Violada en familia

Por una deuda que no podemos pagar, la familia de mi hermana abusan de mí.

En esta ocasión vamos a publicar las dos versiones en un mismo relato.

Me llamo Lucía. Mi marido, Pedro, es el propietario de la empresa que heredó de su padre. Desde que nos casamos, colaboraba en lo que podía.

Es un buen empresario Yo, una mujer de una moral estricta, suelo ir bastante a la iglesia. Físicamente soy delgada, pelo liso por debajo de los hombros, poco pecho. Suelo vestir normalmente con ropa de sport. Mallas, vaqueros, camisetas...

Cuando acababan las clases en verano solíamos irnos a nuestra casa de la playa, pero ese año me dijo que era mejor que se lo dijera a mi hermana, y se marchase con su hijo pequeño, y nuestras dos hijas como hacían muchas veces. Nosotros iríamos los fines de semana a verlos.

En mi familia éramos tres hermanos. Patricia, la mayor, mi hermano pequeño, Mateo, que no paraba de meterse en líos y me pedía dinero continuamente para salir de ellos, y yo, de cuarenta y tres años. Mis padres eran tradicionales. Les ayudaba económicamente a espaldas de mi marido, ya que con su pensión, no les llegaba para el nivel de vida que estaban acostumbrados.

Mi hermana se había divorciado años atrás. Su exmarido era Santi, de mi misma edad y más joven que ella. Patricia tenía cinco años más que yo y tres hijos. Alberto, el mayor, que estudiaba en la universidad y había venido a hacer unas prácticas en nuestra empresa durante el verano, Sergio, dos años más joven y Pablo, el pequeño y que se llevó a la playa.

Mi hermano Mateo nos pidió varias veces dinero. Las dos primeras se lo dimos, pero Pedro dijo que no podía sufragar sus gastos y que si necesitaba un tratamiento para salir del problema, se lo pagaría, pero no financiaría sus vicios y solucionaría sus problemas. Eso hizo que fuese yo, a espaldas de mi marido, quien le sacase las castañas del fuego, tal y como hacía con mis padres.

Poco después de nacer mi sobrino Alberto, mi marido ofreció a Antonio, el padre de mi cuñado, el puesto de jefe de contabilidad. A pesar de la separación de su hijo y mi hermana, siguió trabajando para nosotros.

Un día, poco antes que sucediera todo, mi sobrino Alberto vino a verme. Me explicó que sabía por su abuelo que teníamos algún problema financiero y que si queríamos, su padre podría ayudarnos. Ese mismo día, me llamó un primo de mi marido, con el que se había comprometido a pagar un máster universitario a su hijo. Evidentemente le dije que no sabía lo que había hablado con mi marido, pero que no era el momento. Hablé con Pedro sobre los problemas económicos, a los que no dio importancia pero le oculté que había llamado su primo y le había denegado la beca que le pensaba dar para su hijo. Al fin y al cabo no era familia directa.

Mi hermano me seguía trayendo por la calle de la amargura. Tenía que ocultar y hacer malabares para que no se enterase Pedro del dinero que le daba. A menudo le pedía a Antonio el favor de que lo ocultase como gastos de la empresa, y por supuesto, que mi marido no se enterase. La última vez, tuve que sacar 3.000 euros pero en esta ocasión. Antonio me dijo que no podía ocultarlo.

Era mi hermano, así que me enfadé con él y hablé con Pedro para que lo echase ya que sospechaba que la contabilidad no estaba bien. No me hizo ni caso, pero desde entonces comencé a mirar a Antonio casi con el mismo asco que a su hijo y comenzaba a estorbarme en la empresa. Me habría gustado que hubiese contratado a otra persona bajo mi supervisión, pero era su empresa y no le gustaba cambiar a sus personas de confianza.

Mi excuñado tenía varios negocios, iniciados muchos de ellos con la colaboración financiera de mi marido. Tampoco me gustaba que tuviera una buena relación ya que había hecho daño a mi hermana. Más de una vez discutí con él por ello, pero era imposible hacerle cambiar.

Un día, me llamó mi marido para que Antonio nos explicase la situación tan delicada que teníamos, y aún siendo temporal, no disponíamos de dinero en efectivo. Era la primera vez que nos veíamos así y toda la familia vivíamos de ella y el problema era que los bancos no nos daban más crédito.

  • Y qué podemos hacer? – Pregunté a ambos.
  • A mi hijo Santi le van bien las cosas. Podemos pedirle un préstamo. Será sólo cuestión de unos días. – Respondió Antonio.

El contable se marchó y quedamos hablando Pedro y yo.

  • No soporto a Santi. Humilló a mi hermana. No hay más alternativas?
  • No tan rápidas. Nos ayudará. Yo le ayudé a él en su día. Además, son negocios.

Se presentó un día en la empresa para firmar el préstamo. Nos juntamos en el despacho Santi, su padre, mi marido y yo. Sacó un documento por duplicado. Pedro lo leyó y lo firmó. Santi guardó su copia y se marchó, Antonio volvió a su trabajo y nosotros nos quedamos hablando. No estaba tranquila y le pedí que me dejase leerlo.

  • Pero qué hemos hecho? Qué has firmado? Has leído lo que pasará si no devolvemos el dinero ese día?

El documento decía que deberíamos devolver el importe más los intereses en un plazo de siete días y si no lo hacíamos, las acciones de la compañía así como los activos, casas y oficinas, pasarían a su poder. Si las cosas se torcían, perderíamos absolutamente todo.

