Violaciones medievales II (1)

Secuela del relato medieval que mejores valoraciones me ha suministrado. Nuevamente, jóvenes muchachas tendrán que enfrentarse a la perversión de crueles ejércitos. Al igual que en la saga anterior, debo advertir sobre el contenido sádico de violaciones masivas que posee.

Violaciones medievales II (1º parte)

Los inmundos desagües llegaban a revolver su estómago.

Deseaba con todo su espíritu que esa espeluznante parte de la misión se acabase enseguida, que ya mismo pudiera salir con sigilo de ese lugar putrefacto para merodear por los pasillos y habitaciones de la morada secreta, que la oscuridad nauseabunda renunciara a agredir sus sentidos de la manera más indecorosa.

Pero aún no era el momento. Tenía que resistir un tiempo adicional para que los guardias se posicionasen en sitios apartados, lejanos a la diminuta salida de la desembocadura, por donde saldría para dar paso al segundo tramo del plan.

Entre las ansias terribles que sentía, las cuales la estaban llevando a las cercanías de los ataques de vértigo, Patrice, la mejor informante y espía del ejército del reino, se dedicaba a suspirar silenciosamente, intentando que el tiempo continuase en forma ligera. Pero los roedores paseándose por sus tobillos habían comenzado a asquearla verdaderamente, poniendo en duda aquello que siempre la enorgullecía como mujer luchadora: la virtud de soportar el sometimiento, cualquiera que éste sea.

El silencio en la superficie y su significado le había traído tranquilidad. Faltaba poco, sólo se encontraba a unos segundos de recaudo de abandonar esa pútrida área. Esperó y esperó con ansias, agradeciendo luego la continuación del mutismo en los pasillos, las salas, las celdas y cercanías.

“Aquí vamos” pensó valientemente.

Y actuó de la misma forma.

Con diestro disimulo, destapó el hueco cuadrado del desagüe, se asomó por entre las piedras lisas que formaban el sendero secundario y, al no divisar enemigos a la vista, se apeó de su temporal escondite, depositando la tapa en el lugar de origen.

Merodeando entre la penumbra silenciosa, tardó un tiempo prolongado en percatarse de su posición geográfica dentro de la guarida. Una vez orientada, se dirigió discretamente hacia una de las esquinas que lindaban con el pasillo principal, extrajo su pequeña espada de una vaina escondida y la utilizó como espejo para observar a sus alrededores y al horizonte de la transversal.

Ante la mudez reinante, no fue difícil comenzar a oír sonidos lejanos de pasos y conversaciones indescifrables. Y por el reflejo apenas visible del filo de su arma, llegó a divisar a tres individuos acercándose hacia su saliente.

“Rayos” pensó, al ver que tendría que improvisar antes de lo previsto.

Cuando estuvieron cerca de su posición, sorpresivamente se detuvieron.

“Hacía tiempo que no me excitaba de esta forma” distinguió, entre risas, que decían al agudizar su audición.

“Son terriblemente hermosas”

“Sus vaginitas están acorde a su juventud…”

“Sí, muy cerradas….pero por poco tiempo…”

“¿A quiénes les tocarán los próximos días? No podré soportar demasiado la abstinencia”

“No lo sé, pero tendremos que esperar seguramente. Son las únicas vivas que nos quedan….serán obligadas a trabajar duro…”

La indignación contaminó la mente de Patrice, tanto que estuvo a instantes de arruinar su propia estrategia si le daba rienda suelta a la emoción. Pero una breve charla escuchada a continuación sobre un horrible hedor en el ambiente, hizo que tensara todo su cuerpo, preparándose para lo que se avecinaba.

Estaba al tanto de que la fétida fragancia la transportaba ella y de que en cualquier momento comenzaría la contienda. Por lo que cerró sus ojos, permitiendo que su sentido del oído fuera el primordial en todas esas tinieblas, y al percibir que se hallaban distraídos a menos de un metro de su persona, surgió de las sombras y arremetió contra el más próximo, rebanándole la garganta para que no gritase, siguiendo luego con sus compañeros, a quienes no les permitió siquiera que llegaran a extraer sus armas, clavándole su espada en los cuellos y cráneos.

--Tendría que cortarles el miembro también—le susurró posteriormente con repulsión a los cadáveres ensangrentados.

Los inspeccionó por unos segundos, camuflando su mirada maldita en la oscuridad, para después escupirles sus rostros inertes como despedida, enfundar elegantemente su instrumento afilado con un jueguito de manos y proseguir la marcha por sobre el tétrico pasillo.

Con su acostumbrada caminata imperceptible, fruto de años de entrenamiento en las noches sin luna, arribó a cierta intersección iluminada con antorchas, la cual conducía a una de las pocas puertas en donde se observaba el desprendimiento de luz desde las angostas aberturas.

