VIOLADA EN FIN DE AÑO. CAPÍTULO I. El vigilante

Una serie de eventos desafortunados llevaron a que me violaran el último día del año y el primer día del siguiente. ADVERTENCIA: Contiene situaciones de violación y sexo forzado sin disfrute para la persona obligada. Si no estás de acuerdo con esas situaciones, por favor no continúes.

31 de diciembre, 6:45 de la tarde. Salgo de la oficina enojada, pues en teoría ese día saldríamos a la una, pero me encargaron que enviara unos reportes a la matriz en Estados Unidos antes de que se acabara el año. Soy la única que queda en todo el edificio además del gordo vigilante; cuando paso junto a él me despido diciéndole con mi más hipócrita sonrisa: “feliz año nuevo”; el me responde sonriente con la misma frase y levantando la mano en señal de despedida; sé que cuando me volteé para dirigirme al elevador se quedará viendo morbosamente mis piernas y mis nalgas y no me molesta, siempre he pensado que si se tiene, hay que enseñarlo, por eso me vestí de minifalda negra con leggins también negros muy pegados y con una blusa pegadita y escotada, pero esta no se veía por el abrigo que llevaba encima, pues había hecho frío todo el día.

No es que yo tuviera algo especial para esa fecha, de hecho había pensado pasármela sola en mi departamento, comer mis doce uvas al sonar las campanadas, cenar y tomar vino, ver la TV e irme a dormir, pues no toda mi familia vive en otra ciudad y yo, como tuve que trabajar, no pude ir. Mi amante en turno, Roberto, no podía estar conmigo, pues tenía que estar con su esposa y sus dos preciosas hijas, así que yo sabía que sería un fin de año aburrido; pero aun así, quería irme temprano porque sabía que el tráfico iba a estar muy pesado y porque vivo muy lejos de mi trabajo.

Tomo el elevador y bajo al oscuro estacionamiento que se encuentra vacío, solamente hay dos camionetas repartidoras de la compañía al fondo, pero ya todos se han ido; de nueva cuenta suelto una maldición para mi jefe y me encamino al auto; solamente se oyen mis tacones pegando en el piso.

Me subo al auto, me quito el abrigo, me cambio los zapatos por unos cómodos; me acomodo, coloco la llave en el encendido, le doy vuelta… y nada… vuelvo a intentarlo, nada… ¡Nada, solo un puto clic, clic, clic que suena cuando le doy la vuelta a la llave, pero el maldito auto no enciende!

Enfadada a más no poder (tengo mi carácter), golpeo el volante y me bajo del auto; no tengo ni la más mínima idea de mecánica, así que ni siquiera me molesto en abrir el cofre; tomo mi teléfono celular y después de patear el auto, camino de regreso al elevador; subo a la recepción, camino hasta donde se encuentra el guardia que no disimula y prácticamente me desnuda con la mirada, recorriendo con sus ojos morbosos de arriba abajo todo mi cuerpo; regodeándose con mis torneadas piernas que la minifalda no cubre y con mis turgente senos, redondos y firmes que asoman por el escote como queriendo salir de la apretada prisión del sostén y la blusa.

Ve mi cara de enfado y me dice solícito:

  • “¿Pasa algo?, ¿puedo ayudarla?”
  • Si. El auto no enciende, está muerto.
  • ¡Vaya! ¿De plano no enciende o suena de alguna forma?
  • Solo hace clic
  • Mmmm. Seguro es la batería
  • ¿Qué puedo hacer?
  • ¡Uy! Hoy está difícil, no creo que haya mecánicos disponibles a esta hora
  • ¡Carajo!
  • Pues… si usted quiere, me dijo insinuante el vigilante
  • ¿Qué?, ¿Si quiero qué?, le digo molesta
  • Digo, eh, si quiere, le llamo un taxi, me dice amedrentado
  • Ah bueno, si por favor.

El gordo vigilante se pone a hacer llamadas, después de cinco llamadas me dice:

  • No hay taxis
  • ¿Cómo?
  • No hay taxis disponibles hasta dentro de tres o cuatro horas
  • ¿Cómo es posible?
  • Pues, por la fecha
  • ¡Maldita sea! ¿Qué voy a hacer? ¡No puedo quedarme aquí!
  • Pues por mí no habría problema
  • ¡Pero por mi sí! ¿Cómo cree? Déjeme ver que hago

Tomo mi celular y le marco a Roberto:

  • Bueno, contesta él y se escucha el barullo de mucha gente al fondo
  • Hola
  • Eh, esteeee, espere licenciado, deme un momento

Pasan unos segundos

  • Bueno
  • Hola amor
  • Te dije que hoy no podría verte
  • Si, pero es una emergencia, el auto…
  • No puedo hablar ahorita, te marco en un rato
  • No, espera…

El inconfundible tono suena cuando el infeliz de Roberto me cuelga el teléfono.