Todo se complicó aún más cuando mi hermano me llamó. Tenía un problema. Debía 4.000 euros y si no los pagaba de manera inmediata, le harían daño. No tuve alternativa, le hice un cheque de la empresa y sin poder contar con Antonio, esperaba que Pedro no se enterase.

Todo se complicó cuando el ingreso que teníamos que recibir, no llegó. No podríamos pagar.

  • Hablaré con Santi. Tú prepara las cosas. Mañana nos iremos a ver a los niños a la playa. Por cierto, he visto que has sacado 4.000 euros de la cuenta.
  • Compré unas cosas en la joyería antes de saber esto y tenía que pagarlo.
  • Tranquila. Lo arreglaré. No creo que haya problema con Santi.

Si no pagábamos, mi excuñado podría ejecutar la deuda. Hablé con mi sobrino.

  • Alberto, tienes que decirle a tu padre que le pagaremos la semana que viene. Mañana nos iremos a la playa a ver a los chicos y a tu madre.
  • Vale tía. Yo se lo digo. Pásadlo bien en la playa. – Me despedí dándole dos besos.

Al día siguiente vino Santi. Me pareció verlos discutir tras la mampara del despacho y entré.

  • Lucía. Todo esto es mío. Sólo tengo que ejecutar el contrato. Sólo renovaré la deuda si esta noche nos permites ir a vuestra casa, y te muestras muy cariñosa y complaciente con nosotros, y tu marido colabora a que lo seas. – Escuché incrédula mientras se marchaba.

  • Vamos a perder todo. – Dijo mi marido.

  • Es un cabrón, y tú un gilipollas por firmar. Con lo que le has ayudado¡¡ – Me desahogué.

Me fui a casa desesperada. No paraba de darle vueltas y llorar. Miraba las paredes de mi casa, mi dormitorio, las habitaciones de mis hijos. Todo se desvanecía.

Estando en casa me llamó mi hermano, llorando. Me dijo que necesitaba otros 3.000 euros de manera urgente.

  • Lo siento Mateo. Estoy harta de sacarte de tus líos. Estamos arruinados. Si no lo arreglamos, perderemos todo. – Contesté llorando.
  • Lucía, por favor, tienes que ayudarme. – Suplicó mientras le colgaba.

Aquella llamada hizo que mi agobio aumentase, salí de casa y me fui a rezar a un iglesia próxima de mi casa. Cuando volví mi marido estaba sentado en el salón. No nos dijimos nada hasta que rompió el silencio.

  • Hemos perdido todo. – Dijo abrazándome.– Deberíamos irnos a la playa como planteamos.

  • No quiero ir a la playa. Cómo puedes pensar en ir? Vamos a perder todo, incluido las dos casas.– Dije pensando en los niños y sobre todo mi hermano y mis padres pero sin mencionarlos. – Si quieres, no sé. Estarás conmigo. Sé que dios me perdonará por esto, pero haré lo que tenga que hacer por salvar a nuestra familia. – Expresé angustiada.

Mi marido no dijo nada, sólo le vi llamar por teléfono, imagino que a Santi. Volvió a los pocos minutos.

  • Vendrán luego.

Estábamos los dos solos. No hablamos más. Subí a la habitación y me puse a llorar. Pensaba en mis padres, si me viesen, la vergüenza que opinarían de su hija. Estuve tumbada, nerviosa, hasta que escuché el timbre. A los pocos minutos subió mi marido con un camisón de raso y unas braguitas de encaje.

  • Quienes han venido?
  • Santi y Antonio. Quieren que bajes así.
  • Pero.... por dios, Antonio es nuestro jefe de contabilidad. Cómo voy a mirarle a la cara? Es un hijo de … Deberías haberle despedido cuando te lo dije.
  • Devolveremos la deuda en unos días. Igual el martes. Despediremos a Antonio. No vuelvas a la empresa hasta que ya no esté.

Pensé en mi familia. En lo que perderíamos y no lo dudé. Después de tanto tiempo de casada me daba cierta vergüenza desnudarme delante de Pedro y siempre me ocultaba bajo las sábanas cuando íbamos a hacer el amor, así que entré en el baño y salí con la ropa de dormir que me habían entregado. Tenía los ojos vidriosos, no dije nada, di la mano a mi marido y salimos de la habitación en dirección al salón.

  • Estás preciosa, Lucía. – Exclamó Santi. – Verdad, papá?
  • Muy guapa. Podrías servirnos cuatro cervezas, Lucía? Tu marido también bebe.

Pedro me soltó la mano y me dirigí a la cocina. Cogí las cervezas y volví. Me ordenó que las sirviera en vasos.

  • Me gustas mucho. Lástima que no te prodigues más en ponerte faldas. Pedro, por qué no nos enseñas cómo le sientan las bragas que lleva? Así le veremos las piernas, que no las contemplo desde que estaba casado cuando íbamos a tu casa de la playa.

Mi marido no dijo nada, tan sólo levantó el camisón hasta mi cintura, enseñando mis muslos y mis bragas. Santi se sentía como en su casa y se dirigió al equipo de música, puso un pendrive con música y me dio la mano y me giró, haciéndome dar una vuelta completa.

  • Pon a tu mujer en el centro del salón y quítale el camisón. Estamos en verano, hace calor¡¡ – Dijo burlándose. – Sácale los tirantes y que caiga.
  • No – Contesté en voz baja, casi sin pronunciar sonido.

Miré a mi marido. Serio desplazó los tirantes hacia mis antebrazos. Después tomó cada uno de los brazos y los sacó. El camisón cayó al suelo, quedando mis pechos al aire.

