Violación a la carta

Una banda entra en la casa de una doctora, que se encuentra con su hijo y es obligado a presenciar como abusan de su madre.

Angel había perdido a su esposa hacía menos de un año. Un mal diagnóstico médico dio al traste con el hijo que llevaba en sus entrañas y terminó con la vida de ella.

Siempre odió a la doctora que provocó la pérdida de su mujer y su hijo. Por fin, un día, a través de unos contactos, encontró a un grupo de tres hombres cuyo trabajo habitual, era realizar ciertos encargos, un tanto especiales, generalmente de índole sexual.

Ana Martín era viuda desde hacía 8 años. Vivía con, y para su hijo Oscar, de 18 años, bien parecido, y que a su edad, comenzaba ya a hacer auténticos estragos entre las jovencitas.

Disfrutaban de una situación económica cómoda, sin más problemas que los estrictamente personales que podían surgir en cualquier hogar, lo que les permitía vivir en una casa independiente, alejados del ruído de la ciudad, en una urbanización no demasiado alejada del casco urbano.

Ana era médico, ginecóloga, y ocasionalmente, atendía a pacientes, en una sala habilitada para ello, en la parte baja de la casa.

Su aspecto, rubia, no muy alta, puesto que no alcanzaba 1,60, cuerpo delgado y grandes pechos, y unos recién cumplidos cuarenta años, muy bien llevados.

Aquella tarde de lunes, se acostaron temprano. Tan sólo Oscar tardó algo más en irse a la cama, debido a sus estudios.

Serían la 1 de la mañana. Todo estaba en silencio, pero oyó ruídos abajo.....

Todos estos recuerdos vinieron a la cabeza de Oscar, cuando trabajando en el portátil que habitualmente utilizaba su madre, principalmente para realizar las consultas en su correo, cuando vio algo que le llamó la atención.

La sorpresa del muchacho fue mayúscula, encontró un archivo en su procesador de textos, en el que se relataba todo lo que sucedió hacía ya, más de dos años, pero que aún seguía vivo en la cabeza de todos, aunque poco habían hablado de ello después de los acontecimientos

Aquella noche me acosté pronto, Oscar se había quedado estudiando. Me encontraba en un estado de duermevela. Estábamos ya en primavera, y comenzaba a hacer un poco más calor, por lo que no estaba demasiado abrigada, tan sólo un camisón, más bien corto, negro, de satén, más o menos un palmo por encima de las rodillas. Ropa cómoda para dormir,……….

Dos hombres enmascarados entraron en la habitación donde dormía. De malos modos, me levantaron de la cama y me llevaron en volandas a la parte de debajo de la casa.

Intenté dar un puñetazo a uno de los asaltantes, pero mi agresividad y mi resistencia sólo consiguió enfurecerle más.

-Puta, como vuelvas a intentar algo, pagará las consecuencias tu hijo.

Cuando me quise dar cuenta, estaba en el salón. Mi hijo ya estaba allí, totalmente amordazado, atado de pies y manos en la propia silla, y con la boca precintada con cinta adhesiva.

Había dos hombres más en el salón. En total eran cuatro.

Uno de los asaltantes, quien parecía el jefe, llevaba una fusta en la mano, que la debió coger de la habitación de Oscar, puesto que hacía unos años había dado clases de equitación, y conservaba la vara como recuerdo. Entre ellos, usaban nombres que lógicamente no eran reales. Al que estaba realizando fotos, le llamaban Señor, mientras que el de la fusta era Rey, y los dos restantes Tom y Sam, que eran los que iban fuertemente armados con una pistola y un cuchillo de grandes dimensiones.

Cuando llegué abajo, pregunté lo que querían de nosotros, indicándoles que había algo de dinero y joyas en mi habitación.

Con la fusta, le golpearon fuertemente en la espalda primero y después en la cara, sin que él hubiera hecho nada, lo que le dejó marcado el rostro.

-No va nada con tu hijo, pero quiero que veas que no nos vamos a andar con tonterías.

Me hicieron ponerme en pie. Yo tenía la boca tapada y mis manos atadas a la espalda.

Mi camisón, con unos finos tirantes que sujetaban mis pechos. no era muy largo, dejando descubierto mi muslo a una altura de un palmo por encima de la rodilla.