  • ¡Aaaaaaahhhh!, grito y aviento el celular contra el mueble de la recepción
  • ¿Qué sucede?, me dice el gordo vigilante
  • ¡Nada, nada, carajo! Le digo con lágrimas de coraje en los ojos
  • Si usted gusta, yo… me dice mientras recoge el celular
  • ¡No gusto nada, ya me voy! Le digo groseramente arrebatándole el aparato y encaminándome a la puerta
  • ¡espere!

Me salgo del edificio enojada con todo mundo; veo el reloj: 7:37 p.m. He perdido casi una hora en tonterías y no he logrado nada, no tengo auto, no tengo taxi, no tengo como irme a mi casa, el maldito gordo con sus idiotas insinuaciones y para colmo, tomo el celular y me doy cuenta que está descompuesto y no prende; me vuelvo a enojar y estoy a punto de aventarlo de nuevo, pero me contengo y mientras camino por la calle lloro de coraje me doy cuenta que dejé mi bolso y mi abrigo en el auto; ya oscureció y siento que me cala tremendamente el frío; me enojo ahora conmigo misma y en la mente me digo: “eres una pendeja”; tal vez el frío lo podría aguantar, pero es demasiado y además todo el dinero está en mi monedero, que a su vez está dentro del bolso, que está dentro del auto; molesta con el mundo me regreso, pero el llegar de nuevo al edificio e intentar abrir la puerta de cristal no puedo, pues es automática y no puede abrirse a menos que el vigilante lo haga, pues la cerró con llave cuando yo salí. Me asomo por la puerta de cristal y no veo al vigilante por ningún lado; saco una moneda y golpeo la puerta… nada, quién sabe a dónde demonios se largó el maldito gordo, dejando la recepción abandonada. Espero un rato y no aparece; el frío me cala hasta los huesos; pienso que es mejor irme para conseguir transporte en la calle.

Estoy a punto de  patear el cristal cuando veo al vigilante acercarse a la puerta; me alegro un poco; él me dice con tono altanero a través del cristal:

  • ¿Qué quiere?
  • ¿Me puede abrir por favor?
  • No, ya está cerrado y nadie puede entrar, son órdenes
  • Es que olvidé mi bolso y mi abrigo, necesito dinero y hace frío, por favor
  • No, no puedo
  • No sea malo, ayúdeme
  • ¿Y yo que gano?, me dice recorriendo otra vez mi cuerpo con su mirada morbosa
  • ¿Cuánto quiere? Tengo dinero en la bolsa, le digo enfadada
  • No quiero dinero, me dice
  • ¿Entonces?

Sonríe malévolamente y vuelve a recorrer mi cuerpo con su mirada morbosa; me hace una señal de que me acerque a la puerta, acerco el oído; él se acerca mucho al vidrio y susurra:

  • Una chupada
  • ¿Quéeeee? Le digo sorprendida haciéndome hacia atrás
  • Ya le dije
  • A ver, no entendí, ¿Qué quiere qué?
  • Una chupada
  • ¿Qué le pasa? ¡Ni loca!
  • Bueno, adiós; me dice y comienza a alejarse de la puerta
  • ¡No, no espere!
  • ¿Qué?
  • Mire, le doy quinientos pesos, no sea malo, por favor
  • No, ya le dije lo que quiero, si no, olvídelo

Sopeso la situación: O me humillo ante el gordo y le mamo su cochina verga o me muero de frio desde el trabajo hasta mi casa; además de que no tendría forma de llegar más que caminando y eso estaría prácticamente imposible. No me queda otra más que acceder.

