con la promesa de que los cuidaría, por lo que era la envidia de mis compañeros.

Aquella era una de las tardes en la que íbamos de excursión.

Habíamos quedado que vendrían a buscarme a mi casa, y de allí iríamos caminando a unos acantilados en los que, no solo podríamos observar a las aves, sino también a los peces y a los cangrejos que vivían allí.

Aproximadamente a la hora convenida, llamaron a la puerta y mi madre fue a abrir.

La oí saludar muy animadamente a mis amigos, ella siempre tan simpática y alegre.

Me llamó y la vi entrar para darme en la cocina bebida y un bocadillo para que me llevara.

Mis compañeros venían detrás de ella, sin dejar de mirarla el culo con ojos lujuriosos.

Me molestó bastante la actitud de éstos, pero disimulé con si no hubiera visto nada.

Mi madre se empeñó en que llevará la gorra, me pusiera la crema protectora y un sinfín de cosas más, a las que me negué en redondo, queriendo salir cuanto antes de casa para que mis nuevos amigos dejaran de desnudarla con la mirada y de cuchichear, sonriendo, sobre ella.

Para mi madre siempre era un niño pequeño que tenía que ser mimado y protegido.

Cuando ya estábamos saliendo por la puerta, nos preguntó dónde íbamos a contemplar aves.

Uno de mis amigos, muy sonriente y mirándola las tetas, la indicó el lugar donde pensábamos ir, que estaba a unos quince minutos caminando desde nuestra casa.

Mi madre me dijo que tuviera mucho cuidado, y que no me asomara a ningún precipicio, no me fuera a caer, y que mirara donde pisaba, que, hablando mientras caminaba, podía tropezar y caerme.

Pude dejar al fin a mi madre, ante las sonrisas de mis amigos, y hacía el acantilado nos encaminamos los cinco, contando conmigo.

Quizá era solo mi imaginación, pero me pareció que entre ellos comentaban algo sobre mi madre, y no me gustó, pero, ante la duda, me abstuve de hacer o decir algo.

Hasta ese día solamente me había fijado en mi madre, como eso, como mi madre, pero ahora, con los comentarios y miradas de mis “amiguitos”, empecé a considerarla también como objeto de deseo.

Aunque aquel verano tendría unos 36 años, demasiada edad para la mente de un adolescente de 14 años como era yo, y su estatura era de lo más normal, poco más de un metro sesenta y cinco, los motivos por los que era atrayente sexualmente eran más que evidentes por su figura espectacular, de culo duro, levantado y respingón, muy poca cintura y tetas redondas, erguidas y macizas, piernas largas, fuertes y torneadas, y una cara redonda de nariz respingona, labios carnosos, dientes blancos perfectos, hermosos ojos negros y pelo corto del mismo color.

Todo esto rematado por un color de piel moreno, dorado, casi negro, que resaltaba todavía más sus encantos.

Llegamos al acantilado y, con los prismáticos empezamos a buscar animales a los que observar, pero notaba que mis amigos estaban inquietos.

Enseguida propusieron ir a otro lugar, concretamente a un montículo que había en una playa situada en la otra parte del pueblo, a casi tres cuartas partes de hora caminando desde donde estábamos.

Comentaron que era una playa nudista, en la que podríamos observar detenidamente, no aves, pero si mujeres desnudas tomando el sol.

Era evidente que haber visto a mi madre les había disparado las hormonas.

Volvimos sobre nuestros pasos, pasando muy cerca de donde estaba mi casa, y continuamos caminando.

Al fin llegamos a la playa, de imposible acceso para los coches, y subimos al montículo con los prismáticos listos, así como nuestras pollas.

Aunque el sol, a esa hora del atardecer, no quemaba mucho, nos colocamos bajo las sombras de los árboles y empezamos a buscar mujeres desnudas con nuestros prismáticos.

La playa, de un primer vistazo, estaba totalmente vacía, sin gente, y temía que nuestro paseo había sido en balde.

A lo lejos encontramos una pareja próxima al mar, que a la vista de sus carnes colgantes, debía tener casi ochenta años. ¿Cómo era posible que esta gente decrépita se pusiera así con esa edad? ¿Disfrutarían viendo sus cuerpos marchitos sin nada que los tapara?

Uno de mis compañeros nos anunció, apuntando con una de sus manos hacia un punto más próximo de la playa:

  • ¡Un par de maricones!

Bastante más cerca de nosotros, localizamos a un par de hombres, no debían tener más de veintipocos años, tumbados en la arena, uno, bocabajo con su culo moreno apuntando al cielo, y el otro, bocarriba, enseñándonos sus genitales depilados y su pene relajado, reposando sobre su entrepierna.

Una voz entusiasmada nos comunicó que había descubierto otra pieza mucho más jugosa: una mujer desnuda.