Patrice respiró hondo, como conociendo la situación con la que se toparía enseguida, sabiendo que la podría marcar de por vida. Alcanzó a oír aullidos y gemidos de dolor femenino provenientes del interior de aquella misteriosa habitación, lo que la llevó a arrepentirse por unos segundos de todo lo secretamente proyectado. Pero esa vacilación sólo duró lo que tardó en recordar las facciones de su familia y amigos. Tensó, entonces, sus nervios al máximo, apretó sus dientes como para que ascendiera toda la valentía de su espíritu, y finalmente se acercó a las rendijas del viejo portón, por donde dirigió su vista hacia lo que acontecía dentro.

**

**

Largo, largo tiempo me llevó decidirme. Tenía un lugar donde quedarme, un sitio a donde pertenecer con gente que me apreciaba. Pero mis sueños no congeniaban con la armonía y la paz de mi morada campesina. Quería libertad para mis andanzas, independencia para llevar a cabo mis anhelos, porque sabía que podía convertirme en quienes admiraba con toda mi alma.

Todo el invierno tardé en llegar a esta tesitura, pensarlo bien y actuar. Me encontraba lista, aunque mi cuerpo poco desarrollado de preadolescente señalara lo contrario. Pero mis ideales eran más fuertes que cualquier inconveniente físico, que todos mis sentimientos de hija malcriada. Y fue ese motivo el que me llevó a abandonar de madrugada a los seres queridos que me habían adoptado y amado, dejándoles nada más que una nota escrita en papel viejo, para emprender el viaje que me llevaría a mi destino.

A mi destino de guerrera guardiana del reino.

Todo el recorrido hasta el páramo en donde me hallaba me la había pasado analizando el contexto y llegando a la conclusión de que había sido muy poco considerada con ellos, que me odiarían por haberlos despreciado de ese modo. Y tendrían razón, no podría negarlo. Aunque nunca llegarían a entender mis motivaciones ni mis metas, ni comprenderían la no existencia de otra manera para cumplir con mis deseos de gloria. Incluso varias veces estuve cerca de arrepentirme al experimentar el peligro de los senderos, los bosques y las aldeas apartadas. Sobre todo al vivir la desolación de no tener a quién acudir por si alguien intentaba robarme o sobrepasarse conmigo. Pero todo eso ya era historia. Al fin me encontraba en la dirección correcta hacia el asentamiento de una de las mejores escuadras del ejército, en donde me habían informado que entrenaban a nuevos reclutas jóvenes para el servicio de la guardia.

Al apersonarme finalmente bajo las compuertas del mencionado establecimiento bélico, tuve la sensación de que todo era muy frío, muy solitario, como si nadie se encontrara del otro lado.

“¿Qué está pasando?” alcancé a preguntarme con el temor a lo desconocido, mezclado con la terrible posibilidad de que tanto esfuerzo hubiera sido en vano.

“No, no me hagan esto…” recé “Me ha costado mucho…”

Al parecer, alguna de mis plegarias mentales fue escuchada ya que los portones poco a poco fueron abriéndose.

“Sí…sí…sí…..” festejé para mis adentros.

Los grandes campos verdes entre la entrada y las instalaciones del ejército me mostraron ciertas escenas que no se emparentaban exactamente con lo soñado. Así fue que, mientras caminaba por el sendero en dirección al campamento, mis percepciones juzgaron de brutales a los entrenamientos duros observados bajo el mando de individuos que atemorizaban con solo percibir sus portes.

“Cielos…” pensé al tiempo en que se me erizaba la piel “Con razón me dejaron entrar tan fácilmente ¿Qué demente se atrevería a traer problemas aquí?”

Entre miradas de extrañeza por mi figura femenina—y más aún por mi silueta de niña--, me dirigí con paso firme hacia la entrada de una de las barracas establecidas para un objetivo específico. Y como no quería que nadie se enterase del temor a mi propia inseguridad, me impuse de antemano.

--Estoy buscando…--dije al entrar, sin un destinatario fijado.

Pero ni siquiera pude completar la frase. Todos los vistazos de los soldados alojados allí se abalanzaron contra mí y no supe cómo triunfar por sobre el silencio de mi vacilación.

Y para colmo de males, varios de los presentes comenzaron a sonreír con innegable picardía al advertir mi perfil de joven extraviada en busca de ayuda.



Sabía que se toparía con escenas como esa, que experimentaría asco y repulsión al verlas, pero no había forma de prepararse para presenciar tales abusos a amistades. Aquellas grietas de maderas gruesas la separaban de demoníacas acciones misóginas, llevadas a cabo en medio de carcajadas malignas y gritos desgarradores.

“Grita más fuerte que es lo que más me excita, perra sucia” “Abre grande que sino no te entrará” “No tienes idea de lo arruinadas que tienes las nalgas” “Reviéntenla, que quiero ver más sangre saliendo de sus agujeros” eran las expresiones perversas que llegaban a sus oídos mientras observaba cómo sus tres compañeras se encontraban atadas con sogas en mesas y bancos, siendo violadas oral y vaginalmente en forma de L.

Los abusadores superaban la media docena y las vejaban sin piedad, haciendo temblar los tablones antiguos y desgastándolos contra el suelo inundado de fluidos corporales. Los suspiros de placer masculino se hacían oír tanto o en mayor frecuencia que los sollozos de sus víctimas, desgarrando sus inocencias de jóvenes aprendices de guerreras caídas en la desgraciada existencia de ser prisioneras.