  • Está bien, le digo con voz baja
  • ¿Qué? No escuché, dice él acercándose al vidrio
  • ¡Qué está bien, lo haré! Le grito enojada
  • Bueno, pero no grite, no estoy sordo; me dice, espere…

Va detrás del mostrador de la recepción, toma las llaves y regresa; se agacha para abrir la cerradura, se levanta y me abre la puerta. Entro temblando de frío y me dirijo a los elevadores

  • ¡Hey! ¿A dónde va?
  • ¿Cómo que a dónde?, ¡pues por mis cosas!
  • No, no, no, primero págueme lo que quedamos
  • Pero es que…
  • Los elevadores ya están desactivados y la puerta de la escalera cerrada, si no me la mamas primero, no bajas mamacita; me dice seguro de si mismo

Me doy cuenta que me ha perdido el respeto, pero no estoy en posición de alegar, así que le digo:

  • Bueno, pero rápido
  • Tranquila, no hay prisa
  • Yo si tengo…
  • Mira mamacita, ya me cansé de tus estupideces, quise ser amable, pero ah ora será como yo digo o no sales y no bajas al estacionamiento, ¿entendiste? Me dice mientras se agacha para cerrar de nuevo con llave la puerta
  • ¡Lo voy a reportar!
  • ¿Con quién tonta?; no tienes teléfono, los de aquí no te voy a dejar usarlos y no hay nadie, ¿Quién te va a creer?

Me doy cuenta que el infeliz me tiene en sus manos y tragándome el coraje le digo:

  • Está bien, ya, ¿qué hago?
  • Ven conmigo, me dice encaminándose hacia los elevadores

El gordo abre una puerta que está al fondo de los elevadores, la cual yo ni siquiera sabía en que existía, sostiene la puerta y me deja pasar diciendo:

  • Las damas primero

Paso la puerta y llego a un pasillo que tiene dos puertas al lado y una al fondo; el vigilante entra detrás de mí y cierra la puerta con llave; empiezo a ponerme nerviosa, pero no digo nada; el vigilante me hace seguirlo hasta la puerta del fondo, al pasar junto a las otras dos me doy cuenta de que son baños. El tipo abre con otra llave la puerta del fondo y me franquea el paso; entro y veo que es un cuartucho en el cual solamente hay una silla y una mesa de madera, además de implementos para limpieza; escucho que él cierra con llave la puerta; volteo a verlo y con sorpresa veo que ya se está desabrochando el pantalón.

  • Quítate la blusa, me ordena de inmediato
  • No, no quedamos en eso
  • ¡Que te la quites! Me grita
  • Pero…
  • ¡Solo me la vas a mamar, pero quiero verte las tetas!

Impotente, me desabrocho la blusa y me la quito

  • El sostén también, me dice

Sé que es inútil alegar, así que me desabrocho el sostén. Coloco la blusa y el sostén en la mesa que está ahí, mientras con un brazo me cubro las tetas.

El gordo se acerca, ya desnudo de la cintura para abajo y con su pene gigante totalmente erecto; toma el brazo con el que me cubro el busto y comienza a acariciarme los pechos. Yo le tomo las manos y trato de quitarlas de mis senos, pero él pone fuerza y me dice al oído:

  • Quieta, no lo hagas difícil

Quito mis manos y las lo dejo acariciarme las tetas, más que acariciarlas, las estruja, paso saliva y cierro los ojos. De repente siento su lengua en mi pezón derecho; me alejo caminando hacia atrás, pero él me arrincona contra la pared, me abraza y empieza a besarme el cuello mientras me estruja las tetas y baja su mano hasta mi entrepierna.

  • ¡No, no! Grito y trato de empujarlo
  • ¡Cállate puta, si bien que te gusta!
  • ¡No suéltame o grito!
  • Grita todo lo que quieras, el edificio está vacío, solo estamos tú y yo

Me doy cuenta de que no solo quiere una chupada, me quiere violar y empiezo a pensar cómo me metí en esa situación.

  • Siempre me has gustado, putita, me excitas con tus falditas y tus escotes provocativos. Sé que te gusta la verga y eso te voy a dar

Siento como mete una pierna entre las mías y me obliga a abrirlas; con una mano jalonea mis leggins y los baja, rompiéndolos; luego me baja un poco la tanga; en seguida intenta meter su gorda verga en mi panocha indefensa. Me siento desesperada, trato de empujarlo y le grito:

  • ¡No, no, dijiste solo una chupada, quítate!
  • ¡Cállate puta, te voy a enseñar a respetarme! Me grita mientras me sujeta una mano

Yo sigo empujándolo con la otra mano, pero él es muy pesado y no puedo moverlo; él, con su otra mano, ya me bajó la tanga y toma su gorda verga y la coloca en la entrada de mi panocha y empieza a empujar. Por más que intento evitarlo, es imposible; él me tiene contra la pared totalmente sometida. Me enfado de nuevo conmigo misma por ser tan estúpida y haber llegado a esa situación.

