Violada en las fiestas del pueblo: San Juan

Con motivo de las fiestas de San Juan en un pueblo al que invitan a mis padres, mi madre es violada varias veces en el bosque iluminado por las hogueras y por la luna llena.

Esta historia transcurrió en verano cuando tenía unos 11 años y mi madre tenía unos 35.

Tenía mi madre el pelo castaño, algo menos de un metro sesenta y cinco, con un cuerpo escultural de buenas tetas, buen culo y piernas largas, torneadas y fuertes.

Merche, una antigua compañera de trabajo de mi padre, le comentó a él lo bien que se lo pasaban en el pueblo donde ahora vivía durante las fiestas de la noche de San Juan y le invitó para que fuera en compañía de su mujer y de su único hijo.

Como ese año la noche de San Juan estaba entre dos días laborables, mi padre no podía asistir por motivos de trabajo, pero se las ingenió para estar varios días trabajando en una zona a la que para llegar tendría que pasar en coche cerca del pueblo y dejarnos allí para que al menos nosotros pudiéramos disfrutar de las fiestas.

Merche era una mujer soltera, de pelo oscuro, más o menos de la edad de mi madre, de más de un metro setenta y cinco de estatura, bastante más corpulenta, pero también con buenas tetas y buen culo, aunque con mucha peor figura que mi madre, quizá un tanto hombruna al ser de hombros bastante anchos.

Serían cerca de las nueve de la mañana cuando llegamos al pueblo.

Fuimos en coche directamente a la casa de Merche, que nos recibió, y, una vez se hubiera marchado mi padre, nos enseñó los dormitorios en el primer piso de su casa donde íbamos a dormir. Uno para mí y otro al lado para mi madre. Los dos bastante sencillas, aunque la de mi madre tenía un cuarto de baño con ducha y una cama de matrimonio, mientras que en la mía solamente había una cama de unos 80 o 90 cm de ancho.

Había una ventana en cada dormitorio, con un pequeño tejadito algo inclinado de poco más de medio metro de ancho y situado a algo más de un metro por debajo de las dos ventanas.

Las ventanas daban al campo, sin ninguna casa a la vista.

Yo solamente había visto una vez a Merche, y mi madre poco más, pero no nos resultaba especialmente simpática. Ella debía pensar lo mismo de nosotros, y más aún, teniendo en cuenta, como después me enteré, que había tenido una aventura con mi padre e incluso intentó que nos dejara sin conseguirlo.

Sin embargo, ese día Merche parecía bastante agradable. Nos enseñó el pueblo, y fuimos a un bosque cercano donde esa noche encenderían varias hogueras en una amplia explanada y beberían y bailarían en torno a ellas durante toda la noche.

También nos presentó a varios vecinos del lugar.

Entre los que nos presentó recuerdo a Javi, un hombre de casi cuarenta años, canoso, de apariencia bastante robusta, de más de un metro ochenta, que debía ser el ligue actual de Merche.

También nos presentó a otro hombre al que llamó “el Rober”, de aproximadamente la misma edad que Javi, delgado, con pinta de vicioso, que no dejaba de sonreírla de forma extraña y de mirarla las tetas, sin prestarme a mí la más mínima atención, posiblemente no se enteró ni que existía.

Además estaban varias amigas y amigos de Merche, que debían formar parte de su digamos pandilla, que, tomado botellines de cerveza en un bar, miraban a mi madre con descaro, como riéndose de ella, pero sin dejar de mirarla el culo y las tetas, y cuchicheando entre ellos algo sobre ella.

A lo largo del día, en varias ocasiones, oí que comentaban a mi madre lo bien que se lo iban a pasar bebiendo, hablando y bailando alrededor de la hoguera, pero, también dirigiéndose a mí, que era una fiesta a la que no podían ir niños por lo que tendría que quedarme en casa, como buen niño, durmiendo.

Tanto decirlo, que, para disgusto mío, convencieron a mi madre, más que nada por no llevar la contraria a los del pueblo.

Llegó la noche, muy calurosa por cierto, y, cerca de las diez de la noche me mandaron a dormir, no sin antes haberme despedido de mi madre a la que pude ver con su vestido de falda corta y sus manoletinas a juego.

Parecería muy obediente, pero no tenía ningunas ganas de quedarme en mi habitación mientras los demás se lo pasaban bien, así que ya tenía en mente seguirles cuando se marcharan.