Y por el entusiasmo que puso, debía estar hasta buena.

Miramos, y, efectivamente, estaba buena, muy buena.

A poca distancia de donde estábamos, una mujer completamente desnuda reposaba bocarriba sobre una toalla.

Sus piernas, algo separadas, apuntaban directamente hacia nosotros, por lo que teníamos un panorama inmejorable de su vulva, apenas cubierta por una fina franja de vello púbico negro, que dejaba ver sus labios.

Sus tetas, enormes, con aureolas grandes, prácticamente negras, descansaban sin perder ni su redondez ni su consistencia.

Nada de celulitis, ni de flacidez, ni una pizca de grasa, todo era carne magra, sin nada de desperdicio, preparada para ser devorada, al menos por nuestros ojos.

Su piel morena, casi negra, cubría todo su cuerpo, sin un milímetro de palidez, fruto de horas de tomar el sol desnuda.

No podíamos distinguir su cara, si la conocíamos, al llevar unas gafas de sol, pero los rasgos de su cara incrementaban todavía más nuestras fantasías: ¡una hermosa cara que nos excitaba todavía más, imaginando que nos comería la verga!

Sin dejar de observarla, numerosos comentarios, complementados con gestos obscenos, surgieron de nuestro grupo, y yo también aporté los míos:

  • ¡Debe tener el chichi bien calentorro! ¡Como comerse un solomillo caliente y jugoso!
  • ¡Lo que daría por meter ahí dentro mi polla bien tiesa, metérsela hasta bien dentro y no parar hasta descargar toda mi leche dentro!
  • ¡Qué desperdicio! ¡Con lo bien que estaría follando conmigo!
  • ¡Vaya melones y vaya conejo que tiene la tía, deben estar más sobaos que mi polla, que ya es decir!
  • ¡Para cubana rica la que me haría yo con esas tetazas!
  • ¡Y esa boca, ha nacido para mamar rabos, para sacarles toda su lefa y dejarlos bien secos!
  • ¡Se iba a ahogar con la cantidad de leche que la iba a echar en la cara! ¡Iba a tener comida para varios años!
  • ¡Me veo entre sus piernas, follándomela y agarrándola las tetazas! ¡Ñaca-ñaca-ñaca!
  • Seguro que es una puta, de las caras, y viejos gordos pagan fortunas por tirársela.

En ese momento, la mujer se volteo, poniéndose bocabajo sobre la toalla, lo que nos proporcionó unas detalladas vistas de su culo respingón, y de su vulva debajo, lo que no impidió que nuestros comentarios siguieran.

  • ¡Vaya culazo, está como para comérselo!
  • ¡Lo que metería yo por ahí!
  • ¡La reventaría el culo a polvazos!
  • ¿Cuántas veces la habrán dado por culo a esa zorrita? y ¿cuántos lo habrán hecho? Debe tener el culo más dilatado que un túnel del metro.
  • ¡Está deseando que bajemos ahí y nos la follemos por todos sus agujeros!
  • ¡Podía estar follando con nosotros, en lugar de tomar el puto sol!
  • ¡Con nosotros o con alguien, que seguro que folla de lujo y nos alegra aún más la polla!

En ese momento, vemos a los dos hombres que estaban tumbados en la playa, que se aproximan a donde la mujer está tomando el sol.

Siguen desnudos, con sus vergas bien tiesas, y se acercan, sigilosamente sin que ella se entere, colocándose a sus pies, mirándola directamente el culo.

Uno de ellos, la abre más las piernas y se coloca entre ellas, de rodillas, poniendo sus manos sobre las nalgas de la mujer.

Ella, sorprendida, levanta su cabeza y gira su tronco rápidamente, mirando hacia atrás.

Aterrada, se revuelve, alejándose un poco del hombre que tiene a sus pies, y, medio tumbada en el suelo, se tapa ridículamente, con sus manos, su sexo y sus pezones, sin dejar de mirarles con cara muy asustada.

Veo reírse al hombre que está de pies próximo a ella, mientras que el otro empieza a gatear hacia ella.

Oigo decir a algún compañero:

  • ¡Joder, tíos, se la van a follar!

Ella se levanta, disparada, y sale corriendo huyendo de los hombres, moviendo frenéticamente sus caderas y sus glúteos, pero los dos echan a correr detrás de ella.

Más rápidos, enseguida se ponen a su altura.

Uno de ellos la agarra por un brazo, reteniendo su marcha, mientras que el otro la da un buen azote en sus nalgas.

Un compañero chilla entusiasmado, con voz aguda:

  • ¡Es Vero, la madre de Juan!

Pero ¡qué coño dice!, si Juan soy yo.

Miro y ¡es mi madre!