El infeliz gordo empuja con fuerza su gigante verga y me la clava hasta el fondo; siento un inmenso dolor y grito:

  • ¡AAAAAAAAAAIIIIIIIGGGGGHHHH! ¡NOOOOOOO, AAAAAYYYYY!
  • ¡Jajaja! ¡te gusta perra, te gusta jajaja! Me dice el infeliz mientras se queda quieto unos segundos
  • ¡NO, NOOO, NOOO, SÁCALA POR FAVOR, ME DUELE!
  • ¡Cállate y gózame puta, te va a gustar! Me grita.

Empieza a meter y sacar con fuerza salvaje su miembro mientras me sostiene una mano contra la pared, me besuquea el cuello y me estruja las tetas; empiezo a llorar desesperada. De repente intenta besarme en la boca y yo me volteo para evitarlo; pero él me toma de las mejillas y me obliga a besarlo; introduce su asquerosa lengua en mi boca y siento como si me estuviera violando doblemente; intento expulsar su lengua que me llega hasta la garganta, pero no puedo; mientras tanto, él sigue entrando y saliendo se mí con fuerza, provocándome un intenso dolor en cada embestida.

Con mi mano libre lo golpeo y trato de empujarlo, pero no pasa nada, él sigue como si no sintiera los golpes; sigue violándome inmisericordemente.

Por fin quita su asquerosa boca de la mía, pero sigue metiendo y sacando  con fuerza su verga mientras dice:

  • ¡Ah, si, si, si, puta, si! ¡Siempre me has gustado, siempre quise cogerte, por fin eres mía! ¡Que rica estás!

Cierro los ojos y trago saliva, me canso de empujarlo y lloro.

De repente el vigilante se detiene y me saca la verga; está sudoroso y jadeante, se sienta en la silla y me dice:

  • ¡Ay puta, que rico coges!

Pienso que ya terminó, pero veo que aún tiene la verga parada; me subo la tanga, intento acomodarme los leggins rotos y al mismo tiempo camino lateralmente para llegar a la puerta, pero él me dice:

  • ¿A dónde vas? No hemos acabado
  • ¡Ya me hiciste lo que quisiste maldito, ya me violaste, ¿qué más quieres?, déjame ir!
  • No me las has chupado y en eso quedamos
  • ¿Qué? ¡no! ¡ya basta, me voy!, le digo enojada

Camino enojada hacia la mesa y me agacho a tomar mi ropa, pero cometo un grave error: le doy la espalda al maldito gordo, situación que él aprovecha; se levanta, me toma de ambos brazos jalándolos hacia atrás, inmovilizándome y me empuja de la espalda, obligándome a agacharme sobre la mesa.

  • ¿Ah no me la vas a mamar? ¡Entonces vamos a seguir cogiendo perra!
  • ¿Qué? ¡No!, grito sorprendida, pero ya es demasiado tarde

De nuevo el infeliz me somete y rápidamente me baja la tanga; sin ningún miramiento con facilidad vuelve a meterme la verga hasta el fondo, haciéndome gritar de nuevo:

  • ¡AAAAAAAAAYYYYY, NOOOOO, OTRA VEZ NOOOO, AYYYYY!
  • ¡JAJAJA! ¿Y TÚ QUE DIJISTE? ¡Ya me chingué a este pendejo, pues no puta, no te vas a ir de aquí hasta que acabe contigo!
  • ¡NO, SUÉLTAME INFELIZ, AAAAAAAYYYYYGGGHHH!

Con un brazo me sostiene los míos y con su otra mano me toma del cabello y me lo jala, haciéndome arquear la espalda mientras me sigue penetrando con fuerza desmedida.

  • ¡Ah, ah, ah, que rico mamacita, coges delicioso! Me dice humillándome más

Son varios minutos de mete-saca salvaje sin que yo pueda hacer nada, hasta que de repente se detiene, me suelta el pelo y los brazos, pero clava sus uñas en mis caderas y grita:

  • ¡AAAAAHHHH, AAAAAHHH, YAAAAAA, AAAAHHH, ME VENGOOOO, AAAAHHHH, SIIIII, AAAAHHH!

