Violada en las fiestas del pueblo 5: Durmiente

Le espera una larga noche a mi madre. ¿Cuál será la próxima humillación que la tienen preparada?

Observé  desde la ventana como al fin dejaron a mi madre sola en el dormitorio, una vez la había dado unos buenos azotes en el culo, no sin antes haberla violado varias veces.

Vi cómo se levantaba del suelo, luciendo unos hermosos glúteos totalmente colorados, pero sin dejar de estar muy sabrosos. Parecían tomates gigantes a los que apetece dar un buen bocado, comérselos.

Se fue al cuarto de baño de su dormitorio, dejando la puerta del dormitorio atrancada con la única silla que había en la habitación.

Me bajé como pude del voladizo que había  debajo de la ventana y salí a la calle, alejándome de la casa y vagando por el pueblo y por el bosque cercano.

Pensaba en lo que había visto, como se habían follado a mi madre.

Conté hasta doce los polvos que la habían echado, sin contar los que no había visto, que habían debido ser al menos ocho más al ser un padre y siete hijos. Sin contar que más de uno repitiera. Un mínimo de veinte polvos en menos de 24 horas era un record difícil de igualar, al menos para una persona que tantas excusas ponía para hacerlo con su marido.

Tenía una sensación extraña, mezcla de angustia y de excitación sexual. La verdad es que había disfrutado viendo cómo se la tiraban una y otra vez, totalmente desnuda, con ese cuerpazo espectacular de hermosas y enormes tetas.

No sabía que hacer ahora, pero lo que no quería era que nadie supiera lo que yo había visto: cómo se follaban a mi madre.

Ya era de noche y tenía bastante hambre, así que me volví a la casa donde Merche, la excompañera de trabajo de mi padre, nos había acogido durante las fiestas de la noche de San Juan.

Entre en la casa y allí estaba Merche, como si no hubiera pasado nada.

Me dijo que ya era la hora de cenar y la cena estaba ya preparada, por lo que fuera a avisar a mi madre que estaba en su dormitorio para que bajara a cenar.

Yo, muy obediente, así hice.

Llamé a la puerta del dormitorio de mi madre y la dije que era yo su hijo y que bajara a cenar. Después de un rato la oí dentro, que me dijo, sin abrir la puerta, que estaba muy cansada y que no iba a bajar a cenar.

Me pareció lo más lógico, dado lo dolorida que debía estar y la posibilidad de volver a ser violada si bajaba.

Le comenté a Merche que mi madre no bajaba, pero ella, sin decir nada, me puso encima de la mesa una sopa, jamón, queso y pan.

Nunca me gusto la sopa, así que me lance directamente hacia la comida más sólida, pero Merche me avisó que debía acabarme la sopa. Su aviso me sonó a amenaza, así que delante de ella, me tomé varias cucharadas que, para mí, sabían fatal, pero una vez se dio la vuelta, tiré rápidamente toda la sopa por el desagüe de la pila.

Una vez hube cenado, Merche me dijo que llevara a mi madre una bandeja con la cena y luego me fuera a mi habitación a dormir, así que eso hice.

Era lo mismo que yo había cenado: un cuenco de sopa, embutido y pan. Además de una jarrita con vino tinto.

La dije a mi madre que le había traído la cena, y me preguntó si había alguien más conmigo. Cuando la dije que estaba solamente Merche en la casa y estaba abajo, me dijo que dejara la bandeja en el suelo pegada a la puerta y que me fuera a dormir, que ya era muy tarde y que yo también necesitaba descansar.

Me fui al cuarto de baño que estaba en el pasillo, y una vez volví para irme a la cama, vi que la bandeja ya no estaba. Mi madre la había metido en la habitación para cenar.

Me metí en mi cama, y ya estaba prácticamente dormido, cuando me pareció que alguien quería entrar en el dormitorio de mi madre, forcejeaba pero la puerta no se abría. La silla que había colocado mi madre lo impedía.

Oí como bajaban la escalera, y me incorporé de la cama, saliendo por la ventana para ver que ocurría en el dormitorio de mi madre.

