Violada en las fiestas del pueblo 3: Sirena
Mi madre encuentra dentro del bosque una hermosa laguna, donde sucumbe a la tentación de disfrutar nadando desnuda en sus aguas cristalinas, pero nos esperan nuevas sorpresas.
Después de la experiencia que acababa de vivir mi madre en el bosque al ser follada, inicialmente contra su voluntad, y de la que yo había disfrutado tanto como espectador de primerísima fila, me encaminé hacia el pueblo, siguiendo el mismo camino que había tomado ella.
Ya era hora de comer por lo que lo más lógico era que se dirigiera a la casa donde nos hospedábamos con el fin de comer.
A lo lejos entre los árboles, distinguí el vestido de color rojo chillón que llevaba puesto mi madre. Era como un faro al que seguir o, para muchos del pueblo, una diana a la que atinar.
Se había salido del camino principal, y se metía por terrenos para mí desconocidos.
La seguí con la curiosidad de saber hacia dónde iba, por lo que aligeré el paso, más bien corría para no perderla, pero sin que supiera que la estaba siguiendo.
Me metí entre los árboles sin verla, viendo una cuesta que desembocaba en un riachuelo, rodeado de árboles.
A más de cincuenta metros se encontraba mi madre dándome la espalda, caminando por la orilla del riachuelo, para desaparecer por un recodo.
La seguí trotando para no perderla de vista, pero no por la orilla, sino más arriba, entre los árboles.
La volví a ver, a unos quince metros de mí, en la orilla de una pequeña laguna, dándome la espalda.
Se agachó, metió sus manos debajo de la falda y se bajó el tanga rojo, quitándoselo por los pies.
Lo miró y, poniéndose en cuclillas, lo metió en el agua, agitándolo dentro y quitando con los dedos algo que tenía pegado en él.
Estaba descalza. Había dejado sus manoletinas en el suelo, a más de un metro de la orilla, encima de una piedra para que no se mojaran.
Se puso de rodillas en la orilla y, echándose un poco para adelante, continuó restregando el tanga debajo del agua.
Quería quitar lo que tenía pegado, que debían ser restos de tierra e incluso el esperma producto del polvazo que la habían echado.
La visión de la planta de sus pies descalzos me excitó, eran tan hermosos. El último lugar que muchas veces se ve de una mujer, normalmente solamente cuando está tumbada y, si es en la cama, uno no repara en ellas.
¡De pronto, me fije en sus nalgas!
El vestido era tan corto que, al agacharse, se le había subido por detrás enseñándolas.
Eran tan redondas, tan macizas, tan hermosas, que la polla se me volvió a poner en un instante erecta y dura.
La vi la marca blanca del bikini, y en medio, entre unos cachetes macizos, la raja del culo, hermosa como una alegre sonrisa vertical.
El movimiento de sus glúteos me dejó maravillado, como se contraían y estiraban, una y otra vez, por el movimiento que imprimía a su cuerpo al restregar su tanga.
Se echó más para adelante, apoyando sus codos en la orilla, para limpiar con detalle su tanga, lo que me permitió tener una maravillosa panorámica de sus nalgas, y, debajo de ellas, su vulva, hinchada, jugosa, que, como dijo el hombre-lobo, era como un apetitoso higo maduro, dulce, listo para ser comido.
Su culo en pompa parecía una invitación a entrar, a penetrarlo.
Más allá, los labios de su vulva me sonreían, y la entrada a su vagina, todavía abierta, invitaba a acercarse y penetrarla.
En un ágil movimiento se incorporó, y se puso rápidamente en pie, sin darse la vuelta.
Llevaba el tanga rojo en la mano, y lo colocó extendido sobre un arbusto de hojas frondosas para que se secara.
Echó una ojeada rápida hacia los lados de la laguna, por lo que me agazapé detrás de un tronco de árbol, antes de que también echara un vistazo hacia donde yo estaba.
Dándome la espalda, se apartó un paso hacia atrás, se puso en cuclillas, remangándose el vestido, lo que me permitió volver a disfrutar de la vista de sus nalgas, y comenzó a orinar.
Observé desde mi posición como expulsaba un chorro de líquido al suelo y el ruido que hacía al salir a presión.