El de la fusta, comenzó a darme golpecitos con ella, sin hacerme demasiado daño, pero demostrando la superioridad que tenían sobre nosotros. Giraba alrededor mío, y subía ligeramente mi camisón, lo levantaba hasta dejar al descubierto el principio de mis bragas.

Está buena la mamita, verdad? Tiene unas buenas piernas, y unas tetas cojonudas, dijo mientras ahora con la fusta las tocaba.

Nada más decir esto, bajó la vara, y subió directamente, con ella, el camisón por delante, ahora ya de una forma descarada y poco sutil, casi por encima de mis bragas.

De forma brusca, retiró la cinta que cubría mi boca, mientras, que si pronunciar palabra, otro de los hombres, con un enorme cuchillo, liberó mis manos, y colocó una silla en la que me ordenaron sentarme.

Sus palabras me dejaron helada........

  • A ver, preciosa, sácate una teta por encima de ese camisón tan bonito que llevas puesto..

Me quería morir. Era absolutamente humillante y vergonzoso lo que me pedían y por supuesto no pensaba aceptar.

En esos momentos una pistola se situó sobre la cabeza de Oscar.

  • Bueno guapa, tú decides, lo haces o tu hijo no volverá a verte, o mejor dicho, tú no volverás a verle a él

Les pedí que mandaran a Oscar a su habitación, que no viera lo que iba a tener que hacer, a lo que con risas, se negaron.

-El chico está estudiando, y conocer un poco más de anatomía no le vendrá mal. Según mis noticias, tiene intención de ser médico, como su madre. Estoy equivocado?

En ese momento me di cuenta que el asalto a nuestra casa no era casual, y era evidente que habían investigado sobre nosotros.

Con enorme vergüenza, las lágrimas ya rodaban por mi cara, dejé mi pecho derecho a la vista de aquellos hombres.

Uno de los hombres tenía un cuchillo sobre el cuello de mi hijo, y le obligaba a mirarme detenidamente.

Vi como uno de los hombres me hacía fotos con su teléfono móvil, lo que aún me hizo sentir peor. Sam, con su cuchillo, se acercó y me tocó el pezón, lo lamió y mientras hacía, bromeando, intención de cortarme el seno.

Por fin me dijeron que volviese a levantarme y me hicieron sentar de nuevo al lado de mi hijo.

Subid a su habitación y comprobad si hay algo que merezca la pena, ordenó el jefe a dos de sus hombres, permaneciendo él con otro compañero junto a nosotros.

Bajaron a los cinco minutos, sin ninguna de las joyas, ni del dinero que guardaba en un cajón de mi mesilla de noche, y mi sorpresa fue cuando descendían las escaleras riendo, con un enorme vibrador que se encontraba juntos a mis cosas.

No podía creerlo, no lo había tenido en cuenta, había sido un regalo de cumpleaños que me hicieron unas amigas, sólo por ser un poco originales, porque no tenía marido, porque no tenía novio. Jamás lo había utilizado, y lo guardaba, escondido, envuelto en un papel en el cajón de mi ropa interior. No había vuelto a fijarme en él hasta ese día.

-Fijaos, si tenemos una viciosa en casa, una zorra madurita, dijo Rey

No tenía fuerzas para explicar nada, tampoco tenía que hacerlo ante aquellos hombres, pero estaba mi hijo delante, por lo que sólo acerté a decir que había sido un regalo de unas amigas y que no lo había utilizado nunca.

Todos rieron. Sino está sin estrenar, es el momento de que eso suceda, dijo el hombre de la fusta, mientras encendía y apagaba el vibrador, que giraba como loco cuando lo ponía en marcha.

El hombre que hacía las fotos, para mi sorpresa, fue quien dio la orden de irnos al cuarto donde tenía una pequeña sala clínica. A veces, atendía allí a algunas pacientes que preferían no acercarse a mi consultorio.

Dentro de mi cabeza, comenzaba a aclararse la situación. Tres de los hombres, formaban parte de un grupo, los cuales habían sido contratados por el que hacía las fotos, el cual, probablemente, me odiaba por algún motivo.

Uno de los asaltantes, me agarró de malos modos.

  • Vamos puta, andando..............

A mi hijo lo cogieron entre dos y sin desatarle de la silla lo llevaron tambien.

En el cuarto clínico, tenía un sillón ginecológico. Lo miraron mientras reían.