La luz estaba apagada y oía la respiración fuerte de mi madre. Dormía profundamente y no se había dado cuenta de nada.

Entré con cuidado por la ventana en su dormitorio para colocar la silla en la puerta por si se había movido por los empujones, y, si era posible, poner algo más detrás de la puerta.

Entré sigilosamente, descalzo, y sin hacer ruido me acerqué a la puerta.

Allí estaba la bandeja, en el suelo, sin rastro de la comida que llevaba. Mi madre se la había comido toda.

En ese momento oí que alguien más quería entrar por la ventana del dormitorio de mi madre.

Había puesto una escalera apoyada en el voladizo de la ventana, y ya estaba entrando por la ventana.

Rápidamente me metí como pude en el único armario que había en el dormitorio y cerré como pude la puerta.

Oí como recorría la habitación y, tirando de la silla, abrió la puerta.

Llamó a un tal Julián para que subiera. Era Javier, el actual compañero de Merche, el que llamaba.

Mientras esperaba que subiera el tal Julián, debió encender la lámpara de la mesilla de noche por la luz que provocó.

No oí en ningún momento a mi madre.

En ese momento me di cuenta que la sopa que nos habían dado para cenar estaba drogada. ¡Mi madre estaba profundamente dormida! Y yo, si no lo estaba, era por qué no me había tomado toda.

El tal Julián entró en el dormitorio, y Javier le dejó solo con mi madre, cerrando la puerta detrás de él.

Oí exclamar al tal Julián entusiasmado:

  • ¡Vaya cacho tetazas!

Algo debía estar haciendo por el ruido que hacía, que le llevó casi un minuto, pero al estar dentro del armario no lo podía ver, pero si le oí exclamar, dirigiéndose a mi madre, que debía estar totalmente dormida:

  • ¡Vaya cacho puta que eres, bella durmiente, con el conejo bien rasurado! ¡Seguro que también has cobrado porque alguien te lo deje así!

Entreabrí un poco la puerta y allí estaba el tal Julián, de espaldas a mí, a un metro y medio del armario donde me encontraba.

Era un hombre calvo, gordo, con la espalda, el culo y las piernas cubiertas de un pelo canoso. Debía tener unos  sesenta años.

Estaba de rodillas a los pies de la cama, entre las piernas de mi madre, lamiéndola gustosamente la vulva, como si se estuviera comiendo un sabroso helado.

Mi madre yacía boca arriba totalmente desnuda sobre la cama, con los ojos cerrados y con el único movimiento de su pecho al respirar. Poco a poco mi madre empezó a gemir de placer, al principio de forma imperceptible.

Aún estuvo varios minutos lamiendo la vulva a mi madre, que cada vez gemía con más intensidad y se retorcía de gusto sobre la cama, hasta que el tal Julián se incorporó y, quitándose el calzón que llevaba, se puso un preservativo para, a continuación, meterse entre las piernas de mi madre, y metérsela resoplando.

Desde mi posición podía ver como se movía el hombre adelante y atrás, arriba y abajo, y como su gran culo peludo, debajo de la grasa que le cubría, aún podía mover sus músculos flácidos.

La cama se agitaba ruidosamente por las torpes embestidas del anciano, y yo temía que acabará matando a mi madre, aplastándola con su pesada mole.

Mi madre ya no gemía de placer. Si lo hacía era por el enorme peso que la aplastaba.

Estaba claro que la gustaba más como la lamían el conejo que como se la follaban, al menos en este caso.

Estuvo así el hombre follándose a mi madre, hasta que, agotado y sin poder descargar, se levantó resoplando y sudando como un cerdo.

Tambaleándose se quitó el preservativo a base de tirones que casi le arrancan el pito flácido y a duras penas se puso su ropa, saliendo de la habitación sin dejar en ningún momento de sudar.

Le oí como se cruzaba con Javier que le preguntó qué tal le había ido.