  • Qué tetitas tienes. Nos moríamos por verlas. Las tienes desgastadas de dar de mamar a tus hijos, o quizá es que Pedro te las come mucho. – Dijo pasando su dedo por el pezón.

Me intenté proteger, intentando que no lo lo hiciera. Sólo conseguí una sonrisa por su parte.

  • Pedro. Podrías sujetar las manos de tu mujer? Queremos tocarle las tetas.

Mi marido me sujetó los brazos, quedando indefensa. Su padre y él se acercaron y pasaron las manos por mis pechos, pellizcando mis pezones. Santi, por su parte se extralimitó, acariciando mi cara, mi pelo y levantando ligeramente las bragas. Me revolví y paró, a pesar que mi marido me tenía sujeta.

  • Estás muy bien. Ahora, desnuda a tu mujer para nosotros.

Cerré los ojos. Sólo Pedro me había visto desnuda. Era el único hombre en mi vida. Pensé que se revolvería antes de bajarme las bragas. Aunque tuviera que hacerlo, al menos una queja, una súplica, pero no, tan sólo se limitó a agacharse y dejar mi sexo al descubierto, frente a mi excuñado y su padre, poco a poco, para su deleite y nuestra humillación.

  • Eres preciosa. Nunca habría imaginado que tuvieras el coño tan bonito. Te imaginaba con una gran pelambrera, pero es rectangular, del mismo color que el pelo de tu cabeza. Seguro que te hiciste una depilación permanente por los lados. No contestes, en realidad me lo dijo tu marido un día que nos sinceramos.

No podía creer que mi marido le hubiera contado algo tan íntimo de mí. Se acercó y tiró de mi vello púbico. Su padre le imitó. Intentaba mantenerme firme, sin perder mi dignidad aunque me costaba. Se reían mientras acariciaban y pasaban sus manos por mi cuerpo.

Era repugnante. Sabía que iban a hacer algo más que sobar mis partes íntimas. Santi era quien llevaba la iniciativa y quien dirigía la situación, disfrutándola su padre y sufriéndola mi marido y sobre todo, yo.

  • Papá, te la follas? Pero espera, Pedro, cógela y ábrela de piernas. Vamos a tocar ese coño como se merece. Le haremos una revisión de bajos.

No contesté pero comencé a hacer pucheros. Nunca, jamás en mi vida, me había tocado nadie que no fuese Pedro. Tampoco ninguno me había visto nunca desnuda. Apenas me dio tiempo para pensar ya que mi marido me cogió por encima de las rodillas, me levantó apoyándome junto a su cuerpo, dejando mis piernas completamente abiertas y mi sexo expuesto.

De inmediato, los dos se acercaron a mí. Tapé mi cara, avergonzada y aturdida por lo que estaba viviendo. Se fueron a mi sexo, abrieron mis labios vaginales y los dos empezaron a meter los dedos, acariciando mi clítoris y luego metiendo y sacándolos de manera rítmica, y cambiándose las manos de uno a otro.

  • Lucía. Quiero que digas, “no pares, por favor”. Te recuerdo que tienes que obedecer.
  • No pares, por favor¡¡. – Dije avergonzada, sin querer mirar.

No quise decir que no, para no hacer más profunda mi vergüenza, negándome y después tener que hacerlo.

  • Sé que quieres que sigamos tocándote el coño pero ya está. Venga papá. Toda para tí. Vamos a colocarla sobre la mesa. Ayúdame, Pedro.

Santi me agarró por la cintura e intenté apartar sus manos. Se echó reír.

  • Qué parte del acuerdo no has entendido, cuñadita?

Se agachó al suelo y cogió las bragas que me había quitado mi marido minutos antes. Las enrolló en mis muñecas, poniéndolas a la espalda y me ató las manos con ellas.

  • No te importa, verdad? – Me preguntó sin obtener respuesta. – Lucía, esa no es la actitud. Tienes que decir que sí a todo y sobre todo, colaborar. Antes de seguir. Por qué no nos haces una foto a mi padre y a mí con tu mujer?

Estaba desnuda. Agobiada y humillada. En ese momento no era consciente de nada y Santi me agarró de la cintura y me llevó a un lado del salón. Se pusieron los dos, uno a cada lado, mientras mi marido sacaba las fotografías. Después Antonio conmigo para terminar Santi posando a mi lado.

  • Ahora sí. A la mesa. Y no me arañes¡¡ – Ironizó ya que tenía mis manos atadas.

Se colocó uno a cada lado, apoyaron mi trasero sobre la mesa y separaron las piernas. Las manos me mantenían incorporada y que no cayese sobre la mesa. Podía ver a Antonio que estaba desnudo de cintura para abajo, con su miembro erecto. No podía soportarlo, me iba a violar.

  • No me violes, por favor. Soy hermana de tu nuera y tu compañera en la oficina. – Dije a Antonio. – Mi vida, no dejes que lo haga. – Me referí a mi marido.
  • Preciosa. No es mi nuera, es mi exnuera y no eres mi compañera, eres la mujer de mi jefe. Crees que no sé que has intentado que tu marido me despidiera? Y violarte yo? Me vas a pedir que te la meta. Hazlo.

Temblaba, intentaba echar el cuerpo para atrás mientras su miembro se acercaba a mí.

  • Cariño. No le dejes, nooo – Dije a Pedro haciendo ademar de moverme pero sin fuerza.
  • Pedro, quiero que tu mujer me bese. Díselo, y que diga a mi padre que se la folle.

Mi marido apartó un momento la mano y desplazó la cara ligeramente hacia la de Santi.

  • Bésalo, cariño. Tienes que hacerlo y pídele que te folle.

