Violada en la Bodega.

Claro que una no suele detenerse a reflexionar sobre estas cosas, por que es difícil imaginarlo y vivirlo en la cabeza, pensar que puede suceder. Todo era demasiado para entenderlo. Jamás hubiera imaginado que alguien podía hacerle todas esas cosas a mi cuerpo.

Me despertaron sus gritos, sus llantos. Los de ella. Eran desgarradores y así, desgarrándome, me arrebataron de un trance. Yo estaba dormida, o más bien despertando y entonces esos llantos terribles, lo primero que pude escuchar, súplicas que se me clavaban como cuchillos en el pecho.

Todo ocurrió en un segundo, o dos. Yo tumbada sobre el piso

Lo primero que advertí fue el oscuro techo de una bodega. Había luz entrando por algunos tragaluces. Lo siguiente fueron unas manos que me sujetaban por los hombros. Las manos estaban ahí pero mi prioridad era voltear a mi derecha donde, por los gritos, debía estar mi amiga. Voltee y entonces ella exclamando con toda la fuerza de sus pulmones, semidesnuda, rogando y pataleando, tumbada de espaldas y con las piernas abiertas, luchando vanamente con alguien, un hombre que la embestía con la pelvis, que la violaba gozoso;  las pantaletas tendiéndole de un tobillo, colgando y agitándose con el sacudir de esa pierna que pateaba al aire, que se tensaba con el vibrar de sus lloriqueos, con el impacto de las embestidas y la fuerza de sus gritos que suplicaban y ya no, por favor, ya no, ya no, ¡Por favor para!, ya no,  me duele, me duele mucho ¡por favor ya no!...

Y a mi me bastó un segundo para arrepentirme de querer enderezarme, de querer correr y ayudarla de alguna forma, en un segundo por que las manos se acentuaron sobre mis hombros, comprendí todo demasiado rápido y me anticipé para no sentirlas tumbándome de nuevo. Me detuve con un espasmo, me quedé quieta, luego volví a mirar hacia arriba. Estaba aterrada. El corazón me azotaba el pecho y las manos me sudaban frío.

Me sentí  a mi misma con la ropa aún puesta, el uniforme de la escuela. Intenté recordar muy fuerte y entonces vinieron a mi las imágenes de la calle por la tarde, a la salida de la secundaria, alguien que tiró muy fuerte de mi cabello y luego esas personas que me sujetaron para empujarme dentro de una camioneta. Luego alguien que puso un trapo de aroma fuerte sobre mi rostro. Lo entendí en cuanto reconocí a las mismas personas rodeándome. Un vuelco en el estómago me sacudió con un escalofrío violento. Empecé a temblar de pies a cabeza y apenas había despertado. No hacía ni un minuto. Creo que aún estaba mareada.

El cuerpo tenso se me heló y el pulso se me disparó. El miedo me golpeó en oleadas, cada una más fuerte que la anterior. Nervios y angustia me golpearon como un camión, tan desgarradores como Los gritos y llantos de mi amiga, mi mejor amiga que violaban junto a mi, y esas manos sobre mis hombros, otro tipo que se me acercaba por enfrente y por supuesto yo, yo que ya había entendido que me iban a hacer lo mismo, que el tipo que se me acercaba tenía toda su fuerza concentrada en la idea de metérmelo quisiera o no. En el fondo estaba esperando una situación milagrosa donde no me tocaban, donde sólo me retenían ahí hasta que terminaban con mi amiga, pero ya sabía que iban a violarme a mi también, que iban a hacerme igual que a ella. Lo supe y me sentí derrotada e impotente. Aterrada hasta los huesos. Eso no podía estarme pasando. En un segundo quise gritar y luchar pero rápido me sujeté de mi miedo, me aferré y me quedé helada. Apreté mi boca y abrí bien los ojos. Mejor prepararme aunque no pudiera dejar de temblar. Que no me lastimaran, que no me fuera a doler como a ella si es que eso era posible.

Seguí respirando con fuerza pero en silencio y de nuevo pensar y desear que no me fuera a doler y decidir que no iba a darles problemas como ella, mejor esperar que no me hicieran nada más.