Antes de que se marcharan, oí como alguien cerraba por fuera la puerta de mi habitación. Era Merche, la muy hija de la gran puta, pero no se saldría con la suya.

Cuando ya había pasado más de media hora, y ya estaba seguro que se habían marchado, salí por la ventana de mi habitación a un tejadillo que compartía con la ventana que daba a la habitación de mi madre, y, agarrándome donde puede, descendí a la calle.

Estaba prácticamente desierta, pero un poco más allá, en la calle principal había vecinos del pueblo que se dirigían hablando muy animadamente hacia el bosque donde iban a celebrar la noche de San Juán.

No quería que nadie me pudiera retener por ser muy joven para ir a la fiesta, por lo que caminé por calles secundarias y desiertas, paralelas a la principal, en el mismo sentido que iban los vecinos, hacia el bosque.

Más adelante, al no poder seguir avanzando por calles secundarias, me esperé escondido en la oscuridad a que pasara la gente y, cuando ya no había nadie más, me incorporé a la calle principal, a bastantes metros de distancia del último.

En el cielo una luna llena espléndida iluminaba la noche casi como si fuera de día. En ese momento me acordé de las películas de hombres-lobos y me dio un miedo terrible. Me entraron ganas de marcharme corriendo a la casa para esconderme, pero al recordarla tan lejos, continúe caminando hacia el bosque.

Al llegar al camino de arena que entraba en el bosque, caminé por un lateral para que no me vieran y me dijeran que no podía ir al ser una fiesta para mayores.

Entre los árboles se distinguía claramente la luminosidad que emanaba de las hogueras y me sirvió de faro para guiar mis pasos en busca de mi madre.

Agazapado entre las sombras de los enormes árboles encontré la primera hoguera, la más próxima al camino. Era enorme o al menos a mí así me pareció en ese momento.

Había varios grupos de personas sentados en el suelo sobre manteles y mantas formando círculos, bebiendo, riéndose y hablando. Otras personas danzaban en torno a la hoguera. Me recordaba un poco a las fiestas que suele haber en las bodas después de los banquetes.

Un poco más allá había otra hoguera ardiendo, y otra algo más lejos.

Caminé escondiéndome cómo puede entre las sombras de los árboles sin encontrar a mi madre ni a Merche. Era posible que las hubiera dejado atrás, pero era poco probable.

Encontré parejas que, aprovechando la oscuridad, se estaban besando y magreando apasionadamente entre los árboles. Incluso casi piso a una pareja que estaba follando, tumbada entre el follaje. Dudo mucho que fueran marido y mujer. Muchos cuernos brotarían aquella noche. Confiaba que los de mi padre no estuvieran entre ellos.

No encontraba a mi madre y no sabía ni que hacer, pero, entre los árboles, vislumbré una nueva claridad. ¡Otra hoguera!

Caminando despacio y con cuidado entre los árboles, encaminándome hacia la nueva luz.

Antes de ver la hoguera, pude ver un grupo de personas sentado en el suelo. Luego vi la hoguera, tan grande como las anteriores, y gente bailando en círculo en torno a ella. Un poco más allá otro grupo de gente. Pero mi madre no estaba.

¡Al fin la vi! En un grupo aún más apartado que el resto, también sentado en el suelo sobre mantas. Allí estaba mi madre sentada en el suelo bebiendo de una bota de vino. También estaba Merche, y cinco personas más, posiblemente se las presentaron a mi madre esa tarde. En total eran cuatro hombre y tres mujeres, contando a mi madre.

Me acerqué entre las sombras al grupo. Hablaban y reían mientras bebían.

Mi madre, aunque no hablaba mucho, no paraba de sonreír, se notaba que había bebido. Ella que no consumía más alcohol que alguna cervecita de vez en cuando, por lo que, con lo poco que había comido ese día, cualquier bebida alcohólica se le subiría a la cabeza como una bala.

Uno de los hombres que estaban sentados allí insistía mucho a mi madre para que bebiera más de una bota de vino. Creo que era el Rober. Una de sus manos asió la pierna de mi madre, mientras que con la otra casi le vacía la bota encima, derramando vino por su vestido, dejándola empapada.

Ante mi sorpresa, el Rober fingió que limpiaba su vestido para sobarla las tetas por encima del vestido y meter algo los dedos por su escote.