Estuvo así un buen rato. Tanto polvazo la había dejado unas buenas ganas de mear.
Apuró las últimas gotas y se levantó, sin soltarse el vestido, acercándose otra vez a la orilla.
Se agachó, metiendo su mano libre en el agua y, cogiendo un poco, se la llevó a su entrepierna, soltándolo allí. Repitió la operación varias veces, también por la parte interior de sus muslos, con objeto de limpiarse, sobre todo, del esperma que el hombre-lobo la había depositado allí.
No le parecía suficiente la limpieza que se estaba haciendo, así que, en un momento, se levantó el vestido y se lo sacó por la cabeza, girándose un poco, lo que me permitió disfrutar de la visión de un minúsculo sostén de color rojo chillón que, más que ocultar sus enormes pechos, los realzaba.
Sus enormes tetazas rebosaban el sostén, estando sus pezones a punto de salir por encima.
Una fina franja de pelo castaño y rizado medio ocultaba su vulva, permitiendo vislumbrar sus labios e incluso la entrada a su vagina.
Observó el vestido que se acababa de quitar, buscando muy posiblemente manchas de esperma,
Se volvió otra vez a poner de rodillas en la orilla y limpió con agua alguna mancha del vestido, aunque sin sumergirlo en la laguna.
Ahora lo que vi fue su culo respingón, totalmente expuesto a mis miradas, desnudo y sabroso como si fuera un dulce y jugoso melocotón.
Ahora sí que aprecié las contracciones que hacían sus firmes glúteos, ya sin adornos que me distrajeran.
De la misma forma que antes, mi madre se levantó, y puso su vestido extendido sobre otras plantas.
Ahora le tocaba el turno a su sostén, que se lo quitó, lo limpió en la laguna, sin sumergirlo, y lo puso a secar.
Ahora le tocaba el turno a ella, por lo que se metió poco a poco en el agua, que no debía estar precisamente fría, al darla el sol.
Al menos le vino bien para bajar la inflamación de su vulva que tanta fricción había sufrido, y para enfriar el furor uterino que posiblemente sintiera.
Una vez dentro, camino más de un metro para ponerse a nadar sosegadamente por las tranquilas aguas.
Por donde estaba no era nada profunda, ya que se puso de pie y la cubría un poco por debajo de las tetas.
Estuvo así un buen rato, meciéndose tranquilamente en las aguas cristalinas que permitían disfrutar también de la visión de su cuerpo desnudo, de sus tetazas, de su culo, de su vulva y de sus piernas, que de vez en cuando las sacaba perezosamente del agua, estirándolas.
Todo era tan tranquilo y reposado que, incluso yo estaba adormilado, pero ¡de pronto aparecieron, caminando por la orilla, varias personas!
¡Eran tres del grupo que anoche disfrutaron de mi madre! ¡La mujer y dos de los hombres que la violaron!
¡La arpía de Merche seguro que les avisó también para que fueran a follársela!
Mi madre se agitó dentro del agua, pero no se movió de donde estaba, confiando quizá que pasaran de largo, sin darse cuenta de su presencia.
Bien que se dieron cuenta, parándose en la orilla del río a la altura de mi madre, uno de ellos, en tono alegre e informal, la dijo:
- ¡Hola! ¡Ya veo que estás disfrutando del agua! ¿Qué tal está?
Mi madre tardó un poco en contestarle, pero al fin le dijo bastante cortada.
- Muy buena, algo fresca pero se agradece con el calor que hace. Además como todo esto es tan hermoso, he aprovechado para refrescarme un poco.
El hombre dijo en voz baja:
- Tú sí que estás muy buena.
Pero la respondió en voz más alta a mi madre.
- ¡Muy buena idea!. Disfruta del agua.
Él continúo en voz más baja:
- Qué nosotros bien que vamos a disfrutar de ti.
Y después de una pausa, continuó.
- Ya veo que te has quitado toda la ropa, y que te has metido en cueros en el agua.
El otro la preguntó:
- ¿Y los otros?
Me pareció que mi madre tragaba saliva del miedo que tenía, para decir sin mucha convicción:
- Vienen de camino. Deben estar punto de llegar.
Después de unos pocos segundos, el hombre, sonriendo, comentó en voz baja.