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Aun con todo, con la fuerza de mi decisión, mi voluntad absurda de razonar, no pude evitar el reflejo de llevarme las manos sobre los hombros y ponerlas ahí sobre las de mi captor, aferrarlas como si me las quisiera arrancar de encima pero, a pesar del reflejo, conseguí detenerme, congelarme ante aquellas enormes manos que acentuaron aún más su peso. Luego me di cuenta de que no estaba amarrada de ninguna forma. Mis manos y mis pies estaban sueltos. Alguna especie de esperanza me invadió de nuevo y mi cabeza comenzó a repasar alternativas a velocidad infrahumana, luego entendí, arrebatada y de golpe, que nadie me había amarrado por que no era necesario, ellos eran al menos seis y yo una, solitaria y chiquilla, condenada aunque nada me sujetara los puños o las rodillas. Me quedé suspendida y traté de apagar en mi cabeza los gritos de mi amiga. Desee que se callara, por mi y por ellos, por la situación, que dejara de suplicar por que iba a provocarme que fuera peor, que tuviera más miedo del que ya tenía, que me doliera más. Sus llantos se encendieron y yo alcancé a voltear un poco para mirar cómo el sujeto forcejeaba con ella para darle la vuelta. Quise, de una forma amarga, mirar qué le hacían, pero me distrajo y me robó la atención sentir que alguien me tomaba de los tobillos y me quitaba los zapatos. En ese instante la sensación de fresco se me clavó en las plantas a través de las calcetas. Me dejaron caer los pies. Clavé la vista sobre un sujeto frente a mi, castaño, bien afeitado, ojos oscuros, tez blanca y cuerpo duro. Una complexión media y cuadrada. No quise intentar ver quien me sujetaba por los hombros pero me di cuenta, una vez más, que yo me aferraba a sus manos, que las estaba apretando con mis llamas como si de encarnarme se tratara.

Además de eso, todo era la voz de mi amiga suplicando, prolongando las palabras al final de sus gritos, haciendo durar por segundos un no, o estirando con llanto la e de un déjame, haciendo pausas entre súplica, grito y respiro y ¡no aguanto ya! por favor deja, deja de hacerme, ya no, juro que no diré, juro que no pero ya no por favor, ya no, ya no, por ahí no, por ahí no, me duele mucho.

Yo helada, aterrada, inmóvil mientras clavaba mi mirada en el techo y sentía las manos del sujeto frente a mi recorrerme las piernas. El hombre me torturaba manoseándome los muslos, metiendo la mano bajo mi blusa para recorrerme el vientre, me martirizaba deteniéndose para levantarme la pierna y acariciar mi pantorrilla sobre la calceta y era torturarme por que sólo hacía que todo durara más, que fuera más largo el castigo al que aún no comenzaban a someterme. Si iba a hacerme algo que ya lo hiciera. Si quería mi sexo, mis senos. Si iba a tomar que lo tomara pero que lo hiciera ya, rápido, sobre los llantos de mi amiga, sobre sus súplicas y no deteniéndose así en mi estómago, en mi vientre, de nuevo en mis muslos.

Fueron instantes efímeros donde me sentí valiente.

Llegó un momento en el que el tipo se inclinó sobre mi y me clavó los ojos. Yo abrí muy bien los míos y lo miré. Me estremecí invadida por una especie de pánico. Me hice hacia atrás, arrojé mis ojos de nuevo sobre el techo, presioné aun más con mis dedos las manos que me sujetaban y apreté mis labios para tener bien cerrada mi boca. No iba a hacer como mi amiga. El sujeto que estaba inclinado sobre mi me abrió la blusa de un tirón fuerte. Escuché un par de botones reventarse. Luego me tomó por los senos sobre el brasier. Se dedicó a presionarlos con fuerza y luego a sacarlos por encima, a apretarlos con sus manos frías y luego pellizcar mis pezones. Me dolía que lo hiciera y también me dolía aguantarlo, era repugnante que me tocara. Yo seguí temblando y apretando los labios. El dolor de los pellizcos y los apretones clavándoseme sin vacilación en mis pechos adolecentes. Los horribles gritos y lloriqueos de mi amiga.

El tipo se detuvo de golpe y se fue hacia abajo. Me levantó la falda y empezó a frotarme la vagina sobre mi ropa interior. Seguí sintiendo la repugnancia de segundos atrás, pero ahora era más intensa y, esta vez, estuve a punto de llorar mientras aquella mano me acariciaba. Eran sensaciones horribles bulléndome entre las piernas. Me daba asco. No sentí nada mientras aquél tipo me masturbaba pero, al mismo tiempo, lo sentí todo.