Él, muy ufano, respondió:

  • Le he dado un buen repaso a la muy puta. No sé si desde abajo se oía como gemía, pero estará jodida durante bastantes días. Tengo la polla más grande que la de un caballo semental.

También se cruzó con otra persona que subía por las escaleras, y le dijo:

  • ¡Hombre, don Ramón, usted también por aquí!

A lo que el hombre, con una voz excesivamente aguda, le respondió:

  • No iba a perderme yo el montar a esa yegua, después de que la Merche bien la paseara por el pueblo para que todos viéramos la carne que nos vendía.

El tal Julián le preguntó:

  • ¿Y la Jacinta? ¿Está en el pueblo?
  • Las he dejado en la cama, no se dormía ni “pá Dios”, así que ha sido que se ha dormido y he “salio embalao pa ca".

¡Que ya hacía casi dos horas que me había tomado varias jodidas pastillitas y temía que la Jacinta se diera cuenta que  tenía la polla como un madero!

  • Pues ya verá lo que le espera arriba. Todo solomillo de primera, aunque después de haber pasado por mí, y no quiero que se ofenda, no creo que goce tanto en toda su vida. ¡Qué bien que se retorcía, la gorrina!

Don Ramón, haciendo como si riera, respondió:

  • ¡Ja ja ja!. Haré lo que se pueda, haré lo que se pueda.

Yo, que ya había salido del armario y que me encaminaba de puntillas hacia la ventana para huir de la habitación, tuve que esconderme de prisa y corriendo debajo de la cama, viendo que Don Ramón entraba en el dormitorio.

Nada más entrar, exclamó silbando con admiración:

  • ¡Válgame Dios! ¡Que tetas!

Cerró la puerta y, después de dejar su ropa bien doblada sobre la silla, se subió a la cama con mi madre.

Le oí decir:

  • ¡Ostias, ostias, ostia puta! ¡Nunca me había tirado a una tía tan güena, con unos melonazos como los que gasta!

La cama se hundió por el peso del hombre, y enseguida empezó el movimiento y sus sonoros jadeos al follarse a mi madre.

No dejaba de insultarla:

  • ¡Puta, guarra, calientapollas, cerda!

Estuvo así casi media hora.

No sé si descargó, no lo creo, pero de vez en cuando se paraba.

Debía ser para tomar aliento y para sobar las tan admiradas tetas de mi madre.

El hombre ya cansado, se levantó de la cama y se vistió, diciendo muy asustado:

  • ¡Y no se me baja, y no se me baja, y no se me baja, y …”

Abrió la puerta y salió escopetado de la habitación, bajando por las escaleras corriendo y diciendo a Javier que debía estar de guardia:

  • ¡Todo bien, todo bien! ¡Me voy a casa, que la Jacinta se puede despertar!

Aproveche para salir por la ventana y me metí en mi cama, quedándome dormido al instante. La droga también me había hecho efecto.

Entre sueños, me pareció oír a mi madre gimiendo de placer. ¿Se la estarían follando otra vez? Era muy posible, pero yo estaba muy dormido como para ir a verlo, así que me volví a dormir.

Tuve extraños sueños en los que mi madre yacía desnuda en su cama, estando el dormitorio en penumbras, solo iluminado por un montón de velas encendidas, y varias personas desnudas alrededor de la cama, todas con máscaras que les tapaban la cara, y cantando extrañas canciones en latín, como si estuvieran rezando. Llevaban unos largos puñales y apuñalaban una y otra vez a mi madre. Todo lleno de sangre, ríos de sangre brotaban de mi madre que chillaba de dolor y horror, y la sangre se extendía por la cama, cayendo al suelo, inundando toda la habitación.

Me desperté varias veces, pero la droga hacía su efecto, obligándome a dormir al instante, volviendo nuevamente a tener horrorosas pesadillas.

Debieron pasar varias horas, porque ya la luz entraba por la ventana de mi dormitorio.

No se oí ningún ruido en la casa, ni siquiera en el dormitorio de mi madre. Solo el trinar de los pájaros.

Me levanté de la cama, aún adormilado, y, sin hacer ruido, volví a salir por la ventana aproximándome a la de mi madre.