No quiso siquiera imaginarse la cuantía de atrocidades que le habrían hecho en las dos semanas de infernal estadía allí. Con sólo ver sus facciones de desazón y acostumbramiento al desconsuelo, se le anudaba la garganta al conjeturar el sufrimiento vivido. Pero angustia no era la única emoción que sentía en ese momento. Sus ojos paulatinamente estaban demostrando la ira profunda que emergía de su corazón, la cual se transmitía a través de pensamientos y planeamientos violentos en contra de sus enemigos. Su alteración no aguardaría demasiado más, debía actuar antes de lo proyectado.

Y un detalle adicional contribuiría con ese contexto de apuro.

“Esperen, creo que he visto una sombra detrás de la puerta” escuchó decir a uno de los profanadores ubicados fuera del alcance de su visual.

Todos se detuvieron en su afán. Patrice no pudo prestarle atención a las conversaciones subsiguientes debido a los movimientos sigilosos llevados a cabo para esconderse y alistarse para la agresión.

El vejador más cercano a la entrada se acercó para investigar el origen de la intuición, abriendo de golpe el portón y provocando un fuerte ruido que hizo eco en la penumbra. Al mirar hacia ambos lados del pasillo y no encontrar más que la oscuridad del horizonte, sonrió pensando en los dichos maliciosos que le expresaría a su compañero por su reacción temerosa ante una percepción.

Pero eso sería lo último que haría en su vida.

--Imbécil—se rió--, ¿podrías al menos una v…?

Ante la mirada atónita de todos, una cuchilla de espada traspasó su cráneo en forma fulminante, como un rayo proveniente de ningún lado.

--¡¿Qué mierd..?!—se exaltó el más próximo, quien en el segundo siguiente contempló cómo una chica de cabello castaño largo y enrulado surgía de las tenebrosas alturas y entraba lentamente en la retorcida habitación, emulando a un soberbio demonio ingresando en el tártaro.

--¡¿Q…qué…?! ¡¿Qui…quién rayos…?!

Completamente sorprendidos por la arrogancia de tal extraña presencia, el silencio reinó por unos segundos en el ambiente, con los ojos inyectados en cólera de la muchacha como única atracción universal.

--¡¡¿Quién te crees que…?!!

La puerta fue cerrada a sus espaldas con un movimiento de su pierna derecha.

**

Los ojos de la joven guerrera apenas si podían mantenerse abiertos. Casi que ni llegaba a enfocar las imágenes a su alrededor, fruto de un terrible agotamiento físico y mental por el horror. Su boca sabía tanto a semen que ya creía que no volvería a sentirle el gusto a nada más. Es que el adminículo puesto en su cavidad bucal no le permitía cerrarla, acumulando obligatoriamente una gran cantidad de fluidos en su interior de quién sabe cuántos hombres, humillando hasta el infinito su orgullo de ser mujer. Y tanto permanecía en el limbo su discernimiento que ni siquiera se percataba de la batalla mortal que se estaba librando a centímetros suyo. Recién cuando una mancha de sangre ajena bañó su rostro y se sucedieron varios sonidos metálicos de colisiones de espadas, se dio cuenta del ambiente bélico gobernante. Ante sus ojos aparecieron los cuerpos sangrantes de dos de sus tantos abusadores y torturadores diarios, seguidos luego por gritos desgarradores a sus espaldas y golpes contra muros y armarios de madera. Cuando estaba por ponerse frenética por el ataque con carátula de desconocido, la figura de su antigua amiga asomó ante su vista por sobre el horror.

--Cielos…--sólo le dijo al verla, con voz acongojada.

Con sigilo, sin ningún tipo de repugnancia, su compañera Patrice le fue quitando poco a poco el instrumento que le mantenía la boca abierta, para después limpiarle la suciedad viscosa de sus mejillas y frente, arrullando su cabello tiernamente con el objeto de transmitirle un sustento de afecto.

--Las sacaré de aquí.

Ni bien las despabiló del averno sufrido por tanto tiempo, las ayudó a incorporarse y a caminar tomando el sendero hacia la salida, habiendo hecho un esfuerzo por demostrarles de que su existencia no era una aparición, ni un sueño su rescate.

Llegaron con marcha discreta y apresurada, esquivando los guardias que patrullaban la negrura, a uno de los pasillos principales, de donde sabían que no había manera de que se escabullesen sin ser notadas. Teniendo en cuenta de que, además, era cuestión de segundos hasta que sus enemigos advirtieran la masacre de la habitación perversa, Patrice resolvió por llevar a cabo en ese mismo instante el planeamiento estudiado. Miró a sus camaradas detenidamente una y otra vez, se angustió al observar sus estados físicos deplorables y se animó a preguntarles algo que se imaginaba de antemano.

--¿Y Geenx, Lois, Valery? ¿Dónde se encuentran?

No obtuvo repuesta hablada. Sólo sollozos y miradas deprimentes.

--Hasta aquí hemos llegado, Patrice—le dijo una--Deja que terminen con nuestras vidas honrosamente y escapa, por favor.