- Eso quisieran ellos.
El otro hombre se acercó donde estaban las ropas de mi madre, y cogió el tanga rojo con una mano y con la otra el sostén, extendiéndolos y, después de observarlos con detenimiento durante unos instantes, silbó de admiración, comentando:
- ¡Lo que daría por verla con esto puesto!
Para mirar a continuación a mi madre y comentar:
- Aunque mejor como está ahora.
La mujer tenía en sus manos el vestido rojo de mi madre y, extendiéndolo con las dos manos, también lo analizó durante un momento, para mirar a mi madre, comentándola asombrada:
- ¡Joder, tía! ¡qué guay! ¿Qué te sientes al ir con esto puesto?
Como mi madre no respondía, continuó:
- Seguro que sientes cómo te desnudan todas las miradas, recorren todo tu cuerpo y te follan por todas partes.
El hablador comenzó a quitarse la ropa.
Mi madre chilló asustada:
- Pero ¿qué haces?
- Sí que hace calor, sí. Yo también necesito refrescarme.
Los otros dos, sin decir una palabra, también comenzaron a desnudarse, mientras mi madre los miraba con una inquietud creciente, pero sin saber qué hacer.
El primero que se quedó completamente desnudo fue el hablador, que se empezó a meter en el agua para, a continuación, ponerse a nadar a braza hacia donde estaba ella.
Mi madre, aterrada, se echó un poco para atrás, viendo cómo se aproximaba.
Él hablador se detuvo a medio metro de mi madre, que se cubrió los pechos con los brazos.
La comentó sonriendo:
- Sí que estás buena, sí.
Mi madre sorprendida le dijo espantada:
- ¿Cómo?
- ¡Que el agua está muy buena!
Los otros dos, ya desnudos, se metieron poco a poco en el río.
Me fijé en el cuerpo de la mujer. De algo menos de un metro sesenta, con buen cuerpo, aunque algo blando para mi gusto, de piel blanca, con un culo y unas tetas grandes, nada caídas, a pesar de tener unos treinta y tantos años, y con una buena mata de pelo negro entre sus piernas.
Nadaban ya hacia mi madre, que estaba mirando cómo se aproximaban, y se detuvieron, a menos de un metro de ella, muy sonrientes.
La mujer la comentó:
- ¡Es super –super excitante la sensación que se siente estando desnuda aquí, dentro del agua! ¡Como el agua se mete por todos tus agujeros, es como si te estuviera jodiendo! ¿No piensas lo mismo?
El hombre que estaba más próximo a ella, riéndose, dijo imitando el tono de la mujer:
- ¡Lo que es super-super es estar al lado una tía buena en pelotas a la que vas a meter mano y follarla!
Y la mujer lanzó un grito de sorpresa. ¡La había metido mano debajo del agua!
El individuo la dijo:
- ¡Venga, nena, que te encanta!
Y la volvió a meter mano bajo el agua.
La mujer jadeó, y sin moverse, disfrutó, con la cara encendida y mordiéndose los labios, del placer que la estaban dando.
Mi madre la miraba con una cara, entre sorprendida y avergonzada, sin decir nada, hasta que, de pronto, también lanzó un chillido de sorpresa, dando un brinco, y se agitó dentro del agua, volviéndose, con cara asustada hacia el hablador que se había colocado un poco detrás de ella.
¡Ahora era a ella a la que habían metiendo mano!
Pero el hablador ya la había dado la espalda, y nadaba alejándose.
Mi madre, resentida, le siguió con la vista, por si se acercaba.
La mujer se dirigió a mi madre:
- ¿Es la primera vez que vienes al pueblo?, ¿verdad?
Mi madre, la miró brevemente, para responder, pero la mujer, muy parlanchina, la volvió a decir:
- Pues toda la pandilla está encantada contigo, sobre todo los chicos, que se lo pasaron anoche muy bien contigo.
En ese momento pensé:
- ¡Lógico!, ¡si todos se la han pasado por la piedra!
La mujer siguió hablando:
- No me interpretes mal. También a mí me ha encantado conocerte, y Merche estaba muy, pero que muy, ilusionada de que vinieras. Lo tenía todo planeado.