Traté muy fuerte de mantener mi rostro congelado, de no mostrar expresión alguna, pero estaba demasiado tensa y los parpados y los labios me temblaban sin tregua. El tipo no se detuvo ni un segundo. Luego metió su mano por debajo de mi calzón y era horrible sentir sus dedos repasando y abriéndose paso entre mis labios y yo no quería hacer nada al respecto, no quería por que no podía, por que sería peor y me lo recordaba mi amiga en sus llantos mientras un sujeto terminaba con ella y otro nuevo ya se hacía de su cuerpo y se lo metía por la fuerza. De nuevo sus gritos. Otra vez mis deseos de que cerrara la boca y que ya parara. Me lo estaba negando todo, como si no estuviera ocurriendo.

Escuché a alguien bajándose un cierre y luego sentí al tipo frente a mi echándoseme encima. Hizo mi ropa interior a un lado y me lo metió sin más. De tajo. Yo contuve un gemido de súplica y doblé mis rodillas a la altura de su cintura. Su miembro se metió en mi vagina como si fuera agua por un embudo. Encontró camino y se abrió paso entre mi piel sin problema alguno. Contuve un segundo alarido cuando sentí su miembro retroceder y, repentinamente, volver a meterse con fuerza. El tipo empezó a embestirme como a mi amiga y luego hizo su cara hacia mi oído mi para susurrarme sin detenerse… para decirme que la tenía deliciosa, que no fuera tímida, que podía hacerlo aún más fácil si me mojaba enserio, que la zorra de mi amiga lo tenía harto y qué deliciosa la tenía yo, que estaba muy buena, qué buena chica era yo, una perra buena, no una zorra mal criada, me dijo que gimiera como perra y entonces me apretó los senos. Intenté ahogar el dolor, apreté muy fuerte los dietes y la boca pero, tirando muy fuerte de mis pezones, terminó por arrancarme el gemido y qué buena chica era yo, que no me detuviera y, después, un segundo gemido mío mientras me apretaba muy fuerte mis pechos lastimados.

Los gritos desgarradores de mi amiga. El tipo haciéndomelo más y más rápido mientras continuaba murmurándome y apretándome los senos hasta que me quejaba y los soltaba. La invasión tan repulsiva en mi vagina, el miembro duro y enorme que se movía sin cuidado, de adentro a afuera, uno dos y uno y dos, más rápido y más rápido conforme se excitaba con los gritos de mi amiga, con mi rostro que temblaba, que miraba fijo hacia el techo. El tipo me echaba las piernas hacia atrás para contorsionarme y yo entonces sentía su miembro entrando más profundo. Horrible, repugnante. La sensación se me clavaba y hacía que me estremeciera hasta el estómago. Indescriptible . Estaba confundida, aterrada, helada, derrotada, impotente asustada, con mucho dolor.

El tipo se me quitó de encima y advertí que quien violaba a mi amiga cambiaba nuevamente por el primero. El hombre que me violaba a mi se me quedó viendo pero no tuve la fuerza de regresarle la mirada.  Me soltaron los hombros y yo dejé mis manos hechas puños junto a mis mejillas

-Date la vuelta- Me ordenó el sujeto, pero yo vacilé. -¡Que te pongas de rodillas- remarcó y entonces yo, despacio y temblando, humillada y repugnada de mi misma, decidí hacerle caso, casi en automático. Me senté y luego me puse de rodillas, de espaldas a él. El tipo suspiró insatisfecho, me quitó la blusa, rápido el brasier y me empujó hacia el frente. Metí las manos para no caerme de boca. Ahora entendía el “de rodillas” y no quise esperar a que me hiciera daño; Yo sola me puse en cuatro. El tipo tomó mi falda con brusquedad y, reventándole el cierre, me la bajó hasta las rodillas, luego me hizo levantar las piernas para terminar de sacármela.

La humillación se acentuó aún más en mi (Era increíble pero posible) en ese mismo segundo, todo tan pronto como me sentí semidesnuda. Sólo llevaba puestas mis calcetas, los calzones y estaba en cuatro, justo en medio de un círculo de hombres que me aterraban y me daban asco, que estaban ahí para hacerme daño.