Si me lo hubieran contado y no hubiese estado allí no lo habría creído. Dejé mi boca entreabierta justo en el momento en que Antonio se introdujo dentro de mí.

  • Puedes hacerlo. Nooo... – Dije después a Santi mientras nuestras bocas se juntaban.

Me dejé llevar. Estaba sobrepasada. Cerré los ojos y esperé con la boca entreabierta y las piernas sujetas y separadas. La cabeza de su miembro rozaba mi vello púbico. Me movía ligeramente. Mi mente estaba centrada en esperar la entrada, de un momento a otro, del miembro de Antonio. Sin embargo fue la boca de Santi la que se arrimó a la mía, metiéndome la lengua. Apenas nuestras lenguas se rozaron el miembro de Antonio se introdujo en mi vagina y giré mi cara bruscamente, dejando de besarle.

  • Cariño. Sólo he estado contigo. – Comenté a Pedro sollozando.
  • Hasta hoy, cielo. Venga, bésame. – Contestó Santi al escucharme.

En ese momento Antonio apretó más y se clavó en mí. Dí un espasmo pero me tenía sujeta la cabeza y no dejó que me separase de él. Metió su lengua hasta mi campanilla y preguntó a mi marido.

  • Podemos tocarle las tetas, verdad? Sujétala tú. Ya no necesita que le abramos las piernas. Lo hará solita.

Respondió con un seca afirmación. La mano de Santi se fue a uno de mis pechos y su padre al otro. Los acariciaron, sobaron y masajearon. Antonio me tocaba el culo, ahora me tenía apoyada sólo por la rabadilla y la parte baja de la espalda, cogiéndome por los cachetes del culo, evitando que me cayese de la mesa. Seguía penetrándome mientras me sujetaba, cada vez más fuera de la mesa.

  • Es una maravilla. Qué delgadita y qué bien entra. – Expresó el contable.
  • Sí. Tiene un tipazo. Mucho mejor que el de mi ex. A ella le sobran unos kilos. Pero tú, ufff, estás divina.

Tenía su mano entre mi cuello y la cabeza, me besaba y sólo se apartaba de mi boca para hacer algún comentario o animar a su padre para que disfrutase de mí.

  • Vamos papá. Lo estás pasando bien. Se nota que la estás disfrutando.

Cerraba mis ojos. Si los abría, le miraba de frente, con el pelo cano, delgado y con su camisa blanca, impoluta, que llevaba a diario al trabajo. Santi tenía un aire a él, pero menos serio, más propenso a la diversión.

  • Sois unos canallas. – Acerté a decir entre lágrimas.
  • Lo somos. Los canallas que te estamos follando porque no habéis podido pagar la deuda y la putita de Lucía se tiene que abrir de piernas para convencernos. Si tus padres te vieran ahora, o tus hijas. Qué pensarían de tí?

Mi mente se fue a ello mientras sin darme cuenta el ritmo de Antonio fue creciendo. Sus manos se aferraron a mis caderas con más fuerza hasta que lo dijo.

  • Voy a correrme. Ahhhh.

Aparté mi cara de la boca de Santi y la dirigí la mirada mi marido. Le miré haciendo pucheros, pidiendo una ayuda que sabía que no podía aportarme. Se apartó de mí, limpiando en mi vello las gotas de semen que se escapaban de su miembro viril, no sin antes notar un par de potentes chorros que entraron en mi vagina.

  • Pedro. Llévala al baño y que se limpie el coño.

Mi marido me abrazó por los hombros y me acompañó al baño que teníamos en la parte baja de la casa. No pude aguantar y rompía a llorar de manera sonora. No llegué a caer al suelo porque me sujetó. Me metí en la ducha y me lavé todo el cuerpo, sexo y pechos, la parte que sentía, habían mancillado la antigua familia de mi hermana.

  • Cariño. Cómo hemos podido llegar a esto?
  • No lo pienses. Saldremos de esta y no volverás a verlos nunca más.

Me sequé y me envolví en la toalla. Me senté en la taza del WC y me di unos segundos. Mi marido me esperó, sabiendo lo difícil que era todo aquello para mí. Me levanté y sin decir nada abrí la puerta del baño y tomé el pasillo para ir de nuevo al salón.

Volvimos a presentarnos en el salón para que continuasen con la humillación. Santi me pidió que me subiera a la mesa del salón y me pusiera a cuatro patas. Al hacerlo, pasó su mano por mi sexo.

  • Mojadito y limpio. Como te he dicho. Ahora vamos a hacerte una foto. Papá, métele el dedo en el coño y te saco una foto y tú, Pedro, gírale la cabeza para que se vea su cara en ella. – Explicó mientras su padre se colocaba detrás de mí y llevaba el dedo a mi sexo.

  • Así papá, sonríe, que se vea que disfrutas tocando el coño de tu jefa. Mete el dedo.

Pedro me hizo girar la cabeza. Sentía el dedo de Antonio en mi vagina y cómo se sentía feliz hacéndolo mientras su hijo sacaba las fotos. Después se puso a mi lado. Sentí su mano en uno de mis cachetes y le pidieron a Pedro que las hiciera.

  • Bájate de la mesa. Ve al sofá y ponte de rodillas. Voy a dar por culo a mi cuñadita. Pedro, cógele las manos se sentirá mejor.

Obedecí sin decir nada. Esperando que mi marido me defendiese, pero se limitó a sentarse a mi lado y cogerme las manos. No lo vi, pero podía, escuchar cómo se iba desabrochando los pantalones. Noté cómo se incorporaba en el sofá. Se puso también de rodillas y su miembro apuntó a mi ano.