A ver preciosa, te vas a colocar en el sillón, pero antes de hacerlo, te vas a quitar esas bragas tan castas que llevas puestas.

Que dicen? Respondí sin dar crédito a lo que me estaban pidiendo

Sentía como si estuviera en una pesadilla, y que en cualquier momento me despertaría en mi cama para volver a dormirme, pero para mi desgracia, no era así.

No, no, no, negaba y suplicaba llorando. No podía dar crédito. Jamás en mi vida había hecho daño intencionadamente a nadie. No podía comprender como aquellos hombres querían destrozar la vida de mi hijo y la mía

Me quedé inmóvil. Durante varios segundos, supongo, que a mi me parecían horas.

Tom me dio una bofetada, mientras que Rey, volvió a golpear a Oscar con la fusta.

No me dolió mi agresión, pero no podía soportar ver como maltrataban a mi hijo.

Con la mayor discreción posible, bajé mis bragas, sin dejar que se viera mi sexo, dejándolas en el suelo.

Quién ellos llamaban señor las cogió, olfateándolas, mientras se veían evidencias de su creciente excitación.

Rey me dio ligeramente con la fusta en mi trasero, a la vez, que me indicaba que me subiese a la silla ginecológica.

Me subí, intentado cerrar mi camisón por la parte de abajo, y hacerlo lo más pantalón posible, aunque poco duraron mis intentos, al hacer que mis dos piernas, quedaran levantadas y apoyadas en el soporte existente para ello. Para mayor humillación, me obligaron a colocar mis manos por encima de mi cabeza.

Mi sexo quedó totalmente expuesto a sus miradas. Me sentía totalmente hundida. Pensaba en primer lugar en mi hijo, a quien le obligaban a mirar mientras hacían los más soeces comentarios, después el Seños, con su cámara de fotos, que no paraba de disparar su objetivo, apuntando hacia mi coño, y por último, los que estaban manejando la situación, y que me había obligado a sentarme en semejante posición.

Rey volvió a poner en marcha el vibrador, mientras volvió a realizar comentarios jocosos sobre el mismo.

Desataron a Oscar, aunque le mantuvieron con la cinta adhesiva en la boca.

Tócale el felpudo a mamá, dijo Rey

Mi hijo negó con la cabeza, pero un fuerte golpe en la cara le obligó a cambiar de idea.

La próxima vez que no obedezcas, te aseguro que tu madre pagará las consecuencias.

Mi sexo estaba perfectamente recortado, con forma rectangular, y con muy poco pelo. Mi camisón estaba subido, por lo que podían contemplarme a su antojo.

Espera, volvió a increpar Rey. Vamos a dejarla más ligera de ropa.

Tomó el cuchillo de Sam, y cortó los tirantes del vestido mientras sonreía con mirada lujuriosa. Hizo un corte por la parte de abajo, y como si fuera una cremallera, fue abriéndolo hasta arriba. Cuando fue un guiñapo de tela, tiró de ella, y me dejó totalmente desnuda.

Bien, obedece, chaval, toca el conejito a tu mami, ordenó Rey.

Temiendo que se ensañaran sobre él, pero sobre todo sobre mi, obedeció sin rechistar, comenzando a tocar el pelo de mi sexo.

Con más arte, volvió a ordenar Rey. Métele el dedo, hazla correrse, dijo riendo.

Señor continuaba haciendo fotos sin parar, y ordenó a mi hijo que recorriese con sus manos todo mi cuerpo.

El pobrecito mío, no tenía más alternativa que obedecer y seguir tocándome. Le ordenaron que no quedase ni un solo milímetro de mi cuerpo sin que sus dedos hubieran pasado por encima.

Cuando consideraron que era suficiente, ordenaron desnudarse a Oscar. Vi que su pene estaba a media erección, y tenía un tamaño considerable. Hacía muchos años ya, que no había visto desnudo a mi hijo.

Le hicieron colocarse próximo a mi cara, y Rey me dijo que debía hacerle una felación.

Volví a protestar, mi hijo también lo hizo, pero sólo conseguimos que la fusta se cruzara en las caras de ambos.

En ese momento, vi la cara de mi hijo, observé como cerraba los ojos y su cara se echaba hacia atrás. Metí su miembro en mi boca, y comencé a chupársela con todo el cariño que una madre puede darle a un hijo, aunque fuese en una relación forzada e incestuosa.