Con el forcejeo, se la han caído las gafas y puedo verla la cara, ¡la cara de mi madre!, es la mujer de la que hemos disfrutado viéndola totalmente desnuda tomando el sol y de la que hemos hecho todo tipo de comentarios.

El que la agarra el brazo hace que se gire hacia él, y, agachándose, la sube bocabajo sobre sus hombros.

Mi madre patea histérica en el aire, pegando sin parar puñetazos al hombre en su espalda, pero él, inmutable, se gira, caminando hacia la toalla donde ella estaba.

Sus nalgas abiertas, permiten ver sus agujeros, con la vulva apoyada sobre el hombro del hombre.

Llegan a la toalla de mi madre, y la depositan sobre el suelo, sujetando sus manos para que no les arañe la cara y los ojos.

Forcejeando, no puede impedir que la tumben bocarriba sobre la toalla, pero ella consigue girarse, intentando huir gateando, pero la sujetan las piernas, haciendo que caiga bocabajo sobre la arena.

Intenta volver a levantarse, pero uno de ellos, situado de rodillas detrás de ella, entre sus piernas, la retiene por la cadera.

El otro, poniéndose de rodillas a su lado, la sujeta para que no se mueva, mientras que el primero, sin soltarla con una mano, con la otra coloca rápidamente un montón de arena debajo de la pelvis de ella, levantándola el culo.

Luego, con una rodilla sobre la arena y la otra doblada al lado, coge su polla tiesa, tanteando con ella para metérsela a mi madre por detrás.

Oigo a uno de mis compañeros, decir, con una voz aguda, imitando a mi madre:

  • ¡No, por favor, no!

Y se la mete, ¡vaya si se la mete!, comenzando a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, a follársela.

Mi madre se agita, pero el otro la retiene, hasta que poco a poco deja de luchar mientras el ritmo del folleteo va aumentando, desplazando a mi madre adelante y atrás, adelante y atrás.

Uno de mis compañeros pregunta en voz alta:

  • ¿La ha metido el rabo por el culo? ¿La está dando por culo?

Otro responde:

  • No lo veo bien, creo que es por el chocho.

Un tercero comenta:

  • ¿Qué importa si es por el culo o por el chocho? Lo importante es que se  la está follando y nosotros estamos aquí para no perdernos detalle.

Otro grita eufórico:

  • ¡Cabalga, cabalga, cabrón, a esa puta yegua en celo!

Los glúteos del hombre se contraen una y otra vez por el polvo que la está echando, haciendo breves paradas para darla buenos azotes en las nalgas.

Una de estas paradas dura varios segundos, hasta que la desmonta y la colocan bocarriba sobre la arena, con sus tetas cubiertas de arena y su respiración agitada.

Veo la cara de mi madre, asustada pero en sus ojos detecto una pizca de vicio.

¿La está gustando? ¿Está disfrutando en el fondo de los polvos que la están echando?

Un hombre ocupa el lugar del otro, entre las piernas abiertas de mi madre y, cogiéndola de sus caderas, la atrae hacia él.

Coge su cipote tieso y veo como desaparece poco a poco dentro de la vagina de mi madre. Aparece y desaparece, cada vez más profundamente, hasta los huevos, una y otra vez, cada vez más rápido, con más energía.

Las tetas de mi madre se bambolean descontroladas por las embestidas, y sus piernas bien abiertas, ahora apoyadas sobre el pecho del que se la está follando.

Uno de mis compañeros exclama en voz alta:

  • ¡Joder con los maricones! ¡Cómo se follan a tu madre, los muy cabrones!

Otro, imitando a mi madre, gime:

  • ¡Más, más, por favor, métemela más!

Un tercero, también imitándola, chilla:

  • ¡Fóllame, fóllame!

Les miro, y están todos con la polla fuera, masturbándose frenéticamente, viendo cómo se follan a mi madre.

Me miro el bulto entre las piernas y noto como mi polla excitada late.

Me bajo el pantalón y saco mi verga, tiesa, dura, inhiesta y comienzo yo también a masturbarme furiosamente con una mano, mientras que con la otra sujetó los prismáticos, para no perderme ni un instante del polvazo que la están echando, como se mueven sus tetas, la cara de vicio y placer que ahora tiene.

No tardo mucho en eyacular sobre los matorrales que hay a mis pies, pero el hombre todavía no ha dejado de follársela.

Mis compañeros, sin embargo, ya están satisfechos y limpian sus manos y sus miembros con hierbas y matojos.

Una sensación brutal de vergüenza me invade por masturbarme viendo como violan a mi madre, delante de mis amigos, y como estos se masturban también viéndolo.

Una pareja de ancianos, completamente desnuda, paseando por la orilla, descubren como se follan a mi madre, y, horrorizados, se dan la vuelta, no sin antes gritar algo, para marcharse a continuación tan rápido como sus flacos y torcidos miembros se lo permiten.