Allí estaba su cama, pero en ella estaban tumbadas tres personas. Estaban totalmente desnudas encima de la cama.

El más próximo a la ventana era un hombre que estaba boca arriba, el de la otra esquina era también un hombre y, en medio ¡estaba mi madre!, tumbada de lado dando la espalda a la ventana.

Los tres parecía que dormían plácidamente, pero de pronto el hombre más próximo a la ventana se agitó.

También la luz del día y los trinos de los pájaros le habían despertado.

Se volteó y se puso de lado pegado a mi madre, y la puso su mano izquierda sobre la teta de ella, sobándola. Después de casi un minuto, bajo su mano a la cadera de mi madre, y de ahí al muslo izquierdo de ella, que lo levantó un poco poniéndolo sobre las piernas del hombre.

Tanteó con su cipote y, ayudado por su mano,  se la metió a mi madre, que dio un respingo.

Comenzó a moverse adelante y atrás, a follársela, adelante y atrás, adelante y atrás.

Sus glúteos y los músculos de sus piernas se movían por el ejercicio que estaba realizando.

La cama no dejaba de crujir, chocando con la pared una y otra vez.

Tanto movimiento y ruido despertó al otro hombre que dormía, que exclamó malhumorado:

  • ¡Coño, otra vez!

Intento volver a coger el sueño, pero al no poder, se volvió hacia mi madre y empezó a sobarla las tetas para continuar lamiéndolas.

Mi madre gemía de placer, pero no abría los ojos ni se movía.

Una vez el hombre hubo terminado, la desmontó, aprovechando el otro para poner a mi madre boca arriba, y colocándose entre sus piernas, se la metió y comenzó también él a follársela.

A pesar de disfrutar de tan placentero espectáculo, el sueño pudo más y volví, como pude, a mi cama, sin que nadie se diera cuenta.

Llevaba tiempo dormido hasta que alguien me despertó agitándome y llamándome.

Me desperté sobresaltado.

Era Merche, la anfitriona, que me decía:

  • Levántate, que ya es muy tarde, y tu madre quiere que vayas a verla.

Me levanté ayudado por Merche, y, tambaleándome por el sueño, me llevó cogido por el brazo fuera de mi dormitorio.

Salimos al pasillo, y llamó a la puerta del dormitorio de mi madre.

Se oían gemidos de mujer al otro lado de la puerta, ¿de mi madre?

Un hombre totalmente desnudo abrió la puerta, con un cipote enorme colgando que una gigantesca morcilla.

Un fuerte olor a esperma salía de la habitación, y ahora sí que se oían muy bien los gemidos de mujer y el ruido de la cama.

Miré y allí estaba mi madre de espaldas a la puerta, botando en la cama, sentada a horcajadas sobre la polla de un hombre.

Se veía perfectamente como la verga entraba y salía de su vagina, una y otra vez, mientras su culo subía y bajaba en cada bote.

Me empujaron por detrás para que avanzara hacia la cama, prácticamente me llevaron en volandas, hasta situarme al lado de mi madre.

Sus enormes tetas brincaban y brincaban, sin perder un ápice su forma redonda y erguida, tiesos sus enormes pezones de color cereza madura.

Tenía las manos sobre su nuca, bajo su cabello, y se retorcía en cada salto para proporcionar un mayor placer.

Sus gemidos me recordaron al de una gata en celo, mientras mantenía sus ojos semicerrados y su lengua sonrosada recorría sus gruesos labios.

El hombre que nos abrió la puerta se tumbó sonriente en la cama, mirando alternativamente la cara de mi madre y sobre todo la mía, mientras una amplia sonrisa recorría su rostro.

En ese momento ella me vio, parándose inmediatamente, y desmontándose, se tumbó de golpe boca arriba sobre la cama entre los dos hombres, mientras se tapaba como podía con una mano sus genitales y con la otra los pezones.

La estampa de mi madre cubriéndose entre dos hombres totalmente desnudos con las vergas tiesas como mástiles, provocó la risa de Merche que estaba a mi lado contemplando conmigo toda la escena.