Seguía oyendo los jaleos del grupo, que contemplaban el espectáculo impasibles. Mi hijo se corrió en mi boca. Sonriendo, Señor me ofreció unas toallitas de papel para que me limpiase.

Ya os habeis quedado a gusto, verdad? Podeis iros ya? Repliqué llorando desconsoladamente.

No preciosa, respondió quien ellos denominaban Señor. Esto no ha hecho más que comenzar. Nos queda un ratito más de estar contigo.

Me colocaron el vibrador en la boca. Era enorme, más aún que el miembro de mi hijo. Me señalaron que debía chuparlo, hasta dejarlo muy húmedo, de esa forma, según ellos, entraría mejor.

El siguiente paso fue introducir el consolador en mi vagina. Lo hacían despacio, pero cuando estaba más o menos a la mitad, lo pusieron en funcionamiento.

No podía soportarlo, lo manejaban a su antojo. Ahora ya lo tenía incrustado hasta el fondo, mientras que el dildo pequeño, me tocaba el clítoris.

Comencé a jadear, no porque me diera placer, sino porque no podía soportarlo. Me agarraba a todo lo que podía, me movía de forma acalambrada, lo que provocaba aún más, la excitación de los hombres.

Cuando se cansaron, me sentía totalmente agotada y mis partes se encontraban doloridas.

Señor, consideró que era su turno, y que deseaba poseerme.

Hace mucho que no estoy con una mujer, y es por tu culpa.

Mi sexo estaba totalmente abierto, además de lo dilatado que estaba por el vibrador. Introdujo su pene, lo que no me causó daño, al ser más pequeño que el aparato que había tenido dentro de mi unos minutos antes.

Estaba muy excitado, por todo lo que había visto anteriormente, por lo cual, sólo fueron unos cuantos bombeos, para que su semen inundara mi sexo.

Me sentía fatal. Todo lo que me estaban haciendo ya era duro de por si, pero además, se añadía la vergüenza que estaba pasando porque mi hijo estaba delante, y si además, recordaba lo que había tenido que hacerle anteriormente, mi vida comenzaba a venirse abajo.

Hicieron que me levantara del sillón ginecológico, para irme a una camilla próxima a él. Me tumbaron boca abajo, dejando que mis piernas cayeran por los lados.

Sin ningún tipo de disimulo, comenzaron a tocarme. Separaron mis cachetes y me metieron un dedo por el ano y otro por la vagina.

Me colocaron con el culo hacia arriba, mientras que Tom y Sam me sujetaban, Rey procedió a penetrarme por el culo. Chillé, pero un golpe seco hizo que me callara y comencé a suplicar en silencio, mientras me tragaba mis mocos y mis lágrimas. El pene de Rey era enorme, y sabía como disfrutar de mi culo. Poco después, también me llenó de leche.

Rey se apartó. De nuevo, me pusieron mirando al techo. Mi coño y mis pechos quedaron de nuevo a su disposición. Ahora sólo Tom y Sam. El primero comenzó a penetrarme, mientras que el otro me echaba los brazos hacia atrás, y me sobaba de forma descarada las tetas. Sam pasó a la acción, colocándome su pene en mi boca.

Notaba excitado a ambos, pero ninguno se corría. Cambiaron de posición y mi boca pasó al miembro de Tom, mientras que Sam me penetraba.

Pasaron aún varios minutos. Me dolía la boca cuando al final noté un chorro caliente en el que creo que tal vez yo sentí un alivio mayor que mi violador oral, puesto que sabía que todos ya habían tenido su ración de sexo, después también, que mi vagina, de nuevo, hubiera aliviado al otro hombre.

Nos aconsejaron que no comentásemos este incidente con nadie. Por nuestra parte, tampoco queríamos volver a hablar de esto, ni recordarlo. Sólo una experiencia negativa en nuestra vida.

Señor, dio las gracias a los otros tres hombres, felicitándolos y asegurándoles que les recomendaría cuando hubiera algún trabajo similar para ellos.

Pedí a mi hijo que se olvidara de esta historia para siempre y que jamás la contara a nadie.

Cuando Oscar leyó la historia, en el que él había sido uno de los protagonistas, todos los recuerdos vinieron a su cabeza, recuerdos, que había enterrado poco después de aquello.