Mi madre, moviendo sus brazos, apartó las manos que la sobaban y logró que las retirara, pero, cuando el Rober preparaba otra carga, Merche se levantó rápidamente y, alargando sus brazos, agarró a mi madre por las muñecas y la obligó a levantarse del suelo.

El Rober, al ver que se llevaban a su presa, se quejó desde el suelo, pero Merche se llevaba casi a rastras a mi madre hacia la hoguera.

Se pusieron a bailar entre la escasa gente que ya estaba.

Enseguida se incorporó casi todo el grupo, bailando, riendo y cantando sin cesar. Se pusieron a hacer el trenecito, colocándose de espaldas unos a otros y, agarrándose por la cintura, empezaron a bailar en círculos alrededor de la hoguera.

Mi madre se agarró a la cintura de Merche y por supuesto, a su cintura, se enganchó el Rober, aunque más que a la cintura fue a sus caderas y, en algún momento, a sus glúteos.

En cada vuelta que daban, mi madre se desviaba más y más, estaba cada vez más mareada, hasta que se soltó del grupo, y, haciendo eses, se fue hacia las mantas donde estaba antes sentada. El Rober también se soltó del trenecito, y siguió a mi madre.

Nada más sentase mi madre, ya estaba el Rober pegado a ella, y, agarrándola por la cintura, puso su boca sobre la de ella, obligándola poco a poco a tumbarse boca arriba, a pesar de sus forcejeos.

Vi agitarse sus blancos muslos al subirse aún más su falda, mientras el Rober, tumbado sobre ella, la metía mano entre las piernas, obligándola con su peso a permanecer tumbada y con las piernas abiertas.

Uno de los brazos de mi madre estaba inmóvil bajo el cuerpo del hombre, y la otra mano agarraba el brazo que la metía mano, intentando, sin conseguirlo, sacar la mano de su entrepierna.

El forcejeo de mi madre era cada vez más débil, y el manoseo era cada vez más insistente, mientras la boca de él descendió ahora de la boca de mi madre a su escote y a sus tetas, besándolas y lamiéndoselas cada vez más.

Nadie intervenía para impedirlo, solamente lo miraban expectantes, disfrutando de lo que veían, y cuchicheando entre ellos.

En ese momento me di cuenta que todo era una encerrona para follarse a mi madre.

Logró colocarse el Rober entre las piernas de ella y, moviéndose un poco, se soltó el cinturón y comenzó a hacer lo mismo con el pantalón. ¡Quería follársela allí mismo!

En ese momento mi madre logró empujarlo y quitárselo de encima, para levantarse tan rápido como pudo, pero el hombre la agarró el vestido para impedir que se fuera.

Ya mi madre estaba de pies, cuando un tirón la arrancó el vestido y se quedó en las manos de Rober, mientras mi madre se quedó delante de todos en bragas y sostén, bordadas y de un blanco resplandeciente.

¡Nos quedamos todos inmóviles, anonadados por lo que estábamos viendo!

Todas las miradas no fueron a su ropa interior, sino a sus enormes tetazas que parecían reventar el sostén, saliendo sus pezones parcialmente por encima, y a sus glúteos redondos y macizos, entre los que se encontraban metidas sus braguitas. Estas, medio movidas por delante, dejaban ver también el conejito con una franja corta de pelo cubriéndolo en toda su extensión.

Fue un instante que pareció una eternidad, hasta que mi madre echó a correr, huyendo del hombre, huyendo de todos.

Más que correr, daba saltitos que hacía que sus melones se bambolearan como flanes y sus nalgas botarán como balones de baloncesto.

El Rober, como todos los demás, permaneció inmóvil, contemplando extasiado como se alejaban a saltitos el culo y las tetas de mi madre.

Merche fue la más rápida en reaccionar y se interpuso en la carrera vacilante de mi madre, sujetándola por los hombros y parando su avance.

Varios del grupo se acercaron, el Rober entre ellos. Más de una mano se posó sobre las nalgas de mi madre, sobándolo.

Mi madre aturdida se giró y Merche aprovechó en ese momento para soltarla el sostén por detrás, quitándoselo y dejando expuestas sus tetazas a la vista de todo el mundo.

Parecía imposible que unos melones tan grandes pudieran estar aprisionados por una prenda tan pequeña como el sostén.

Alguna mano se posó sobre las tetas de mi madre, magreándolo también.