La mujer ya no paraba, un chorro de palabras salía despedido de su boca.
- Merche nos habló mucho de ti y de lo mucho que íbamos a disfrutar contigo.
Y la verdad, es que ha sido incluso muchísimo mejor de lo que esperábamos.
Pero todavía tenemos tiempo para pasarlo bien, ya que, hasta mañana no vuelve tu marido para llevaros a la capital.
¡Van a ser dos días que no vas a olvidar en toda tu vida!
Mientras la mujer no paraba de hablar, el hombre más callado no dejaba de mirar las tetas y el conejo a mi madre, ya que, aunque se cubría con las manos y brazos los melones, no los abarcaba lo suficiente.
Además el agua al estar tan limpia y cristalina, permitía transparentar todo, se podían ver hasta los pies, así que con mayor razón la vulva, que no la cubría mi madre con nada, pensando que no se veía.
El hombre más hablador ya había vuelto y estaba a menos de un metro detrás de mi madre, que se había despistado por la cháchara de la mujer, mirándola el culo, para sumergirse a continuación.
La mujer continuaba hablando sin parar, y ahora comentaba con un tono más agresivo:
- Me ha dicho un ratoncito que eres un poco demasiado frígida, que follas poco y mal, y siempre poniendo excusas, que si me duele la cabeza, que si tengo la regla, que si tu familia ha dicho, que si el trabajo ha sido desastroso, que si el niño no estudia, y blablabla.
Mi madre estaba estupefacta por lo que estaba oyendo, pero la mujer no paraba.
- Además no te gusta probar cosas nuevas. Siempre en la cama el sábado por la noche el misionero y rapidito, que hay que dormirse porque mañana hay que trabajar, que si hay que llamar al fontanero, que si blablabla.
Y de la chupar pollas nada de nada, que te dan arcadas y que es una guarrería.
Sobre lo que te coman el chumino, pues más de lo mismo, que a saber lo que has comido y bebido.
Y no digamos ya lo de hacerlo con otra persona que no sea tu maridito, que si es una aberración, que si se cogen enfermedades.
En suma, que eres una sosa y una aburrida, y que si no haces todo lo que tu maridito quiere, tu maridito se buscará otra que si lo haga.
Mi madre la miraba, asustada, sin atreverse a decir esta boca es mía.
Hasta que la mujer la preguntó:
- Y yo me pregunto: ¿Quién te ha comprado este vestido rojo chillón tan mono que con tanta alegría llevabas hoy puesto?
Mi madre mecánicamente respondió con un hilillo de voz:
- Mi marido.
A lo que la mujer chilló:
- Pues eso mismo, tu maridito. Y ¿para qué crees que te lo compró?
Ante el silencio de mi madre, respondió chillando.
- ¡Para follar!
O más bien ¡para que te follen, para excitar a los hombres e incitarles a que te arranquen el vestido a tirones y que te follen por todos tus agujeros hasta reventar!
Pues bien, ahora no llevas ni siquiera el vestidito de calentorra, así que estás más que preparada para que te echen unos buenos polvos.
En eso, el hombre más callado sacó la cabeza del agua, tosiendo y escupiendo agua que se había tragado, ya que se había sumergido para ver mejor a mi madre debajo del agua.
Entre tos y tos chilló, como pudo:
- ¡Joder, el Archi siempre dura más!
Mi madre perpleja preguntó:
- ¿Archi?
Y de improviso salió de debajo del agua disparada hacia arriba, salpicando agua en todas las direcciones.
¡Estaba montada a horcajadas sobre los hombros del hablador, que se había metido entre sus piernas y al levantarse la sacó del agua y la expuso a la vista de todos!
Berto, con la boca abierta de par en par, dijo asombrado:
- ¡Vaya cacho tetazas!
La mujer entonces la dijo, riéndose:
- ¡Este es Archi, yo soy María y el que falta es Berto! Te lo digo por si no nos recuerdas, pero ayer bien que nos presentaron.
Ahora sí que se veían bien las tetazas de mi madre, como dos melones maduros, macizos y, por supuesto, bien levantados. Eso sí, chorreando agua, pero dejando ver unos pezones como pitones que emergían de unos aureolas prácticamente negras como el carbón.