  • No. Por detrás no, por favor¡¡¡

Mi marido no dijo nada, le vi mirar a Santi. Pocas veces había tenido sexo anal con mi marido. Lo hacía a veces por complacerle pero terminaba con fuertes dolores ahí y prefería hacerlo de cualquier otra forma. Se recostó sobre mi espalda, como si fuese un perro dispuesto a embestir a su hembra, llevó la punta de su miembro a mi ano, y sin excesiva dureza, se introdujo en mi recto.

  • Así. Qué estrechito¡¡ Sabes que a tu hermana le encanta el sexo anal?

No dije nada. Me daba asco, y más aún el pensar que aquel malnacido se hubiera acostado con mi hermana y le hubiera hecho tres hijos. Afortunadamente, pensaba que no habían salido a él, a pesar que los dos primeros estaban muy empadrados.

Me tenía inmovili para poder empalarme. Me dolía, apenas podía respirar y sentía un importante escozor. Seguía moviéndose dentro de mí. Empezó a decirme guarradas, que me moviese más, preguntando si me gustaba lo que me hacía. Intentaba mantener las rodillas clavadas en el sofá para no caer.

Mi marido me acarició la cara, en señal de protección, pero sin protegerme de nada. Al hacerlo le miré entre lágrimas, supongo que con gestos de dolor en mi cara. Le dejaba hacer. No podía mirar a Pedro, no en aquel momento. Sólo deseaba que terminase. Si no me gustaba el sexo anal con mi marido, con mi excuñado era demoniaco.

Se lo tomó con calma. Sentí un chorro caliente, igual que había hecho minutos antes su padre dentro de mi vagina, sólo que ahora en mi ano. Escurrió su miembro introduciendo dos o tres veces más, sacándolo y expandiendo sus últimas gotas de semen en la parte baja de mi espalda, dando pequeños golpecitos, sacudiéndola.

Cuando me soltó Santi me levanté corriendo y fui al baño, esta vez sin esperar a mi marido. Abrí de nuevo el grifo de la ducha y enfoqué el chorro hacia el lugar que acababa de utilizar.

Me sequé y volví salir, tomándome unos segundos para mí. Ahora con la toalla enrollada en el cuerpo. Al verme, Santi se echó a reir.

  • Lucía. Vienen dos personas más. Venga Pedro, quítale la toalla. Tu mujer no se ha enterado que tiene que estar desnuda. Quiero que te sientes sobe la mesa baja, la que está junto a los sofás.

Mi marido me volvió a dejar completamente desnuda, quitándome la toalla y tirándola a la suelo. Me senté en la mesa, como me había dicho. Crucé las piernas, me tapé los pechos con los brazos. Al sonar el timbre me estremecí, intentando plegar mi cuerpo sobre mí misma.

Al momento entró mi marido con cara seria. Le seguían a cierta distancia mis dos sobrinos. Alberto y Sergio. No podía dar creerlo.

  • Papá. Qué hace aquí la tía. Cuando me dijiste que teníamos una fiesta en casa de los tíos pensé en otra cosa. Ella dijo que se iba a la playa. Pero... está desnuda. Papá, por favor, es nuestra tía. – Señaló mi sobrino Alberto.
  • Los tíos han tenido un problema económico, ya lo sabes, Alberto. Tu tía, para solucionarlo está muy “colaborativa”. Y claro, lo de la playa lo han pospuesto para estar con nosotros.
  • Papá, por favor. Dale algo de ropa.
  • Por favor¡¡ Esto no es cristiano. – Añadí.
  • Vale pero antes, dadle un beso. Parece que os asusta. Lucía, pon las manos sobre la mesa. No te tapes.

Mis dos sobrinos se acercaron a mí. Estaban cohibidos, casi no se atrevían a mirarme. Me dieron un beso en la mejilla cada uno de ellos aunque vi como los dos miraban el vello que sobresalía entre mis piernas.

  • Tengo ahí el camisón. – Dije señalando a la silla de la que colgaba.
  • No. Esperad aquí. Pedro, enséñame la ropa de Lucía y le traemos algo.

Pedro acompañó a mi excuñado a recoger mi ropa. Los perdí de vista cuando salían por la puerta. Me acurruqué sobre mí, mientras mis sobrinos no querían mirarme y su abuelo bebía cerveza con tranquilidad. A los pocos momentos bajaron. Pensé que me traerían una bata o algún vestido, pero Santi se presentó con unas pequeñas bragas blancas de encaje.

  • Por favor... – Supliqué al verlo. – Deja que me vista.
  • Ponte esto. Te cubrirá el coño y el culo. Por las tetas no te preocupes. Son pequeñas, no hay mucho que ver.

Pedro se agachó y metió las bragas por los tobillos. Me levanté y tapándome las subió por las rodillas, mis muslos, hasta ponérmelas.

  • Mejor así? – Preguntó a sus hijos. – Ahora por qué no bailas para nosotros. Me gusta mucho como te mueves cuando lo haces.

Me gustaba bailar. Desde siempre, me movía feliz, contenta. Puso de nuevo música, ahora más movida y me dijo que lo hiciera. Lo hice.

  • Lucía. Levanta las manos y muévete, coño.

Miré a mis sobrinos, esperando que ellos parasen aquello. Pensaba que les parecía, igual que a mí, una aberración hacia su tía. Mis movimientos ahora, suponía que eran más del agrado de Santi. Antonio y su hijo no dejaban de observarme. Los chicos me miraban pero cuando mis ojos se dirigían hacia ellos, no me aguantaban la mirada.

  • Os va gustando, verdad? – Preguntó a sus hijos.