--¿Se han vuelto locas? He venido a rescatarlas, no a usarlas como anzuelo. No me iré sin ustedes.

--Mira cómo estamos. No valemos nada, amiga. No así. No quiero que nadie…no puedo volver…

--¡Ni se te ocurra decir eso! ¿Saben quiénes las están esperando en casa? ¡¿O acaso se olvidan de que tienen familia?!

Casi al mismo tiempo, todas agacharon la cabeza, tratando de no dejar ver sus lágrimas.

-- Ahora son cuatro los que están custodiando la salida—espió por entre los ladrillo del muro en donde se hallaban escondidas--, pero vendrán varios más si no actuamos ya. ¿Pueden luchar?

Solamente un lloriqueo silencioso sobrevoló el ambiente.

--A…apenas pued…

Patrice, al percatarse repentinamente de su antipatía y escasa comprensión, le posó su mano en los hombros de cada una.

--Perdónenme, amigas—se le hizo un nudo en la garganta--, no quise tratarlas así. Ni me puedo imaginar qué es lo que habrán hecho con ustedes, pero les juro por mi vida que volverán a casa.

Y modificó su semblante a uno sombrío al extraer su espada de la funda y un cuchillo de guerra de una de sus botas.

--Y un juramento es sagrado.

**

**

Lo seguía como si fuera mi instructor. Callada, con la frente en alto, sin importarme los semblantes a mi alrededor ni la incomodidad de los gestos groseros de los soldados. Sólo me interesaba el fin por el que me encontraba allí. Después de todo, no había viajado tanto tiempo como para amedrentarme con la primera molestia social. Intentaba no reparar nada en mi contorno y continuar siguiendo los pasos de aquél hombre que se había ofrecido a conducirme con su superior, por más que la dimensión de su perfil atemorizara a cualquier guerrero experimentado.

--Llegamos, pequeña. Espero que se encuentre de buen humor—me dijo con voz socarrona.

--Gracias—demostré aprensión.

--De nada. Me gustaría que no te arrepintieras de tu deseo—mostró los dientes—Necesitamos más mujeres en este batallón.

Entré en una especie de morada desordenada, improvisada para la ocasión, en donde se encontraba un escritorio con varios papiros y mapas diseminados por encima del mismo. Apoyado en los maderos, con gesto pensante, se hallaba el supuesto líder del batallón: un joven alto y fornido que aparentaba tener no más de treinta años. Me dedicó una mirada con sus ojos celestes punzantes y experimenté varias sensaciones al mismo tiempo.

--Así que tú eres la que pidió conversar conmigo—me dijo con seriedad.

Tardé en contestar.

--S…sí.

--Y bien, aquí estás. ¿Qué puedo hacer por ti, niña?

Parecía tener mucha más amabilidad de la que yo pudiera haber conjeturado.

--Deseo enlistarme y que me adiestren, señor.

Su primera reacción fue sonreír y luego lanzar una risita.

--Estoy muy ocupado—regresó su visual hacia los papiros--¿Qué no ves que…?

--No es broma, señor. He viajado durante muchos días para llegar hasta este lugar.

--Y vuelve por donde viniste, por favor. No tengo tiempo para perder en niñerías.

Apreté mis labios.

--Podré ser una niña, pero tengo la suficiente templanza como para pedírselo a usted personalmente. Y poseo también el conocimiento del valor requerido…

--Ahórrate el discurso ensayado, pequeña. Tú no quieres estar aquí en verdad. No sabes el significado de lo que me estás pidiendo.

--Me insulta, señor—me mostré indignada.

--No es mi intención ofenderte, pero creo que piensas que lo que hacemos aquí es divertido o entretenido. Y eso está totalmente alejado de la realidad. ¿Tienes una idea de lo que es el entrenamiento para ser un soldado del reino?

--No prejuzgue que por que sea mujer…

--Ni siquiera eres una mujer aún. ¿Te has visto en un espejo? No soportarías ni una semana.

Lo devasté con la ira de mis ojos.

--¿Quiere ponerme a prueba?—lo desafié.

Logré que su mirada se posase en mí nuevamente. Pero ya no me amilanaba, sólo me producía un sentimiento extraño en mi pecho. Me miró por largo rato de arriba a abajo, pensativo, como deseando que cada detalle de mi figura fuera un recuerdo duradero.

--¿De dónde eres?—me preguntó mientras se me acercaba.

--De Slidern, un pueblo al sur del bosque Erynian.

Se ubicó a centímetros de mí, con su respiración en mi nuca.

--¿Y qué estarías dispuesta a hacer por llegar a convertirte en lo que anhelas?

No supe qué decirle. Me quedé atónita y callada.

--¿Acatarías todas mi órdenes?—su voz gruesa destilaba masculinidad y arrogancia.

Quería decirle varias cosas, gritarle por su impertinencia hasta quedarme disfónica, pero nada de eso ocurrió.

--No te muevas, entonces.

Y empezó a posar su mano por sobre mi muslo derecho, acariciándome la vestimenta delicadamente.

--Quieta—me volvió a decir al darse cuenta de que me había estremecido.