-¡Al menos una de las dos zorras es inteligente!- exclamó el tipo sobre los lloriqueos de mi amiga y luego me bajó el calzón, después sentí aterrada y repugnada que me empezaba a meter los dedos en la vagina y que se acercaba para violarme así. Me puse tensa, sentí mi cuerpo helado

Me lo metió duro y me hizo de nuevo ahogar un gemido. Me empezó entonces a embestir con fuerza, excitado por todo y ¡Qué puta la niñata de tu amiga!, decía él, ¿por qué no se calla la boca?, llora como una puta, gime como una zorra, y tú tan buena chica, ¡vamos! (y me soltó una nalgada fuerte),  al menos mueve el culo (otra nalgada aún más fuerte y dolorosa),  ¿No sirves para nada, perra, o qué?. El tipo entonces tiró de mi cabello. Ahogué un grito. Hice la cabeza hacia atrás para que no me doliera y luego lo que me pedía: Empecé a mover mi cadera y el trasero. Yo era asquerosa, me sentía tan humillada como más no podía estarlo; era una perra asquerosa y sucia que movía el trasero para que no le jalaran el cabello. Mi amiga era una tonta que no dejaba de gritar, ¿Pero era una tonta al menos un poco más digna que yo? No podía dejar de pensar que era patética, no dejaba de darme lástima, pero ¿No era ella mejor? ¿Que yo quien no dejaba de mover el trasero mientras la desgarraban los gritos de su amiga?.

Me empezaron a violar muy rápido, demasiado rápido y fuerte y yo suplicaba a mis adentros que acabara ya. A los pocos segundos el tipo me lo sacó y empezó a darme nalgadas. Qué buena perra era yo, decía, pero aún no le cumplía.

-Me voy a divertir con todos tus agujeros-

Sentí la punta de su miembro en la entrada de mi ano y entonces, por instinto, me hice hacia enfrente para alejarlo de él, para protegerlo de lo que, de cualquier forma, iban a hacerle.

-Porfavor, no…- Se me salió decir en voz muy baja. No dejaba de temblar.

-Ya, ven acá y no seas pendeja- me dijo y me jaló del cabello. Poco a poco hice el trasero hacia atrás y entonces me fui preparando. De cualquier forma lo iba a hacer y en esa posición no podía evitarlo mucho. Estaba a su merced, a su entera disposición. Jamás nadie me lo había metido por atrás, pero siempre me habían faltado las ganas. Me iba a doler y mucho, eso era todo lo que presentía, lo que me temía.

De nuevo sentí la punta de su miembro tan duro. Tuve un reflejo más y, de nuevo, alejé mi ano de él.

-¡Qué ya no andes de pendeja!- me volvió a repetir y tiró nuevamente de mi cabello. El dolor me arrebató la voluntad y entonces le acerqué mi trasero. Me soltó el cabello, me abrió las nalgas y sentí mi ano expuesto. Intenté lo más que pude concentrarme en abrirlo pero, cuando menos lo esperaba, ya me lo estaba metiendo por la fuerza. Sentí dolor con la pura punta intentando abrirse paso. No quise darle el placer de mis gritos y ahogué un alarido. Aún así se dio cuenta de mi dolor, yo lo supe y eso le excitó más. Empujó muy duro y su miembro firmísimo entró, con brusquedad y a regañadientes, en mi ano que sentí como si se me desgarrara. Era un dolor como no se tiene en otra parte del cuerpo. Me ardía en varios puntos y me raspaba en otros. Algunas partes se sentían como cuando una pisa piedras descalza. Él empezó a violarme rápido y yo a ahogar gemidos cada tanto. Perdía mi mirada en el suelo, alejaba mi cabeza de los gritos y de las sensaciones en mi ano que me raspaba y me ardía mientras el tipo empujaba excitado.

Al poco tiempo dolía como si me hubieran lijado por dentro y yo torturada y humillada empecé a llorar sin poder evitarlo. En unos momentos su miembro comenzó a deslizarse fácil, como lubricado por algo, y yo podía sentir que era sangre, mi sangre que ahora cubría mi piel por dentro y que hacía resbalar, doler al menos un poco menos.