El hombre al que estaba follando mi madre exclamó:

  • ¡Hey, que no has acabado!

A lo que Merche respondió con rabia:

  • ¡Acábala tú!

Nada más oírlo, el hombre, como movido por resorte, salto sobre mi madre, colocándose encima, pero encontró la resistencia no esperada de mi madre, que forcejeó con él para que no la retirara las manos de su sexo y la volviera a penetrar.

Mientras estaba paralizado viendo como forcejeaban, Merche me bajó el pantalón del pijama, dejando expuesto mi pene erguido a la vista de todo el mundo, y, empujándome, me lo quitó rápidamente por los pies, dejándome totalmente desnudo.

Los hombres comentaron riéndose:

  • ¡Vaya con el nene! ¡Vaya erección que tiene! ¡Se nota que disfruta viendo cómo se follan a su madre!
  • ¡Está deseando tirársela también!

La atención de mi madre se dirigió a mí, por lo que aprovecharon los dos hombres para sujetarla las manos y dejar totalmente expuestas sus tetas y su vulva.

Merche me empujó hacia mi madre, cayendo de cara sobre las tetas de ella, aunque mis manos amortiguaron el impacto.

Noté como me empujaban, tiraba de mí para que me pusiera encima de mi madre.

Mi cara se restregó por sus tetas y noté la dureza también de sus pezones. Estaban completamente húmedas, saboree su sabor mezcla de sudor, saliva y esperma, y me dio asco.

Intenté resistirme pero Merche me empujaba y tiraba fuertemente de mí, frotándome arriba y abajo sobre el cuerpo de mi madre.

Mi pene erecto se restregaba una y otra vez sobre su cuerpo y estaba cada vez más excitado sexualmente.

Oía a mi madre llorar histéricamente.

Merche la chilló amenazadoramente:

  • ¡No te resistas o será tu propio hijo el que te la meta ahora de tu chumino!

Mi madre respondió chillando histéricamente:

  • ¡Llévatelo, llévatelo! ¡Haré todo lo que queráis, todo!

Todos rieron ruidosamente, sobre todo Merche que lloraba de tanto reírse.

Alguien gritó riéndose a carcajadas:

  • ¡Pero si ya te hemos hecho todo lo que podemos hacerte! ¿Qué más podemos hacerte?

Merche me agarró y, tirando de mí, me sacó de encima de mi madre, poniéndome en el suelo.

Uno de los hombres aprovechó la ocasión y colocándose entre las piernas de mi madre, le metió la polla hasta el fondo.

Vi la cara empapada en lágrimas que puso mi madre y como rehuyó mi mirada, mientras se la follaban. Era de una enorme tristeza sin ningún asomo de esperanza, pero enseguida el placer que sentía la cambió la cara por una de vicio.

Sus tetas se bamboleaban descontroladamente adelante y atrás, adelante y atrás, ante el empuje furioso del hombre que se la estaba tirando.

Noté como tiraban con fuerza de mí, sacándome de la habitación al pasillo. Era Merche que, con una fuerza enorme, me arrastraba hacia mi habitación.

Me tiró violentamente encima de mi cama deshecha, y cerró la puerta de un portazo.

Desde la cama vi la cara exultante de la mujer, era el de una bestia que había atrapado a su presa, y me produjo un auténtico pánico que me dejo inmovilizado sobre la cama.

Se quitó rápidamente la camiseta que llevaba y la dejó caer al suelo.

Llevaba un pequeño sostén blanco que enseguida se quitó, dejando al descubierto unas peras blancas con pezones puntiagudos que apuntaban hacia mí.

También el sostén fue al suelo.

Se bajó de un tirón el pantalón vaquero y las bragas, dejando todo arrugado sobre sus zapatillas en el suelo.

Una buena mata de pelo enmarañado la salía de entre las piernas, permitiendo ver los labios mayores que, en ese momento, me parecieron las fauces de una fiera.