Y entonces siento como suelta grandes chorros de semen dentro de mí sin que yo lo pueda evitar; solo alcanzo a gritar:

  • ¡NO, NO, SÁCALO, ADENTRO, NO!

Pero es inútil, él se vacía dentro de mí e incluso siento como su asqueroso líquido resbala por mis piernas.

El infeliz vigilante saca su verga de mí, se empieza a vestir y me dice triunfante:

  • Espero que aprendas quién manda putita, ahora sí, vamos por tus chingaderas.

Lloro en silencio, tomo mi ropa; me pongo el sostén y la blusa, empiezo a abotonarme cuando él abre la puerta y me apura:

  • ¡Ándale que no tengo tu tiempo!

Me siento humillada al ser tratada como una prostituta, pero ya no digo nada, me siento asqueada y solo quiero irme de ahí; me quito los leggins y me los llevo en la mano porque están estropeados, no sirven; tomo mi celular y camino aun abotonándome la blusa.

Salimos del cuartucho y le digo:

  • Quiero ir al baño
  • ¡No, ya vete, que tengo que hacer mi ronda!, me dice groseramente
  • Es que necesito ir, le digo casi suplicando
  • ¡Ash! Bueno, pero rápido, apúrate; me dice y abre la puerta del baño de mujeres

Entro y me veo en el espejo: me encuentro en una situación deplorable, despeinada, con el maquillaje corrido y la ropa arrugada. Me recargo en los lavabos y me acerco al espejo; de repente siento unas náuseas tremendas y tengo que correr al excusado; entro y vomito mientras lloro.

Me quedo tirada en el piso, llorando cuando oigo que el infeliz gordo entra y dice:

  • ¡Apúrate o te encierro aquí!
  • ¡Ya voy! Le digo tratando de parecer calmada
  • ¡Pues ándale! ¿O qué? ¿Quieres otra cogida?
  • No, no, ya voy, dame tres minutos
  • Bueno, espero afuera, no te tardes; me dice burlonamente

Me levanto, orino, salgo de donde está el excusado y de nuevo me veo en el espejo; intento arreglarme, pero no tengo mi bolso con todos los implementos que necesito; hago lo mejor que puedo, después me enjuago las piernas tratando de quitarme la suciedad del asqueroso semen del infeliz, también me enjuago la boca y salgo del baño

  • ¡Por fin! ¡cómo te tardas! Me dice el desgraciado

Yo no digo nada, solo camino hacia la puerta, tratando de mantener la poca dignidad que me queda, él se adelanta, abre la puerta y sale antes que yo, luego me acompaña al elevador, utiliza una llavecita para destrabarlos y lo llama.

En cuanto llega el elevador me subo y él me dice:

  • Si no sales en cinco minutos cierro todo y ahí te quedas hasta el día cinco que regresan todos

Veo el reloj: 9:22 p.m. Muevo la cabeza en señal de afirmación; aprieto el botón del estacionamiento y las puertas se cierran. En cuanto se vuelven a abrir, camino hacia el auto, lo abro y saco mi bolsa y mmi abrigo; me pongo el abrigo, saco un peine, me veo en el espejo del auto y me peino un poco; también me arreglo un poco el maquillaje; trato de hacerlo rápido, no sea que el gordo cumpla su palabra y me deje encerrada, o peor aún, que teniéndome a su merced durante cuatro días, me viole las veces que quiera.

Me cambio los zapatos y me vuelvo a poner mis zapatillas de tacón; salgo del auto y me encamino al elevador; subo y veo el reloj: 8:26. En cuanto se abren las puertas camino, casi corro hacia la puerta donde ya está el maldito parado. Él ve su reloj y mientras se agacha a quitar la cerradura me dice:

  • Otro poquito más y te quedas a disfrutar el año nuevo conmigo.

No contesto, salgo del edificio y camino hacia la calle sin voltear atrás, trato de olvidar lo sucedido y concentrarme en la manera en que he de llegar a mi casa, aunque me siento adolorida y eso me hace recordar al infeliz gordo mientras me violaba. Siento el frío en las piernas, ya sin mis leggins, pero me aguanto, no me queda de otra.

Mientras camino miro el reloj: 9:33 p.m. Es increíble que se me hayan ido casi tres horas por culpa del auto y del infeliz gordo vigilante que me violó.

Continúa en el Capítulo II.

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