Sus dedos arrullaron todo el contorno de mi extremidad hasta alojarse en mi zona abdominal, en donde dibujó círculos imaginarios alrededor de mi ombligo por debajo de la ropa.

--¿Harías todo?—repitió—Incluso…

Ante mi sorpresa, dirigió su mano hacia mi pelvis, manoseándome una y otra vez por sobre el pantalón.

Las primeras conmociones encontradas en ese momento no me las olvidaré en toda mi vida.

--Niña, ¿acaso estás húmed…?

De repente, todo mi orgullo emergió como un torrente de lava e intenté propinarle un golpe de puño al mentón, el cual fue atrapado y neutralizado a medio camino con un movimiento de su palma derecha.

Al toparse nuestras miradas y observar su serio semblante, comprendí toda la situación.

--Bien hecho—me dijo sin más—Eres audaz y combativa. Tal cual como debes ser para sobrevivir. Sin embargo, necesitas de mayor engreimiento y afecto hacia ti misma. Ni siquiera tendrías que haber dejado que me acercase.

Se apartó de mi lado, limpiándose los flujos de mi deshonra en su camiseta verde y volvió a prestarle atención a los papiros del escritorio.

--Dile a Hanz, mi segundo al mando, que quiero verlo.

Estaba por preguntarle qué había decidido al final pero permití que finalizase con su orden.

--Le diré que te tome como aprendiz a partir de mañana.

Suspiré por el triunfo y el alivio. Estuve a punto de sonreír de alegría, pero me contuve por la mayor vergüenza aún que me hubiera provocado.

--Pero te advierto—me miró fijo--: escenas como la que acaba de ocurrir es muy probable que sucedan seguido contigo ahí afuera. Recuerda en dónde te encuentras y quiénes te acompañan en tu larga estadía aquí. Vives en un mundo lleno de enemigos, tanto internos como externos.

Un temor oculto se apoderó de mi alma y me hizo titubear.

--Sí, yo…

--Demostraste recién que tienes agallas. A partir de este momento las tendrás que utilizar. Tengo curiosidad por ver en lo que te convertirás en el futuro si logras enfrentar y eludir todos los obstáculos.

Me quedé en una postura rígida vislumbrando la manera fría del líder de lidiar con el contexto reciente, con el paso inmediato de un perfil tan degenerado a uno paternal.

Y me sentí extraña por eso.

--Por cierto, es conveniente que te cortes el cabello. Disimularías mejor tu feminidad.

Muy extraña. Con paradójicas emociones jamás percibidas con anterioridad.

--Vete—me dictaminó secamente.

--Sí…bueno…gracias…

Al ver que no obtenía mayor respuesta de él, di media vuelta en busca de la salida.

--Espera, no me has dicho tu…

No retrocedí.



Nunca habían recibido el mensaje de alarma, por lo que sus perfiles de guardia no habían variado. Los custodios se mantenían firmes en el portón de escapatoria de aquella guarida tóxica y maligna, impidiéndoles a las víctimas y a su salvadora el camino hacia la libertad. Pero esa postura no permanecería por mucho tiempo más, debido a que ante sus soberbias posiciones de aburrido resguardo se les apersonaría una muchacha joven de andar altanero, cabellos enrulados y ojos marrones vacíos, como ajenos al peligro reinante.

Sus primeras reacciones fueron de excitación al ver tal demostración de belleza femenina en un lugar tan lúgubre, dejándoles luego el lugar a un sentimiento bélico al advertir las armas filosas en sus manos, brillando en concordancia con la iluminación de las antorchas.

--¡¿Qué…?!—alcanzó a mascullar uno de ellos antes de que su garganta fuera rebanada en un instante.

Los demás compañeros desenfundaron enseguida y la violencia se desató con veloces movimientos de esgrima. Aunque ninguno pudo siquiera atinar algún ataque contra su contrincante desconocida, quien utilizó toda su agilidad para convertir los ladrillos y peldaños cercanos en bosquejos de entrañas y manchas rojas.

Cuchillas teñidas de rojo goteante. Esa terminaría siendo la imagen preponderante en el tétrico ingreso al escondrijo. Pero Patrice no podría saborear su triunfo vengativo por más de un instante debido a que, teniendo en cuenta que los gritos lastimeros de sus víctimas no tardarían en ser acudidos, no tenía otra alternativa que ir al encuentro de sus amigas inmediatamente.

--Es ahora. No perdamos tiempo—les dijo aún agitada por la batalla.

Las muchachas tardaron un poco en abandonar su hipnotismo por la salvaje demostración de habilidad de su rescatadora. Pero ni bien volvieron en sí, se incorporaron como pudieron y comenzaron el recorrido hacia la ansiada libertad.

Aunque se habían imaginado que no sería fácil cumplir con el anhelo.

--Rayos—farfulló Patrice al divisar en los pasillos lejanos a una legión de enemigos en franca agresión inminente—¡Salgan, rápido! ¡Afuera!

Y empujó a sus amigas hacia el campo exterior, cerrando el portón luego de atravesar el pórtico y trabándolo con una traviesa de madera dura.