Se lanzó sobre la cama, donde estaba yo paralizado de terror, sentándose a horcajadas encima de mí, impidiendo que pudiera mover mis brazos.

Me miró ferozmente y con detenimiento mi pene erecto, y  temí que fuera a arrancármelo allí mismo.

Me dijo con una voz profunda.

  • No quería que la puta de tu madre pudiera disfrutar la primera de tu polla. Tenía que ser antes mía.

Me cogió el pene y lo dirigió dentro de su vagina.

Noté como entraba, y, poco a poco, Merche empezó a subir y bajar, a subir y bajar.

Mis brazos, libres de su peso, me hicieron dudar que hacer.

Ella era mucho más fuerte que yo, y no quería que me hiciera daño. Además había hombres en la casa que no dudarían en agredirme si fuera necesario.

Intenté no sufrir daño, mientras veía como la mujer subía y bajaba, una y otra vez, despacio al principio, cada vez más rápido.

Sus tetas se balanceaban en cada movimiento y, bajando la cabeza, podía ver como mi pene aparecía y desaparecía dentro de su vagina, en medio de una oscura mata de pelo ensortijado.

Mis manos se dirigieron a sus caderas, donde se posaron para controlar en lo posible sus movimientos y que no me provocaran dolor, aunque enseguida pude disfrutar también del suave tacto de sus caderas, estaban calientes.

Se oían desde la otra habitación los chillidos de placer de mi madre, fuertes y claros. ¿Qué la estarían haciendo ahora? o ¿estaba haciendo teatro para que no nos hicieran más daño?

Merche no paraba de mirarme con una expresión fiera que daba miedo. Cada vez se movía cada vez con mayor rapidez arriba y abajo.

Noté que algo me subía desde dentro y explotó fuera, dentro de las entrañas de Merche.

Había tenido un orgasmo, pero más que placer, me produjo desasosiego, ¿y ahora qué?

En ese momento la mujer dejó de moverse con mi polla dentro, y, descabalgándome, me miró con repugnancia y me dijo:

  • La tienes demasiado pequeña, nene. Yo acostumbro a filetes mucho más grandes y sabrosos.

Y, moviéndose, se puso sobre mi cara, con su coño caliente y chorreando de sudor y de mi esperma sobre mi boca, diciéndome de forma autoritaria:

  • ¡Chúpame la almeja, venga, chúpamela!

El coño tenía un fuerte olor a pescado podrido, pero el miedo venció al asco que sentía, y empecé a lamer.

¡Era repugnante!

Un par de tímidos lametones no eran suficientes para ella, por lo que se sentó con rabia sobre mi cara, impidiéndome respirar.

Me entró un ataque de pánico provocado por la sensación de ahogo y claustrofobia.

Patee y me agité asustado, gritando como pude, hasta que la mujer se levantó lo suficiente para darme un par de fuertes bofetadas en la cara, gritándome:

  • ¡O me la chupas como si fuera el más rico helado que has probado o mueres asfixiado! ¡Tú elijes!

Y se volvió a sentar sobre mi cara, pero esta vez sin presionar, por lo que me puse otra vez a la tarea de limpiarla bien los bajos, pero esta vez con energía, con tanta energía que provocó un gemido de dolor en la mujer, que, levantándose otra vez, me amenazó:

  • ¿Quieres que te arranque esa polla enana que tienes entre las piernas? ¿no? Te he dicho que me lamas el chocho como si fuera un rico helado, sin prisa pero sin pausa, degustando con placer su sabor. ¿Entiendes? Pues venga, tu última oportunidad, hijo de puta.

Esta vez sí que lamí y lamí, dando largos chupetones a todo el coño, arriba y abajo, notando como se hinchaba y soltaba incluso un olor más apestoso, mientras su dueña empezó a gemir y gemir, cada vez con más fuerza.

¡Esta vez lo estaba haciendo bien!

Tenía la boca, tanto por dentro como por fuera, llena de pelos, sudor y de mi propio esperma, lo que me hizo temer que moriría si me tragaba la bola que estaba masticando.