Merche, detrás de mi madre, aprovechó la confusión de ésta para bajarla las bragas hasta los pies, exhibiendo su conejito y su culo a todos, para, a continuación, empujarla un poco para que se moviera y poder quitarla las bragas por los pies.

Una vez tuvo en su poder la ropa interior de mi madre, se acercó a la hoguera y las tiró dentro.

El Rober la recriminó algo, se refería a qué hubiera deseado quedarse con las bragas como trofeo.

Mi madre, sonriendo bobamente, estaba rodeada por los del grupo que la sobaban sin reparos las tetas, el culo y el chocho, sin ofrecer ningún tipo de resistencia.

Uno de ellos, situado frente a mi madre, la metió mano entre las piernas y comenzó a masturbarla.

Mi madre se inclinó hacia adelante, cogiendo la mano que la masturbaba y, con los ojos casi cerrados, poco a poco fue moviendo sus caderas adelante y atrás, adelante y atrás, como si estuviera follando.

Uno de los hombres la dijo:

  • ¿Te gusta, zorra? Pues esto es solo el principio, te la vamos a meter bien metida.

Las tetazas de mi madre se bamboleaban de forma descontrolada, y todos las mirábamos como hipnotizados.

Alguien exclamó emocionado:

  • ¡Vaya cacho melones que tiene la muy puta!

Javi, situado a la espalda de mi madre, la agarro las tetas con sus manos, pero sus manos no llegaban a cubrirlas en su totalidad.

Mi madre se movía adelante y atrás cada vez más rápido, hasta que alcanzó el orgasmo, y se paró con cara de satisfacción.

En ese momento, Javi pasó uno de sus brazos por detrás de las piernas de mi madre y la levantó en brazos, llevándola, seguida de los demás, hacia las mantas donde antes estaban tumbados.

La dejó tumbada boca arriba sobre las mantas, y, contemplándola, con evidente satisfacción, desde arriba, dijo a los demás:

  • Bueno, ¿quién quiere ser el primero que se folle a esta putita?
  • ¡Yo, yo!

Gritó ansioso el Rober, mientras se quitaba rápidamente el pantalón y el calzoncillo, luciendo un cipote enorme y erguido que salía de la gran mata de pelo ensortijado que tenía entra las piernas.

Se puso de rodillas entre las piernas de mi madre, para metérsela, pero, al ser difícil en esa posición, la levantaron las caderas y metieron una manta doblada debajo de su culo para que fuera posible penetrarla.

Ahora sí que pudo metérsela. Agarrándola por las caderas, dirigió su cipote hacia la entrada a la vagina de mi madre, y, tanteando al principio, poco a poco se la fue metiendo.

Mi madre, a pesar de lo borracha que estaba, jadeo al notar que se la metían.

Al principio la polla entró solo hasta la punta, para volver casi a sacarla, luego la metió un poco más, para casi sacarla de nuevo. Poco a poco fue entrando y saliendo, cada vez más y más dentro.

Ahora ya entraba una y otra vez hasta el fondo, desapareciendo totalmente dentro, una y otra vez.

Las embestidas fueron siendo cada vez más profundas, más rápidas, más enérgicas.

Las tetas de mi madre se bamboleaban descontroladas en cada embestida, y, a pesar de tener los ojos cerrados, no paraba de gemir al mismo ritmo que los jadeos del Rober cuando la penetraba.

Nadie perdía detalle, de cómo se balanceaban sus melones y como se la estaban follando.

Al rato, el Rober aminoró sus embestidas, se paró, y emitió un gruñido ahogado. ¡Acababa de tener un orgasmo!.

Otro de los hombres la dio un manotazo en la espalda, urgiéndole para que se quitara, y, como ya estaba desnudo de cintura para abajo, nada más quitarse el Rober, ocupó su lugar, exhibiendo un enorme pollón surcado de venas abultadas.

La levantó las piernas y se las colocó sobre los hombros, una a cada lado de la cabeza.

La verga ahora entró con suma facilidad, y comenzó a bombear con fuerza desde el principio.

Mi madre ya no emitía ningún gemido, estaba como dormida, pero sus tetazas no paraban de moverse por las nuevas embestidas.

Me fije como saltaba en cada embestida la medalla de oro con la imagen de la virgen que tenía mi madre colgando de su cuello, regalo de mi padre con sus nombres grabados en el reverso, lo que me dio un mayor morbo por la situación.