Mi madre estaba atónita, paralizada, no se lo esperaba ni sabía qué hacer, pero Archi, el hombre hablador, estaba exultante, sonriendo, y la dijo entre risas:
- ¡Pero qué poco pesas para tener unos melonazos tan enormes! ¡Debes tener todo el peso acumulado ahí!
Aunque eso sí, estás bien mojada, chorreando, y no creo que sea solamente agua.
Mi madre se tapó como pudo las tetas con un brazo, mientras que con el otro se sujetaba a la cabeza de Archi.
Berto, el más silencioso, sonreía exultante, de oreja a oreja, sin perder detalle de las tetas de mi madre. Parecía que sus ojos iban a salirse de las órbitas.
Archi dio un salto y las tetas de mi madre botaron, a lo que Berto exclamó:
- ¡Pero como la botan los melonazos!
Más animado, Archi empezó a saltar a saltar y saltar, y mi madre, muy asustada, dejó de taparse las tetas con las manos para agarrarse con las dos manos a la cabeza del hombre.
Sus tetazas botaban y botaban como balones de baloncesto, ante la maravillada mirada de los otros dos.
Salto a salto, el grupo estaba más cerca de la orilla, donde a los hombres ya les cubría por debajo de los genitales.
Parecía un grupo de caníbales de alguna selva perdida, danzando con las vergas duras y tiesas como lanzas, apuntando al explorador, que en este caso era mi madre, ansiosos de penetrarla y de comérsela sin dejar de ella ni las tetas, digo los huesos.
Me recordó a las películas de Tarzán en las que mi madre sería Jane, pero estaba seguro que si viniera Tarzán a rescatarla, lo primero que haría al salvarla, sería follarla, bien follada, y luego Chita, los monos, los elefantes, los leones y toda la fauna y flora del lugar.
Mi madre estaba encogida, agarrándose como podía, aunque su posición me recordaba de cierta forma a cuando estaba antes meando, y me vino a la cabeza el pensamiento de que posiblemente no estuviera a punto de mear sino de correrse, de correrse sobre la cabeza de Archi.
Las tetas de mi madre botaban descontroladas ante los saltos del semental que montaba.
Pero lo mejor era su cara, intentando contenerse, como también se dio cuenta María que chilló, señalando a mi madre:
- ¡Mirad, mirad, se va a correr la muy putorra!
Y así hizo, en medio de un muy mal disimulado, pero espontáneo, chillido de placer, descargó sobre la cabeza de su montura.
Todos se rieron, menos mi madre que guardaba silencio, entre el placer y la vergüenza que tenía.
Berto exclamó, dirigiéndose a Archi:
- ¿Qué tienes, tío? ¿una polla en la nuca, cabrón?
Exclamando ansioso, a continuación:
- ¡Pásamela, pásamela!
Archi subió sus brazos y, poniendo sus manos debajo del culo de mi madre, la levantó, colocándola sobre los hombros del otro, con la vulva sobre su cara, y diciéndole:
- ¡Cómetela ahora, joputa!
Berto la sujetó por las cachas y comenzó a comerse su coño.
Mi madre, chilló de placer, intentando despegarse.
Tanto forcejeó, entre grititos de placer, que logró separarse, y deslizándose poco a poco por el pecho del hombre, que la sujetaba por las nalgas, fue bajando hasta la verga donde se apoyó un instante.
María utilizó su mano para dirigir la polla hacia la entrada a la vagina de mi madre, que, notando que entraba, chilló angustiada:
- ¡No, no, no, no!
Y se sujetó en los hombros del hombre, intentando trepar desesperadamente por su cuerpo para que no se la metiera.
Archi se acercó rápidamente y, apoyando sus manos sobre las tetas de mi madre, tiró de ella, obligándola a tumbarse boca arriba sobre su pecho.
Forcejeó como una leona, chillando, retorciéndose e impidiendo el acceso a su vagina, con la polla de Berto intentando profundizar, hasta que María la pegó dos fuertes bofetones en la cara, gritándola:
- ¡Estate quieta o lo que vamos a meterte por el coño y por el culo van a ser dos enormes ramas de árbol que te van a desgarrar de arriba abajo! ¡Entonces ya verás cómo chillas y te retuerces, puta!