Me dolía la lengua, la mandíbula e incluso el cuello de tanto lamer y lamer, pero no debía parar, o la mujer cumpliría su amenaza.

Cuando la lengua ya no me respondía y, desesperadamente, hacía extraños movimientos circulares, se produjo un espasmo muscular acompañado por un chillido agudo que  significó que al fin había finalizado.

Como seguía todavía agitando la lengua, me chilló para que parara, y así lo hice.

Estuvo casi un minuto sentada sobre mi cara sin moverse.

De pronto un chorro de líquido caliente a presión se descargó sobre mi cara, era como si hubieran abierto una manguera.

¡Me estaba meando en la cara!

La boca se me llenó de su meado, e incluso me trague bastante, obligándome a toser desgarradoramente para no asfixiarme.

Se levantó de un salto, riéndose a carcajadas, viendo como me deshacía en arcadas, escupiendo y tosiendo, casi vomitando.

Cogió su ropa del suelo y salió del dormitorio, cerrando la puerta detrás de ella, no sin antes decirme que me lavara y vistiera, que mi padre estaba a punto de llegar.

Me levanté como pude, casi ni veía por la cantidad de todo tipo de líquidos que chorreaba por mi cara.

Tenía algo pastoso que se pegaba como si fuera gelatina, por lo que ahogando una arcada, salí corriendo totalmente desnudo al pasillo y me dirigí hacia el baño.

No veía si la puerta del dormitorio de mi madre estaba abierta o cerrada, pero por el ruido que salía de ella, supuse que estaba cerrada. ¡Todavía estaban trabajando a mi madre!

Lo primero que hice al llegar al baño, fue lanzarme al inodoro y vomitar dentro, como si quisiera arrancar de mis entrañas todo lo que había tragado, todo lo que había sufrido.

Ya recuperado en lo posible y duchado, con la toalla anudada a mi cintura, cubriéndome mis vergüenzas, me dirigí a mi habitación.

No se oían ruidos en el dormitorio de mi madre, pero no me atreví a abrir la puerta por lo que me dirigí nuevamente a mi habitación, donde me cambié, y sentado en la cama, esperé temeroso nuevos acontecimientos.

Después de más de una hora, cuando estaba medio adormilado tumbado en la esquina menos sucia de mi cama, Merche abrió la puerta y me dijo que mi padre acababa de llegar para recogernos por lo que fuera bajando ya.

Eso hice. Allí estaba el coche de mi padre y él, apoyado en el capó, hablaba animadamente con Merche mientras mi madre estaba sentada en el asiento del copiloto, cabizbaja y con la mirada fija en el vacío, sin decir nada.

La despedida fue rápida, y el coche arrancó, con nosotros tres dentro.

En la salida del pueblo un grupo de personas nos estaba esperando para despedirse de nosotros.

Entre los que estaban, reconocí a “el Rober”, a Archi, a Berto, a María y a varios a los que bien vi como se habían beneficiado de mi madre.

Agitaron unos pañuelos para despedirse de nosotros, pero ¡no eran pañuelos!, ¡eran los tangas de mi madre!

Se los habían quitado y ahora nos despedían agitándolos.

Mi madre también se dio cuenta de lo que agitaban, y mirándolos con ojos llenos de miedo, empezó a llorar copiosamente.

Mi padre, viendo como lloraba, la dijo, como para animarla:

  • No tengas pena, que ya volveremos más días con nuestros amigos y ya verás lo bien que nos lo pasamos con ellos.

Y mi madre lloró aún más, y yo con ella.

En la salida del pueblo nos cruzamos con dos hombres que iban a caballo, y que nos miraron detenidamente, fijñandose especialmente en mi madre.

Cada uno de ellos tenía anudado a su cuello una tela roja. ¡Era el tanga y el sostén rojo que habían quitado a mi madre en el bosque! ¡Debían ser dos de los hijos del hombre que la había violado en la orilla del lago!

Fueron unos días realmente inolvidables, pero en ese momento solo pensar en volver a repetir la experiencia, me produjo un ataque de ansiedad.