Alguien comentó:

  • ¡A la bella durmiente se la están follando!
  • ¡Es la venganza de la bruja del cuento por estar tan sabrosona!

Y dicho esto, más de uno echó una mirada a Merche, que debía ser la instigadora de los polvazos que estaban echando a mi madre.

Pasaron unos minutos hasta que el nuevo inquilino del coño de mi madre, también tuvo su bien merecido orgasmo.

Ahora le tocaba a Javi.

También desnudo de cintura para abajo, volteó a mi madre y la puso boca abajo sobre la manta, colocando la manta doblada para levantarla su culito prieto y ponerlo en pompa.

Todos nos quedamos alelados observando el culo prieto y respingón de mi madre, con sus nalgas redondas y macizas reluciendo a la luz de la luna.

Alguien comentó emocionado:

  • ¡Esto se la levanta a un muerto! ¡Vaya culazo! ¡Vaya polvazo que tiene!

Y la plantaron dos sonoros azotes en su carnoso culo, que sonaron como disparos en el silencio de la noche.

Javi puso una de sus rodillas encima de la manta y la otra doblada al lado de mi madre.

La sujetó por las caderas, y dirigió su erguido pene a la entrada de la vagina de mi madre, tanteo un poco, restregándolo una y otra vez por toda la raja de su culo y por su vulva, una y otra vez, hasta acabar poco a poco metiéndoselo poco a poco por su coño que estaba chorreando esperma.

Ahora si mi madre volvió a gemir de placer, con más intensidad que antes.

Nada más metérsela, Javi comenzó a cabalgarla con energía, sujetando a su montura por las caderas para que no pudiera desmontarle.

Los glúteos de mi madre se agitaban por las embestidas bestiales a las que la estaban sometiendo.

La dio un sonoro azote y oí a mi madre gemir. Otro azote y otro y otro, acompañados por gemidos de mi madre.

Se oyeron comentarios:

  • ¡Coño, Javi, pareces el puto llanero solitario cabalgando por las praderas del lejano oeste!
  • ¡Lo que está es dando es su escarmiento a una puta india!
  • ¡Su culazo sí que es de una puta piel roja, que de tanto azote lo tiene como un tomate!
  • ¡Si es un tomate, yo me lo como enterito! ¡Y si no lo es, también me lo como!
  • ¡Tenemos toda la noche para comérnoslo varias veces!
  • ¡Yo me pido sus melones! ¡Seguro que se me deshacen en la boca de lo rico que están!

Javi dejó de moverse, y lanzó un gruñido. ¡También se había corrido!.

Un cuarto ocupó su lugar y sin cambiarla de postura, la separó las cachas y viendo su ano, se la metió poco a poco.

Mi madre gritó de dolor y se agitó, pero no pudo impedir que se la metieran directamente por detrás, poco a poco eso sí, pero se la metieron bien metida, a pesar de sus gritos y sollozos.

Los movimientos del hombre fueron despacio y con cuidado al principio, pero poco a poco el agujero fue cediendo, y sus embestidas fueron cada vez más rápidas.

Mi madre yacía boca abajo, como muerta, sin hacer nada, pero el hombre siguió y siguió sodomizándola, hasta que, de pronto, sacó su rabo del agujero y eyaculó sobre el blanco culo de mi madre un montón de esperma lechoso y espeso. Parecía como si estuviera adornando con crema una tarta, y esa tarta era el culo de mi madre al que acababan de desvirgar.

Nada más levantarse el hombre, Javi la dio un buen par de azotes en el culo, y como no reaccionaba, la dieron la vuelta.

Alguien preguntó si estaba muerta, pero al ver cómo sus tetazas se movían por la profunda respiración de mi madre, dijeron que solamente estaba inconsciente, o quizá solamente dormida.

Nos quedamos todos contemplando como hipnotizados los melones de mi madre que brillaban por la luz de la luna y de la hoguera.

Alguien comentó:

  • ¿Quién quiere ahora comer los melones a la bella durmiente?

Fue ahora la otra mujer del grupo la que se puso de rodillas al lado de mi madre y, agachándose, comenzó a sobarla y a lamerla las tetas.

Su boca y su lengua recorría sus tetas, de arriba y abajo, y de derecha a izquierda, una y otra vez, llenándolas de babas, concentrándose a veces en los pezones cada vez más duros y grandes de mi madre, mientras que una de sus manos acariciaba el sexo de mi madre, cada vez de forma más persistente, para fijarse definitivamente en su clítoris.