Una vez en el amplio páramo de entrada, corrieron unos metros en dirección hacia los bosques colindantes, deteniéndose Patrice un momento para divisar detenidamente la fragilidad de la barrera puesta para impedir el paso del enemigo.

--Chicas—les gritó luego de un intervalo de análisis--, escondido bajo un cordón de sauces, cerca del primer arroyo, se encuentra atado mi caballo. Vayan hacia allí y cabalguen de regreso al campamento. Él conoce el camino.

--¡¿Qué?! ¡¿Y tú qué harás?!

--Yo me encargaré de todos ellos—señaló a la compuerta a punto de ceder.

--¡Ni lo pienses! ¡No puedes…!

--¡No tengo tiempo de discutir con ustedes! Mi caballo no puede soportar el peso de todas ¡Corran ya!

--¡Nos quedaremos también!

--¡¡Alguien tiene que dar a conocer el lugar en donde se halla este escondite!!

--Entonces, esa serás tú. Yo me quedo, dame tu espada.

--Y yo—se adelantó valientemente su otra camarada--No te olvides que nosotras también fuimos entrenadas. Dile a nuestras familias que morimos en bat…

--¡¡Cierren la boca!! ¡Soy su oficial superior y les ordeno que se vayan de inmediato, sino quieren que yo misma las asesine por sedición!

--¡No me vengas…!

--¡¡No hay tiempo!! ¡Moriremos todas si no me obedecen! ¡¡Y en vano!!

Quedaron en silencio por unos segundos.

--No puedes hacernos esto, Patrice. Tú has arriesgado…

--Es lo que vine a hacer, amigas. ¿O acaso piensan que tenía planead…?—se detuvo, repasando bien lo que iba a decirles—Váyanse ahora y no aguarden por mí, por favor. No se preocupen, yo sobreviviré.

--Patrice…

--¡¡¡Ahora!!!—bramó mientras desenfundaba una vez más sus armas.

Ambas chicas advirtieron que la barrera que separaba el cubil de sus enemigos mortales y el campo sin resguardo en donde se hallaban, se encontraba al límite de su resistencia. Sólo momentos faltaban para que se derrumbara y, de esa manera, se esfumase la posibilidad de que ellas escapasen hacia el bosque sin ser vistas. Dedujeron, entonces, que si en algo tenía razón Patrice era en que debía informarse el paradero de la guarida, no importando las consecuencias. Por lo que miraron acongojadamente por última vez a su libertadora y decidieron enfilar en busca del escondite que le proporcionara la oscuridad de los árboles.

No hubo tiempo siquiera para despedidas o lágrimas.

--Que los Dioses las protejan, valientes guerreras—musitó Patrice al tiempo que las veía huir.

A su espalda se escuchó un sonido atronador de maderos derribados y a decenas de soldados gritar en pos de la ofensiva venidera.

La joven espía cerró entonces sus ojos, dio media vuelta y se enfrentó a la violencia misma.

**

El líder de la escuadra ya se encontraba fastidioso por tantas interrupciones a sus estudios de tácticas bélicas y acciones delictivas para llevar a cabo en el futuro. Lo habían estado molestando toda la tarde y parte de la noche con, a su parecer, estupideces sin sentido o situaciones que tranquilamente podrían haber arreglado sus subordinados. Por eso es que llegó a revolear por el aire varios mapas de su antiguo pupitre al adentrarse por enésima vez uno de sus vasallos de repente en su aposento. Y ni que hablar de la furia demostrada cuando fue comunicado de que las dos prisioneras sobrevivientes habían sido rescatadas por otra mujer.

“¡¡Las quiero vivas!!” estalló en ira.

Al enterarse luego de las muertes de los guardias, él mismo resolvió que debía contribuir a recapturar a sus enemigas y esclavas sexuales. Fue así, entonces, que entre insultos y agravios a cada uno de sus hombres, ideó la forma de abatir el portón cerrado con la fuerza de todos al servicio de una pesada viga. Una vez abierto, observó a lo lejos la cruenta batalla que se libraría entre varios de sus soldados y una sorprendentemente hábil joven, quien aniquilaba sin problemas a gran parte de la primera oleada del ataque. Tuvieron que pasar largos minutos de sangriento enfrentamiento, en el cual no escasearía el temor generalizado y el asombro por la demostración de arrojo, para que finalmente vislumbrara la derrota enemiga en una agresión masiva, siendo luego la vencida acarreada de los brazos y los cabellos hasta sus posiciones.

--¿Dónde se encuentran las otras dos?—le preguntó el líder a su ladero, al no poder localizarles el rastro.

--Estaban juntas. Puede que…

--¡¡Búsquenlas!!

Volvió a mirar a la distancia al rostro abatido de la muchacha transportada que gran lucha y muerte le había costado a su batallón.

--Llévenla a la celda principal de tortura. Quiero hablar con ella personalmente.