Los dos hombres se dan cuenta que han sido descubiertos, y uno de ellos, cogiendo su ropa, emprende la huida fuera de la playa.

El otro, viendo como su compañero se va, apremia sus movimientos de folleteo, y en un pis-pas finaliza, levantándose a continuación y corriendo con su ropa detrás.

Dejan a mi madre, completamente despatarrada, tumbada bocarriba sobre la arena, sin moverse.

Uno de mis compañeros comenta en voz alta:

  • ¡Joder tíos, que cacho polvazos la han echado!

Oigo varias risas, pero no dejo de mirar, preocupado, hacia mi madre.

No pasa más de un minuto, cuando, a duras penas, comienza a levantarse.

Coge su bolsa y la toalla, y se encamina, caminando dolorida, hacia el mar.

Deja sus cosas en la orilla y se mete en el agua, limpiándose.

Poco más de un minuto después, la vemos como se aleja completamente desnuda por la orilla del mar.

Mis compañeros me esperan, sonrientes, y emprendemos la vuelta.

Todos me miran sonriendo con sorna y yo, sintiendo como arde mi cara de vergüenza, no paro decirles angustiado:

  • No es mi madre, no es mi madre, se parece pero no es ella.

Caminamos hacia el pueblo, estando yo delante, sin poder mirarles a la cara por vergüenza, escuchando risitas y comentarios en voz baja que me resulta imposible entender.

Uno de ellos me dice en voz alta:

  • ¡Joder tío, vaya tetazas que gasta tu madre!

Otro continúa:

  • ¡Y como folla tío, como folla!

Las risas ahora son generalizadas, y me doy la vuelta, encarándome con ellos.

Suelto un par de puñetazos, pero me devuelven varios.

Son muchos y me dejan dolorido en el suelo, sangrando, no sin antes decirme alguno con desprecio:

  • ¡Hasta la próxima, hijo de puta!
  • ¡Dala recuerdos de nuestras partes!
  • ¡Dila que nos ha gustado mucho como se la follaban y que seremos nosotros los próximos!
  • ¡Qué se vaya preparando la putita de tu madre! ¡La vamos a perforar todos sus agujeros!

Ya se han marchado, y yo, dolorido, me levanto y me dirijo, limpiándome la sangre, hacia mi casa.

Me abre mi padre y, sin ni siquiera mirarme, se va rápido a ver la televisión que echan un partido de futbol.

Entro al baño y me limpió con agua las heridas de la cara.

Oigo que abren la puerta de la calle. Debe ser mi madre.

Salgo del baño, escondiéndome. No puedo ver ahora a mi madre, me da mucha vergüenza.

Escondido en mi habitación, veo como pasa ella, encogida, y se mete en el baño, cerrando la puerta a continuación.

Voy, sin hacer ruido, a la terraza y me subo en una silla para mirar por la ventanita que comunica con el baño.

Ahí está mi madre que se arranca literalmente su ropa, y la tira al suelo, llorando amargamente sin emitir ningún sonido., haciendo pucheros con la boca, intentando contenerse.

Se mete en la ducha y, bajo el agua, comienza a restregar con furia su piel con jabón, metiendo sus dedos entre las nalgas y en su vulva, limpiando todo con rabia.

Poco a poco se va calmando y el restregar es más suave, más lento, hasta que, poco a poco, comienza a masturbarse.

Cierra los ojos y entreabre su boca, moviendo su lengua sonrosada por sus turgentes labios brillantes.

El agua de la ducha se desliza por su cabeza, por sus tetas, por sus muslos, entrando en todos sus agujeros.

La oigo jadear, gemir, hasta que un fuerte suspiro pone fin a su placer.

Se relaja, sujetándose a la pared para no caerse.

Dejo de mirarla, confundido, avergonzado.

¿La ha gustado que la violaran?

No volví a ver a mis falsos amigos ni tengo conocimiento que mi madre volviera a la playa  ese verano, pero en los días siguientes pude oír varias veces el rumor de que a una mujer la habían violado en la playa varios hombres, que la habían violado durante horas sin nadie que lo impidiera.

Ni mi madre ni yo comentamos nunca nada, pero mi padre bien que comentó al oír la noticia:

  • Ya, ya, violación. Seguro que se lo pasó de puta madre, y es que hay algunas que por un buen polvo hacen cualquier cosa.

Siempre tuve dudas de si la violación en la playa fue planeada por mis falsos amigos, sabiendo que ella iba allí a tomar desnuda el sol, o si todo fue una casualidad.

Pienso que fue todo premeditado, pero nunca pude confirmarlo.

Nunca volvimos a ese pueblo.