El lo disfrutaba, me violaba mi ano rápido, muy rápido y cada vez más duro. Yo no dejaba de contener mis gemidos de dolor y llanto tanto como podía. Sentía el cuerpo arderme de calor por el sufrimiento de mi trasero. Lo sentí a él demasiado excitado y entonces empecé a mover mi trasero para adelantar al menos que terminara, que lo hiciera ya.  Quería por todos los cielos que dejaran de torturarme de esa forma.

Lo sentí tensarse y metérmelo todo una ultima vez, luego terminó dentro de mi. Varios segundos después me lo sacó y luego yo me tiré sobre el suelo. Me reprimió por ensuciarlo de sangre pero no me hizo nada. Me dejó tumbada ahí con mi trasero sangrando.

El sujeto que me sostenía los hombros supo que era su turno y entonces me dio la vuelta. Poco le importaba lo que yo estuviera sintiendo y empezó a violarme. De nuevo sentí los escalofríos que me arrancaban hasta el estómago las estocadas de un miembro intruso.  Al menos era por la vagina, al menos la vagina.

El tipo no duró tanto como su compañero y me hizo chupársela para venirse. Yo no renegué mucho, no podía sentirme ya más sucia y humillada. Cuando lo tomé con mi boca, dejé que me la violara a su gusto hasta que sentí su semen llenarme hasta la garganta. Me invadió el asco. Rápido me voltee a escupir y toser. Estuve a punto de vomitar por lo repugnada. Me esforcé en contenerme para no enfadarlos. El tipo me dijo algo que no escuché y empujó con fuerza para tirarme en el piso.

Me quedé quieta por varios segundos. Aún tenía los calzones por las rodillas. Los gritos de mi amiga ya se habían convertido en ecos de fondo, pero estoy segura de que eran más débiles que al principio, ya lloraba más de lo que se quejaba, y se quejaba más de lo que gritaba.

Quien me violara primero (lo supe por la voz) se acercó a mi y me ordenó pararme. Yo le obedecí agachando la mirada. Terminó de sacarme la ropa interior. Luego fue hasta donde violaban a mi amiga y, de un jalón, le quitó de encima al sujeto que se lo estaba haciendo por atrás. Mi amiga se quedó llorando boca abajo inconsolable. Luego el tipo vino, me tomó por el brazo y me hizo seguirlo hasta donde estaba ella. Yo a penas y podía caminar de lo adolorida, avancé como cojeando por lo mucho que me escocía el trasero. Me tumbó de rodillas al lado de mi amiga. Yo no supe que hacer. Sólo la tomé del brazo mientras lloraba y, por fin, pude mirarlos a todos.

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-Boca arriba- Me ordenó el tipo y, lentamente, me acosté de espaldas, cruzando los brazos sobre mis pechos. No podía pensar en renegar si quiera. El tipo se acercó a mi amiga. –Chupasela-, le dijo y mi amiga siguió llorando desentendida. Yo misma no sabía de qué hablaba el hombre. Entonces levantó a mi amiga por los hombros, hecho su cuerpo desnudo sobre el mío, le jaló el cabello y le repitió en voz alta

-Que se la chupes, ¡a ella!-

Mi amiga me volteó a ver llorando, suplicante, y yo no supe que hacer. No sabía si devolverle la mirada, si mirar al techo, si atender a las palabras del hombre y cerrar los ojos. Entendí lo que querían. Aborrecí la simple idea, no quise prestarme y rápido apreté mis piernas pero entonces, por alguna razón, miré al sujeto que me clavó sus ojos oscuros y el miedo me paralizó, me convenció de no renegar, de abrir las piernas y cumplir mi parte. Miré con miedo a mi amiga que me veía confundida y lastimada y entonces me llevé las manos a la cara para no tener que decidir si ver algo o no, para encerrarme y llorar hermética; para desligarme de aquel mundo.