**

Arrojada en las tinieblas de la habitación, Patrice podía sentir con repugnancia el hedor a sangre cuajada, fluidos corporales y otras inmundicias. Pero por largo rato no logró observar nada más que alguno que otro adminículo o gancho colgado de las paredes, gracias a la tenue iluminación proveniente de la ventanilla de la compuerta de entrada. Apenas si podía moverse del dolor, ya que los golpes recibidos habían sido bastante duros y con saña, dejándoles marcas y contusiones por todo el cuerpo. Sin embargo, se sentía plena al percatarse de que había cumplido con parte de sus planes y que todo marchaba moderadamente en correspondencia con lo pensado.

Aunque esa ínfima sensación de triunfo se desvanecería al reconocer la repentina e imponente figura entrante.

--Vaya que eres audaz—le dijo el individuo escondido en las sombras—Te felicito, haz diezmado sola a una de las legiones de ofensiva más poderosa de mi ejército—se rió--Y de las más incontrolable también, así que te agradezco ese favor.

Pidió una antorcha a uno de sus oficiales con un ademán e ingresó a la celda. El sutil fuego le permitió a la guerrera confirmar su percepción.

--Me imagino por tus gestos que me conoces, pero no pareces tenerme miedo. Eso me agrada. Por fin alguien que me pueda hablar sin que le tiemble la voz, ¿estoy equivocado?

Patrice sonrió sagazmente.

--Estás en lo cierto. Tú no me haces temblar nada, Kronos.

--Esa es mi chica—aplaudió sádicamente—Bueno, como seguro sabrás, si eres tan perspicaz como creo, lo que te sucederá dentro de poco no será muy confortable para tu físico ni para tu mente. Pero puedo hacer que sea algo más grato si me dices cuál fue el camino que tomaron tus compañeras.

La joven guerrera se acostó sobre los peldaños con una sonrisa cínica.

--Gracias por informarme que escaparon, glorioso líder de los rebeldes.

Kronos atusó su barba como signo de fastidio.

--Tengo la sensación de que no me dirás nada, entonces.

--¿Te queda alguna duda?—se burló.

--No, como a ti no tendría que quedarte ninguna tampoco de que no habrá partes sanas de tu cuerpo cuando terminemos contigo. Especialmente las sexuales, muchacha.

--Vaya, no digas eso que me excito.

Y posó satíricamente la mano en su entrepierna.

El líder lanzó una carcajada maligna.

--En verdad le encantarás a todos, hermosa. Y mucho más por haberles asesinado a varios de sus amigos de juerga. Así que ve preparando tus nervios, porque la humillación sin descanso y el dolor supremo que experimentarás, desquiciarán tu mente por completo. Eso te lo prometo.

Se acercó lánguidamente a cada uno de los candelabros de la celda y los encendió con la antorcha, dejándole ver con horror, por vez primera, las docenas de instrumentos de tortura y vejación a su alrededor.

--Por cierto, ¿sigues excitada?

**

**

Luego de haber informado al tal Hanz de lo comandado por su superior y de ver su mueca de incredulidad, quería descubrir de una vez y a fondo tanto los esperados desafíos como las situaciones peligrosas indicadas. La verdad que había llegado a espantarme un poco, y más teniendo en cuenta la degradación vivida con la prueba reciente  del líder, pero no me iba a dejar intimidar luego de haber sido guiada por mis sueños hasta aquí. Ansiaba entonces encontrarme y enfrentarme a todo aquello que me advertían, por eso ni bien me ordenaron que hallara un lugar en donde pasar mi estadía, fui con la frente en alto hacia donde entrenaban o descansaban varios de mis futuros compañeros. Y así fue que me encontré entre miradas de asombro, admiración y depravación casi en iguales proporciones, todas apuntando a mi manera de marchar por los campos de instrucción con un dejo de curiosidad.

“Tráeme comida, niña”, “limpia mi ropa sucia” o “vete a jugar con ramitas” fueron algunas de las frases no pervertidas que, tratando de amilanarme y de demostrarme su intolerancia hacia la mujer, dedicaron a mi persona.

Las pervertidas prefiero reservármelas.

Y de tal forma fue que se sucedieron los encontronazos a lo largo de la tarde, haciéndome sufrir cada vez más el desarraigo. Pero la situación daría un vuelco imprevisto al localizarme sentada entre montañas de heno en las afueras de unas viviendas provisorias, intentando arreglar mi rotoso calzado de cuero.

--¿Qué haces, belleza?—me preguntó súbitamente un sujeto adolescente de imponente porte con vestimenta de batalla.

No le contesté. Solamente me limité a seguir con mi faena luego de observarlo de abajo hacia arriba y vislumbrar sus facciones libertinas.

--No eres muy social, ¿no es verdad?

Se quedó unos momentos callado.

--Pero tendrás que serlo si no quieres pasarla mal aquí. Tienes que tener amigos, acompañantes o quienes te defiendan de aquellos que buscan pleitos.

--¿Acompañantes como tú?—me animé a indagar, sin quitar la vista de mi calzado.

--Captas rápido, pequeña. Es mejor que poseas a alguien como protector porque eres débil aún. Y además…

--Sí, algo así ya me han dicho.

--Entonces lo entiendes perfectamente…

--Por supuesto, ¿pero porqué tendrías que ser tú ese alguien?—alcé la vista, mirándolo a los ojos.