Uno de los hombres comentó gritando:

  • ¡Coño, María! ¡Si no fueras tortillera, te la metía ahora mismo por detrás!

María se volvió muy enfada y levantándose, se fue hacia el que había hecho el comentario, que salió corriendo, perseguido por la mujer que no paraba de insultarle a gritos.

El Rober fue ahora el que todavía desnudo de cintura para abajo, se puso de rodillas a horcajadas a la altura del pecho de mi madre, colocando su verga todavía tiesa entre las tetazas de mi madre y, empujándolas con las manos, atrapó en medio su aparato, comenzando a moverse adelante y atrás.

  • ¡Esos melones bien merecen una buena cubana!

No tardó en volver a eyacular, ahora sobre la cara de mi madre, manchándola también el pelo.

Como ahora no parecía que hubiera ningún nuevo voluntario, Javi preguntó:

  • ¿Alguien quiere algo más de esta zorrita?

Se oyeron comentarios sobre que por hoy ya les parecía suficiente, que estaban cansados y que habían bebido mucho.

Merche les dijo a todos con rabia:

  • ¡No os olvidéis que mañana aún está por aquí! ¡Qué el cornudo de su maridito no viene a buscarla hasta el día siguiente, hasta pasado mañana! ¡Cuándo volváis a ser hombres, acordaos de los melones y del culo de esta zorra y venid a follarla otra vez, que os estará esperando bien abierta de piernas y con el chumino calentito y chorreando!

Dicho esto, se fueron vistiendo y marchando, menos mi madre que yacía inmóvil boca arriba, desnuda, sobre una manta.

Merche y Javi se acercaron a ella, la envolvieron en la manta sobre la que yacía desnuda y Javi la cogió en brazos como si fuera un pelele.

Les vi bajar por el camino hacia el pueblo, y me dispuse a seguirles a distancia, escondiéndome para que no me vieran, cuando a pocos metros de distancia, entre los árboles, iluminados por la luz de la luna y de la hoguera, había otra pareja follando que me pareció reconocer.

Me acerqué a ellos. ¡No eran precisamente discretos follando, ya que lo hacían dando gritos, jadeando de forma ruidosa!

¡María había atrapado a su presa! Estaba totalmente desnuda, cabalgando frenéticamente como una posesa furiosa sobre su víctima, que disfrutaba sobándola con fuerza las tetas mientras follaban.

¡A María la encantaba disfrutar de todos los sexos! ¡Ya a mí me encantaba ver follar!

Me quedé unos instantes disfrutando del espectáculo que ofrecía el balanceo de sus tetas y el movimiento de sus nalgas, pero no quería que Merche y su pareja se dieran cuenta que yo no estaba durmiendo plácidamente en mi cama, así que les dejé follando y me fui rápidamente tras ellos.

Había poca gente que continuara entorno a las hogueras, la mayoría bebiendo y alguno que otro, entre las sombras, también follando.

A la entrada al pueblo, donde empezaba la carretera, había un coche aparcado. Era de ellos. Dejaron a mi madre tumbada en los asientos de atrás y, montados ellos delante, se fueron conduciendo a casa.

Al ver esto eche a correr hacia la casa, no quería que se dieran cuenta que no estaba en mi cama.

Cuando llegue a la casa, el coche estaba aparcado en la puerta y había luz dentro. Ya habían llegado.

Subí agarrándome donde pude al tejadillo.

La luz de la habitación donde me asignaron para que durmiera estaba apagada, pero la de mi madre, aunque tenue, estaba encendida.

Mire, con cuidado para no ser visto, por la ventana y allí vi a mi madre tumbada boca arriba, desnuda, en la cama, y Merche limpiándola con una esponja entre las piernas. Quería eliminar las huellas de lo que la habían hecho. Utilizaba un cubo con agua para limpiar la esponja. Después le tocó el turno al culo, a las tetas, a la cara y al pelo. Hasta que cansada, después de secarla con un paño, se retiró, apagando la luz y dejando a mi madre tumbada desnuda en la cama.

Yo me fui directamente a la mía, tan rápido como pude pero sin hacer ruido, no vaya a ser que se le ocurriera a alguien entrar a ver si dormía. Pero no, no entró nadie en toda la noche y la puerta de mi habitación estuvo cerrada con llave todo ese tiempo.

Veríamos como sería el día siguiente.