No escuché respuesta. Pero ahora, al mirarlos ellos no apartaron sus ojos de mí. Sin duda, algo estaba cambiando. Ahora fui yo quien no pudo seguir mirándolos. Bajé la cabeza e intenté seguir bailando como si nada.

  • Pedro. Los chicos se van animando. Agarra a tu mujercita y enséñales el culo.

No lo dudó, me agarró por la cintura y bajó ligeramente mis bragas por detrás, dejando a la vista mi culo, mientras yo las sujetaba por delante para mantener tapado mi sexo.

Me dejó, sentía como la sangre me subía a la cabeza de nuevo. Me zafé de él, no entendía cómo podía ser tan colaborativo cuando humillaban a su mujer. Quedé quieta, de nuevo haciendo pucheros.

Santi se acercó, por detrás, metiendo la mano por debajo de mis bragas. Supe que no las había terminado de subir Pedro. Me giró bruscamente, colocándome frente a él y las bajó ligeramente, lo justo para que un par de centímetros de mi vello púbico asomase por encima me mi prenda.

  • Venga chicos. Poneos junto a vuestra tía. Os haré unas fotos.

Ahora los chicos me miraban ya de manera lasciva. Había cambiado su forma de verme desde le momento que había llegado mientras yo, sin observarme en ningún espejo, me sentía acalorada, con tensión en la cabeza y el corazón latiendo a mil.

  • Qué pasa chicos? Os empieza a gustar vuestra tía? – Preguntó el abuelo con sorna.
  • Me gustan sus bragas. Son muy bonitas.
  • Quítaselas. Tu tía estará encantada de regalártelas.
  • Nooo. – Respondí contundente.
  • Piénsalo bien. Estoy seguro que no has pensado tu respuesta.
  • Cariño. Hazlo. – Me susurró mi marido.
  • Cual es tu respuesta, Lucía? – Volió a preguntar Santi.
  • Sí. – Expresé hundida y casi sin pensar.

Mis dos sobrinos se acercaron a mí. Sergio me cogió por la cintura mientras que su hermano se aferró a mis bragas y las bajó lentamente mientras yo suplicaba, gritaba y pedía que parase.

Alberto se quedó con ellas en la mano. Ahora me miraban con descaro. No sentían ningún remordimiento de ver a su tía completamente desnuda. De nuevo, su padre les dijo que se pusieran a mi lado para unas fotos. Primero Sergio, después Alberto y al final los dos juntos.

  • Bueno. Al final miráis a vuestra tía. Os gusta?
  • Es mucha mujer. – Contestó el pequeño ante las risas de los demás.
  • Besadla. Queréis?

Se acercaron a besarme pero me aparté. Mi marido me sujetó por detrás. Imaginé que por algún gesto que no había visto por parte de Santi. Los chicos llevaron sus bocas a las mejillas y las manos a mis pechos, sexo y culo. Mientras, me revolvía de manera inútil.

  • Vamos, chicos, haceos una foto con ella.

Me colocaron en un rincón del salón y mis dos sobrinos posaron junto a mí.

  • Por qué no la subimos a la habitación y la conocéis mejor?
  • No, no. – Supliqué. – Diles que no. – Increpé a mi marido.

Se mantuvo sin decir nada, Fue Santi quien apoyó su mano en mi nuca y me empujó a la salida del salón. Encaramos todos el pasillo y me llevaron a la habitación. No podía sentirme más avergonzada. Miré a todos, mis sobrinos sobre todo, que ahora les veía deseosos de estar conmigo, pero que también su padre y su abuelo invadían mi intimidad dentro del cuarto donde había engendrado a mis dos hijos y donde tantos momentos íntimos había vivido junto a mi marido.

  • Qué cabrón¡¡ Los polvos que has debido echar aquí¡¡ – Expresó Santi.

Esperaba que mi marido dijese algo, pero una vez más no decía nada. Una cosa era que nos tuviéramos que someter a los infames caprichos del exmarido de mi hermana y otra que no se opusiese, y fuese casi un siervo, facilitándole la labor de denigrarnos, sobre todo a mí.

  • Túmbala sobre tí. – Le mandó a mi marido.

Mi marido me cogió en el brazo y se tumbó en la cama.. Quedé mirando al techo y comencé a ver la cara de los hombres que allí estaban. Santi pidió a mi marido que me diera las mano y las dejase abiertas y con sus piernas, abriese las mías. Sus tobillos se juntaron con los míos y los separó, quedando completamente expuesta. Ahora sentía más vergüenza que en ningún momento anterior. Alberto se acercó a mi sexo, tocando mi vello púbico y tirando de él. Giré la cabeza y vi que su padre estaba con el móvil, suponía que haciendo fotos o filmándolo.

Sentí un beso en la parte alta de mi vagina. Mis piernas estaban cerradas.

  • Venga, cuñadita. Deja que tu sobrino te coma el coño. Pedro, ábrele bien las piernas.

Mi marido se fue a mis tobillos y separó mis piernas. Al dejar mis manos libres me tapé los pechos instintivamente. No podía estar pasando aquello.

Me cogieron las manos. Al mirar vi que era mi sobrino pequeño, Sergio. Me las echó para atrás y empezó a besármelos. Ahora noté la lengua de Alberto en medio de mi sexo. Di un grito ante las risas de mi excuñado y su padre. No podía cerrar las piernas ya que mi marido lo impedía. Tampoco las manos. Sergio se colocó por detrás y con sus manos me pellizcaba y metía en su boca mis pechos.