Ese momento aprovechó Berto para metérsela hasta el fondo, a lo que mi madre jadeó ruidosamente por la sorpresa, para a continuación chillar de forma desgarradora:
- ¡Noooooooooooooooooooooooooooo!
Se agitó, y se retorció, pero la verga ya estaba dentro, bombeando con fuerza, y mi madre, pasados unos instantes, dejó ya de luchar, resignada al polvo que la estaba echando.
Archi manteniéndola boca arriba, la bajó, sujetándola por debajo de su pene, mientras María aprovechó para sobarla las tetas, para amasarlas, bajando sus labios a sus pezones, lamiéndolos como una posesa, mientras a pocos centímetros por encima de la cara de mi madre estaba el rabo de Archi, enorme, tieso, erguido, surcado de venas azules, esperando su turno para follársela.
Pasaron unos pocos segundos para que Berto descargara dentro de la vagina, resoplando con fuerza, y después de unos segundos, sacársela, y dejar caer las piernas de mi madre al suelo.
Archi la colocó de pie, de espadas a él, y colocando nuevamente sus manos sobre las tetas de mi madre, comenzó nuevamente a amasarlas, susurrándola algo al oído, para a continuación besarla la nuca.
Ante la pasividad de mi madre, las caricias de Archi eran cada vez más insistentes, alternando lametones, besos y mordisquitos en la oreja y en el cuello.
Su verga enorme se apoyaba totalmente tiesa y dura sobre los glúteos de mi madre.
Las manos de María se metieron entre las piernas de mi madre, sobándola la vulva, pero la tenía dolorida, por lo que tuvo que acariciarla más lentamente, poco a poco al principio.
Grandes lagrimones descendían por las mejillas de mi madre, mientras la sobaban, y, haciendo pucheros, intentaba reprimir a duras penas un mayor llanto.
Poco a poco, ante la persistencia de las caricias, mi madre dejó de llorar y empezó a gemir, a gemir de placer.
Archi la volteó, poniéndola de frente a él, y agarrándola con fuerza por los glúteos, la pegó a su cuerpo, besándola apasionadamente en la boca.
Ante mi sorpresa, me pareció que mi madre respondía a los besos, tímidamente al principio.
La mano de María volvió a meterse entre las piernas de mi madre, ahora por detrás, comenzando otra vez a sobarla la vulva.
La cara de Archi descendió a las tetas de mi madre, besándolas, lamiéndolas y mordisqueándolas, ante los gemidos de ella.
Después de unos segundos, la levantó por los glúteos y, con la ayuda de María, se colocó entre sus piernas y se la metió.
Berto vino esta vez en ayuda de su amigo, sujetando a mi madre también por los glúteos, para facilitar los movimientos del mete-saca.
Mi madre gimiendo estaba aprisionada como en un sándwich, entre los dos hombres, que se la follaban.
No pasaron más de dos minutos, cuando también Archi descargó, desmontándola.
Tranquilamente se limpiaron las manos y los penes con el agua de la laguna, mientras mi madre, con la cabeza solamente asomando del agua, poco a poco se fue alejando de ellos.
Una vez limpios, los tres salieron del agua, echando una larga mirada a mi madre.
María la dijo:
- Nos volveremos a ver antes de que te marches. ¡Nos gustas mucho!.
Y se marcharon en dirección al pueblo, dejando a mi madre en la laguna.
No habían pasado más de quince minutos, en los que mi madre no se había movido del agua, cuando se oyó el ruido de los cascos de un caballo, y así, como por arte de magia, apareció de pronto en la parte del río donde estábamos nosotros, a unos quince metros de donde yo estaba, entre los árboles, un caballo blanco montado por un hombre con un gorra gris con visera.
Mi madre se agitó dentro del agua, pero no se movió de donde estaba, confiando quizá que el jinete pasara de largo, sin darse cuenta de su presencia.
Pero no fue así.
Bien que se dio cuenta, parándose en la orilla del río a la altura de mi madre la habló en voz alta y grave, con acento bastante asilvestrado, diciéndola:
- ¡Qué! ¡dándose un bañito!, ¡no?
Mi madre dudó en contestarle, pero al fin le dijo con voz tímida.