Sentí que el tipo tiró de la cabeza de mi amiga y la hizo bajar hasta mi sexo. Ella le suplicó gritándoles con sus últimas fuerzas hasta que la callaron hundiendole la cara entre mis piernas. Yo no podía quitarme las manos de la cara. Mis dedos estaban empapados de mis lágrimas y sudor frío. Mi amiga se quedó quieta hasta que sentí y escuché cómo la golpeaban y le ordenaban de nuevo. Una vez golpearla, dos veces golpearla, muchas veces repetirle la orden hasta que ella empezó a lamerme en la vagina y la sensación de su lengua se me clavó repugnante. Era algo Horrible. De nuevo lo sentí todo y nada. El aliento de mi amiga, mientras lloraba y balbuceaba, se me impregnaba en los genitales entre lamida y lamida. Sentía su saliva que se absorbía en mis bellos. Quitó la cara un par de veces pero la volvieron a forzar sobre mi vagina. Se le salían ascos a cada segundo. Casi se vomitó varias veces pero, asustada, se controló como pudo y no dejó de chuparme hasta que se escuchó una portezuela abrirse con brusquedad.

-Por eso las detesto tan escuinclas, ¡No saben nada!-

Voltee rápido para ver a todos los sujetos que miraban extrañados a quien me había violado primero. Aquél tipo acababa de abrir la portezuela de una camioneta

-¡Terminen de hacerles lo que quieran y vámonos ya!-

Mi amiga se había detenido y tenía hundida la cara en mi muslo, llorando y aún exclamando ascos. Supe, por una hola de confusión que los recorrió entre miradas y comentarios discretos, que aquellos tipos nunca terminaban las cosas de esa forma. A mi poco me importó. Lo único que mi cabeza era capaz de atender era la asombrosa idea de que ya se iban a ir, de que iban a parar, no nos iban a retener más, la promesa de libertad, de que no me iban a… Luego me estremecí aterrada por que, entonces, por primera vez temí de verdad que fueran a matarme ahí, sin más, como se lee en los periódicos y la violaron, la mataron y la abandonaron en una bodega. Estaba temblando de terror. Me iban a matar porque les vi las caras a todos. Casi me convencí de la posibilidad y entonces todo se convirtió en aferrarme esperanzada a la idea de que me tocarían un poco más y entonces se irían, existiría libertad y futuro. Lo suplicaba en mis adentros. Que no fueran a matarme.

Haya sido lo que haya sido aquella confusión, un tipo regresó rápido para hacer que mi amiga se la chupara y otro me abrió las piernas y me violó de nuevo mientras yo lloraba con la mirada perdida en el techo. Uno tercero se subió a la camioneta. El sujeto que me lo hacía me dio la vuelta. Entonces me violó de muy fuerte por el ano como una tortura que no termina. No supe nada más hasta que, finalmente, se vino y me dejó ahí, tumbada en el suelo. Ningún rasguño más o menos, sólo mi cuerpo torturado, utilizado y abusado y yo humillada y abusada pero respirando.

Se fueron vacilando y yo sólo cruzaba los dedos en mi cabeza entre lloriqueos de miedo, vigilante, en espera de que, por favor, nadie dijera nada y terminaran de subirse al vehículo, lista para soltarme a suplicar en cuanto se acercaran a matarme. La camioneta se puso en marcha y entonces aguanté la respiración hasta que se fueron. No me moví ni un centímetro mientras el estruendo del motor se perdía en lo lejos.

mi amiga no dejó de llorar ni un segundo. Tenía la cara bañada en semen. Estaba junto a mi y me causaba empatía, dolor, lástima, impotencia pero mi garganta era un nudo amargo de tener yo ya demasiada lástima de mi.  Tenía un sabor asqueroso en la boca. Deje de tener miedo a morir en ese instante y empecé a temer otras tantas cosas. Empecé a sentir el dolor de mi cuerpo, de mi ano, de mis ingles y mi vagina. Me abracé en el suelo, desnuda y sola. Nadando en humillación y temblando de la impresión.

No estoy segura cuánto tiempo más estuve así. No conocía la bodega y, al mismo tiempo, ya la conocía como a la palma de mi mano. Me tomé mi tiempo para levantarme como perdida, para tratar de limpiarme con la primer tela que encontré y luego vestirme. Mi ropa se sentía repugnante pero, al mismo tiempo, protectora. Estaba en extremo impresionada. Todo era demasiado para que lo entendiera mi cabeza. Jamás había imaginado que alguien pudiera hacerle todas aquellas cosas a mi cuerpo.

Me tumbé junto a mi amiga y la limpié con su calceta. No hice otra cosa más que ayudarla a vomitar y sostenerla por un buen rato.