Mi sobrino pequeño me dejó. Cerré los ojos y le perdí de vista mientras mi sexo seguía siendo rozado por el mayor. Al momento noté que me daban golpecitos en la cara. Al girarme y mirar, tenía un pene enfrente, que de sorpresa se introdujo en mi boca, de nuevo, ante la risa de todos.

Alberto también paro con su cunningulun. Fueron sólo unos instantes. Cerré mis piernas y me giré, dejando que Sergio siguiese con su penetración en mi boca. A los pocos segundos me volvieron a abrir las piernas. Mis temores se hicieron realidad y de nuevo Alberto se situó entre ellas. Esta vez no era con su cabeza. Iba a penetrarme.

Intenté gritar pero no podía. Tenían ocupada mi boca en otras cosas. Encurvé mi cuerpo y me preparé para ser penetrada por mi sobrino. Pensé en incesto. No eran mis hijos pero mis sentimientos hacia ellos eran muy próximos. A los dos los había criado, ayudando a mi hermana desde que nacieron, los duchaba, daba de comer, dormía. Eran algo más que unos simples sobrinos.

De manera lenta buscó el orificio de mi vagina, ahora mojada por los lametones que me había dado antes. Se introdujo sin ninguna dificultad. Sólo quería que acabase, me dejé hacer. Me temblaba el cuerpo, mi cara permanecía sujeta por la mano de Sergio. Alberto estaba muy excitado. Podía escuchar los gemidos de los dos, pero sin duda, Alberto me penetraba más deprisa, con más ritmo y mayor excitación por su parte. Sabía que no aguantaría mucho.

  • Os pone vuestra tía, verdad? – Preguntó su padre.

Ninguno contestó. Seguían concentrados. Esperaba que no tardasen. No quería escuchar, no quería saber pero Alberto me advirtió.

  • Tia. Voy a correrme. Ufff. – Dijo sacando su miembro y echando un chorro impresionante de semen. Estaba muy caliente desde que me dijiste que haríamos una fiesta.
  • Cuánto tiempo llevabas sin pajearte? – Preguntó Santi mientras me daba una toalla para que me limpiase. – Sergio. Fóllatela tú también. Si quieres, claro.
  • Claro que quiero.

No tenía ya fuerzas para decir nada ni oponerme. Me soltó y se colocó en el lugar de su hermano. Estaba excitado y esperaba que fuese rápido.

Se situó entre mis piernas y me penetró, encontrando mi vagina a la primera. Más brusco, más inexperto pero con movimientos firmes y rígidos.

  • Lucía. Te diré que Sergio era virgen hasta hoy. Estás estrenando a tu sobrino.
  • Sí, hasta hoy. – Repitió él.

El joven siguió penetrándome. No quería mirarle. Cerré los ojos. Me tapé la cara esperando que pasaran rápidamente los segundos que, estaba segura, le quedaban para terminar. Unos alaridos me hicieron pensar que sucedería ya. Igual que su hermano, no quiso llegar dentro de mí, jugando con su miembro y mi vello, depositando su semen, que sentía gotear después que un fuerte chorro cayese sobre mi ombligo.

Se levantó y me dejó sola. Mi marido estaba a mi lado pero nunca me había sentido tan sola. Quizá el tuviera herido su orgullo como hombre, por lo que le habían hecho a su mujer, pero era yo quien lo había sufrido.

  • Pedro. No es justo que no te cepilles a Lucía. Al fin y al cabo, es tu mujer. – Habló Santi dándome la toalla para que me limpiase.

Los cuatro se aferraron a mí. Antonio y Santi me agarraron cada uno de una mano y los chicos de los tobillos. Yo me sentía sometida y no hacía por defenderme. Mi marido me penetró sin dificultad. Me sorprendió que tuviera una erección después de todo lo que me habían hecho mis sobrinos y la antigua familia de mi hermana.

No lo hacía como otras veces. Supuse que era porque estaba con más gente, obligado por las circunstancias. Lo hacía más despacio, sin prisa, con cierta desgana. Le sentía hasta dentro. Le miré a los ojos mientras me penetraba y le hablé.

  • Lo siento¡¡¡ – Expresé rompiendo de nuevo a llorar.
  • Qué es lo que sientes? – Contestó Santi riendo. – Ahora métesela por detrás.

Me colocaron de rodillas sobre la cama. Los chicos me separaron las piernas y los mayores los antebrazos y me echaron un poco para adelante. Con las manos libres empezaron a tocarme los pechos. Ya no tenía fuerzas para quejarme. En ese momento sentí el pene de mi marido que entraba en mi ano. Di un quejido, pero me sentía exhausta.

Comenzó a penetrarme con fuerza. Gemía ligeramente, un poco por el dolor y escozor que me producía y otra por el hastío que me producía todo aquello y que sólo deseaba que terminase.

Seguía sintiendo su miembro que entraba y salía de mi recto, y los comentarios soeces de Santi y Antonio. Mi marido apoyaba su mano en la parte baja de mi espalda. Ahora me agarró con fuerza por mis caderas y a hacerlo con cierta brusquedad. No le reconocía pero tampoco pensaba demasiado después de todo lo que habíamos vivido. Su ritmo se iba acelerando mientras yo le justificaba, pensando que todo era por el chantaje que estábamos sufriendo. Sus embestidas aumentaron. Se clavaba en mí. No podía verle, Antonio y su hijo me seguían acariciando y pellizcando los pechos. De una manera brusca, noté como llegaba dentro de mi ano. No practicábamos apenas sexo anal, pero jamás había llegado dentro de mi recto.

  • Bueno, date la vuelta ahora. Sabes lo que es un bukkake?