- Sí.
- Pues hace muy bien.
Y después de una pausa, el jinete continuó.
- ¡Qué! ¿ha venido, sola?
Me pareció que mi madre tragaba saliva del miedo que tenía, para decir sin mucha convicción:
- ¡No, no!, ¡qué va! ¡si estamos muchos por aquí! ¡y van a venir más! ¡sobre todo hombres, muchos hombres!
Después de unos pocos segundos, el hombre respondió con un tono distinto.
- ¡Ya veo, ya!
Y se bajó del caballo, acercándose a donde estaban las ropas de mi madre, donde cogió el tanga rojo con una mano y con la otra el sostén, observándolas con detenimiento.
Luego cogió el vestido y extendiéndolo con las dos manos, también lo analizó durante unos segundos, sin decir nada, para mirar a continuación a mi madre.
Cogiendo el calzado de ella, y con toda su ropa en las manos se dirigió con grandes zancadas hacia su caballo.
Mi madre se agitó en el agua y le chilló angustiada:
- ¿Dónde va? ¡Esa ropa es mía! ¡No se la puede llevar!
Añadiendo en un tono muy bajo, suplicante, que casi no se podía oír.
- ¡Por favor!
Y ahogó un sollozo.
El hombre puso la ropa dentro de una cesta que había en la silla del caballo, y volviéndose hacia mi madre la dijo:
- ¡No voy a llevármela, pero si la quieres, tienes que venir a por ella!
Y se acercó a la orilla del río, lo que hizo que mi madre se echara hacia atrás.
El hombre se sentó en un tronco de árbol y la dijo:
- No tengo ninguna prisa.
Y se puso a liar tranquilamente un cigarrillo, para fumárselo a continuación.
Mi madre no se movió de donde estaba, sin decir nada. De vez en cuando miraba hacia otra parte, pero sin perder de vista al hombre que la esperaba sentado.
Las otras orilla estaban muy alejadas, con mucha vegetación, por lo era casi imposible que mi madre pudiera salir por allí, así que solamente podría salir por donde había entrado, por donde estaba ahora el hombre esperándola.
Después de unos diez minutos, mi madre le dijo con voz tímida.
- ¡Mis amigos están a punto de llegar! ¡Y no les va a gustar que se haya quedado con mi ropa!
El hombre la dijo tranquilamente, casi sin mirarla.
- No me he quedado con tu ropa, pero ya te he dicho que si la quieres tienes que venir a por ella.
Mi madre se quejó débilmente, pero el hombre ya no dijo nada, espero en silencio, fumándose tranquilamente el pitillo.
Después de unos minutos en los que ninguno dijo nada, mi madre le preguntó:
- ¿Por qué quiere que salga del agua?
El hombre la respondió entre dientes:
- ¡Tú sal!
Mi madre le chilló angustiada.
- ¡No crea que estoy desnuda! ¡Llevo un bañador que me he puesto para meterme en el agua!
El individuo siguió en silencio, sin mirarla, por lo que mi madre continuó:
- ¡Y además llevó un cuchillo! ¡Lo manejo muy bien y si se acerca a mí se lo clavaré!
El hombre se levantó, iracundo, mascullando algo entre dientes, y se dirigió rápido a su caballo.
Mi madre le chilló angustiada:
- ¿A dónde va? ¡Devuélvame mi ropa!
El tipo llegó a su caballo y cogió algo, dándose la vuelta con ello, se encaminó rápido hacia donde estaba antes.
¡Era una escopeta de caza!
Y, apuntando con el arma a mi madre, la gritó de forma amenazante.
- ¡Ya me he cansado de escucharte! ¡Así que sales o te mato ahora mismo!
Disparó un tiro que levantó agua a pocos metros de donde estaba mi madre. ¡Sonó como un petardo gigante!
¡Pegué un brinco en mi escondite! ¡Estaba conmocionado! ¡Y mi madre no estaba precisamente mejor!
Tras un brevísimo instante de vacilación, mi madre se puso a nadar rápidamente hacia la orilla donde estaba el tipo, chillándole histérica:
- ¡Ya salgo, ya salgo! ¡No dispare, no dispare, por favor!