--Porque soy uno de los más fuertes y habilidosos aquí, por lo que en un futuro tú podrías llegar a ser mi subordinada en la batalla. Y siempre es conveniente conservar una cercanía con los oficiales.

--Gracias por el ofrecimiento, pero me imagino que no me harás ese favor sin algo a cambio—me hice la tonta--¿Qué es lo que pretendes?

Esbozó una de las más horribles sonrisas que haya visto.

--No mucho. Simplemente que acates mis mandatos. Que me obedezcas cuando te lo pida. Además, pienso que a tu corta edad seguramente deberás de tener algo muy valioso por entregar.

Me lo quedé mirando fijo, asesinándolo con los ojos.

--No estoy interesada, pero agradezco que te hayas preocupado por mí.

Mi sarcasmo no le agradó demasiado.

--¿Estás segura?—se puso serio.

--No he viajado hasta aquí para comportarme como una especie de esclava. Lo siento—regresé la percepción a mi vestimenta.

--Puedo ser muy persuasivo—me agarró de un brazo.

Nuevamente lo fulminé con un gesto.

--Acabo de llegar, camarada, y estoy muy cansada. ¿Es necesario que empiece a gritar?

--¿Gritar?—carcajeó--¿Y quién crees que acudiría a tu ayuda, niña? Es más, probablemente vendrían a excitarse viendo cómo me acaricias…lo que te imaginas.

Con sólo pantallear esa acción, se me revolvió el estómago. Oteé el panorama a mi alrededor y lo único que llegué a divisar fueron a unos cuantos curiosos pervertidos con ansias de que algo suceda.

Parecía, entonces, que el sujeto en esa cuestión se encontraba en lo cierto.

--Vete ya, por favor—le repliqué sin dar lástima, con gran orgullo--¡Suéltame ahora!

--No recibo órdenes de una chiquilla insubordinada—me levantó agresivamente de un tirón—Tú serás quien se someta a mí. Y ahora mismo tengo ganas de conocerte muy profundamente.

Estaba por vociferar desesperadamente cuando, en forma repentina, una figura masculina saltó desde el techo de forraje de una de las viviendas cercanas y se posó detrás de mi inminente victimario, sujetándolo de un brazo y apoyándole una pequeña cuchilla en la garganta.

--¿Quieres conocer primero a mi afilada amiga, Jörg?—le preguntó sosegadamente.

--Vaya—rió su contrincante al liberarme--, ¿no aprendiste antes que no puedes enfrentarte a mí, idiota? ¿Quieres que te lo demuestre una vez más?

--Eso fue sólo un entrenamiento. Te puedo revelar ahora de lo que soy capaz cuando la situación es seria.

--Me encantaría descubrirlo…

Y en el momento en que Jörg se preparaba para redimirse de su endeble captor--teniendo en cuenta la diferencia de tamaño físico--, otro individuo hizo su aparición con un bastón de madera empuñado como arma.

--Acabemos con esto, Jörg. Ponle fin. Vuelve a tu barraca—le amenazó.

--Bien, dos contra uno—se fastidió el amenazado--Parece que no comprendieron lo que es la justicia y la hombría en la batalla.

--¿Y tú sí lo comprendes? ¿La sientes cuando tratas de abusar de una niña indefensa?

Se produjo un mutismo incómodo.

--Váyanse al infierno, imbéciles, puedo con ambos al mismo tiempo. Ahora verán lo…

El del bastón de madera le hizo una seña como para que mirase a su derecha a lo lejos.

Cuando todos viramos nuestras vistas, descubrimos al líder de nosotros acechándonos silenciosa y seriamente, como esperando algún movimiento para actuar en consecuencia.

--Esto no ha terminado—intimidó un frenético Jörg luego de soltarse con un forcejeo—Y en cuanto a ti, preciosa—se relamió--: te veré muy pronto.

Al alejarse el maldito depravado con paso rabioso, sentí alivio profundo, seguido de la mayor de las amarguras por la confirmación del desamparo eventual.

Pero por suerte, esa sensación no duraría demasiado.

--Es un demente—me aclaró el que acarreaba la cuchilla, guardándosela luego en una de sus botas—No dejes que te atemorice.

--La mayoría no somos como él—agregó su compañero—Sino que estamos aquí para buscar la gloria perdida del reino convirtiéndonos en defensores de la paz—juntó sus labios--Porque eso es lo que anhelamos: orden y paz.

Aprecié como si el alma me hubiera vuelto al cuerpo al percibir esas palabras tan emparentadas con mis ideas.

Y sin darme cuenta, me encontré divisándoles detalladamente sus fisionomías.

--Gracias, chicos—les dije, al percatarme de que eran casi tan jóvenes como yo.

--No tienes por qué—se ruborizó el que se apoyaba en el bastón.

--Por cierto—añadió su camarada--, me llamo Igor. Y el tonto que siempre me acompaña es Wendell.

--Oye…—se ofendió graciosamente.

Los vislumbré como si con ese intento por hacerme reír me hubiesen salvado de una vida de tormentos.

--Encantada de conocerlos. Mi nombre es Aikarn.

Y sonreí.