No había escuchado jamás esa palabra. Lo que fuera no me iba a gustar y lo primero era que no dieran por terminada la fiesta.

Mi marido se vistió, y los otros cuatro volvieron a desnudarse de cintura para abajo. Me asusté. Todos tenían sus miembros bastante erectos y al lado de la cama, comenzaron a tocar todo mi cuerpo, mi sexo, mis piernas, mis pechos...

Todos comenzaron a masturbarse. Buscaba con la mirada a Pedro pero no le veía. Santi dejaba de acariciar mi cuerpo para hacer alguna foto con el móvil. De repente sentí un chorro caliente cayendo sobre mi muslo. Era Sergio que había depositado su semen sobre mí. El segundo fue su padre, que hizo lo mismo en un lado de mi cara, manchándome el ojo, que afortunadamente había mantenido cerrado en el momento. El tercero fue mi sobrino mayor, que manchó un lado de mi vientre, próximo a mi vello púbico. Tuve que esperar unos segundos para que Antonio, el casi anciano, manchase mi pecho de semen.

Hiperventilaba. No sabía si habían terminado. Alberto me levantó la cabeza y miré a todos. Mi marido estaba apartado de ellos.

  • Lucía. Ha sido un auténtico placer pasar esta tarde contigo. Nos hemos pegado unas corridas de la leche. – Explicó Santi. – Y gracias a Pedro por haberlo hecho posible.

Pensé que se refería a no poder pagar el préstamo pero al acercarse mi marido me sacó de dudas.

  • Verás Lucía. No debemos nada a Santi. Debo, porque la empresa es mía. Tú, en cambio, me debes todo el dinero que has entregado a tu hermano a mis espaldas y la falta de lealtad cuando me pediste que despidiese a Antonio cuando sólo protegía mi patrimonio. Él siempre ha sido leal, tú no. Cuando le negaste a mi primo el máster para su hijo. Quién coño crees que eres?
  • Yo jamás he sido infiel. – Me defendí. – Sólo defendía a la familia.

Estaba atónita, también exhausta. Continuaba desnuda y expuesta ante la explicación de Pedro.

  • Sé que hasta hoy no has estado con otro hombre más que conmigo. Tenemos fotos tuyas desnuda, frente a tu excuñado, Antonio, y lo peor, con tus sobrinos. Si estas fotos salen, tu reputación caerá en picado. Tenemos fotos teniendo sexo, grabaciones de todo, y dependerá de ti que puedan llegar a tu hermana, a tus padres y a las amistades de todos vosotros.
  • Pero qué estás diciendo? – Pregunté confusa.
  • Estoy diciendo que todo esto lo he planeado yo. Sé que tu hermano tiene problemas y necesita otros 3.000 euros. Los vas a tener, tú sabrás si se los das. Financiaré un centro de desintoxicación si quieres, te vas a quedar con esta casa y te pasaré una pensión que te permitirá vivir cómodamente pero sin derroches, y por supuesto, no podrás mantener los caprichos de tu hermanito ni de tus padres.
  • Cariño, qué dices? No te entiendo, repetí llorando.
  • Digo que nos vamos a divorciar. La empresa tiene problemas económicos, forzados por mí, y en cuanto nos divorciemos se recuperará, además tengo otras muchas en las que no figuro de manera directa que generan pingües beneficios. Así que el trato que te ofrezco es muy superior al que conseguirías con un divorcio sin acuerdo. Podrás ir a la playa, invitar a tu hermana durante unos años. Eras una mujer recatada que se ha prostituido esta noche por no perder su forma de vida. Me has decepcionado mucho, Lucía. No eres buena persona.
  • Lucía. Tenemos fotos. – Añadió Santi mientras me daba tirones en mi vello púbico. – Hoy lo hemos pasado muy bien. Tenemos fotos que si salen a la luz pueden hacer que tu reputación caiga, pero como lo hemos pasado tan bien hoy, es posible que podamos repetirlo. Estoy seguro que varios compañeros de la empresa, amigos de tus hijas estarían encantados de pasar una “preciosa tarde” contigo.
  • No puedes hacerme esto. – Respondí llorando.

Antes de marcharse, Pedro me contó cómo habló con Santi y Antonio. Les propuso esta venganza y el propio Santi añadió que a sus hijos, mis sobrinos, les encantaría participar. Fue en un bar, tomando una copa.

La deuda de la empresa y el préstamo había sido una trampa. Sabían que no querría ir a la playa, que no dejaría a mi familia tirada, aunque tuviese que entregarme a los caprichos de la familia de mi excuñado. Me contó cómo había fingido aquella discusión en el despacho para que yo entrase asustada y me expusiera Santi la situación. Cómo habían provocado que mi hermano tuviera problemas ese día, para que no tuviera dudas en colaborar.

Entre Santi y él decidieron qué ropa llevaría esa tarde. Entre los dos la habían buscado en una tienda de lencería.

Mis sobrinos sabían que yo estaría desnuda cuando entrasen, pero supieron disimular. Era degradarme aún más poniéndome algo de ropa. Lo de las braguitas blancas no lo tenían previsto. Pensaron en un tanga, pero al verla pensaron que era la prenda ideal. Sólo era hacerme creer que había terminado pero que los chicos se animarían conmigo. Había ganado una apuesta, ya que no esperaba Santi que llegase a tener sexo con mis sobrinos.

Que lo tuvieran sería el clímax de mi humillación. Algo que nunca olvidaría ya que para mí eran casi como mis hijos. Después de explicarme todo los cinco salieron de la habitación. Me quedé llorando y lamentándome de cómo había podido ser tan tonta y la nueva vida que se me planteaba.