Salió del agua rápidamente, con su pelo chorreando y sus tetas enormes botando.
Una vez fuera del agua, en la orilla, se cubrió como pudo con las manos tanto las tetazas como la vagina.
Me recordó un cuadro de Botticelli, “El nacimiento de Venus”, aunque en la actual situación el título debería ser “La violación de Venus”, o al menos así me pareció a mí en ese momento.
El tipo, sin dejar de apuntarla, la dijo que levantara las manos y las pusiera detrás de la cabeza.
Así lo hizo, descubriendo sus enormes tetazas, erguidas y redondas, con pezones duros y oscuros, así como la fina franja de vello púbico que tenía entre sus piernas.
Con cara inexpresiva, los ojos del hombre recorrieron todo su cuerpo, fijándose sobre todo en sus tetas y en su felpudo, ordenándola que se diera la vuelta.
Lo hizo, lentamente, exhibiendo sus nalgas compactas y respingonas.
Esta vez el hombre si se quedó un buen rato mirándola el trasero hasta que, acercándose por detrás, la metió varios dedos entre las piernas, directamente en la entrada a su vagina.
La expresión de mi madre cambió por la sorpresa, pero solamente jadeó y se tambaleo un poco, pero permaneció firme sin moverse, mientras toqueteaban su vulva.
Dejó de sobarla y se soltó el cinturón, comenzando a quitarse el pantalón, diciendo con voz imperiosa a mi madre:
- Quieta ahí, no te muevas ni te des la vuelta.
Mi madre le obedeció, y, una vez, el hombre se hubiera quitado el pantalón, dejándolo sobre una piedra, junto con su escopeta, se acercó a ella, obligándola a que se reclinara hacia adelante y apoyara sus manos sobre otra piedra, separándola las piernas, con el culo en pompa, procediendo a metérsela en la vagina por detrás.
Mi madre aguantó el tipo, ya acostumbrada a que se la follaran, mientras el hombre resoplando como un toro, empezó a tirársela.
Las tetas de mi madre se movían de forma descontrolada a cada embestida del hombre, que la sujetaba por las caderas para que no se escapara.
¡El bestia se estaba follando a la bella desnuda!
Una vez hubo finalizado, la ordenó que se girara, y que fuera hacia el caballo para tomar su ropa.
Empezó a caminar con cuidado, siempre con las manos detrás de la cabeza, dejándola el hombre que pasara delante, pero al llegar a un terreno con piedras, se resintió. Tenía los pies demasiado delicados.
El individuo la adelantó, y agachándose, la levantó del suelo, poniéndola boca abajo sobre los hombros y sujetándola con una mano sobre sus nalgas.
Sorprendida, mi madre lanzó un gritito.
Pero yo ya no perdía detalle de su culo, con su conejito en medio, como si fuera el centro de una diana a la que el cazador debe disparar un buen pollazo en el centro.
Cargando con ella, el tipo se giró y comenzó a caminar hacia el caballo.
Al llegar la bajó al suelo, y empujándola un poco en su hombro, la hizo girarse hacia el caballo, para, por sorpresa, levantarla rápidamente y ponerla abierta de piernas sobre la silla del caballo.
Mi madre lanzó un gritito cuando la levantaron del suelo, pero ya encima del caballo, se limitó a mirar al hombre con ojos entre sorprendidos y asustados.
El hombre, sin mediar palabra, se subió también al caballo, pegado a la espalda de mi madre que iba delante, y condujo al caballo entre los árboles, alejándose de la laguna.
Seguí sin que se dieran cuenta a lady Godiva, sin perder detalle de su portentoso culo, pero el paso del caballo fue cada vez más rápido, y su galope los alejó de mi vista, a pesar de mis esfuerzos porque no ocurriera.
Con miedo a perderme en el bosque, volví desalentado hacia la laguna, llorando desconsoladamente.
Un pensamiento me atormentaba:
- ¿Qué la estaría haciendo a mi madre? ¿La torturaría, la asesinaría y la devoraría, para luego enterrarla en lo más profundo del bosque?
Me debí quedar dormido, y cuando desperté habían pasado más de dos horas, sin tener noticias de mi madre, por lo que me dirigí hacia el pueblo.
¿No sabía que iba a hacer?